La decisión moral: principios universales, reglas generales y casos

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La decisión moral: principios universales,
reglas generales y casos paniculares
GILBERTO GUTIÉRREZ LÓPEZ
(Universidad Complutense)
Por su función práctica, el discurso moral posee una dimensión descriptiva y normativa. Insistir en la normatividad del dircurso moral resulta doblemente insatisfactorio. Por una parte se corre el riesgo de olvidar
los aspectos afectivos y volitivos asociados a la atracción que ejercen el
bien y el valor morales, que en este preciso sentido son literalmente alicientes. Por otra, el de exagerar las semejanzas entre los llamados «códigos» morales y otros tipos de códigos, de carácter más imperativo y heterónomo. Este segundo riesgo parece ir implícito en el análisis de las decisiones morales en términos de normas y reglas, ya que el ámbito típico de
aplicación de estos conceptos es el discurso jurídico. En la medida en que
los códigos legales formasen un sistema de normas deductivo, axiomatizado y formalizado sería posible formular sus axiomas rigurosamente e inferir —o, más exactamente, calcular— sus conclusiones prácticas según
las reglas válidas del razonamiento deductivo. La decisión es por consiguiente única —ad unum determinata— cierta y necesaria ~.
Aun sin negar la plena validez del análisis lógico del discurso moral
dentro de límites muy precisos, sí cabe dudar del rendimiento teórico del
que podriamos llamar, por analogía con el judicial, modelo «codicial» del
1. Al permitir «la formulación rigurosa de los axiomas en un lenguaje puramente
simbólico» la lógica deóntica hace posible eí cálculo jurídico. E. GARCIA MAYNEZ: Los principios de la ontología formal del derecho y su expresión simbólica (México.
Imprenta Universitaria, 1953). p. 9-10. Cfr. KALINOWSKY: Lógica del discurso normativo (Madrid. Teenos. 1975), p. 18. Pero ni el discurso práctico en general ni el ético
en particular se agotan en las expresiones normativas creadas por los funtores deónticos de obligación, prohibición o permisión. Existe un amplio conjunto de expresiones
comparativas basadas en la relación de preferencia entre alternativas en una elección.
cuyo estudio sistemático compete a la lógica prohairética o de la preferencia. Cír. G.
H. y. WRIGHT: The logic of preference (Edinburgh U. P. 1963); K. J. ARROW: Elección
social y valores individuales (Madrid. Instituto de Estudios Fiscales. 1974): A. K. SEN:
Elección colectiva y bienestar social (Madrid. Alianza. 1976) cl. Preferir es, en definitiva.
valorar diferencialmente, es decir, juzgar una alternativa mejor que otra. De ahí la estrecha interrelación de las nociones de elección y de bien.
Revista de Filoso/Ya.
3,a
época, vol. 1(1987-88), págs 127-155. Editorial Complutense Madrid
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razonamiento moral. Sobre todo si se supone que representa los rasgos
fundamentales o más característicos de este o. peor aún, que lo caracteriza
adecuadamente. Pues incluso admitiendo que los códigos morales desempefian una función reguladora de la acción humana, la analogía con
las formas propiamente jurídicas de regulación de la conducta es muy
precaria. Es un lugar común en la historia de las relaciones teóricas entre
derecho y moralidad señalar, si no la oposición irreductible, sí al menos la
distinción entre la obligación legal in foro externo y la obligación moral
in foro interno.
Concebir el fenómeno de la moralidad como un hecho institucional
tal vez sea la única alternativa metodológica seña que se ofrece al científico
social para poder operar con la dimensión sólita, pública y exógena de la
moralidad positiva que recoge la etimología latina del vocablo. Pero igualmente serias son las inevitables restricciones que todo modelo impone a
la realidad sobre la que se aplica. En este caso, los rasgos que se seleccionan para construir el modelo codicial o institucional de la moralidad son
justamente los que la asemejan, por una parte, a la legalidad y, por otra, a
las costumbres en sentido amplio. Ambas comparten idéntica obediencia
a reglas públicas de conducta cuya obligatoriedad está fuertemente respaldada por sanciones sociales, formales en el caso de las conductas reguladas jurídicamente, informales en el caso de las costumbres.
Pero si se incorpora en las normas o reglas morales una referencia intrínseca a las sanciones que llevan aparejadas, no sólo subsiste la dificultad de especificar en qué consiste el significado ético de la sanción sino
que, además, presuponemos una muy determinada concepción
—metaética— de lo que la moralidad es2. Y aunque en principio nada
hay de ilegítimo en sostenerla sería necesario argumentar explícitamente
eh su favor, sin dar por supuesto lo que se pretende probar. El modelo codicial propende a entender la moralidad como una forma ffias refinada,
por interiorizada, de control social ‘~. Como este cumple la función de reforzar la integración del grupo, los aspectos de la moralidad que desde
otra perspectiva metaética aparecen como más decisivos y fundamentales
forzosamente han de quedar en penumbra o ser objeto de explicaciones
ad hoc que disuelven su irreductible especifidad. Entre estos se cuentan
los que recalcan la autonomía del agente moral para tomar decisiones
personales en conciencia aún en contra de las reglas de la moralidad co2. Concretamente, una concepción autoritaria que puede, a su vez, entrañar una
perspectiva etnocéntrica al dar por sentado «que todo código moral incluye la idea de
castigo y recompensa (cuando) hay evidencia de que no es así». J. BARNSLEY: fle social reality qf erhics (Londres. Routledge. 1972), p. 37-8.
3. BARNSLEY, oc., p. 40; G. WARNOCK: Pie ob/ect of morality (Londres. Methuen. 1973), p. 53-5; 1. PARSONS: The social system (Nueva York. Free Press. 1964) p.
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mún, para disentir y resistir aun a costa de la respetabilidad social o para
decidir qué hacer en situaciones imprevistas “. Pero concebir la autonomía y la creatividad como esenciales a la moralidad no es tan sólo una estipulación metaética sino, asimismo, una hipótesis plausible sobre la racionalidad específicamente humana ‘t
Sin duda puede caracterizarse válidamente al hombre como un animal
que sigue reglas en su conducta, destacando con ello el carácter convencional de las regulaciones sociales frente a las regulaciones inalterables de
la naturaleza. Ni siquiera Piaget. nada sospechoso de favorecer las interpretaciones sociologistas de la moralidad, tiene inconveniente en afirmar
que «toda moral consiste en un sistema de reglas, y la esencia de toda moralidad hay que buscarla en el respeto que el individuo adquiere hacia
esas reglas» 6 Esta concepción de la moralidad como sistema de reglas es
compartida por muchos filósofos morales que consideran que estas ocupan un lugar central en la moralidad ~. Pero, sin embargo, no sólo se echa
de menos la mayoría de las veces un análisis sistemático de lo que se entiende por «regla», sino que tampoco se explicitan las razones que permiten suponer que la racionalidad humana en general y la racionalidad moral en particular quedan adecuadamente caracterizadas en el modelo de
razonamiento deductivo que parece indisolublemente ligado a la noción
misma de código como sistema de reglas.
Regulaciones y normas
La idea de regulación desempeña una importante función en la explicación de los comportamientos de los organismos vivos a todo lo largo de
4. No puede olvidarse la presencia de esta perspectiva kantiana en la obra de J.
PIAGET: Lejugement moral chez len/ant (Paris. PUF. 1969) cuando reprocha a la concepción durkheimiana de la moralidad el despojar a esta «de lo que constituye su carácter más profundo y especifico: su autonomia normativa» y advierte del peligro que
corre la explicación sociológica de «comprometer la moral en la razón de estado, en
las verdades de opinión o en el conservadurismo colectivo; en suma, en todo aquello
que los mayores reformadores morales han combatido sin cesar en nombre de la conciencia’> (p. 276).
5. Para un planteamiento incisivo y original de esta plausible hipótesis, dr. D.
HOFSTXDTER: GódeL Escher. Bach (Madrid. Tusquets. 1987). caps. 18 y 19; Metamagical themas (Nueva York. Basic Books. 1985), caps. 21 a 26.
6. PIAGET, oc., p. 1. El autor analiza el proceso de aceptación y adquisición de la
conciencia de las reglas de interacción social que va desde la heteronomia a la autonomm normativa. El concepto reaparece en Problemas generales de la investigación interdisciplinaria y mecanismos comunes, publicado en J. PIAGET y otros: Tendencias de la it,vestigación en las ciencias sociales (Madrid. Alianza. 1973), sección 6 (p. 233-7) dedicada
a los sistemas dc reglas.
7. P. ej.. 8. GERT: The moral rules (Nueva York. Harper & Row, 1973), p. 5.
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la jerarquía estructural, tanto de las especies biológicas como de los niveles de conducta en los individuos de las especies superiores, particularmente en el hombre. Existen autorregulaciones que resultan de la operación de estructuras biológicas y neurofisiológicas más o menos cenadas,
aunque en muchos casos mediadas por procesos cognitivos 8~
Es clásico el ejemplo de las abejas que regresan a la colmena tras hallar alimento y transmiten mediante sus danzas información acerca de este de manera suficientemente eficaz como para permitir predicciones sobre el comportamiento de sus congéneres. Los apiólogos han descubierto
reglas que relacionan ciertos aspectos de la danza con diversas variables
que identifican la fuente de alimento. Pero no por ello es posible hablar
de lenguaje ni de racionalidad en el comportamiento de las abejas. Estas
«no poseen de hecho razones para su comportamiento y por lo tanto sus
danzas no son simbólicas en sentido literal ni constituyen un lenguaje».
Las danzas de las abejas son reguladas por desarrollarse conforme a regas, pero no puede decirse que las abejas posean reglas de acuerdo con
las cuales dancen. Afirmar que sus danzas son regulares, pero no guiadas
por reglas no equivale a sostener que su regularidad sea expresión de leyes
determinísticas ya que entonces sería causalmente imposible que una abeja infringiese las reglas, cosa que de hecho ocurre. Para afirmar que un ser
sigue reglas es necesario que sea capaz de contravenirlas de cierta manera, no por error o inadvertencia sino intencionadamente. Esto es. de ser
consciente de las reglas como tales ~>.
Las reglas de cobertura del comportamiento danzante de las abejas difieren pues de forma radical de aquellas otras reglas que son convencionales en el sentido más literal del término por estar vinculadas a estructuras abiertas y no determinadas en su contenido por ellas. Son estas las que
constituyen el ámbito de la normatividad propiamente dicha.
Existen distintos tipos de normas que por sus complicadas relaciones y
semejanzas pueden caractenzarse con el concepto wittgensteiniano de
8. El funcionamiento de las estructuras vivientes y organizadas supone, en efecto,
la selección o elección entre los elementos internos o externos, lo que explica la importancia de la información que es necesaria para llevarlas a cabo. Esta puede ser inme-
diata o mediata según la distancia espacio-temporal entre el estimulo y la respuesta. A
medida que esta aumenta interviene además la noción de significación, pues un elemento que no sea integrable como talo carezca de valor funcional directo o inmediato
para el organismo, puede en cambio ser representante de estructuraciones o funcionamientos posteriores. Este elemento «representante» puede no ser reconocido como tal
por el organismo y en este caso almacenarse como reserva de información para ser utilizado más tarde. Pero puede serlo y convertirse así en un estímulo «significativo» que
acerca el organismo al umbral de los sistemas de comunicación propios del conocimiento humano. PIAGET. Problemas generales... p. 2 10-2.
9. 1. BENNETT: Rationality (Londres. Routledge. 1967) p. 8-16.
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«familia» lO Como introducción a su investigación sobre los fundamentos
de la lógica deóntica von Wright mostró las complicadas relaciones de parentesco que ligan entre si distintas ramas de la familia de las normas
Entre ellas se incluyen las reglas propiamente dichas que comprenden
tanto las reglas de los juegos —las pautas con arreglo a las cuales se instituyen los juegos mismos y se definen los movimientos permitidos, prohibidos y obligatorios para los jugadores — como las reglas de la gramática
de los lenguajes naturales y las reglas de los lenguajes artificiales propios
de los cálculos lógicos o matemáticos. Las reglas gramaticales son más Ilexibles y variables que las de un juego, dado que están en constante desarrollo y no pueden por ello enunciarse en un momento dado de la historia
de un idioma de forma exhaustiva y sistemática; por otra parte, y a diferencia de los juegos y los cálculos, un rasgo esencial y exclusivo del lenguaje natural es su productividad y creatividad, que capacita a los hablantes para construir y entender un número indefinidamente grande de oraciones nuevas 12 esto es, oraciones cuyo significado no es decidible de forma unívoca en virtud de una regla antecedente. Esta plasticidad se
manifiesta en la textura abierta de los conceptos del lenguaje natural y
fundamenta la crítica de Wittgenstein a quienes conciben el proceso de
entender o usar un lenguaje como una operación de cálculo con reglas
definidas.
Otros miembros de la familia son los preceptos legales o leyes en sentido amplio —que comparten, entre otras, las características de originarse
en la voluntad de un legislador, ser promulgadas explícitamente y contar
con el respaldo de sanciones formales— y las reglas prácticas de formulación típicamente hipotética que. a modo de instrucciones o normas de
uso, prescriben los medios técnicos necesarios para alcanzar un fin. Lugar
destacado ocupan las normas consuetudinarias o, genéricamente, las costumbres. En cuanto especie de los hábitos crean una disposición regular a
hacer cosas similares en ocasiones similares o recurrentes. La semejanza
lo. P. ej.: L. WIrFGENSTEIN: Philosophische Untersuchungen (Francfort. Suhrkamp. 1977), n. 66-67. Cfr. G. BAKER y P. I-IACKER: An analytical coinmentary on
Wittgensíein s Philosophical Investigations (Oxford. Blackwell. 1983) p. 130-6; Wittgenstein:
Meaning and Understanding (Oxford. Blackwell. 1983) p. 334s.
II. G. H. von WRIGHT: Norma y acción (Madrid. Tecuos. 1970). cl, passim para
todo lo que sigue.
12. Esta caracteristica del lenguaje ya fue advertida por Humboldí cuando afirmabaque «el lenguaje sc enfrenta propiamente con un ámbito infinito y verdaderamente
ilimitado, con el conjunto ~Inbegri/Jjde todo lo pensable. Para ello ha de hacer un uso
infinito de medios finitos, y puede hacerlo gracias a la identidad de la fuerza generadora del pensamiento y del lenguaje»:Einleitungzum Kawi-Werk. Ueber dic Verschiedenheit der menschlichen Sprache
recogido en Schr~/ten zur Sprache (Stuttgart. Reclam.
1973) p. 96.
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de estas regularidades sociales con las que estudian las ciencias de la naturaleza ha permitido a la sociología concebirse como física social o ciencia de las costumbres. En cuanto usos sociales definen formas de vida
—en el sentido de Wittgenstein 13 y guardan una estrecha relación con
las reglas que, de manera análoga, definen los juegos del lenguaje. Pero en
cuanto que van acompañadas de cierta presión normativa y de sanciones
informales se asemejan tanto a los preceptos legales que puede hablarse
con propiedad de derecho consuetudinario.
Una última e importante rama de la familia de las normas incluye las
reglas ideales que definen lo que debe hacerse en términos de lo que debe
ser; esto las asocia estrechamente con los tipos ideales o formas básicas
de vida —ahora en el sentido de Spranger IC. y en definitiva con el concepto de bien y de vida buena. Son estas precisamente las nociones centrales de la moralidad entendida como el camino de perfección que conduce a Ja realización de un ideal de excelencia humana, lo que resalta Ja
dimensión estética de la belleza y la fealdad morales 15
Es obvio que para nuestro propósito, el grupo más importante de normas son las morales, que presentan «complicadas afinidades lógicas con
los otros tipos principales de normas» y resultan particularmente dificiles
de clasificar, por el hecho mismo de que toda clasificación remite de for13. P. ej., Philosophische Untersuchungen n.” 19. 23
14. Para quien son estas más bien «tipos ideales básicos de la individualidad» de
intemporal carácter «que han de ser referidos como esquemas o estructuras normativas a los fenómenos de la realidad histórica y social». E. SPRANGER: Formas de vida
(Madrid. Revista de Occidente. 1972) p. 149.
15. Concebir la moralidad en términos de ideales y privilegiar los sentimientos estéticos en la apreciación de la excelencia moral podría conducir a la formulación de
una moral ajena a las nociones de culpa y de remordimiento. Este podría ser el caso de
culturas como la japonesa —cfr. R. BENEDICT: The Chrysanthemum aná the Sword
(Boston. Houghton Mifllin. 1946) p. 222-4; R. nARRE y P. SECORD: Pie explanation
of social behaviour (Oxford. Blackwell. 1972) p. 92-3, 143-5— o la de los indios navajos
—cfr. J. LADD: Thestrucwre o/a moralcode Cambridge MA. Harvard U. P. [957)p. 22.
Para L. OLLE LAPRUNE «los juicios de la recta razón, tal como Aristóteles la entiende. formulan las condiciones de la belleza humana más que de la moralidad propiamente dicha... La razón práctica... no es la conciencia con el sentimiento de responsabilidad propiamente moral (sino) la conciencia con delicadezas exquisitas de artista,
con el disgusto por la fealdad, con un vivo amor por todo lo que es nobleza, gracia, belleza»: Essai sur la mora le dAristote (1884: reimpreso en Aalen. Scieutia Verlag. 1979) p.
103; véase, de R. A. GAUTHIER: Magnanimité (Paris. J. Vrin. 1951), caps. 2 y 3; D. RlCHAROS: A rheory of reasonsfor action (Oxford. Clarendon. 1971) p. 116-7. Sobre los
ideales morales, cfr. M. RADER: fico y democracia (Estella. Verbo Divino. 1975), partes II y III; M. OSSOWSKA: Para una sociología de la niara! (Estella. Verbo Divino,
1974) cap. III; D. WRIGHT: Psychology of moral behaviour (Harmondsworth. Penguiri.
1971) p. 31-8; 1. BARNSLEY, oc., p. 52-54.
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ma explícita o implícita a una concepción determinada de la naturaleza
de la moralidad 16
Aunque en cierto sentido instituyen una práctica y definen lo prohibido, lo permitido y lo obligatorio dentro de ella como lo hacen las reglas de
los juegos, no parece razonable concebir la moralidad al modo de un jue-
go. Estos son sistemas normativos autónomos en un sentido muy diferente
de lo que se entiende por autonomía de la moralidad. En ellos las reglas y
los valores son interdependientes en el sentido de que «los valores sólo
pueden identificarse en términos de las reglas y las reglas dependen, para
su validez, de los valores» pero unos y otros son literalmente artificiales
en cuanto instituidos por convención expresa y sin conexión sistemática
con intereses humanos más amplios It Si a pesar de todo se insiste en
mantener la analogía con los juegos, seria más exacto concebir la moralidad como un metajuego 18 de cuyas reglas no es posible desentenderse y
que, por lo tanto, no cabe abandonar sin incurrir en paradojas I~
Tampoco resulta viable la reducción de las normas morales a las costumbres, a pesar de las raíces etimológicas de los términos que designan
la ¿tica y la moralidad o de la dimensión colectiva y cooperativa que poseen los ideales y las prácticas morales de una comunidad. Si las concepciones morales de una colectividad pueden ser a su vez enjuiciadas moralmente y tiene por tanto sentido hablar de disidencia moral. de progreso o
decadencia morales, e instar a la reforma de las costumbres, entonces es
lógicamente necesario que la norma colectiva no sea la definición misma
de lo moral.
Igualmente problemática aparece la equiparación de las normas morales a las leyes. No queda claro el sentido del isomorfismo entre los preceptos morales y los legales ya que en el caso de estos últimos es posible identificar el legislador. el contenido de las leyes promulgadas y, lo que es más
importante, las razones que fundamentan la obligación de obedecer a la
16. Sobre los posibles criterios de identificación de las reglas específicamente morales, cfr. G. WALLACE y A. WALKER (eds): Pie definition of morality (Londres. Metbuen. 1970) p. 1-20; B. GERT oc cap. 4; J. BARNSLEY, oc. cap. 2.
17. J. RAZ: Practical reason and norms (Londres. Hutcbinson. 1975) p. 113-23.
18. D. WRIGHT, oc. p. 13; M. SINGER: Generalization in ethics (Nueva York. A.
Knopli 1961) cap. 5.
19. Sobre la posibilidad del amoralista cfr. G. GUTIERREZ: Más acá de la libertad
y la dignidad, en Los valores éticos en la nueva sociedad democrática (Madrid. Fundación
F. Ebert/Fe y Secularidad, 1985) p. 23-25; R. HARE: Moral thinking (Oxford. Clarendon. 1981) cap. 10 especialmente p. 182-7; sobre paradojas morales en general, cfr. O.
RYLE: Onforgetting the diferente between right and wrong, en A. MELDEN (ed.): Essays
In moral philosophv (Seattle. Univ. of Washington Press. 1958); J. ESLTER: Ulysses and
thesirens (Carnbridge U.P.) cap. 4; D. PARFIT: Reasons and persons (Oxford U.P.) caps.
1-5.
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autoridad, que no puede confundirse con los motivos psicológicos de hacerlo. Pero desde el Eutjfrdn son conocidas las dificultades lógicas que entraña todo intento de basar la bondad o la obligación moral en una suprema autoridad legisladora o incluso en la ley natural: «en general, si la ética normativa que alguien sostiene es autoritaria y las autoridades son racionales para formular los juicios morales, entonces la metaética de ese tal
no puede ser también autoritaria» 20,
Para respetar la estructura finalistica e intencional de la volición
humana y escapar a los paralogismos de la fundamentación autoritaria de
las normas morales se ha buscado asimilarías al género de las normas hipotéticas al que pertenecen las reglas prácticas de tipo instrumental, como
lo han hecho las éticas teleológicas y. más en particular, las consecuencialistas 21• En este caso subsiste la dificultad de especificar, con independencia de toda noción previa de bien o mal moral, los fines que hacen moralmente obligatorias ciertas formas de conducta, así como los resultados
contraintuitivos que produce la reducción de la moral a interés 22 Si, por
el contrario, se atribuye a las normas morales una autonomía radical que
las convierta literalmente en sui generis se tropieza con escollos insupera-
20. 8. M. COHEN: Socrates on Me definition ofpiety, en O. VLASTOS (ed): Pie philosophy of Socrates (Garden City NY. Doubleday. 1971) p. 159; cfr. R. BRANDT: Teoría
ética (Madrid. Alianza. 1982) cap. 4.
21. P.ej. 1. HARSANYI: Ethics in terms of kvpothetical imperatives «Mmd» 67(1958)
305-16, repr. en Essays in ethics~ social behaviour and scientWc explanation (Dordrecht. 13.
Reidel. 1976) p. 24-36.
22. Como lo pretendia Hume al afirmar que una teoría moral no podría servir a
ningún propósito útil «a menos que pudiese mostrar con todo detalle que todos los deberes que recomienda coinciden también con el verdadero interés del individuo»: An
enquiry concerning the principIes of morals, Sección IX, Parte II (Oxford. Clarendon.
1966) p. 280. Pero «una teoría así seria demasiado útil: si el deber no fuera más que interés, [a moral seda superflua»: 13. GAUTHlER: Morais ¿‘y agreement (Oxford. Clarendon. 1986) p. 1; sobre las relaciones entre moral e interés cfr.. del propio Gauthier: Moraliry and advantage «Philosophical Review» 76 (1967) 460-75, reproducido en G. WALLACE y A. WAILKER (eds.) oc. p. 235-50 y en la recopilación de D. Gauthier: Morality and rational self-interest (Enflewood Clifís NJ. Prentice-Hall. 1970) p. 166-80, así
como su introducción a esta antologia, p. 1-23; C. MORRIS: Pie relation between selfinterest andjustice ¡ti contractarian ethics, en E. E. PAUL (cd.): Fije new social contract. Essays on Gauthier (Oxford. Blackwell. 1988) p. 119-53; T. NAGEL: Pie possibility of altruism (Princeton NJ. Univ. Press. 1970) passim; R. BRANDT: A theory ofthegoodand
ihe right (Oxford. Clarendon. 1979), passim, pero esp. cap. 17; 13. PARTIT: Prudence,
morality atid prisoners dilemma (Oxford U. P. 1981; reproducido en J. ELSTER (cd):
Rational choice (Oxford. Blackwell. 1986, p. 34-59); tr. esp. en «Diálogo Filosófico» 13
(1989) 4-30 la ya citada Reasotis atid Persotis, caps. 6-8; G. GUTIEREZ: La congruencia
entre lo bueno y lo justo «Revista de Filosofía» 2t Serie 2(1979)39-54.
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bIes de índole epistemológica. que los críticos del llamado intuiciontsmo
ético no han dejado de señalar.
Lo que llevamos dicho permite apreciar las complejidades internas del
ámbito de aplicación del concepto de norma y la dificultad añadida que
inevitablemente presentará todo intento simplista de reducir las normas
morales a un único y específico tipo de norma, como parecen sobreentenderlo sin mayores precisiones muchos de quienes propugnan la aplicación del modelo codicial a la moralidad. Aunque una versión refinada
de este modelo se ccntrará en la innegable función que desempeñan las
normas y reglas morales en la economía de las decisiones prácticas, sigue
siendo dudoso que en última instancia capte las características especíticas
del razonamiento que conduce a la decisión moral.
La función propia de una regla, entendida genéricamente como algo
que prescribe, proscribe o autoriza la realización u omisión de ciertas acciones es la de excluir o al menos reducir las alternativas posibles en las
circunstancias particulares en las que se aplica, aumentando así la probabilidad y, por tanto, la previsibilidad de un efecto deseado. Son estas caracteristicas de las reglas las que explican el enonne rendimiento social de
la conducta regulada y la presión favorable a la extensión del área de las
conductas institucionalizadas. A este proceso corresponde, en el ámbito
de la conducta individual, la adquisición y el mantenimiento de ciertas
tendencias, disposiciones y hábitos que, al eliminar la necesidad de deliberación. simplifican los actos mtinarios y recurrentes de la conducta co-
tidiana. La filosofía moral prestó atención a este modesto pero importante
aspecto de la acción humana desde sus comienzos históricos en Grecia.
englobándolo genéricamente dentro del tratamiento de los hábitos y las
virtudes. Pero ha de tenerse en cuenta que la acción virtuosa remite a un
principio de operación que es intrínseco al agente y que permite hablar,
con mejor o peor fortuna, de una segunda naturaleza, mientras que actuar
conforme a reglas presupone una determinación kaí~xothen, extrínseca al
sujeto. lo que hace problématica la conexión entre obligación y motivación.
En efecto, como criterio a la vez general y extrinseco, toda regla tiende
en cuanto tal a sustraer al arbitrio del sujeto la determinación de la bon-
dad o malicia de la acción que cae bajo ella. Concebir el proceso de deliberación moral, o incluso el juridico, según el modelo de la aplicación de
una regla general a un caso concreto plantea al menos dos tipos de problema. Uno de ellos es. precisamente, el del tipo de razonamiento necesario para apreciar que una acción o un caso particular son o no subsumibIes bajo la regla; o, de forma inversa, el de la contracción o individuación de la regla. El otro problema es el relacionado con la justificación de
la propia existencia de la regla.
Gilberto Gutiérrez López
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Para qué las reglas
Lina teoría moral es una teoría de las razones para actuar moralmente.
Actuar moralmente es una cierta forma de actuar racionalmente. Es decir,
entre otras cosas, de forma intencionada y voluntaria. En el esquema teleológico clásico esto presupone la aprehensión intelectual de la ratio ¿‘onu
que presentan los objetos de la voluntad 23 Toda acción es intentada en
cuanto productiva de un bien en un sentido de «producción» que incluye
tanto la causación objetiva de buenos efectos como la consecución por el
agente de sus fines subjetivos. Si la naturaleza de los bienes determina la
de las acciones que los producen, es obvio que la condición moral de una
acción vendrá especificada por la bondad moral de los objetos propuestos
a la voluntad del agente. De lo cual sc sigue que ninguna teoría ¿tica haya
podido disociar por entero la bondad moral de las acciones de la bondad
de los efectos producidos por ellas 24
que algunas de ellas sostengan Incluso que la corrección moral de una acción depende íntegramente de
sus consecuencias 25
Puede imaginarse dos situaciones ideales según el tipo de relación que
guarda una acción individual con sus consecuencias. En la primera la acción produce por si misma e inmediatamente los resultados buenos. En la
segunda, la naturaleza misma de los efectos requiere que sean producidos..
o
23. La idea básica se encuentra tanto en Aristóteles (EN 1094a3) como en Santo Tomás: «id quod appetitur,appetitur vero ut est conveniens aut bonum» (5. Th. 1 q.80 a.2
ad 2); «bonum intellectum est obiectum voluntatis. et movet ipsam ut finis» (U q.82
a.4 ad resp.); cfr. U. 1-2 q.l a.3 ad resp.: q.9 al ad resp.; «voluntas enim, inquantum
huiusmodi, movetur a suo obiecto, quod est bonum apprehensum»: Coní. Genn 3,26
circa finem: y es aceptada no sin reservas por Kant en su versión de «antigua fórmula
de las Escuelas» cuando afirma, en el segundo capitulo de la Analítica de la Razón
Práctica, que «nihil appetimus nisi sub ratione boní, nihil aversamur nisi sub ratione
mali». L. BECK: A commentary on Kant\ Cririque of Practical Reason (Univ. of Chicago
Press. 1960) p. 131. nota 9. no localiza la formulación exacta, pero si una parecida en
Wolffy en Baumgarten. Cfr. E. ANSCOMBE: Intention (Oxford. Blackwell. 1957) $21,
39-40.
24. Cfr. p. ej., M. SINGER: oc., cap. 4.
25. La leona Consecuencialista sostiene específicamente que, en una situación dada, la acción correcta es la que produce el mejor resultado global posible desde una
perspectiva impersonal que concede igual peso a los intereses de todos los afectados.
Cfr. S. SCHEFFLER (ed): Consequenrialism and its critics (Oxford U.P. 1988). Pero como
no se puede afirmar, so pena de incurrir en una regresión infinita, que todo lo moralmene valioso tiene valor en virtud de sus consecuencias, es lógicamente necesario afirmar que hay cosas que poseen valor intrínseco. Lo distintivo del Consecuencialismo
es afirmar que lo único intrinsicarnente valioso son precisamente los estados de cosas
que las acciones contribuyen a producir. Clix J. SMART y 8. WILLIAMS: Utilitarismo,
pro y cOntra (Madrid. Tecnos. 1981).
La decisión moral: principios universales...
137
mediante la coordinación de acciones diversas, del mismo agente o de
agentes distintos. En el primer caso, además, es imaginable una doble posibilidad: que el agente pueda o no verificar por sí mismo la eficacia de su
acción individual en la producción de los efectos, de forma tal que, en caso afirmativo, pueda adoptar su decisión en condiciones —en el límite—
de certeza. La información disponible en el momento de la elección sobre
los efectos y consecuencias de la acción elegida es. pues, función de la naturaleza de la relación causal entre la decisión individual y sus efectos. Esta relación viene determinada por la naturaleza del entorno en el que se
adopta la decisión. Las dos situaciones ideales mencionadas configuran
dos entornos típicos que determinan la naturaleza dc la racionalidad de
las decisiones 26
En la situación ideal del primer tipo la acción que eligiría un hipotético
agente moral plenamente racional y perfectamente informado22 seria por
definición aquella cuyas consecuencias fueran las mejores posibles en esa
situación. Varias teorias morales han considerado que las situaciones de
este tipo son el paradigma mismo del razonamiento que se aduce para
fundamentar los principios morales 28 Este agente ideal, en efec(o, no juzgaría de la bondad de la acción concreta del modo como se subsume el
caso particular en un principio universal, o como se aplica una regla general al caso individual. Antes bien, su capacidad de aprehender la moralidad de la decisión concreta en su irrepetible singularidad 29es la que le
26. Ene1 entorno paramétrico el agente considera su propia decisión corno la única
variable y los restantes factores —tanto si se trata de agentes propiamente naturales
como de otros agentes personales concebidos como invariantes— como constantes o
parámetros de su problema de decisión. En el entorno astracégicv el agente toma en
cuenta que existen otros agentes con sus propias funciones de utilidad que forman
parte de su entorno y que saben que él forma parte del suyo. Cfr. J. ELSTER: Ulvsses
andchesirens (Cambridge U. P. 1979) p. 18: J. L-IARSANYI: Advances iii undersiandingrational behaviour. repr. en Essays in ethics... (citado en n. II). p. 89-117; sobre las perpicildaces que provocan las expectativas racionales reciprocas. cfr. M. HOLLIS: The canning of reason (Cambridge U.P. 1987) esp. cap. 7.
27. Por ejemplo. el espectador imparcial de Adam SMITH: Pie theory of moral sentimern.s; parte II, sec. 1, cap. 2: en O. D. RAPHAEL (cd): Rritish moralists (Oxford. CIarendon. 1969) vol. 2. núm. 789: o el artóngel de R. HARE: oc. c. 3.
28. Por ejemplo eí Consecuencialismo o Utilitarismo «del acto,>, «extremo,, o «directo»: cfr. oc., en nota 25:13. REGAN: Utilitarianism andco-operation (Oxford. Clarendon. 1980) esp. caps. 2 y 3; y la Etica de situación : cfr. J. FLETCHER: Erica de situación
(Harcelona. Miel. 1970).
29. Entre otras razones por la que aduce Santo Tomás cuando afirma que Dios no
conoce las cosas singulares aplicando las causas universales a los efectos particulares,
pues nadie puede aplicar una cosa a otra a menos que conozca esta de antemano, de
lo que se infiere que dic/a applicatio non potes! e,swe ratio cognoscendi parricularia. sed cogtitttofletfl singularium praesupponit: S.Tlm. 1 ql4 a.l 1 ad resp.; dr. 1 q.57 al sobre el co-
138
Gilberto Gutiérrez López
permite elaborar principios y reglas para su aplicación en aquellas otras
situaciones en las que el agente no conoce con certeza las consecuencias
de su decisión. Pero que, al no tener más valor que el de meras generalizaciones empíricas son estrictamente dispensables.
Parece, pues. evidente que no será necesario recurrir a instituir una regla «si hay razones para prever que los individuos van a actuar de todos
como la regla prescribe que lo hagan» ~<>. Es decir, que si los individuos
tienen buenas razones, independientes de la regla, para realizar u omitir
una determinada acción y, por consiguiente, van a realizarla o a omitirla
en cualquier caso, con regla o sin ella, la existencia de esta se vuelve redundante y superflua. Al menos desde un punto de vista lógico, pues no
cabe olvidar la importante función que desempeña la redundancia en la
comunicación de todo mensaje.
En lo que venimos llamando modelo codicial, sin embargo. el caso paradigmático de observancia de una regla no es el del agente que le limita a
suponer que existen en general buenas razones para obrar de forma habitual como la regla prescribe, sino más bien el del que supone que está
obligado a hacerlo así, «haya o no en cada caso, allí y entonces, buenas
razones para hacerlo así». EJ agente ha de tener razones para creer que la
observancia de la regla es en general —ut in pluribus— beneficiosa, justa
o útil, pero al observarla en un caso panicular no sc limita a hacer aquelío para lo que considera que existen buenas razones. Más bien podría decirse que, cuando una regla existe y se está dispuesto a invocaría, se presupone una especie de disposición a «cerrar los ojos a los méritos del caso
particular», hasta tal punto que podría alegarse que las reglas existen precisamente para eso.
Esto es lo que implican las diferentes formulaciones del llamado «utilitarismo de las reglas» 32a1 considerar que la bondad (o maldad) moral
nocimiento angélico del singular. Hare cree, no obstante, que al enfrentarse con una
situación nueva, el arcángel «será capaz de examinar de inmediato todas sus prop~edades, incluidas las consecuencias de las acciones alternativas, y formular un principio universal (tal vez sumamente especifico) que podría aceptar para actuar en esa situación, sin que importe la posición que él mismo ocupase en ella» «sc., p. 44). Confieso mi incapacidad para entender qué necesidad lógica ni práctica tendría de hacerlo
en una saciedad de arcángeles.
30. 0. WARNOCK, oc., p. 46.
31. Id., ibid
32. También llamado «restringido» o «indirecto», por contraposición al utilitarismo «del acto». Bajo esta denominación se incluyen tanto el «utilitarismo de las reglas» propiamente dicho como la «generalización utilitarista». Para el primero «los
agentes deben seguir eí conjunto de reglas ~ tendria mejores consecuencias si todos
lo siguiesen»; para la segunda, deberían seguir el conjunto de reglas que produciria resultados óptimos si fuese seguido «por el propio agente y todos los demás que estén si-
La decisión moral: principios universales...
139
de los actos individuales deriva de su conformidad con las reglas, las cuales a su vez se justifican apelando a las consecuencias benficiosas (o perniciosas) que se seguirían en la hipótesis de que fueran generalmente
observadas.
El elemento utilitario no es esencial al modelo de las reglas, pues exactamente igual podría hablarse, por seguir con la terminología habitual, de
un deontologismo de las reglas. que no las justificaría por las consecuencias de su general cumplimiento, sino por la bondad o maldad intrínseca
de los actos que ordena o prohibe ‘~. Pero ni su funcionamiento lógico
respecto a los casos particulares ni la actitud del sujeto respecto a ellas
son diferentes en una y otra teoría.
Si tal es el caso ideal de observacia de una regla, parece congruente suponer que, en términos generales, los destinatarios de la regla carecen de
competencia para apreciar por si mismos la bondad del caso particular y
que deben ceder a consideraciones que trascienden su juicio individual.
La certeza que proporciona al agente el asentimiento que presta a la regla
misma —que en última instancia derivaría de la apodicticidad de esta—
desciende a través de la premisa menor del silogismo práctico hasta la decisión concreta. El modelo de las reglas presupone pues una situación
que. por más común que sea, dista mucho de ser paradigmática de lo que
implica una decisión moral individual.
milarmente situados». Los dos tipos básicos de utilitarismo —del acto y de la regla en
sus dos versiones— intentan satisfacer dos propiedades fundamentales de toda teoría
ética correcta: 1) ha de ser la mejor teoría que los individuos como tales puedan seguir,
esto es. que «cuando un individuo satisface la teoria produce las mejores consecuencias que es capaz de producir en las circunstancias en las que se encuentra»: y 2) ha de
ser la mejor teoría que todos los individuos en conjunto puedan seguir, es decir «que si
todos los agentes la satisfacen, entonces la clase de los agentes produce las mejores
consecuencias que pueden producir colectivamente mediante cualquier pauta de conducta». El mejor análisis de los problemas que suscita la producción cooperativa de
buenos resultados es la densa obra defl. REGAN citada en la nota 28; cfr. también las
también citadas de D. PARFIT y las de M. TAYLOR: Anarchy and cooperation (Londres. J. Wiley. 1976). y Pie possibility of cooperation (Cambridge U.P. 1987).
33. Una teoria consecuencialista que definiese como intrinsecamente bueno un estado terminal de cosas en el que fuese mínimo el número de engaños, coacciones y
traiciones, propondría su realización como objetivo moral común para todo agente,
definiría como objetivamente correctas las acciones que contribuyesen a producirlo y
sería «neutral respecto del agente». Lo quc hace no consecuencialista a una teoría es el
hecho de ser «relativas al agente». La diferencia entre ambas es que la primera propondria a todo agente como objetivo de sus acciones que no haya al final engaños,
coacciones ni traiciones: la segunda, que él no engañe, coaccione ni traicione. Para esta sería incorrecto que yo coaccionase a otros, incluso aunque gracias a ello hubiese al
final menos coacción; efr. D. PARFIT, Reason..., p. 27; R. NOZICK: Anarchy, átate and
utopia (Oxford. Blackwell. 1974) p. 28-33.
140
Gilberto Gutiérrez López
No es necesario sostener que la ética kantiana se ajusta plenamente a
este modelo para reconocer que comparte algunas de sus características
formales. La universalidad y necesidad con la que se presenta la obligachin moral no pueden extraerse de la observación de la naturaleza. La insistencia de Kant en la apodicticidad objetiva de la ley moral como fundamento de la certeza subjetiva de la máxima moral está ligada a su concepto del conocimiento como aprehensión de la Gesetzlichkeit por la que necesariamente todo ocurre en la naturaleza o debe ocurrir en la libertad.
Pero no se sigue que el carácter apodíctico de la ley moral haya de procurar al agente, además, la certeza de que la bondad de su acción concreta
no depende en principio de sus consecuencias en el mundo real, de forma
semejante a como la fe ofrece al creyente un conocimiento indudable y
cierto de sus objetos que ni necesita ni tolera ningún recurso a la experiencia. Kant afirma taxativamente que las leyes morales «ordenan absolutamente. cualquiera sea su resultado, e incluso obligan a abstraer absolutamente de él cuando se trata de una acción particular... Todos los hombres podrían tener bastante con esto si (como debieran) se atuviesen tan
sólo a la prescripción de la razón pura en la ley. ¿Qué necesidad tienen de
saber el resultado de su hacer moral que el curso del mundo llevará consigo? Para ellos es suficiente hacer su deber, aún cuando con la vida terrena
se acabase todo y en esta incluso no coincidiesen nunca felicidad y
dignidad»
~
Preguntarse por el sentido que tiene hablar de certeza en materia de
moralidad es plantearse de forína radical lo que se espera de una teoría
ética. Desde las primeras páginas de la Etica a Nicómaco Aristóteles excluye el rigor y la exactitud (akribeia) de los asuntos morales, pues la propiedad más notable de estos es su carácter errático: no en vano el término
que la designa —plane— es el que sirve para distinguir los astros errantes
—los planetas— de las estrellas fijas ‘~. Ciertamente el concepto aristotéli-
co de exactitud no es intercambiable con el de certeza kantiano. Este
mienta el carácter incomovible del asentimiento que prestamos al principio objetivo de la moralidad; aquel, el grado de determinación con que
podemos formular el principio para subsumir en él el caso singular.
Aunque Kant sostiene que «es suficientemente claro para cada uno Jo
que debe hacer para mantenerse en el carril del deber (im Gleise der
Itflicht)»3~ sin necesidad prinzipielí de atender al curso de los acontecl-
34. La religión dentro de los limites de la mera razón, Prólogo a la primera edición.
Edición de K. VORLANDER (Hamburgo. Felix Meiner. 1966) p. 7.
35. EN 1094b16. Cfr. W. HARDIE: Arisrotles ethical theory (Oxford. Clarendon.
1980) p. 31-4.
36. La paz perpetua. Edición de El. VOLÁNDER en Kleinere Sebrifien zur Geschichtsphilosophie. Ethik und Politik (Hamburgo. Felix Meiner. 1973) p. 152.
La decisión moral: principios universales...
141
mtentos, formula no obstante la reserva de que ha de procederse «según
reglas de sabiduría». Pero resulta imposible concebir la formulación de
estas reglas de forma que no implique examinar empíricamente a dónde
conduce, en cada caso concreto, seguir el carril del deber. En Sobre un presunto derecho a mentir porfilantropía el propio Kant aprueba la observación
de Constant según la cual «siempre que un principio demostrado como
verdadero parece inaplicable, es que ignoramos el principio intermedio
que contiene el medio de su aplicación», pero este «no puede encerrar sino la más precisa determinación de la aplicación de (aquél) a los casos
que se presenten, mas nunca excepciones a él»3’. Aunque Kant no muestra
la conexión sistemática de esos principios intermedios —las reglas de la
sabiduria o de la política en su caso— con los extremos entre los que media, al menos queda claro que la certeza que confiere al agente el carácter
apodíctico del principio universal desciende así, a través de los principios
intermedios, hasta su propia decisión individual.
Aun aceptando la utilidad de reglas que, al cubrir ciertos casos recurrentes, ahorran perplejidad a los sujetos. confieren previsibiidad a su conducta
y garantizan bajo ciertas condiciones la consecución de los unes para los que
han sido instituidas, lo cierto es que el estatuto lógico de toda regla es por
definición secundario. La razón última de la institución de una regla no
es ella misma una regla sino un juicio sobre la bondad o maldad moral —
si intrínseca o consecuencial importa menos en este respecto— de las propias acciones que regula. Y es evide ate que estas propiedades de las acciones no pueden derivarse de su adecuación o inadecuación a las reglas. Sólo es posible entenderlo así gracias a una ilegítima analogía con la validez
o nulidad legal de un acto juridico. Carece de sentido decir que una norma moral hace buena una acción de la misma manera que la norma legal
hace válida una actuación determinada conforme a ella. Más aún, las
mismas razones que se alegan para considerar que una acción X es moralmente condenable y. por tanto, debe prohibirse. son las que justifican
la adopción de una regla que prohiba las acciones del tipo X. Parece evidente que el hecho de que fumar en un polvorín sea peligroso no es meramente una razón para aceptar una regla que prohiba fumar, sino que es
directamente una razón para no fumar38.
Si estas observaciones son acertadas, comprobamos una vez más que
la regla es en sí misma redundante y superflua para explicar el razonamiento que precede a la decisión moral, sin que se vea qué añade a la
creencia acerca de la índole moral de los actos que regula, ni en qué medida la formulación de esta creencia en los términos de una regla le proporciona un peso adicional a la hora de tomar la decisión. Pero nada de
37. En la edición citada en la nota anterior, p. 203-4; cito por la traducción dei. M.
Palacios en 1. KANT: Teoría y práctica (Madrid. Tecnos. 1986) p. 64.
38. G. WARNOCK, oc. p. 63.
142
Gilberto Gutiérrez López
esto impide que disponer de reglas y observarlas sea en si mismo y siempre un atentado contra la racionalidad.
El que de ciertas acciones individuales se sigan consecuencias colectivas —bien directamente, bien indirectamente por sus efectos acumulativos o por su repercusión en la producción de bienes públicos mediante la
cooperación— hace razonable la institución de sistemas públicos de reglas. En una perspectiva meramente jurídica la expectativa, también pública. de atenimento a ellas confiere un alto grado de seguridad jurídica a
los individuos frente a posibles formas de discriminación injusta, garanttza cierta medida de coherencia y de consistencia a las instituciones y rodea determinadas actuaciones de garantías procesales. Pero la institución
de un sistema de reglas resulta razonable incluso con criteros morales estrictamente consecuencialistas que califican moralmente los actos por su
contribución directa a la producción de buenos efectos. Como la experiencia enseña que confiar al exclusivo juicio del agente individual —
imperfectamente racional— la ponderación del conjunto de factores que
aseguran la decisión óptima en cada caso particular produce consecuencias peores, es aconsejable subordinar su juicio a la observancia de una
regla general que produce mejores consecuencias si es observada por todos o por un gran número ~.
Pero aún así sigue siendo cierto que la decisión misma de subordinar
el juicio individual en el caso particular al mejor juicio contenido en la
formulación de la regla que subsume el caso particular no puede justificarse apelando a esa regla. Antes bien la decisión moral está indisolublemente ligada a la apreciación personal de la relación que existe entre las
razones y los principios morales, por una parte, y las circunstancias relevantes de la situación, por otra. Se trata, por consiguiente, de un acto de
raciocinio práctico que va más allá de la mera aplicación de una regla
previamente aceptada a un caso particular. El peso de la cuestión descansa en la diferencia que existe entre aplicar reglas, por un lado, y razonar
con arreglo a principios, por otro.
Aplicar reglas
Antes se ha sugerido que entender el proceso de deliberación moral según el modelo codicial implicaba trasladar injustificadamente ciertas formas del razonamiento jurídico a la esfera de la moralidad. Esa afirmación
parecía dar por sentado que el modelo de las reglas representaba adecua39. Este es el defecto básico de la teorías centradas en la apreciación de las consecuencias beneficiosas de los actos individuales como el utilitarismo del acto, y que se
buscó corregir mediante las formulaciones ya mencionadas en la nota 32. Cfr. R. HARROD: Urilicarianism revised «Mmd» 45(1936) 137-156: U. REGAN. oc, cap. 12.
143
La decisión moral: principios universale&..
damente las características del razonamiento que conduce a la decisión
judicial 40, Pero este supuesto, sobre el que descansa en gran medida el positivismo jurídico, puede ponerse en duda introduciendo una distinción
entre principios y reglas.
Para el positivismo legal, el derecho de una comunidad es «un conjunto de reglas especiales utilizadas por la comunidad directa o indirectamente con el propósito de determinar qué conductas serán penadas o impuestas coactivamente por los poderes públicos». Estas reglas «no se identifican por su contenido sino por la forma como han sido adoptadas o
desarrolladas», lo que permite no sólo diferenciar las válidas de las inválidas dentro del sistema de reglas, sino a estas en su conjunto de otros tipos
de regulaciones sociales o morales. Para esa comunidad el derecho es
coextensivo con ese sistema de reglas, hasta el punto de que, si un caso
particular no cae bajo ninguna regla «porque ninguna es apropiada o si
lo parece es vaga, o por cualquier otra razón» entonces el caso no puede
decidirse aplicando la ley, debiendo el juez recurrir a criterios extralegales
que le permitan confeccionar una nueva regla o completar una antigua.
En consecuencia alguien tiene una obligación legal únicamente cuando
su caso particular cae bajo una regla válida que le exige que haga o se
abstenga de hacer algo41.
Dworkin reserva la dominación.de «principios» para designar. de forma genérica. el conjunto de criterios que emplea un juez para llegar a una
decisión y que en sí mismos no son reglas del sistema legal; y de forma específica, aquellos criterios que han de observarse, no tanto porque su aplicación «promueva o garantice una situación económica, política o social
que se juzgue deseable, sino porque responden a una exigencia de justicia,
de equidad o de alguna otra dimensión de la moralidad». Así entendidos,
los principios se distinguen de las «políticas» (policies) que son precisamente el tipo de criterios «que proponen un objetivo que ha de alcanzarse
y que consiste por lo general en la mejora de alguna característica económIca, política o social de la comunidad» 42~
La diferencia entre principios y reglas es de índole lógica. Ambos
apuntan a la decisión que debe tomarse en circunstancias particulares sobre lo que constituye una obligación legal, pero difieren en el carácter de
la directriz que ofrecen 43. Cíñéndonos momentáneamente a las reglas, su
característica más singular es que son disyuntivas en su aplicación: o se
.
40. Véase, para lo que sigue. R. DWORKIN: Taking rights seriously (Londres. liuckworth. 1978) caps. 1 y 2. Cito por esta edición, pero hay traducción española: Los derechos en serio (Barcelona. Ariel. 1984).
4?. id. p. ¡7.
42. Id., p. 22.
43. Id., p. 24.
144
Gilberto Gutiérrez Lápez
aplican o no se aplican. Si se dan las condiciones que la regla estípula, entonces, o bien la regla es válida y el fallo es inapelable, o bien no es válida
y entonces no viene a cuento invocaría para tomar la decisión, hasta el
punto de resultar pmblemático hablar de «decisión» en sentido propio cuando se trata de aplicar reglas. En expresión de Wittgenstein, «cuando sigo la regla no elijo; sigo la regla a ciegas» Con las salvedades hechas más arriba,
parece razonable afirmar que así funcionan las reglas de los juegos. En rígor una regla no admite excepciones pues nada se opone, en teoría, a que
pueda reformulársela incorporando la excepción. de forma que toda regla
que no lo hiciese así sería incompleta. En un juego completamente determinado por reglas estas no dejan lugar a dudas, pues. «le taponan todos
‘~.
los agujeros»
~.
Esto se explica si tenemos en cuenta que el esquema de razonamiento
que subyace a la aplicación de la regla al caso particular ha de estar contenido en la formulación de la regla como la conclusión en las premisas.
Para ello es preciso incorporar a este modelo las propiedades formales
que permiten proceder deductivamente. En primer lugar, la formulación
sin ambages de la regla; a continuación, la determinación inequívoca de
los procedimientos de decisión: por último, la definición precisa de las
condiciones necesarias y suficientes para que un determinado acontecimiento en el mundo constituya un caso particular de aplicación de la regla. Esto equivale a seleccionar determinados rasgos de las actuaciones
humanas cuya sóla presencia permita clasificarlas dentro de la categoría
de «caso particular».
Tenemos así, por una parte, un código o sistema de reglas y, por otra
una serie de hechos que entrarán o no las categorías que define el código,
según que se cumplan o no determinadas condiciones previamente estipuladas. La misión del juez o árbitro consiste en conectar ambos conjuntos, verificando si se dan o no las condiciones que permiten subsumir los
hechos en la regla o, lo que es equivalente, contraer la regla al caso individual. La tarea que compete al árbitro en un partido de fútbol deja escaso
margen para la discreción y la interpretación individual. Dicho con más
precisión, el árbito no tanto interpíeta la regla cuanto aprecia que concurren las circunstancias que la hacen de aplicación automática. Y esas circunstancias se dan o no se dan, sin términos medios: el balón entra o no
entra en la portería, el jugador toca o no toca el balón con la mano, etc. La
regla, por lo tanto, se aplica o no se aplica. Para ello es necesario que tanto
la formulación de la regla como la definición de los hechos relevantes carezcan, al menos en teoría, de toda ambigúedad.
44. Philosophische Unteru¿chungen nY 219.
45. Id. nY 84.
46. DWORKIN. oc, cap. 4.
La decisión moral: principios universale&..
145
En términos prácticos todo esto implica que las actuaciones y conductas a las que se aplica la regla han de ser susceptibles de una definición
precisa. según rasgos netamente definidos y reconocibles como tales. Pero estas circunstancias sólo concurren en las conductas relativamente estereotipadas y artificiosas como son los juegos, las transacciones comerciales, las ceremonias litúrgicas, etc. pero están ausentes en los casos de
perplejidad o de conflicto moral o legal
‘~.
Análisis formal y textura abierta
Hemos llamado la atención sobre las analogías del razonamiento normativo dentro del código con el razonamiento deductivo y, más específicamente, con los cálculos. La aplicación del modelo de análisis formal
propio de la lógica deóntica necesariamente supone la plena definibilidad
de los términos, conceptos y principios morales‘Q en principio, los problemas derivados de la «porosidad» o «textura abierta» de los conceptos
empíricos se plantean por su propia naturaleza en todo intento de traducir un lenguaje natural a un lenguaje formal y. por tanto, artificial 48~ No
obstante, en el caso específico del razonamiento moral, único que aquí
nos interesa, la aplicación del modelo añade ciertas presuposiciones metaéticas que no es fácil concebir como éticamente neutrales
Una de las dificultades a las que se enfrenta el intento de reproducir
en el modelo de análisis formal las características específicas del razona‘~.
47. KAiL¡NOWSKI, oc. píS.
48. Cfr. para lo que sigue: F. WAISSMANN: J”erflabiliíy, repr. en: A. FLEW (cd.):
Logic and language (Oxford. Blackwell. 1963) vol. 1. p. 117-44;]. KOVESI: Moral notions
(Londres. Routledge. 1967); J. BRENNAN: Pie open-texture of moral concepts (Londres.
Macmillan. 1977); 0. GIJTIERREZ. nota crítica a esta última obra: «Revista de Filosofia» 22 serie, 2(1979)105-lío.
49. Los cultivadores de la lógica deóntica reconocen que ella no agota el ámbito de
la argumentación moral. cfr. J. MUGUERZA: Otra vez «es» y «debe» en La razon sin esperanza (Madrid. Taurus. 1977) p. 198. Pero el mero hecho de presentarse como «mstmmento de la meíaética» no garantiza que el análisis lógico-deóntico sea «moralmente aséptico»: dr. J. RODRIGUEZ MARIN: Lógica deántica (Universidad de Valencia. 1978) p. 34-5. las relaciones entre aiea y metaética son bidireccionales; véase T.
TANNSJO: The relevance of meíaethics lo ethics (Estocolmo. Almqvist & Wikscll. 1976)
cap. 6 y pp. 18 y 212. Por ejemplo, la clasificación tricotómica de los actos morales en
obligatorios, permitidos y prohibidos deja fuera los supererogatorios: cfr. J. URMSON:
Sainis and heroe.s en A. MELDEN, oc. p. 198. 201, 207; la codificación parece exigir la
reducción de todos los valores a una escala unitaria, lo que «violenta nuestras intuiciones morales elementales»: cfr. L. KOLAKOWSKI: El racionalismo como ideología y <Vica Sm código (Esplugues. Ariel. 1970) p. 152-3.
146
Gilberto Gutiérrez López
miento moral proviene del hecho ya mencionado de que, en términos estrictos, la aplicación de la regla a un caso relevante ha de estar exenta de
ambigíledad y ser inequívocamente decidible. Pueden darse dos supuestos. En el primero de ellos, si los hechos que hacen al caso son claros, pero
no lo es qué regla debe aplicarse, nos hallamos a primera vista ante un
conflicto de reglas. Nada se opone en principio a que exista una regla de
rango superior en cuya virtud pueda decidirse cuál ha de prevalecer, en el
supuesto insoslayable de que el código es un conjunto ordenado y un sistema coherente. Si esto es así, se disuelve incluso el propio supuesto inicial de un conflicto entre reglas, y la contradicción, que demuestra ser sólo
aparente, queda superada en una reformulación ampliada de la regla. En
el segundo supuesto, si los hechos que hacen al caso son ambiguos y no
permiten decidir si este cae o no bajo una determinada regla, tampoco es
imposible reformular la regla añadiéndole especificaciones que incluyan
todas las características relevantes que permiten describir los hechos sin
ambages.
En cualquiera de las dos alternativas el supuesto común es que el caso
particular puede ser adecuadamente definido por la regla. Pero esto es verdadero todo lo más en el caso de las reglas llamadas por Searle «constitutivas» que crean ex novo la actividad misma que regulan, pero no en el de
las «regulativas», que reglamentan una actividad que preexiste a ellas s~.
Así, por ejemplo, las reglas de un juego como el ajedrez, en la medida que
instituyen, al definirlos, el conjunto de movimientos en los que consiste la
actividad de jugar al ajedrez, permiten en teoría la descripción conipleta y
anticipada de todas las situaciones posibles de forma tal que toda cuestión que pueda suscitar su aplicación queda dirimida de antemano.
Ya mencionamos antes la impropiedad de concebir el proceso de
entender o significar en un lenguaje natural como si se tratase de operar
con un cálculo definido de reglas. Para Friedrich Waissman —que cree Interpretar con su concepto de Porositdt der Begriffe las referencias de Wittgenstein a los conceptos que, como el del «juego», poseen contornos
borrosos 51. carece de sentido hablar de una definición exhaustiva teniendo en cuenta que es precisamente esa textura abierta de los conceptos
empíricos «la que nos impide verificar de forma concluyente la mayor
parte de nuestros enunciados empiricos; los términos que aparecen en
ellos son no-exhaustivos, lo que significa que no podemos prever completamente todas las condiciones posibles en que hayan de usarse, todas las
circunstancias posibles en las que el enunciado resulte verdadero o falso»52. Si fuésemos capaces de describir situaciones de forma completa,
50. .1. SEARLE: Speech cas (Cambridge U.P. 1969) p. 33-42. La distinción no es sin
embargo disyuntiva: cfr. RAZ. oc, p. 108-111.
51. «Begriffe mit verscbwommennen Randern»: WITTOENSTEIN, oc., n. 71.
52. WAISSMANN, oc. p. 45.
La decisión moraL principios universales...
147
sin omitir nada, podríamos presentar una lista exhaustiva de todas las circunstancias en las que un término va a ser usado, de modo que no subsistan dudas; es decir, un modelo mental que anticipe y dirina toda cuestión
de La
uso53.
textura abierta de los conceptos empíricos empleados para describir
el caso particular de aplicación de una regla impiden que los enunciados
de experiencia que los incluyen sean verificables de forma concluyente, y
ello por la razón fundamental de que no existen razones a priori que excluyan la posibilidad de que ocurra algo imprevisto en la formulación de
la regla. Al afirmar la total definibilidad en principio de los términos morales y la plena aplicabilidad de las reglas morales. el modelo codicial
postula un sistema empírico de moralidad —necesario en todo caso para
poder interpretar el sistema formal y hacer de él algo más que un juego
abstracto— básicamente estático en el que por hipótesis no puede acontecer nada nuevo ni imprevisto. Pero parece plausible afirmar que el carácter específico de la racionalidad práctica se muestra precisamente en la
capacidad de los agentes para hacer frente a situaciones de perplejidad o
conflicto moral, en las que no cabe partir, al modo silogístico, de presupuestos generales de los que derivan conclusiones específicas. Es imposible que «un procedimiento puramente analítico pueda ser en última instancia decisivo para resolver un problema ético, ya que este implica por su
propia naturaleza enfrentarse con la necesidad de resolver y decidir, y son
justamente los elementos nuevos, extraños e imprevistos los que confieren
a la situación su carácter problemático» ~ Para Schilpp incluso Kant estaba, en la época de la Dissertatio de 1770, a punto de tomar conciencia de
que no hay forma de escapar a las dificultades que suscita la oposición
entre la norma y los impulsos no morales en tanto se siga buscando la solución al problema moral en términos de normas o reglas, ya que este no
es básicamente «un problema de elección entre alternativas simultáneas,
sino un proceso constructivo extendido en el tiempo. Lo que Kant realmente desea —aunque no sea plenamente consciente de ello— no es una
regla, dogmática o intuitiva, sino un método constructivo» ~.
Nada de esto implica que los factores que configuran una situación
nueva y. por tanto, problemática, sean radical y absolutamente inasimilabIes en categorías previas. Sólo puede concebirse que una situación inédita o un caso difícil planteen un problema moral si existe un mareo conceptual previo configurado por la aceptación de. y la creencia en, unos
principios —no reglas— morales cuya correcta interpretación resulta problemática o contradictoria. Cualquier otra alternativa sería, literalmente,
53. Id. p. 45.
54. P. A. SCHILPP: Kant y preeriticalethics (Evanston IL, Northwestern U. P. 1960)
p. 50-2.
55. Id. p. 96.
148
Gilberto Gutiérrez López
impensable e inexpresable. Los problemas morales se suscitan «cuando
los individuos se hallan perplejos acerca de la extensión precisa de sus
conceptos morales» y no es una solución racional creer que estos «han
quedado adecuadamente explicitados de una vez por todas y que las reglas de conducta expresadas por medio de ellos representan la verdad moral definitiva. Decir que los términos morales poseen textura abierta significa que su rationale no puede explicitarse de manera completa y definitiva y que incluso una explicitación dada lo es en forma de reglas de textura
abierta» 56
La regla lesbia
Anteriormente se hizo observar a propósito de la exactitud y la certeza
de la decisión moral que Aristóteles fue consciente de que la naturaleza
misma del razonamiento práctico hacía inviable la utilización del esquema deductivo para caracterizar el proceso de deliberación que consiste en
interpretar la ley y aplicarla a los casos particulares. En el libro V de la
Etica Nicomaquca ~ desarrolla su teoría de la equidad frpieikeía3 y lo equitativo (to epieikés,). Lo justo (díkaion) y lo equitativo son lo mismo y ambos
buenos, pero lo equitativo es mejor porque no es justo según la ley (katá
nómon), sino como una corrección o mejora (epanórdzoma,) de la justicia
legal fromikón). El verbo epanorthóo posee el significado de corregir y rectificar mejorando. Así, por ejemplo, Platón 5~ compara la tarea del legislador con la del pintor que quisiera conservar la belleza de una imagen hermosa retocando lo que el tiempo hubiera estropeado en ella: al igual que
este, el legislador ha de seguir atendiendo a sus leyes «haciendo retoques
frpanonhouÑ para que nunca se vuelva peor sino mejor constantemente el
régimen y la ordenación de la ciudad fundada por él». La posibilidad de
mejorar la justicia legal es consecuencia del hecho de que toda ley es universal, pera hay cosas que no pueden tratarse correctamente deforma uníversal —o como traduce Ross: «acerca de ciertas cosas no es posible formular un enunciado universal que sea correcto» ~. En estos casos la ley
toma en consideración lo más habitual (té has epí u> pléon, ut in plur¡busj
aunque no ignora la posibilidad de errar: «pero no por eso es menos recta,
porque el yerro no está en la ley ni en el legislador. sino en la naturaleza
56. BRENNAN, oc p. 130. También las reglas legales poseen textura abierta: dr.
H. l-IART: The concept of law (Oxford. Clarendon. 1975) p. 121-32.
57. En 1137a31-1138a4.
58. Leyes 769. Versión de J. Pabón y M. Fernández-Galiano (Madrid. Instituto de
Estudios Políticos. 1969>.
59. Pie Nicomachean Ethics of Aristotie (Londres. Oxford LP. 1975) ad loc.
La decisión moral: principios universales...
149
de la cosa, puesto que tal es desde luego la indole de las cosas prácticas» 6(1
La tarea de la epiqueya consiste, literalmente, en legislar para el caso
singular que no queda cubierto por la ley universal. Lo equitativo no es
superior a la justicia absoluta, pero si es mejor que el error que se produce
por el hecho mismo de la formulación universal de la ley: «sobre algunas
cosas es imposible establecer una ley, de modo que hay necesidad de un
decreto» ~1. El término empleado es psefisma, que proviene de pséfis, la
piedrecilla —calculus— que servía para contar los votos en la asamblea.
Psefízo significa decidir mediante el voto, es decir, dirimir una cuestión
debatida mediante un procedimiento ad hoc, introduciendo por así decir
una «razón singular» cuando la «razón universal» que ofrece la ley nO
cubre el caso particular. Así, pues, «tratándose de lo indefinido, la regla es
también indefinida, como la regla de plomo de los arquitectos lesbios, que
se adapta a la térma de la piedra y no es rígida, y como los decretos que sc
adaptan a los casos» 62~
En un artículo de 1955 titulado precisamente «La regla lesbia» 63 John
Lucas desarrollé las virtualidades lógicas del molíbdinos kanón de los lesbios para explicar la [unción de las «razones singulares» en las humanidades en general y en el discurso moral en particular. El problema que
plantean las ciencias sociales no tiene cabida en las ciencias naturales
pues éstas últimas, o bien no se ocupan de casos individuales, o, si tienen
que ver con ellos, se trata simplemente de individuos cualitativamente
idénticos y sólo numéricamente diversos. La cuestión no es ajena a las dificultades implícitas incluso en nociones matemáticas como la «dirección
de una curva en un punto», debidas a «la incompatibilidad entre la generalidad o universalidad de la idea de dirección y el caracter único de un
punto particular» M y que justifican la convención de analizar las curvas
como si en realidad fuesen rectas, o los círculos como si fuesen miriágonos, etc. 65 Pero si la naturaleza específica del razonamiento moral se ma-
60. EN 1 137b15-19. Versión de i Manas (Madrid. Instituto de Estudios Políticos.
1970).
61. EN 1137b29.
62. EN 1137b29-33.
63. .1. LUCAS: 77w lesbian rule «Pliilosophy» 30(1955)195-213.
64. Id. p. 197.
65. Id, ibid Para Lucas, pues. unas veces adoptamos «una especie de atomismo
geométrico como el ya mencionado; otras, desesperamos del método geométrico aunque no de la materia a la que se aplica y creemos que las curvas tienen realmente una
dirección, pero para determinaría no vale el tosco instrumental de reglas y compases.
sino que necesitamos más bien «una vista ejercitada y un tacto delicado». Las curvas.
ciertamente, poseen direcciones en sus diversos puntos, pero «llegamos a conocerlas»
—parodiendo a Hl ME. ¿sc, p. 170— «no por una cadena de razonamientos, sino por
150
Gilberto Gutiérrez López
nifiesta paradigmáticamente en la deliberación en torno a las razones que
justifican la decisión en una circunstancia singular, una teoría de la moralidad que no incluya una justificación teórica de ese tipo de razonamiento
se limita a tomar la parte por el todo de la moralidad.
La conciencia de estas peculiaridades del proceso de deliberación moral es antigua en la historia de la ética, y Lucas observa que es ella la que
determina el frecuente recurso de Platón y Aristóteles al modelo de la
técline, la asimilación del discurso moral y político al arte de curar o de
gobernar, considerándolo más a la manera de —por emplear los términos
de Ryle66— un «saber cómo» inarticulado que al modo de un «saber
que» articulado. Así entendida, la «pericia» moral no era algo susceptible
de transmitirse de forma meramente verbal sino que se adquiría gracias a
la educación, el trato y la experiencia. Una consecuencia inevitable era la
restricción de la capacidad de deliberar y juzgar en los asuntos morales.
pero sobre todo políticos, a «una aristocracia del espíritu compuesta por
aquellos que, gracias a un instituto heredado o a una sensibilidad natural,
a una educación especial, a una autorización divina o a una perspicacia
metafísica» 67 estaban calificados para ello.
El argumento de Lucas se desarrolla en el marco de una crítica a la
aplicación a las ciencias sociales y humanas del paradigma hempeliano
de las ciencias naturales, para el cual las únicas diferencias entre aquellas
son de grado 68 El uso de términos como «verdadero», «correcto». «válido», «causa» o «consecuencia» en una teoría científica implica que los
enunciados que los contienen o a los que se aplican son susceptibles de
prueba concluyente, y sólo pueden emplearse legítimamente si se dispone
de un procedimiento de decisión o de experimentación científica, de un
análisis de tablas de verdad o de una cadena de pasos deductivos indiscutibles. De forma análoga, los términos morales sólo podrán emplearse correctamente si existe un reglamento, decálogo o código por cuyo medio
medio de un sentimiento inmediato y un sentido más refinado». Por las razones que
desarrolla en su articulo Lucas cree estar en condiciones de defender que «el espril de
finesse es, después de todo, geométrico» (p. 210). sin que ello implique aceptar ninguna
forma de intuicionismo ni abandonarse al escepticismo» (p. 198).
66. G. RYLE: The concept of mmd (Harmondsworth. Penguin. 1976) cap. 2. Hay traducción española: El concepto de lo mental (Barcelona. Paidós).
67. LUCAS. oc. p. 196.
68. No es mera casualidad que Lucas incorporase el desarrollo de esta crítica en el
contexto más amplio de su muy sugerente discusón de Thefreedom of ihe wifl (Oxford.
Clarendon. 1970) cap. 9. Obra que se inserta en la extensísima polémica suscitada por
la publicación de su articulo Minds, machines and Godel «Philosophy» 36(1961)112-127
que dio pie a varias decenas de artículos y, más de un cuarto de siglo después, aún sigue viva: cfr. D. HOFSTADTER, oc., p. 388-90; 471-77; 577-8; D. DENNETT: Elbow
room. Pie varieties offree will worth wanting (Oxford. Clarendon. 1984) cap. 2; J. M. VEGAS MOLLA: Determinismo y libertad «Diálogo Filosófico» 12 (1988) 341-3.
La decisión moraL principios universales...
151
pueda establecerse su corrección de forma concluyente 69 En este esquema conceptual nuestra incapacidad para articular precisa y exhaustivamente nuestros principios morales sería achacable, pues, tan sólo a nuestra insinceridad o a nuestra incompetencia.
Pero este es precisamente el supuesto del modelo de las reglas. Su primera consecuencia es desfigurar la naturaleza de la deliberación que permite al agente moral —o para el caso al juez— alcanzar una decisión razonable y justa. Si se imagina que ambos se guían nada más por reglas
que se aplican o no de forma exhaustivamente disyuntiva al caso particular, se desconoce que las decisiones, tanto morales como judiciales, no tienen porqué ser, o bien justificables de forma concluyente, o bien completamente injustificadas. Las decisiones pueden ser razonables y justas sin
que haya necesidad de suponer que las razones han de ser concluyentes al
margen de cualquier interpretación o decisión personal. Al criticar la afirmación socrática de que las virtudes son razones, Aristóteles sostiene que
no lo son meramente, sino que van acompañadas de razón. De manera
semejante la decisión moral puede no ser katá tón orthón lógon y sin embargo seguir siendo metá tau art/tau lógau» 7Q Más aún, del hecho de que
los argumentos en favor de una decisión moral o incluso judicial no puedan ser concluyentemente demostrados no se sigue que no puedan ser racionalmente impugnados; de que no sea posible demostrar que un juicio
moral singular es correcto no se sigue que no se pueda demostrar que no
lo es; el que no sea verificable no implica que no sea falsable.
Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de sostener que los jueces y
los agentes morales no actúan, de hecho, racionalmente aunque crean hacerlo, cuando llegan a conclusiones o adoptan decisiones que no pueden
ser probadas, demostradas o verificadas de forma concluyente. Los casos
claros de aplicación de la regla serian los verdaderamente paradigmáticos
de la racionalidad práctica, mientras que en los casos dudosos o difíciles
la decisión judicial o moral quedaría a la decisión literalmente arbitraria
del sujeto. fuera del paradigma de la racionalidad práctica, y sólo expresaría —más bien cabría decir que a su través se expresarían— sus inclinaclones psicológicas. sus condicionamientos sociales, etc. El interés teórico
en estos casos se desplazaría de la justificación racional a la explicación
causal.
Si las cosas son así entonces forzosamente habría de existir «una distinción clara y tajante entre los casos claros y los dudosos, porque la distinción entre lo racional y lo irracional, entre lo que es capaz de determinación lógica y lo que no lo es, es clara y tajante, en términos de blanco y
69. LUCAS, The lesbian rule, p. 200.
70. EN 1 144b26-27. Lucas traduce «not according to the right míe, buí still witb
right reason», oc p. 200.
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Gilberto Gutiérrez López
negro». Pero si existiese tal distinción, los casos claros podrían decidirse
de forma automática, y los dudosos «sustituyendo el capricho psicológico
de los jueces por la evidente imparcialidad de una moneda» 71 Y aún así
subsistiría el problema, por la necesidad de asignar pesos a las distintas
probabilidades según el grado en que los casos dudosos pudieran ser subsumidos bajo la regla. Pero lo que de hecho existe es una gradación continua entre los casos extremos que caen o no caen de forma evidente bajo
ella.
Atenerse a principios
Lo que resulta más sugerente de la argumentación de Lucas es su propuesta de dos esquemas de argumentación dialéctica que permiten captar
las diferencias entre dos formas muy distintas de concebir la naturaleza
de la decisión moral.
En el primero de ellos el supuesto del que se parte es, en sustancia, el de
la posibilidad de subsumir en un principio universal, por medio de todas
las reformulaciones y especificaciones que sean necesarias, el juicio singular formulado en la situación concreta. Este es el supuesto ya conocido
del modelo de las reglas, cuya consecuencia es la búsqueda de un imposible rigor en las reglas morales 72 Pero el factor Ms epí tó po/ti no puede climinarse del razonamiento moral ni legal, por mucho que la exigencia de
consistencia del modelo nos impela a formular cada vez con mayor detalle las reglas, incorporando las excepciones pertinentes. Al reformular la
regla para incluir la excepción, esta deja de serlo para forma parte de una
nueva formulación, más exacta, de la regla, la cual «se convierte así, en
realidad, en una premisa mayor de la que es posible deducir todas las
conclusiones, y sólo las conclusiones, que se desea que justifique» ~ Pero
el proceso de reformulación puede proseguirse indefinidamente sin llegar
jamás a la descripción exhaustiva del caso particular Un mapa de tamaño natural ya no es un mapa, sino el territorio mismo.
Wittgenstein ya advertía que las palabras «coincidencia» y «regla» están emparentadas y son primas. Si aprendo a usar una, por ello mismo
aprendo a usar la otra 74; la aplicación de la palabra «regla» está entrela71. LUCAS, oc. p. 201.
72. Id. p. 205.
73. Id., ibid La referencia es a It lIARE: The language of morals (Oxford. Clarendon. 1952) quien intenta evitar que se tilde de laxos (loosó a los principios morales: «el
que se hagan excepciones no es signo de laxitud esencial alguna, sino de nuestro deseo
de hacerlos lo más rigurosos que podamos... Una vez que la excepción se ha hecho explícita y se ha incorporado en la formulación del principio, este no es más laxo que
antes, sino más aiustado» (p. 52-3).
74. Oc. nY 224.
La decisión moral: principios universales...
153
zada con la de la palabra «igual» ~ Por esta razón el segundo esquema de
razonamiento parte del supuesto de que obrar con arreglo a principios
implica actuar de forma similar en las circunstancias que sean suficientemente similares. Pero al no especificarse de antemano los criterios de semejanza. si el sujeto propone tratar de forma diferente un caso que aparece prima face somo similar, lo único que se requiere para preservar la coherencia de sus principios morales es que esté en condiciones de justificar
que el caso en cuestión es diferente en un sentido relevante. Son las discrepancias y las discriminaciones las que han de ser justificadas y la carga
de la prueba recae sobre quien las alega 76,
Ahora bien, en las decisiones morales importa tanto la consistencia en
la aplicación de los principios —que es un criterio formal— como el contenido material de estos. El segundo esquema de razonamiento pende, por
tanto, de los criterios materiales de relevancia y de semejanza ya que. si
lográsemos ponernos de acuerdo en un criterio de semejanza. sería posible dirimir las disputas morales por medios formales. Pero el problema.
para Lucas, es precisamente que «no disponemos ni de cirterios rígidos de
relevancia, ni de método alguno para fundir los distintos tipos de diferencia a una escala única» ~. La cuestión estriba, por tanto, en la posibilidad
de precisar un concepto operativo de «grado de semejanza» que permita
afirmar que, por muy restrictivos que sean los criterios según los cuales
puede considerarse que una decisión es semejante a otra decisión dada. si
en alguna situación determinada se adopta una decisión que según dichos
criterios no es semejante, entonces existe una clase abierta de situaciones
de la que esta situación no es miembro y la situación original silo es. O.
hablando en términos de cualidades, si las decisiones tomadas de acuerdo
con algún criterio son diferentes, entonces existe una cualidad diferencial
que una de las situaciones posee y la otra no. Es decir, que se trata de situaciones diferentes. Y este es el punto que trata de poner de manifiesto el
segundo esquema de Lucas: si la decisión es diferente, la consistencia exige tan sólo que sea posible mostrar que la situación en la que se ha adoptado es razonablemente distinta.
Es posible considerar que la propuesta de Lucas pone a nuestra disposición «una glosa muy válida del principio de universalizabiidad, ayudándonos a percibir con más claridad lo que implica decir que debemos juzgar de forma semejante los casos semejantes» ~ aunque no nos proporcione. ni haya sido su propósito hacerlo, un método de identificación de
0 225.
75.
76. Id.
Paran. un razonamiento análogo a propósito de quienes quieren restringir la
aplicación universal de un derecho, cfi-. 5. BENN y R. PETERS: Social principles and
the democratic «tate (Londres. Alíen & Unwin. 1969) p. 99.
77. LUCAS, oc. p. 211.
78. BRENNAN. oc. p. 99.
154
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las clases abiertas antes mencionadas. La búsqueda de este criterio no ha
de perder de vista que, aunque los conceptos morales que intervienen en
el juicio moral poseen textura abierta y no son susceptibles de verificación
en el sentido disyuntivo que caracteriza la aplicación de una regla propiamente dicha. «el elemento imponderable de juicio personal que entra en
la decisión final es, a todos los efectos, un juicio y no una opción (choice),
pretende ser una apreciación de la evidencia y no el producto de la voluntad irrestricta» ~
De lo que se trata, en definitiva, es de entender la naturaleza del elemento racional presente en el juicio práctico singular, ya sea legal o moral. El criterio de consistencia, aun siendo fonnal. es un indicador indudable de racionalidad. Pero si la versión que de este se adopta es el que ofrece. incluso en sus versiones más elaboradas, el modelo codicial o de reglas. es esta misma racionalidad la que se evapora. al representarse de
forma falseada lo que implica la contracción de un principio universal a
una circunstancia singular. Por esta razón resulta preferible hablar de
principios y no de reglas. No porque una transmutación meramente semantica obre milagros, sino porque el concepto de regla, y el de código como
sistema de estas, que maneja el modelo codicial que estamos criticando
excluye del juicio moral dimensiones que no pueden elinrinarse sin ignorar lo que este tiene de específicamente racional.
En su propia crítica al modelo de las reglas. Dworkin no deja lugar a
dudas sobre el hecho de que los principios, por el contrario, poseen dimensiones de las que carecen las reglas y funcionan de manera muy diferente a estas. Así, por ejemplo, de la formulación de un principio no se siguen «consecuencias legales de forma automática cuando se dan las condiciones requeridas» ni están sujetos a excepciones en el sentido en el que
las reglas lo están, precisamente «porque no podemos esperar recoger to-
dos los ejemplos de casos en los que no se aplica en la forma de un enunciado más extenso del principio; no sería posible, ni siquiera en teoría,
enumerar tales ejemplos» ~ Por otra parte, en el propósito de los principios tampoco entra el «establecer las condiciones que hacen su aplicación
necesaria; más bien enuncian una razón que apunta en una dirección, pero que no requiere de forma necesaria una particular decisión... porque
puede haber principios que apunten en otra dirección». Los principios,
además, poseen otra dimensión a la que las reglas son ajenas: la dimensión de peso o importancia. De modo que «cuando alguien ha de dirimir
un conflicto entre principios ha de tener en consideración el peso relativo
de estos» 81~ Por definición esto no puede ocurrir con las reglas de un código, pues si dos de ellas entran en conflicto una de ellas no puede ser una
79. id p. 110.
80. DWORKIN, oc. p. 25.
81. Id. p. 26.
La decisión moraL principios universale&..
155
regla 52 y la decisión acerca de cuál lo es y cuál ha de ser abandonada o
reformulada «tiene que adoptarse apelando a consideraciones que trascienden a las propias reglas» 83•
Pensar sobre la moralidad en términos de reglas y códigos implica desconocer que la deliberación moral consiste más bien en «ofrecer razones
en favor o en contra de la moralidad de cierta línea de conducta que en
apelar a reglas fijadas de antemano por una decisión social o individual»
Los principios morales pueden ser concebidos como expresión
aproximada de creencias, convicciones o nociones morales —términos todos ellos que remiten a un contenido cognitivo y por lo tanto racional.
~.
Sostener estos principios, decidir conforme a ellos y actuar de acuerdo
con ellos no ha de concebirse como un asunto de «reconocer o aceptar un
sistema de reglas. sino más bien de reconocer un conjunto o variedad de
razones para juzgar y, cuando es oportuno, decir o hacer» 85
La hipótesis que ha guiado los análisis precedentes es que el modelo
de racionalidad práctica que se adopte no es indiferente a la hora de explicar y justificar porqué la dignidad del hombre se fundamenta en su libertad personal; y cómo ésta, a su vez, es inconcebible sin la autonomía
del agente moral, la cual implica deliberación, responsabilidad y riesgo de
error. El modelo de las reglas y los códigos promete una maximización de
aciertos en las decisiones gracias a la drástica reducción de los motivos de
incertidumbre. El precio teórico —al menos, también teórico— es la huida
de la libertad.
82. Haré cita la inscripción que un párroco había colocado en la puerta de su iglesia: «si tienes un conflicto de deberes, uno de ellos no es tu deber»: Moral thinking p. 26.
83. DWORKIN. oc p. 27.
84. Id, p. 72.
85. WARNOCK oc p. 70.
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