1 François Magendie (1783-1855) - Departamento de Patologia da

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François Magendie (1783-1855)
Como señala Ackerknecht, mientras en algunas áreas de la ciencia Francia florecía, en lo que se refiere
a la medicina, estaba muy por detrás de Alemania. No es que sus médicos no estuvieran al tanto de los
adelantos de sus vecinos, sino que, presos de un chovinismo estrecho, prefirieron apostar por el
pragmatismo, la clínica y el conservadurismo.
En el periodo romántico destacó, sin embargo, un médico cuya importancia es declarada por todos los
historiadores de la medicina, pero todavía hoy no disponemos de un estudio riguroso de su obra; nos
referimos a François Magendie. Su actividad se sitúa en el origen de la fisiología experimental, la
patología experimental y la farmacología experimental modernas. En su país, no obstante, su carrera
científica fue lenta y difícil. Llegó a ser profesor del Collége de France a la edad de 47 años. Su labor
la reconocieron antes los alemanes y los americanos que sus compatriotas.
En su tierra fue valorado más por sus aportaciones en terapéutica y como médico de los hospitales, lo
que demuestra el poco interés que tenían los clínicos por la aplicación del laboratorio a la medicina.
François Magendie nació el 15 de octubre de 1783 en Burdeos. Sus padres fueron Antoine Magendie,
cirujano, y Marie de Peray-Delaunay. Tuvo un hermano (Jean-Jacques) y ambos fueron educados
siguiendo los principios de Rousseau, ya que su padre fue un republicano convencido.
En plena revolución marcharon a París. Su padre se dedicó más a la política que a la medicina. Su
madre murió en 1792. Cuando Magendie contaba con diez años, todavía no sabía leer ni escribir. A
petición propia ingresó en una escuela primaria donde muy pronto destacó como buen estudiante; le
concedieron un premio por un trabajo sobre los “Derechos del hombre”.
A los dieciséis años trabajó de aprendiz en el Hôtel-Dieu con Alexis Boyer (1757-1833), segundo
cirujano de la Charité y profesor de cirugía clínica en la École de Santé. Éste nombró a Magendie su
prosector y obtuvo el nombramiento de interno de los hospitales de París tras el examen que se celebró
el 7 de floreal del año XI (1803). Pasó al Hospital Sain-Louis y en febrero de 1804 fue trasnferido a los
“Venériéns”. A consecuencia de la Revolución hubo en esta época muchos cambios y se promulgaron
gran cantidad de normativas que afectaron también a la enseñanza y ejercicio de la medicina. Por
ejemplo, muchos médicos tuvieron que realizar nuevos exámenes para poder seguir ejerciendo.
Consciente de la importancia del conocimiento de lenguas clásicas siguió cursos de latín y griego. En
1808 obtuvo el grado de médico tras realizar un examen práctico. Trabajó como ayudante de anatomía
en la École de Médecine impartiendo cursos de anatomía y fisiología. El 24 de marzo del mismo año
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presentó su tesis de doctorado que llevaba por título Essai sur les usages de voile du palais, avec
quelques propositions sur la fracture du cartilage des côtes. De su interés por la morfología, hay una
estructura anatómica que lleva su nombre: Agujero de Magendie, u orificio que comunica el IV
ventrículo con el espacio subaracnoideo.
En 1809 apareció la primera publicación de Magendie: "Quelques idées générales sur les phénomenes
particuliers aux corps vivants", que apareció en el Bulletin des sciences médicales de la Société
médicale d’Emulation, sociedad que tuvo entre sus iniciadores a Xavier Bichat. En este artículo ataca
la teoría de las “propiedades vitales” y denuncia el insatisfactorio estado en el que se encontraba la
fisiología francesa.
Publicó después diversos trabajos relativos a los órganos de absorción de los mamíferos, la acción de
algunos vegetales sobre la médula espinal, el funcionamiento pulmonar, el vómito, el papel de la
epiglotis en la deglución, y el funcionamiento del esófago, entre otros.
En 1809 Magendie presentó a la Académie des Sciences y a la Société Philomatique los resultados de
su primer trabajo experimental que realizó con el botánico y médico Alire Raffeneau-Delille (17781850): Examen des effts de l’upas antiar et de plusieurs substances émétiques, Séance du 13 novembre
1809. Se trataba de una serie de experimentos ingeniosos realizados con animales; trataban de analizar
la acción tóxica de varias drogas de origen vegetal. Estos experimentos pueden situarse en el comienzo
del cambio que denominamos “de la materia médica a la farmacología experimental”. Magendie
sostuvo que la acción tóxica o terapéutica de las drogas naturales depende de las sustancias químicas
que contienen, y debe ser posible obtenerlas en estado puro. Desde 1809 sospechó la existencia de la
estricnina, aislada más adelante por Pierre Josep Pelletier (1788-1842) en 1819. En 1817, en
colaboración con este farmacéutico, Magendie descubrió la emetina, principio activo de la ipecacuana.
En 1811 Magendie fue designado profesor de anatomía en la Faculté de Médecine de París, disciplina
que enseñó, al igual que cirugía,durante tres años. Exhibió una habilidad inusual durante sus
operaciones en el École Pratique. Mientras tanto, su caracter fuerte le llevó a chocar con el profesor de
anatomía, François Chaussier (1746-1828). Por otro lado, Guillaume Dupuytren, viendo en Magendie
un posible rival, puso todo tipo de pegas y cortapisas para dificultar su carrera en la Facultad. En 1813
Magendie dimitió de su puesto y abrió una consulta como médico a la vez que organizaba un curso
privado de fisiología.
En 1816 la muerte del cirujano Jacques Tenon (1724-1816) supuso una vacante en la Academia de
Ciencias, pero fue elegido Constant André Dumeril (1774-1860) para cubrirla; Magendie tuvo que
esperar. Entre ese año y el siguiente (1816-1817) aprecieron los dos volúmenes de Précis élémentaire
de physiologie. Según Olmsted este texto estableció un nuevo estilo en los manuales llamando la
atención de los estudiantes de medicina hacia el experimento como una nueva fuente de conocimiento.
En este texto, que tradujeron al castellano R. Frau y J. Frías en 1828, hace estas consideraciones que
reflejan muy bien las ideas de Magendie:
Las ciencias naturales han tenido, igualmente que la historia, sus tiempos. La astronomía ha empezado
por la astrología la química hace poco no era más que un conjunto pomposo de sistemas absurdos, y la
fisiología un largo y fastidioso romance; la medicina, un cúmulo de preocupaciones hijas de la
ignorancia y del temor de la muerte, etcétera extraña condición del espíritu humano, que al parecer
tiene necesidad de luchar con los errores para llegar al descubrimiento de la verdad.
Tal fue el estado de las ciencias naturales hasta el siglo XVII Entonces apareció Galileo, y los sabios
pudieron aprender que para conocer la naturaleza no se trataba de forjarla ni de creer lo que habían
dicho los autores antiguos, sino que era menester observarla y preguntarle además por medio de
experimentos.
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Esta fecunda filosofía fue la de Descartes y Newton, la propia que les inspiró constantemente en sus
inmortales tareas. La misma que poseyeron todos los hombres de ingenio que en el siglo último
redujeron la química y la física a la experiencia; la misma anima a los físicos y a los químicos de todos
los Países les ilustra en sus importantes trabajos y forma entre ellos un nuevo vínculo social para
siempre indisoluble.
¡Honor, pues, a Galileo! Su concepción feliz descubriendo la filosofía experimental ha acarreado
verdaderamente la gran renovación deseada de Bacon, ha sentado las bases sólidas de las ciencias
físicas, de estas ciencias que elevan la dignidad del hombre, dilatan sin cesar su poderío, aseguran la
riqueza y la felicidad de las naciones, hacen nuestra civilización superior a la de todos los tiempos
pasados y preparan un porvenir todavía más lisonjero y afortunado.
¡Ojala! pudiera decir que la fisiología, este ramo tan importante de nuestros conocimientos, ha tomado
el mismo vuelo y sufrido la misma metamorfosis que las ciencias físicas, pero, por desgracia, no es así.
La fisiología, para muchos, y aun en casos todas las obras de este ramo, aparece tal cual era en el siglo
de Galileo, un juego de ]a imaginación; tiene sus diferentes creencias y sus opuestas sectas; invoca la
autoridad de los autores antiguos, los cita como infalibles y pudiera llamarse un cuadro teológico
caprichosamente lleno de expresiones científicas.
Sin embargo, en diferentes épocas se han presentado hombres que han aplicado con feliz suceso el
método experimental al estudio de la vida; todos los grandes descubrimientos fisiológicos modernos
han sido otros tantos productos de esta clase de esfuerzos. La ciencia se ha enriquecido con estos
hechos parciales, pero su fortuna general y su método de investigación ha quedado el mismo, y al lado
de los fenómenos de la circulación, de la respiración y de la contractilidad muscular, etc., vemos
todavía simples metamorfosis colocadas en la misma línea y en el mismo grado de importancia, tales
como la sensibilidad orgánica, algunos seres imaginarios, como el fluido nervioso, y ciertas palabras
ininteligibles, como la fuerza o el principio vital.
Mi principal objeto al publicar la primera edición de esta obra fue contribuir a cambiar el estado de la
fisiología, reducirla enteramente a la experiencia y, en una palabra, producir en esta hermosa ciencia la
misma feliz revolución introducida en las ciencias físicas.
No me he engañado acerca de las grandes dificultades que era preciso vencer; las conocía, son
inherentes a la naturaleza del hombre, y también son fenómenos fisiológicos.
Fuertes preocupaciones sobre el aislamiento en que la fisiología se dice debe estar de las ciencias
exactas; una extremada repugnancia a los experimentos en animales; la pretendida imposibilidad de
aplicar sus resultados al hombre; una ignorancia casi completa de la marcha que debe seguirse para el
descubrimiento de la verdad; una adhesión ciega a las ideas antiguas, fomentada siempre por la
indolencia y la pereza; la obstinada pasión de los hombres, si así puede decirse, por los errores que una
vez adoptaron, aun aparte del interés particular que puede moverles a persistir en ellos, etc. He aquí
algunos de los muchos obstáculos que es indispensable superar.
Son grandes, sin duda, pero, cierto de hallarme en la verdadera ruta, y contando con la dulce y
constante influencia de la verdad, no he dudado, ni dudo todavía, del buen éxito de mi empresa para un
tiempo que no considero lejano.
Los sistemas sobre las funciones orgánicas no se merecen ya una aceptación tan favorable, y para dar a
luz una obra de fisiología amena y apreciable es indispensable hacer, o a lo menos decir, que se han
hecho experimentos.
La preocupación, tan perjudicial como absurda, de que las leyes físicas no tienen ningún influjo sobre
los cuerpos vivos va perdiendo su fuerza; los despreocupados empiezan a concebir que en el animal
vivo pueden verificarse diferentes fenómenos y que los actos meramente físicos no excluyen las
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acciones puramente vitales. Esperamos que en adelante los fisiólogos no harán ya alarde de ignorar
hasta los primeros elementos de la física y de la química ni darán en sus obras deplorables pruebas de
esta ignorancia.
En el día no se duda ya que las investigaciones en los animales son aplicables, y aun con una precisión
admirable, a los fenómenos de la vida del hombre; la viva luz que los recientes experimentos relativos
a las funciones nerviosas acaban de difundir sobre la patología remueve toda incertidumbre bajo este
respecto.
Pero lo que mejor prueba la utilidad de los experimentos fisiológicos es el sinnúmero de personas que
se dedican en el día a esta clase de investigaciones y la rapidez con que los descubrimientos más
importantes, y del todo inesperados, se suceden desde algún tiempo y hacen de la ciencia de la vida
una ciencia enteramente nueva.
Pocos años han de transcurrir antes de que se conozca que la fisiología íntimamente unida a las
ciencias físicas no puede dar un paso sin el auxilio de éstas; entonces adquirirá el rigor de su método,
la precisión de su lenguaje y la certeza de sus resultados. Perfeccionada de esta manera, se constituirá
superior al alcance de esa multitud ignorante que, vituperando sin cesar e incapaz de aprender ni de
adelantar jamás, está siempre pronta y armada cuando se trata de oponerse a los progresos de la
ciencia. La medicina, que no es más que la fisiología del hombre enfermo, seguirá pronto una marcha
análoga y se elevará en breve al mismo grado de perfección. Esperemos que de este modo
desaparecerán de una vez toda esa caterva de sistemas groseros que tanto tiempo hace la están
desfigurando.
Aunque conocido como fisiólogo, Magendie no descuidó la práctica clínica. Sin embargo, no tuvo
plaza durante mucho tiempo. Esto le acarreaba problemas; se quejaba, por ejemplo, de no poder
realizar ensayos clínicos con los nuevos medicamentos. En 1818, tras realizar un examen, pasó a
formar parte del Bureau Central des Hôpitaux Parisiens, pero el puesto no llegó hasta 1826 cuano fue
nombrado adjunto en la Salpêtrière. Durante este periodo recibió el apoyo de su amigo Henri-Marie
Husson (1772-1853) para observar los resultados de los tratamientos con las nuevas sustancias y dar
un curso clínico en el Hôtel-Dieu. En 1818 también luchó por la “cátedra” de anatomía y fisiología de
la Facultad, pero en esta ocasión la ganó Beclard.
Ese año, en 1818, publicó un estudio clínico sobre los cálculos, el mal de piedra, y su tratamiento, y en
1821, apareció el Formulaire pour la préparation et l'emploi de nouveaux médicamens... en el que se
trata, según el autor, de la acción y preparación de un gran número de drogas que en ese momento eran
nuevas, algunas consideradas como venenos. Entre estas figuran la estricnina, la morfina, el opio, el
ácido prúsico, el aceite de croton, y el cianuro de potasio, la narcotina, la narceína, la codeína, la
veratrina, la quinina y la cinconina, entre otras. Este texto se reeditó varias veces y en varios idiomas.
Al castellano fue vertido en 1827 por José Luis Casaseca.
El plan de descripción de cada sustancia es el siguiente: noticia sobre el descubimiento de la sustancia,
método de preparación, acción sobre los animales y el hombre a dosis diferentes, usos terapéuticos con
información sobre dosis, administración y opiniones de médicos que la han empleado. Deja claro que
la acción es la misma para el hombre y para los animales, acabando con la creencia contraria que
existía entonces. Este libro supuso un hito en la historia de la farmacología experimental. Constituye
un claro ejemplo de que en esta época los médicos disponían de un repertorio de sustancias químicas
puras, de composición conocida con las que podían experimentar desde el punto de vista cuantitativo.
De este texto extraemos estos significativos párrafos:
"No obstante la oposición de los médicos del siglo décimo séptimo; y la famosa sentencia del
parlamento que proscribió el emético, a pesar de los chistosos sarcarmos de Guy-Patin, la utilidad de
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las preparaciones antimoniales ha sido reconocida mucho tiempo hace, y felizmente por esta vez la
preocupación se ha sometido a la experiencia.
Esperamos que lo mismo sucederá con las nuevas sustancias que la química y la fisiología, de común
acuerdo, nos señalan como unos medicamentos preciosos; la repugnancia que muchos prácticos
ilustrados tienen en usarlos desaparecerá pronto en vista de los resultados de la experiencia, que hacen
apreciar cada día más sus ventajas.
Entre las varias causas que han retardado los progresos de la materia médica, es necesario contar la
imposibilidad en que se hallaba el análisis química de aislar los diferentes elementos que componen
los medicamentos. Pero aunque se hubiera podido hacer este análisis como en la actualidad, la
persuasión en que estaba y en la que se hallan todavía algunas personas, de que los medicamentos
obran de distinto modo sobre hombres que sobre animales, habría impedido el conocerse las
propiedades de estos distintos principios. Sin embargo, esta opinión es muy equivocada; porque quince
años de experimentos de todas clases hechos en nuestro laboratorio, y en los enfermos que hemos
visitado, nos ponen en estado de asegurar que los medicamentos y los venenos obran del mismo modo
en los hombres que en los animales. Mi certeza en esta materia es tal, que no tengo el menor temor de
experimentar en mí mismo las sustancias de cuya benignidad hemos podido asegurarnos en nuestras
tentativas sobre los animales; pero no aconsejamos a nadie que haga la prueba en sentido inverso.
Esta es la marcha que hemos seguido y por la cual hemos llegado a señalar las propiedades fisiológicas
y las virtudes medicinales de la mayor parte de las sustancias reunidas en este Formulario.
Son ya bastante numerosas y obras eficazmente en cortas dosis: están exentas de todo principio que
pudiera ocultar o impedir su acción; sus efectos son ciertos y bien caracterizados, y no pueden
desconocerse, pues se han estudiado sobre los animales igualmente que sobre el hombre sano y
enfermo. Siendo conocidas sus propiedades químicas, y perfectamente determinado el medio de
conseguirlas, no hay que temer variación alguna en su fuerza o en su modo de obrar. En fin, cada una
de estas sustancias es un medicamento sencillo y enérgico, y el tiempo decidirá definitivamente acerca
de las ventajas o las inconvenientes que presenten...".
Sin embargo, Magendie afirma que en la práctica clínica las cosas eran diferentes, ya que, a veces,
prefería emplear un simple vaso de leche contra la dispepsia en vez de uno de los productos que
analiza en su obra, o salicilina en vez de un alcalaoide contra la fiebre. Tampoco se atrevió a usar el
ácido prúsico contra la tos. Se puede decir que popularizó el uso de la quinina aún con la fuerte
resistencia que ofrecieron muchos médicos de la época. Cayó en la tentación de usar el idodo casi
como un remedio universal contra la sífilis, escrófulas, tuberculosis, cáncer y epilepsia. Hay que tener
en cuenta que, pese a lo visto, Magandie fue uno de los mayores escépticos de la medicina francesa,
como opina Ackerknecht.
Con el nombre de “Solución de Magendie”, se conoce la solución de sulfato de morfina en agua para
inyecciones hipodérmicas.
A partir de 1818 impartió durante varios años conferencias sobre anatomía y fisiología en el Real
Ateneo. En 1819 fue elegido miembro de la Academia de Medicina y el 19 de noviembre de 1821 fue
designado para ocupar la silla que Jean-Nicolas Corvisart (1755-1821) había ocupado en la Academia
de Ciencias. En 1829 llegó a ser presidente de la Societé Médicale d’Emulation.
Por entonces Magendie había colaborado ya en revistas como el Journal universel des Sciences
Médicales, Nouveau Bulletin de la Societé Philomatique, Annales de Chimie et de Physique, Nouveau
Journal de Médecine, entre otras. En junio de 1821 apareció el primer número de su Journal de
Physiologie Expérimentale, que después se llamó Journal de Physiologie Expérimentale et
Pathologique. Se publicaban cuato números al año que constituían un volumen anual. El primero
contenía trece trabajos del propio Magendie. La empresa resultó un éxito económico destinando los
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beneficios a mejorar la edición. Parece que personalmente comprobaba los experimentos reseñados en
los artículos que le remitían para su publicación. Publicar en esta revista era sinónimo de calidad y
prestigio.
En el volumen segundo apareció el trabajo de Magendie dedicado a explicar las funciones de las raíces
espinales. Destruyendo en perros las raíces anteriores o posteriores descubrió que las primeras eran
motoras y las segundas sensitivas. En otro número contaba los resultados al realizar neurotomías de los
miembros inferiores con la asociación de estricnina, de tal forma que si se había seccionado la porción
motora no se presentaba tetanización.
Algunas de estas experiencias fueron realizadas y publicadas en 1811 por el británico Charles Bell
(Idea of a New Anathomy of the Brain, submitted for the observation of his friends), aunque circularon
de forma muy restringida. Para éste las raíces ventrales serían responsables del movimiento y de la
sensación, y las posteriores se ocuparían del control del crecimiento y de “simpatías” de los miembros.
Magendie leyó el trabajo y reconoció que el británico estuvo a punto de demostrar el cometido de las
raíces nerviosas. Después de algunas disputas y de que algunos científicos tomaran partido por uno u
otro autor, Magendie hizo valer sus derechos. Hoy, sin embargo, se habla de la ley de Bell-Magendie.
En 1822 y 1827 reeditó con notas propias las obras de Bichat Recherches physiologiques sur la vie et
la mort y Traité des membranes en géneral et des diverses membranes en particulier.
Durante un viaje a Inglaterra en 1824 Magendie impartió varias demostraciones públicas de su método
experimental especialmente la de la sección de los nervios craneales en perros vivos. La crueldad de
las mismas provocó una campaña en contra de estas prácticas. Hoy todavía existen grupos con mucha
influencia en contra de este tipo de experimentos. En su apoyo hay que decir que en muchos centros se
practican experiencias completamente inútiles que implican sufrimiento y muerte de centenares de
animales. Este hecho no tuvo ninguna repercusión del lado francés; simplemente, algunos médicos le
reprocharon que realizara experimentos con pacientes. Sin embargo, a través de sus publicaciones se
observa que nunca eran pruebas peligrosas para sus enfermos.
Mientras estuvo en Inglaterra se produjo una epidemia de cólera que siguió con interés. Al regresar a
Francia aparecieron allí los primeros casos. Magendie recomendó que se realizara un tratamiento
sintomático, pero se equivocó al afirmar que no se contagiaba igual que lo afirmó de la fiebre amarilla
y que no era necesaria la cuarentena: (“..., et comme d’ailleurs l’experiénce apprit que la maladie
nouvelle n’etait nullement contagieuse”. Estas ideas tuvieron consecuencias nefastas cuando fue
designado director del Comité Asesor de Higiene Pública después de 1848. Sin embargo, Magendie
hizo una contribución positiva al estudio de infección: demostró experimentalmente que la saliva de
perros rabiosos contenía un principio contagioso. Tampoco fue partidario de la anestesia quirúrgica,
como veremos más adelante.
En 1825, con otros autores publicó la Anatomie des systèmes nervex des animaux à vertebres
appliquée à la physiologie et à la zoologie.
En 1830, obtuvo la dirección de un departamento hospitalario, exactamente la sala de mujeres del
Hôtel-Dieu. Ese mismo año contrajo matrimonio con Henriette Bastienne de Puisaye. Adquirió una
propiedad en Sannois, Seine-et-Oise, donde se retiró cuando se acercaba la vejez, especialmente a
partir de 1845 cuando dejó el Hôtel-Dieu.
En 1831 concluyó la publicación del Journal de Physiologie Expérimentale, pero cuatro años más tarde
apareció Comptes Rendus Hebdomadaires des Séances de l’Académie des Sciences, donde Magendie
también participó de forma activa.
Desde el 4 de abril de 1831 substituyó a José Claude Anthelme Récamier (1774-1852) en la “cátedra”
de medicina del Collège de France. Allí cambió muchas cosas; sustituyó la enseñanza teórica
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consistente en la exposición de doctrinas médicas por demostraciones públicas del método
experimental; en vez de enseñar medicina clínica como se desarrollaba junto a la cama del enfermo, se
concentró en la presentación de los resultados sobre fisiología y patología que había obtenido en sus
experimentos con animales.
Hacia 1836 la Academia designó a Magendie para la comisión que iba a estudiar el tratamiento del
muermo de los caballos. Se la conoce con el nombre de “Comisión Hipiátrica”. Funcionó durante
muchos años con ciertos cambios durante los cuales aparecieron cuatro volúmenes de Memorias en los
que Magendie y Rayer hicieron valiosas contribuciones en fisiología experimental. También formó
parte de otras comisiones, como la denominada “Comisión de la gelatina” que determinó que con la
gelatina extraída de los huesos no se podía alimentar durante mucho tiempo a una persona y no podía
sustituir a la carne en la alimentación.
Entre abril de 1836 y abril de 1838 fueron apareciendo a razón de un volumen por curso, sus lecciones
del Collège de France. En 1842 fueron reeditadas con el título Fenómenos físicos de la vida, lo que
indica cierta rebelión frente al vitalismo de Bichat.
En 1851 y 1852 impartió todavía lecciones en el Colegio de Francia, que fueron publicadas en 1852
por Fauconneau-Dufresne. Fue su último curso y el gobirno le concedió la Legión de Honor. Un mes
más tarde España lo nombró Caballero de la Real Orden de Carlos III. Poco a poco su discípulo
Calude Bernard fue sustituyendo en todos los ámbitos a su maestro.
Ya en su época se conocía y hablaba del mal carácter que tenía Magendie. Algún científico llegó a
decir que se creía “dueño de la fisiología”; lo cierto es que en vida se creyó merecedor de premios y
distinciones. Con el paso de los años se volvió más conservador. Este hecho se hizo patente en su
obcecación de no aceptar la anestesia, lo que le llevó a rozar el ridículo. Las primeras noticias del uso
del éter en Estados Unidos y Gran Bretaña llegaron a Francia en 1847. No asistió a la sesión de la
Academia donde se informaba del tema ni escuchó los informes de Velpeau y Roux al respecto. Para él
el asunto era más propio del público amante de lo milagroso e imposible que de los científicos. Los
cirujanos comenzaron a utilizar con éxito la anestesia mientras Magendie sostenía que el dolor era
necesario para evitar que el cirujano fuera demasiado lejos; era el motor de la vida. De esta forma
transcurrieron varias sesiones de la Academia en las que se abordó el tema.
A pesar de esta actitud las contribuciones de Magendie a la fisiología, farmacología y toxicología no
admiten disputa. Entre éstas la observación permanente y renovada de la secreción de moco en la
mucosa gástrica o del goteo continuo de bilis desde el ductus choleducus, la detención de los
movimientos peristálticos del esófago tras la sección del vago; la explicación de porqué el alimento no
vuelve al esófago desde el estómago.
Estudió la alimentación parcial a base de hidratos de carbono, grasas y dextrinas. Observó la velocidad
de circulación del quilo. Seccionó muchos nervios para ver los fenómenos deficitarios a que daban
lugar. Observó el flujo pulsátil de la sangre en las arterias inmediatas al corazón y trabajó también en
las modificaciones de la tensión arterial. Éste es sólo un pequeño repertorio de sus muchas
contribuciones.
Murió de una afección cardíaca en su casa de Sannois el 7 de octubre de 1855.
José L. Fresquet, Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación (CSIC-Universidad de
Valencia), España, Agosto, 2004.
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Bibliografía
—Ackerknecht, E.H. La médecine hospitalière à Paris (1794-1848). Paris, Payol. 1986. Primera
edición: Paris at the Paris Hospital (1794-1848), Baltimore, The John Hopkins Press, 1967.
—Deloyers, L. François Magendie, précurseur de la médecine expérimentale ... Bruxelles, Presses
Universitaires, 1970.
—Gillispie, Ch. C. Dictionary of Scientific Biography, Vol 1-18. New York: Charles Scribner's Sons,
1981.
—Gutiérrez, F. Magendie, fundador de la toxicología experimental. Barcelona, Riuchard Grandio, ed.,
1976.
—Historische Kommission bei der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, ed. 1966ff . Neue
Deutsche Biographie. Berlin: Ducker & Humblot
—Leake, Chauncey D., (ed). Some Founders of Physiology. Washington D. C., 1956.
Musquin (J.L.)- Magendie et la pharmacologie expérimentale moderne.- Th. méd. Paris .1968 n° 191
—Olmsted J.M.D. François Magendie pioneer in experimental physiology and scientific medicine.
New York, Schuman's 1944.
—Schmidt, I. (1997). Biographien zur "Geschichte der Biologie". (Im Auftrag des Max-PlanckInstituts für Wissenschaftsgeschichte nach Teil V (Kurzbiographien) der "Geschichte der Biologie"
(Ilse Jahn et al., eds. 1982. Jena: Gustav Fischer Verlag) zusammengestellt und erweitert).
—Talbott (J.H.)- A biographical history of medicine: excerpts and essays on the men and their work.N.Y. , 1970. pp. 459-462.
—Zusne, L. Biographical Dictionary of Psychology. Westport, Connecticut: Greenwood Press, 1984.
Epónimos
Agujero de Magendie
Orificio que comunica el IV ventrículo con el espacio subaracnoideo.
Ley de Bell-Magendie
Las raíces anteriores de los nervios raquídeos son motoras y las posteriores son sensitivas.
Solución de Magendie
Solución de sulfato de morfina en agua para inyecciones hipodérmicas.
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Obras de Magendie
Magendie, F. Mémoire sur le vomissement. Paris, Crochard, 1813.
Magendie, F. Mémoire sur l'émétine, et sur les trois espèces d'ipecacuanha. J. gén. Méd. Chir. Phar.,
1817; 59: 223-31.
Magendie, F. Mémoire sur les le mécanisme de l'absorption chez les animaux à sang rouge et chaud. J.
Physiol. exp. path., 1821; 1: 1-17, 18-31.
Magendie, F. Formulaire pour la préparation et l'emploi de plusieurs nouveaux médicaments, tels que
la noix vomique, la morphine, etc. Paris, Méquignon-Marvis, 1822.
Magendie, F. Expériences sur les fonctions des racines des nerfs rachidiens. J. Physiol. exp. path.,
1822; 2: 276-79, 366-71.
Magendie, F. Mémoire sur un liquide qui se trouve dans le crane et le canal vertébra de l'homme et des
animaux mammifères. J. Physiol. exp. path., 1825; 5: 27-37; 1827; 7: 1-19, 66-82.
Magendie, F. Leçons sur les phénomènes physiques de la vie. 4 vols. Paris, J.B. Baillière, 1836-38.
Magenie, F. Recherches physiologiques et cliniques sur le liquide céphalo-rachidien ou cérébro-spinal.
1 vol. + Atlas. Paris, Méquignon-Marvis, 1842.
Fuente:
http://www.historiadelamedicina.org/magendie.html
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