La condición del investigador visitante (Oxford y Ámsterdam) José

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La condición del investigador visitante (Oxford y Ámsterdam) José Andrés Rozas Valdés Catedrático Acreditado de Derecho Financiero y Tributario Universidad de Barcelona Mi buen amigo Pedro Herrera me pide una crónica de mis aventuras y desventuras durante el segundo semestre del pasado curso, que dediqué a realizar una estancia de investigación, repartida entre la Facultad de Derecho de la Universidad de Oxford y el IBFD, en Ámsterdam. No estoy del todo convencido del interés que tal narración pueda tener, pero no voy a dejar de secundar su entusiasmo. Trataré, pues, de explicar qué sentido tiene, a mi parecer, afrontar un proyecto de tal naturaleza y qué se ha de prever al acometerlo para, finalmente, dedicar unas breves líneas a enmarcar lo que ha sido el objeto central del trabajo en el que he estado envuelto durante dichos meses. Una de las etapas a recorrer por los aguerridos jovenzuelos que hoy en día pretendan adentrarse, o avanzar, por las trochas de la siniestra selva académica es la de realizar lo que se conoce como “estancias de investigación en centros extranjeros”. Ciertamente, se puede lograr una acreditación de catedrático con un sexenio –o, incluso, y me han referido un caso en el área de Derecho civil, sin sexenios-­‐ del mismo modo que es posible lograrlo –y aquí sí que los casos son abundantes-­‐ sin haber realizado período alguno de investigación en una Universidad distinta de aquella en la que se ha cursado la licenciatura y el doctorado. También es cierto, y conozco algún caso –uno de ellos reciente, para devengar un doctorado “internacional”-­‐ que cabría hacer como que uno se va, obteniendo -­‐¡cómo no!-­‐ hasta una ayuda al respecto, y arreglárselas para que un oportuno cómplice firme uno de esos papeles falsos que todo lo aguantan. Pero bueno, para todo lo descrito se requieren unas cachas y un entorno “profesional” que no están al alcance del común. Para quienes, en el mejor de los casos, no nos queda sino la legislación vigente para avanzar en la vida académica, las cosas son bien distintas. Eso sí, una vez realizado el primer esfuerzo al respecto –hace ya casi veinte años que pasé seis meses en EE.UU.-­‐ se descubre qué sentido tiene el hacerlo, se disfruta de sus frutos y se trata de repetir. La experiencia de enfrentarse a una estancia de investigación en el extranjero es toda una escuela de vida que te procura unas perspectivas personales y profesionales verdaderamente enriquecedoras. Merece la pena, pues, afrontarla. No, eso sí, a cualquier precio ni de cualquier modo. Lo primero que conviene plantearse, para que tenga sentido y resultado, es el objetivo a cubrir y el lugar en el que llevarla a cabo. En mi caso, decidido a estudiar una de las líneas política fiscal más prolíficas en los últimos tiempos, el impulso de las llamadas relaciones cooperativas –cooperative compliance-­‐, la elección de los destinos era muy sencilla. Oxford era el lugar idóneo, dado que allí trabaja un equipo de investigación, Judith Freedman y John Vella en particular, que ha desarrollado varios proyectos al respecto, en el entorno de un ordenamiento tributario, el británico, que lidera este tipo de políticas. El otro foco de atención era, sin duda, Holanda, país en el que una modalidad específica de estas políticas, horizontal monitoring, constituye el estandarte operativo de su Administración tributaria, y en cuya capital, Ámsterdam, tiene su sede el IBFD, un think tank de referencia mundial en lo relativo a fiscalidad internacional y comparada. A partir de aquí, es preciso iniciar la programación del proyecto en torno a un año antes de ejecutarlo; anticipación ésta extraña a la improvisación que suele presidir los modos de hacer peninsulares, pero imprescindible cuando se trata con otras culturas de corte sajón o germánico. Entablar los contactos, cumplimentar los protocolos de cada institución –procelosos en el caso británico-­‐ procurarse los recursos necesarios para su ultimación, preparar la logística necesaria para estar en condiciones de desarrollarlo, son premisas previas que exigen una detenida atención. Así las cosas, cursé la solicitud para que el Decanato de la Facultad de Derecho de la Universidad de Oxford aprobase mi proyecto de investigación como academic visitor durante el Hilary term del pasado curso. Paralelamente, se autorizó mi estancia en el IBFD para los meses sucesivos, de abril a junio. Entretanto, había presentado un proyecto de investigación sobre uno de los temas a desarrollar a las convocatorias abiertas del IEF y había negociado con Gestión tributaria territorial un contrato de investigación para estudiar la colaboración de entidades privadas en la gestión de tributos locales tanto en el Reino Unido como en los Países Bajos. En la Universidad de Barcelona, por su parte, había solicitado una licencia de estudios, desde la premisa de que toda la actividad docente del curso se había de concentrar, como así fue, en el primer semestre del curso académico. Todo el entramado administrativo de la estancia quedaba, así, cubierto. Con posterioridad, en julio, se han convocado las ayudas del Ministerio de Educación para la movilidad internacional del profesorado a las que, lógicamente, he concurrido. Una de las dimensiones más arduas, complejas y singulares es la de conseguir un alojamiento razonable y asequible para períodos breves en ciudades universitarias, como las mencionadas, en las que la demanda al respecto es abrumadora. En el caso de familias, por cierto, hay que contar, igualmente, con los planes a desarrollar por el cónyuge y los hijos, lo que hace aconsejable, en tales casos, que el proyecto se programe para todo un curso académico. En mi caso, lo que ha funcionado ha sido la amiga, Fiona, de la amiga de un amigo que alquila una habitación, y el amigo, Eli, del amigo, que hace lo propio. Lo que tiene las dificultades y alicientes propias de la convivencia –el capítulo de limpieza y comidas es fuente de rico anecdotario-­‐ y las ventajas de constituir un cauce natural de integración social que es parte esencial de una experiencia de este tipo. Tal y como describe Hanna Arendt “la condición humana”, una parte, importante, del existir se compone de la “labor” de sobrevivir: la dimensión evanescente de la vida, todo lo que es necesario para subsistir, y que en territorio hostil adquiere un perfil insólito y novedoso. Una vez resuelto el proceso de adaptación al paisaje humano y natural que se te presenta, tratando de insertar en el mismo tus propias rutinas, se ha de pasar a lo que Arendt llama la “acción”. La bicicleta, el gimnasio, la oferta cultural, el diálogo imaginado con personajes de la zona que a uno le puedan seducir –como Newman, Lewis o Rembrandt-­‐ y la compañía real de otros investigadores o profesores del lugar –Angela, Shai, João, Kasia, Alessandro, Bérénice…-­‐ son esenciales para conseguir que la estancia adquiera un realce y una densidad apasionantes. Participar del ambiente mágico que tiene un formal dinner en el Somerville College con Sir John H. Elliot, de la tradicional audición de la Pasión según San Juan en el Sheldonian Theatre, del museo al aire libre de Enkuizen o de un paseo con Druff, de Bombay, en Leiden –la ciudad universitaria más antigua de Holanda, en la que enseñó Einstein-­‐ con cena en un restaurante etíope, son –entre otras muchas-­‐ el aditamento humano que confieren a este tipo de proyectos una dimensión, una entidad, particulares. El eje sobre el que pivota todo lo demás, el trabajo, conviene que tenga un hilo conductor protagonista del mismo –el argumento central de las investigaciones que se acometen-­‐ pero que vaya debidamente sazonado con un vivo interés por indagar el modo en el que en los centros que se visitan discurren las actividades docentes, los programas de estudio, la vida de los departamentos, los seminarios, las jornadas… el sentir y vivir de la comunidad universitaria. El compartir en Oxford una lunch talk, acudir a una lecture, intervenir en una clase de máster, descubrir cómo funcionan los tutorials, o asistir a una sesión en la Tax Chamber, en Londres, dirigida por Philip Baker, han sido oportunidades impagables de catar la realidad jurídica y docente británica. Sin perder la capacidad de asombro y admiración –tan saludables como la de olvido-­‐ pero sin papanatismos –al decir de Unamuno al español que viaja se le suele llenar la boca de moscas-­‐ se puede así acertar a discernir lo que de excelente, mejorable o evitable haya en las comunidades de cuyo devenir se es partícipe ocasional. Y se convierte con ello la estancia en un manantial de ideas, técnicas o recursos, dignos de consideración o emulación, y en el modo, también, de comprobar que ni es oro todo lo que reluce, ni todo el monte es orégano. La tan cacareada internacionalización de la actividad académica se encarna a través de estos cauces en la ocasión, igualmente, para armar proyectos europeos como el que ha surgido –ya se venía gestando-­‐ con los colegas de Nimega, Queen Mary, Düsseldorf, La Sapienza, Napoli II y la UNED en el marco de la iniciativa H2020, de la Comisión europea. Nuevamente sobre las relaciones cooperativas, con una metodología basada en la elaboración de encuestas, coordinadas en los distintos países que participan en el proyecto. Tan complejo como sugerente. Una reflexión final sobre las relaciones cooperativas. Esta política fiscal, promovida desde la OCDE, se enmarca en la revolución a la que se enfrenta el Derecho tributario, la aplicación de los tributos, en los albores del siglo XXI. Lo cierto y vedad es que la competencia fiscal lesiva, aderezada con una rica red de convenios que concebidos para atenuar la doble imposición han derivado en el marco privilegiado para lograr la no imposición, y todo ello enmarcado en una crisis fiscal más que considerable, están llevando a los Estados desarrollados a entender que su modo de relacionarse con los contribuyentes no puede seguir discurriendo por las premisas tradicionales (http://blocs.gencat.cat/blocs/AppPHP/eapc-­‐rcdp/). El modelo de autoliquidación a susto o muerte y regularización posterior seguida de un desesperante litigio está caduco, en particular por lo que concierne a los contribuyentes mejor armados. Las Administraciones tributarias más dinámicas comienzan a comprender que las grandes multinacionales no son tanto sus temibles enemigos como sus socios preferenciales en la recaudación y que de la confrontación es preciso evolucionar hacia la colaboración. En países como el Reino Unido, Holanda, Australia o Estados Unidos es mucho e interesante lo que se está haciendo al respecto. Desde la información preceptiva sobre estructuras de planificación hasta la implantación de planes de riesgos fiscales como corazón de los procedimientos de inspección. Son iniciativas no excesivamente conocidas en España y que empiezan a filtrarse a través, por ejemplo, de la reforma mercantil en curso del buen gobierno corporativo, que incluye deberes tributarios específicos para los Consejos de administración de las sociedades cotizadas. Un panorama, en definitiva, más que interesante en el que el Derecho comparado es un referente imprescindible. En resumen, un invierno entre las nubes anglo-­‐holandesas –parafraseando a Verne-­‐ fructífero en las tres dimensiones de labor, trabajo y acción propias de la condición humana. Ardua y compleja, pero decididamente satisfactoria. Un reto a acometer, pues, el de las estancias de investigación, más que recomendable -­‐
¿exigible?-­‐ para quienes prestamos servicios académicos en el mundo universitario. 
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