Montaigne: la escritura como práctica vital1

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____________________________________________________CUADRANTEPHI Nº 14
Enero – junio de 2007, Bogotá, D.C., Colombia
Montaigne: la escritura como práctica vital1
Angélica Hernández Barajas
Carrera en Filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
Bogotá
[email protected]
Abstract
Montaigne’s writing as a vital practice
On his Essays Michel de Montaigne takes his own self like his main topic. Often
he considers his writing an exercise creating a picture of himself in order to study
his own life in this picture. In this way Montaignes’s writing is a kind of picture
that could be called a self-portrait. If that is true, we can say that his writing does
not only take a theoretical character, but has a vital value.
Resumen
Montaigne: la escritura como práctica vital
En sus Ensayos Michel de Montaigne hace del estudio de sí su tema principal. A
lo largo de la obra, en repetidas ocasiones, se refiere a su ejercicio escritural
como a una pintura de sí que él va elaborando con el fin de estudiar su propia
vida a través de ella. De acuerdo con esto, la escritura en Montaigne resulta ser
una suerte de pintura en donde el estilo que se impone es el autorretrato. Ahora
bien, en tanto esa pintura que se hace de sí mediante la escritura permite pensar
la vida, y ello apunta a una composición de ésta, tenemos entonces que la
escritura no sólo tiene dimensiones teóricas, sino también, y sobre todo, adquiere
dimensiones prácticas.
1
Este artículo hace parte del trabajo de grado titulado "Montaigne: la vida como obra", que recibió en octubre de
2006 mención meritoria.
1
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No tengo a gala los bienes que he podido emplear
para uso de mi vida. Sea como sea, quiero serlo
fuera del papel. Mi arte e industria fueron
empleados para valer algo yo mismo; mis estudios,
para enseñarme a obrar, no a escribir. He puesto
todos mis esfuerzos en formar mi vida[…]
¡Cuánto odiaría tener fama de ser hombre hábil
escribiendo y hombre nulo y necio para lo demás!
Montaigne, Ensayos, II, XXXVII
1. La escritura como pintura de sí
Desde la nota que Montaigne dirige al lector como preludio a sus Ensayos, advierte que su
propósito en tal obra no es otro que el de hacer una pintura de sí mismo: “píntome a mí
mismo […] yo mismo soy la materia de mi libro”. Así pues, el tema propuesto desde el
inicio es el de la pintura de sí, y a lo largo de la obra con frecuencia se estará señalando que
tal es la materia de estudio2. En este sentido, aquí autor y obra se funden; pues con la
elaboración de esta última aquel se piensa y forma su propia vida. Por tanto, la materia
estudiada y aquel que estudia son uno mismo. Siguiendo a Nehamas, diremos que en
Montaigne “la obra y la vida, el libro y el yo empiezan a ser partes inseparables el uno del
2
Cfr. Ensayos, II, XVII, 403 / II, VI, 64 / II, XVIII, 416.
2
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otro”3. En esta vía, la pintura de sí en la que insiste el ensayista francés es propiamente su
investigación:
Mi oficio y mi arte es vivir […] pinto principalmente mis pensamientos, objeto informe, que
no puede reducirse a producto artesanal. A duras penas puedo meterlo en ese cuerpo etéreo
de la palabra (II, VI, 64).
Estúdiome más que cualquier otro tema. Es mi metafísica y mi física (III, XIII, 346).
Podemos decir que los Ensayos se asemejan a una obra pictórica en la cual el estilo
privilegiado es el autorretrato. La escritura, en este caso, es el dibujo que Montaigne nos
ofrece y se ofrece a sí, sobre él mismo. La propia vida se convierte en el objeto a indagar y,
a su vez, en la obra a erigir. En este contexto, se ha de señalar que en la construcción de la
vida como obra, la escritura sobre sí se hace una técnica determinante, en tanto permite
volcar el pensamiento hacia una atenta observación de la propia vida. El ejercicio de
escribir se torna entonces una actividad vital, en cuanto es mediante aquel que se estudian
los movimientos de la propia existencia, y con esto, se piensa y se hace una evaluación de
ella. Para nuestro ensayista, el hablar de sí en su obra es el ejercicio mismo de pensarse; de
ahí que considere que “al prohibir hablar de uno mismo, prohiben aún más por
consiguiente, pensar en uno mismo”4. En este sentido, el acto de hablar acerca de sí mismo
en la escritura va ligado al acto de pensar sobre sí. Por tanto, mirarse a sí mismo en toda
circunstancia y concomitantemente hablar de sí, no es una muestra de vanidad, al contrario,
permite indagar y formar la propia vida5. De acuerdo con esto, Montaigne señala que
aquellos que desdeñan ocuparse de sí mismos, lo hacen porque consideran que construir su
existencia es un asunto de poca importancia:
Ocuparse de uno mismo les parece que es complacerse en uno mismo; tratarse y observarse,
quererse demasiado. Puede ser. Mas ese exceso sólo nace en aquellos que se palpan
superficialmente, que se miran después de sus asuntos, que a ocuparse de sí mismos, a
formarse y construirse, a hacer castillos en el aire, llaman ociosidad y fantasía:
considerándolo cosa secundaria y ajena a ellos mismos (II, VI, 65).
Montaigne advierte cómo puede tomarse por vacuo el hecho de hacer de sí mismo el
continuo referente de observación. No obstante, al tiempo indica que lo que propiamente
3
4
5
NEHAMAS, A., “A Face for Socrates’ Reason”, en: The Art of Living, 104.
Ensayos, II, VI, 65.
Cfr. JEANSON, F., Montaigne par lui-même. Passim.
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lleva a afirmar la inanidad de observar la propia vida, es el modo superficial en que la gran
mayoría se palpa a sí mismo; esto es, haciendo caso omiso de la manera en como acontece
la propia existencia. Contrario a ello, nuestro ensayista insiste en la relevancia de la
observación de sí, ya que escudriñarse es el quehacer fundamental de todo aquel que, como
él mismo, toma su vida como objeto de estudio, de aquel que hace de su existencia su
materia de investigación. En esta medida, Montaigne insiste en que él ha hecho de la
observación y estudio de sí, el objetivo de sus inquietudes:
Hace varios años que soy yo el único objetivo de mis pensamientos, que no analizo y
estudio más que mi propia persona; y si estudio otra cosa, es para aplicarla al pronto sobre
mí, o mejor dicho, aplicármela a mí (II, VI, 63).
Vemos que toda materia que se estudie debe adecuarse a la investigación de sí que se está
efectuando. Siguiendo los términos utilizados por Montaigne, diremos que los demás
objetos estudiados son aplicados sobre el objeto principal de estudio: la propia vida. De
esta forma, las posibles materias de estudio siempre tienden a cobrar un significado en
dicha investigación. De acuerdo con esto, debe señalarse que para Montaigne la principal
ocupación es la de sí y, por tanto, la obra a ejecutar es su vida. Se afirma de este modo la
coincidencia entre vida y obra:
No puede ocurrir aquí lo que veo que ocurre a menudo, que el artesano y su obra se
contradicen: ¿un hombre de tan noble conversación ha hecho un escrito tan necio? o ¿han
salido unos escritos tan sabios de un hombre de tan floja conversación? Quien en su trato es
vulgar y sus escritos son raros, es que su valor está en algún lugar del que lo toma prestado
y no en él. Un personaje sabio no es sabio siempre; mas el inteligente es siempre
inteligente, incluso cuando ignora algo.
Nosotros, mi libro y yo, vamos de acuerdo y con la misma marcha. En otros casos puédese
elogiar la obra y criticar al obrero, por separado; en éste no: si se ataca al uno, se ataca al
otro (III, II, 28).
Según lo anterior, la obra no es distinta de la vida misma, se advierte que el examen que se
hace de esta última no es un mero producto teórico que se vea reflejado en una obra escrita,
de tal modo que la vida pudiera considerarse disociada de la obra. Al contrario, la obra se
hace inmanente a la existencia, pues a la vez que se escribe, aquel que se investiga se
piensa y adopta una disposición, en este caso, una actitud de continuo examen que le
permite sopesar los distintos pensamientos y acontecimientos de su vida. Tenemos así que
aquello que se crea con la elaboración de una obra como los Ensayos, es una disposición
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teórico-práctica, pues aquel que se estudia no sólo tiene una posición teórica que lo sitúa
frente a lo que investiga, sino que además, y dado el estudio que está en cuestión, el que
investiga tiene la totalidad de su vida involucrada en el asunto. Si bien efectuar un riguroso
examen de los distintos movimientos de la vida está asociado a una disposición teórica
frente a ésta, ello entraña también una disposición práctica, pues tal examen se hace con
miras a inquirir por el modo de vida que se lleva y aquel que se debe cultivar. Siguiendo la
imagen ofrecida por Montaigne, según la cual su obra se asemeja a una pintura de sí,
diremos que toda la investigación hecha y, por tanto, toda elaboración teórica que se haga
aquí, está vinculada con la elaboración de la propia vida. El interés teórico corresponde a
un interés vital, y en virtud de esta correspondencia a nuestro pensador le resulta
imprescindible que su escritura vaya al tiempo con su vida:
A lo peor, esta deforme libertad de presentarse en dos lugares y con los actos de un modo y
los discursos de otro, puede ser posible para aquéllos que cuentan las cosas; mas no para
aquéllos que se cuentan a sí mismos, como yo; he de ir con la pluma como con los pies (III,
IX, 250).
Se establece una diferencia entre aquel que cuenta las cosas y aquel que se cuenta a sí
mismo. Mientras el primero puede disociar su discurso de su vida, al segundo no le ocurre
lo mismo. Para el que se cuenta a sí, su existencia se convierte en su obra, su vida se hace la
materia de su escritura. La vida de este último no puede permanecer agazapada tras lo que
cuenta, pues es precisamente ella lo que está contando. No obstante, es necesario aclarar
que ese contar la vida en la escritura no es un modo de objetivar la vida para así
contemplarla y, de ese modo, poder pensar sobre un producto ya acabado. Mientras el
contemplar la vida es un volver sobre ella, esto es, pensar la vida, pero tomándola como ya
producida, en la escritura entendida como actividad vital, la vida no se hace objeto de
pensamiento como si ya estuviera producida y, por ende, dada. Al contrario, es con la
escritura que la vida se pone en movimiento, y es en el ejercicio de escribir que se va
modelando la existencia misma6. Así, el contar la propia vida implica hacerse o formarse
una vida:
6
Si en algún sentido puede hablarse de contemplación en Montaigne, es en el indicado por Jean
Starobinski, quien advierte que la actitud contemplativa adoptada por el ensayista francés tiende a revertir lo
contemplado en la conducción de su propia vida. Cfr. STAROBINSKI, “And then, for whom are you
writing?”(The theoretical life and the function of the example), en: Montaigne in motion, 14-17.
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Al moldear en mí esta figura hube de alzarme y componerme tan a menudo para extraerme,
que el modelo se afirmó y formó de algún modo a sí mismo. Al pintarme para los demás,
pintéme en mí con colores más nítidos que los míos primeros. No he hecho mi libro más de
lo que mi libro me ha hecho, libro consustancial a su autor, mediante tarea propia, parte de
mi vida; no mediante una tarea y una meta tercera y ajena como todos los demás libros.
¿Acaso he perdido el tiempo al haberme rendido cuentas de mí mismo tan continua y
cuidadosamente? Pues aquéllos que se dan un repaso en pensamiento solamente y en voz
alta en algún momento, no se examinan tan esencialmente ni se penetran como aquél que
hace de ello su estudio, su obra y su oficio, que se compromete a un análisis largo, con toda
su fe y todas sus fuerzas (II, XVIII, 416-417).
En este caso, la propia vida no se toma como algo dado sino como materia a moldear; en
esta perspectiva, se afirma que hay una acción constituyente de la propia vida en la
actividad de escribir. De este modo, cobra fuerza la imagen de pintura, pues con la escritura
la vida se va formando al modo de una pintura en proceso de elaboración. Podemos decir
que al tomar la vida como obra a construir, hay un continuo esbozo de figuras, según
Montaigne lo ha advertido, hay una frecuente composición de sí. A partir de esa constante
pintura de esbozos se crea un modelo de sí mismo. Ahora bien, ese modelo o figura erigida
tiene una eficacia para la vida; de manera puntual, el modelo hecho en la escritura se afirma
en la vida, se efectúa en ella. Como lo señala nuestro autor, la figura actual que él presenta
de sí es producto de un trabajo de modelación en donde el modelo dibujado adquiere vida y
se ejecuta por sí mismo. En este sentido, la obra no es más producto de su creador de lo que
éste último es producto de aquella; tal como lo ha manifestado Montaigne, su libro es
consustancial a su vida7. Con esto, reiteramos el papel formador de la escritura; la propia
vida se va modelando con la figura de sí que se hace mediante la escritura. Escribir sobre sí
7
Ya que en la actividad de escribir que se da en Montaigne se presenta una relación de mediación y
consustancialidad entre vida y obra, la cual podría parecer paradójica, es necesario por tanto hacer algunas
aclaraciones. Podemos hablar de mediación en tanto la escritura permite pensar distintos acontecimientos de
la propia vida con cierta distancia. De esta manera es posible, como lo dice Montaigne, poder “dar testimonio
de sí como de un tercero […] poder distinguirse y considerarse aparte, como a un vecino, como a un árbol”
(III, VIII, 192). Es decir, la escritura es mediación en cuanto permite tomar la distancia necesaria respecto de
sí mismo como para poder juzgarse. No obstante, en Montaigne tal mediación va pareja a una
consustancialidad entre escritura y vida. Es decir, pensarse a través del ejercicio escritural posibilita hacerse,
componerse; el estudio de sí que se efectúa mediante la escritura tiende a vehicular la estructuración de la
vida. En esta medida, para nuestro autor es una exigencia que su obra vaya al tiempo con su vida (III, IX,
250). Justo ahí radica la utilidad que la escritura puede brindar, pues el examen de sí que se realiza a través de
aquella tiene incidencia directa sobre la propia existencia, ya que es el curso mismo de la vida el que se está
recomponiendo. En este sentido debe entenderse la consustancialidad que Montaigne afirma cuando dice que
él no ha hecho su libro más de lo que su libro lo ha hecho a él mismo (II, XVIII, 416). Montaigne no se
considera sólo como un artífice de una obra, sino que entiende que ésta también lo ha hecho a él; por ende, él
mismo ha sido, en esa medida, creado mediante su obra.
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es hacerse a sí mismo, la escritura entraña entonces un estatuto creador de la propia vida.
En consonancia, aquí el escribir sobre sí se identifica con el escribirse a sí mismo. Tal como
lo expresa uno de los estudiosos del pensamiento de Montaigne:
El hombre escribe para ser […] El escritor […] redacta para ser, es lo que dice. Se
autoconvoca a la existencia mediante la palabra. La escritura lo vertebra. La escritura funda
lo que explora y al que explora. El sujeto, entonces, no construye una obra sino que se
construye como una obra. Es productor en la medida en que es lo producido 8.
Así, pues, el acto de escribir forma la vida en tanto es en la obra que se va escribiendo la
vida misma. Tal como lo ha señalado el ensayista francés, en su obra se ha compuesto su
vida. En este sentido la escritura es entendida como práctica vital, es decir, como técnica
que pone en movimiento la producción de sí mismo. Constatamos así, que la propia vida no
es materia a contemplar sino materia a moldear; sobre ella se puede intervenir para
recomponerla. Precisamente en ello se ha insistido, en que la pintura de sí que se propone
hacer nuestro autor no es un todo acabado, más bien, está compuesta de esbozos
susceptibles de cambiar de colores y de trazos. En esta medida, ese modelo de sí que se
compone en la escritura permite efectuar un continuo ensayo o prueba de sí mismo. Justo
por ello, es necesario examinar qué lugar ocupa aquí el ensayo como modo particular de
escribir en Montaigne; pues si ya hemos planteado la relevancia de una técnica como la
escritura en el estudio y modelación de la propia vida, ahora resulta necesario indagar por la
forma de escritura en que Montaigne nos presenta su obra.
2. El ensayo de sí
En primera instancia, se debe aclarar que si bien nuestro pensador es conocido como el
fundador del ensayo como género, sin embargo, el ensayo en él no constituye tanto un
género de escritura, cuanto sí la actitud misma que adopta en su investigación, es decir, la
de un continuo examen. Pero para entender esto, debemos remitirnos a la etimología de la
palabra ensayar. Ensayar se deriva de exagiare, que significa pesar o examinar. “Decir
ensayo es decir pesada exigente, examen atento”9. En este sentido, ir hasta la raíz
8
9
KOVADLOFF, S., “Montaigne no hace pie”, 76.
STAROBINSKI, J., “¿Es posible definir el ensayo?”, 31.
7
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etimológica de la palabra ensayar no es un mero recurso erudito, al contrario, nos revela el
modo mismo en que nuestro autor conduce su investigación, ya que en ella examinarse y
sopesarse se convierten en tarea fundamental. El modelo de sí que se va elaborando en el
ejercicio de escribir permite examinarse, indagar por la propia vida. En consonancia, el acto
mismo de ensayar, esto es, el examinar, coincide con el objeto de la investigación en
cuestión: el examen de sí en la escritura. Con la evaluación de sí la propia vida se
recompone; de este modo, el pensamiento de sí que se ejercita en la escritura interviene en
la configuración de la propia existencia. El pensar sobre sí no es un pensar contemplativo –
como ya lo hemos señalado−, más bien, es un pensar que tiende a construir la vida. Pensar
en sí a través de la escritura posee aquí un carácter dinámico, pues el examinarse tiene
como objeto producirse a sí mismo. Mediante el ejercicio de ensayarse a sí, el cual no es
otro que el de ponerse en la balanza, no sólo se indaga la vida, sino que ésta se toma como
materia en estado de prueba. Entonces, podemos decir que el examen atento de sí, que
constituye el ejercicio de ensayarse, está ligado al hecho mismo de configurarse a sí; es
decir, la propia vida es materia que se ensaya, esto es, materia que se examina y se pone a
prueba y, con ello, se crea constantemente. En esta perspectiva, la vida se hace la materia
que se ensaya y que se va configurando en ese ejercicio de ensayar.
A la luz de lo anterior, advertimos que el ensayo aquí no es sólo un género de escritura,
sino que es inherente a toda una concepción de la propia vida según la cual ésta es materia a
constituir en un constante ejercicio de ensayo o examen de sí. Con esto, nos encontramos
con un tipo de escritura que tiene consecuencias vitales, pues la formación de la propia vida
se efectúa en el ejercicio mismo de escribir. Tenemos entonces que el ensayo no pretende
sólo plasmar lo ya vivido, ni trasmitir un saber de sí ya alcanzado; al contrario, en el ensayo
se intenta ir construyendo el conocimiento de la propia vida con una continua prueba y
examen de ella misma. Aquí, “ensayo significa, entonces, entonación verbal de una
vivencia. Nunca transmisión de un saber constituido de antemano y trasladado luego a la
escritura”10. En esta medida, en el ensayo no encontramos un saber de sí transferido a la
10
KOVADLOFF, S., “Montaigne no hace pie”, 72.
8
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escritura, pues en la escritura misma es donde de manera permanente se está ensayando la
propia vida, y con esto ella se está rehaciendo todo el tiempo. En la actividad del ensayo,
lo que se pone a prueba, precisamente, es el poder de ensayar, de poner a prueba, la facultad
de juzgar y de observar. Para cumplir plenamente con la ley del ensayo, el ensayista debe
ensayarse a sí mismo 11.
A lo anterior, debemos agregar que en tanto el ensayista se ensaya a sí mismo, ensaya así su
experiencia; pues a través de la observación de esta última aquel estudia su vida. De este
modo, la experiencia resulta materia imprescindible de examen para el ensayista. No
obstante, y en concordancia con lo antes dicho, aquí la experiencia vivida no sólo se
transmite, pues al ser examinada en el ejercicio de escribir ella se vivifica y se dota de
sentido para la investigación de sí que está en curso:
Preferiría entenderme bien a mí mismo que entender a Cicerón. Con mi propia experiencia
tendría bastante para hacerme sabio, si fuera buen estudiante. Quien conserva en su
memoria los excesos de su pasada cólera y hasta dónde le llevó esa fiebre, ve la fealdad de
esa pasión mejor que leyendo a Aristóteles, y alimenta odio más justo contra ella. Quien
recuerda los males que ha sufrido, aquéllos que lo han amenazado, las livianas
circunstancias que le han hecho pasar de un estado a otro, prepárase así a las mutaciones
futuras (III, XIII, 348)12.
La propia experiencia, al ser observada con una mirada atenta, se ofrece como la materia de
estudio capaz de articular el conocimiento de sí. En este sentido, el entendimiento que se
logre de la propia vida dependerá de un continuo trabajo de observación de la experiencia.
Ahora bien, el hacerse idóneo en tal observación se convierte en un instrumento útil para la
vida, ya que el examen de la propia experiencia permite modelar la vida misma. Desde esta
perspectiva, Montaigne advierte que el observar los efectos que ha producido en nosotros
una pasión como la cólera, puede ser eficaz para contrarrestrar el influjo de ella sobre
nuestro ánimo. De este modo, la experiencia, aunque puede ser ya vivida en lo que
11
STAROBINSKI, J., “¿Es posible definir el ensayo?”, 36.
Puede advertirse cómo por encima de una sabiduría académica, Montaigne presta mayor atención a
una sabiduría práctica; de este modo, hace énfasis en el estudio de sí mismo que emerge de la observación de
la propia experiencia. Sin embargo, no por esto debemos creer que todo estudio académico es desvirtuado
aquí. Al contrario, la lectura conjunta de los Ensayos nos permite ver cómo la amplia formación académica de
su autor es vinculada por él mismo a su propia investigación. Entonces, lo que importa señalar de este pasaje
no es un enfrentamiento entre sabiduría práctica y sabiduría académica, más bien, interesa resaltar la prioridad
dada a la observación de la propia experiencia.
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concierne al orden del tiempo, se hace experiencia vigente en cuanto que al ser pensada
permite reconducirse y, con ello, dar forma a la vida. De acuerdo con esto, hablar de una
mirada cuidadosa de la experiencia significa estar atento a los efectos que los distintos
objetos y pasiones producen en nosotros, siempre con miras a componer la propia vida a
través de tal observación. En este caso, es precisamente en la actividad de escribir donde se
ejercita la observación de la propia experiencia, pues mediante aquella es posible pensar
eventos que fácilmente escaparían a nuestra atención de no ser dibujados por la escritura.
Por tanto, a aquel que escribe sobre sí, su escritura se le ofrece como una suerte de memoria
extensiva capaz de sobreponerse tanto a la fugacidad de los eventos, como a la fragilidad de
la memoria. De este modo, la escritura de sí se convierte en una memoria atenta de la
propia vida. Tal como lo advierte nuestro ensayista:
A falta de memoria natural, hágome una de papel, y si algún nuevo síntoma viene a
añadirse a mi mal, escríbolo. Por lo que ocurre que, en este momento, habiendo pasado casi
por toda suerte de ejemplos, si corro peligro de venirme abajo, hojeando esos pequeños
resúmenes deshilvanados como hojas sibilinas, no dejo de hallar algo con lo que
consolarme por un pronóstico favorable de mi pasada experiencia (III, XIII, 372).
Según lo señala el ensayista francés, él escribe para tener memoria de sí mismo; la escritura
sobre sí le permite tener siempre presente su experiencia para de este modo poder aplicarla
a su vida. Nuestro autor recurre a su escritura considerándola una memoria de papel o
segunda memoria que él mismo se ha fabricado con el fin de estudiar su vida a través de la
observación de su experiencia. Por tanto, la escritura le permite hacerse una memoria de sí,
construirse una memoria de la experiencia capaz de ser utilizada en beneficio de la propia
vida. Justo por ello, aunque la escritura es una actividad teórica, en este caso también
entraña una dimensión práctica. Si bien la escritura constituye un acto reflexivo en tanto
que la propia vida se está pensando al escribir; acá este acto reflexivo tiene consecuencias
para la vida. Tener por actividad pensarse no es deseable de suyo, es decir, por el hecho
mismo de volcarse reflexivamente hacia sí en la escritura, sino que es deseable por el
provecho que para la vida tiene el pensar sobre ella. De acuerdo con esto, decimos que no
es sólo pensar la experiencia, es hacer que ello sirva para la vida. En este sentido, lo que se
busca mediante la escritura es ejercitarse tanto en pensar la vida como en extraer de tal
ejercicio lo mejor para ella. Por tanto, aquí no es el registro somero de la experiencia el que
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cuenta, para Montaigne no importa tanto tener un cúmulo de experiencia que se pueda
contar, como el hecho mismo de desarrollar la capacidad de pensarla:
El fruto de la experiencia de un cirujano no es la historia de sus operaciones ni el acordarse
de que ha curado a cuatro apestados y a tres gotosos si no sabe sacar de esa práctica algo
con qué formarse el juicio, ni nos hace ver que se haya hecho más sabio con el uso de su
arte. Así como en un concierto de instrumentos no se oye ni laúd, ni espineta, ni flauta, se
oye una armonía en conjunto, la unión y el fruto de toda esa mezcla. Si los viajes y los
cargos los han enmendado, han de demostrarlo con la producción de su entendimiento. No
basta con llevar la cuenta de sus experiencias, es menester pesarlas y combinarlas y haberlas
digerido y destilado, para sacar las razones y conclusiones que contienen (III, VIII, 178179).
Podemos tomar la imagen musical sugerida por Montaigne y a través de ella intentar ver en
qué consiste el estudiar la propia experiencia. Así como en un concierto no es el sonido por
separado de los distintos instrumentos lo que produce la armonía, sino el perfecto
compasamiento entre ellos. Asimismo, para el que se estudia a sí no es el observar sus
diversas experiencias por separado lo que le permite sacar utilidad de ellas, sino la
capacidad de hacer un discernimiento sobre la totalidad de las mismas. De modo similar a
como los instrumentos son dispuestos para que produzcan una armonía, el buen observador
de sí es capaz de considerar sus experiencias en conjunto y así disponerlas armónicamente
para sacar de allí algún fruto para su vida. Por ende, la memoria de la experiencia que se
construye al escribir sobre sí no es una memoria acumulativa de experiencias vividas, sino
que propiamente es una memoria que posibilita pensarse, permitiendo de este modo dar
forma a un saber sobre la experiencia13. Entonces, el punto no radica en tener una memoria
sin más de la experiencia, sino en ser hábil para sacar utilidad de ella para la vida. Tal como
lo señala Montaigne, de lo que se trata es de pesar14, de digerir la experiencia en su
totalidad, para así hacer buen uso de ella. Justo en este sentido hablamos de considerar la
experiencia armónicamente, es decir, hacer una evaluación de ella en cuanto conjunto:
¿Quién se acuerde de tantas y tantas veces como ha errado su propio juicio, no es un necio
si no desconfía de él para siempre? Cuando la razón ajena me convence de la falsedad de
una idea, no aprendo tanto lo nuevo que me ha dicho ni esa ignorancia particular (poco fruto
13
Cfr. VINCENT, H., “Montaigne y la formación del juicio”, 216.
Tal como lo vimos en el apartado “El ensayo de sí”, la actividad de ensayarse a sí es comparada con
el acto de ponerse en la balanza, es decir, de sopesarse o examinarse. En este sentido, pesar la propia
experiencia no es otra cosa que examinarse o pensarse. De acuerdo con la actitud ensayística adoptada por
Montaigne, aquí pesar la experiencia es ensayarla, y con ello ensayarse a sí mismo.
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sería) como aprendo en general mi debilidad y la traición de mi entendimiento; por lo cual
llego a dominar todo el conjunto. Con todos mis demás errores hago lo mismo; y siento que
es esta regla muy útil para la vida. No considero a la especie ni al individuo como una
piedra en la que he tropezado; aprendo a temer mi andar en todo y prepárome a ajustarlo
(III, XIII, 348).
Según esto, el provecho que pueda sacarse de la observación de la experiencia radica en la
comprensión de ella en su totalidad. Mientras las diversas experiencias al ser observadas en
su mera particularidad tienden a parecer sucesos desprovistos de relación y sentido entre sí,
una vez logran ser pensadas en conjunto, es posible articularlas para así sacar de todas ellas
alguna enseñanza útil para la vida. En esta medida se requiere hacerse hábil tanto en la
observación de las distintas experiencias, como en el hecho mismo de relacionarlas unas
con otras, para así poder advertir qué es lo que ellas están mostrando. Ahora bien, es
necesario ver cómo en Montaigne no hay un tipo de experiencias que por encima de otras
sean privilegiadas en el estudio de sí, pues para el que se ha ejercitado en observar
armónicamente toda experiencia, hasta las vivencias que parecen más insignificantes
pueden serle útiles para su propio estudio, ya que aquel puede sacar de ellas algo para su
vida:
No hace mucho, topéme con uno de los hombres más sabios de Francia, entre aquéllos de
fortuna no muy mediocre, estudiando en un rincón de una sala que habían hecho rodeándole
con tapices; y en torno suyo, el estruendo licencioso de sus criados. Díjome, y lo mismo
dice Séneca de sí mismo, que sacaba provecho de aquella batahola, como si, golpeado por
aquel ruido, se centrara y encerrara más en sí mismo para la contemplación, y aquella
tempestad de voces repercutiera sus pensamientos dentro de sí. Siendo estudiante en Padua,
realizóse su estudio durante tanto tiempo en medio del jaleo de los coches y del tumulto de
la plaza que no sólo se acostumbró a despreciarlo sino a aprovechar el ruido al servicio de
sus estudios (III, XIII,358).
Vemos cómo hasta las experiencias que parecen más prosaicas resultan materia útil para el
propio estudio si se sabe sacar provecho de ellas. En tanto se va afinando la capacidad de
adecuar cuanto se ve y se escucha a la investigación de sí, no hay experiencia que sea
despreciable. Justo por esto, no es extraño encontrar en los Ensayos largos pasajes en los
que Montaigne escribe desde sencillas anécdotas que le han ocurrido hasta el modo en que
distintas pasiones lo han habitado en diversos episodios de su vida. Ejemplo de esto lo
encontramos en un ensayo titulado “De tres comercios”, en donde Montaigne reflexiona
cómo las constantes cóleras que lo arrebataron en su infancia le sirvieron luego de
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lección15. Es así como nuestro autor no desdeña ninguna vivencia en la indagación que está
efectuando de sí, pues es precisamente gracias a la actividad misma de escribir sobre su
experiencia que él estudia su vida. En el acto de escribir sobre sí, el escritor, en cuanto
ensayista de sí, se hace estudioso de su propia vida al irse haciendo buen observador de su
experiencia. En consonancia, encontramos que en Montaigne el observar a través de la
escritura los hábitos más cotidianos, los distintos efectos o movimientos que las pasiones
causan, y hasta sucesos como la enfermedad, cobra un significado en el estudio de sí, ya
que indagar por la propia vida no se desliga del hecho mismo de escudriñar en la
experiencia.
3. La observación del cuerpo
Ahora bien, si hablamos del estudio de la experiencia y de cómo éste es relevante en tanto
que a través suyo se lleva a cabo el estudio de sí, advertimos cómo el observar el propio
cuerpo y sus distintos movimientos es de gran importancia en esta investigación, ya que el
modo en que se manifiesta el cuerpo, esto es, sus distintas apetencias y en general su
manera de conducirse, deja ver el modo mismo en que se lleva la propia vida. Es así como a
lo largo de los Ensayos podemos ver que su autor en diversas ocasiones recurre a la
observación de su cuerpo y a la descripción detallada de sus hábitos para estudiarse a sí
mismo a través de ello:
Aparte de que una enfermedad es de por sí muy de temer, tiene en mí unos comienzos
muchos más difíciles y desapacibles que los acostumbrados. Los ataques aparecen tan a
menudo que ya no siento casi nunca entera mi salud. Aun así conservo hasta ahora mi
espíritu en tal estado que, con tal de poder mantener la constancia, hállome en bastante
mejor condición de vida que mil otros que no tienen más fiebre ni más mal que aquellos que
ellos mismos se producen por su falta de raciocinio (II, XXXVII, 524)
Tuve fiebres cuartanas durante cuatro o cinco meses, desfigurándome mucho; tuve siempre
el espíritu no sólo apacible sino contento […]
Apenas si elijo en la mesa, cojo lo primero y más cercano a mí y cambio con dificultad de
un sabor a otro. Desagrádame la multitud de platos y de servicios tanto como cualquier otra
multitud. Conténtome fácilmente con pocas viandas; y odio la opinión de Favorino de que
15
Cfr. Ensayos, III, III, 50.
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en un festín han de retiraros la carne que os apetece para sustituírosla siempre por una
nueva (III, XIII, 379-380)
Según lo anterior, notamos que la descripción hecha por nuestro ensayista sobre la firmeza
con que su cuerpo recibe la enfermedad, o la descripción que hace de sus hábitos en la
mesa, no sólo deja ver la manera en que él se comporta en determinadas circunstancias, o
sus meras apetencias, sino que propiamente deja ver el modo de vida cultivado por él. Es
así como a través de descripciones de estados corporales o de situaciones que parecen sólo
domésticas, Montaigne logra exponer ya sea su disposición a la tranquilidad de ánimo, ya
sean las ventajas que el raciocinio ha brindado a su cuerpo, o su simplicidad de costumbres.
En virtud de esto, podemos decir que aquí el escribir sobre el propio cuerpo no es otra cosa
que escribir sobre el modo de vida que se lleva, de suerte que la escritura de los distintos
movimientos del cuerpo permite pensar la propia existencia. Por tanto, la exhaustiva
observación que Montaigne dedica al cuerpo no es ajena a la investigación de su propia
vida en tanto que aquella le permite realizar ésta16. De acuerdo con esto podemos decir que:
“Montaigne no pensaría si no se pensara, y no se pensaría si no pensara su cuerpo” [… ]
Montaigne es antes que nada un hombre atento a su cuerpo, y el “relato” que nos ofrece de
su vida interior carecería de espesor, y sin duda de verdad, si no estuviera dictado en su
lenguaje incluso por una presencia física17.
Tenemos, entonces, que estudiarse a sí mismo no sólo es indagar los pensamientos, sino
que implica estudiar el propio cuerpo, investigar la experiencia de sí en su completud. La
indagación de sí mismo se realiza a través de todos los ámbitos de la vida, y esto, por
supuesto, implica el cuerpo y todas sus afecciones. Por tanto, no podemos hablar de una
observación de sí en la que el fin sea desentrañar una esencia distinta del cuerpo, o llegar a
la certeza de un yo que trasciende aquel. En contraste, en Montaigne sólo es posible hablar
de un yo corpóreo que se va construyendo en el ejercicio escritural, es decir, que a través de
la actividad de escribir sobre el propio cuerpo se va creando una imagen del yo. Sólo
haciendo el relato del cuerpo se logra hacer el relato del yo. Por ende, decimos que en los
16
Respecto a este punto, el ensayo titulado “De la experiencia”(III, XIII) es el escrito de Montaigne en
donde más ampliamente podemos ver cómo la observación de los hábitos y, en general, de los distintos
movimientos del cuerpo es fundamental en la investigación de sí que se está efectuando.
17
GENETTE, G., “Montaigne bergsoniano”, en: Figuras: Retórica y estructuralismo, 160.
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Ensayos tener conciencia del yo exige a su vez ser consciente del cuerpo mismo, estar
atento a los distintos movimientos corporales, pues el yo es inmanente a lo corpóreo.
A la luz de lo anterior, podemos advertir que mientras en el ejercicio meditativo cartesiano,
tras un desasimiento del cuerpo y de todo aquello que lo rodea, se establece la certeza del
yo en cuanto cosa pensante, en Montaigne no se puede pensar en un yo independiente de lo
corpóreo. El yo está encarnado en el cuerpo y, por lo tanto, no es posible indagarlo sin que
ello implique necesariamente escudriñar el cuerpo mismo. Según esto, el ejercicio
cartesiano en el que se intenta separar el yo del orden de lo corpóreo y, en general, del
ámbito de lo terreno, resulta del todo ajeno y contrario a Montaigne, pues en el estudio de sí
que emprende en su obra, si se intenta pensar en qué consiste el yo más allá del cuerpo, la
realidad misma del yo se desvanece. De acuerdo con esto, afirmamos que en los Ensayos el
relato del yo se va realizando a través de la pintura del propio cuerpo. En Montaigne el
estudio de sí no es el descubrimiento de una interioridad allende el cuerpo, al contrario, la
interioridad se encuentra en la superficie misma, es decir, en los múltiples movimientos del
cuerpo, en el modo en que la propia vida se manifiesta cotidianamente. En este sentido,
para nuestro pensador “el hombre no se revela únicamente en las grandes circunstancias de
la vida”18, sino que expone su manera de vivir incluso en la forma en que se muestra
realizando actividades corrientes:
Todo acto nos descubre. La misma alma de César que se muestra al ordenar y dirigir la
batalla de Farsalia, muéstrase también al organizar las empresas amorosas del ocio. Júzgase
un caballo, no sólo viéndole correr en un hipódromo, sino también viéndole ir al paso e
incluso viéndole descansar en la cuadra (I, L, 371).
Quien algo valga, muéstrelo en sus costumbres, en sus proyectos diarios, en el amor y en las
disputas, en el juego, en la cama, en la mesa, dirigiendo sus asuntos y administrando su casa
(II, XXXVII, 549).
Dicen los sabios que para juzgar bien a fondo a un hombre, es menester principalmente
controlar sus acciones comunes y sorprenderle en su quehacer diario (II, XXIX, 459).
18
STROWSKI, F., “Les Essais et la decouverte de l’homme”, en: Montaigne: Sa vie publique et
privée, 34.
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Según esto, en la investigación de sí que se hace en los Ensayos no es posible prescindir de
la observación ni siquiera de lo más nimio, pues, siguiendo a Montaigne, cualquier
movimiento nos deja ver, esto es, cualquier movimiento puede manifestar nuestra vida19.
En este sentido, el conocimiento de sí no está anclado en la búsqueda de una interioridad
oculta; aquel no está supeditado al hallazgo de un yo originario que exija una mirada
exclusivamente interior. Al contrario, el estudio de sí que encontramos en los Ensayos
requiere la mirada sobre todo movimiento de la propia vida y, por supuesto, esto implica el
cuerpo, y asimismo exige de la atenta observación del mundo. Con esto, nos vemos
abocados a tocar otra cuestión: el estudio del mundo como factor ineludible en el estudio de
sí que hace Montaigne.
19
Cfr. Ensayos, III, III, 49.
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