Todas las especies animales necesitan percibir información del

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Todas las especies animales necesitan percibir información del medio en
que viven, para poder desarrollar sus funciones vitales de acuerdo con
aquel. Esta percepción del medio ambiente se realiza gracias a los
sentidos, que en los animales superiores son cinco: la vista, el oído, el
olfato, el gusto y el tacto.
Pero como cada especie desarrolla su vida con usos y costumbres
diferentes, resulta que la sensibilidad de los órganos o preceptores
sensoriales de cada una es también distinta. Así, podemos contemplar
que las águilas poseen una potente capacidad de visión, pudiendo
distinguir con claridad pequeñas presas en el suelo desde grandes
alturas, lo cual es muy conveniente para su régimen de vida e incluso
pueden mirar directamente al sol sin deslumbrarse, cosa que a los
humanos nos resulta imposible. Por el contrario, el olfato de las águilas es
muy indiferente, ya que en realidad no lo necesitan para desarrollar sus
funciones vitales.
Los caracoles, las moscas y las serpientes carecen de sistema auditivo
por no serles necesario para vivir, dado su régimen de vida.
Las abejas distinguen perfectamente los distintos colores, con lo cual
pueden buscar las flores que les proporcionan su alimento e incluso ven
las radiaciones ultravioleta, que no son visibles para el hombre. Ciertos
peces detectan señales eléctricas con cierta precisión, pero los
animales superiores no tienen esta capacidad.
Así, podríamos ir recorriendo las múltiples especies del reino animal y
encontraríamos en todas ellas particularidades sensoriales peculiares de
cada una, que son diferentes de las de otras especies. Pero en todas
ellas, el modo de sentir o de percibir el medio ambiente que les rodea,
es el más apropiado a sus usos y costumbres, es decir, el más adecuado
a su plan de vida.
El caballo no es una excepción y también tiene sus particularidades
sensoriales que, como es natural, están, perfectamente adecuadas a su
régimen de vida y por tanto, su modo de percibir el mundo en que vive
es distinto de el de las demás especies animales y del hombre. Todas
esas particularidades sensoriales, propias y exclusivas del caballo, son,
sin duda, las más adecuadas al desarrollo de su plan de vida natural, es
decir, su sistema sensorial es el más apropiado para cumplir el papel
que la naturaleza le asignó en el concierto ecológico de nuestro
mundo.
Con objeto de comprobar esta adecuación del sistema sensorial del
caballo a su vida natural, señalaremos brevemente algunas
particularidades de su vida natural.
En primer lugar, el caballo desarrolla su vida en parajes de amplios
horizontes, como las sabanas o las estepas, aunque su gran poder de
adaptación le ha permitido extenderse a otras zonas como la montaña,
el bosque o el desierto, alcanzando prácticamente los últimos rincones
de la tierra por inhóspitos que sean. No obstante lo cual, su lugar más
adecuado es el de las planicies sin grandes relieves, con abundante
pasto, sin bosques tupidos, como lo demuestra su remoto origen en el
período eoceno del final de la era terciaria, en la estepa americana,
hace unos 60 millones de años. El hombre apareció sobre el planeta
muchos milenios después, en la era cuaternaria.
En cuanto a su régimen nutritivo, el caballo es un animal herbívoro de
alimentación continua. Incluso en la actualidad, cuando se halla en
libertad, nuestro animal emplea de 12 a 16 horas diarias en comer, lo
cual quiere decir que entre la mitad y las dos terceras partes de su
tiempo las emplea en alimentarse. Su estómago es realmente
pequeño, con unos 15 litros de capacidad y, aunque es un órgano que
trabaja activamente, su escaso tamaño exige no comer mucho de una
sola vez, sino de forma espaciada en el tiempo y a ritmo lento aunque
casi continuo. Por esta razón sin duda, el caballo carece de vesícula
biliar, ya que no necesita almacenar la bilis para verterla en el intestino
en el momento de la digestión, puesto que ésta se realiza de un modo
casi constante, con muy pocas y cortas interrupciones.
Otra de las particularidades consuetudinarias de nuestro noble bruto es
su carácter sociable. En estado libre natural, el caballo se asocia en
pequeñas manadas o grupos de individuos, que viven en régimen
patriarcal, dirigidos por un semental, existiendo entre todos sus
elementos un ceremonial muy completo de comunicación, que
convierte al grupo en una unidad de conducta, con una actuación
común conjunta y armónica.
Como veremos más adelante, todo el sistema sensorial del caballo le
proporciona a este una predisposición muy acusada para percibir el
peligro, que principalmente en los primeros tiempos estaba
representado de una parte por sus perseguidores natos, como los
carnívoros y el hombre y de otra por los fenómenos telúricos, como los
incendios de los pastos, las tormentas, los rayos, etc. Así pues, los
órganos sensoriales del caballo están adecuadamente dispuestos para
poder detectar, del modo más precoz, la aparición de algunos de estos
peligros, lo cual hace que, tanto el individuo como la manada a que
pertenece, se mantengan en vigilia permanente para poder dar la
alarma en cuanto algún peligro aparece, poniendo en situación de
defensa a todo el conjunto.
Pero, ¿cuál es el sistema de defensa del caballo? Nuestro buen amigo
no posee garras potentes, dientes agudos o cuernos afilados para
repeler violentamente la agresión de sus depredadores. Tampoco
puede guarnecerse en madrigueras o albergues como hacen otros
animales. Su única defensa ante sus numerosos enemigos vivos o ante
los peligros de la naturaleza, es la huida. Pero no se piense por ello que
el caballo es un animal medroso. La huida en este animal es tan
consciente y ordenada como cualquier otro medio de defensa que
suponga el enfrentamiento al adversario. La huida en el caballo, una
vez adquirida la conciencia real del peligro por la manada, obedece a
unas ordenadas normas de conducta, a una comunicación eficaz entre
los distintos individuos, está dirigida por un jefe y rara vez ocasiona la
dispersión del grupo. Esto no quiere decir que en casos excepcionales
no puedan producirse fenómenos de terror pánico, cuando el peligro
aparezca súbitamente con caracteres extraordinarios.
Por estas razones, el caballo está especialmente dotado para la
locomoción y así lo demuestra la evolución de su organismo desde los
primeros tiempos.
Si contemplamos el proceso experimentado por los antecesores del
caballo, desde el EOHIPPUS en la serie americana, o desde el
HYRACOTERIUM al HIPARIÓN en la serie europea, advertimos las mismas
tendencias perfeccionistas del aparato locomotor: el número de dedos
va disminuyendo desde los cinco anteriores y cuatro posteriores del
EOHIPPUS hasta quedar reducidos a uno por extremidad en el HIPARIÓN
o el PLIOHIPPUS, manteniéndose esta característica en los antecesores
inmediatos de las formas actuales, como el PRZEWALSKY y el TARPAN. En
estas formas evolucionadas el contacto con el suelo está por tanto,
reducido al mínimo y así el roce es considerablemente menor,
elevándose consecuentemente el rendimiento locomotor.
Paralelamente a esta transformación, los miembros se van alargando,
adquiriendo el cuerpo mayor alzada con el tronco más lejos de tierra.
La musculatura de las partes inferiores de aquellos va desapareciendo,
incrementándose en volumen y potencia los músculos de sus partes
superiores, sobre todo los de la grupa y muslo, principales responsables
de la impulsión. La clavícula desaparece, permitiendo mayor libertad
de movimientos hacia delante y hacia atrás de la articulación
escapulo-humeral y la basculación del hueso escápula con mayor
amplitud. Los movimientos de las extremidades se ven como
consecuencia, ampliados notablemente en flexión y extensión, mientras
se reducen los de abducción, rotación y circunducción, anulándose los
de pronación y supinación. Todo ello dará lugar a un tranco muy
ampliado, con miembros que avanzan con gran longitud de paso,
moviéndose casi exclusivamente en planos paralelos al plano de
simetría del cuerpo.
Estas características convirtieron al caballo evolucionado en uno de los
animales de carrera más veloz de la creación, pudiendo alcanzar en la
actualidad velocidades de 66 kms/hora, mantenidas en distancias no
muy largas, cuando los bóvidos no pasan los 40kms/hora, en las mismas
condiciones. Indudablemente existen animales más veloces que el
caballo, como el guepardo que puede alcanzar los 100 kms/hora, o
como los antílopes que llegan a los 80 kms/hora, pero todos ellos tienen
menor tamaño y corpulencia, pudiendo asegurarse que no existe
ningún animal sobre la tierra que, teniendo la alzada del caballo, sea
tan rápido como él en la carrera.
Resumiendo lo expuesto hasta aquí, podríamos decir en cuanto a su
régimen de vida, que el caballo es una animal herbívoro estricto, de
alimentación continua, que emplea más de la mitad de su tiempo
diario en la ingestión de comida. Que tiene carácter sociable, viviendo
agrupado en pequeñas manadas no muy numerosas. Que
constantemente se encuentra en estado de alerta para poder detectar
los peligros que le acechan y que cuando se presentan, se defiende de
ellos mediante la huida rápida y ordenada.
En la remota antigüedad, hace unos 6.000 años, en el período Neolítico
y probablemente en las inmediaciones del Mar Caspio, se produjo un
hecho trascendental para la historia de la civilización humana, que
algún historiador ha definido como “la gran conquista del hombre” : la
domesticación del caballo. A partir de ese acontecimiento, el destino
del caballo queda definitivamente unido al del hombre y su actuación
conjunta será protagonista en la sucesión de los hechos históricos hasta
nuestros días.
Así, los numerosos pueblos jinetes que han existido en el devenir de la
historia, se han preocupado en primer lugar de cometer al caballo a su
servidumbre, después de curarlo, de mantener su salud y en definitiva,
de mejorar su rendimiento en el trabajo, en la guerra o en el deporte.
Para conseguir estos fines con la mayor eficacia, es preciso conocer el
comportamiento del caballo en cualquier actividad, es decir, su modo
de reaccionar ante cualquier situación o modificación del ambiente en
que vive. El conjunto de este tipo de reacciones en los animales es lo
que denominamos conducta. En el caballo, como en el hombre y los
animales superiores, la conducta individual no es la más que la
interpretación de sus sensaciones.
Pero, ¿qué es la sensación? Podría definirse como la impresión que las
cosas producen en el individuo receptor, a través de los sentidos. Se
trata por lo tanto, de una acción sensitiva de la que es consciente el
individuo que la experimenta, y puesto que en el hombre y los animales
superiores existen cinco sentidos diferentes, las sensaciones pueden ser
en ellos de distinta naturaleza: visuales, olfativas, auditivas, gustativas o
táctiles.
No obstante, para que una sensación se produzca ha de tener lugar
una serie de fenómenos previos, que son iguales para todas las
sensaciones cualquiera que sea su naturaleza y que analizaremos
brevemente.
En primer lugar la variación del medio ambiente producirá un estímulo
sensitivo, que puede ser visual, auditivo, etc. Este estímulo será recibido
por el órgano sensorial adecuado: el ojo para los estímulos visuales, el
oído para los auditivos, etc. Inmediatamente y como consecuencia de
este estímulo, en el órgano sensorial correspondiente, surge un impulso
nervioso, que a continuación será transmitido por una cadena neuronal,
o nervio sensitivo, al área sicosensorial, que es la corteza cerebral, en
donde se elabora por fin la sensación y el individuo se da cuenta en ese
momento y no antes, de lo que ocurre en su mundo exterior.
Para que este individuo sea consciente de aquella modificación del
medio que finalmente dio lugar a la sensación, es imprescindible que
haya una perfecta integridad anatómica y funcional en el órgano
sensorial receptor, en el nervio sensitivo transmisor y en la corteza
cerebral. Si alguno de estos elementos está lesionado en su estructura
anatómica por cualquier causa patológica, o su mecanismo fisiológico
no actúa por alguna alteración funcional, la sensación no se produce y
el sujeto no percibe la modificación del medio que dio lugar a todo el
proceso. Así ocurre, por ejemplo cuando se inyecta una solución
anestésica en el trayecto de un nervio sensitivo táctil. La transmisión del
impulso nervioso queda interrumpida por el anestésico y no llega a su
destino, con lo cual la sensación no se produce en la corteza cerebral,
aunque el corpúsculo táctil haya recibido en su momento el estímulo
correspondiente del exterior.
Una vez producida la sensación, el sujeto procede a interpretarla y es
precisamente en esta interpretación en donde se aprecian las
diferencias más notables entre el hombre y los animales superiores. El
cerebro humano interpreta siempre las sensaciones de un modo
racional e inteligente y por tanto, la interpretación de la sensación,
incluso la reacción que dicha interpretación provocará, será la
consecuencia de un razonamiento, de un proceso lógico inteligente.
Por el contrario, en el caballo, interpretación de la sensación y reacción,
serán el resultado de un proceso irracional instintivo.
Pero, ¿qué es el instinto? En principio es una tendencia hereditaria
estereotipada, propia de cada especie, que induce al animal a una
acción dirigida a su conservación o reproducción. Desde el punto de
vista colectivo y según los criterios modernos, esta misteriosa fuerza que
orienta la actividad del individuo hacia la pervivencia suya y de su
especie, puede considerarse como la memoria de la especie, que
transmite genéticamente de padres a hijos los códigos sociológicos de
conducta más adecuados a su supervivencia, pues no debe olvidarse
que no sólo se transmiten por herencia genética los caracteres
morfológicos, fisiológicos e incluso patológicos, sino también los
sicológicos.
La interpretación de la sensación, ya sea racional como ocurre en el
hombre, ya sea irracional o instintiva como ocurre en el caballo, viene
poderosamente influida por el conjunto de conocimientos
experimentales adquiridos durante la vida del individuo. Por ejemplo, si
yo contemplo una serie de platos iguales dispuestos sobre una mesa, mi
ojo percibirá la imagen de estos objetos de forma ovalada y la del más
próximo será de mayor tamaño que la del más lejano. Esta imagen
recibida por mi retina será transmitida por el nervio óptico a mi corteza
cerebral, produciéndose en ella la imagen correspondiente, pero
cuando yo la interprete, “veré” los platos redondos y del mismo tamaño,
a causa de mi conocimiento experimental adquirido previamente, que
me hizo saber que figuras redondas vistas oblicuamente producen
imágenes ovaladas y que por efecto de perspectiva, los objetos
alejados originan imágenes más pequeñas que los próximos, aunque
sean realmente del mismo tamaño.
Por otra parte, aunque la sensación se produzca, puede ocurrir que no
llegue a efectuarse la interpretación de esa sensación, con lo cual
aquella no resulta eficaz para ocasionar una reacción y por tanto es
nula desde el punto de vista de la conducta individual, como si no
hubiese existido la sensación. Tal es el caso, relativamente frecuente
entre los humanos, en que un individuo tiene su atención dedicada
completamente a una observación determinada. Si en ese momento se
le llama, es posible que parezca sordo aunque su oído haya percibido
el estímulo sonoro, originando el impulso correspondiente que se recibió
eficazmente en su corteza cerebral, produciéndose la sensación sonora
normalmente, pero por estar distraído no ha procedido a su
interpretación, con lo cual el individuo no adquirió conciencia de tal
llamada.
En el caballo estas distracciones pueden ser muy frecuentes en su vida
natural, de tal manera que muchas de las sensaciones que
experimenta, no las interpreta por no ser de su interés. Por esta causa las
mismas sensaciones acaecidas en el hombre o en el caballo, darán
lugar a interpretaciones distintas en ambos, puesto que pueden ser
interesantes para uno e indiferentes para el otro. Por ejemplo, la
presencia lejana de un avión en lo alto del cielo y el zumbido tenue de
sus motores despertarán cierta curiosidad en el hombre, que
probablemente se detendrá, aunque sólo sea por unos momentos, para
contemplarlo. El caballo, seguramente lo ignorará olímpicamente sin
prestarle la menor atención, pues el hecho no afecta a sus instintos
defensivos, nutricionales o reproductivos, aunque sin duda, las
sensaciones auditivas y visual correspondientes a los estímulos
procedentes del avión se habrán producido en la corteza cerebral del
caballo.
Por el contrario, cuando en un paseo campestre, levanta el vuelo una
pequeña bandada de pájaros, el hecho puede pasar desapercibido
para el jinete, pero en el caballo puede originar una fuerte reacción
defensiva, pues su instinto ancestral, magníficamente dispuesto para la
detección del peligro, le puede hacer sospechar de modo irracional,
que un depredador oculto entre los matorrales espantó aquellos
pájaros.
De esta forma, en el caballo podemos apreciar con frecuencia,
reacciones defensivas espectaculares que son el resultado de la
interpretación instintiva de determinadas sensaciones, que pueden
parecer alarmantes para el individuo que las experimenta, aunque
realmente no sean indicadoras de peligro.
Todo ello es debido en primer lugar al mecanismo instintivo de defensa,
que es propio de cada especie y se transmite por herencia, como
queda comentado, a lo largo de sucesivas generaciones. Pero también
influyen en estas reacciones las vivencias experimentadas por el
individuo durante su existencia, ya que una experiencia desagradable
vivida por un sujeto, ha de modificar en algún sentido el código
instintivo de conducta de la especie en este individuo, ocasionando
reacciones modificadas, las cuales no se producirán en otros individuos
que carezcan de dicha experiencia desagradable. Por eso, no todos los
caballos reaccionan del mismo modo ante las mismas sensaciones
circunstanciales.
Contemplado ligeramente el mecanismo general de la producción de
las sensaciones, pasamos a considerar algunas de las particularidades
de la percepción sensorial en cada uno de los sentidos del caballo,
comparándolas con las del hombre.
Es curioso señalar que los hombres del mundo del caballo, los que
hemos de manejarlo de un modo u otro, tratamos de explicarnos su
conducta con un criterio completamente antropológico. Es decir,
cuando advertimos cualquier reacción en el animal, procuramos
explicárnosla poniéndonos en su lugar para contemplar las
circunstancias y sensaciones que experimentó el noble bruto e
interpretarlas según nuestro propio criterio, con lo cual cometemos dos
errores importantes. El primero es que nuestro criterio racional no puede
ser aplicable a una conducta regida primordialmente por el instinto. Por
otra parte, no nos damos cuenta al aplicar este criterio, de que el
caballo dispone de unos órganos sensoriales que, aunque
estructuralmente son análogos a los nuestros, poseen una sensibilidad
distinta de la de los órganos correspondientes a los humanos. El caballo
no ve como nosotros, ni percibe las sensaciones auditivas, olfativas o
táctiles como los humanos, aunque su ojo, su oído, su pituitaria o sus
corpúsculos táctiles sean muy parecidos a los nuestros como a los de
cualquier mamífero, puesto que la adaptación de los receptores
sensoriales al régimen de la vida de cada especie, a que aludí al
principio, hace que el caballo tenga sus órganos sensoriales
perfectamente adecuados a sus usos y costumbres naturales que,
como vimos más atrás, son muy diferentes de los humanos.
Tal vez sea en la percepción visual en donde se adviertan las diferencias
más notables entre el caballo y el hombre.
En la figura podemos ver la disposición del ojo del caballo:
El tamaño del globo ocular, de unos cuatro centímetros de diámetro, es
aproximadamente el doble del ojo humano. Quizás esta circunstancia
sea el fundamento de una leyenda muy extendida y sobretodo muy
arraigada en el sur de Francia, según la cual, el caballo percibía los
objetos de un tamaño exageradamente grande. Concepto erróneo,
puesto que la comparación tamaño de las imágenes del mundo que le
rodea con las de su propio cuerpo, le da la apreciación justa de los
distintos tamaños, como demuestra constantemente en sus actividades
cuotidianas.
El gran tamaño del ojo del caballo parece propicio a lesiones
traumáticas de todo tipo. No obstante, tales lesiones son mucho menos
frecuentes de lo que podría esperarse, al hallarse fuertemente
protegido por sólido arco superciliar prominente, que es el que suele
recibir los traumatismos, evitando la lesión del ojo. Por otra parte, el
globo ocular se halla recubierto por fuertes párpados muy sensibles al
tacto. También ofrecen una buena protección contra la luz excesiva,
por encontrarse muy poblados de pestañas, sobre todo el superior.
Podemos también apreciar en la figura anterior y en la siguiente, la gran
tersura y limpieza de la córnea, así como la forma de la pupila que es
amplia, ovalada y alargada en el sentido horizontal, mientras en el ojo
humano es reducida y circular.
También se pueden advertir, observando detenidamente el ojo del
caballo (no se aprecian en las fotografías) los llamados "granos de
hollín" , de los que carece el ojo humano, que son una especie de
excrecencias de color negro, existentes en el borde pupilar del iris y que
hacen un moderado efecto de visera, colaborando con las pestañas y
con el juego de dilatación (midriasis) y contracción (miosis) de la pupila
para que en el interior del ojo penetre la cantidad de luz más
conveniente y adecuada para una visión correcta.
Otro de los órganos de que carece el ojo humano y que se encuentra
en el ojo del caballo, es el llamado “cuerpo clignoctante" o "tercer
párpado”. Se trata de una membrana tapizada por la mucosa
conjuntiva, que se halla normalmente replegada en el ángulo nasal del
ojo y cubierta por los párpados. Por eso no se aprecia normalmente,
aunque puede ponerse de manifiesto, separando los párpados con los
dedos. La misión de este tercer párpado es mantener limpia la amplia
superficie corneal, mediante movimientos muy rápidos, difíciles de
sorprender, que "barren" la córnea a modo de limpia-parabrisas,
retirando el polvo y cuerpos extraños no adheridos, que puedan
alcanzar la superficie del globo ocular. El movimiento del tercer
párpado, como quedó indicado, es muy difícil de advertir y únicamente
puede verse cuando el animal bosteza. También puede observarse
cuando el ojo está afectado por algún proceso inflamatorio en sus
órganos anejos, como ocurre en la siguiente figura.
En los caballos enfermos de tétanos, la procidencia del tercer párpado
es también un síntoma característico.
En la figura se puede observar un esquema con la sección vertical del
ojo del caballo. La disposición del globo ocular como de los órganos
anejos corresponde a la estructura general del ojo de los mamíferos y
del hombre. Como en todos ellos, la visión se produce mediante la
penetración de los rayos luminosos a través de la córnea, cámara
anterior del ojo, abertura pupilar, cristalino que actúa de lente
convergente y cuerpo vítreo, hasta llegar al fondo del ojo, formándose
la imagen en la retina. Esta imagen se transmite a través del nervio
óptico hasta la corteza cerebral, en donde se produce la sensación
visual.
Dentro de este mecanismo general de la visión, el caballo ofrece
algunas particularidades dignas de señalar, en comparación con el
hombre. Una de ellas es la adaptación a la luminosidad. El mecanismo
de adaptación es el mismo que el del hombre y fundamentalmente
está desempeñado por la dilatación y contracción de la pupila, del
mismo modo que el diafragma de una máquina fotográfica. Al
contraerse las fibras musculares radiales del iris se produce la dilatación
pupilar o "midriasis", cuando la cantidad de luz es escasa. Por el
contrario , si la luminosidad del ambiente es excesiva, se contraen las
fibras musculares anulares del iris y la apertura de la pupila se reduce
("miosis"). Este mecanismo de contracción de las dos clases de fibras
musculares del iris es reflejo, tanto en el hombre como en el caballo, es
decir, se produce de forma automática e independiente de la voluntad
del individuo.
Es un hecho de observación corriente que cuando pasamos de un
ambiente de gran luminosidad a un espacio oscuro, o poco iluminado,
tardamos unos momentos en poder distinguir los objetos con claridad.
Lo mismo ocurre cuando pasamos de una zona en penumbra a otra
muy iluminada. Este tiempo de adaptación es el que se necesita para
que la pupila, mediante el mecanismo ya indicado, consiga la abertura
pupilar adecuada a la luminosidad existente en el nuevo ambiente. Este
plazo de tiempo es breve en el ojo humano normal y dura solamente
uno segundos. Por el contrario, en el caballo es mucho más largo. El ojo
del caballo se adapta mal y muy lentamente a los cambios de
luminosidad, sobre todo si son muy bruscos. Cuando el animal sale de
un box oscuro a un ambiente soleado, experimenta dificultades de
visión hasta conseguir la adaptación de su ojo a la nueva luminosidad.
Lo mismo ocurre cuando camina por un bosque muy sombreado y tiene
que atravesar un claro fuertemente inundado de sol. En general, los
grandes contrastes de luces y sombras dificultan su visión, así como los
destellos bruscos, o los reflejos muy vivos en el agua, en la nieve o en la
arena, a causa de su lento mecanismo de adaptación a los cambios de
luz. La luminosidad ideal para el caballo es la luz difusa, uniforme, sin
grandes contrastes entre las zonas de luz y sombra.
Otra de las diferencias del ojo del caballo con respecto al ojo humano
reside en la acomodación. Se denomina así el mecanismo mediante el
cual el ojo consigue que la imagen de los objetos cuyos rayos luminosos
llegan a él, se forme precisamente en el plano de la retina, para que
esa imagen sea perfectamente clara.
Si por cualquier causa, la imagen se forma por delante de la retina,
como es el caso del ojo "miope" , se verá borrosa o "desenfocada". Lo
mismo ocurre en el ojo "hipermétrope" , en el que la imagen de los
objetos se forma por detrás del plano de la retina.
En esencia, el proceso de la acomodación, en el ojo humano, consiste
en un abombamiento del cristalino, tanto más acentuado cuanto más
próximo se encuentre el objeto.
El cristalino, como quedó indicado, es una lente biconvexa,
convergente, que posee una estructura elástica, en virtud de la cual
puede modificar su curvatura convexa y por tanto su distancia focal. En
definitiva, ese juego elástico de abombamiento y aplanamiento de la
curvatura del cristalino, hace que la imagen se acerque o se aleje
respectivamente de la lente, hasta hacerla coincidir con el plano de la
retina en el fondo del ojo.
El cristalino se halla sujeto desde su borde externo por el ligamento
suspensor del cristalino, como puede verse en la figura.
Este ligamento en forma de corona circular se inserta por su borde
externo en la coroides, realizando sobre el borde del cristalino una
tracción hacia fuera en sentido radial, constante y continua que
mantiene a éste en su máxima extensión, es decir, en su menor grado
de abombamiento (parte superior de la figura Nº 6). En estas
condiciones el ojo humano está perfectamente dispuesto para que la
imagen de los objetos lejanos se forme justamente en la retina.
En la misma figura puede apreciarse la disposición del músculo ciliar
que, también en forma de corona circular y con sus fibras en sentido
radial, inserta su borde central sobre la esclerótica y su borde periférico
en la coroides.
Cuando el objeto está relativamente cerca del ojo, en las condiciones
anteriores la imagen se formaría detrás de la retina, dando lugar a una
visión poco nítida o "desenfocada". Entonces, el músculo ciliar se
contrae, traccionando la coroides hacia delante y produciendo como
consecuencia el relajamiento del ligamento suspensor del cristalino, con
lo cual éste, siguiendo su tendencia de elasticidad natural hacia la
forma esférica, aumenta su diámetro antero-posterior (parte inferior de
la figura Nº 6), aumentando también la curvatura y convergencia de la
lente y disminuyendo la distancia focal. De este modo, la imagen se
adelanta hasta el plano de la retina y se percibe con toda nitidez.
Esta contracción más o menos intensa del músculo ciliar, que como
acabamos de ver, se corresponde con una mayor o menor
convergencia de la lente, es de carácter reflejo y por tanto, automático
e independiente de la voluntad del individuo. Es el procedimiento
normal de acomodación del ojo humano, por lo menos hasta los
cuarenta años de edad, a partir de cuyo momento el cristalino va
perdiendo elasticidad o aumentando su rigidez, de tal modo que en las
edades avanzadas el mecanismo de acomodación está dificultado o
impedido. Limitación que se conoce con el nombre de "presbicia" o,
más vulgarmente, con el de "vista cansada" y que exige el uso de ,gafas
con lentes convergentes adecuadas a la falta de elasticidad del
cristalino de cada ojo, para poder ver los objetos próximos, por ejemplo,
para leer.
Veamos ahora el mecanismo de acomodación del ojo del caballo. Por
lo que respecta a la estructura y órganos oculares, el ojo del caballo es
en todo semejante al ojo humano. No obstante lo cual, hay algunas
particularidades importantes que pasamos a señalar. En primer lugar el
ojo equino posee un cristalino de tamaño aproximadamente doble del
humano y su elasticidad es notablemente menor. Por otra parte, el
músculo ciliar del ojo equino tiene un desarrollo proporcionalmente
mucho menor que el humano. De ello se desprende que el mecanismo
de acomodación que acabamos de describir en el ojo humano, es en
el ojo equino muy limitado y seguramente ineficaz. ¿Quiere decir esto,
que el caballo está condenado a ser un présbita permanente y por
tanto, a ver constantemente las imágenes desenfocadas, poco nítidas?
Ciertamente que no, pues posee otros procedimientos que le permiten
un enfoque perfecto, aunque en él sea deficiente el mecanismo
humano de acomodación.
El globo ocular no es perfectamente esférico, como lo es el humano,
sino más bien ovoideo y, como consecuencia, las distancias del centro
del cristalino al fondo del ojo en donde se debe formar la imagen para
una visión correcta, no son iguales. Es decir, la distancia que media
entre el cristalino y la parte superior del fondo del ojo es
considerablemente mayor que la existente entre dicha lente y la parte
inferior del fondo del ojo, quedando entre ambas partes toda una ,
gama de distancias intermedias.
Es sabido que las imágenes de los objetos se forman por detrás del
cristalino en las proximidades del fondo del ojo y que cuanto más lejos
esté el objeto, más cerca del cristalino se formará la imagen. Por el
contrario, cuanto más cerca esté el objeto del ojo observador, más lejos
del cristalino se formará la imagen, aunque siempre, como es natural,
por detrás de él. Para observar los objetos con toda nitidez, el caballo
habrá de disponer su ojo de tal modo que cuando observe un objeto
lejano, su imagen se forme en la parte inferior de su fondo de ojo, en
donde la retina se encuentra más cerca del cristalino y si se trata de un
objeto muy próximo, procurará que su imagen se forme en la parte
superior del fondo del ojo, en donde la distancia al cristalino es
notablemente mayor. Por esto, el caballo adopta actitudes diferentes
según la distancia a que se encuentra el objeto de su observación.
En la foto Nº 7 podemos ver la actitud de un caballo al que hemos
llamado la atención desde una distancia relativamente alejada. Para
observarnos, ha de procurar que la imagen se forme en la parte inferior
de su fondo de ojo, lo cual consigue manteniendo la cabeza levantada
y ligeramente encapotada.
Si por ejemplo se trata de ofrecerle una golosina y, para verla
claramente, el animal baja la cabeza y la extiende ligeramente, con lo
cual consigue que la imagen del objeto que observa muy próximo, se
forme en la parte superior de su fondo de ojo, coincidiendo con la zona
en que la retina está más alejada del cristalino.
Así pues, muchas de las actitudes que adopta el caballo en su vida
cuotidiana y, sobre todo las posiciones de la cabeza, obedecen a
necesidades posicionales para poder realizar una visión más nítida. Por
ejemplo, cuando un rejoneador incita al toro desde lejos, podemos
contemplar a su caballo con la cabeza erguida, el ojo bien abierto y el
gesto tan gallardo y desafiante que despierta la admiración del público
por el valor estético de la escena. En parte, esa actitud corresponde a
la mejor posición de la cabeza para que el ojo perciba la imagen del
toro con la mayor limpieza.
Este mecanismo de acomodación visual o enfoque del caballo, ha de
tenerlo muy en cuenta el jinete de salto, para que su caballo tenga el
suficiente grado de libertad en la cabeza, de tal modo que el animal,
en los distintos tiempos del ejercicio, pueda adaptarla a la postura más
conveniente para mantener bien enfocada la imagen del obstáculo, sin
incurrir en errores de apreciación visual que ocasionarían
inexorablemente el derribo.
Considerábamos al principio que el régimen de vida natural del caballo
exige que el animal permanezca pastando durante gran parte de su
tiempo. Mientras tanto, puede mantener su vigilancia y estado de
alerta, gracias a su particular sistema de acomodación visual, pues
cuando permanece con la cabeza baja, captando la hierba con su
boca a la vez que recibe la imagen de ésta en la parte superior de su
fondo de ojo, recibe también las imágenes de su entorno más o menos
lejano en la parte inferior o intermedia del fondo del ojo, puesto que
con la cabeza baja, los rayos de objetos lejanos le llegan desde arriba.
Así, al mismo tiempo puede contemplar con la misma nitidez lo que está
comiendo y el horizonte lejano, pudiendo advertir la presencia de un
peligro potencial sin variar de postura.
Después de todas estas consideraciones, podemos admitir que este
sistema de acomodación visual del caballo, basado principalmente en
que la imagen se forma en distintos puntos de la retina según la
distancia a que se halla el objeto, permaneciendo fija la distancia focal
del sistema óptico (cristalino), resulta bastante adecuada para los usos y
costumbres del caballo. Del mismo modo que el procedimiento de
acomodación visual humano, que pone la imagen en la retina
mediante la variación de la curvatura y la distancia focal del cristalino,
está perfectamente adaptado al régimen de vida del hombre.
Sería difícil decir cual de los dos sistemas de acomodación visual
descritos es el mejor. Pero lo que si se puede asegurar es que cada uno
de ellos es el más adecuado para la especie que lo posee.
Veamos ahora lo que ocurre en la retina, pues también en ella
podemos encontrar algunas diferencias interesantes entre el caballo y
el hombre.
La retina es la más interna de las llamadas túnicas o capas oculares
que forman la pared del globo del ojo. Se la considera como una
expansión o ramificación del nervio óptico, con el que se encuentra
perfectamente conectada anatómica y funcionalmente. La capa
retiniana es la única del globo ocular que responde a la acción de la
luz. Los rayos luminosos solamente son capaces de producir la visión
cuando están comprendidos en una longitud de onda que oscila
aproximadamente entre 400 y 800 milimicras, es decir, entre 4.000 y
8.000 U.A. (Unidades Amstrong). Por encima (hondas largas) o por
debajo (hondas cortas) de estos límites , que corresponden
respectivamente a la zona de las radiaciones infrarrojas (espectro
calórico invisible) y de las radiaciones ultravioleta (espectro químico
invisible), las hondas luminosas son ineficaces. Los rayos ultravioleta
pasan inadvertidos porque no llegan a la retina, ya que el cristalino y
otros medios de refracción del ojo los absorben. Los infrarrojos, aunque
alcanzan la capa sensible, quedan sin efecto por no constituir un
estímulo apropiado para las células sensitivas visuales. Éstas células
transforman la energía luminosa en impulso nervioso que, transmitido por
el nervio óptico al cerebro, ocasionan la sensación visual en su corteza.
La retina presenta una gran complicación estructural, apreciándose en
ella hasta diez capas de células nerviosas diferentes, pero de todas ellas
solamente hay dos clases de neuronas que resultan eficaces para la
transformación de la energía luminosa en impulso nervioso. Son las
células llamadas “conos” y "bastones" aludiendo a su apariencia
morfológica. Estos elementos no están uniformemente repartidos por la
retina. El punto en que el nervio óptico se une a la retina, haciendo una
emergencia en forma de cráter hacia el interior del ojo, se denomina
"papila óptica" o "punto ciego" porque en él la sensibilidad luminosa
está abolida completamente, pues carece de los elementos sensoriales
(conos y bastones). En cambio, en el ojo humano, la sensibilidad es
máxima a nivel de la llamada "fóvea centralis", "mácula", “mancha
lútea”, o “mancha amarilla”, región que corresponde a la extremidad
posterior del ojo, en donde la concentración de conos es máxima y casi
exclusiva.
Además de poseer morfología diferente, las células sensibles a la luz, es
decir, los conos y bastones, tienen también actividades funcionales
distintas Los bastones tienen un umbral de excitación más bajo que los
conos y por consiguiente, aquellos son capaces de ver con menor
cantidad de luz que éstos, estimándose como elementos activos en la
visión crepuscular y nocturna. En consecuencia, en el ojo humano
durante la oscuridad, la percepción visual se realiza en las partes
periféricas fuera de la fóvea, que son más ricas en bastones.
Los conos por el contrario, tienen un umbral de excitación más alto que
los bastones y por tanto, necesitan más intensidad de luz que éstos para
producir impulsos luminosos eficaces. En el ojo humano, los conos
concentrados en la fóvea, intervienen en la visión de claridad, es decir,
durante el día, siendo también los únicos capaces de percibir los
colores, corriendo asimismo a su cargo la recepción de los detalles más
minuciosos de las formas.
Como consecuencia de las propiedades peculiares de los conos y
bastones y de su distribución en el ojo humano, podemos señalar
algunos hechos de observación corriente en nuestra vida diaria.
Cuando queremos ver un objeto con todo detalle, hemos de colocar el
ojo de tal modo que su imagen se forme precisamente en la zona de la
retina que ocupa la mancha amarilla, en donde se encuentran los
conos que tienen mayor sensibilidad para captar los aspectos más
delicados de las formas y son los únicos capaces de percibir el color. Así,
por ejemplo, para leer hemos de mover sucesivamente el globo ocular
para que la imagen de cada letra se forme precisamente sobre la
reducida parte de retina que ocupa la fóvea, pues si estamos viendo
una letra no podemos captar perfectamente la forma de las que
integran las palabras siguientes, a no ser que variemos la posición del
globo ocular.
En la retina del caballo los conos son mucho más escasos que en la
retina humana y no tienen la misma distribución que en ésta, en donde
se hallan reunidos o concentrados en la fóvea. El ojo del caballo carece
de fóvea y, los escasos conos que existen se disponen diseminados por
su retina en el fondo del ojo, abarcando una zona mucho más amplia
que la fóvea del ojo humano. Como consecuencia de ello, la retina del
caballo no tiene un punto de máxima sensibilidad visual sino que la
mayor parte de su fondo de ojo tiene la misma sensibilidad.
Por poner un ejemplo, si el caballo fuese capaz de leer, no necesitaría
mover el globo ocular como hacemos los humanos, puesto que vería
todas las letras de una página con la misma claridad aunque con
menor finura de detalles.
Gracias a la disposición concentrada de los conos en una zona muy
reducida de la retina humana, simplemente observando la expresión
facial de una persona podemos percibir el objeto de su atención, pues
siguiendo la dirección de su mirada, que es la del eje de su globo
ocular, advertiremos qué es lo que atrae su interés puesto que para
observar aquel objeto hará que su imagen coincida en la retina con la
mancha amarilla, para poder observarla con más detalle.
Como ya quedó indicado, el caballo carece de mancha amarilla y por
tanto, toda su retina tiene la misma sensibilidad visual y así, puede ver
con la misma finura de detalle todos los objetos que queden dentro de
su campo visual. Por consiguiente, la dirección de su mirada no nos
define el objeto al que en ese momento está dedicando su atención,
ya que puede ver con la misma claridad todos los objetos que, sin estar
en esa dirección, se hallen comprendidos en su campo visual. Así, por
ejemplo, no es raro que un caballo dispare su coz con cierta precisión
sobre un objeto, persona o animal a los que aparentemente no les
prestaba atención por tener su mirada en otra dirección. Si realmente
pretendemos averiguar a donde está dedicando su atención un
caballo, habremos de fijarnos en la dirección de sus orejas que, como
consideraremos más adelante, son mucho más expresivas a este
respecto.
La visión de los objetos en movimiento es también distinta en el hombre
y en el caballo, como consecuencia de la distinta distribución de los
conos y bastones en las respectivas retinas. Si tratamos de apreciar los
distintos detalles de un objeto en movimiento, los humanos tenemos
cierta dificultad, sobre todo cuando el objeto cambia de velocidad o
de trayectoria, como puede ocurrir con una mariposa o un murciélago
en vuelo. Ello es debido a que hemos de mover convenientemente el
globo ocular para que la imagen del objeto móvil se forme
precisamente, en cada instante, sobre la mancha amarilla de nuestra
retina, lo cual nos obliga, en el ejemplo citado, a efectuar constantes e
imprevistos movimientos del globo ocular que no siempre se realizan con
la precisión adecuada para una perfecta visión del objeto móvil. El
caballo por el contrario, no tiene esta dificultad, pues al carecer de
mancha amarilla y tener la misma sensibilidad visual en toda su retina,
no tiene necesidad de mover el globo ocular mientras el objeto, móvil
no se salga de su campo visual y en cualquier parte de su retina que se
forme su imagen, la verá con el mismo detalle.
Un tema muy debatido e incluso polémico, es la posibilidad de que el
caballo sea capaz de distinguir los colores. En los pocos trabajos
experimentales que conocemos sobre el asunto, sus respectivos autores
no se definen claramente en sus conclusiones, aunque algunos se
inclinan por cierta sensibilidad para el verde y menor para el amarillo y
otros. Un hecho cierto es que la retina del caballo es pobre en conos,
que son los únicos elementos receptores del color, puesto que los
bastones no tienen esta facultad .Como consecuencia de ello, hay que
pensar que en cualquier caso, su apreciación de los colores no puede
ser igual que la de los humanos. Sin duda gracias a los bastones, puede
distinguir la intensidad de los tonos, es decir, lo claro de lo oscuro, pero
probablemente no distingue la calidad de cada color, pudiendo
confundir dos colores que tengan un mismo tono o grado de intensidad,
como nos ocurre a los humanos cuando nos encontramos en un
ambiente de escasa luz, próximo a la oscuridad, en cuyo caso nuestros
conos funcionan mal o no funcionan a causa de su elevado umbral de
excitación.
El campo visual del caballo es también muy distinto del humano. En el
hombre los ojos están dispuestos hacia delante y sus ejes son
prácticamente paralelos entre si y también paralelos al plano de
simetría del cuerpo. Su campo visual se limita por tanto, al espacio que
queda por delante de la cara y casi todo él está dominado por los dos
ojos.
En el caballo la disposición de los ojos es mucho más lateral y resultan
más prominentes sobre la cara, de tal modo que sus ejes oculares son
divergentes formando entre ellos un ángulo de 140º aproximadamente,
como puede verse en la figura, en donde se contempla el campo visual
del caballo visto desde arriba. Si tenemos en cuenta que la pupila del
caballo es alargada horizontalmente y que cada globo ocular tiene
gran amplitud de movimiento dentro de su órbita, resulta que cada ojo
domina un espacio de 210º aproximadamente. Así pues, si
consideramos el campo visual abarcado por los dos ojos, alcanza los
350 aproximadamente, es decir, casi la totalidad del horizonte,
quedando solamente un pequeño espacio ciego, de unos 10º por
detrás del cuerpo, que no es dominado por ninguno de los dos ojos y
que corresponde a la zona comprendida entre las nalgas. No obstante,
esta zona puede incluirse en el campo de uno de los dos ojos mediante
un pequeño, giro de la cabeza. Así pues, podemos considerar que,
desde el punto de vista práctico, cualquier objeto situado a cierta
distancia y alrededor del cuerpo del caballo puede ser visto por el
animal, lo que le proporciona una buena disposición para advertir la
presencia de cualquier peligro que tenga imagen visual. Pero hemos de
considerar que la mayor parte de su campo visual está dominada por
un sólo ojo y únicamente una pequeña parte del horizonte está
dominada por los dos. Es precisamente la zona que se extiende por
delante de la cabeza con una amplitud de 70º. Esta zona de visión
binocular permite la apreciación del relieve y de las distancias y es
curioso observar que este espacio corresponde a la parte de terreno
que ha de pisar el animal durante su marcha.
En el hombre, gracias a la disposición de nuestros globos aculares, casi
todo el campo visual está dominado por los dos ojos,
proporcionándonos una zona mucho más amplia de visión binocular,
con apreciación de distancias y relieves, aunque nuestro campo visual
total es mucho más reducido que el del caballo.
Vemos por tanto, la adecuación de la visión al régimen de vida de
cada una de las especies que estamos contemplando. En el hombre el
campo visual total es mucho más reducido que en el caballo, pero casi
todo él se aprecia con visión binocular, lo cual favorece las actividades
manuales propias del hombre, al poder captar mejor los detalles de
relieve de las formas y precisar las distancias.
El caballo por el contrario, dispone de un campo visual que abarca casi
todo el horizonte, lo cual le permite detectar con facilidad la presencia
de algún peligro. No obstante, la mayor parte de ese amplio campo
está dominada por un solo ojo, por lo cual no puede precisar relieves y
distancias, que por otra parte no son demasiado importantes para la
detección de un peligro y así, puede darse el caso de que caminando
por un sendero a media ladera, puede ver con su ojo izquierdo un
paisaje de montaña y con su ojo derecho un paisaje de valle
completamente distinto, en cualquiera de los cuales puede presentarse
un peligro, que es detectado inmediatamente, aunque sin demasiada
precisión. Pero cuando el peligro ha sido detectado y el animal pone en
marcha su mecanismo de defensa que es la huida, emprende la
carrera sobre una zona que domina con los dos ojos y la visión binocular
le permite precisar los relieves y distancias para poner los cascos en el
lugar más seguro en cada momento, haciendo su marcha más cómoda
y firme.
En la figura esquemática podemos contemplar en conjunto el campo
visual del caballo. En ella podemos darnos cuenta de una manera
gráfica, de que cuando el caballo mantiene su cabeza en la posición
normal de cuadrado, los objetos que están en su proximidad y situados
por encima de su cabeza quedan fuera de su campo visual. Lo mismo
ocurre con los objetos que están por debajo de su hocico y de su
cabeza, quedando una parte ciega para él, no solo en el espacio en
donde está poniendo los cascos sino también en una zona de 1,20 m
aproximadamente por delante de la posición de sus pies anteriores.
Fácilmente se comprende que estas zonas ciegas pueden variar mucho
con las características morfológicas de cada individuo y así, un caballo
con perfil acarnerado y ojos hundidos no tendrá un campo visual igual
que un caballo de perfil cóncavo con los ojos salientes. Del mismo
modo, la distribución de las zonas ciegas y vistas también varía mucho
con la posición de la cabeza y por tanto, en un caballo que “despapa"
o "tiende la nariz al viento”, con su cuello extendido hacia delante y su
línea fronto-nasal muy próxima a la posición horizontal, como ocurre
con un pura sangre inglés lanzado a la carrera sobre la pista del
hipódromo, la zona ciega por delante de sus cascos anteriores será
mucho más amplia que la indicada en la figura. Por eso es frecuente
ver derribar los obstáculos en la pista de salto, a caballos que, por
defenderse del freno o hierro, ponen la cabeza en posición casi
horizontal para evitar la acción de aquel, apoyándolo sobre los
premolares. Al abordar el obstáculo en esta postura, el caballo no
puede ver más que sus partes laterales o reparos y cada una con un
solo ojo, sin poder precisar distancias, con lo cual el derribo es mucho
más probable.
Por el contrario, en caballos con la cabeza "encapotada", en que la
línea de su perfil fronto-nasal alcanza la dirección vertical e incluso la
rebasa, su cono de visión binocular se proyecta mucho más cerca de
los cascos anteriores, reduciéndose mucho el fondo de su campo visual
por delante, con lo cual, si el caballo marcha a considerable velocidad
en esta posición tiene el riesgo de no apreciar un obstáculo hasta que
lo tiene muy cerca, a veces sin tiempo para saltarlo con facilidad.
Con el fin de limitar el campo visual del caballo se emplean en
determinadas actividades unas guarniciones llamadas “anteojeras” que
reducen mucho el campo visual lateral del animal, quedando
prácticamente anulada la visión lateral, aunque permite la visión hacia
delante precisamente en toda la zona de visión binocular. Con ello se
pretende que el animal concentre su atención en esa zona, evitando
las distracciones laterales y las defensas que la presencia próxima de
otros animales u objetos podría provocar. Así, puede esperarse un
mayor rendimiento mecánico en una carrera o una mejor
gobernabilidad en los caballos enganchados a un carruaje. No
obstante, debe tenerse en cuenta que, aunque el animal con
anteojeras no puede percibir visualmente lo que tiene a su lado, puede
percatarse de su presencia por medio del oído o del olfato.
Finalmente, queda por señalar una particularidad importante del ojo del
caballo que no presenta el ojo humano. La retina del caballo se halla
tapizada por una sustancia fluorescente en cuya composición figuran la
guanina y la guanidina, que tiene la virtud de aumentar la longitud de
onda de las radiaciones luminosas que la atraviesan. De este modo, las
radiaciones de pequeña longitud de onda que no serían eficaces para
producir estímulos ópticos, al atravesar la capa fluorescente aumentan
su longitud de onda y pueden excitar la retina al llegar a ella. Por esta
razón, el caballo en condiciones de luminosidad escasa puede ver
mejor que el hombre, puesto que percibe radiaciones suplementarias
gracias al tapiz fluorescente de su retina, que no existe en la retina
humana. Si además recordamos que la retina del caballo tiene mayor
proporción de bastones que la humana y que estos elementos tienen
bajo nivel de excitación, es decir, son capaces de excitarse con poca
luminosidad, se comprende que el caballo tenga una visión nocturna
mucho mejor que la nuestra. Son muchos los casos que todos
conocemos de jinetes que, cuando ellos ya no veían por haber cerrado
la noche, llegaron a su destino sin que su caballo hubiera dado un mal
paso ni un tropezón. Igualmente podemos observar en los concursos de
salto, cuando el gran número de participantes prolonga el tiempo de
las pruebas después de caer la tarde, cuando ya la incierta luz del
crepúsculo dificulta la visión de los obstáculos por parte de los jinetes a
causa de la escasa luminosidad, los caballos realizan sus recorridos sin
ninguna dificultad. Como comentaba un científico francés, Dios ha sido
justo con el caballo al conceder una visión nocturna ventajosa a una
especie que no goza de la inteligencia suficiente para inventar la
lámpara de incandescencia ni ningún otro medio de iluminación
artificial.
Después de considerar algunas particularidades de la visión en el
caballo, hemos de admitir que resulta muy adecuada para el régimen
de vida del anima1. No obstante lo cual, nuestro noble compañero
parece como si no se fiara de sus propias sensaciones visuales, que tal
vez sean demasiado generales y poco precisas. Por ello, esas
sensaciones las completa habitualmente con las correspondientes a
otros órganos sensoriales, de tal modo que ante cualquier situación,
aumenta su conocimiento del mundo exterior con la percepción
simultánea de otras sensaciones que vienen a ampliar su conciencia
visual de las cosas.
La mayoría de los investigadores consideran al caballo desde el punto
de vista sensorial, como más auditivo que visual. Podría decirse que sus
sensaciones visuales no son definitivas para él hasta que son
corroboradas o reafirmadas por las sensaciones auditivas, e incluso en
muchas ocasiones, estas sensaciones son para el caballo más
importantes que las visuales.
El sistema auditivo del caballo tiene la misma disposición que el de
todos los mamíferos y el del hombre. Consta de oído externo, oído
medio y oído interno. El oído externo está constituido por el pabellón
auditivo externo u oreja y el conducto auditivo que llega hasta la
membrana del tímpano, principio del oído medio integrado por una
cadena de huesecillos (martillo, yunque, lenticular y estribo) que termina
en la ventana oval, en donde comienza el oído interno, que está
constituido por ,una cavidad ósea subdividida en partes que reciben los
nombres de vestíbulo, caracol y conductos semicirculares , siendo el
caracol el aparato acústico por excelencia, ya que las otras partes son
más importantes como órganos de equilibrio que como receptores
auditivos. El caracol es un tubo membranoso encorvado en espiral,
rodeado por un líquido (la perilinfa) y lleno de otra sustancia líquida (la
endolinfa). Junto al caracol se halla el Órgano de Corti en forma de
túnel que aloja a las terminaciones del nervio acústico, perteneciente a
la rama coclear del octavo par craneal.
La audición se realiza del siguiente modo: El pabellón de la oreja actúa
como colector de las ondas sonoras que se transmiten por el conducto
auditivo externo hasta la membrana del tímpano, suavizando los sonidos
gracias a su constitución cartilaginosa. Cuando las ondas sonoras llegan
a la membrana timpánica la ponen en vibración del mismo modo que
los parches de un tambor al ser golpeados por los palillos. Las
vibraciones del tímpano se transmiten al oído interno por medio del aire
contenido en el oído medio o a través de la cadena de huesecillos,
llegando a la ventana oval del oído interno, en donde originan ondas
en los líquidos de éste (perilinfa y endolinfa) que alcanzan el Órgano de
Corti, llegando los estímulos a las terminaciones nerviosas del nervio
acústico, en el cual surgen impulsos nerviosos sonoros que, conducidos
por dicho nervio a la corteza cerebral darán lugar a la sensación
acústica.
Sobre este esquema general de la audición en los mamíferos, conviene
señalar algunas particularidades que posee el caballo, que lo
diferencian de otras especies y sobre todo del hombre.
En primer lugar, las orejas del caballo tienen una forma perfecta para la
captación de las ondas sonoras. Se hallan tapizadas en su interior por
pelos finos en gran abundancia que, al mismo tiempo que suavizan el
sonido y evitan resonancias, defienden el conducto auditivo de la
penetración de polvo y otros cuerpos extraños. Pero tal vez, la
propiedad más llamativa de la oreja del caballo sea su movilidad. La
base del pabellón auditivo recibe la inserción de una serie de músculos
dispuestos en sentido radial sobre la parte superior del cráneo que
permite el giro y la inclinación de la oreja en cualquier dirección. De
este modo puede recibir los sonidos muy directamente cualquiera que
sea el lugar de donde proceden. Así, cuando el caballo percibe un
sonido que le parece extraño, advertimos un período de inquietud en el
animal, en el que las orejas se mueven rápidamente en todas las
direcciones hasta localizar el origen de aquel sonido, a lo cual
contribuyen también los demás sentidos, y una vez aclarado, se
tranquiliza o pone en marcha su mecanismo de defensa según el grado
de peligrosidad que el individuo atribuya a aquel sonido. Así pues, las
orejas del caballo se mantienen siempre vigilantes para captar los
sonidos y ello produce una expresión mediante la cual el personal
avezado puede interpretar diestramente las inquietudes y atenciones
del animal.
Comentábamos anteriormente que la dirección de la vista del caballo
no nos define claramente el lugar a que está prestando atención a
causa de las razones que ya fueron expuestas, pero la dirección de las
orejas sí nos define ese lugar con toda claridad. A este respecto, las
orejas constituyen uno de los medios de expresión más claros para un
observador minucioso. Lo que se llama vulgarmente el "guiño de las
orejas" es un movimiento de defensa rápido, que dispone las orejas
hacia atrás como si quisiera ocultarlas entre las crines de la cerviz para
ofrecer menos salientes en donde pueda hacer presa el adversario
agresor. Normalmente, este gesto es precursor del movimiento defensivo
de cocear y en cualquier ocasión, las orejas se dirigen siempre al objeto
de atención del caballo en todo momento, completando la acción de
la vista. Así, cuando un caballo padece los dolores de un síndrome
cólico, le vemos con frecuencia flexionar su cuello, dirigiendo su mirada
y sus orejas hacia el flanco donde experimenta el dolor y, aunque no
flexione el cuello, sus orejas se apuntan muchas veces hacia el lugar en
que sufre una molestia. También este gesto puede observarse ante un
dolor cualquiera, en cualquier parte del cuerpo, cuando el animal está
libre de otras influencias que reclaman su atención.
Indudablemente, no todos los caballos tienen la misma sensibilidad y
por ello, la expresividad de las orejas varía de unos individuos a otros,
siendo los ejemplares de razas puras y distinguidas los que la manifiestan
con mayor grado. Por eso, la movilidad, viveza y rapidez de las orejas
constituyen un índice que, entre otros, orienta al exteriorista sobre la
calidad y temperamento de un caballo determinado.
El caballo posee ciertas conexiones nerviosas entre el aparato visual y el
auditivo, lo que explica los movimientos asociados y coordinados de los
ojos, las orejas y la cabeza, ante, una sensación auditiva y así, el
conjunto vista-oído juega un importante papel en su vigilante sistema de
alerta para la detección de peligros.
La gama de percepción de sonidos del caballo es muy parecida a la
nuestra, aunque se extiende con mayor amplitud hacia los agudos. El
científico belga FRANK ODBERG ha podido establecer que el caballo
puede llegar a percibir sonidos con una energía de 25 KHz., mientras el
oído humano solo es capaz de llegar a los 20 KHz. Esto indica que el
caballo puede oír ultrasonidos, lo cual ha de tenerse muy en cuenta
cuando se empleen aparatos emisores de ultrasonidos, que a veces se
usan para ahuyentar roedores o insectos, pues podrían molestar a los
caballos próximos, impidiéndoles el descanso.
No debe olvidarse que el caballo está hecho para la calma de la
naturaleza, el ruido del viento o de la lluvia y en general, para un fondo
de silencio en el cual, un deslizamiento furtivo entre los matorrales
puede provocar su alarma y la prevención a los compañeros de un
peligro eventual. Se adapta mal por tanto, a los estruendos de nuestro
mundo actual, que tienen tendencia a convertirlo en un animal más
inquieto de lo que es en su medio natural habitual. No obstante, puede
alcanzarse el acostumbramiento, pero solamente si se realiza de un
modo lentamente progresivo, pues no hay duda de que el oído del
caballo puede educarse, como ocurre con los caballos portadores de
instrumentos musicales en las bandas militares, con los de guerra o con
los del circo.
Entre los ruidos que pueden inquietar al caballo hemos de señalar los
repentinos cuando no los espera, aunque le sean conocidos, en cuyo
caso solo le ocasionan un sobresalto momentáneo. Los ruidos muy
potentes, sobre todo si son aislados o discontinuos e irregulares pueden
producir profunda inquietud, mayor aun si aumentan y le hacen creer
que el objeto peligroso se aproxima. También los ruidos débiles pueden
ser origen de gran inquietud cuando proceden de algo desconocido
para él, o que no puede distinguir con su vista, como puede ser el
producido por un animal, aunque sea pequeño, al deslizarse entre los
matorrales. Lo mismo ocurre con ruidos tenues conocidos por el animal y
asociados a vivencias desagradables, como el zumbido de una fusta
agitada en el aire o el chasquido de un látigo.
Por otra parte, el caballo conoce muy bien los sonidos que le son
familiares y así, la voz humana de su jinete o de su cuidador es
reconocida con facilidad aun a cierta distancia, provocando en él
sensaciones agradables y aun placenteras. Por eso, la voz o el silbido de
su jinete habitual puede tener un valor decisivo para le ejecución de un
determinado ejercicio, para dar confianza en un caso difícil, o para
elevar la moral del caballo, resolviendo con éxito el salto de un
obstáculo mal medido. También y por la misma razón, la voz conocida
de su jinete puede tener un valor tranquilizador extraordinario en
situaciones de inquietud, sobre todo si la voz va acompañada de
caricias.
Conocí a un buen preparador de caballos de carreras cuyo caballo era
presa de gran excitación momentos antes de participar en una prueba,
al percibir los gritos del público ante la llegada a la meta de los
compañeros que corrían la carrera anterior. El preparador lo
tranquilizaba muy eficazmente recitándole junto a la oreja la serie de los
números naturales, de modo pausado, con entonación íntima y
cariñosa, acompañando la voz con palmadas suaves y caricias.
Finalmente hemos de señalar que el caballo puede percibir ciertos
sonidos a través de sus cascos. No debemos olvidar que los cuerpos
sólidos son buenos transmisores de las ondas sonoras y de este modo por
ejemplo, la galopada de una manada de caballos origina vibraciones
en el terreno que a cierta distancia pueden ser percibidas por los
cascos de otro congénere, transmitiéndolas sucesivamente desde la
herradura a las partes duras del casco, a los huesos de las extremidades
y a través del esqueleto hasta llegar al oído interno, ocasionando los
impulsos sonoros correspondientes, capaces de producir sensaciones
auditivas en la corteza cerebral. Estas sensaciones pueden precisar la
dirección y la distancia a que se produjo la galopada.
Este sistema adicional de audición no es posible en el hombre porque el
calzado y las partes blandas que rodean los huesos del pie amortiguan
las vibraciones del suelo e impiden su transmisión al esqueleto.
El olfato es uno de los sentidos más desarrollados en el caballo. Sin
duda, mucho más que en el hombre y tiene en aquel un sentido social
más importante que en éste. En nuestro mundo humano, el olfato no es
un sentido que tenga mayor importancia para la percepción del
ambiente que nos rodea y lo empleamos casi exclusivamente para la
información que nos puede proporcionar con respecto a los alimentos.
Por esto tal vez, no consideramos con rigor el alto valor que tiene este
sentido en el caballo y en otros animales como el perro, el lobo, el zorro,
el gato, el cerdo, etc.
El órgano perceptor de los estímulos olfativos es la pituitaria, que no es
otra cosa que la mucosa que tapiza las fosas nasales y que en su tercio
superior posee las últimas ramificaciones del nervio olfatorio. Para que
estas terminaciones nerviosas puedan recibir los estímulos olfativos, es
necesario que el material odorífero sea volátil, presente estado gaseoso
o estado líquido en forma de diminutas gotitas. También las sustancias
sólidas pueden constituir un estímulo olfativo siempre que se presenten
en forma de finas partículas y sean solubles en los líquidos sero-mucosos
que de forma continua, mantienen húmeda la mucosa nasal. Recibido
el impulso por las terminaciones nerviosas, la corriente nerviosa lo
transporta a lo largo del nervio olfativo al bulbo olfatorio del cerebro, de
donde pasa a la corteza cerebral, produciéndose entonces la
sensación olfativa. Este es el procedimiento normal de percepción de
los olores en los mamíferos y por tanto en el hombre y que tal como se
ha descrito, corresponde a estímulos de naturaleza química, lo mismo
que ocurre con los sabores, de tal modo que a sustancias de la misma
composición química corresponden olores iguales. No obstante, existen
investigadores que, apoyados por ciertas experiencias, consideran la
posibilidad de que existan determinadas radiaciones capaces de
producir estímulos olfativos, aunque por el momento, no se ha podido
demostrar de modo riguroso la existencia de tal mecanismo.
Además de este procedimiento que hemos considerado normal en los
mamíferos para la percepción de los olores, el caballo posee otro
sistema adicional y exclusivo para la percepción olfativa que es el
llamado órgano vomeronasal u órgano de JACOBSON. Este órgano está
constituido por dos tubos cartilaginosos ciegos, situados paralelos en el
suelo de las fosas nasales, a ambos lados del borde inferior del tabique
nasal, extendiéndose hacia atrás en una longitud de unos 12 cm, hasta
el nivel de la segunda o tercera muela, en donde queda su extremo
ciego. Su extremo anterior comunica con la fosa nasal correspondiente
mediante una pequeña hendidura y su interior se halla tapizado por la
mucosa nasal, en donde existen numerosas ramificaciones de1 nervio
olfatorio.
La simple contemplación de los detalles anatómicos del caballo nos
habla elocuentemente de la importancia del olfato en esta especie. En
la figura podemos apreciar 1a gran amplitud de las fosas nasales, que
son mucho mayores que en el hombre y en otros animales.
La superficie sensible a los estímulos olfativos se reduce a su tercera
parte superior, pero se ve ampliada por la mucosa de los cornetes y por
el órgano vomeronasal.
Por otra parte, contemplando e1 encéfalo del caballo se advierte el
extraordinario desarrollo que adquieren los bulbos olfatorios, de donde
arrancan los nervios olfatorios. En otras especies el desarrollo es
proporcionalmente mucho menor.
Para que 1as partículas odoríferas lleguen a ponerse en contacto con la
mucosa pituitaria es necesario que el aire circu1e por las fosas nasales,
lo cual se consigue de modo constante con la respiración. Así, el animal
está constantemente recibiendo las excitaciones olorosas del medio
que le rodea, pudiendo percatarse rápidamente de los cambios que en
este sentido puedan producirse en su alrededor.
Un gesto característico y exclusivo de1 caballo es el llamado
“FLEHMEN”. Esta palabra es una voz sajona que no tiene traducción al
castellano y que designa la actitud del caballo que en presencia de
ciertos olores, levanta su labio superior, deprimiendo los ollares y
elevando al mismo tiempo la cabeza por encima de la horizontal.
Una vez llenas las fosas nasales del aire portador del olor, con los
movimientos del "flehmen" el animal consigue cerrar las salidas del aire
al exterior, facilitando la entrada de las sustancias odoríferas en el
órgano vomeronasal y permitiendo durante unos momentos la
valoración olfatoria de dichas sustancias. La significación funcional del
flehmen pertenece a las interacciones sociales. Parece que los
sementales realizan este gesto más que ningún otro animal, según
algunos investigadores, principalmente para detectar el celo de la
yegua olfateando sus deyecciones y para medir los niveles de
hormonas sexuales, o sus productos de desecho en las de sus
compañeros.
La gran sensibilidad olfativa del caballo es tal que constituye su principal
medio de investigación y reconocimiento, completando la información
recibida por la vista. Puede decirse que el caballo no se fía demasiado
de sus sensaciones visuales hasta que no han sido confirmadas por su
olfato. En su vida diaria, sobre todo si se desarrolla en libertad, los olores
constituyen para el caballo todo un mundo de sensaciones que los
humanos no siempre somos capaces de imaginar.
Son numerosas las observaciones registradas por los distintos
investigadores en las que se pone de relieve la finura de la sensibilidad
olfativa equina. Así, parece que es capaz el caballo de identificar
personas o fieras a distancias próximas a los dos kilómetros.
Ya hemos comentado la agudeza del caballo para valorar el estado
sexual de los demás animales, olfateando su orina o sus excrementos y
ello tiene gran importancia para su comportamiento sexual. Por otra
parte, el olor del sudor de sus congéneres puede informar al caballo del
estado de cólera o tranquilidad de aquellos e incluso se dice, como del
perro, que ambos son capaces de "oler el miedo". La explicación puede
ser que cuando un jinete pasa por una situación de miedo, su estado
emocional desencadena una descarga importante de adrenalina y,
aunque esta hormona no sale al exterior, puede ser captada por el fino
olfato del caballo, que puede reaccionar bruscamente contra su jinete.
Todos los que de algún modo, hemos manejado caballos podemos
aportar anécdotas testimoniales de algún caballo que se manifestaba
violento con un jinete medroso, desmontándolo con facilidad y cuando
lo montaba un jinete decidido se manifestaba sumiso y obediente. Es te
hecho, que por frecuente es sobradamente conocido, ha influido quizá
en que muchos equipos hípicos de alta competición hayan
incorporado a su conjunto de entrenadores algún psicólogo o sofrólogo,
con objeto de mentalizar a los jinetes para que en el momento de
realizar un ejercicio, mantengan el estado de ánimo sereno y
equilibrado, de lo contrario pueden desencadenar en el caballo
reacciones que alteren su rendimiento. La experiencia demuestra que
no debemos acercarnos a un caballo, cualquiera que sea el trato que
vayamos a tener con él, sin un ánimo sereno y con tranquilidad y
sosiego suficientes para que nuestras relaciones con él sean siempre
amistosas e incluso cordiales.
Es tradicional la exquisitez del caballo para rechazar alimentos o agua
por causa del olor, cuando los humanos no hemos sido capaces de
apreciar en ellos condiciones adversas. También es destacable la
selección que el caballo realiza de las plantas que come cuando está
en libertad en el prado. Su olfato y su instinto le hacen distinguir las que
pueden ser tóxicas y así, es difícil que un caballo se intoxique por
ingestión de especies vegetales venenosas cuando él puede elegir.
También por causa del olfato, el caballo manifiesta resistencia a entrar
en locales impregnados de olores, como puede ocurrir con un box
sucio, con cama fermentada, usado por otro animal recientemente.
Además de la conveniencia por razones sanitarias de limpiar y
desinfectar cuidadosamente los boxes cada vez que cambien los
usuarios, es necesario realizar la desinfección con productos
desodorantes, tales como el cresil o sus derivados, para suprimir el olor y
favorecer el confort y descanso de los nuevos inquilinos.
Otra faceta poco conocida de las virtudes olfativas del caballo es su
capacidad para seguir un rastro, como pudiera hacerlo un perro.
ANTOINE LEBLANC, prestigioso investigador francés de la conducta del
caballo, señala haber comprobado como un caballo había sido capaz
de realizar el seguimiento exacto de algún congénere a lo largo de una
extensa playa, una hora después de que éste pasara.
El reconocimiento e investigación mutua entre dos caballos está
siempre presidida por la actividad olfativa, mediante un ritual
relativamente riguroso, olfateándose mutuamente para establecer un
estado amistoso o de repulsión. SCHLOETH lo ha estudiado y según el
orden de preferencias, comienzan olfateándose la nariz, por donde sin
duda se eliminan con el aire espirado, numerosas sustancias olorosas del
medio interno, después y por este orden: flancos, nacimiento de la cola,
base del cuello, antebrazos, etc. Ignoro si puede tener relación con este
fenómeno el saludo mediante frotamientos nasales mutuos que
practican aun en la actualidad los componentes de algunas tribus
humanas muy primitivas de Oceanía. Por lo demás, este saludo es
frecuente entre individuos de especies animales superdotadas con
olfato privilegiado, como ocurre con los cánidos.
De todo lo expuesto hasta aquí, se pueden deducir conclusiones
prácticas interesantes para nuestras relaciones de trato con el noble
animal. Cuando nos acercamos a un caballo, sobre todo si no nos
conoce, hemos de procurar no sorprenderle nunca, llamando su
atención con la voz o con silbidos, en tono amistoso y suave. Nunca
debemos abrir la puerta de su box antes de que se haya apercibido de
nuestra presencia, procediendo después a dicha apertura, con sosiego
y sin estrépito, sin dejar de hablarle. El animal una vez percatado de
nuestra presencia, se dirigirá a nosotros con pasos muy cortos,
extendiendo la cabeza con la inclinación conveniente para que
nuestra imagen se forme en su retina en el lugar más conveniente para
su enfoque o acomodación. Adelantará la nariz con los ollares dilatados
para poder captar nuestros olores y apuntará sus orejas hacia nosotros
fijamente. Vale la pena perder unos momentos permitiendo que nos
examine minuciosamente con su vista, su olfato y su oído, pues el
caballo es desconfiado por naturaleza y en cualquier situación nueva,
su instinto le hace sospechar la potencial existencia de un peligro. Si nos
presentamos con tranquilidad y ánimo sereno, pronto se dará cuenta
de que no representamos ningún riesgo para el, lo cual advertiremos
porque sus orejas cambian pronto de dirección, o recuperan su
movilidad. A continuación relajará su actitud general contraída e
incluso es posible que deje de prestarnos atención. Entonces es cuando
debemos acercarnos a su cuerpo, preferentemente por el lado
izquierdo que es por donde normalmente se le maneja, poniéndonos
frente a su espalda izquierda, siempre con movimientos lentos y sin dejar
de hablarle. En esta posición, podemos vigilar fácilmente y sin peligro, la
posición de sus orejas que nos indicará en todo momento el objeto de
su atención, y la actitud de su grupa y de sus pies, que pueden
indicarnos el comienzo de una actitud agresiva. Así, podremos advertir
a tiempo cualquier movimiento defensivo. Inmediatamente,
adelantaremos con sosiego nuestra mano para acariciar su piel de la
tabla del cuello, siempre a favor de la dirección del pelo y alternando
las caricias con pequeñas palmadas, continuando esta manipulación
por la espalda, dorso y grupa e incluso costillares y vientre. Cuando
hayamos de palpar una zona que sospechamos dolorosa, nunca
debemos palpar esta zona directamente, sino que acariciaremos
primero el tronco y después, sin dejar de acariciar, nos acercaremos
lenta y cuidadosamente a dicha zona.
Hay que advertir que aunque esta técnica de manejo es la más
adecuada y proporciona los mejores resultados, pueden existir
individuos de mal carácter o resabiados por malos tratos anteriores, e
incluso animales medrosos, que en cualquier momento pueden
reaccionar violentamente, con peligro indudable para el manipulador.
El sentido del gusto no presenta en el caballo particularidades
especiales, o al menos, no las conocemos. El mecanismo de la
percepción de los sabores es semejante al de todos los mamíferos y se
localiza en la lengua exclusivamente. Los órganos receptores son unos
botones o papilas gustativas existentes en la punta, los bordes y la base
de la lengua. Desde estos botones, la corriente nerviosa transporta los
impulsos gustativos, por medio del nervio glosofaríngeo y de la rama
lingual del trigémino, hacia la corteza cerebral.
Los impulsos gustativos son también, como los olfativos, de carácter
químico. Es decir, que las sustancias emisoras de sabores han de ser
solubles en el agua y difusibles para que vehiculadas por la saliva
puedan llegar a excitar las papilas gustativas.
Así como los olores son variadísimos y propios de cada sustancia, según
los fisiólogos, los olores solamente son cuatro: amargo, dulce, ácido y
salado. No obstante lo cual, la combinación de estos sabores puede
dar la impresión de que se trata de otro sabor distinto aunque por otra
parte, cada sabor modifica el umbral de excitación de los otros.
Los estímulos gustativos se asocian con los olfativos de tal manera que a
veces, no nos resulta fácil distinguir un sabor de un olor, como puede
ocurrir con el café, el vino y otras sustancias que difunden aromas. Ello
es debido a que, cuando estas sustancias se depositan en la boca, sus
emisiones odoríferas pueden alcanzar la pituitaria por vía retrofaríngea.
Es decir, desde la cavidad bucal pueden pasar a la faringe y desde
ésta, por detrás y por encima del velo del paladar llegan a las fosas
nasales. Indudablemente, este mecanismo en el caballo es menos
eficaz, pues su velo del paladar es más espeso y amplio que en el
hombre impidiendo continuamente la comunicación boca-faringe, que
solo se establece en el momento de la deglución.
Por lo demás, el caballo es muy cuidadoso en la elección de alimentos
y bebidas, como ya quedó indicado, y a ello contribuye, después de su
fino olfato, el sentido del gusto.
Dentro de los sabores, el caballo manifiesta cierta preferencia por los
dulces, lo cual nos sirve para premiar un trabajo bien hecho con una
golosina, para favorecer su alimentación en animales con escaso
apetito, mediante adición a los piensos de sustancias de sabor dulce.
Esto mismo puede facilitar la administración de algunos medicamentos
por vía oral.
Finalmente, consideraremos brevemente la percepción táctil.
Se admiten tres clases de sensaciones táctiles cutáneas: las sensaciones
de presión, las térmicas de calor o de frío y las de dolor. Todas ellas se
producen por la recepción de estímulos exteriores que son recogidos
por corpúsculos táctiles específicos y distintos para cada uno de ellas.
Estos corpúsculos se hallan situados en el extremo terminal de la
ramificación de un nervio periférico y están situados en la dermis o capa
profunda de la piel. Los estímulos de presión los reciben los corpúsculos
de MEISSNER y los de VATER PACINI. Los estímulos térmicos son captados
por los corpúsculos de KRAUSE para el frío y por los de RUFFINI para el
calor. Los estímulos dolorosos no tienen corpúsculos específicos de
recepción y excitan directamente las terminaciones de los nervios
periféricos. Una vez recibidos los estímulos táctiles en los respectivos
corpúsculos o en las terminaciones nerviosas, como en todos los casos
de sensibilidad que venimos contemplando, se crea un impulso nervioso
que se transmite con la corriente nerviosa a lo largo del nervio. De este
pasa a la médula y de ella al cerebro y su corteza, en donde se
produce la sensación táctil.
La sensibilidad para el tacto, como ocurre en el hombre, no es uniforme
en toda la superficie de la piel. En el hombre, por ejemplo, las yemas de
los dedos tienen la máxima sensibilidad para la presión y gracias a ella
podemos determinar la forma de los objetos, la lisura o rugosidad de
una superficie, etc.,con más precisión que con otras partes del cuerpo.
Del mismo modo, el dorso de la mano aprecia con más finura las
diferencias de calor y frío que la palma. En cuanto a la sensibilidad para
el dolor, los expertos en artes marciales conocen la existencia de puntos
de máxima sensibilidad dolorosa y su localización, para poder aplicar
sus golpes con la mayor eficacia. Normalmente, las zonas cutáneas de
mayor sensibilidad corresponden a regiones muy inervadas, es decir,
que tienen mayor densidad de ramificaciones nerviosas.
En el caballo las zonas de máxima sensibilidad táctil son bien conocidas.
Una de ellas es, la punta de la nariz. Esta región, unida al labio superior
forma un apéndice muy móvil, de gran utilidad para su vida de relación.
Gracias a él, puede apreciar la consistencia y otras propiedades de los
alimentos e incluso recogerlos para introducirlos en la boca, dominando
una zona que no puede ver con sus ojos, como ya quedó indicado al
estudiar su campo visual. Le sirve también, gracias a la flexibilidad de su
cuello para palpar su propio cuerpo y reconocer sus heridas y lesiones,
incluso en zonas tan distantes como sus extremidades posteriores.
Otras regiones de gran sensibilidad táctil son: la barba, los párpados, la
zona que circunda las orejas, los labios, la lengua, el pie, etc.
La lengua, además de poseer en exclusiva la percepción del gusto,
tiene también una gran sensibilidad táctil. Un hecho de observación
corriente es ver en el pesebre después de consumido el pienso, cuando
han desaparecido los granos de cebada, que quedan en el fondo una
serie de bolitas negras como perdigones. Se trata de semillas que venían
mezcladas con la cebada y que el caballo ha rechazado, gracias a la
fina sensibilidad de sus labios y de su lengua.
Ya fue comentada la capacidad del pie del caballo para captar las
vibraciones audibles del terreno. Independientemente de esto, la gran
sensibilidad del corion podal le permite percibir, a través del casco,
vibraciones táctiles del suelo. También es capaz de determinar las
condiciones de éste, si es duro o blando, deslizante o firme, etc.,
adaptando su marcha a dichas condiciones.
Un sistema de percepción táctil que no posee el hombre es el con- junto
de vibrisas o "bigotes", que presentan muchos animales, sobre todo los
felinos, Son pelos táctiles implantados en las inmediaciones de la nariz. El
caballo los tiene en menos abundancia y son largos y espaciados o
aislados, en los alrededores de los ollares y de la boca. Pueden verse
también alrededor de la órbita ocular y en todos los casos sirven para
percibir la proximidad de un objeto, midiendo la distancia a que se
encuentra de la piel. Algunos ignorantes arrancan estos pelos por
razones estéticas, con lo cual privan a su caballo de un medio táctil
auxiliar. Lo mismo podría decirse de los pelos del interior de la oreja.
En cualquier caso, la sensibilidad táctil de nuestro amigo es muy notable
en todas las zonas de su piel, lo cual puede comprobarse con el simple
hecho de que cuando una mosca se posa en su costillar, el animal
sacude su piel para espantarla.
Si consideramos las ayudas tradicionales que los jinetes han venido
empleando a lo largo de la historia, desde el agudo acicate medieval
usado por los caballeros cristianos y musulmanes, hasta las pesadas
espuelas americanas de caw boys, gauchos, llaneros, etc., pasando por
toda clase de torcedores y aciales y la inmensa variedad de látigos,
trallas, vergajos e incluso fustas eléctricas, cabe preguntarse: ¿Qué
objeto tiene el uso de estos verdaderos instrumentos de tortura, cuando
sabemos que el caballo es capaz de sentir sobre su piel el movimiento
de la pata de una mosca?
Hay que reconocer que los humanos no hemos estado muy acertados
en el sentido de cuidar las sensibilidades de nuestro noble servidor y no
hay ninguna duda de que una esmerada higiene de la piel debe
considerar, no solamente su sanidad y su limpieza, sino también el buen
estado de su receptividad sensorial.
Cuando un cuidador está limpiando su caballo con la bruza y la
almohaza, no solamente está desprendiendo la suciedad de su piel. Al
mismo tiempo está estimulando la circulación cutánea y, si lo hace con
técnica correcta, con energía y delicadeza adecuadas y con talante
cordial o por lo menos amistoso, está contribuyendo a entrenar el tacto
para que el animal sepa valorar y distinguir sus impresiones sensitivas,
contribuyendo a las buenas relaciones hombre-caballo. Después, el
jinete podrá transmitir con facilidad al caballo sus deseos de ejecución
con la mínima indicación a través de sus ayudas.
El manejo brutal, autoritario y despiadado solamente puede conducir a
dos clases de resultados: al caballo resabiado, díscolo y difícil de
someter, o al caballo resignado y aburrido que realiza su trabajo
rutinariamente, como un autómata, sin ganas y carente de toda
brillantez.
Además de las particularidades que hemos señalado, quedan muchas
sensibilidades en el caballo que, aunque se sospechan, permanecen
ignoradas o poco estudiadas. Por ejemplo, se sabe que el caballo
manifiesta inquietud y desasosiego antes de producirse un terremoto,
¿Poseerá algún medio de perfección sensorial para percibir el
fenómeno con cierta antelación? por ahora, no lo sabemos.
Distintos autores recogen anécdotas que parecen indicar la posibilidad
de que el caballo pueda percibir las ondas electromagnéticas. La más
conocida es la que relata el hecho acontecido en la última guerra
mundial, durante la retirada alemana en Rusia. Una unidad de
caballería del ejército ruso tenia la misión de perseguir al enemigo en
retirada y para ello había de atravesar un campo cubierto por una
espesa nevada, que se sabía que estaba minado. El comandante de la
unidad, buen conocedor del instinto del caballo, ordenó a los jinetes
que soltaran las riendas y permitieran que los caballos eligieran su
camino para cruzar el campo. La casi totalidad de la unidad atravesó
el campo sin problemas, solamente volaron por los aires los pocos jinetes
que no respetaron la orden de su comandante ni el fino instinto de su
montura.
Este hecho y otros parecidos hacen sospechar la posibilidad de que el
caballo posea sensibilidades especiales radiestésicas, que por ahora, no
han sido demostradas
El caballo a pesar de su larga convivencia con el hombre, sigue
constituyendo un profundo misterio difícil de desentrañar en muchos
aspectos. El de su percepción sensorial es uno de ellos, cuyo
conocimiento es interesantísimo para poder obtener de él la mayor
utilidad. Vale la pena pues, profundizar en el conocimiento de sus
facultades sensitivas.
El Dr. LEBON, filósofo francés buen conocedor del caballo, dice:
"Cuando la psicología forme parte de la educación de los profesores de
equitación, la doma del caballo se convertirá en una operación mucho
más sencilla y mucho más rápida de lo que es en la actualidad".
Siguiendo su razonamiento, me atrevo a asegurar humildemente, que el
día que los hombres que manejan caballos conozcan profundamente
las particularidades y funcionamiento de sus sentidos, la actividad
ecuestre será mucho mas útil, gratificante y hasta divertida, tanto para
el caballo como para el que lo maneje.
Autor: Dr. D. Fernando Muñoz Galilea
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