Contextualizar y explicar la naturaleza de los hechos Culto a la noticia Virgilio Caballero Periodista. Miembro de la Fundación Manuel Buendía AC. En México, como en la mayor parte del mundo occidental, la televisión impuso a los noticiarios como la forma que emplean millones de personas para enterarse de los sucesos cotidianos. El periodismo mexicano del siglo XIX y principios del XX se orientó hacia el análisis, la investigación y la reflexión de manera preponderante, pero el culto a la noticia de los medios estadunidenses, su enorme margen de influencia sobre las élites mexicanas, terminó contagiándolo todo. El culto a la noticia, generalizado con el nacimiento de la televisión a principios de los años cincuentas, formó, conformó e hizo conformistas a grandes audiencias, y también deformó a varias generaciones de periodistas que confunden la noticia con la información. Con su trabajo, esos periodistas, y desde luego las empresas a las que sirven, crean en el público la absurda ilusión de estar enterados porque oyen o ven noticias: si son muchas, mayormente enterados. Si así fuera, si los noticiarios tocaran la realidad con las imágenes y las palabras, las audiencias tendrían a la mano recursos cotidianos para fincar su comprensión de los problemas sociales, incluso para construir una conciencia política. Pero sabemos que sucede todo lo contrario. Son escasas las emisoras de radio o los canales de televisión que no den noticias; la abundancia noticiosa opera, entre otras cosas, como cortina de humo que oculta la sustancia de los acontecimientos. Apurados por la necesidad supuestamente ineludible de informar de los hechos en unos cuantos segundos, los redactores eluden casi toda referencia temporal, espacial o factual que propicie que el acontecimiento noticioso sea comprendido en sus implicaciones: las notas no tienen pasado, antecedentes, relación con asuntos paralelos de las mismas o de cualquiera otra índole; no aparecen los conflictos implicados en él, es decir: la noticia es unívoca, unilineal, absoluta en sí misma. En esta manera de mirar la realidad y de difundirla, hay implicaciones psicológicas y filosóficas que se vinculan con los propósitos de control y dominación de los grupos de poder y del poder en su conjunto, que requieren quizá de un mayor debate. Respecto a ese tratamiento fragmentado de los hechos noticiosos, cabe preguntarse con base en qué y por qué debe ser breve y brevísima la nota televisiva. Esa noción se impone como irrefutable, incluso en las escuelas de comunicación. Ni en ellas, ni mucho menos en las redacciones de las empresas televisoras y radiofónicas, nunca se explica por qué esa noción, que se convierte en dogma, no se aplica, por ejemplo, a las noticias referentes a los crímenes o a las relacionadas con el futbol. El público sabe casi todo sobre los innumerables crímenes y sus personajes: las minucias de los preparativos, la exacta crueldad con que se cometen, los criminales con todo y su historia, la de su familia. Se nos cuenta en detalle algunos secuestros como para aleccionar mediante el terror a la población, al tiempo que los rufianes aparecen como dignos de un corrido popular, una canción de gesta. Semanas enteras los noticiarios dan seguimiento, hasta la náusea, de ciertos seres humanos. “Eso vende”, explican los managers. Aunque el futbol merece atención específica, incluso como fenómeno político-social, recientemente también delictivo, vale decir ahora que el tiempo dedicado a él, como al crimen, contradice de modo tajante que la información noticiosa deba ser breve, brevísima. La noción de la brevedad es falaz: oculta la negligencia y el mediocre desempeño profesional de redactores y reporteros –que por lo demás sólo cumplen órdenes– ante el imperativo de informar más allá de lo obvio o de la declaración circunstancial –banquetera le llamamos en México– de los personajes públicos. Además, con olfato de sabueso, ellos ya aprendieron a decir la frase de diez segundos que requiere el noticiario de esa noche. Hoy día, los 15 minutos de fama proclamados por Andy Warhol son una eternidad innecesaria. Diez segundos bastan para refrendar la certeza de que existo porque me ven, y además yo sé que me veo muy bien… Aunque por momentos lo parezca, el asunto no es nada banal: revela una cierta conciencia de los empresarios de los medios electrónicos, confirmada sobre todo en las crisis que cuestionan la legitimidad de las élites, que informar y saber bien de los hechos es en extremo peligroso. Entender los conflictos sociales cabalmente, informar para crear un criterio desde la inteligencia de las personas, no está en la agenda de las empresas de la comunicación, nunca lo estuvo: eso no tiene nada que ver con la ganancia financiera, es más, se contradice con ella. Descontextualización informativa Sin el contexto correspondiente, ningún asunto puede ser comprendido en sus alcances, en sus orígenes, en su intencionalidad y sus implicaciones. Esto puede aplicarse a cualquier circunstancia de la vida común, pero no aspiro a tanto. Nos importa el hecho noticioso y la manera descontextualizada como se entrega al público. Para ilustrar la sustancial diferencia que existe entre informar y dar noticias, suelo acudir al símil de los icebergs de los mares helados de la Tierra en los Polos. La cresta del iceberg podría compararse con la noticia, la masa colosal debajo del agua, invisible, es la información. Al televidente y al radioescucha nunca o casi nunca se le acerca a esa mole subyacente en el agua. Ni siquiera se le sugiere que tal cosa existe. La noticia sin contexto convierte el hecho noticioso en una entelequia, en una especie de alucinación, parecida a lo real, pero que no existe. Es fácil comprobarlo: véase u óigase cualquier noticia de cualquier noticiario; cambie usted los nombres de lugar y de personas; póngale otros, los de cualquier país: la noticia se acomoda, cualquier referencia le queda. Dar noticias sin contexto constituye la forma más avasalladora de hacer eficaz la desinformación porque fragmenta a tal grado la percepción de la realidad que otras prácticas antiperiodísticas, como el falseamiento y la ocultación de los datos, las verdades a medias, la unilateralidad de las voces, siendo como son abominables, resultan complementarias y hasta cierto punto inofensivas si se les compara con la función demoledora de ocultar el contexto. Y es que las audiencias saben distinguir la interpretación sesgada, percibir la oculta intención, poner en duda la credibilidad de los declarantes, comparar la palabrería con los hechos abrumadores del vivir en el aquí y en el ahora; pero construir explicaciones de fondo acerca del origen y la naturaleza de los hechos, constituye un ancho espacio aún pendiente de cruzar. La descontextualización incide en niveles profundos del inconsciente colectivo, pero desde luego en cada persona para aceptar el mundo, la vida, como una inconexa y caótica presencia de parcialidades. La descontextualización informativa, es decir, la noticia sin historia, aislada de un todo, ocurre en tres planos comprobables: en sí misma porque no se le relaciona con sus referentes de diverso tipo, en su ubicación dentro del conjunto del propio noticiario, y en la ubicación de éste como un todo y su relación con la realidad social y política a la que supone reflejar e incluso interpretar. El noticiario, que puede ser concebido como un orden mental en acto que tiene el propósito de contribuir a formar un orden mental respecto a un grupo de hechos, es un mero espectáculo en el que la noticia aparece como algo que empieza y termina en sí mismo y que sólo algunas veces, por casualidad, contiene un vínculo que la relaciona con otros hechos del propio noticiario. Sus realizadores no tienen la mínima intención de revelar la ineludible relación entre las personas, los fenómenos, las circunstancias que están implícitas dentro del mismo pequeño universo que es cada noticiario. En consecuencia: es caótica la imagen que el informativo ofrece de cada día. Los presentadores aluden frecuentemente a esa indispensable presencia del desorden en cada aspecto de la vida. Atribuyen ese caos a la realidad. Los directores, los periodistas, los reporteros no se interesan, porque no investigan (no les pagan para eso) las relaciones entre los hechos y las personas y la sociedad; prefieren ignorar que ese caos tiene un orden, a veces irracional, pero un orden, una lógica: la lógica de las partes entre sí y con un todo. Es digno de ser estudiado cómo la descontextualización, al presentar una visión fragmentada de la realidad, casi hasta pulverizarla, contribuye a dificultar y hasta a impedir la organización autónoma de la sociedad para comprender y enfrentar sus problemas, al convertir al escucha y al televidente en espectadores de su propia historia. Los hechos, aislados de todo, nada tienen que ver con el que oye y ve, él sólo es un espectador. Es muy probable que cuando salga a la calle podrá actuar según el propósito de la televisión mercantil: será un buen consumidor o un ciudadano convencido de su voto. Es posible informar realmente a partir de la noticia si se le ubica en un contexto. En la experiencia de mi grupo de trabajo lo hicimos desde varias trincheras noticiosas: Enlace, de Canal 11, de 1977 a 1981; Frontera Sur, en Radiotelevisión de Quintana Roo, de 1983 a 1987; Contextos, en Radiotelevisión del estado de Oaxaca, entre 1988 y 1993, y en diversas emisoras radiofónicas de la Ciudad de México. No hay recetas, sería absurdo, pero vale la pena darse cuenta de que 90% de las noticias son basura, prescindibles por lo tanto. El tiempo que esa basura ocupa puede emplearse para informar: quedarse con lo imprescindible, ponerle contexto, analizar. No es ciencia oculta, pero está muy lejos de ser la rutina del periodismo de los medios electrónicos. Quedarse con lo imprescindible Elegir lo imprescindible nos pone ante dos exigencias conceptuales y éticas: ¿qué es lo imprescindible?, ¿cómo reconocerlo e identificarlo?, ¿cómo hacerlo valer? Bien es sabido que a la mesa de trabajo de un noticiario llegan cientos, miles de noticias diariamente. El jefe de información elige unas cuantas –literalmente unas cuantas–, siempre de acuerdo con un criterio informador que pone por delante los intereses políticos y financieros de la empresa y, detrás, la necesidad de conocer los núcleos conflictivos, las contradicciones dialécticas implícitas en los hechos. Siempre se dará por supuesto que el noticiario incluye los acontecimientos más importantes de la jornada, pero el más leve análisis muestra que lo importante para los editores dista mucho de ser lo importante para la praxis de la vida de las comunidades. Es cierto que en el mar de noticias de una sala de redacción es difícil decidir cuáles serán esas unas cuantas que podrá conocer la audiencia. Cualquiera que sea la decisión, siempre será arbitraria, unilateral, autoritaria, insuficiente, por decir lo menos. En nuestro ejercicio periodístico establecimos una especie de categoría para tomar esa decisión: quedarnos con lo imprescindible aun con el riesgo de sacrificar lo importante, a sabiendas de que con frecuencia se tiene por importante lo espectacular, lo escandaloso, con mayor razón si el informativo cuenta con imágenes impactantes que no quiere desperdiciar. Desde esa perspectiva nos pusimos de acuerdo para definir lo imprescindible como aquello que si se dejara de conocer haría difícil o imposibilitaría la comprensión de una cadena de sucesos, la interpretación de un fenómeno, el significado de una jornada en la vida de una comunidad cualquiera o del mundo. Así, lo imprescindible es en verdad lo extraordinario y por tanto, de seguir esa pauta, los informativos se verían reducidos a unas cuantas notas, pero ganarían inmensos espacios para contextualizar y bucear en las aguas en que hoy día subyace el fascinante fenómeno de la comunicación noticiosa. En nuestros noticiarios aparecen 10 o 12 notas con memoria, es decir: contextualizadas, eventualmente analizadas por expertos, y no 30 o 40 notas que hacen de los segundos en pantalla un espasmo olvidadizo en el que además los presentadores o conductores suelen ser tanto o más importantes que las irrelevancias o los sucesos que le asestan a la audiencia. Intereses públicos y privados Es innegable, incontrastable, el éxito de la descontextualización a lo largo y ancho del fenómeno televisivo. La empresa privada de la comunicación la usa con formidable eficacia ideológica y política por cuanto contribuye a la desmemoria colectiva de la propia vida social y porque le permite mantener siempre ocultos los orígenes de los conflictos. Nunca hay causas de nada, sólo actores circunstanciales o momentáneos, sobresalientes, sí, con frecuencia, pero sólo actores de una trama cuyos imperativos pertenecen más al reino de las telenovelas que a la arena casi olvidada de la lucha de clases. Debido a la creciente concentración de los medios en unas cuantas manos, no se puede esperar que su política informativa se oriente en el corto plazo hacia una propuesta que incluya la comprensión de los antagonismos sociales o de cualquier otro problema de la humanidad, incluidas la miseria ya generalizada o la muerte en cadena de comunidades y de pueblos, la lenta extinción del planeta a manos de la industria y la depredación, y la corajuda respuesta de él ante la miseria espiritual de sus habitantes. En cambio, es posible exigir o imponer a los medios públicos modelos de información que consideren a la inteligencia de las personas como un bien a alcanzar, y ante el cual sólo se puede aspirar a colocarse a la altura de la experiencia histórica de los pueblos y a su impulso cotidiano de sobrevivir en la dignidad del trabajo y en la preservación de lazos de solidaridad que aún impiden que nos disolvamos todos en la barbarie. El tema decisivo del financiamiento de los medios públicos, cruzado por experiencias nacionales y regionales diversas, no debe ocultar que su coincidencia vital es el propósito de servir a la sociedad escuchándola, respondiéndole, haciéndola partícipe del propio medio y, en un futuro quizá no lejano, respetando su derecho a determinar el manejo de los medios, el curso de la información. En México, el origen y la relativa expansión de los medios públicos están vinculados al interés y al apoyo del Estado nacional y de los estados locales, con la consecuente subvención de su equipamiento y sus operaciones, que dio lugar durante muchos años a hacer creer que la administración gubernamental es lo mismo que la propiedad del gobierno y del partido en el poder. Parecía natural que esos medios fueran cajas de resonancia de las propagandas gobiernistas, que además contribuyeron a desprestigiarlos, porque la deliberada confusión hacía clamar a los empresarios que se acabara con esas emisoras que les hacen, dicen sin abochornarse, una competencia desleal. Con todo, en los medios públicos, incluso asombrosamente en la televisión, en los años setenta, ochenta y noventa tuvieron lugar numerosas propuestas de tratamiento de asuntos sociales, aún de entretenimiento, que durante algunos períodos marcaron claramente la alternativa de una televisión distinta. Ese proceso contribuyó de modo decisivo al surgimiento de sistemas regionales de radio y televisión sostenidos presupuestalmente por gobiernos estatales a partir de la década de los ochenta, que sin duda contribuyen a romper el nudo de la avasallante centralización de todo orden –en México, también de la comunicación–, y ha dotado a amplias regiones de una potencialidad cultural y política que está aún por desplegarse. Dicho fenómeno político-cultural se ilustra con un par de cifras: en 26 de los 32 estados que constituyen a la República Mexicana, se formaron, en el breve transcurso de los últimos 20 años, 26 sistemas de radio y televisión locales con cientos de radiodifusoras y repetidoras de televisión que, en conjunto abarcan mayor territorio que el del duopolio Televisa-Azteca. Tales posibilidades están por desplegarse; hasta ahora están uncidas a un orden político que sigue siendo preponderantemente corporativo, antidemocrático, clientelista, corrupto, burocrático, por más que también sea cierto que los mexicanos revolvemos nuestra existencia, en el sentido de dar vueltas buscándonos, porque queremos que la salida a nuestro laberinto sea consecuente con nuestra historia, aunque nos tardemos más, y no sólo con el interés de los empresarios que ayer eran apenas caciques aspirantes a vivir al menos de rodillas. En este texto me referí principalmente al tema de la información noticiosa, en la experiencia de algunas televisoras públicas, aunque sin duda la información de servicio público debe abarcar, por razones de origen y de fin, todos los géneros televisivos. Es urgente documentar la riqueza espiritual de las comunidades y sus lenguas de origen, las culturas y las historias locales con sus subyugantes particularidades, los problemas de la educación para la salud colectiva, la vida familiar, los derechos humanos y los deberes cívicos, las relaciones interpersonales y la libertad de las personas, los derechos de la diversidad sexual, la mujer en medio de la existencia, la vida de los niños, el mundo, en fin, entre todos y con todos. Nada de eso le importa a la televisión mercantil. Esa es, precisamente, la tarea de los medios públicos. El anterior artículo debe citarse de la siguiente manera: Caballero, Virgilio, "Culto a la en Revista Mexicana de Comunicación, Num. 106, agosto / septiembre, 2007, 30 - 32 pp. noticia",