memories of the old plantation home

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EL CARIBE EN LA FRONTERA DE LA MEMORIA: MEMORIES OF THE OLD
PLANTATION HOME: A CREOLE FAMILY ALBUM, DE LAURA LOCOUL
THE CARIBE IN THE BORDER OF A MEMORY: MEMORIES OF THE OLD
PLANTATION HOME: A CREOLE FAMILY ALBUM, BY LAURA LOCOUL
Luz Marina Rivas
RESUMEN
ABSTRACT
Las consideraciones geopolíticas han
variado la concepción de lo que es el Caribe.
Sin embargo, no es posible dejar de lado la
historia y la cultura común como puentes
entre los distintos caribes. Nos proponemos
analizar Memories of the Old Plantation
Home, de Laura Locoul Gore, manuscrito
culminado en 1936 por quien se dice de la
última generación creole de Nueva Orleans
que aún hablaba francés, como legado para
sus hijos, y hallado por sus editores en 1993.
Se trata de un texto intrahistórico que cuenta
la historia de cien años de una familia
francófona, poseedora de una plantación de
caña de azúcar, permeada por el mestizaje
con sus propios esclavos, en el interior de
una cultura en la que convivía el catolicismo
y el vudú, el carnaval y el jazz, en la
cercanías de una ciudad puerto, en la que el
comercio
propiciaba
encuentros
multiculturales.
Geographical and political considerations
have changed many times what Caribbean
region is. Nevertheless, it is not possible to
forget common history and culture as
bridges among different Caribbeans. We
want to analize Laura Locoul´sMemories of
the Old Plantation Home, manuscript
finished in 1936 by whom considered
herself as part of the last Creole generation,
that spoke French. She wrote her history and
her family´s as a legacy for her children.It
was founded by the editors in 1993. It is a
history about a francophone family along
one hundred years, who had a sugar cane
plantation. They had slaves, and lived in a
culture characterized by the Catholicism and
voodoo, the Carnival and jazz music, near a
harbor city, in which commerce allowed
multicultural relationships.
Luz Marina Rivas. Profesora Titular jubilada de la Escuela de Idiomas de la UCV.
Magister en Literatura Latinoamericana y Doctora en Letras por la USB. Ex Directora del
Postgrado de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV. Actualmente,
Coordinadora del Doctorado en Humanidades y la Maestría en Literatura Comparada.
Autora de La historia en la mirada (1999), La novela intrahistórica (2000 y 2004) y Las
mujeres tienen la palabra. Antología de narradoras venezolanas (2004). Coordinó el
proyecto Narrativas del desarraigo, sobre narrativa del Caribe. Pertenece al Grupo Caribe
del Centro de Estudios de América, de la UCV. Hasta 2011, PPI III. Premio Francisco De
Venanzi a la trayectoria del investigador universitario (2011) y Orden José María Vargas en
su primera clase (2012). Correo: [email protected] .
Artículo recibido en marzo de 2012 y aceptado en abril de 2012.
Si bien por razones geopolíticas ha variado a lo largo de la historia la consideración de qué
territorios conforman lo que llamamos Caribe, el estudio de la cultura y la historia ha
debido ensanchar lo que para muchos es un territorio netamente insular. Hay una historia
común y una geografía común que une a las islas de las Antillas y a los territorios cuyas
costas son bañadas por sus aguas, por una serie de afinidades culturales que se manifiestan
en las artes y la literatura, que trascienden la lengua que se habla en estos territorios y que,
a pesar de la heterogeneidad, dan cuenta de miradas del mundo que se parecen mucho más
de lo que a simple vista pudiera suponerse. Los estudios de la Maestría en Literatura
Comparada de la Universidad Central de Venezuela han hecho de la narrativa del Caribe
una de sus líneas de investigación con mayor fortaleza. Los distintos trabajos elaborados
han ido mostrando cómo esto se da en la literatura sin importar las diferencias en los
procesos de colonización hispánica, francesa, inglesa u holandesa.
Todos estos procesos tuvieron en común la economía de plantación, la dependencia de una
o varias metrópolis europeas, la mano de obra esclava autóctona o proveniente de África, el
mestizaje cultural con sus ricos sincretismos religiosos, alimenticios, musicales y artísticos.
Ellos han proporcionado una visión de mundo, caracterizada por un desarraigo en el propio
terruño. La evolución de la consideración del Caribe ha pasado por muchos estadios de los
que ha dado cuenta Lulú Giménez (1990). Para esta investigadora, toda definición de la
región debe tener en cuenta la influencia de las culturas europeas colonizadoras, la historia
de los africanos trasplantados como esclavos al Caribe, los procesos sincréticos, los
procesos de mestizaje, la presencia indígena, las continuas migraciones hacia la región y
desde la región, la influencia de los Estados Unidos de América en aspectos económicos,
políticos, sociales y culturales de los países del área y las diferencias entre los países de
orden territorial y poblacional. Curiosamente, en las definiciones de Caribe se ha excluido
sistemáticamente a los Estados Unidos, y por ello, no se ha considerado una isla cultural,
que fue por mucho tiempo colonia francesa y luego colonia española, y que tuvo
históricamente un desarrollo muy cercano al Caribe si tomamos en cuenta todas las
consideraciones arriba enumeradas. Se trata de la Luisiana francesa y, más específicamente,
la ciudad de Nueva Orleans.
Los franceses fundaron la provincia de Luisiana en 1699. En 1718, el señor de Bienville
fundó la ciudad de Nueva Orleans, en lo que fue una usurpación de los franceses a la
colonia española. El propósito de una ciudad en la planicie del delta del río Mississippi era
el de encontrar una ruta comercial con los nativos que vivían entre el Mississippi y el lago
Pontchartrain. En 1772 se convirtió en la capital de Luisiana. Los primeros creoles, tenían
múltiples orígenes. Algunos eran aventureros franceses, otros eran franco-canadienses (de
ahí que los creoles se llamaran también acadios, por la Acadia canadiense), inmigrantes de
las West Indies, hacendados haitianos que emigraron con sus esclavos luego de la
revolución haitiana (por ellos llegó el vudú a Nueva Orleans). Se estableció también una
economía sobre la base de plantaciones de algodón y caña de azúcar, por lo cual trajeron
negros esclavos principalmente de Guinea. El lugar, rodeado de pantanos, se inundaba
frecuentemente por estar debajo del nivel del mar.
Tanta gente diversa produjo un particular patois en Nueva Orleans. Para los historiadores
norteamericanos, resulta indefinido el origen de la palabra creole. Suponen que en su
origen está la palabra española criollo. De hecho el sentido es muy parecido al que le
damos en español; define a los nacidos en el propio territorio. Para la gente de Luisiana, no
sólo denomina a sus habitantes, sino que también sirve para adjetivar todo aquello propio
de la zona, como nos dice el historiador George Cable (1984), pues había ponies, pollos,
vacas, zapatos, huevos, vagones, cestas criollos y también negros creoles. Lo que es
evidente para nosotros es que creole y criollo son vocablos que han circulado por el Caribe
desde los tiempos coloniales. Los gobiernos franceses se caracterizaron por su corrupción.
Sin embargo, los creoles se sentían leales a su rey y los sorprendió ingratamente que en
1763, para recompensar a España por su alianza con Francia contra los ingleses, el rey
hubiera firmado un pacto secreto para ceder Luisiana a los españoles. Los primeros
gobernadores españoles fueron muy mal recibidos y los creoles se negaron a cambiar sus
costumbres o a hablar en español.
En Luisiana sobreviven unas pocas palabras de origen español. Según Cable, la presencia
española siempre se sintió como una conquista. Explica que quedaron palabras como
cocodrie, proveniente de cocodrilo, más fácil de pronunciar que caimán para los esclavos
de lenguas africanas. Quedó también la palabra calaboose, para nombrar los temibles
calabozos y la ñapa española quedó en el galicismo lagnappe.
Las restricciones al comercio impuestas por los españoles favorecieron el contrabando,
mediante negociaciones con los corsarios ingleses. Muy famosos fueron también los piratas
franceses apostados en la Isla de Barataria, una isla entre las muchas del archipiélago del
delta del río, próspera, por las plantaciones y por sus grandes almacenes. En 1810, cuando
los británicos tomaron la isla de Guadalupe, los piratas franceses huyeron a Barataria. Jean
y Pierre Lafitte comerciaban con mercancías y con esclavos en todo el delta del río, con el
apoyo y la admiración de los creoles y con la desaprobación y el escándalo de los
norteamericanos anglosajones. Entre los gobernadores españoles se destacó Bernardo de
Gálvez, quien combatió a los ingleses en el Golfo de México para que éstos reconocieran la
soberanía española. Además, se casó con una criolla, Felicité de Saint Maxent. Bajo la
administración española, se instaló el alumbrado de gas de Nueva Orleans, se construyeron
diques para frenar las inundaciones, se impuso el ladrillo como material de construcción
después de dos graves incendios y se construyó la Plaza de Armas con las donaciones de
Don Andrés de Almonaster y Rojas y luego de su muerte, de su hija, la baronesa Micaela
Almonaster de Pontalba, junto con los edificios que la rodean y la Catedral. El balcón es
otro sello de la cultura española, visible en las construcciones que rodean la plaza.
También, bajo la dominación española, Nueva Orleans pasó a ser sede diocesana. Su primer
obispo fue un capuchino, Andrés Peñalver y Ródenas. Luego del nacimiento de los Estados
Unidos de América, España le cedió el uso del puerto en 1795, lo cual trajo una gran
prosperidad comercial. En 1801, rescindido el pacto entre Francia y España, Napoleón
devolvió unilateralmente a Francia la Luisiana, para venderla en 1803 a los
norteamericanos.
Si bien Nueva Orleans era un puerto central en el comercio de esclavos para todo el sur de
los Estados Unidos, también llegó a ser la ciudad con mayor número de negros libres. Por
la observancia católica del domingo como día libre, los esclavos podían disponer de ese día
para trabajar para su propio provecho. Muchos llegaron a comprar su libertad, para luego
comprar tierras y esclavos a su vez.
Como resultado de la multiculturalidad de la ciudad de Nueva Orleans nacieron el jazz y el
blues, formas musicales que combinan ritmos antillanos, afroamericanos, franceses y
latinos y que se caracterizan por la improvisación y por una amplia riqueza y variedad. La
comida cajunse caracteriza por los mismos ingredientes que se degustan en el Caribe:
pescado, mariscos, frijoles, arroz con variadas preparaciones y con herencias mediterráneas
y un uso generoso de condimentos y sabores fuertes.
A lo largo del siglo XIX, los creoles continuaban administrando sus plantaciones, hablando
francés y practicando la religión católica, aun cuando esta convivía con el vudú heredado
de los haitianos. La guerra de Secesión arruinaría a muchos dueños de plantaciones. Sin
embargo, luego de la liberación de los esclavos, la vida continuaría de manera parecida,
pues los ex esclavos continuarían sirviendo a sus antiguos amos. Parte de esta historia es
la que cuenta Laura Locoul Gore en sus Memories of the Old Plantation Home. Esta obra
es un testimonio acerca de la vida en la plantación, la idiosincrasia de los creoles hacia
finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Laura Locoul se casaría con un
norteamericano de origen anglosajón y sus hijos ya hablarían inglés. Ella quiso preservar la
historia de la familia en un libro álbum que parte desde un árbol genealógico y se construye
con recuerdos, historias escuchadas, fotografías con semblanzas de cada pariente y textos
diversos que se van integrando. La obra se caracteriza por narrar la historia desde la mirada
de Laura, nacida en 1861, el año en el que comenzó la Guerra de Secesión, en la que
combatiría su padre. Ella murió a la edad de 101 años en Saint Louis. Pertenecía a una
familia creole y sus memorias dan cuenta de cuatro generaciones, pero se trata de una
historia oral, transmitida de manera informal de padres a hijos. Son los recuerdos narrados
por otros los que componen los retratos de personalidades recias como los bisabuelos
Guillaume Duparc y Nanette Pru´Homme Duparc, nacidos a finales del siglo XVIII; él, en
Francia y ella, en Natchitoches, Luisiana, poseedores de la plantación de caña de azúcar
que llevaba su apellido Duparc. La familia se caracterizó por el carácter fuerte de las
mujeres, que fueron administradoras de la plantación familiar. La abuela Elisabeth Duparc
Locoul, ya anciana, tomó la decisión de dividir la plantación entre sus dos hijos: Aimée y
Emile, este último padre de la autora. Luego de esa división, la plantación pasó a llamarse
Laura. Sin embargo, durante la infancia de Laura, todos vivían juntos en la hacienda, de tal
manera que los padres de Laura, Emile y Desirée, al igual que Laura y sus hermanos
George y Mimí sentían que la abuela no les demostraba el mismo afecto que a la otra parte
de la familia. Hubo serias diferencias entre ellos, que se ahondaron con la división de la
propiedad. El trapiche quedó en el lado de los tíos, que no permitieron a su padre utilizarlo
para moler la caña, lo que representó grandes pérdidas. El conflicto se resolvería cuando
Emile salvara a su cuñado de un duelo al que lo había retado el supervisor de la plantación.
Entre los recuerdos de Laura destacaremos aquellos que tienen que ver más con la
conformación de una cultura que sentimos particularmente caribeña. En primer lugar,
interesa la relación entre amos y esclavos, que muestra diversas facetas. Una anécdota
escuchada de sus padres tuvo que ver con una ocasión en que la madre de Laura oyó cómo
su suegra hablaba con un tratante de esclavos a quien quería venderle una joven esclava
llamada Anna, que lloraba con su bebé, Tousaint, del cual iban a separarla. Desirée fue en
busca de su marido y le pidió que evitara la venta, haciéndole ver que aquello era tan cruel
como si Laura fuera separada de sus padres. Emile negoció con el tratante e impidió la
venta. La abuela Elisabeth se enfureció por la interferencia y consideró que su hijo y su
nuera alcahueteaban a los negros. Interesa cómo la autora, en este testimonio para sus hijos
anglosajones ya y del siglo XX muestra una relación de familiaridad y solidaridad entre
amos y esclavos en la generación de sus padres y la suya propia, en contraposición con la
de la abuela:
Anna was to be my nurse and lived with us until I married and left New Orleans in 1892.
As a child, I loved to sit in her lap and listen to all the funny stories she told me about the
family. She came from Wilmington, North Carolina and the Creole negro servants hated the
American negroes and made them very unhappy because they did not speak the negro
French dialect (p. 33).
A esta historia, Laura añade otra, la del esclavo Lucien, que acompañó a su padre Emile a
la Guerra de Secesión para pelear a su lado y salvarle la vida advirtiéndole lo cerca que
estaban los yanquis para que huyera a tiempo. En otro aparte, Laura narra su primer
encuentro con una marca de hierro en la piel de un esclavo, siendo muy niña. Ella vio la
marca en la frente del negro y le tocó la cara. Le preguntó por qué tenía la marca y el
hombre le respondió que se la habían hecho cuando él había tratado de huir:
I was horror stricken and ran into the house to my mother, saying, “Oh, Mamma, they
branded Pa Philippe like they do the cattle. I saw it. He told me so. Who did it, Mamma?
Who did it? She gathered me into her arms and hugged me, saying, “My dear child, I had
hoped you would never hear of these cruelties until you were much older and I am very
sorry Philippe told you about it.” Then she tried, as best as she could, to explain how there
are people on the plantation who would never do this and that there are people whom I
know and love who have done horrible things. It all made a lasting impression on me and I
always wanted to be kind to Pa Philippe after that. I often took cake and other things from
the table to him (p. 39).
Desde la impotencia de la infancia, Laura intenta reparar el dolor del esclavo. A este
párrafo sigue un duro juicio a la abuela Elisabeth, insensible, que utilizaba expresiones
agrias contra Pa Philippe. Puede verse en estos fragmentos una relativización de las
relaciones entre amos y esclavos. Las imágenes buscan producir la imagen del amo bueno
frente al amo malo, figuras trabajadas por J.M. Briceño Guerrero en su “Discurso salvaje”.
La figura de la nana negra es un eslabón de intercambio cultural. Se la quiere como a una
madre y su hijo, Tousaint, pasa a ser un hermano de leche. Por otro lado, entre los negros
hay divisiones dependiendo del origen de cada uno. La esclava Anna era discriminada por
los negros creoles, vista como una extranjera, American negro.
La presencia del vudú aparece también frente a la educación católica que recibe Laura y la
que ha recibido su madre de las monjas ursulinas. Laura narra cómo Anna saluda en
Bourbon Street a una “big, masculine-looking negro woman who passed by. She told me
later it was Marie Laveau, the “Queen of the Voodous”. (p. 68). De esta manera aparece
este famoso personaje en la historia familiar de Laura. Marie Lavau fue una sacerdotisa
vudú del siglo XIX famosa por sus prácticas mágicas, de quien se dice que murió, pero que
continuó viva unos años más. Su tumba, en el cementerio de Saint Louis, es muy visitada y
venerada. Otros rasgos de los pueblos del Caribe van apareciendo a lo largo de las
memorias. Si bien Laura no cree en la magia vudú, cuenta cómo su madre soñó las
características exactas de la muerte de su propia madre (abuela materna de Laura), a qué
hora ocurrió, qué estaba pasando, a pesar de estar a muchos kilómetros de distancia, todo lo
cual fue corroborado por su padrastro. Se trata, entonces de una visión mágico-religiosa del
mundo, muy propia de las culturas del Caribe. La insensibilidad de los posteriores dueños
de la plantación, de espíritu práctico, contradicen la filiación con la tierra de Laura, pues
piensan en función del beneficio económico: cuidarán la caña de azúcar, pero dejarán morir
el jardín.
También Laura narra el carnaval, una celebración que distingue a Nueva Orleans y la
hermana con diversos lugares del Caribe en los que esta fiesta tiene lugar. Narra también
otros aspectos de un mundo ido, como el duelo por honor al que es retado su tío, la
educación católica de las hijas de los creoles blancos, la vida cotidiana de la plantación, los
vaivenes del precio del azúcar y sus consecuentes efectos en la vida familiar.
A lo largo de las memorias, vamos encontrando un Caribe que ya ha dejado de ser, cuya
transformación fue narrando Laura con la entrada de la modernización y de la progresiva
pérdida de las costumbres y de la lengua, pero en ella queda un testimonio de una frontera
del Caribe que se dibuja en la memoria y su registro escrito y oral, y que ha quedado en una
historia en la que conviven plantaciones, amos blancos y negros, esclavos negros, guerras,
inundaciones, huracanes, carnavales, contrabando, piratería, música sincrética, visiones
mágico religiosas del mundo, lenguas creole, insularidad cultural, confluencia de mundos
encontrados.
REFERENCIAS
Briceño Guerrero. J.M. (2007). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila
Latinoamericana.
Cable W., G. (1984). The Creoles of Louisiana. Gretna, Louisiana: Pelican Publishing Co.
Giménez, L. (1990) Caribe y América Latina. Caracas: Monte Ávila Editores y CELARG.
Locoul Gore, L. (2001). Memories of the Old Plantation Home and A Creole Family Album.
Vacherie, Louisiana: The Zoë Company Inc.
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