SUMARIO: Calarnar.-EI Cartagena.-EI Dique.-San Estanislao.-Cabalgata Tyne.-l\fary carnavalesca .. Sycolly.-Colón. Después de tres días de navegación en el Antioquia, saltamos a tierra en Calamar el 25 de julio a las siete de la mañana. Calamar está ventajosamente situado sobre el Magdalena, y tiene a su izquierda el canal del Dique. Encontramos en ese pueblo una franca hospitalidad, abundancia de víveres y una mesa bien ser-· vida. Antes de salir de Bogotá, estábamos en la persuasión de que después de tanto tiempo como hace que se navega en el Magdalena, y después de los ensayos que han sido hechos, y del dinero que se ha gastado, el viaje por él sería de lo más cómodo y seguro; pero no es así. Pocos son los vapores que pueden subir hasta la playa de Honda (por lo cumún hay que venidos a buscar a Conejo, lo que ocasiona demoras, gastos y molestias de todo género). En Calamar, si se prefiere la vía de Cartagena, hay que emprender la bajada del Dique hasta San Estanislao o el Arenal, y de ahí hay que seguir, a bestia, hasta la capital del Estado de Bolívar. Si no se prefiere la vía de Cartagena sino la de Santa Marta, entonces puede continuarse el viaje en vapor hasta Barranquilla, desde donde, atravesando las ciénagas, y por caños angostos y cubiertos de plantas acuáticas y de caimanes, se va hasta la capital del EI'I'OI);OS [)¡.: L!,'\ VIAjF Estado del Magdalena. Hoy, por fortuna, se halla establecido un vaporcito, el Gaira, que hace este viaje lo mejor posible. U na de las cosas que llamaron nuestra atención en el Magdalena, fue la enorme cantidad de leña que consumen los vaporcs: doscientos pesos al día cada uno, por lo menos, segün los informes que se nos dieron. La operación de coger la leña es bastante molesta y dilatada, y hay que repetirla hasta tres veces cada veinticuatro horas. En cambio, los pueblos de las orillas se aprovechan de esta circunstancia para hacer algün comercio, y para limpiar un tanto las márgenes del río. La unidad de medida de la leña no es el metro cúbico, sino el burm, medida arbitraria. El burro cs también por acá la unidad de mcdida del agua. Al rato de estar en Calamar, se nos presentó un se· ñor y nos ofreció bcstias a flcte, a ocho pesos, para ir <le ahí hasta Cartagena, pero se nos dijo que el viaje por la sabana era muy largo y fatigante; que era mejor hacerlo mitad por agua y mitad por tierra, y así lo resolvimos, en desquite de nuestros pecados. Un oficioso caballero se encargó de todo, y se comprometió a tenernos las bestias ensilladas en el puerto de San Estanislao, a fin de que pudiésemos seguir camino en el momento que llegásemos. Mas, como no hubo una embarcación bastante capaz para llevarnos a todos, hubi· mas de organizar una escuadrilla compuesta de cinco canoas, la cual estuvo lista para las cinco de la tarde, y zarpó dc Calamar sin ceremonia alguna, después de un rápido aguacero. Como se nos había asegurado que haríamos nuestro viaje en cuatro horas a lo más, no llevamos con nosotros sino algunas botellas de ron y de aguardiente, tan indispensable por aquí como los .guantes en una sala de buen tono. FELIPE PÉREZ 45· Tocónos a mi compañero y a mí la más pequeña de las canoas, por ser los menores en número y por lo reducido de nuestro equipaje; mas no por esto nos cupo una suerte mejor. Gobernaban la piragüita tres bogas, los cuales, a pocas vueltas no más, rompieron los remos, y nos dejaron comprender, por su conversación, que hadan el viaje para aprender el oficio ... El Dique, limpio y estrecho al principio, se ensanchó luego, ostentando una superficie sembrada de troncos, más terribles que sirtes, y decorada en sus bordes por árboles enormes y esqueletados, que el pavor y las sombras nos hacían tomar por Beareos y Goliats amenazantes en el silencio del desierto. Púsose el sol sin que la luna ni las estrellas le sucediesen en ningún punto del cielo; calmóse la brisa; cintas de fuego que corrían con la rapidez del rayo cruzaban el espacio, y ruidos sordos y lejanos, como los gritos de un volcán que se queja, levantáronse en torno de nosotros y trajeron la consternación a nuestras almas, hasta el punto de no volverse a oír una voz, antes todas tan alegres, ni a oírse una risa. Era que la tempestad, semejante a un anillo de caucho que se encogiese más y más cada vez, cerraba su limbo con todo el empuje de los elementos encontrados. Bandadas de a tres o cuatro mil pájaros chillones pasaban sobre nuestras cabezas, como el torbellino de hojas secas de un bosque, y centenares de luciémagas, flotando en las aguas o esmaltando los bosques contiguos, daban no sé qué de infernal a aquella escena de sombras, en que nadie sabía dónde estaba, para dónde iba, ni qué sería de él dentro de algunos instantes. Los. bogas maldecían y gritaban como lo hacen los niños, cuando están solos, para vencer el miedo. De cuando en cuando, un sacudimiento violentísi- EPISOllfOS DE IL, VIAJE mo y unos cuantos cántaros de agua que se entraban en la canoa y nos mojaban hasta la corona, nos hacían saber que aquélla había tropezado con un tronco, y que quizá partida en dos, iba a abrirse para darnos una sepultura húmeda y fangosa en el seno de aquel único canal colombiano, objeto de tanta disputa y tumba de tanto dinero. El ron y el aguardiente se habían acabado porque los bogas habían bebido de lo bueno, y con igual deleite a aquel con que los dioses beben su néctar ... La tempestad, que camina siempre cabalgada en el huradn, nos dio alcance en muy pocos minutos, sirviéndonos de guía sus rayos repetidos. La escuadrilla, dispersada hasta entonces, se concentró un poco más, como por instinto, y atracando unas canoas contra otras, pudimos encender algunos cigarros y marchar al través de la oscuridad y de la lluvia. Es innegable que estábamos corriendo un serio peligro en medio de aquella oscuridad y de aquella borrasca, y entregados a aquellos bárbaros de las aguas; pero no por eso decayó nuestro ánimo. La reunión de la escuadrilla produjo buen humor, y pronto empezaron 1:1sagudezas. las chanzas, los cuentos y los cantos .. , Solamente las señoras y los niños parecían dormir ... ¡Acaso oraban desde el altar de sus almas! Los zancudos, acompañándonos en cohorte innúmera, se cebaban cruelmente en nu~stros cuerpos fatigados. ¡Oh! ¡qué placer!, ¡qué encanto!, ¡dejar las dulzuras del hogar, la paz y los cuidados de la familia; dejar el cielo de BOgotéí con su inmensidad y sus colores, Sil sol, sus aires de rosa; dejar los amigos y los deudos, y entregarse, así, a la oscuridad y a la borrasca, desafiando mil peligros sin gloria y sin provecho, y desalarse FELIPE PÉREZ 47 por llegar adonde nadie lo espera a uno, y donde su talento, su virtud, su ciencia (si es que se tiene algo de eso), no vale nada, y sólo se le estima por el dinero que lleve consigo! ¡Oh! los viajes debíamos dejárselos a los mercaderes ... esos argonautas de todos los tiempos, encargados por su voluntad de satisfacer todos nuestros caprichos, y de reunir, en ese punto minúsculo de la tierra llamado almacén, los tapices de Persia, las porcelanas del Japón, los encajes de Inglaterra, el café de Arabia y las bujerías de la China. Pero viajar 105 demás; viajar los que no son comerciantes, poniendo a prueba su salud, su sino a cada momento, es cuestión que merece pensarse, no ya "como el más triste de todos los placeres", sino como el más extravagante de 10:0 caprichos. Quizá no sea lo mismo en el Viejo Mundo. Allá los viajes, como lo tenemos entendido, serán una continuación y una duplicación del progreso y de la felicidad .. , Mas en la América meridional ... por nuestros caminos, en nuestros vehículos, con nuestros climas apartando zancudos a diestra y siniestra, recibiendo fuego derretido en lugar de sol, devorados por la sed y comidos por el hambre y la mugre ... desafiando aquí la fiebre y allí la viruela, viendo lástimas. y lamentando por dondequiera, en la soledad, las fuerzas perdidas de la naturaleza, ésa es otra cosal ¿Por qué no se navega el Magdalena directamente desde Honda hasta el mar? ¿Por qué en lugar de Di,que no hay un ferrocarril, un camino de ruedas siquiera, de Calamar a Cartagena; y un camino para mulas, por lo menos, de Bogotá a Honda? Esto cambiaría el aspecto de la cuestión. Podríase entonces venir de la Plaza de Bolívar al Atlántico en cinco o seis días, y el problema de nuestra vida social quedaría resuelto. y luego nos burlamos de nuestros abuelos porque -48 EPISODIOS DE UN VIAJE ahora veinte años, cuando emprendían un. viaje a Jamaica, hacían testamento y traían consigo la mortaja con que los debían enterrar. De quienes debíamos. burlarnos era de nosotros mismos, por no hacer eso mismo hoy ... Por lo menos el que se embarque en el Dique de noche, en piragua, con tempestad y con bogas novicios, debiera embarcarse amortajado, por respeto a los caimanes, dignas náyades de tal fuente. Mi compañero de viaje, que entre otras muchas habilidades tiene la de ser ventrílocuo, además de imitar muy bien el latido del perro, el canto del gallo y el chillido de otros animales, hacía llorar a un chiquillo en las ocasiones más solemnes del viaje. La situación en que nos encontrábamos en el Dique requería algo de eso, y el recién nacido nos saludó de repente con sus gemidos. Todos nos reímos, a pesar de nuestro infortunio; pero los bogas se sorprendieron sobremanera, y uno de ellos exclamó: -¡le! ¿tenemos maroma? .. Por casualidad, la tempestad duró poco, pero nos dejó mojados hasta los huesos y con las canoas anegadas. A la zaga de la tempestad vino la luna, luna pálida y sumergida entre nubes oscuras. Por fin, a la una de la mañana llegamos al puerto, tan deseado, de San Estanislao, que es una playa arenosa y habitada de mosquitos sanguinarios. No obstante haber tratado a los bogas como a hermanos, y de haberles dado de todas las provisiones que llevábamos, hasta nuestro último tabaco, todo fue llegar a la playa, botamos en ella. sin piedad ninguna, y exigirnos el pago del viaje. -¡Pero, hombres!, ¿qué vamos a hacer aquí, a oscuras y mojados como estamos? Vamos al pueblo, y allí arreglaremos todo. FELIPE PÉREZ 49 -¿Al pueblo? ¡Jel ¿qué tenemos nosotros que hacer en el pueblo? -¿Qué haremos entonces? -Los brancos sabrán. -¿Queda muy lejos el pueblo? -Sí queda. -¿ y dónde estarán las bestias ofrecidas? -¡Quién sabe! -¿Y qué vamos a hacer ahora con nuestros equipa. jes mojados y tirados aquí en la playa? -Si nos pagan, los llevaremos al pueblo. -¿Y qué vale llevar cada bulto? -Un peso. -¡Ese es un robo! -Pues entonces déjenlos ahí. Los zancudos apuraban: fue preciso, pues, convenir en todo. Estábamos a merced de aquellos beduinos de las aguas, y no había objeción posible. Nos resignamos. l\ledia hora después estábamos en el pueblo, donde nos alcanzó el buen señor que nos había ofrecido tenernos las bestias listas para seguir viaje en el acto. La caravana, más transida o asendereada que nunca, llegó y se echó por el suelo, sin atender a nada ni ·a nadie: el sueño y el cansancio eran supremos. Para volver por completo a la vida, era indispensable dormir un rato siquiera. Diéronnos después chocolate, gracias a la oficiosidad de alguna de las señoras que nos acompañaban, y entramos en arreglos con el buen varón que nos había inducido a preferir aquella vía, y que se había comprometido a facilitárnoslo todo. Este, empero, estaba tan trasnochado como nosotros, y había andado menos aprisa. El trato se había hecho redondo por todo. Sin em-3 EPISODIOS DE U:•• VIAJE bargo, él creyó de su deber introducir algunas ligeras modificaciones, que no fueron por cierto en nuestro provecho. Sentóse con una pluma en la mano, y escribió en una vuelta de carta, como Pilatos en su pretorio: "Por una bestia de silla, $ 8. Por un burro de carga, S 4· Por un arriero, $ 3. Por el alquiler de una montura, .$ 2. Comisión por cabeza, cuatro reales. Total, $ 16-14 reales. Eramos veinte: a todos, poco más o menos, la misma historia. Tenía aquella casa cierto aspecto de cueva y olía a Rolando por todas partes. Unos veinticinco rostros patibularios que se asomaban por los resquicios, eran para meterle miedo a cualquiera. Nuestro corredor de viajeros tenía botas altas, hoja realera al cinto, mostachos enormes, y facciones de ángulos salientes y entrantes. Las gentes del pueblo, en su totalidad, estaban dormidas, y algunas vacas rumiaban echadas en las calles. Llegó por fin la hora de los pagos, y nuestro buen amigo se resistió a recibir oro, quizá por no correr la suerte de Midas, el buen rey. -Pero, señor, ¡si no tenemos plata! -No me conviene el oro. -Le abonaremos a usted el descuento que quiera. -No puedo. -¿Qué haremos entonces? -Yo no sé. -¿Quiere usted mandar una persona a Cartagena con nosotros para pagarle allá? El gasto será de cuenta nuéstra. -No sé ... llámenme al Alcalde. Media hora de espera. Luego una voz: -El Alcalde está durmiendo. FELIPE Pf:REZ -Señor, resuelva usted cualquier cosa: considere que no podemos permanecer aquí. Silencio sepulcral. El hombre dio alguna vueltas y al fin se resolvió a admitirnos el oro. ¡Qué lucha aquélla! La aurora apareció, y alumbrados por ella trepamos nosotros en nuestras cabalgaduras, después de cinco horas de martirio. Nada tan risible como el aspecto de la caravana. Ya no era la flotilla de piraguas, flotando como troncos a merced del viento y sin otra luz que la del rayo. Aho· ra, era la cabalgata, larga como una cabalgata regia, y original como temo no volverla a ver en mi vida. Unos iban montados en yeguas, y otros en burros de pausado andar. Ninguna bestia tenía freno, y las sillas, antes que sillas, eran cueros tiesos, capaces de poner a prueba la gentil apostura del mismo Don Quijote de la Mancha. Una partida de italianos, de esos turistas que componen olletas y candeleros, habría estado me· jor aviada que nosotros. ¡Qué de tristes figuras!, ¡qué de figuras ridículas! Pero, en fin, andábamos hacia adelante, y andar en un viaje es ser uno feliz. Caminamos por una sabana cubierta de bosque, y por ende al sombrío, hasta Villanueva, donde nos detuvimos dos horas y almorzamos. El agua potable que encontramos allí era verde y amarilla. .. por lo que pudimos optar indistintamente. Nuestros baúles iban en burros, que en lugar de enjalmas tenían sillones de palo y paja. ¡Es increíble la fuerza de aquellos sufridos animalesl Además de las diez arrobas que pesaban nuestros baúles, llevaban un mulato agigantado, el oficio constante del cual era rascar el anca de su vehículo con una uña larga de made- EPISODIOS DE UN VIAJE ra (llamada garabato), hasta hacerle chorrear la sangre y formarle una llaga enorme. Esto no obsta para que el asno cartagenero rinda al día una jornada de diez o doce leguasl Cerca de las siete de la noche llegamos a Cartagena, ciudad hermosa y de primer orden en la República (si las hay), donde todo es raro para el que viene del in· terior: casas, gentes, costumbres, trajes, acento, etc. Sus calles son angostas y rectas, y todas sus casas son de sillería. El calor es bastante fuerte, pero está sombreada por lindos cocoteros. Recibimos en ella las finas atenciones de varias personas distinguidas, vimos lindas mujeres, probamos vinos delicados, y paseamos por las murallas, obra magnífica del Gobierno español, que costó cerca de sesenta millones de pesos fuertes, y que contó algún día 27 baluartes y 230 piezas de artillería de grueso calibre. Hoy todo eso está abandonado, y los cañones con que fue defendida la libertad, yacen comidos por el orín sobre los guijarros calcinados, o sirven de tranca marcial en las esquinas de las calles. Con sesenta millones se cruzaría hoy de ferrocarriles todo el territorio de Colombia. ¡Esos son los tiempos! Sin el mucho calor que se siente hasta en la noche misma, por la construcción de las casas, Cartagena sería una agradable residencia. Su estado de ruina es más exagerado que real. Hay entre nosotros los colombianos la mala costumbre de importunar a los viajeros con encomiendas de todo género, y con las muchas cartas que se les dan, como si no hubiera correos establecidos, baratos, y que hacen el servicio mucho mejor de lo que puede hacerlo un pobre peregrino. FELIPE PÉkEZ Por lo que hace a las cartas, he aquí el aviso que vimos fijado en el Consulado británico de Cartagena: "Toda persona que viaje por vapores de la Mala Real inglesa, tendrá que prestar una declaración de que ni en su persona ni en su equipaje lleva correspondencia. Cualquiera persona que se encuentre violando este reglamento, sufrirá consecuencias muy serias, y será puesta en tierra." El fP de julio por la tarde nos embarcamos en el va· por inglés Tyne, hermoso buque de construcción muy sólida, y dijimos adiós a Cartagena, donde habíamos tenido una mansión agradable aunque corta. En Cartagena nos hablaron mucho de la bondad del capitán del Tyne, y así lo creímos al ver su fisonomía más colombiana que inglesa, y sus maneras dulces; pero todo no fue sino una pasajera ilusión. El buen señor no se dignó dirigir la palabra a ninguno de nosotros durante el viaje, no gastó ninguna atención con las señoras, no presidió jamás la mesa, y no se ocupó de otra cosa que de cambiar de traje cada media hora, mostrándose unas veces descalzo y en paños menores sobre cubierta, otras vestido de paño azul y con un pesado sombrero de arandelones, forrado de género blan· ca, y otras con un levitón enorme de lana, abrochado hasta el cuello. El buen señor no hablaba una palabra de español, como tampoco la tripulación, por tenerlo a menos, no obstante el estar al servicio de unos países en donde no se habla otro idioma que el dulce y her· maso de Castilla. Respecto del oro de los indios ameri· canos, parece que reinan opiniones de otro orden. Habiendo algunos pasajeros pedido permiso al capitán para que unas señoras tocasen guitarra y bando· la, a fin de divertir a otras señoras de Cartagena que 54 EPISODIOS DE UN VIAJE se encontraban ocasionalmente a bordo, contestó que no podía permitirlo, por ser domingo ese día. Confieso francamente que, lejos de disgustarme esta respuesta, me agradó, pues ella revelaba la firmeza del carácter inglés en asuntos de religión. Nosotros, católicos, habríamos convenido en eso y en más, prescindiendo de nuestras creencias y de las ceremonias de nuestro culto: el inglés, severo creyente antes que simple ostentador, nos dio de paso una buena lección. En fin, para que se juzgue de la bondad de este jefe de los mares, referiré lo siguiente: habiendo llegado a Colón el 2 de agosto cerca del anochecer, después de un día de continua lluvia, y en atención a lo que habían sufrido con el mareo las señoras y alguno de nuestros amigos, suplicamos al capitán del Tyne que nos dejara pasar la noche a bordo, donde no se nos haría otro servicio que darnos camas para dormir, o mejor dicho, para acostarnos, por no ser posible dormir en aquellas hornillas angostas, oscuras y cálidas que se llaman camarotes) especie de tumbas sin inscripción, de esos mausoleos flotantes que nombramos naves. Al hacer respetuosamente nuestra súplica, hicimos presente, también, que al venir el día saltaríamos a tierra. El Tyne debía estar fondeado en Colón cuatro días, y además de eso estaba casi desocupado. Pues bien, el amable señor dijo rotundamente: ¡no! El señor Contador nos dio también algunos dolores de cabeza, pues tenía, para cobrar los pasajes, una unidad monetaria de su propia invención, y no recibía las monedas extranjeras sino por el precio que le convenía. Descontó pues el oro colombiano a su antojo, lo mismo el americano (tan acreditado en el comercio FELIPE PiREZ 55 universal), y hasta ¡quién lo hubiera pensado! las dichosas libras esterlinas o guineas de su paísl ... Nuestra navegación hasta Colón fue feliz, excepto en lo que tuvo relación con la estrechez relativa del buque, y el mal olor de los aceites en descomposición, de la hulla y de los miasmas que despedían las reses en pie que se llevaban para el abasto de los pasajeros, tales como corderos, aves, cerdos, etc. La mesa nos pareció en lo general, buena y abundante, aunque extraña un tanto a nuestro paladar y a nuestros usos. Allí no había otra ocupación que la de comer. Té o café a las seis, almuerzo a las nueve, lunch a las doce, comida a las cuatro, y té o café a las siete. Y es la verdad que no faltaban entre los pasajeros quienes hiciesen el debido honor a la mesa, sin ser embajadores españoles. Mi compañero, tratando de disculpar aunque maliciosamente a estas gentes, decía que en su concepto tenían razón de comer, y de comer siempre, porque donde se sacaba y no se echaba, de acabarse tenía. Bien se comprende que aludía a la enfermedad del mareo. A bordo del Tyne encontramos una notabilidad sumamente respetada. Me refiero a una mujer, antigua vivandera del ejército de la Crimea, que había prestaJo importantes servicios a los heridos y a los enfermos en aquella guerra. Decoraban su pecho varias cruces de honor, y tenía en las orejas, en el cuello y en los dedos más perendengues de oro y de plata que la esposa de un cacique; empero, lo que llamó principalmente nuestra atención fue una sortija de trabajo brusco pero exornada de siete lindos brillantes, la cual, decía ella, era un regalo del almirante N elson a su marido. Llámase esta mujer Mary Sycolly, y es fea como un simio viejo y enorme. A consecuencia de sus servicios, la señora Mary tie- i· EPISODIOS DE UN VIAJE ne derecho a viajar gratis en todos los buques ingleses y franceses del mundo, a bordo de los cuales se la respeta y se la sirve con todo el interés que despierta en el Viejo Mundo cualquiera clase de mérito. La señora M:ary tiene una cicatriz en una mano, causada por un mordisco que dice le dio un príncipe ruso en un acceso de furia; príncipe que ella recogió herido en el campo de batalla. Esta dentellada real le valió después una condecoración y gran cantidad de rublos; prueba de que los mordiscos de los grandes son también grandes. El trato de esta mujer original y sin cultura de ninguna especie, es bastante agradable, y aunque se da la importancia de una notabilidad europea, la sonrisa y la jovialidad juegan constantemente sobre su rostro. Es natural de Jamaica y ha viajado mucho. Como el capitán del Tyne nos negó la hospitalidad por una noche a bordo de su buque, saltamos a tierra y tratamos de alojarnos lo mejor posible. Ya en la posada, pedimos que se nos sirviese té, café o chocolate; pero nuestra posadera, que era una extranjera que había residido en otro tiempo en Bogotá, nos dijo que aquello no era posible en Colón después de las seis de la tarde, porque los criados se retiraban temprano a sus casa$; que el servicio doméstico era allí malo y caro por lo general, pues una criada cualquiera ganaba $ 20 al mes, y $ 40 una cocinera. Resolvimos, por tanto, distraer el hambre hablando con la señora, de la capital de Colombia. Colón es un pueblo que no se parece en nada al resto de los pueblos de la República. Aquí, todo es yanqui. Se habla en él más inglés que castellano; hay muchos cafés y algunos almacenes; y como una muestra avanzada del mundo que íbamos a recorrer, encontramos en él el primer telégrafo y el primer ferrocarril de FELIPE Pt:REZ 57 los muchOi que debíamos ver luego. Lástima es que el cielo de este país sea siempre triste y brumoso, y que la selva húmeda arranque desde el envés de las casas. La lluvia es constante, y el suelo malsano; y como lo'> edificios son de madera, los incendios suelen hacer estragos. Sin estos inconvenientes, Colón sería una ciudad de muchas esperanzas. En su puerto hay siempre fondeados cuatro o seis vapores, procedentes de las Antillas, de Europa, de Venezuela o de los Estados Unidos del Norte. El telégrafo y el ferrocarril que atraviesan el Istmo, lo ponen en contacto con Panamá, y por lo mismo con California, con las repúblicas latinas del Pacífico, con la Australia y la China. Desde Colón se puede ir a todas partes, pues es, por decirlo así, el centro del mundo. Felices nosotros si logramos, con el concurso extranjero, levantar algún día en él la gran ciudad del orbe, lugar de cita de todos los pueblos del oriente y del occidente, del norte y del sur! El aspecto de Colón es bastante bello, por la regularidad y gracia de sus casas, por los cocoteros que las decoran, por el movimiento de los trabajadores, la afluencia de pasajeros, los buques al ancla, que se mecen como otras tantas cunas de gigantes, pendientes de cadenas ciclópeas, y por la vitalidad y el progreso que manifiesta. Antes de mucho tiempo, Colón llegará a ser algo parecido a Tiro o a Cartago, ciudad fundada por Elisa. Encontramos en Colón una señorita chilena, huérfana, que volvía a su patria. Quiso que le dejase un recuerdo en su álbum de viaje, y le escribí las líneas que siguen: EPISODIOS DE UN VIAJE A SILVIA, QUE REGRESA A SU PAís. Ave que bUiicas tu nido tendida el ala dorada por cima la onda salada que revuelve el huracán; vuela, sí, vuela a tus bosques de perfumes y de flores, do es el césped de colores y las aguas de cristal. Vuela, y eleva en la noche ron tu canto tu plegaria, sobre la urna cineraria de los seres de tu amor: esos que en mejores días, ave huérfana y doliente, posaron sobre tu frente sus ósculos de pasión; Esos que en el alto cielo gozan ya de eterna gloria, y que son de tu memoria el ensueño angelical; esos por cuya existencia diera.s tú vida y encanto, pero no lo qne hay de santo en tu seno virginal. Vuela, sí, vuela a tu nido, ave extranjera y hermosa, como el aura misteriosa vuela en bnsca del vcrjel; vuela hacia tu hogar querido, allá entre los altos montes, pues los patrios hGrizontes son los cielos del Edén! FELIPE PÉREZ Vuela. y el céfiro amante empuje tu ala afanosa; vuela, y su lumbre radiosa te preste el sol al volar I y en la noche oscura y fria, tu sendero de fortuna alumbre dulce la luna en su dulce rlelarl Doquiera el canto sonoro de los bardos a tu oído Llegue en son desconocido de esperanzas y de fe; doquiera brote el follaje flores a tu vista, el cielo borde en púrpuras su velo, y pise rosas tu pie; y tras la dicha en la tierra, de la patria en el regazo gozada y en santo lazo. vuelve al cielo, angel de amor; y en oriente perdurable. de arcángeles en el coro, ••Iza tu acento sonoro en alabanza de Diosl