la prueba del estado civil ante el registro de propiedad

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LA PRUEBA DEL ESTADO CIVIL ANTE EL
REGISTRO DE PROPIEDAD
“La prueba del estado civil ante el registro
de propiedad”
César García-Arango y Diaz-Saavedra
Registrador de la Propiedad.
De la Academia Asturiana de Jurisprudencia
SUMARIO:
I.
LA PERSONA DEL TITULAR REGISTRAL EN EL REGISTRO
INMOBILIARIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .134
II.
LA RELACIÓN CON EL REGISTRO CIVIL . . . . . . . . . . . . . . . . . . .137
III. CIRCUNSTANCIAS PERSONALES RELEVANTES PARA EL
REGISTRO DE LA PROPIEDAD Y SU PRUEBA . . . . . . . . . . . . . . .138
1. Nombre y apellidos
2. El Documento Nacional de Identidad
3. Edad. Emancipación. Tutela y Curatela
4. Nacionalidad y Vecindad civil
5. Domicilio
6. Soltería. Viudez. Matrimonio. Separación y Divorcio
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ANALES VI (2003-2004)
I. LA PERSONA DEL TITULAR REGISTRAL EN EL
REGISTRO INMOBILIARIO
En el campo registral, y aunque el Registro de la Propiedad sea una
Institución consagrada específicamente a la publicidad de las situaciones jurídicas afectantes a los inmuebles, que técnicamente se organiza por el sistema del
folio real, la consideración jurídica de la persona se encuentra también en un
primer plano. El conocido tópico de considerar la Ley Hipotecaria como una “Ley
de terceros” sólo refleja un aspecto parcial de la publicidad.
Evidentemente, la persona es, desde el lado pasivo, el destinatario y/o beneficiario de la publicidad registral, y desde el lado activo se encuentra en paridad
de rango respecto de los demás elementos fundamentales del acto inscribible.
Así lo confirma el artículo 21 de la Ley Hipotecaria al establecer que “los documentos relativos a contratos o actos que deban inscribirse expresarán, por lo
menos, todas las circunstancias que necesariamente debe contener la inscripción y sean relativas a las personas de los otorgantes, a las fincas y a los derechos inscritos”.
En concreto, el artículo 9 de la citada Ley establece la regla general según la
cual “toda inscripción” que se haga en el Registro expresará…la persona, natural o jurídica, a cuyo favor se haga la inscripción, (así como también) la persona
de quien procedan inmediatamente los bienes o derechos que deban inscribirse”…
Desarrollando tal norma, el artículo 51, regla 9ª del Reglamento Hipotecario
especifica que “la persona a cuyo favor se practique la inscripción y aquella de
quien proceda el bien o derecho que se inscriba se deteminarán conforme a las
siguientes normas: a) si se trata de personas físicas, se expresarán el nombre
y apellidos; el documento nacional de identidad; si es mayor de edad o, en otro
caso, la edad que tuviera, precisando, de estar emancipado, la causa; si el sujeto es soltero, casado, viudo, separado o divorciado y, de ser casado y afectar el
acto o contrato que se inscriba a los derechos presentes o futuros de la sociedad
conyugal, el régimen económico matrimonial y el nombre y apellidos y domicilio
del otro cónyuge; la nacionalidad y la vecindad civil del sujeto si se acreditan o
manifiestan; y el domicilio con las circunstancias que lo concreten. b) Si se trata
de personas jurídicas, se consignará su clase; su denominación; el número de
identificación fiscal; la inscripción, en su caso, en el Registro correspondiente; la
nacionalidad, si fuere una entidad extranjera, y el domicilio con las circunstancias que lo concreten”.
En su caso, se expresarán las circunstancias de la representación legal o
voluntaria y las personales que identifiquen al representante.
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La prueba del estado civil ante el registro de propiedad
La regla general expuesta tiene muy pocas excepciones, que en realidad no
son verdaderamente tales, sino más bien modalidades derivadas de la propia
situación que se constata tubularmente. Tal es el caso, por ejemplo, de aquellas
anotaciones preventivas en que no cabe expresar la persona determinada y concreta a cuyo favor se practica, como ocurre en las de embargo por causa criminal, o de demanda de incapacidad, o en los supuestos de suspensión de pagos,
concurso o quiebra, o en las de prohibición de enajenar que no esté establecida
a favor de persona determinada. Naturalmente que en todos estos supuestos
especiales no desaparece radicalmente el elemento personal, toda vez que, al
menos, sí consta la persona afectada y cuya finca soporta la anotación.
Por el contrario, existen ampliaciones o supuestos en que se desborda el
límite objetivo de la finca y se destaca el elemento subjetivo, aunque siempre en
íntima relación, como ocurre en los siguientes casos:
1º.
El de la protección registral que se dispensa al “nasciturus” e incluso al
“nondum concepti”, de acuerdo con las especiales situaciones que se producen en relación a los derechos hereditarios, admitida desde antiguo por
la doctrina de la Dirección General de los Registros (cfr., por ejemplo, las
Resoluciones de 29 de diciembre de 1.906 y 19 de julio de 1913; y recientemente, entre otras, las de 13 de enero de 1.965 y 29 de enero de 1.988);
2º.
Otro supuesto en que la consideración personal pasa al primer plano y
polariza o concentra en la titularidad los actos inscribibles es el de la sucesión universal, sea “mortis causa” o también “inter. vivos” (por ejemplo, en
la fusión por absorción de sociedades), a que se refiere concretamente el
artículo 16 de la Ley Hipotecaria, según el cual “los dueños de bienes
inmuebles o derechos reales por testamento u otro título universal o singular, que no los señales y describa individualmente, podrán obtener su
inscripción presentando dicho título con el documento, en su caso, que
pruebe haberles sido aquél transmitido, y justificando con cualquier otro
documento fehaciente que se hallan comprendidos en él los bienes que traten de inscribir. Tal justificación, no obstante la literalidad de la ley, no es
siempre necesaria, pues basta que resulte del propio Registro, como ocurre, por ejemplo, con la inscripción a favor del heredero único, a su simple
instancia, de todos los bienes previamente inscritos a nombre de su causante, supuesto previsto expresamente en el artículo 79 del Reglamente
Hipotecario.
En casos especiales, aún se agudiza más tal polarización personal. Así, el
artículo 171 del Reglamento establece que “siempre que la anotación, por
ser de las mencionadas en el párrafo segundo del artículo 73 de la Ley (que
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ANALES VI (2003-2004)
se refiere a “los casos de incapacidad y otros análogos” en que la concreción también es meramente personal, como por ejemplo, en le derecho
hereditario), deba comprender todos los bienes de una persona y el título
no contuviera su descripción, se anotarán todos los que aparezcan inscritos a favor de la misma personal”.
Todos estos supuestos responden a la necesidad que un Registro eminentemente jurídico tiene de plegarse y conformarse a todas las situaciones
que la vida del Derecho ofrece. Con la misma lógica, pero por el opuesto
polo objetivo, también en el Registro se admiten las titularidades construidas “ob rem”, en que el sujeto se determina precisamente por su relación
con la cosa, como es el supuesto de la Resolución de 3 de septiembre de
1.982, que sienta una avanzada y progresiva doctrina al respecto.
3º.
Como se ha mencionado reiteradamente en párrafos anteriores, existe un
supuesto en que el asiento registral, publica una mera situación personal:
la de incapacidad plena o limitada, basada en muy diversas causas de
Derecho sustantivo. En concreto el artículo 2.4 º de la Ley ( )
declara
expresamente inscribibles “las resoluciones judiciales en que se declare la
incapacidad legal para administrar, la ausencia, el fallecimiento y cualesquiera otras por las que se modifique la capacidad civil de las personas en
cuanto a la libre disposición de sus bienes”. Por su parte, el artículo 42.5 º
establece que podrá pedir anotación preventiva “el que propusiere demanda
con objeto de obtener alguna de las resoluciones judiciales expresadas”
anteriormente, precisando el artículo 43.3 º que tal anotación se hará “en
virtud de providencia judicial, que podrá dictarse de oficio, cuando no
hubiere interesados que la reclamen, siempre que el juzgador, a su prudente arbitrio, lo estime conveniente para asegurar el efecto de la sentencia que
pueda recaer en el juicio”.
Por su parte, el artículo 142 del Reglamento Hipotecario amplía el supuesto legal a los casos de suspensión de pagos, concursos o quiebra, previos
los trámites establecidos en las leyes.
4º.
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Desde un punto de vista meramente formal y de técnica auxiliar cabe también destacar que la ordenación del Registro de la Propiedad comprende
también un Índice de personas, como necesario elemento instrumental
para su fácil consulta y manejo. Antiguamente llevado en libros, modernamente mediante ficheros alfabéticos (con el contenido determinado en el
artículo 397 del Reglamento Hipotecario), y en la actualización, conforme
al Real Decreto 430/1.990 de 30 de marzo, tal índice de personas se lleva
obligatoriamente por procedimientos informáticos.
La prueba del estado civil ante el registro de propiedad
II. LA RELACIÓN CON EL REGISTRO CIVIL
La finalidad que dentro del marco del Registro de la Propiedad se persigue
con la detallada constatación de datos personales es doble: por un lado, lograr
la plena identificación del titular de las fincas y derechos reales inscritos, a la
vez que proporcionar una base segura para la calificación registral; de otro, y
modo fundamental, la protección registral de las titularidades inscritas. Y pudiera decirse que la primera sirve de base para el logro de la segunda.
A tal fin de esencial la relación con el Registro civil, institución destinada,
según el artículo 1º de su Ley reguladora, a dar publicidad a “los hechos concernientes al estado civil de las personas y aquellos otros que determina la
ley”.
Como señala LACRUZ (“Parte General del Derecho civil”, Vol. II, “Personas”,
pag.27), “los estados civiles representan situaciones duraderas cuya comprobación interesa sobremanera al poder público y a los terceros: su prueba no se deja
hoy al azar, sino que obligatoriamente debe preconstituirse mediante la inscripción de los actos que los crean o modifican en el Registro civil.
Por ello, como proclama el artículo 2º de la Ley citada, el Registro civil “constituye la prueba de los hechos inscritos. Sólo en los casos de falta de inscripción
o en los que no fuere posible certificar del asiento, se admitirán otros medios de
prueba”. Se establece así, con las matizaciones que después veremos, la eficacia
probatoria prevalerte de la inscripción, ante la cual no valen, en el tráfico, los
demás medios probatorios. Eficacia lógica, por otra parte, pues como sigue
diciendo LACRUZ, “no sería imaginable, que un sujeto a quien la Administración
le pide la certificación de nacimiento, para saber fehacientemente su edad,
intentase sustituirla por la declaración de unos testigos, o incluso con un acta
levantada por notario que presenció el alumbramiento. Sólo en el proceso es
posible tal demostración extrarregistral, para sustituir al acta de inscripción
inexistente o para combatir los datos de ésta impugnándola”.
Ahora bien, como afirma la generalidad de la doctrina, no cabe organizar en
el Registro civil, añadido a su normal función probatoria, un sistema de protección a la apariencia más o menos semejante al del Registro de la Propiedad.
Como dice DE CASTRO el valor de la inscripción no puede derivarse de una protección a la apariencia, ni del amparo de la confianza creada por esa apariencia,
ni se priva de protección a quien no haya consultado el Registro civil. Sin duda,
hay que tener muy presente que esta materia se incardina en el Derecho de
Personas, en el que tanta relevancia tienen sus derechos fundamentales y el
orden público.
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ANALES VI (2003-2004)
Señala LACRUZ no obstante que salvo en los supuestos de la llamada inscripción constitutiva (los de naturalización y quizá los de cambio de nombre y
apellidos), la adquisición y cambio de los estados civiles no está condicionada a
la inscripción. Ahora bien, ello no significa que esta carezca de un cierto significado sustantivo, al decir de DE CASTRO, para la eficacia del cambio; la inscripción otorga a la adquisición o al cambio eficacia erga omne; mientras no se inscriban no se puede oponer a terceros de buena fe que no lo conozcan. Esta cuestión sin duda será tratada en profundidad en la última conferencia del ciclo por
un verdadero especialista en la materia, el señor DIAZ FRAILE, a cuya docta opinión les remito.
Desde otro aspecto de la relación es necesario tener en cuenta que el Registro
civil se circunscribe al marco fundamental de la persona, su estado y su familia; en materia patrimonial es adjetivo y subordinado, sin que pueda interferir
las funciones específicas de publicidad inmobiliaria que por ley competen en
exclusiva al Registro de la Propiedad. En lógica consecuencia, las normas de
coordinación entre ambos Registros han de limitarse al estricto marco para el
que están pensadas, y en caso de discordancia en materia inmobiliaria – vuelo
a repetir – la prevalencia ha de otorgarse al Registro de la Propiedad, institución
que monopoliza la publicidad inmobiliaria, creando la apariencia y la protección
jurídica en tal materia. De otra forma, se produciría una grave discordancia, que
no es lícito pensar que el legislador haya querido introducir, y mucho menos por
la vía puramente reglamentaria de la reforma del Reglamento del Registro civil –
origen o causa de algunos problemas interpretativos - , que ni por su rango
jerárquico, ni por la materia que regula, pueda modificar normas hipotecarias.
III. CIRCUNSTANCIAS PERSONALES RELEVANTES
PARA EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD Y SU PRUEBA.
1. Nombre y apellidos
Según el artículo 53 de la LRC, “las personas son designadas por su nombre
y apellidos, paterno y materno, que la Ley ampara frente a todos”.
Este sistema de identificación de las personas es permanente e inmutable,
salvo en los supuestos y por los cauces legales, y está regido por normas de
estricto orden público.
A los efectos del Registro de la Propiedad la prueba de la identidad viene ya
preconstituida en el documento público presentado a inscripción, siendo res-
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La prueba del estado civil ante el registro de propiedad
ponsabilidad de quien autoriza tal documento. En el supuesto más frecuente en
el tráfico, el de los documentos notariales, la obligación de asegurar la identidad resulta claramente establecida en el artículo 23 de la Ley del Notariado, conforme al cual “los Notarios darán fe en las escrituras y en aquellas actas que por
su índole especial lo requieran, de que conocen a las partes o de haberse asegurado de su identidad por los medios supletorios establecidos en las Leyes y
Reglamentos”.
Sólo en casos especiales (como por ejemplo, cambio de nombre y apellidos,
nominación errónea del heredero o legatario en un testamento, etcétera) será
necesario acudir al medio de prueba específico de la certificación de nacimiento
del Registro civil.
Entre esos medios supletorios citados por la Ley notarial destaca, por su continuo uso,
2. El Documento Nacional de Identidad
Es un documento que compendia numerosas circunstancias personales; en
concreto, el nombre y apellidos, la filiación de la persona, fecha y lugar de nacimiento, sexo, domicilio y nacionalidad. Su valor probatorio fue claramente reconocido por el Real Decreto 1245/1985 de 17 de julio (que reforma del Decreto
196/1976 de 6 de febrero), según el cual “ninguna Oficina pública incluida en
el ámbito de aplicación de la Ley de Procedimiento administrativo podrá requerir la presentación de documentos distintos de D.N.I. para acreditar los datos
que consten en los mismos”. Tal valor probatorio fue criticado por algunos autores (DIEZ DEL CORRAL), por considerarlo opuesto al artículo 2 de la LRL, e
incluso la doctrina de la D.G. de los Registros (Resolución de 7 de diciembre de
1989, en materia mercantil) pareció querer limitarlo al campo de los expedientes administrativos.
En la actualidad, no obstante, la Ley 1/1992 de 21 de febrero, de Seguridad
Ciudadana, que tiene el rango de Ley Orgánica, zanja definitivamente la cuestión al establecer en su artículo 9 que “todos los españoles tendrán derecho a
que se les expida el Documento Nacional de Identidad, que gozará de las leyes,
y que tendrá, por si solo, suficiente valor para la acreditación de la identidad de
las personas”, y que contendrá los “datos personales que se determinen reglamentariamente”, que son los antes indicados.
Conforme al artículo citado, el DNI es obligatorio a partir de los catorce años,
obligatoriedad que confirme en el ámbito registral la reciente Resolución de 22
de noviembre de 2003 (B.O.E. de 29 de diciembre).
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Ahora bien, teniendo en cuenta que la vigencia del DNI se prolonga durante
años, aquellos datos que puedan variar podrán acreditarse, o en su caso, contradecirse, por los demás medios ordinarios de prueba.
Por el contrario, la invariabilidad del número de DNI resultado imprescindible para organizar informaticamente los ficheros del Registro. Incluso, en ocasiones, viene a constituir el dato decisivo para distinguir a una persona de otra
de igual nombre y apellidos.
Es interesante destacar, finalmente, que el artículo 6 del R.D.338/1990 de 9
de marzo establece la obligatoriedad de que en toda escritura o documento en
que consten actos o contratos relativos a inmuebles se consigue el Número de
Identificación fiscal de los otorgantes (que como es bien sabido, para las personas físicas españolas es el mismo DNI seguido de una letra mayúscula de verificación). Señala el propio artículo que “el incumplimiento de esta obligación no
afectará a la eficacia de estos actos o contratos, ni impedirá que los Notarios
autoricen las escrituras correspondientes”, si bien obliga al federativo a enviar a
la Administración tributaria la relación nominal de incumplidores.
3. Edad. Emancipación. Tutela y curatela
Por lo que representa a la EDAD y aquellas circunstancias relacionadas con
la misma como la EMANCIPACION, la TUTELA y la CURATELA, en cuanto influyen en la capacidad necesaria para otorgar actos inscribibles en el Registro de
la Propiedad, es de sobra conocida la doctrina sobre la materia y la regla general de que la prueba de tales circunstancia se realiza mediante la oportuna certificación del Registro civil.
Solamente vamos a ocuparnos aquí de dos cuestiones muy concretas.
Conforme al artículo 318 del Código civil, y como es bien sabido, “la concesión de la emancipación habrá de inscribirse en el Registro civil, no produciendo entre tanto efectos contra terceros”. En un caso de falta de tal inscripción, la
Resolución de la D.G. de los Registros de 14 de mayo de 1984 confirmó el defecto en su día apuntando por el Registrador, en base al artículo 2 de la LRC, afirmando que “la escritura pública de emancipación no es suficiente prueba hoy
del cambio de estado civil que refleja, sino que debe ir acompañada de la justificación de haberse instado ya, antes de la presentación en el Registro de la
Propiedad, la inscripción omitida en el Registro Civil”. Evidentemente, si el
defecto es subsanable de modo tan sencillo, por qué razón no va intentarse ya
de entrada aquella coordinación entre ambos Registros de que hablábamos al
principio…
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No lo entiende así la Dirección en un caso análogo: el de la inscripción del cargo
de tutor, exigida expresamente por el artículo 218 del Código civil para que la resolución judicial de nombramiento sea oponible a terceros. En tal supuesto la
Resolución del Centro Directivo de 6 de noviembre de 2002 revoca “el defecto de
la no acreditación de la inscripción del cargo de tutor en el Registro civil”, en base
también al artículo 2 de la LRC y habida cuenta de la circunstancia, meramente
preparatoria, de que “en los autos de nombramiento de tutor se ordena enviar
exhorto a los Registros civiles respectivos para la constancia en los mismos de los
respectivos nombramientos, con lo que se cumple lo que este Centro Directivo ha
exigido en casos análogos”. Y cita expresamente en los “vistos” la Resolución de 14
de mayo de 1984, que como antes vimos sí consideró el defecto.
Esta última Resolución del 2002 que no tiene en cuenta las facultades de calificación que el artículo 27 de la LRL concede a los Encargados, se enmarca dentro de un grupo de decisiones producidas en los últimos tres años, que dicho sea
con los debidos respetos, propiamente pudieran denominarse “de mínimos”, tanto
por los exiguo de la argumentación, como por el resultado producido de dar la
mínima razón posible a los Registradores que cumplen con el deber de calificación.
4. Nacionalidad y Vecindad civil
Por lo que respecta a la NACIONALIDAD y la VECINDAD CIVIL, no suelen plantear graves problemas en el ámbito del Registro de la Propiedad, y constan normalmente por la simple manifestación del interesado, como una circunstancia
más de su identidad, habida cuenta además de las presunciones establecidas en
el Código civil (art.14) y en la propia LRC (art.68). En caso de ser necesaria su acreditación fehaciente, dadas las consecuencias que pudieran derivarse en materia de
régimen económico matrimonial y sucesorio, habrá de acurdirse, según los casos,
a alguno de los medios ordinarios de prueba, anteriormente citados.
5. Domicilio
El dato del DOMICILIO, con las circunstancias que lo concreten, tiene gran
importancia en orden a evitar la indefensión de la persona, como ha destacado
reiterada jurisprudencia del Tribunal Constitucional (Sentencias 100/1997, de
20 de mayo, 53/1998 de 3 de marzo y 219/1999 de 29 de noviembre, entre
otras) en las que se sienta la doctrina de que antes de proceder a la notificación
por edictos hay que agotar la notificación en otros domicilios posibles.
En el campo del Registro de la Propiedad, y tras las últimas reformas, este
aspecto está cuidadosamente regulado, y cabe distinguir los siguientes aspectos
del domicilio:
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a)
el que el propio titular inscrito elige, conforme al artículo 51.9 ª e) del
Reglamento Hipotecario, instando directamente del Registrador que por
nota marginal haga constar las circunstancias de un domicilio a efectos
de recibir comunicaciones, no sólo las relativas al derecho inscrito,
como dice el precepto, sino otras notificaciones relativas a cualquier
procedimiento o expediente, según interpreta la doctrina (GARCIA GARCIA),
b)
el que ordinariamente consta en el Registro, a falta del anterior, y al que se
dirigen, por ejemplo, las comunicaciones previstas en los procedimientos
ejecutivos y que debe hacer el Registrador, conforme a los artículos 659 y
660 de la Ley E.Civil y 353 del Reglamento Hipotecario;
c)
el específico que se señala a efectos de la ejecución hipotecaria, conforme
al artículo 682 de la LEC, que presenta la particularidad frente a los anteriores de que su cambio no depende sólo de la libre voluntad del interesado, sino que debe cumplir los requisitos del artículo 683 de la misma
Ley. Su designación está muy facilitada por la doctrina de la Dirección
General, al admitirse que pueda ser plural, si hay más de un deudor o si
son varias las fincas hipotecadas. En cambio, la Resolución de 14 de
octubre de 1998 advierte que no basta con señalar un domicilio “accidental”, al ser ésta expresión contradictatoria en sus propios términos, ya
que según el artículo 40 del Código civil el domicilio es la residencia habitual.
6. Soltería, viudez, matrimonio, separación y divorcio
Queda, por último, referirse a aquellas circunstancias relacionadas con el
estado matrimonial, como la SOLTERIA, la VIUDEZ, el MATRIMONIO, la SEPARACIÓN y el DIVORCIO. De su trascendencia en orden al régimen económicomatrimonial se ha tratado ya en la primera ponencia de este ciclo, por lo que no
insistiremos en tal aspecto.
Por lo que respecta a la prueba de tales circunstancias, y salvo la soltería,
que por su carácter de circunstancia negativa no admite prueba positiva, aunque sí la indirecta y negativa de haber contraído un determinado matrimonio,
habrá de acudirse a los medios ordinarios, singularmente la certificación de su
inscripción en el Registro Civil.
En los últimos tiempos, ha sido enormemente debatida la cuestión de si
para inscribir en el Registro de la Propiedad los actos realizados por un separado o divorciado es necesario acreditar en todo caso tal condición, al no tra-
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La prueba del estado civil ante el registro de propiedad
tarse de un mero dato de identificación de la persona, sino que determina la
titularidad de los bienes y dota de legitimación registral al adquiriente para disponer de los mismos sin necesidad del concurso del cónyuge (aunque por no
ser cierta la manifestación de existir separación o divorcio, fuese legalmente
necesaria).
La Dirección General, en varias Resoluciones (20 de febrero de 1985, 16 de
noviembre de 1994, 5 de julio de 1995, y la de mera remisión a las anteriores
de 12 de junio de 2002), en base a la inexistencia de un precepto legal que
imponga la oportuna prueba, y con apoyo también en el artículo 363 del
Reglamento del Registro civil, introducido por la reforma de 1986, afirmó la
suficiencia de la simple manifestación a efectos de la inscripción en el Registro
de la Propiedad.
Con todo, la cuestión dista mucho de ser pacífica, y el debate ha vuelto a
replantearse a raíz de la publicación de la nueva Ley de E. Civil, cuyo artículo
222, en su número 3, establece que “en las sentencias sobre estado civil, matrimonio …( y otras) … la cosa juzgada tendrá efectos frente a todos a partir de su
inscripción o anotación en el Registro civil”. Se afirma pues la necesidad de inscripción en el Registro civil de las sentencias de separación y divorcio para que
se produzca el efecto de cosa juzgada material frente a todos (sean éstos o no
terceros de buena fe), por lo que tales terceros podrían tener por inexistente lo
no inscrito.
Por todo ello, la doctrina mayoritaria en la actualidad afirma la necesidad de
prueba, argumentando además:
-
que el artículo 363 del RRC, para el cual basta la afirmación solemne del
interesado, so pena de falsedad (hoy desaparecida para tal supuesto en el
nuevo Código Penal), está en flagrante contradicción con el art. 2º de la
LRC, antes citado, que atribuye exclusividad probatoria al Registro civil,
por lo que debe considerarse nulo de pleno derecho al infringir los principios constitucionales de legalidad y jerarquía normativa;
-
que existen otros preceptos en el propio RRC, como el 266 (que sanciona
con la suspensión de inscripción en el Registro de la Propiedad la falta de
anotación de las capitulaciones en el Civil) que apunta en la buena dirección de coordinar la publicidad de ambos Registros;
-
que la seguridad jurídica se compagina mal con tan débil medio de prueba
como es la simple declaración de situaciones matrimoniales que van a tener
directas trascendencia respecto de terceros.
143
ANALES VI (2003-2004)
-
que en nada se perjudica el dinamismo del tráfico, todo vez que la sencilla
prueba del estado civil puede practicarse después del otorgamiento.
Con estos y otros parecidos argumentos tuve ocasión de formular una Nota
de Calificación, que recurrida, fue objeto de la Resolución de 21 de enero de
2003 (BOE de 27 de febrero), la cual con extraordinario laconismo, y tras la mera
cita en los “vistos” del nuevo artículo 222.3 de la LEC, se limita a decir:
1.-
El único problema que plantea el presente recurso radica en dilucidar si,
comprando una señor que declara estar separada judicialmente, tal circunstancia ha de ser acreditada o, por el contrario, basta con la declaración de la interesada para practicar la inscripción.
2.-
Plantea este recurso una cuestión ya resuelta por este Centro Directivo,
cual es la de decidir si debe acreditarse la inscripción en el Registro Civil
de la cualidad de separado judicialmente del comprador, no procediendo
ahora sino confirmar el criterio negativo seguido hasta ahora por esta
Dirección General.”
Ante discurso tan parco y reiterativo, que no atiende al cambio normativo ni
tiene en cuenta la nueva realidad social (que contempla las frecuentes crisis matrimoniales desde la perspectiva del simple cese de la convivencia conyugal, tan fácil
de producirse que obliga a potenciar la seguridad jurídica preventiva), presenté
demanda de juicio verbal ante el Juzgado de Primera Instancia número 4 de los
Oviedo, el cual, en Sentencia de 24 de septiembre de 2003, no estimó la demanda,
a pesar de reconocer en su Fundamen-to de Derecho 3º que el “art.363 del RRC no
debe ser interpretado de forma extensiva a supuestos que no comprende, entre los
cuales no está la separación judicial, máxime si tenemos presente que al redactarse este precepto (Real Decreto 29 agosto 1986) ya estaba vigente la dualidad entre
el divorcio y la separación matrimonial en la forma que hoy conocemos, o que los
artículos 157 y 187 del Reglamento Notarial que también permiten la acreditación
ante el Notario del estado civil por simple manifestación de los interesados, deben
ser interpretados en relación con lo dispuesto en el art.1218 C.civil que trata de la
eficacia probatoria Inter. partes y frente a sus herederos de las declaraciones
hechas por los propios otorgantes, de tal manera que nunca podrán surtir efectos
frente a terceros, como ocurriría si se trasladaran al ámbito registral”.
A mayor abundamiento, el Fundamento de Derecho 4º de la misma Sentencia
proclamó que:
“La invocación de la fuerza de la cosa juzgada de las Sentencias que afecten
al estado civil y de su trascendencia frente a todos a partir de su inscripción en
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el Registro Civil no puede alterar las conclusiones ya expuestas acerca de la
inexistencia de norma alguna en la Ley del Notario y Reglamento Notarial que
imponga al Notario autorizante la específica obligación de recabar certificación
de aquel organismo para acreditar fehacientemente el estado civil de separado,
a lo que cabe añadir que esa deseable actuación coordinada entre Notarios y
Registradores en la que se sustenta la seguridad jurídica preventiva de nuestro
sistema podría obtenerse, en su caso, con la simple aportación por el propio
interesado y ante el mismo Registro de la Propiedad de la certificación del
Registro Civil en cuanto que documento complementario que junto con el título
principal presentado sirvan para completar la fe necesaria (Art. 33 y 110 RH) y
con ello subsanar el motivo de suspensión apreciado en la calificación registral,
consideraciones todas ellas que conducen a la desestimación de la demanda.”
Aunque un tanto perplejo por la falta de aplicación práctica de tal doctrina,
la invocación de la sentencia a la seguridad jurídica preventiva me animó a promover recurso de apelación ante la Audiencia Provincial, la cual, en Sentencia
de 19 de abril de 2004, tampoco estima el recurso, en base esencialmente a lo
que expresa su Fundamento Jurídico 4º, que dice así:
“CUARTO.- El tema fundamental de la discordia se centra, pues, en la
supuesta necesidad de que la compradora, separada judicialmente, según manifiesta en la Escritura, acredite fehacientemente tal condición mediante la aportación de Certificación del Registro Civil, que el demandante y recurrente basaba en la aplicación del artículo 222 número 3 de la Ley de Enjuiciamiento Civil,
en concordancia con los principios de legitimación y fe pública registral proclamados en los artículos 38 y 34 de la Ley Hipotecaria, y con la necesidad de
garantizar la seguridad jurídica.
Es cierto que el precepto de la Ley de Enjuiciamiento Civil citado establece
que en las Sentencias sobre estado civil, matrimonio, filiación, paternidad,
maternidad, incapacitación y reintegración de la capacidad, la cosa juzgada tendrá efectos frente a todos a partir de su inscripción o anotación en el Registro
Civil, pero resulta obvio que la cosa juzgada material y los principios hipotecarios invocados operan con eficacia distinta, pues mientras la primera excluye
toda posible discusión futura sobre el estado civil, una vez dictada Sentencia
firme inscrita en el Registro Civil, el principio de legitimación registral constituye una presunción iuris tantum y el de fe pública registral, aunque supone una
importante protección del tercero, adquiriente de buena fe, a título oneroso y
fiado en lo que resulta del Registro, no excluye de modo absoluto la posibilidad
de impugnación judicial de la inscripción de que se trate; de cuyas consideraciones habrá de concluirse que, daba la distinta eficacia atribuible a la Sentencia
firme dictada en proceso seguido sobre el estado civil y a las inscripciones regis-
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ANALES VI (2003-2004)
trales no cabe entender que la acreditación fehaciente de la condición de separado de un comprador sea requisito necesario para la práctica de la inscripción,
hasta el punto de que, de no acreditarlo, deba denegarse, como rigurosamente
entendió el Registrador recurrente.
En este sentido el tenor de los artículos 6 y siguientes de la Ley Hipotecaria
y 51 de su Reglamento, no contienen de modo expreso la exigencia cuestionada,
ya que la regla novena apartado a) del citado precepto reglamentario señala que
en la inscripción se indicará si el sujeto es soltero, casado, viudo, separado o
divorciado, pero no estable de modo expreso que estas circunstancias deban
acreditarse fehacientemente, mediante aportación de certificación del Registro
Civil, para la práctica de la inscripción; sin perjuicio de que si la mencionada circunstancia referida al estado civil no se correspondiere con la realidad jurídica
extraregistral e incidiese sobre la naturaleza y régimen jurídico del bien inscrito, pueda todo ello, es decir la rectificación de la inscripción y el tema de fondo,
dilucidarse en el proceso correspondiente.”
Acatamiento pleno al fallo, como es obligado, pero no sin dejar de afirmar que
al relegar la solución del posible conflicto a un proceso posterior, escasa consideración demuestra por la seguridad jurídica preventiva.
Cegada así la vía jurisdiccional, quizá solo quepa esperar a una solución
legislativa, recuperando el optimismo propio de mi lejana época universitaria,
cuando me impactó un silogismo que todavía recuerdo: “potuit, decuit, ergo
fecit”. Podía hacerse…, e decir, cabe exigir, sin grave incómodo, la prueba fehaciente. Conviene hacerlo…, en aras de la seguridad jurídica. Entonces…, ¿por
qué no se hace?.
Con esta pregunta termino, agradeciendo a todos su atención, que no me es
lícito cansar por más tiempo.
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