Perfil de Rita Azarian Una vida rica, intensa la de Rita, vivida con radicalidad. De pocas palabras, pero todas sustancia; fuerte y humilde al mismo tiempo; sincera y abierta a acoger el pensamiento de los demás; generosa… Son sólo algunas de las muchas expresiones presentes en los recuerdos de quienes han tenido el don de conocerla… Y precisamente a través de estos testimonios querríamos ahora trazar – como pinceladas – de algunos rasgos de su vida, partiendo del último periodo. Pionera en la difusión del Movimiento de los Focolares en varias partes del mundo en particular en África y en Asia, donde a menudo desempeñó funciones de responsabilidad. En 2010, después de 57 años, regresó a Italia, a Rocca di Papa, cerca del Centro del Movimiento. A quien le preguntaba si dejar tareas a menudo comprometedoras había sido una dificultad para ella, respondía: “en esto la voluntad de Dios me ha parecido clara y sencilla.” Y a quien la visitaba aquí, Rita transmitía la frescura y la alegría de vivir en esta nueva realidad, que nacía de esta adhesión plena a la nueva Voluntad de Dios sobre ella. Invitamos a Anuska para que nos cuente algo de este periodo: 2 “Cuando hace 5 años llegó de Hong Kong, donde desempeñaba la función de responsable de la Zona, nos impresionó su disponibilidad a querer ponerse a disposición de uno de los focolares en los que hay focolarinas ancianas o enfermas. En estos últimos años, con la disminución de sus fuerzas físicas, y no sabiendo ya cómo emplear el tiempo de su jornada, sufría por esta situación; por eso, era feliz cuando podía ayudar a alguien haciendo traducciones, corrigiendo textos, dando clases de italiano, francés, o acompañando a quien estaba enfermo. Su carácter fuerte y decidido, también en las pequeñas cosas de cada día, le ayudaba a superar sus límites y a pretender todo de sí misma, sin apoyarse en nadie. Tenía muy buen humor y ha sido juguetona hasta el último momento. Era muy acogedora: cuando llegábamos al focolar nos acogía siempre con mucha alegría, y lo mismo hacía con quienes venían a visitarnos. Nos impresionaba su gran generosidad: recibía muchos regalos, de todo tipo, y enseguida los ponía en común, con desprendimiento. Ha vivido este último periodo en el hospital (desde el 23 del pasado mes de enero) dando un maravilloso testimonio: nunca se ha lamentado, ha aceptado la voluntad de Dios incluso en los momentos más difíciles, sin pretender nada y sin hacer pesar su situación. La sentimos y la queremos recordar como la “mujer fuerte del Evangelio”. Nos parece que se ha ido así, como ella habría deseado, en el silencio.” Rita nace el 26 de diciembre de 1930, en Milán, adonde el papá, Arístides, de origen armenio, había venido de Turquía. Aquí conoce a María, una joven maestra milanesa, que llegará a ser su esposa. La joven familia, además de con Rita, se ha enriquecido después con el nacimiento del hermano Piero. Desde su infancia manifiesta un temperamento decidido. Advierte pronto que Jesús la llama a seguirlo, empieza a ir a Misa cada día y a visitar a las religiosas, aunque con la oposición de sus padres. Después, el fallecimiento imprevisto del papá. “En estos años – escribe Rita – en medio de muchas aventuras –había madurado en mí la vocación al convento; pero en la vida práctica no conciliaba la llamada a seguir a Jesús y la conversión necesaria. Había siempre este contraste en mí…” Más tarde, el traslado a Roma con el fin de estudiar para enfermera, y después de haber “sepultado” durante un cierto periodo – así escribe ella – la llamada a seguir a Jesús, vuelve a despertársele fuertemente. “Desde aquel momento – escribe – no he tenido más paz, era Jesús quien volvía a llamarme a sí después de haberme dejado ir de paseo espiritualmente… durante un poco de tiempo. Revisaba toda mi vida, me había llamado… y yo había hecho como el joven rico del Evangelio… Ahora Jesús volvía a llamarme dulcemente, pero fuertemente y aunque no sabía cómo, sentía que tenía que responderle…” Cuando concluye los estudios pide consejo a un religioso, el padre Savastano, quien le propone conocer a algunas jóvenes que vivían cristianamente. Es así que el 21 de abril de 1953 Rita llega a un focolar en Roma. En lo que le narran vislumbra la 3 respuesta de Jesús: “me pareció de golpe – dice – que toda mi vida precedente ya no existiera, existía sólo Jesús que me invitaba a amarlo”. Su carrera comienza. En el verano, en Tonadico, donde conoce personalmente a Chiara, advierte la llamada a seguir Jesús en el focolar y el 17 de noviembre de ese año concreta su elección. Después de haber estado en algunos focolares en Italia, en 1956 llega a Francia, en los años siguientes a Bélgica, regresa a Francia para partir después en 1964 para África. De aquellos años Walburga y Giuseppina nos cuentan: “Entré en el focolar en Njinikim con Rita – dice Walburga - con la prospectiva de ir después a Fontem. Esto, para ella, parecía entonces un absurdo: estación de las lluvias durante 9 meses al año, caminos intransitables; nada de teléfono, nada de correo; en medio de la selva, nos habríamos quedados aisladas.” Sigue contando Giuseppina: “Durante el viaje hacia Fontem, con nuestra Volkswagen cargada con las pocas cosas que teníamos, nos repetíamos "qué bueno que Jesús no haya dicho: les reconocerán porque son misioneros, doctores o profesores... sino: "si se aman los unos a los otros." Durante algunos meses fuimos adelante con la mente fija en esta realidad en el focolar y en nuestros trabajos. Un día, uno de los chief con algunas de sus esposas nos visitó llevándonos como regalo plátanos y algunas gallinas diciendo con solemnidad: "desde que ustedes han llegado, los pocos cristianos se han vuelto mejores y nosotros, paganos estamos abriendo los ojos". Rita era muy delicada como persona (provenía de una familia acomodada) y siempre me ha impresionado cómo Dios le hubiese podido pedir vivir en una cabaña de tierra, sin electricidad, ir al río distante algún kilómetro para recoger el agua o para lavar la ropa... y siempre sin un lamento. Rita misma confirma lo que vivía en una carta que escribe a Chiara desde Njinikom: “Cuando decías: “también en las posiciones más absurdas”… me parecía reencontrarme en esto. Ciertas veces hace falta verdaderamente toda la voluntad para creer que, no obstante este absurdo que sentimos ahora, el Ideal triunfará también aquí, estoy segura, también por tu palabra. Es que es necesario pagar antes, ¿verdad?” Desde África Rita “vuela” a Asia, a Seúl en Corea. Es el 23 de octubre de 1969, con otras dos focolarinas. Rita escribe a Chiara desde Seúl en enero de 1970: “El correo no funciona, desde hace tiempo no llega nada de Italia. Por nuestra parte queremos vivir bien la Desolada, al no poder saber nada; lo que cuenta no es saber 4 o no saber, estar al día o no, sino “ser la Desolada viva en el momento presente. Y creer que sólo de esto vendrán muchas gracias para todos”. Y Chiara hace que le respondan: “Díganle a Rita que sus cartas me han puesto contenta. Es verdad si afirmo que la siento aquí, casi afuera de la puerta… y no en Corea.” Entre los muchos testimonios llegados desde Corea, Filma, focolarina coreana escribe: “En el grupo de personas que esperaban a Rita en el Kimpo Areoport de Seúl estaba también yo. Empecé a ir al focolar, me sentía a gusto. A menudo confiaba mis cosas a Rita: me había bautizado desde hacía poco y necesitaba muchos consejos para emprender la nueva vida cristiana. Ella me ayudó con mucha sabiduría. Pronto descubrí que ella iba a Misa cada día y recibía a Jesús Eucaristía. Me pareció descubrir ahí su secreto y también yo empecé a hacer como ella. Cuando Rita veía en mi rostro una preocupación o una sombra de dolor no perdía la ocasión para hacerme sentir que todo es amor de Dios, y con una profunda escucha volvía a llevarme siempre a lo esencial. Gracias Rita”. Damos ahora la palabra a Dionisio Cossar: “He compartido con Rita treinta años de mi vida en Corea y en Japón, desde 1970 hasta el año 2000, enviados por Chiara para secundar los primeros brotes de vida del Movimiento en estas tierras nuevas para la Obra. Podemos testimoniar que Dios nos ha hecho vivir una experiencia maravillosa porque, en un terreno tan distinto culturalmente, hemos visto crecer y florecer la Obra de Dios. Hasta el año ’85 en Corea, después, cuando Chiara vino a visitarnos y vio los progresos en Corea, nos pidió que nos dedicáramos particularmente a Japón. La característica de Rita era la de adherir totalmente a la espiritualidad y al mismo tiempo, tener los pies en la tierra, adecuándose a las circunstancias que Dios nos hacía vivir. En ella no había discontinuidad entre las exigencias espirituales y su vida cotidiana, su modo natural de razonar y de ver las cosas. También por todo este trabajo, Dios ha hecho que florezcan entre nuestras manos comunidades muy vivas y apostólicas en Corea, y sólidas y fieles en Japón. Esta presencia de la comunidad en Japón, en estrecha comunión con el Centro de la Obra después, ha hecho que se desarrolle un diálogo interreligioso con los budistas de distintas denominaciones. Empezando por Chiara con sus dos viajes a Japón y los muchos realizados por Natalia y Enzo, hasta las actividades con los y las gen 3, todo esto ha desarrollado un diálogo intenso y duradero. Diálogo que ha encontrado su eficacia en la presencia en el lugar de la comunidad de los miembros de la Obra, que testimoniaba cómo esta vida era deseada y vivida por los mismos japoneses. 5 En la implicación constante en todos estos desarrollos, en la trama de todos estos acontecimientos veo el valor, el hilo de oro de la presencia de Rita. Hemos vivido una experiencia que superaba grandemente la aportación que podíamos dar con nuestras respectivas personas, hemos sido involucrados en el plan de amor de Dios sobre cada uno de estos Países que Dios llama a dar la propia contribución creativa al “que todos sean uno”. Y Rita comunica así a Chiara su llegada a Tokyo: “Heme aquí en Tokyo con Christina para empezar el focolar. Hemos empezado bien, con Jesús Abandonado “mi noche no tiene oscuridad”. Nos hemos encontrado aquí nosotras dos, sin saber la lengua, en medio de esta ciudad enorme, como una pequeñísima semilla, pero que quiere brillar por la presencia de Jesús en medio”. Renata, focolarina japonesa, actual responsable de esta zona escribe: “Nos impresionaba siempre la tenacidad con la cual afrontaba cada vez las dificultades, no se dejaba abatir por las situaciones adversas. Daba seguridad espiritual. De carácter fuerte, tenía al mismo tiempo, una gran capacidad de acoger al otro con ternura y maternidad. Cuidaba la salud de cada una de nosotras con una atención particular, concretísima y también con gran profesionalidad, habiendo sido enfermera. La lengua japonesa era un gran desafío para ella. No obstante le resultara difícil aprenderla bien, con tal de poder trasmitir el Ideal directamente en japonés, practicaba, durante días seguidos, sin cansarse, la lectura de los temas. Ahora nos brota del corazón una gratitud muy grande a Rita por todo el amor que ha desbordado durante muchos años sobre la comunidad japonesa, estamos seguras de que ahora nos ayudará desde el Cielo a seguir sembrando el Ideal con su misma tenacidad y amor.” Judy, focolarina americana que ha vivido en Japón con Rita durante diez años, la recuerda de este modo: “Era siempre así: sin complicaciones y sin lustres, toda de una pieza, siempre proyectada fuera de sí en el amor concreto. En aquellos años hemos visto nacer un buen grupo de jóvenes y de focolarinas japonesas: sabía desmenuzar las palabras de Chiara de modo que entrasen profundamente en sus almas y conquistaba los corazones de cada una.” En 2003 llega a Hong Kong 6 Maddalena Cariolato cuenta: “Nos conocimos a finales de los años '70 cuando yo estaba en Hong Kong y ella en Corea. Nunca hablaba de sí misma, de lo que hacía, pero hablaban de ella los demás, las personas conquistadas, precisamente, por este amor suyo silencioso. He tenido la oportunidad de conocerla más de cerca cuando vino a Hong Kong para tomar mi lugar como responsable de la zona china. Temerosa por la nueva realidad que le esperaba, conociendo además la familia de los hijos de Chiara en China, se sintió enseguida en casa y quería saber todos los particulares de esta tierra. Me ha impresionado con cuánta humildad escuchaba cada cosa, incluso los más pequeños particulares para que le entrasen en el corazón.” En los últimos años de su permanencia en Hong Kong, Rita compartió la responsabilidad con Conda que la recuerda así: “Por su amor a Chiara y su larga experiencia, era muy competente en lo que se refería a la Obra. No escondía sus puntos de vista muy precisos y al mismo tiempo tenía una humildad desconcertante, dispuesta a perder todo para asumir otros puntos de vista.” Llamo ahora a Vania, una focolarina china. “El modo con el cual ella se insertó en la cultura china, que es muy distinta a la coreana y a la japonesa, era extraordinario. Nunca mostraba la fatiga del adaptarse, a pesar de que ya tenía sus setenta años. Una vez puso de relieve que los chinos son súper organizados y eficientes, y ella les ayudó a radicar en Dios estas características propias. No aprendió la lengua china, pero su vida hablaba. Cuando iba a visitar a las diferentes comunidades, continuamente había muchos jóvenes que querían hablar con ella y de la conversación salían transformados y felices. Rita tiene la edad de mi madre, tenía mucha más experiencia que yo, tanto humana como espiritualmente, pero su amor era tan grande que me ha hecho igual a ella, y esto no sólo conmigo, sino con todos, haciendo florecer así mucha vida también en los lugares más difíciles, vida que todavía está floreciendo”. La tarde antes de su muerte, al saludar a Clara Squarzon que había ido a visita, con un hilo de voz, Rita le dijo: “El Cielo me espera”.