Dos poemas de Borges y una mujer perdida

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Cultura
La Plata, domingo 25 de junio de 2006
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MENSAJES CLAROS, PERO EN OTRO IDIOMA
Dos poemas de Borges y una mujer perdida
Por Antonio Camou (*)
Especial para Hoy
Comenzaré por referir lo que creo que son los
hechos. Jorge Luis Borges publicó su primer libro de relatos, Historia universal de la infamia, en
1935. El volumen reunía un conjunto de “ejercicios de prosa narrativa”, como los calificará su autor en el breve prólogo, escrito entre 1933 y 1934,
y que previamente había sido publicado en el diario Crítica. El texto estaba precedido por una
enigmática dedicatoria en inglés a una mujer, y
decía: “I inscribe this book to I.J... (Dedico este
libro a I.J.: Inglesa, innumerable y un Angel. Además: Te ofrezco ese núcleo de mí mismo que he
salvado, de algún modo: ese corazón que no
comercia con palabras, que no trafica con sueños,
y que no ha sido tocado por el tiempo, por el
júbilo, por las adversidades).
Algunos años después, en 1943, Borges recopilará las poesías escritas en aquella época en el
volumen Poemas (1922-1943), y allí nos enteraremos que esa dedicatoria era en realidad la parte
central de un poema escrito en inglés hacia 1934;
más precisamente, era parte del segundo de dos
poemas que Borges tituló entonces Prose Poems
for I.J. (Poemas en Prosa para I.J.).
Pero la historia no deja de complicarse. Una década más tarde, en la edición que en 1954 realizó
Losada de sus Poemas (1923-1953), Borges le
cambia el título a esas dos composiciones, que serán conocidas de aquí en más como Two English
Poems (Dos Poemas Ingleses) y en una nota al pie
de la página 157 aclara que el primero de ellos fue
escrito para Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich.
Lo curioso del caso es que ese mismo año se
publica la segunda edición de Historia universal de
la infamia, con un nuevo prólogo, con el mismo
texto de la dedicatoria en inglés, pero ahora destinada a otra persona, a otra mujer, una no menos
desconocida S.D. que reemplaza a la I.J. de la
edición original.
Finalmente, a partir de la edición de Emecé de
Poemas (1923-1958) y luego en la compilación El
otro, el mismo (1964), los dos poemas ingleses
quedarán definitivamente dedicados a Beatriz
Bibiloni Webster de Bullrich; y en el caso de
Historia universal de la infamia permanecerán
inalteradas las iniciales y el texto en inglés de la
dedicatoria, dirigidas desde la segunda edición en
adelante a la mujer identificada como S.D. Como
era de esperarse, al momento de salir a la luz la
primera edición de las Obras completas (1974),
que el propio Borges supervisó, se mantuvo idéntico criterio: ya no quedará ningún rastro de la
misteriosa I.J., a quien originalmente le habían
sido dedicados su primer libro de relatos y los dos
poemas. Inútil agregar que la última edición a
cargo de María Kodama (2005) tampoco trae
ninguna noticia de I.J.
***
En la búsqueda, acaso imposible, de esa mujer
perdida, es inevitable reconocer que se bifurcan los
senderos. Uno de esos caminos nos lleva tras la
pista del hombre que escribió los textos. En 1934
Borges había cumplido treinta y cinco años, y ya
había comenzado a padecer problemas en la vista;
tenía publicados tres libros de poemas y cinco delgados volúmenes de ensayos, había obtenido el
Segundo Premio Municipal de Poesía (1929) y
mientras labraba su vasto porvenir literario entre
la vanguardia cultural porteña, ganaba ochenta escasos pesos dirigiendo la Revista Multicolor en el
diario de Natalio Botana. Es el Borges que escribe
En inglés
Poemas de Jorge Luis Borges (1934)
I.
El inútil amanecer me encuentra en una
esquina desierta; he sobrevivido a la noche.
Las noches son olas orgullosas; olas pesadas
y oscuras, abrumadas con todos los tintes
del despojo, abrumadas con cosas imposibles
y deseables.
Las noches tienen un hábito de regalos
misteriosos y de rechazos, de cosas a medio
entregar, a medio rehusar, de joyas con un
hemisferio oscuro.
Las noches actúan de esa manera, te lo
advierto.
El oleaje, esa noche, me dejó los acostumbrados retazos y cabos sueltos: algunos odiados
amigos para charlar, música para los sueños,
y el humear de amargas cenizas. Cosas que
no le sirven a mi corazón hambriento.
La gran ola te trajo.
Palabras, unas palabras, tu risa; y tú tan
indolente, tan incesantemente hermosa.
Charlamos y has olvidados las palabras.
El destrozado amanecer me encuentra en
una calle desierta de mi ciudad.
Tu figura que se aleja, los sonidos que van a
formar tu nombre, la cadencia de tu risa: estos son los insignes juguetes que me dejaste.
Los pongo de cabeza en la madrugada, los
pierdo, los recupero; se lo cuento a un
puñado de perros vagabundos y a las pocas
estrellas extraviadas de la aurora
Tu oscura y espléndida vida...
El genial escritor
eligió otro idioma
para decir, de
manera frontal, que
estaba enamorado
en el prólogo de Discusión (1932): “Vida y muerte le han faltado a mi vida. De esa indigencia, mi
laborioso amor por estas minucias”. Con treinta y
pico de años habla como si fuera un viejo que juega a desdeñar lo que quizá más ama, la literatura,
y arrastra como una condena a perpetuidad su imposible relación física con las mujeres (...)
Pero si un sendero sigue el rastro del hombre,
otras huellas se pierden tras los confusos pasos de
mujeres borrosas (...) El escritor mexicano Jorge
Esquinca (1996), siguiendo parcialmente al uruguayo Emir Rodríguez Monegal, opta por la alegoría: Beatriz Babiloni (sic) Webster de Burlich
(sic) sería nada más que una máscara de una
mujer real, pero Borges la habría bautizado así
como encarnación de la dantesca e inalcanzable
Beatriz, el eterno femenino que justifica una obra
y sostiene en vilo una vida. Con una interpretación un poco más terrenal, María Esther Vázquez
(1996) cree que las iniciales protegían a mujeres
casadas a las que Borges cortejaba con tesón, con
derroches de imaginería, con ineficacia (...)
***
Llegados a este punto sólo nos resta emprender
el camino de los poemas. Me he atrevido a traducirlos por una razón sencilla, y espero que valedera: creo que son dos de los más entrañables (o los
dos más entrañables) poemas de Borges, a los que
muchos lectores no tienen acceso porque están
escritos en otro idioma. En una obra que se prodiga a través de varios volúmenes, se pueden contar
con los dedos de una mano los textos en los que
Borges le habla de manera tan franca a una mujer,
le dice lo que siente, lo que es capaz de ofrecerle,
o lo que perderá con su ausencia (...)
Que Borges haya elegido otro idioma, la lengua
que le enseñó a hablar su abuela inglesa, Fanny
Haslam, y que manejaba con maestría para escribir una de sus composiciones más personales, es
una paradoja que requiere alguna consideración.
Tal vez lo hizo para agregar una tenue cortina de
humo a una confidencia doliente; al fin y al cabo,
como él mismo escribió de Shakespeare en
Everything and Nothing (1960), dejó en “algún
recodo de la obra una confesión, seguro de que no
la descifrarían”; o quizá lo hizo así porque la muchacha era inglesa (si creemos literalmente en la
dedicatoria de 1935); o porque el inglés era un código privado entre los dos; o porque era una forma rudimentaria pero útil -de despistar la torpe
vigilancia de un marido celoso-. Pero lo significativo del caso es que, hasta donde recuerdo, nunca
volverá a decir de una manera tan frontal que está enamorado; y tampoco volverá a escribir un poema en inglés (...) En estos dos poemas ingleses,
en cambio, el hombre que fue Borges y la mujer
que amaba casi se dejan tocar con las manos (...)
Es claro que no soy el primer traductor de estos
versos, ni mucho menos el mejor, ni seré el último; tampoco soy el único que sigue buscando a
esa mujer perdida.
(*) Director del Departamento
de Sociología de la UNLP
II.
¿Con qué puedo retenerte?
Te ofrezco calles descarnadas, desesperados
ocasos, la luna de rasgados suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha
mirado larga y lentamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los
fantasmas que los vivos han honrado en mármol; el padre de mi padre, caído en la frontera de Buenos Aires, dos balas en los pulmones, barbado y muerto, arropado por sus soldados en el cuero de una vaca; el abuelo de
mi madre apenas veinticuatro años al frente
de una carga de trescientos hombres en el
Perú, ahora fantasmas sobre caballos desvanecidos. Te ofrezco cualquier hallazgo que
puedan guardar mis libros, cualquier
hombría, el humor que pueda tener mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que
nunca ha sido leal.
Te ofrezco ese núcleo de mí mismo que he
salvado, de algún modo: ese corazón que
no comercia con palabras, que no trafica con
sueños, y que no ha sido tocado por el
tiempo, por el júbilo, por las adversidades.
Te ofrezco el recuerdo de una rosa amarilla,
contemplada al atardecer, años antes de que
tu nacieras.
Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías
acerca de ti misma, auténticas y sorprendentes noticias de ti misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el
ansia de mi corazón; Estoy tratando de
sobornarte con la incertidumbre, con el
peligro, con la derrota.
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