propósitos que dios cumple en la adversidad

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PROPÓSITOS QUE DIOS CUMPLE EN LA ADVERSIDAD
Por Sergio A. Ramírez
Usado con permiso
El dolor es útil. Por ejemplo, si no sintiéramos dolor físico, no soltaríamos el hierro caliente,
seguiríamos martillándonos un dedo machacado, dejaríamos que un apéndice infectada reventara,
terminaríamos por reducir a pedazos un tobillo fracturado, o una muela infectada terminaría
gangrenándose. Dios usa el dolor para protegernos. Cuando nos parezca que Dios se queda con los
brazos cruzados viéndonos sufrir, pensemos de él como de un padre que no interviene cuando su hijo
le pide que detenga al médico que lo está curando. El padre sabe que el dolor que el médico produce
tiene como propósito el bien del hijo. La Biblia nos revela muchos propósitos que Dios cumple por
medio del sufrimiento en nuestras vidas. Tenerlos en mente a la hora de la adversidad puede
ayudarnos a desarrollar una actitud que honre su nombre y de paz a nuestro corazón. Dios usa el
sufrimiento:
1.
Para hacernos bien: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas ayudan a bien...
para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:28-29; Sal. 73:28). Si amamos
a Dios, nada nos puede hacer mal, sino que todo nos ayudará a ser más semejantes a Cristo.
2.
Para humillarnos: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios
durante estos cuarenta años en el desierto, para humillarte...” (Dt. 8:2, BA; 2 Cr. 33:10-13; Job
6:7). Nuestro orgullo hace necesario que Dios intervenga para “bajarnos los humos”.
3.
Para probarnos: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios
durante estos cuarenta años en el desierto, para... probarte” (Dt. 8:2; Sal. 7:9; 11:5; 66:10; Pr.
17:3; Lc. 8:13; 1 P. 4:12). Dios prueba con el fin de aprobar.
4.
Para revelar lo que hay en nuestro corazón: “Y te acordarás de todo el camino por donde te
ha traído el Señor tu Dios durante estos cuarenta años en el desierto, para... saber lo que había en
tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (Dt. 8:2; Sal. 17:3). Para poner los pies
en el suelo necesitamos vernos tal como somos. Las pruebas sacan a relucir lo que hay oculto en
nuestro corazón.
5.
Para que reajustemos nuestras prioridades: “Y te afligió y te hizo tener hambre... para
hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová
vivirá el hombre” (Dt. 8:3). Las crisis de la vida nos ayudan a discernir lo que realmente vale la
pena, a distinguir lo urgente de lo importante.
6.
Para castigarnos como a hijos: “Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el
hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga” (Dt. 8:5; He. 12:6). Lo contrario al amor no es el
odio sino la indiferencia. Un hombre puede ser indiferente a la conducta de los hijos de otros,
pero no a la de sus propios hijos, porque los ama. Como un padre amante, Dios nos castiga: (a)
para librarnos de la condenación: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados
con el mundo” (1 Co. 11:31-32); (b) para hacernos volver al buen camino: “Antes que fuera yo
humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra. Bueno me es haber sido humillado,
para que aprenda tus estatutos” (Sal. 119:67, 71); (c) para movernos al arrepentimiento:
“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para
arrepentimiento... Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación”
(2 Co. 7:9-10); (d) para que participemos de su santidad: “Y aquéllos, ciertamente por pocos
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días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que
participemos de su santidad” (He. 12:10); (e) para llevarnos a producir fruto de justicia: “Es
verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después
da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (He. 12:11)
7.
Para prepararnos para bendiciones futuras: “Porque tú nos probaste, oh Dios; nos
ensayaste como se afina la plata. Nos metiste en la red; pusiste sobre nuestros lomos pesada
carga. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza; pasamos por el ruego y por el agua, y nos
sacaste a la abundancia” (Sal. 66:10-12; Dt. 8:7). Más vidas son destruidas por la abundancia que
por la escasez. Después de sacar a Israel de Egipto, Dios lo dirigió al desierto para prepararlo con
pruebas para las bendiciones de Canaán. Dios quiere bendecirnos, pero no puede hacerlo
mientras no estemos listos.
8.
Para que desarrollemos responsabilidad permitiéndonos sufrir las consecuencias de
nuestras acciones: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que
brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que
haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.
Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo
oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:15-17). Toda
desobediencia tiene su consecuencia. Una cosa es el castigo por el pecado y otra la consecuencia
del pecado. Esaú perdió la bendición no como castigo por su pecado, sino como consecuencia de
haber tomado una decisión que no honraba a Dios. En una situación como ésta no debemos
amargarnos, sino humillarnos.
9.
Para que aprendamos a hallar nuestro contentamiento sólo en Dios: “Aunque la higuera no
florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte del producto del olivo, y los labrados no den
mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo,
yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi
fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Hab. 3:17-19).
A veces Dios nos quita lo que nos ha dado para enseñarnos a no amar más las dádivas que al
Dador.
10.
Para que aprendamos a anteponer los intereses de Dios a los nuestros: “¿Es para vosotros
tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?
Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os
vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Buscáis mucho, y
halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé con un soplo. ¿Por qué? Dice Jehová de los
ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa” (Hageo
1:4, 6, 9). No tener tiempo para las cosas de Dios es pecado porque el tiempo está hecho no sólo
de minutos y segundos, sino también de voluntad. Tenemos recursos, tiempo y energía para lo
que queremos. Lo del hombre aquel sobre las ofrendas y diezmos se aplica a otras áreas de
nuestra vida también, “Ya me cansé de dar”, dijo, y oyó una voz del cielo que decía, “Me parece
que yo también”.
11.
Para llevarnos al punto de alabar a Dios por lo que es y no sólo por lo que da: “Entonces
Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo:
Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el
nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Dios está más interesado en hacer de nosotros lo que
debemos ser que en darnos lo que creemos debemos tener. Por eso, muchas veces para
enriquecernos, debe empobrecernos. Somos enriquecidos cuando nos relacionamos con él por
amor y no por un salario.
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12.
Para demostrar que la adoración a Dios puede tener otra motivación que el egoísmo:
“Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado
alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por
tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que
tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: He aquí todo
lo que tiene está en tu mano... Entonces su mujer le dijo: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a
Dios y muérete. Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado.
¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con
sus labios” (Job 1:9-12; 2:10). La verdadera adoración nace del amor y no del interés egoísta. El
sufrimiento saca a relucir los verdaderos motivos de nuestra devoción y en algunos rasca el
barniz superficial de espiritualidad.
Alguien ha escrito que “un arroyo perdería su música si Dios quitara las rocas”. El
comportamiento horrible de los que lo han tenido todo y han sido protegidos del dolor corrobora
en la verdad del dicho anterior. Con frecuencia las adversidades funcionan como una cerca de
espinos y ortigas que nos mantienen en el camino que nos hace más semejantes a Cristo. La
meditación en los propósitos que la Biblia dice Dios cumple con el sufrimiento nos permitirá
descubrir que “los que bendicen a Dios en medio de las pruebas serán bendecidos por Dios a
través de las pruebas”. Aquí tenemos otra serie de propósitos que Dios busca realizar en tu vida
por medio de aquello que sin duda tu voluntariamente no habrías escogido:
13. Para llevarnos a un mayor conocimiento de Dios: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos
te ven” (Job 42:5), dice Job al final de su experiencia de sufrimiento. Los sinsabores de la vida
pueden llevarnos a crecer en nuestro conocimiento de: (a) El poder de Dios: “Yo conozco que
todo lo puedes” (Job 42:2). Estas palabras de Job nos recuerdan cómo también Dios guió a su
pueblo a quedar atrapado entre los egipcios y el Mar Rojo para mostrar su poder (Ex. 14). (b) La
sabiduría de Dios: “Yo conozco que... no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42:2). La
experiencia dolorosa permitió a Job entender algo de la verdad consignada en Isaías 55:8-9:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo
Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros
caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. (c) La justicia de Dios: “Conozco,
oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste” (Sal. 119:75).
Conocer la justicia de Dios nos librará de caer en el error de Proverbios 19:3, “La insensatez del
hombre tuerce su camino, y luego contra Jehová se irrita su corazón”, error del que sólo
derivaremos pérdida porque, “dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hch. 9:5). (d) La
misericordia y la compasión de Dios: “He aquí tenemos por bienaventurados a los que sufren.
Habéis visto la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy
misericordioso y compasivo” (Stg. 5:11; Sal. 41:3). Job experimentó la manifestación de la
misericordia y la compasión de Dios después que hubo cumplido los propósitos de Dios para sus
pruebas. (e) La gracia de Dios: “Respecto de lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de
mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co.
12:9). Alguien ha dicho, “el Señor puede calmar tus tormentas, pero más frecuentemente te
calmará a tí”. (f) El amor de Dios: “Habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os
dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres
reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”
(He. 12: 5-6). (g) La ira de Dios: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al
Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta
al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el
Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios
vivo!... Por que nuestro Dios es fuego consumidor” (He. 10:29-31; 12:29; Lm. 3:1). La sabiduría
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se mantiene alejada de muchos de nosotros por falta de un sano temor de Dios que nos permita
verlo no como lo imaginamos, sino como lo que es. No sólo como Dios de amor, sino también
como Dios de ira. (h) La paciencia de Dios: “Porque el Señor ejecutará su sentencia en el tierra
en justicia y con prontitud. Y como antes dijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera
dejado descendencia, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes”
(Ro. 9:27). Igual que Israel, en medio de la desgracia que viene como resultado de la
desobediencia, podemos discernir que Dios ha sido paciente en medio de la ira y no nos ha raído
del todo porque es “tardo para la ira” (Ex. 34:6). (i) La providencia de Dios: “Ahora, pues, no os
entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios
delante de vosotros. Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer
lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn. 50:20). La vida de José ilustra que
una de las bendiciones más grandes es llegar a entender cómo Dios ha usado para bien los
fracasos, injusticias, desgracias y tragedias de la vida. Sin embargo, debemos recordar que “Dios
puede esconder sus propósitos para que podamos vivir sus promesas”. (j) La suficiencia de Dios:
“Jehová te oiga en el día del conflicto; el nombre del Dios de Jacob te defienda. Estos confían en
carros, y aquellos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos
memoria. Ellos flaquean y caen, mas nosotros nos levantamos y estamos en pie” (Sal. 20:1, 7, 8;
Gn. 35:3; 2 S. 22:7). ¿Cómo podríamos experimentar que Dios es suficiente para consolar,
proveer, restaurar, etc., si no fuera porque hemos llegado a necesitar consuelo, provisión,
restauración, etc.? (k) La protección de Dios: “Pero la salvación de los justos es de Jehová, y él es
su fortaleza en el tiempo de la angustia. Jehová los ayudará y los librará; los libertará de los
impíos, y lo salvará, por cuanto en él esperaron” (Sal. 37:39-40; Nah. 1:7). (l) La soberanía de
Dios: “He aquí que voz de rumor viene, y alboroto grande de la tierra del norte, para convertir en
soledad todas las ciudades de Judá, en morada de chacales. Conozco, oh Jehová, que el hombre no
es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jr. 10:22-23). (m) La
fidelidad de Dios: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios,
que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con
la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13). Nuestra vida no está en las manos
de un destino ciego, sino de un Padre amante que no causa la adversidad, sino que la controla y
dosifica en su intensidad y duración para el cumplimiento de sus propósitos buenos, sabios y
santos. Cuando Dios permite pruebas extraordinarias, también da gracia extraordinaria.
14. Para revelar qué es en lo que realmente confiamos: “Y Ocozías cayó por la ventana de una
sala de la casa que tenía en Samaria; y estando enfermo, envió mensajeros, y les dijo: Id y
consultad a Baal-zebub dios de Ecrón, si he de sanar de esta mi enfermedad. Entonces el ángel de
Jehová habló a Elías tisbita, diciendo: Levántate, y sube a encontrarte con los mensajeros del rey
de Samaria, y diles: ¿No hay Dios en Israel, que vais a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón? Por
tanto, así ha dicho Jehová: Del lecho en que estás no te levantarás, sino que ciertamente morirás”
(2 Reyes 1:2-4; 2 Cr. 16:2). A veces decimos que confiamos en Dios, pero con frecuencia, “del
dicho al hecho, hay mucho trecho” y lo peor es que ni siquiera lo sabemos: “Temían a Jehová, y
honraban a sus dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados” (2 R.
17:33). Recordemos que “las flores que se inclinan ante el sol, lo hacen incluso en los días
nublados”.
15. Para la manifestación de las obras de Dios: “Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y
le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido
ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se
manifiesten en él” (Jn. 9:3). La ceguera de aquel hombre no estaba relacionada con el pecado, sino
con los propósitos de Dios. Dios usa las desgracias para darse a conocer para salvación a nosotros
y a otros mediante sus intervenciones poderosas en nuestras vidas.
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16. Para dar lugar al ejercicio de la fe. “Todos necesitamos una fe que no se encoja cuando se
sumerja en las aguas de la aflicción”: “¿Y qué más digo? Porque tiempo me faltaría contando de
Gedón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por la
fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron
fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en
batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante
resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor
resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.
Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para
allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el
mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas
de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo
prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos
perfeccionados aparte de nosotros” (He. 11:32-39. Como un músculo, la fe se desarrolla mediante
su uso. Pero, ¿cómo la usaríamos si no nos fueran brindadas oportunidades para hacerlo?
Recordemos que la fe es producida por la Palabra (Ro. 10:17), purificada por las pruebas (1 P.
1:7) y robustecida por el uso.
Más Propósitos que Dios Cumple en la Adversidad
“Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos.
Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques. Irán de
poder en poder; verán a Dios en Sión” (Salmo 84:5-7).
Un día, al dirigirse a unos estudiantes, el misionero Hudson Taylor les preguntó--¿Cuál es el valle
poblado más largo y más ancho del mundo? Cada uno apeló a sus conocimientos de geografía.—No,
no es el valle de Yangtsekiang, ni tampoco el del Congo, ni el del Mississippi. Es el valle de
Lágrimas, al que la Biblia llama el valle de Baca. Desde que el hombre existe, multitudes pasaron por
él. Puede extenderse durante una vida entera. Todo ser humano lo recorre una vez u otra. Lo
importante es saber con qué estado de ánimo lo atravesamos. A menudo, ¿no buscamos atajos para
salir más pronto de él? El creyente ¿debe ser insensible o indiferente al sufrimiento? ¿Debe procurar
endurecerse? NO, pero contando con la promesa divina, atravesará el valle con Dios y así lo
transformará en un lugar lleno de fuentes para su propia bendición, para la de los demás, y para la
gloria de Dios. El hombre cuya fortaleza está en Dios aprendió a conocer el valor del valle de
Lágrimas y sabe que esos lugares secos y desolados pueden permitirle experimentar la fidelidad de
Dios.
Cualquier necio puede criticar, condenar, y quejarse—y la mayoría de necios lo hacen . Sólo el
creyente sabio que ha aprendido a hallar sus fuerzas en el Señor puede dar gracias en todo. Para
animarnos a llegar a ese punto, consideremos aun otros propósitos que Dios cumple en el sufrimiento.
Dios usa la adversidad y los problemas...
22. Para recordarnos que el gozo tiene que ver con una decisión del corazón a la hora de la
adversidad: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Stg.
1:2). La palabra para “sumo” también se usa para “todo”. La idea es que debemos determinar
responder con un gozo pleno a las pruebas. Parece difícil creer que podamos elegir gozarnos o no.
Pensamos que el gozo es algo que simplemente sucede. Pero este versículo es una orden: “tened”.
No dice, “si podéis”, o “si os apetece”. Como Dios nunca nos manda hacer algo que no nos da el
poder para hacer (Fil. 4:13), sabemos que tenemos los recursos espirituales para gozarnos si
queremos obedecer. No es un gozo masoquista, sino que nos gozamos porque podemos ver que
Dios está produciendo en nosotros paciencia y madurez.
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23. Para producir paciencia: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce paciencia... Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia” (Ro. 5:3; Stg. 1:3). De las dos palabras que se usan en el Nuevo Testamento para
paciencia, en estos versículos se usa la que tiene que ver con la virtud que no se rinde a las
circunstancias, ni sucumbe ante la prueba, ni se deja arrastrar por las presiones. Esta virtud está
relacionada con la esperanza (“...vuestra constancia [paciencia] en la esperanza de nuestro Señor
Jesucristo”, 1 Ts. 1:3). La paciencia nos capacita para ver por encima del horizonte de lo temporal
y anticipar con gozo las glorias prometidas. Alguien la ha definido como “la virtud de sacar el
mejor partido a las circunstancias adversas”.
24. Para llevarnos a la madurez y el equipamiento espiritual: “Sabiendo que la prueba de vuestra
fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales,
sin que os falte cosa alguna” (Stg. 1:3-4). “Perfectos” no significa “impecables”, sino “maduros”.
Son los cristianos que han dejado de ser niños y “por el uso tienen los sentidos ejercitados en el
discernimiento del bien y del mal” (He. 5:11-14). Los que ya no deciden preguntando, “¿Qué tiene
de malo?”, sino, ¿Qué tiene de bueno a la luz de los intereses del reino de Dios?”. “Cabales” tiene
que ver con estar perfectamente equipados para el desempeño de las buenas obras que “Dios
preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Ef. 2:10). Es como el soldado equipado
con todo lo que necesita para pelear la batalla; como el atleta que ha llegado a desarrollar la
habilidad, la fuerza y la resistencia para participar en la competición; como el obrero en posesión
de todas las herramientas necesarias para el desempeño de su tarea. Cada prueba nos equipa mejor
para honrar a Dios en todo lo que hacemos.
25. Para despertar en nosotros el deseo de romper los vínculos afectivos con asociaciones que
no honran a Dios: “Y los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y
fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra. Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo
rey que no conocía a José... Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y
amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en
todo su servicio, al cual los obligaban con rigor” (Ex. 1:7-8, 13-14). Cuando se acercó el
cumplimiento de los 400 años que Dios dijo a Abraham su descendencia sería cautiva (Gn. 15:13),
Dios usó la opresión para animar a Israel desear salir de Egipto. De no haber sido por la aflicción,
Israel probablemente todavía estaría en Egipto. Egipto era una etapa y no la meta del camino que
Dios tenía para su pueblo. A veces Dios usa el sufrimiento para romper asociaciones que debemos
dejar atrás y de las cuales no queremos o no sabemos cómo desligarnos.
26. Para hacer posible la aplicación de los beneficios de la salvación a los no creyentes:
“Acuérdate de Jesucristo... en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas
la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que
ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Ti. 2:10). Debido
a que “no es de todos la fe” (2 Ts. 3:2), si vamos a llevar el mensaje del evangelio a los perdidos
tenemos que hacerlo con la disposición a sufrir por ello. El Señor Jesús dijo, “Mas todo esto os
harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado” (Jn. 15:21).
27. Para hacer posible la aplicación de los beneficios de la salvación a los ya creyentes: ”Porque
de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo
Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o
si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en sufrir las mismas
aflicciones que nosotros también padecemos” (2 Co. 1:5-6; Cf. Col. 1:24). Parte de los
sufrimientos a los que Pablo se refiere eran las angustiosas lágrimas que derramó por haber tenido
que reprender a los corintios (2 Co. 2:4). Así como el llevar el evangelio a los perdidos implica
sufrimiento, el animar y reprender a los hermanos que pecan también conlleva dolor. Pablo
pregunta con tristeza a los Gálatas, “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?”
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(Gá. 4:16). Pero esta posibilidad no le cerró la boca a Pablo, y no debe cerrarnos la boca a
nosotros.
28. Para ilustrar ante otros la suficiencia de la vida de Cristo: “Que estamos atribulados en todo,
mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados;
derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús,
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Co. 4:10). En tiempos de
bonanza es fácil para creyentes y no creyentes mantener una fachada de paz, amor, gozo y
contentamiento. A la hora de la aflicción, sin embargo, los no creyentes necesitan ver que los
creyentes tenemos la vida de Cristo. Lamentablemente, cuando las cosas van mal, con frecuencia
cascamos lo mismo que los muertos espirituales. Al hacerlo, le fallamos a Dios, quien quiso
habernos usado como luz a perdidos; le fallamos a los que debimos haber iluminado, y nos
fallamos a nosotros mismos, porque tuvimos en poco las bendiciones que Dios quiso darnos en la
prueba. Dios usa el sufrimiento para que saquemos la luz del almud, la pongamos en un candelero
y alumbre “a todos los que están en casa” (Mt. 5:15). Interesante que dice, “en casa”. ¿Acaso no
son ellos los que primero ven nuestro lado oscuro a la hora de los problemas?
29. Para purificar la fe: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es
necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe,
mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:6-7). Igual que en Santiago
1:2, aquí se vincula el gozo a la prueba. La fe que es probada genuina por medio de la adversidad,
nos capacita para gozarnos incluso “en las duras” al permitirnos ver por encima de las
purificadoras circunstancias presentes. Sólo la fe así purificada será recompensada con alabanza,
gloria y honra a la venida del Señor (Mt. 25:21, 23). La fe no purificada producirá vergüenza y
pérdida (Mt. 25:28- 30; 1 Jn. 2:28). Recordemos también que, “el que se crece en la prosperidad,
se encoge en la adversidad”.
30. Para purificarnos como a oro: “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro”(Job
23:10). Aunque Job no entiende el por qué de la desgracia que le ha venido, atisba un para qué.
Sabe que el fuego del dolor cumple un propósito purificador en su vida. La prueba purificadora
puede no estar vinculada al pecado en la vida del hijo de Dios, como el caso de Job lo ilustra. Pero
frecuentemente sí lo está, como aprendemos de las palabras de Dios a Israel: “Por amor de mi
nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte. He aquí te he
purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción. Por mí, por amor de mí mismo
lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no dará a otro” (Is. 48:9-11). Este
pasaje nos informa que la disciplina de Dios es a veces expresión del refreno de su ira, la que de
otra manera nos hubiera consumido. Con el sufrimiento el Señor nos quita todo aquello que nos es
ajeno como hijos de Dios.
31. Para hacer evidente la profundidad o la superficialidad de la fe: “Y el que fue sembrado en
pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí,
sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra,
luego tropieza” (Mt. 13:21). La palabra traducida “tropezar” tiene el sentido de “dar ocasión a una
conducta impía o arrastrar a alguien a la ruina”. Quien responde a la aflicción impíamente con
amargura, resentimiento, irritación, chillidos, acusaciones, crítica, murmuraciones, queja, lamento,
está descubriendo la superficialidad de su fe. Recordemos que la queja tiene su origen no tanto en
la grandeza de los problemas como en la pequeñez del espíritu.
Compartía un pastor, “Nunca olvidaré mi primera experiencia usando un túnel de lavado automático.
Acercándome a él con la aprehensión de la persona que va al dentista, puse la moneda en la ranura,
nerviosamente comprobé y volví a comprobar que las ventanas estuvieran cerradas, pisé suavemente
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el acelerador hasta el lugar indicado, y esperé.. Poderes fuera de mi control empezaron a arrastrar mi
coche hacia adelante como en una correa sin fin. Atrapado dentro, una catarata de agua y de champú
empezó a caer, y los cepillos giratorios empezaron a moverse en todas direcciones. “¿Y si una de las
ventanas se rompe y el agua empieza a entrar?” Pensé irracionalmente. De repente las aguas cesaron.
Después del secado con aire, el coche fue empujado hacia el mundo externo una vez más, limpio y
brillante. En medio de todo esto, recordé tiempos tormentosos en mi vida cuando parecía que estaba
yendo en una correa sin fin, víctima de fuerzas fuera de mi control. Ahora les llamo, “experiencias de
túnel de lavado automático”. Recordemos que cuando salgamos de las experiencias del túnel de la
prueba, estaremos brillando mejor para el Señor”.
Todavía Más Propósitos Que Dios Cumple En la Adversidad
Alan Redpath escribió en cierta oportunidad, “No hay nada—ninguna circunstancia, ninguna
aflicción, ninguna prueba—que pueda tocarme hasta que primero que todo haya pasado desde Cristo
hasta mí. Si ha llegado hasta aquí, ha venido con un propósito, que yo puedo no entender en ese
momento. Pero como yo rehuso entregarme al pánico, como levanto mis ojos a él y lo acepto como
viniendo del trono de Dios para algún propósito grande de bendición para mi propio corazón, ninguna
pena me perturbará, ninguna prueba me desarmará, ninguna circunstancia me llevará a temer, porque
descansaré en el gozo de lo que mi Señor es”.
32. Para llamar nuestra atención. Al estudiar la vida de Marta en los evangelios podemos
contrastar dos acontecimientos. En el primero, Marta no tiene tiempo para escuchar al Señor
debido a sus muchas ocupaciones: “Aconteció que yendo de camino, entré en una aldea; y una
mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual,
sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres,
y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile, pues, que
me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”
(Lc. 10:38-42). En el segundo acontecimiento, Marta deja de inmediato lo que está haciendo para
buscar al Señor en el momento en que se entera que está cerca: “Entonces Marta, cuando oyó que
Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si
hubieses estado aquí, mi hermano no hubiera muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas
a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: yo sé que resucitará en
la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en
mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees
esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que has venido al
mundo. Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro
está aquí, y te llama” (Jn. 11:20-27). Parece ser que uno de los propósitos que la muerte de Lázaro
cumplió fue llamar la atención de Marta. A veces Dios usa la adversidad para llamarnos la
atención al hecho que servirlo a él y a los demás no es excusa para dejar desatender “la buena
parte”. En contraste con María, que sabía apreciar lo importante, Marta había sido esclava de la
tiranía de lo urgente. Marta atendió el llamado de atención de Dios, ¿lo hacemos nosotros?
33. Para capacitarnos para consolar a otros: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas
nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier
tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Co. 1:34). La palabra para “consolar” es el verbo del que viene la palabra que en Juan 14:26 se traduce
“Consolador” (Paracletos) con referencia al Espíritu Santo y en 1 Juan 2:1 se traduce “Abogado”
con referencia a Cristo. De la manera como el mismo Espíritu Santo y el mismo Señor Jesucristo
consuelan, acompañan, fortalecen, ayudan, defienden y exhortan a la hora de la necesidad, así
nosotros podremos hacer en la medida que Dios nos capacite para hacerlo por medio de la
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adversidad y la consolación que en medio de ella nos da. Ya no nos podrán decir, “es que tú no
sabes de lo que hablo”, sino al contrario, “tú sí me entiendes”.
34. Para incrementar en nosotros el peso de gloria: “Porque esta breve tribulación momentánea
produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17). La palabra
traducida “peso” se usa figurativamente de “carga”, “abundancia”. Pablo sabía que la capacidad
para reflejar la gloria de Dios en la eternidad estaba en proporción directa a la honra dada a Dios
en medio de la adversidad sufrida en esta vida por causa del Señor. Este conocimiento le permitía
considerar en comparación la tribulación que sufría liviana y momentánea. Cascamos física o
emocionalmente bajo la presión de las circunstancias adversas porque nos falta esta perspectiva.
35. Para recordarnos que las cosas que se ven son temporales, pero que las que no se ven son
eternas: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se
ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:18). Pablo complementa el punto
anterior. La forma de ganar la perspectiva adecuada del sufrimiento es hacer una selección de
objetivos o lentes como los de las cámaras fotográficas. Hay lentes que permiten enfocar muy bien
lo muy cercano, pero no enfocan lo que está muy lejos. Y hay lentes que permiten enfocar muy
bien lo que está lejos, pero no enfocan muy bien lo que está cerca. Esta selección de lentes es un
acto de la voluntad. Decidimos no enfocar algunas cosas para enfocar otras. Nosotros tenemos que
disciplinarnos para hacerlo. Es nuestra responsabilidad.
En su libro, “Oro en proceso”, Ron Lee Davis cuenta la historia de Don. Un día Don se dio cuenta
de que tenía un bulto en su oído izquierdo. Resultó ser cáncer. Don estaba muy preocupado por
esto y empezó a estudiar su Biblia, particularmente Romanos 8:28. Mientras estudiaba el pasaje
llegó a darse cuenta que si se ponía a la disposición de Dios, Dios llevaría a cabo su bien, fuera
que él se sintiera bien o no. “Entonces Don se arrodilló y oró, “Señor Jesús, sé que eres el Gran
Médico, y sé que puedes sanar este tumor”. La mayoría de nosotros se detendría allí, pero Don
siguió orando, “Pero, Señor, si puedes sacar más bien de mi vida - más de tu bien - permitiendo
que yo tenga este cáncer, entonces quiero conservar el cáncer”. Don siguió con el cáncer, pero
durante su hospitalización ganó a su compañero de habitación para Cristo. Hoy, el compañero de
habitación es un misionero en Sudamérica. Guié a una ayudante de enfermera a Cristo. Hoy, esta
mujer ministra no sólo a las necesidades físicas de la gente, sino también a sus necesidades
espirituales. También guió a un hombre que es uno de los más influyentes hombres de negocios de
los Estados Unidos a Cristo. Y todo porque Don estuvo dispuesto a permitir que Dios trabajara
por medio de él, sin importar lo que fuera a costarle. El Dr. Davis concluye, “Todo en la vida
puede ser usado para el bien de Dios, si - si estamos disponibles, si estamos dispuestos a
demostrar el tipo de madurez y carácter que el mundo no entiende, si estamos dispuestos a ser
conformados a la imagen de Cristo”.
Y Todavía Más Propósitos Que Dios Cumple en la Adversidad
“A más vivir, más sufrir”, dice el dicho popular. Pero también es cierto que, “El mal que en bien
acabó, era un bien que se disfrazó”. Todas las dificultades que tenemos para responder al sufrimiento
de forma que Dios sea honrado nacen de nuestra incapacidad de ver más allá de los intereses
inmediatos. Dios quiere que aprendamos a ver no sólo al bien que él cumple con la adversidad de este
lado de la eternidad, sino también del otro.
Una escritora cristiana apuntaba, “Cuando visité el Japón un misionero me presentó una joven mujer
cristiana con parálisis cerebral. Se sentaba en las escaleras de su casa y pasaba las páginas de un libro
con los dedos de sus pies. Era todo lo que podía hacer, pero estaba contenta en Cristo. Entonces el
misionero me llevó a ver al hombre que había guiado a esta mujer a Cristo. Yo no estaba preparado
para ver lo que vi. Cuando llegué a la casa, su madre abrió la puerta con un trozo de hombre en sus
brazos. Tenía cuarenta y cinco años, y cada día desde su nacimiento, la mujer pasaba seis horas al día
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echando gotas de alimento con un gotero en su boca. Sólo se podía comunicar con gruñidos y
apuntando con una mano con forma de garra a una pizarra que tenía escritos caracteres japoneses.
Señalando a esos caracteres, este hombre indicaba lo que quería decir, y su madre lo escribía. A pesar
de sus masivas limitaciones, este hombre hacía la obra de Dios. Publicaba un periódico para
minusválidos en el Japón, y Dios lo usó para llevar a muchas personas al conocimiento salvador de
Jesucristo. Aunque había gente que continuamente oraba para que Dios lo sanara, Dios no lo sanó.
Pero Dios lo usó. El dolor y el sufrimiento nos llegarán tarde o temprano. No estamos exentos del
mismo sólo porque amamos a Dios. Pero en nuestro dolor y sufrimiento, Dios todavía puede usarnos
y acercarnos a él”.
Hoy veremos otras tres formas en que Dios usa el sufrimiento y la adversidad...
36. Para que nuestro servicio al Señor se mantenga irreprochable: “No damos a nadie ninguna
ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos
en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en
angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en
ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad,
en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala
fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien
conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como
entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo
nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co. 6:3-10). Para mantener limpio su testimonio como siervo de
Dios, Pablo estuvo dispuesto a soportar 9 circunstancias adversas: 3 internas, 3 externas, y 3
voluntarias (6:4-5). También estuvo dispuesto a exhibir 9 virtudes (6:6-7) y a sufrir 9 resultados
conflictivos de su servicio a Dios (6:8-10). El punto es que para servir a Dios sin manchar su
reputación debemos asumir que habrá que pagar un precio. Nuestro testimonio será irreprochable
sólo si estamos dispuestos a sufrir por ello. Esto se debe a que vivimos en un mundo caído que
vive en oposición a Dios y a los que deciden invertir su vida en su servicio. El Señor Jesús nos
recuerda, “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si
fuerais del mundo el mundo amaría lo suyos; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del
mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:18-19).
37. Para dar evidencia del poder de Dios en la debilidad: “¿Son ministros de Jesucristo? (Como si
estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más;
en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos
uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio;
una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de
ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de gentiles, peligros en la ciudad,
peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros de los falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en
muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras
cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma,
y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me
gloriaré en lo que es mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito
por los siglos, sabe que no miento” (2 Co. 11:23-33). Pablo defiende su ministerio delante de
algunos corintios que lo despreciaban al comparar las credenciales humanas de Pablo con las
credenciales de falsos maestros a quienes habían recibido como apóstoles de Jesucristo. Aunque
Pablo tiene credenciales humanas mayores que las de los falsos maestros, y aunque pudo haber
citado milagros extraordinarios y grandes conversiones como testimonio de que era verdadero
apóstol de Jesucristo, escoge usar sus sufrimientos por el Señor como evidencia. ¿Por qué? Porque
sabe que el enfrentar el sufrimiento sin tirar la toalla, sin amargarse ni enfriarse es un testimonio
mayor e irrefutable de que el poder de Dios está verdaderamente obrando en una persona.
¿Enfrentamos nosotros la adversidad de manera que sea evidente a todos de que el poder de Dios
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está obrando en nuestra vida?
38. Para capacitarnos para reinar juntamente con Cristo: “Y si sois hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con é, para que
juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo
presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.... Si
sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (Ro. 8:17-18; 2 Ti.
2:12). No todo creyente en la suficiencia de la muerte de Cristo para salvación reinará con Cristo.
Sólo reinarán con Cristo aquellos que estuvieron dispuestos a “confesar” al Señor, es decir, a
anteponer sus intereses a todo otro interés: a cualquiera, pues que me confiese delante de los
hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que
me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.
Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a
la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o
madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí;
y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá;
y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.... Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria
de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 10:3239). El Señor está hablando aquí de recompensas. Las recompensas tienen que ver con
oportunidades de expresar gratitud en el reino sirviendo a Cristo al compartir con él las
responsabilidades y la exaltación del reino.
Un hermano llamado Larry Creider contaba, “Tenía quince años cuando decidí seguir a Cristo.
Uno de mis mejores amigos me dejó claro que me decisión había hecho que camináramos por
caminos distintos. Estábamos caminando a casa desde la escuela y llegamos a un cementerio.
Ahora que yo había hecho mi decisión, mi amigo sugirió que yo rodeara el cementerio yendo en
una dirección yendo en la dirección que había decidido ir; y que él iría en la otra dirección yendo
por su propio camino. Aquella fue una caminata solitaria. Pero estaba contento que Cristo estaba
allí para caminar conmigo”.
Y ese es el punto. El Señor nos ha advertido que el camino que nos ha llamado a caminar está
sembrado de sufrimiento por causa de él, pero también nos ha prometido, “El que tiene mis
mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y
yo le amaré, y me manifestaré a él.... El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:21, 23).
Siguen los propósitos que Dios cumple en la adversidad
Un conocido armador griego fue uno de los hombres más ricos del mundo. Murió a la edad de 69
años en París. Fue sepultado en una isla griega que le pertenecía, al lado de su hijo quien había
fallecido antes que él. Su mujer estaba en Nueva York cuando él murió. Sólo su hija se hallaba a su
lado. Sin duda, muchos le habrán envidiado por sus riquezas y su poder. Y por cierto la historia de su
vida es considerada desde el punto de vista de este mundo una de las más exitosas de nuestro tiempo.
Pero, ¿de qué le sirve ahora? Él mismo tuvo que admitir que su vida y sus esfuerzos se malograron.
Cuando empezó su última enfermedad, él dijo a uno de sus amigos: «En el fondo, fui una máquina de
fabricar dinero. Parecía que hubiese pasado la vida en un túnel de oro, con la mirada puesta en la
salida que debía conducirme a la satisfacción y la felicidad. Pero el túnel siempre continuaba.
Después de mi muerte no quedará nada». Hoy veremos que también Dios usa la adversidad para...
39. Para que aprendamos a disfrutar de las bendiciones de Dios cuando las tenemos: “En el día
del bien, gozo del bien; y en el día de la adversidad, considera. Dios hizo tanto lo uno como lo
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otro” (Ec. 7:14). Tal parece que vivimos toda la vida con los ojos puestos adelante esperando que
llegue el momento idóneo para gozar en plenitud de la vida y sus dones. Una de las realidades de
la existencia sobre esta tierra es que no apreciamos adecuadamente lo que tenemos hasta que lo
perdemos. Dios usa las pérdidas para enseñarnos a gozar de lo que tenemos sin estar esperando la
llegada de circunstancias ideales para poder hacerlo.
40. Para movernos a enmendar el corazón: “Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del
rostro se enmendará el corazón” (Ec. 7:3). Todos tenemos áreas en nuestra vida donde las cosas
no son lo que debieran ser. Es decir, en la vida de todos nosotros hay cosas que enmendar, que
corregir, que hacer mejores. Dios utiliza el pesar para enderezar lo torcido. Permitamos que lo
haga a la primera, sin obligarlo a que tenga que repetir la lección.
41. Para producir sabiduría: “La vara y la corrección dan sabiduría, mas el muchacho consentido
avergonzará a su madre” (Pr. 29:15). Dios nos trata como a hijos los que hemos confiado en la
suficiencia de los méritos de la obra de Cristo en la cruz para salvación. La “vara” de Dios es las
circunstancias en las cuales permite que vivamos. Por medio de ellas, nuestro Padre quiere
corregirnos y producir sabiduría. La sabiduría incluye (1) inteligencia, (2) discernimiento y (3)
dominio propio. La sabiduría en la Biblia es la habilidad o destreza de honrar a Dios con cada una
de las decisiones que tomamos en un mundo caído que vive de espaldas a él. Si respondemos a la
adversidad dando honra a Dios, seremos más sabios.
42. Para producir bienaventuranza: “Bienaventurado el hombre a quien tú, Jah, corriges, y en tu
ley instruyes... He aquí tenemos por bienaventurados a los que sufren... Si sois vituperados por el
nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Cristo reposa sobre
vosotros” (Sal. 94:12; Stg. 5:11; 1 P. 4:14). La bienaventuranza tiene que ver con la capacidad de
experimentar el gozo en toda su plenitud. No es estado que tenemos que esperar llegar alcanzar
cuando estemos en la eternidad. Podemos experimentarlo aquí y ahora. Tiene que ver con una
actitud y una respuesta específica a las circunstancias en las cuales Dios decide mantenerme. Dios
usa la adversidad para movernos a responder de esta manera a su intervención - que nointromisión - en nuestra vida. Si vemos la obra de Dios en nosotros como una intromisión
autoritaria, la resentimos. Si la vemos como una intervención de amor, la apreciamos. Recordemos
que hemos sido comprados con precio y que no nos pertenecemos a nosotros mismos (1 Co. 6:1920).
43. Para llevarnos al reconocimiento de la falta de sentido de la vida aparte de Dios: “Miré todas
las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu... Miré
yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he
aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol... Aborrecí, por tanto,
la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y
aflicción de espíritu... He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la
envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu” (Ec. 1:14;
2:11, 17; 4:4). La palabra traducida “vanidad” tiene que ver metafóricamente con aquello que es
insustancial, efímero, transitorio, y Salomón la usa bajo la inspiración del Espíritu para hablarnos
de lo que no puede dar sentido a nuestra existencia por sí mismo. En Eclesiastés Salomón dice que
todo “bajo el sol”, todo lo que hay de este lado de la eternidad, es incapaz de darnos una razón
suficiente para seguir viviendo. Con frecuencia caemos en la locura de planear, decidir, vivir, sin
tomar en cuenta a Dios realmente. Dios usa la adversidad para recordarnos que si lo dejamos fuera
del cuadro, nada tiene sentido.
Se cuenta que poco antes de morir tuberculoso, el hijo de Napoleón, apodado el Aguilucho, dijo>
«Entre mi cuna y mi tumba hay un gran cero». Esta era el cómputo que hacía de su vida aquel
cuyo nacimiento su padre había celebrado con cien cañonazos. También se dice que el morir,
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Herbert Spencer, filósofo escéptico del siglo XIX, había pedido que la única frase grabada en su
tumba fuese “Infelicissimus”, palabra italiana que significa “muy desdichado”. Este es el epílogo
lógico para una vida vivida sin Dios. Lamentablemente, no es necesario ser un incrédulo para vivir
así. Al final de su vida, un creyente hizo esta confesión, «Me ocupé demasiado de mis asuntos y
no di bastante tiempo a los de Dios. Ahora es demasiado tarde». Dios usa la adversidad para que el
balance de nuestra vida al final sea distinto: “El mundo pasa, y sus deleites, pero el que hace la
voluntad de Dios, permanece para siempre” (1 Jn. 2:17)
Más Sobre el Sufrimiento y Sus Propósitos
Cuenta la mitología griega acerca del un terrible ser llamado Proteo. Tenía el poder de asumir muchas
formas y apariencias. Podía convertirse en un árbol, o una piedra, en un león o en una paloma, en una
serpiente o en un cordero. Parecía tener poca dificultad en pasar de una forma a otra.
Lamentablemente esto puede decirse del modo veleidoso de comportarnos nosotros como cristianos
muchas veces. Somos como veletas movidas en todas direcciones por los vientos cambiantes de las
circunstancias. Alguien ha dicho que algunos de nosotros nos comportamos como balones de rugby,
nunca se sabe en qué dirección vamos a botar. Este comportamiento no honra al Señor ni refleja su
carácter. Dios quiere que lleguemos a ser como él es. Este es otro de los propósitos que cumple en la
adversidad.
44. Para ser perfeccionados, afirmados, fortalecidos y establecidos: “Mas el Dios de toda gracia,
que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él
mismo os perfeccione, afirme, fortaleza y establezca” (1 P. 5:10). Tenemos aquí no uno, sino
cuatro propósitos que Dios cumple en la adversidad. En primer lugar, dice que el Señor nos va a
“perfeccionar” por medio del sufrimiento. Literalmente, la palabra usada en el original quiere
decir, “ajustar, adecuar, terminar, completar”. Se usa para soldar una fractura o remendar las redes
(Mr. 1:19). Hay un modelo que el Señor quiere ver reproducido en la vida de cada uno de nosotros
(Ro. 8:29). La adversidad es un instrumento en sus manos para hacernos más semejantes a él
Mismo en todo sentido. En segundo lugar, Dios nos “afirma” en la prueba. La palabra tiene el
sentido de “hacer más cierto, más estable, más sólido”. Todos necesitamos crecer en nuestras
convicciones y desarrollar estabilidad en nuestras vidas. La prueba está diseñada por el Señor para
quitar de nosotros la inconstancia, la inconsecuencia, la incertidumbre, el ser volubles e inciertos,
indignos de confianza, impredecibles. Va a templarnos como el acero o a dar la fibra, como el
atleta que soporta el dolor del entrenamiento. En tercer lugar, Dios nos “fortalece” en el dolor. La
palabra griega significa “hacer fuerte, llenar de fuerza” y es más común en el Nuevo Testamento
en su sentido opuesto, “falta de fuerza, estar enfermo, enfermedad, debilidad, fragilidad”. Nuestro
Padre celestial quiere producir por las adversidades hijos robustos, poderosos, resistentes
espiritualmente. Estamos en una fiera batalla espiritual contra el pecado, el mundo, la carne, y
Satanás. Algunos de nosotros somos terriblemente frágiles delante de la tentación, faltos de
convicciones que nos sostengan a la hora del conflicto y las malas influencias, somos frívolos y
reblandecidos. La adversidad está diseñada para introducir cambios en estas áreas. Finalmente, en
cuarto lugar, Dios usa las cosas desagradables en nuestra vida para “establecernos”. La palabra así
traducida significa “poner una base, asentar, poner los fundamentos”. Como la casa construida
sobre la arena se desploma ante la tormenta, muchas veces los reveses de la vida nos sumergen en
abatimiento, angustia, turbación, amargura, resentimiento, depresión emocional y confusión
debido a la falta de solidez de nuestras bases espirituales. Dios quiere que el gozo, la paz y la
bienaventuranza sean una constante en nuestra experiencia. Esto sólo es posible no por medio de
circunstancias boyantes, sino por medio de la estabilidad espiritual. El sufrimiento quiere
asentarnos y llevarnos a descansar totalmente en la Roca, que es Cristo. Sólo entonces
descubrimos las cosas que no pueden ser movidas, las básicas, las esenciales, en contraste con las
que son simplemente decoraciones.
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45. Para ser librados de desgracias mayores: “ Bienaventurado a quien tú, Jah, corriges, y en tu ley
instruyes, para hacerle descansar en los días de aflicción, en tanto que el impío se cava el hoyo”
(Sal. 94:12-13; Pr. 23:13, 14; Job 33:19-22, 29-30). Es fácil ver que los padres muchas veces
tenemos que entristecer a nuestros hijos por su bien, “No rehúses corregir al muchacho... lo
castigarás con vara, y librarás su alma del Seol” (Pr. 23:13-14). Dios ve cosas que nosotros no
vemos y anticipa peligros que nosotros desconocemos. Dios sabe lo que el futuro nos depara y usa
la adversidad para movernos a hacer ajustes en nuestra vida que nos libre de males mayores.
Incluso la muerte es vista como un mal menor: “Perece el justo, y no hay quien piense en ello; y
los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo.
Entrará en la paz; descansarán en sus lechos todos...” (Isaías 57:1-2). A la luz de esto, ¿es sensato
amargarnos por la prueba o la aflicción que el Señor tiene a bien permitir en nuestra vida?
¿Cuántos casos no sabemos de personas que dieron gracias por haber perdido y avión que después
se cayó, por ejemplo?
Mi detención como preso político constituyó una experiencia poco severa y de corta duración (37
días) si se piensa en lo que otros experimentan. Sin embargo, conocí la incertidumbre de los que
ignoran las acusaciones que se les hace, el nombre de los que lo han denunciado, el lugar al que
serán transferidos, el tratamiento que les aguarda durante los interrogatorios, la duración de la
detención. Desde el principio resolví consagrar una buena parte de mi tiempo a la lectura de la
Biblia, que, gracias a Dios, pude guardar conmigo. Varias veces tuve oportunidad de confesar mi
fe a mis compañeros de detención. Les resumía el contenido de las Escrituras y comentaba
diferentes pasajes. Luego, mi Biblia se puso a circular ya que varios detenidos deseaban leerla por
sí mismos. Cada día, cerca de la media noche, cuando los interrogatorios habían terminado y
habíamos pasado largas horas discutiendo, llegaba el momento de la lectura y la oración. Para
empezar, leíamos los salmos. Después, algo del Nuevo Testamento; pero lo que suscitó el más
vivo interés en el grupo fue el momento en que empezamos a leer los capítulos enteros que relatan
las detenciones y los interrogatorios de Pablo (Hch. 22-26). (Testimonio de un sudamericano
detenido y luego exilado).
Más propósitos de Dios para experiencias desagradables
Cuando el Pamir, magnífico barco de cuatro palos, zarpó de Hamburgo hacia Argentina, tenía 93
hombres a bordo. El viaje de ida se hizo sin incidentes. Al volver, el 21 de septiembre de 1952, un
viento huracanado tumbó los cuatro palos mientras los marineros miraban impotentes como se
rasgaban las velas. Echado de costado, el barco se hunde. Pocos hombres logran llegar a un bote
salvavidas. Son cinco medio muertos de frío y agotamiento. Uno de ellos relata el salvamento: «Mis
compañeros me designaron como jefe. Entonces me arrodillé y oré en alta voz. Oré hasta que nos
descubrieron. Después, no se nada. Debo de haberme desmayado. Cuando desperté, estaba en el
Saxon, en una cabina, ya seco». Dios usa las desgracias para...
46. Para intensificar la oración: “En el mismo tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la
iglesia para maltratarles. Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan. Y viendo que esto había
agradado a los judíos, procedió a prender también a Pedro. Eran entonces los días de los panes sin
levadura. Y habiéndole tomado peso, le puso en la cárcel... Así que Pedro estaba custodiado en la
cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él” (Hch. 12:1-5). Creo que todos
podemos recordar tiempos en nuestra vida cuando hemos orado con un fervor especial. La oración
desarrolla la intimidad con Dios y permite conocerlo y disfrutarlo más profundamente. Con
frecuencia nuestra vida de oración es superficial y perezosa. Dios usa la adversidad para
intensificar el fervor de nuestras oraciones con la intención de que éste llegue a convertirse en un
hábito. ¿Cómo está nuestra vida de oración?
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47. Para destruir falsas esperanzas: “Ciertamente el monte que cae se deshace, y las peñas son
removidas de su lugar; las piedras se desgastan con el agua impetuosa, que se lleva el polvo de la
tierra; de igual manera haces tú perecer la esperanza del hombre” (Job 14:18-19). Todos nosotros
tenemos la tendencia a poner nuestra esperanza en cosas ilegítimas. Esto es impiedad. Por
ejemplo, se dice en Proverbios 18:11 que, “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como
un muro alto en su imaginación”. Por eso, también Proverbios 10:28 añade, “La esperanza del
impío perecerá”. Dios frecuentemente nos quita aquello que nos provee de esperanza engañosa
para llevarnos a descansar en esperanzas verdaderas. ¿Podemos recordar algo en lo que
confiábamos que nos ha fallado? Creo que todos podemos. ¿Hemos aprendido la lección, o hemos
sustituido una esperanza engañosa por otra? Si es así, ésta también nos será quitada.
Hace algún tiempo, un joven escribió en una carta de despedida a sus padres: «La vida en esta
tierra es estúpida. Todo es nada más que una pérdida de tiempo. Aquí en la tierra todo sale mal.
Quiero ir al paraíso». Y se suicidó. ¿Está ahora en el paraíso? A los únicos que el Señor promete
entrada en el paraíso es a los que confían en la suficiencia de su obra en la cruz.
48. Para que escudriñemos nuestros caminos: “¿Por qué escondes tu rostro, y me cuentas por tu
enemigo? ¿A la hoja arrebatada has de quebrantar, y a la paja seca has de perseguir? ¿Por qué
escribes contra mí amarguras, y me haces cargo de los pecados de mi juventud? (Job 13:24-26).
Job estaba sufriendo y no podía ver ninguna práctica pecaminosa en su vida que lo explicara. No
ve en su vida presente pecado. Entonces se pone a hace una evaluación minuciosa de su vida y
recuerda algunos pecados de su juventud por los que cree Dios puede estarlo castigando. Desde
luego, Job estaba equivocado. No debía haber preguntado “por qué”, sino “para qué”. No obstante,
hay una lección para nosotros aquí. Dios usa el sufrimiento para llevarnos a evaluar nuestras
vidas, a examinar nuestros caminos, a reflexionar sobre nuestra conducta, a meditar en la forma en
que estamos invirtiendo nuestros días. Y esto es bueno porque al aprender a hacernos las
preguntas correctas sobre la vida, llegaremos a encontrar la respuesta correcta en el Señor.
Por más de 20 años el profesor Edwin R. Keedy de la Facultad de Derecho de la Universidad de
Pennsilvania empezaba sus cursos escribiendo en la pizarra dos números: 4 y 2. Entonces
preguntaba, «¿Cuál es la respuesta?». Unos decían, «seis», otros, «ocho», otros «dos». Pero el
profesor negaba con la cabeza cada vez. Entonces les señalaba el error: «Ninguno de ustedes dio
la respuesta correcta, porque todos fallaron en hacer la pregunta clave: ¿Cuál es el problema?
Caballeros, a menos que sepan cual es el problema, no hay forma que puedan encontrar la
respuesta». Para el mundo, el problema es el pecado, y la solución es Cristo.
Y los propósitos de Dios para las pruebas siguen
Un hermano llamado Everet Koop comparte lo siguiente. Al llegar a los setenta y cinco años de edad,
me parece que he aprendido muchas cosas. De manera que calificar a una de ellas como la más
importante me lleva a mirar retrospectivamente muchas situaciones, sucesos y dilemas. Sin embargo,
puedo decir sin titubear que la lección más grande de todas ha sido aprender que tengo a un Dios
soberano, que me ha hecho pasar por muchas pruebas, las cuales yo ciertamente no habría escogido
para mí. Este Dios me ha enseñado una y otra vez que tiene un plan para mi vida, y que me sostendrá
a través de las situaciones más duras y dolorosas con la ternura y ayuda que sólo un Padre celestial
puede dar a su hijo terrenal. La lección mejor grabada que aprendí en cuanto a que tengo un Dios que
no comete errores, sucedió hace varios años, cuando nuestro maravilloso hijo David, de veinte años,
murió en un accidente repentino y absolutamente inesperado. David era estudiante del penúltimo año
en la Universidad Dartmounth de Nueva Hampshire. Se encontraba trepando por la superficie
granítica de la Montaña Cañón, justo por encima del Viejo de la Montaña, en el Desfiladero de
Franconia. Entonces una gran losa sobra que se encontraba se aflojó llevándose consigo a David, que
cayó al precipicio. David se encontraba amarrado a la soga de un compañero, y cuando llegó al final
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de la cuerda se encontraba muchos metros más abajo. Después de detenerse bruscamente en la caída,
su cuerpo quedó meciéndose de una lado a otro como un péndulo, estrellándose contra la superficie
del despeñadero. Su compañero bajó hasta un estrecho saliente, aseguró rápidamente la soga y luego
descendió por su cuerda hasta David. Mi hijo tenía la rodilla derecha destrozada y murió desangrado
en ese saliente montañoso, a pesar de los valerosos esfuerzos por parte de su compañero de
resucitarlo mediante respiración artificial. Se trataba de una lesión que no habría sido fatal para nadie
de haber ocurrido en tierra y si se hubiera aplicado un torniquete para detener la hemorragia. La
noticia del accidente de David se supo en la universidad varias horas después, y entonces, en ese
inolvidable domingo en la noche, el decano me llamó para darme la increíble noticia de que David
había muerto. Nuestro dolor fue terrible. Teníamos la fortuna de que dos de nuestros cuatro hijos
vivían en casa, y el otro hijo y su esposa vivían a menos de dos kilómetros de distancia. No sabíamos
dónde o cómo comenzar a hacerle frente a la situación. Por tanto, reuní a mi familia para orar e hice
una oración que sólo el Espíritu Santo pudo haber inspirado, pidiéndole a Dios su íntima compañía y
la ayuda que tan desesperadamente necesitábamos. Le di las gracias por haberse llevado a David a su
lado y luego terminé pidiéndole que nos permitiera ver alguna bendición como resultado de esa
tragedia que nos había causado un dolor indecible. No sé lo que esperábamos de esa oración - aunque
sí sé que no surgió normalmente de un padre con el corazón destrozado - pero todos sentimos una
gran paz por saber que teníamos a un Dios soberano que todo lo tenía bajo su control. Cuando un hijo
se nos muere, la realidad de nuestra fe o bien se sostiene y consuela, o se desmorona, si no está
cimentada en un Dios fiel. En las semanas y meses, y aun en los años que siguieron después, vimos la
mano de Dios actuando en las secuelas de nuestra pérdida. La sola ausencia de amargura en nuestros
hijos fue algo extraordinario. Ellos desarrollaron una mayor cercanía con el resto de la familia,
cercanía que permanece hasta hoy, y cada uno de nuestros hijos se abrazó más a su fe en un Dios
amante y soberano. ¿Qué mayor bendición podíamos esperar? Uno de los mayores resultados fue
nuestra capacidad de dejar atrás los “¿Y qué tal si...?” y “si tan sólo...” con relación al accidente de
David, es decir, ese predicamento tan frecuente que puede impedir todo el tiempo la recuperación de
los padres y de los hermanos. Como cirujano pediátrico, adquirí una nueva profundidad de empatía y
comprensión cuando tuvo que tratar con los padres a quienes se les estaban muriendo sus hijos.
Sabían que yo les hablaba con conocimiento de causa cuando les decía: “Sé por lo que están
pasando”. Aprender una lección implica por lo regular atravesar un proceso difícil, con emociones
que van desde una ansiedad leve hasta la destrucción, dependiendo de la experiencia. Es muy cierto
que crecemos y maduramos espiritualmente gracias a las adversidades, no cuando las cosas nos
resultan fáciles. Esto, en un sentido, es cierto tanto para los cristianos como para quienes no lo son.
Pero en tiempos de adversidad o de dificultadas, el cristiano tiene la oportunidad de conocer a Dios
de una forma especial y personal. Eso, naturalmente, exige que reconozcamos nuestra incapacidad de
enfrentarnos con nuestras propias fuerzas a la situación. Entonces aprendemos que debemos confiar
plenamente en la gracia y la misericordia de un Dios amoroso. ¡Y qué maravilloso es saber que
tenemos a un Dios que sabe el final desde el principio! ¡Que tenemos a un Dios que ha diseñado
nuestra vida conforme a su perfecta voluntad! A veces pareciera que nos hemos olvidado de ese
hecho tan importante. La soberanía de Dios sigue siendo mi mayor consuelo en todas las cosas, pero
la realización de su plan perfecto para mí y para mi familia cuando se produjo la muerte de David nuestro mayor dolor - fue con toda seguridad la lección más grande que he aprendido en la vida. Este
testimonio nos ayudo a ver que Dios también usa el sufrimiento en nuestras vidas...
49. Para capacitarnos para servir a otros como amigos de Dios: “Dijo también el Señor: Simón,
Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zaranderaros como a trigo; pero yo he orado por ti, que
tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos... Cuando hubieron comido, Jesús dijo
a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes
que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de
Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese a
tercera vez: ¿Me amas? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo:
Apacienta mis ovejas. De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a
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donde no querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a
donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho
esto, añadió: Sígueme” (Lc. 22:31-32; Jn. 21:15-19). El significado del amor ágape, el amor de
Dios, puede ser mejor captado si lo contrastamos con el amor fileo. Aunque no todos ven una
diferencia entre estos dos amores en el Nuevo Testamento, es claro que no se usan
indistintamente. Agapao se usa del amor de Dios por los hombres y del amor de los hombres por
Dios. En contraste, fileo rara vez se usa del amor de Dios por los hombres. El sustantivo filos es
traducido «amigo» y aparece en varios pasajes (Mt. 11:19; Cl. 7:6, 34; 11:5, 6, 8; 12:4; 14:10, 12;
Jn. 3:29; 11:11; 15:13, 14, 15; 19:12; Stg. 2:23). El nombre filía «amistad» sólo aparece una vez
(Stg. 4:4). En Juan 21:15-16 Pedro usa fileo al hablar con Jesús, y en el v. 17 Jesús lo usa en una
pregunta a Pedro. El Señor empieza preguntando a Pedro, «¿Me amas?» (Agapas me?), y Pedro
responde filo se, «Soy tu amigo» (te quiero como a un amigo). En el v. 17, por tercera vez Jesús le
pregunta a Pedro, pero no Agapas me, como las dos veces anteriores, sino Fileis me?, «¿Eres mi
amigo?». Una cosa es que Jesús nos llame sus amigos (Jn. 15:14: «vosotros sois mis amigos (filoi)
si hacéis lo que yo os mando»), pero que nosotros nos llamemos sus amigos es una presunción. La
primera pregunta del Señor en el v. 15 contrasta el amor de Pedro con el de los discípulos. Quiere
ver si Pedro ha aprendido la lección de que su devoción por el Señor no es mayor que la de los
demás, tal como había pretendido al decir, «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me
escandalizaré» (Mt. 26:33). Pedro responde, «Sí, Señor, tú sabes que te amo («que soy tu
amigo»)». Pero la verdad es que Pedro no sólo no había reconocido a Cristo como su amigo, sino
que había negado que lo conocía (Mt. 26:69-75). El Señor no aceptó esta pretensión de Pedro de
amarlo con el amor filía, amistad. Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero (1 Jn.
4:10), pero ninguno de nosotros tiene el derecho de proclamarse amigo de Dios. Sólo Dios puede
hacer esta declaración de algunos de nosotros, tal como lo hizo de Abraham (Stg. 2:23). Por lo
tanto, siendo que Pedro todavía no se ve a sí mismo en la debida luz, el Señor vuelve a
preguntarle, «¿Me amas?». Ya no hay aquí comparación, («Más que éstos»). El Señor sabía que
Pedro no había sido siempre su devoto amigo, y que todavía lo negaría. Sin embargo, al hacer esta
pregunta el Señor está dando a Pedro la oportunidad de declarar su devoción a él sin referencia al
afecto entrañable que la amistad implica. Como Pedro responde afirmativamente, el Señor insiste,
pero cambia la palabra de agapao a fileo, «Pedro, ¿me amas?» («¿Eres mi amigo?»). Es decir,
«¿son tus intereses, ahora que me has visto resucitado serán distintos a los que eran antes?
¿Dejarás de lado las rivalidades, las envidias, y las comparaciones con otros en el proceso de
servirme? ¿Estarías ahora dispuesto a morir por mí, siendo que no lo estuviste antes?» Pedro se
entristeció, porque comprendió el significado profundo de las palabras del Señor. Entendió que el
Señor conocía la completa dimensión de su amor. Sin embargo, insiste, «tú sabes que te amo» («tú
sabes que soy tu amigo»). Ante esta declaración de Pedro, el Señor le anuncia que va a tener que
dar su vida por él (v. 18). Este anuncio es a la vez una aceptación de parte del Señor de la
profesión de amistad de Pedro y una prueba para Pedro. Las palabras tienen que ser puestas a
prueba con la acción. Pedro titubea y pregunta, v. 21, «Señor, ¿y qué de este?». La devoción de
amor al Señor puede ser empañada por la envidia de supuestas mejores condiciones en que otros
servirán al Señor. El Señor deja claro a Pedro que si va a servirlo como a amigo, tendrá que
confiar en que Él sabe lo que hace: “Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué
a tí? Sígueme tú” (Jn. 21:22). Mientras sirvamos a Dios con los ojos puestos en los supuestos
privilegios que otros gozan y nosotros no, lo servimos, pero no somos sus amigos. Que sirvamos al
Señor sin envidias, malicia, ni comparaciones. ¿No será algo de esto lo que Dios quiere lograr en
tí por medio de la situación adversa que experimentas?
Y Dios sigue activo en medio de los problemas
Una señora vino a verme después de un mensaje. Me dijo que el haber mencionado algunos
propósitos que Dios cumple en nuestras vidas en medio de la adversidad había sido de consuelo para
ella. Que nunca había pensado en que Dios usa el sufrimiento para hacer cosas buenas en nosotros.
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Pero que ahora que se detenía a pensar en ello, podía ver alguna lección que el Señor le había
enseñado a través de un tiempo de sufrimiento que estaba pasando. “Pero, Sergio”, me dijo, “me
parece un precio muy elevado a pagar por una lección tan pequeña”. Entonces le respondí, “Cuando
una persona no conocedora mira un diamante, puede parecerle un cristal como cualquier otro. Debido
a su ignorancia del valor de aquella piedra, el pagar un precio elevado por ella le parecerá absurdo, un
desperdicio. Sin embargo, un experto estaría más que dispuesto a pagar mucho por el diamante. La
razón es que el inexperto no conoce el valor de la piedra y el experto si sabe lo que vale. Así Dios,
que sabe el verdadero valor de la lección que nos está enseñando o del carácter que está desarrollando
en nosotros a través de la adversidad, ve que aquel precio es adecuado. Podemos confiar en que
llegará el día en que nuestra perspectiva sea semejante a la de Dios y entonces nosotros también
diremos que el precio pagado por aprender esta o aquella lección no sólo fue adecuado. Diremos que
no fue nada comparado con la ganancia que obtuvimos. Esto será así porque nuestra perspectiva será
la perspectiva de lo eterno y no la de lo temporal”.
Hoy veremos dos propósitos más que Dios cumple en medio de aquellas cosas que nos incomodan y
que él permite que nos sucedan. Dios usa el sufrimiento para:
50. Para darnos oportunidad de imitar al Señor: “Pues ¿qué gloria es si pecando sois abofeteados,
y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado
delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su
boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba,
sino encomendaba la causa a quien juzga justamente” (1 P. 2:20-23). La palabra que se usa en el
griego para “ejemplo” significa literalmente “escribir debajo de”, y se refiere a la escritura o
trazado que el maestro pone para que el estudiante reproduzca vez tras vez hasta que aprenda a
hacerlo. El Señor es el ejemplo perfecto de sumisión paciente al sufrimiento injusto. Dios nos ha
llamado a imitar el carácter de Cristo y nos proporciona las oportunidades para poder hacerlo.
¿Cómo las estamos aprovechando? Una viuda se había rebelado contra Dios como resultado de la
muerte de su esposo. Había ordenado al marmolista que sobre la lápida de la tumba sólo grabase la
frase, «¿Por qué?». Durante años permaneció inconsolable y llena de amargura, hasta el día en que
Jesucristo vino a ser su Salvador. Entonces se fue al marmolista y le dijo:--Complete ese por qué
en la tumba de mi marido y agregue abajo: «Dios lo sabe». Ahora se sometía a su voluntad. Dios
no se equivoca.
51. Para ser participantes de los sufrimientos de Cristo: “Amados, no os sorprendáis del fuego de
la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozáos por
cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su
gloria os gocéis con gran alegría” (1 P. 4:13). Algunos creyentes a los que escribe Pedro en Asia
Menor literalmente fueron llamados a sufrir una prueba de “fuego” por Cristo al ser cubiertos con
brea y usados como antorchas para iluminar los jardines imperiales en la noche. Aquí Pedro los
anima diciéndoles que sufrir por causa de la fe es ser “participantes” de los sufrimientos de Cristo.
“Participantes” viene de la misma raíz que koinonía, la palabra para “comunión” o “compartir”.
Dios nos dice que sufrir por Cristo debe ser causa de gozo porque permite una mayor participación
con el Señor Jesucristo. El ser participantes de los sufrimientos de Cristo resulta en (a) gozo (1 P.
1:6); (b) comunión con él (Fil. 3:10); (c) glorificación con él (Ro. 8:17); y participación en su
reino (2 Ti. 2:12). Tener parte en los sufrimientos de Cristo permite tener parte en su gloria (Mt.
5:10-12).
Hace muchos años a un turista se le estaba mostrando uno de los castillos más antiguos de
Inglaterra. Admiraba los ricos tallados, los valiosos tesoros. De pronto se fijó en un extraño tapiz
que tenía un diseño irregular de color y nudos. El guía, dándose cuenta de la mirada inquisitiva del
visitante, dijo, «Esa es en efecto, la más bella pieza de arte en el castillo, pero volvemos la parte
de adelante hacia la pared para proteger de la luz sus delicados colores». Dándole vuelta con
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cuidado al tapiz, el guía mostró al turista la más exquisito tejido que hubiera visto. De la misma
manera, con frecuencia Dios le da vuelta al tapiz de nuestra vida, de tal manera que los hermosos
diseños quedan escondidos de nuestra vista. Pero él sabe lo que hace y eso debe de sernos
suficiente.
Las pruebas, las persecución, y Dios
Ayer recordé a una hermana que se miraba abatida por alguna razón Romanos 8:28, “Y sabemos que
a los que aman a Dios, todas las cosas ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados”. La respuesta de la hermana a mi intento de animarla fue gesto de fastidio. Volvió la
cabeza en otra dirección, y siguió su camino. Tal actitud entorpece la obra de Dios en nuestras vidas.
Un hermano escribió:
«Todas las cosas», tanto las agradables como las desagradables no son más que medios de los cuales
Dios se sirve para cumplir sus propósitos. No sólo ayudan a bien, sino que cumplen un trabajo, como
lo implica el verbo original, y es el de Dios. En su mano todas las cosas son como herramientas para
formarnos. Debemos, pues, ser prudentes para no entorpecer por medio de nuestras inoportunas
intervenciones lo que el Señor quiere cumplir. No nos parezcamos al niño que se arroja y se debate en
las manos del que lo quiere curar. Si no, Dios pudiese verse obligado a utilizar otros medios aun más
desagradables. Como las piezas de un rompecabezas, cuyo dibujo aparece sólo cuando han sido
unidas y encajadas, todas esas cosas tendrán su sentido sólo cuando hayan sido reunidas.
Hoy veremos que Dios utiliza también las pruebas para...
52. Para glorificar al Espíritu de Dios: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois
bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte
de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado” (1 P. 4:14). Pedro dice que si un
cristiano es insultado por causa del nombre de Cristo, es bienaventurado. El punto es que debemos
considerar un privilegio el sufrir cualquier cosa por causa del Señor. Fue en este sentido que
David Livingstone dijo a los hermanos en Inglaterra después de haber servido al Señor por
muchos años en África, tener un brazo inutilizado por el ataque de un león, y su salud quebrantada
por las penalidades, “Se me pregunta cuántos sacrificios he hecho por causa del Señor. No he
hecho ningún sacrificio por mi Salvador. Todo mi servicio a él ha sido mi privilegio”. Lo que
Pedro nos exhorta a hacer aquí es precisamente ver las cosas desde el punto de vista de Dios.
Cambiar de perspectiva. Sólo de esa manera vamos a glorificar y no blasfemar al Espíritu Santo
que mora en nosotros. Glorificamos al Espíritu cuando manifestamos sus cualidades y atributos y
producimos su fruto (Gá. 5:22-23).
53. Para recibir un galardón mayor en los cielos: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os
vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos,
porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron
antes de vosotros” (Mt. 5:11-12). Mi madre fue severamente perseguida por mi padre, sus padres y
sus hermanos por haber confiado en la suficiencia de la obra de Cristo para salvación. Una de las
pocas porciones bíblicas que aprendió de memoria y que se repetía constantemente a sí misma era
esta. Y recuerdo que como resultado, ella no se amargó por la persecución, sino que se mantuvo
gozosa. El otro día una hermana me dijo que las recompensas que Dios ofrecía como motivación
para nuestro servicio y fidelidad no significaban mucho para ella porque no las veía. Pero el Señor
Jesucristo dice, “Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Jn. 20:28). Es una vergüenza que
insistamos en andar por vista cuando el Señor constantemente nos exhorta a no andar por vista y
sino por fe. Abraham es alabado por Dios porque, “no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo,
que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara.
Tampoco dudó en incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a
Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había
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prometido” (Ro. 4:19-21). Debemos imitar a Moisés, quien “se sostuvo como viendo al Invisible”
(He. 11:27). En medio de las adversidades que vienen por seguir a Cristo, permitamos que el
Señor nos motive con el galardón prometido.
54. Para hacer manifiestos a los que son aprobados: “Pues en primer lugar, cuando os reunís como
iglesia, oigo que han entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. Porque es preciso que entre
vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados” (1
Co. 11:18-19). Pablo dice a los creyentes en Corinto que Dios usa los conflictos entre creyentes para
sacar a la luz a los que Dios aprueba de los que Dios desaprueba. A la hora de los conflictos va a
hacerse evidente quiénes están comprometidos con la verdad y quiénes pasan de las admoniciones de
la Palabra de Dios. Esto debe llevarnos a todos a hacer un esfuerzo consciente a la hora de los
problemas a responder en armonía con lo que está escrito y así no quedar en evidencia delante de
todos como desaprobados por Dios.
Reconocer que Dios está obrando en nosotros en la adversidad no significa que no podamos llorar.
“Jesús lloró” (Jn. 11:35). Un hermano apuntó algunas de las ventajas de llorar; “Llorar es una manera
aceptable y agradable de expresar tristeza. Llorar muestra cuánto sientes y cuánto te importa. Llorar
ayuda a aliviar la tensión que se ha acumulado dentro de tí. Llorar es una expresión de
arrepentimiento profundo y de amor indecible. Llorar habla por tí cuando no puedes encontrar las
palabras. El llorar te ayuda a recobrar tu fuerza física y emocional. Llorar no es una marca de
debilidad, sino de poder. Llorar permite que el pesar se canalice de manera constructiva. El llorar te
permite enfrentarte a pérdidas muy grandes. Llorar es una manera de comunicarte con la humanidad.
El llorar ventila sentimientos de ira y dolor”.
Dios quiere enseñarnos con los problemas
Luciano Z. había conocido la gloria de diversas competiciones deportivas y había vuelto con una
medalla de oro de los juegos olímpicos celebrados en Berlín en 1936. No se preocupaba para nada de
Dios. Durante la guerra conoció las peores aventuras ya que, mientras piloteaba su avión de combate,
fue abatido sobre el Pacífico. En su angustia, oró—dijo él--, «como los que están en la antesala de la
muerte». Dios lo liberó, pero, una vez fuera de peligro, se olvidó de Dios. Nueva prueba: un avión de
bombardeo japonés descubrió los restos del avión de Luciano y lo ametralló salvajemente; sólo él y
otro tripulante sobrevivieron. Una vez más, Dios lo había salvado...pero Luciano olvidó a Dios. Más
tarde, en la cárcel japonesa, conoció hambre, las humillaciones y las brutalidades. El armisticio le
trajo, por fin, la liberación. «Pues bien«, dijo él, “Cometí entonces el pecado más grande de mi vida,
peor que todos los demás de mi vida: volví la espalda a Dios. Después de todos los milagros de las
cuales había sido objeto, me alejé de él... Luego, un día, decidí entrar en una tienda de campaña en la
cual se predicaba el evangelio. Y esa noche recibí el perdón de mis pecados, al creer en el sacrificio
de Jesús, quien murió por mí en la cruz del Gólgota». Dios no tira la toalla con nosotros cuando no
aprendemos lo que quiere enseñarnos a la primera. ¿Por qué obligarlo que insista? He aquí más cosas
que él quiere hacer en nosotros por medio de la adversidad:
55. Para llevarnos a mayores alturas de discernimiento espiritual: “Yo sé que mi Redentor vive,
y que al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver
a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro” (Job 19:25). Aunque Job creía
que Dios estaba contra él (19:6) sabía también que sólo Dios podía vindicar su inocencia. Job
moriría, pero Dios viviría como su Defensor (25). “Se levantará sobre el polvo”: como el defensor
en un juicio. “Redentor”, goel, (ver nota de BJ) el pariente que vindicaba la causa de un
consanguíneo, o quien proveía protección o ayuda legal para un pariente cercano que no podía
hacerlo por sí mismo (Lv. 23:23-25, 47-55; Nm. 35:19-27; Pr. 23:10, 11; Jr. 50:34). Job sabía que
al final Dios se levantaría “sobre el polvo” como un testigo en una corte para testificar de la
inocencia de Job. Además, Job cree que poseerá una existencia consciente después de la muerte
21
(26). Esta existencia después de la muerte puede implicar resurrección o no. Si “En”, min, se
traduce “desde el punto de vista”, implicaría creencia en la resurrección. Tal resurrección podría
ser temporal (Cf. Nota BJ) o definitiva (Cf. Gn. 22:5; Sal. 16:10; Is. 26:19; Dn. 12:2, 13). En su
apoyo puede decirse que el versículo 27 habla de ver a Dios con los “ojos”, cosa que sería difícil
si no hubiera resurrección. Si min es traducido “sin”, implicaría también resurrección o no. Podría
tener el sentido de “antes de resucitar”; pero también podría no hacer referencia en absoluto a la
resurrección. En apoyo de este segundo entendimiento de min se puede citar el paralelismo hebreo
y explicar los “ojos” del v. 27 como una figura para enfatizar el “mí mismo” de la primera línea.
Si Job anticipó su resurrección, sería una de las primeras personas en la Biblia en haberlo hecho y
su fe aquí estaría a la altura de Abraham, de quien leemos en He. 11:17-19, “Por la fe Abraham,
cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecí a su unigénito,
habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para
levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir”.
Desde luego, Abraham tenía la promesa y Job no. De todas formas, tenemos aquí otros de los
propósitos de Dios para el sufrimiento: elevarnos a mayores alturas de discernimiento espiritual.
Job no habría llegado a entender todo esto si no hubiera sido porque se vio forzado a reflexionar
en ello por su sufrimiento. ¿Aprovechamos las lecciones que Dios quiere enseñarnos por medio de
las pruebas?
56. Para ser ejemplo de victoria sobre la adversidad a otros que sufren: “Hermanos míos, tomad
como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He
aquí tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis
visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Stgo. 5:10-11). Los
profetas y Job son puestos como ejemplos de conducta en medio de la aflicción. Pero son
ejemplos en sentidos distintos. Por un lado, los profetas han sufrido con “paciencia”. La palabra
griega es makrothumia, “paciencia, auto control de la mente antes de que ésta dé lugar a la acción
o a la pasión; templanza; refreno; aguante. Se dice de la persona que tiene poder para vengarse,
pero que refrena el ejercicio de este poder. Es la paciencia en relación con las personas”. Por otro
lado, se dice que Job ha tenido “paciencia”. La palabra griega es hupomone, de hupo, “bajo,
debajo de”, y meno, “permanecer”. “Paciencia, aguante en relación con cosas o circunstancias.
Está asociada a la esperanza (1 Ts. 1:3) y se refiere a la cualidad que no se da por vencida ante las
circunstancias o sucumbe ante la adversidad”. Job fue impaciente con Dios (no tuvo
makrothumia), pero soportó las circunstancias difíciles y no sucumbió a ellas (tuvo hupomone).
Aquí se nos dicen dos cosas. Que debemos imitar a los profetas que exhibieron la primer virtud, y
considerar el resultado de exhibir la segunda virtud. No debemos “estallar” con los que nos irritan;
no debemos darnos “tirar la toalla” en las adversidades; y debemos tomar en consideración lo que
Dios hizo con Job al final. Ellos fueron un ejemplo para nosotros y nosotros debemos llegar a
serlo para otros.
Un creyente que se hallaba en una situación verdaderamente angustiosa y que estaba muy perplejo
respecto de una decisión que debía tomar, fue a ver a uno de sus amigos, hombre de mucha
experiencia.---¿Qué harías en mi lugar?--Verdaderamente, no lo sé, porque no estoy en tu lugar.
Pero, ¿hasta cuándo tienes tiempo para tomar la decisión?--El viernes es el último plazo.—
Entonces espera y ruega a Dios que te muestre el camino trazado claramente. El viernes, el Señor
te habrá mostrado probablemente lo que debes hacer.—Efectivamente, cuando llegó el viernes,
todo se había esclarecido; el problema por el cual nuestro amigo se había atormentado estaba
resuelto. Un estadista célebre cuenta en sus memorias que se había trazado una regla: no formarse
opinión alguna hasta que llegara el momento de la decisión práctica. Démosle tiempo a Dios.
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Dios quiere cambiarte con ese problema que tienes
Es un hecho sabido que en tiempos de inflación, es posible comprar un paquete de producto del
mismo tamaño y mismo precio que antes, pero con menos contenido. Por ejemplo, una caja de
detergente que antes tenía 4 kilos, ahora tiene 3.5. La misma caja, pero menos detergente. A veces
sucede lo mismo con nosotros, ¿no es cierto? Con frecuencia a la hora que las cosas van en contra de
nuestros deseos y vemos que nuestros anhelos y oraciones no se cumplen, nuestra relación con Dios
se resiente. Externamente nos vemos igual y nos comportamos igual, pero internamente nuestro amor
por el Señor se ha empezado a enfriar por descuido de nuestros deberes cristianos. Recordemos que la
reputación es lo que otros piensan que somos, mientras que el carácter es lo que Dios sabe que
somos. “Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de
sus ojos, para Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Esta es una de las áreas que Dios quiere ir
cambiando en ti y en mí por medio de la adversidad. Dios usa el sufrimiento para...
57. Para desarrollar el carácter para un servicio futuro a Dios (José). José fue envidiado por sus
hermanos, traicionado y vendido por ellos, acusado injustamente por una mujer, encarcelado sin
causa, olvidado en la cárcel por aquel a quien ayudó. Todo esto lo sufrió sin amargarse ni
endurecerse. Se dice específicamente que “Jehová estaba con José” (Gn. 39:2), pero tal cosa no
implicaba la ausencia de pruebas. Dios tenía planes maravillosos para José y para el
cumplimiento de ellos necesitaba desarrollar su carácter. El carácter es la fuerza interna y la
estructura moral de una persona. Cuando Dios consideró que el carácter de José se había
desarrollado lo suficiente, “Faraón envió a llamar a José... Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te
ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu
palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú. Dijo además
Faraón a José: He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto. Entonces Faraón quitó su
anillo de su mano, y lo puso en la mano de José, y lo hizo vestir de ropas de lino finísimo, y puso
un collar de oro en su cuello; y lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaron delante de él:
¡Doblad la rodilla!: y lo puso sobre toda la tierra de Egipto. Y dijo Faraón a José: Yo soy Faraón;
y ninguno alzará su mano ni su pie en toda la tierra de Egipto” (Gn. 41:14, 38-44).
58. Para prepararnos para enfrentar pruebas aun mayores: “Dijo Saúl a David: No podrás tú ir
contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y ú un hombre de guerra desde
su juventud. David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando
venía un león o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo
libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo
mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de
ellas, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha
librado de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo“(1 Samuel 17:3337). Observemos que los leones y los osos no vinieron una vez, sino varias contra David. Con la
repetición de la prueba, David recibía una afirmación mayor del poder y la suficiencia de Dios.
Las victorias que Dios había dado a David contra los leones y los osos animaron a David a luchar
contra Goliat. “No habría victorias si no hubiera batallas”, dice el dicho. En cada victoria, en
cada acto de liberación, en cada respuesta a la oración en un momento de apuro, crecemos en el
conocimiento de la realidad de Dios en nuestras vidas y aprendemos a descansar en él a la hora
de dificultades aun mayores. Aprovechemos las lecciones que Dios quiere darnos acerca de su
suficiencia en medio de cada problema. Tarde o temprano llegará el momento que vamos a
necesitar todo lo que hemos venido aprendiendo para salir victoriosos en la adversidad.
59. Para desarrollar en nosotros la determinación de ser fieles a Dios hasta el final: “Y Daniel
propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él
bebía; pidió, por lo tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse.... Sadrac,
Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te
respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno
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de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a
tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 1:8; 3:16-18). Tanto
Daniel como sus amigos habían visto la derrota de su pueblo, habían sido arrancados de la casa
paterna, quizá habían sido testigos de la muerte de sus padres, habían sido llevados en cautividad
a una nación lejana; allí habían sido castrados, humillados y avergonzados. En vez de amargarse
contra Dios y abandonar la fe, determinaron ser fieles hasta el final. Como resultado de esta
determinación, Dios les exaltó, les protegió, les usó para bendición de muchos y les capacitó para
el cumplimiento de labores elevadas. Dios nos ha dejado los ejemplos de estos chicos para
animarnos a nosotros. Lo que hace la diferencia entre los cristianos victoriosos y dichosos y los
derrotados y amargados no son los problemas, sino la actitud ante los problemas. Los problemas
no destruyen, es la respuesta que decidimos voluntaria y premeditadamente a los problemas la
que nos va a elevar o a hundir. Aprendamos de estos ejemplos dignos de imitación.
La Dr. Ida Scudder, una médica misionera en la India por muchos años, recibió esta pregunta de
una mujer musulmana, «¿Por qué nunca pierde los estribos cuando los demás son abusivos con
usted?». Una amiga hindú, que conocía a la Dr. Scudder respondió por ella, «¿No lo sabes? Se
debe a que el Dios de la Dr. Scudder es paciente y amante, y ella es como su Dios». En última
instancia, lo que Dios está haciendo en nosotros desde el momento que recibimos a Cristo es
conformarnos a su imagen, hacernos semejantes a él. Los problemas y las adversidades son sólo
uno de los medios que él usa para lograr ese fin. Sometámonos gozosa y voluntariamente a la
disciplina de Dios sabiendo que, “quien se opone... a los establecidos por Dios resiste; y los que
resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro. 13:2).
Las adversidades nos empujan hacia arriba
Todos tendemos a pensar que padecer sufrimientos y necesidades es una pérdida. Sin embargo,
siempre podemos aprender en medio de las privaciones valiosas lecciones de valor eterno si estamos
dispuestos. Una hermana compartió el siguiente testimonio. El hijo de cuatro años de Eileen Butler
tenía el corazón roto cuando ella devolvió una caja de las galletas favoritas del niño a la cajera del
súper mercado. Costaba una dólar y a ella le hacían falta 99 centavos porque había ayudado a una
pobre mujer adelante de ella en la fila a pagar por unas pocas provisiones. Las lágrimas se
acumulaban en los ojos del niño. Eileen le puso el último centavo en sus manos. «¿De qué sirve un
centavo?», dijo, «con esto no se pueden comprar mis galletas». «Señor, ¿qué puedo hacer?, susurró.
En ese instante pensó en las palabras grabadas en la moneda, «En Dios confiamos». Se las leyó al
niño y le dijo que aquellas palabras valían más que las galletas o que todo el oro del mundo. Entonces
le dijo que Dios deseaba que ayudaran a aquella pobre señora. Cuando dejaban el súper mercado,
Eileen le preguntó si quería gastar su centavo en un chicle. El niño negó moviendo la cabeza y apretó
con fuerza su centavo. Había captado el mensaje. Meditemos hoy en dos propósitos más que Dios
quiere cumplir en tu vida por medio de eso que estás padeciendo hoy mismo:
60. Para llevarnos a buscar a Dios: “Muchos días ha estado Israel sin verdadero Dios y sin
sacerdote que enseñara, y sin ley; pero cuando en su tribulación se convirtieron a Jehová Dios de
Israel, y le buscaron, él fue hallado por ellos. En aquellos tiempos no hubo paz, ni para el que
entraba, ni para el que salía, sino muchas aflicciones sobre todos los habitantes de las tierras” (2
Cr. 15:3-5; Sal. 91:15; 106;44; 107:6, 13, 19, 28; Is. 26:16; Os. 5:15; Zc. 13:9). Las aflicciones
deben empujarnos en dirección de Dios, tal como dice el salmista, “Al Señor busqué en el día de
mi angustia, alzaba a él mis manos de noche, sin descanso” (Sal. 77:2). “Cuando uno yace de
espaldas, los ojos miran hacia arriba”, explicaba un enfermo creyente a un amigo que lo visitaba.
“¿Sabes por qué el Señor me tendió en esta cama de hospital? Para obligarme a mirar hacia él. ¿Y
esos tubos que me unen a un sistema de frascos? Es mi cadena; me enseñan dependencia. Yo
había hecho mi programa; mi agenda estaba llena de citas. Fue necesario anularlas y preguntarme:
¿Habías pedido la opinión del Señor antes de hacer tus proyectos? Yo, un hombre activo, siempre
apresurado, heme aquí de repente como caído en una trampa... Pues bien, mira esta habitación de
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hospital. Descubrí que no era una prisión, sino más bien un lugar de encuentro: encuentro con ese
vecino de cama que ayer me vio leer mi Biblia y me hizo preguntas; con el personal del hospital,
desde el interno hasta la empleada que limpia, todo un mundo que yo ignoraba y cuya abnegación,
amabilidad y servicios aprendo a conocer; con visitantes que viene a traerme simpatía y consuelo.
Querría que cada uno también pudiera llevarse algo: la imagen de alguien que aprovechó un poco
las buenas lecciones del Señor: paciencia, olvido de sí mismo, confianza en Dios... Finalmente, y
sobre todo, lugar de encuentro con el Maestro mismo. Nunca tuve tanto tiempo para leer mi
Biblia, orar y meditar”.
61. Para promover actos de consagración que traigan bendición a todo el pueblo de Dios:
”Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de
Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza
abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado
conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les
concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo
esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la
voluntad de Dios” (2 Co. 8:1-5). Los hermanos de la iglesias fundadas en Filipos, Tesalónica y
Berea por Pablo en su segundo viaje misionero habían sufrido severa persecución por su fe. La
persecución había resultado en profunda pobreza para los creyentes. Pero en vez de enfocar su
atención en sus carencias, los cristianos macedonios fijaron sus ojos en la suficiencia del poder de
Dios. Así, en vez de verse a sí mismos como candidatos para recibir ayuda, decidieron (como la
viuda pobre que dio dos blancas [Mr. 12:41-44]) suplicar que se les permitiese dar a los que
todavía estaban más necesitados que ellos. Abundan los ejemplos de actos de consagración
promovidos por las circunstancias difíciles. Del siglo pasado nos llega la siguiente historia. Era
una noche salvaje y tormentosa. La temperatura había caído hasta ser polar. El viento se alzaba
cada vez más y barría el país con un azote gélido. Pero los intereses del Zar debían de ser
protegidos. Un soldado ruso debía de patrullar entre dos puestos de centinela. El pobre soldado
caminaba temblando entre un puesto y el otro. entonces empezó a nevar. En poco tiempo las
colinas quedaron cubiertas de nieve. El centinela fue envuelto en el abrazo de una fiera ventisca.
Un pobre campesino pasó entonces por el lugar en su camino a casa. En respuesta a la solicitud de
la contraseña, se identificó a sí mismo y pidió permiso para continuar. Pero el campesino sintió
lástima por el soldado. «Tiene usted una noche muy fría por delante para hacer la guardia», le dijo.
«Yo estoy a una corta distancia de casa. Tome mi abrigo. Mañana me lo devuelve». El soldado
aceptó alegremente el ofrecimiento. Pero aun el pesado abrigo prestado no pudo protegerlo del
frío que continuó envolviéndolo como una serpiente. Ningún abrigo parecía suficiente aquella
noche para mantener alejados los dedos de la muerte. A la siguiente mañana sus camaradas
descubrieron el cadáver del soldado congelado en el campo. El campesino nunca recobró su
preciado abrigo. Mucho tiempo después, cuando el campesino yacía en su lecho de muerte, soñó
que Jesús se le aparecía. «Estás vistiendo mi abrigo, Señor», le dijo el agonizante, reconociendo el
abrigo que había prestado al centinela. «Sí», le dijo el Señor. «Este es el abrigo que me prestaste
aquella terrible noche cuando estaba de guardia y pasaste por allí». «Pero, Señor», protestó el
campesino, «Tú no eras aquel soldado». «No», replicó en Señor Jesús en el sueño, «Pero por
cuanto lo hiciste a uno de mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste. Estuve desnudo y me
cubriste».
Permitamos que las adversidades nos empujen en dirección de Dios. Así toda pérdida se convertirá en
ganancia.
Dios quiere mejorarnos en la aflicción
El sufrimiento nos permite de forma práctica obedecer los mandatos del Señor de tomar nuestro cruz
y seguirlo y tomar su yugo y aprender de él. El Señor Jesús habló de la cruz como un símbolo de
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dedicación (Mr. 8:34). Pero él también habló de otro símbolo de entrega cristiana. «Tomad mi yugo
sobre vosotros y aprended de mí...porque mi yugo es fácil y ligera mi carga». Paul W. Powell
elabora: «La cruz y el yugo simbolizan para nosotros dos diferentes aspectos de la entrega. La cruz es
un instrumento de muerte; el yugo es un instrumento de esfuerzo. La cruz es un símbolo de sacrificio;
el yugo es un símbolo de servicio. La cruz sugiere sangre; el yugo sugiere sudor...el compromiso con
Cristo significa que estamos listos para el yugo o para la cruz. Permitidme sugerir algunas lecciones
del yugo: Sumisión: <Tomad mi yugo sobre vosotros». El cristiano se somete voluntariamente a
Cristo como su Señor y Maestro. Obediencia: «Y aprended de mí». Servicio: «Mi yugo es fácil».
Comparado con el yugo del pecado, el yugo del Señor es fácil. Comunión: «Todos los que estáis
trabajados». No estamos solos en Cristo.». Dios usa las aflicciones en nuestra vida para:
62. Para promover devoción que resulte en el avance del programa de Dios: “Hubo un varón de
Remataim de Zofim, del monte de Efraín, que se llamaba Elcana hijo de Jeroboam, hijo de Eliú,
hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la
otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía. Y todos los años aquel varón subía de su
ciudad para adorar y para ofrecer sacrificios a Jehová de los ejércitos en Silo, donde estaban dos
hijos de Elí, Ofni y Fines, sacerdotes de Jehová. Y cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía
sacrificio, daba a Penina su mujer, a todos sus hijos y a todas sus hijas, a cada uno su parte. Pero a
Ana daba una parte escogida; porque amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener
hijos. Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido
tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana
lloraba, y no comía. Y. Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Y
por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos? Y se levantó Ana después
que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a
un pilar del templo de Jehová, ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. E
hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te
acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo
dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza... Y Samuel creció,
y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus Palabras. Y todo Israel, desde Dan
hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová. Y Jehová volvió a aparecer en
Silo; porque Jehová se manifestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová” (1 S. 1:1-10; 3:1921). Dios utilizó la esterilidad de Ana (considerada en aquella cultura como una maldición), la
humillación por parte de su rival, y la incomprensión del esposo para llevar a Ana al punto de
decidir tener un hijo no para ella, sino para que sirviera a Dios. El gesto de Ana fue único en un
clima de indiferencia generalizada hacia las cosas de Dios: “Y la palabra de Jehová escaseaba en
aquellos día; no había visión con frecuencia” (1 S. 3:1). Ni siquiera la corrupción de sacerdocio la
disuadió de su intención: “Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de
Jehová... Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacía con todo Israel, y cómo dormían
con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculos de reunión” (1 S. 2:12, 11). Cuando
decidimos responder a la aflicción de forma que Dios sea honrado, podemos alcanzar cotas de
dedicación y compromiso con Dios que traigan bendición a muchos, y de paso, a nosotros
mismos: “Y visitó Jehová a Ana, y ella concibió, y dio a luz tres hijos y dos hijas” (1 S. 2:21).
Verdaderamente, sucedió con Ana lo que Dios dijo a Elí, “Yo honraré a los que me honran, y los
que me desprecian serán tenidos en poco” (1 S. 2:30). Tomemos la decisión de honrar a Dios con
la respuesta a todos nuestros problemas. Preguntémonos, “¿Es Dios honrado con este gesto, con
esta mueca, con esta queja, con este enojo, con esta mirada, con este desaire, con esta pataleta, con
este chillido, con esta ira, con esta amenaza, con esta venganza, con esta decisión, con esta crítica,
con esta calumnia, con esta amargura, con este resentimiento? Si Dios es honrado, Dios nos
honrará. Si Dios es deshonrado, Dios nos humillará.
63. Para probar el carácter de aquellos en los que nos apoyamos: “Como diente roto y pie
descoyuntado es la confianza en el prevaricador en tiempo de angustia” (Pr. 25:19). “La
prosperidad hace amigos, la adversidad los prueba”, dice el proverbio popular. Como un diente
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roto o como un pie herido, así el amigo falso a la hora de la adversidad en vez de ser de ayuda será
causa de mayor dolor. Vienen a la mente los amigos de Job, que respondieron a la adversidad de
Job con acusaciones en vez de con amor. Conté el miércoles de este anciano que vino a dar una
palabra de testimonio en una reunión de pastores. Fue llevado del brazo por un asistente hasta el
púlpito. Estando de pie ante la concurrencia, tuvo necesidad de escupir una gran flema que se le
había acumulado en la boca. Con paso vacilante se dirigió a una ventana que pudo ver a un lado de
la plataforma. Estando de cerca, escupió y volvió a su lugar. Una pareja de creyentes allí reunida
no pudo contener la risa al observar que el anciano había escupido en una ventana que tenía en
cristal cerrado. Cuando los que se reían vieron alrededor esperando hallar eco a su burla, sólo
vieron rostros serios que veían hacia adelante. Nadie había querido darse por enterado del error
del anciano, “El amor cubrirá todas las faltas” (Pr. 10:12).
Un hermano en la fe dice, “Cada día antes de dejar mi estudio le pido a Dios, «llévame como un
vestido». Mis ropas no son nada en sí mismas—son inanimadas, y cuando me las quito no pueden
ponerse de pié o andar por sí mismas. Se derrumban. Eso es lo que quiero ser en mi relación con
Jesucristo. Quiero que mi único impulso sea Cristo quien vive en mí, quien piensa mis
pensamientos, desea su voluntad, y ama su amor a través de mí”.
El sufrimiento acarrea mayor bendición
Un viejo campesino de Corea del Sur había comprado los evangelios de Mateo y Marcos y los había
leído con interés. Un día, mientras estaba trabajando en el campo, su casa se incendió y quedó
completamente destruida. A su regreso, comprobó que nada había podido ser salvado, excepto los dos
evangelios que un miembro de su familia había librado del incendio sin saber de qué se trataba. Esto
le causó una gran impresión; volvió a leerlos y habló de ellos a quienes le rodeaban. Al principio sus
vecinos le abrumaron con chistes y reflexiones despectivas porque leía con tanta avidez los libros
cristianos; pero terminaron por dejarle tranquilo y, poco a poco, volvieron a acercarse a él y a hacerse
amigos. Hubo en esa aldea más de ochenta convertidos y esa obra fue el resultado de la lectura de
ambos evangelios. Esta historia nos recuerda uno más de los propósitos que Dios cumple en la
adversidad:
64. Para permitirnos conocer el poder vivificador de la Palabra: “Acuérdate de la Palabra dada a
tu siervo, en la cual me has hecho esperar. Ella es mi consuelo en la aflicción, porque tu dicho me
ha vivificado. Si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido. Aflicción y
angustia se han apoderado de mí, mas tus mandamientos fueron mi delicia” (Sal. 119:49, 50, 92,
143). Así como la aflicción nos permite crecer en el conocimiento de nosotros mismos, de
aquellos en los que nos apoyamos y de Dios y su suficiencia, también cuando sufrimos podemos
crecer en el conocimiento de la eficacia de la Palabra de Dios para darnos vida. A la hora de la
aflicción podemos descubrir que más que verdades teóricas, la Palabra de Dios es poderosa para
nutrir, fortalecer, consolar, sostener, orientar y dar esperanza. Antes de que Clara Schumann, la
viuda del compositor alemán Robert Schumann (1810-56) tocara algo de la música de su esposo
en público, primero leía privadamente algunas de sus cartas de amor. Inspirada por sus palabras,
decía que parecía que su misma vida la llenaba a ella, y estaba en mejores condiciones de
interpretar las composiciones de su esposo en público. En el área espiritual, si leemos la Palabra
de Dios hasta que nos llene, su Espíritu llenará nuestras mentes y corazones. El Señor cambiará
nuestras actitudes egoístas y nuestra constante preocupación por medio de la meditación de su
Palabra. Cuando la Palabra de Dios mora en nosotros, el amor de Cristo brilla a través de nosotros.
65. Para permitirnos conocer nuevas dimensiones del gozo: “Mucha franqueza tengo con
vosotros; mucho me glorío con respecto de vosotros; lleno estoy de consolación; sobreabundo de
gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Co. 7:4). Los corintios habían recibido a falsos maestros
que cuestionaban la autoridad de Pablo para enseñar la Palabra de Dios. Esto había traído
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turbación a la iglesia y mucha tristeza al apóstol. Pero por la gracia de Dios Pablo pudo ver por
encima de las circunstancias presentes, hacia lo que Dios haría en los corintios por medio de ellas:
“Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros
en las aflicciones, también lo sois en la consolación” (1 Co. 1:7). Este hecho hacía que el corazón
de Pablo sobreabundara de gozo. Con frecuencia el mayor gozo viene después de la mayor
turbación, incluso en el cielo: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de
ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y
cuando la encuentra, la pone sobre sus hombres gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y
vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os
digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve
justos que no necesitan arrepentimiento” (Lc. 15:4-7). Alguien ha dicho, “la felicidad es pensar
que hemos perdido la cartera y luego descubrir que nos habíamos equivocado”. ¿No es cierto que
con frecuencia los momentos de mayor gozo vienen después de un hallazgo, una recuperación, una
restauración, una reconciliación verdadera? Quienes han sufrido disfrutan de la vida más
intensamente que los que han sido protegidos del sufrimiento.
Desayuno de Oración, Feb. 6, 1986, Ronald Reagan: «Sólo hay libertad en la sumisión; gozo sólo en
la rendición; riqueza sólo en lo que damos; seguridad sólo en la promesa de Dios de vida eterna. Poco
hay en el mundo para hacernos felices hoy, pero todavía podemos tener gozo en nuestros corazones.
Vivimos vidas distintas, pero tenemos las mismas necesidades. Y tenemos un ancla que nos sostiene
en aguas turbulentas. El ancla que el gozo de Dios nos da».
Alan Redpath escribió en cierta oportunidad, “No hay nada—ninguna circunstancia, ninguna
aflicción, ninguna prueba—que pueda tocarme hasta que primero que todo haya pasado desde Cristo
hasta mí. Si ha llegado hasta aquí, ha venido con un propósito, que yo puedo no entender en ese
momento. Pero como yo rehúso entregarme al pánico, como levanto mis ojos a él y lo acepto como
viniendo del trono de Dios para algún propósito grande de bendición para mi propio corazón, ninguna
pena me perturbará, ninguna prueba me desarmará, ninguna circunstancia me llevará a temer, porque
descansaré en el gozo de lo que mi Señor es”.
Huérfano de madre a los tres años de edad, de frágil salud, criado de manera austera por un padre
exigente, niño prodigio en matemáticas, científico y genial inventor antes de los treinta años, Blas
Pascal tuvo dolores casi diariamente y murió a los 39 años de un tumor cerebral. Sin duda, se pensará
que una vida tan densa pero tan breve fue triste y desdichada. Pero los últimos diez años fueron
ocupados por una búsqueda más elevada que la de verdades científicas: Pascal meditaba en el Dios de
santidad y misericordia, quien envió del cielo a un Mediador (el “Reparador” como le llamaba) para
salvar a los hombres. Cuando murió en 1662, sus allegados hallaron cosido en el forro de su jubón un
papel garrapateado desde hacía ocho años, en el cual se leía el secreto de su comunión: “con el Padre,
y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:3). Extraemos de él algunos fragmentos: “Es el Dios de Abraham,
el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no aquel de los filósofos y de los científicos”. “Certeza, gozo,
certeza... Gozo, gozo, gozo, lágrimas de gozo”. “Eternamente gozoso por un día de aflicción en la
tierra”.
El sufrimiento, herramienta de Dios
Recibí esta semana una carta pidiendo oración por un misionero en Tailandia llamado David Allen.
Después de describir cómo una bacteria desconocida que los médicos no han podido identificar ha
venido destruyendo su cuerpo, David dice, “No me siento bien. Siento como si estuviera pasando por
un valle muy oscuro. He estado orando por tanto tiempo por ayuda sin recibir respuesta, que me he
desanimado de seguir orando. Esto es la primera vez que me pasa en la vida. Michelle, mi esposa, y
mis padres me han sido de una gran ayuda, pero la están pasando mal al verme sufrir tanto. Mis
oraciones son ahora muy elementales, “Padre, sálvame”. Pero el dolor persiste de día en día, y sigo
perdiendo peso. Por favor, no oréis sólo por mi cuerpo, sino también por mi espíritu. No he conocido
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nada como esto antes. No quiero tener temor, no tengo que tener temor porque estoy seguro de mi
salvación. Creo que el temor está relacionado más con el pensamiento de no poder estar con mi
esposa y mi bebé. Este tiempo antes de enfermar había sido el más feliz de mi vida”. Debemos orar
por David y al hacerlo recordamos de paso, que este es otro de los propósitos que Dios tiene para la
adversidad:
66. Para intensificar la oración: “En aquel mismo tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la
iglesia para maltratarles. Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan. Y viendo que esto había
agradado a los judíos, procedió a prender también a Pedro. Eran entonces los días de los panes
sin levadura. Y habiéndole tomado preso, le puso en la cárcel, entregándole a cuatro grupos de
cuatro soldados cada uno, para que le custodiasen; y se proponía sacarle al pueblo después de la
Pascua. Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a
Dios por él” (Hch. 12:1-5). Recuerdo perfectamente que durante muchos años, mientras crecía sin
permiso de ir a los cultos o leer la Biblia, el único tiempo en que oraba a Dios era a la hora de los
exámenes en el colegio. Todos nosotros podemos testificar que nos acordamos más de orar a la
hora de los problemas que en otra hora, ¿no es cierto? No hay nada de malo con relacionar con
oración con el pedir. Lo malo está en pensar que orar es sólo pedir. Orar es también escuchar.
Samuel dijo, “Habla, porque tu siervo oye” (1 S. 3:10), pero lo que más decimos nosotros a Dios
cuando oramos es “Oye, porque tu siervo habla”. Dios usa la adversidad para enriquecer nuestra
vida de oración enseñándonos a pedir y enseñándonos a escuchar.
67. Para que podamos conocer y apreciar experimentalmente sus atributos: “Cantad a Jehová
cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra ha salvado, y su santo brazo. Jehová ha
hecho notoria su salvación; a vista de las naciones ha descubierto su justicia. Se ha acordado de
su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los términos de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios” (Sal. 98:1-3). Israel tuvo que verse perdido para poder apreciar la
salvación de Dios; tuvo que verse perseguido para poder apreciar la justicia de Dios; tuvo que
sentirse olvidado para poder apreciar la memoria de Dios. Así es con todos nosotros.
Necesitamos pasar hambre para apreciar su provisión; necesitamos lágrimas, para apreciar su
consuelo; necesitamos peligros para apreciar su protección; necesitamos persecución para
conocer su vindicación; necesitamos ser conscientes de nuestro fracaso, para apreciar su
paciencia; necesitamos sentirnos débiles, para conocer su poder; necesitamos soledad y abandono
para apreciar su presencia; necesitamos la batalla, para conocer su victoria. Como escribió
alguien, “Cuando se acabe nuestra vida en la tierra y hagamos nuestra entrada en el cielo, donde
todo resultará nuevo para nosotros, no será un Dios extraño quien nos reciba. Será un Dios muy
conocido, un Amigo frecuentado por mucho tiempo”.
68. Para que aprendamos a dar gracias en todo: “Dad gracia en todo, porque esta es la voluntad
de Dios para vosotros en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:18). La preposición traducida “en” puede ser
traducida “por” y “con”. Dios utiliza nuestras circunstancias para que aprendamos a ser
agradecidos en toda situación, por todo lo que nos viene y con todo lo que tenemos. La gratitud
debe ser una actitud y no sólo palabras, pero con frecuencia deberemos decir primero las palabras
para que la actitud del corazón sea desarrollada. En la LXX, la traducción del Antiguo
Testamento hebreo al griego hecha 150 años antes de Cristo, no se usa la palabra que aparece en
el Nuevo Testamento para dar gracias, sino otra que significa “hablar bien de”. Y en un sentido,
dar gracias es tener la disposición de hablar bien de Dios que tiene control absoluto de lo que me
está pasando, no se equivoca nunca y es sabio y amoroso. En la gratitud, igual que en el amor,
cuando la voluntad se somete obedeciendo, los sentimientos siguen. Empezamos dando gracias
con los dientes apretados en obediencia al mandato del Señor y poco a poco descubrimos que la
frustración y la amargura dan paso al contentamiento y la paz. Dar gracias es una forma de dar
gloria a Dios (2 Co. 4:15). El Señor espera que demos gracias por las bendiciones recibidas,
“Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?
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¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (Lc. 17:17-18). Debemos
dar gracias por la obra de Dios en la vida de otros, “no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo
memoria de vosotros en mis oraciones” (Ef. 1:16). También debemos dar gracias por lo malo,
porque Dios lo controla, “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entré en su casa,
y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y
oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Dn. 6:10). Por otro lado,
debemos recordar que la Biblia vincula la ingratitud con la impiedad, “Pues habiendo conocido a
Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias...” (Ro. 1:21). “Porque habrá hombres
amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,
ingratos, impíos” (2 Ti. 3:2). Cuando estemos pasando por momentos difíciles, preguntémonos,
“¿He dado ya gracias por esto?” Recordemos que el descontento es la pena que debemos pagar
por ser desagradecidos. A veces estamos demasiado ocupados en contar nuestros problemas como
para contar nuestras bendiciones.
Para advertirnos: “(Jesús dijo): Aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé, y los
mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo:
No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:4-5). El sufrimiento que
vemos en otros puede convertirse en una advertencia para nosotros mismos de lo que nos espera
si no nos arrepentimos.
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