DIÁLOGO CON PIEDAD BONNETT* VOZ POÉTICA ANUNCIADORA Augusto Escobar Mesa Universidad de Antioquia [email protected] AE. Dice una expresión sentenciosa popular que "volvemos a la infancia cuando buen tiempo ha corrido bajo el puente", ¿igual te ha pasado a ti? ¿Cómo fue ese tiempo primero que dejaste tan temprano? PB. Yo nací en un pueblo de Antioquia llamado Amalfi. Viví allá hasta que tenía ocho años, pero no volví nunca aunque tengo unos recuerdos maravillosos de ese pueblo. Cuando comencé a añorar lo que era, ya grande, escribí un poema que se llama "Regreso" en un intento por recuperar ese universo que se me había extraviado durante muchos años. Allí digo: En mentiroso viaje, / enlazando recuerdos, / inventando postigos, puertas, nombre, / construí una verdad hecha de sombras./ Vi un zaguán rematado por una enredadera./ Vi un toro, astro enlutado, y una mano sin dedos. / Un cordón infinito subiendo a una campana, / y al final de una calle, colgando de una puerta, / un cerdo con los ojos coagulados. / Una cúpula inmensa / y el sol en los vitrales de colores. / Un santo que me mira / con quietud paquidérmica y malsana. / Vi a mi madre sonriendo en sus veinte años. / Vi un picaflor, capricho detenido./ Y en la noche lluviosa /que hoy se ha vuelto infinita) / me vi a mí misma, niña detenida / en el umbral del miedo, / contra el vértice azul de una ventana (en CC). Con el poema "Regreso" puedo volver a un lugar que ahora estoy recreando literariamente de muchas maneras, es decir, poética y narrativamente. Uno nunca abandona el lugar de la infancia y más en mi caso por todo lo que significó, o tal vez es el lugar el que no lo abandona a uno y lo carga para todas partes como un lastre, sobre todo cuando el tiempo pasa a raudales. En el libro de poemas El hilo de los días es donde más hablo sobre la casa de Amalfi, sobre la infancia, sobre pequeñas historias que hoy dan motivo a escribir sobre ellas y me alientan a reconstruir un mundo como si todo lo importante hubiera pasado allí. Mi infancia en Amalfi es una infancia hasta cierto punto mitificada por mí a partir del éxodo. O sea, no hace mucho tomé conciencia de que yo tenía ese elemento en mi biografía, que estuve ocho años en un pueblo donde no había carros porque no había carretera, que estaba completamente aislado del mundo, y la primera vez que salí y fue definitivamente fue en una avionetica. Yo no salía a Medellín, yo no conocía qué era Antioquia fuera de Amalfi, pero por supuesto tengo una carga tremenda de una Antioquia de siete años vivida en ese ámbito. Todo lo de religioso que hay en mi vida me viene de allá y toda una educación super puritana que tuve, fue allá donde comenzó. Pero sobre todo fue el ambiente de superprotección pues yo vivía en una enorme y placentera casa. Yo asocio mi infancia con una enorme casa donde los niños estábamos protegidos de lo que pasaba afuera y esto era ni más ni menos que la violencia; pero lo que pasaba afuera eran también los toros que se salían del matadero; lo que pasaba afuera era lo que provocaba miedo. Yo asocio mi casa con protección maternal, autoridad paterna. Las primeras cosas tremendas en relación con la imagen masculina me vienen de allí, de unas jerarquías que había en esos lugares, y el asocio de masculinidad con autoritarismo. Lo otro es un mundo de fantasías que me llegaba por la lectura porque rapidísimo aprendí a leer y me sumergí en el mundo de los cuentos infantiles, entonces todo eso puede explicar muy bien cómo sería la ruptura cuando yo viajé de una vez a Bogotá a enfrentarme prácticamente a lo desconocido. Era un empezar a salir de la niñez a través de cosas duras como una cierta pobreza y, por consiguiente, también ya no éramos el centro de ninguna sociedad sino que éramos como la periferia. Yo era la advenediza, la recién llegada, la que hablaba diferente; esa alteridad la viví rápido en Bogotá. Entonces ese mundo de Amalfi, de la infancia, quedó allá como clausurado, como una burbuja, llena de unos recuerdos muy vívidos donde había mucho miedo también. El miedo de Dios, el miedo al castigo, al pecado; todas esas cosas horribles están unidas a ese mundo. Entonces yo creo que básicamente Amalfi es como un repertorio de metáforas y de imágenes que tienen que ver como con mi primera conciencia poética del mundo. Yo creo que allá yo debí elaborar esas imágenes del diablo con las admoniciones del cura, de las monjas, de mis familiares, con estas semanas santas. Yo creo que yo debí tener las primeras vivencias poéticas de esa manera, luego fue el deseo de saber de dónde viene uno y tantas otras cosas; hacerse esas preguntas me hicieron volver hacia allá y con la poesía y ahora con la narrativa he podido recuperar ese tipo de cosas. EL AMOR Y LO COTIDIANO SON DOS FORMAS DEL CANTO AL ESPACIO SOLAZ DE LA VIDA AE. En el libro de poemas Nadie en casa se invocan muchas cosas de la vida cotidiana pero más el amor; sin éste, sugieren tus poemas, ¿es como si no hubiera nadie en casa? PB. Nadie en casa es un libro de poemas donde hay un poquito de humor, la cosa cotidiana y el amor, mi tema favorito. El amor me ha acompañado siempre desde el primer libro hasta el último, sobre todo en el último que es sólo de poemas de amor titulado Todos los amantes son guerreros. Es como a la inversa de lo que debiera ser que a esta edad me llegue el amor así pleno, por lo menos como tema, pero desde el principio está. Dentro del libro hay, por ejemplo, un poema titulado "Tarot" que cuenta la historia de una amistad mía con una niñita, digo niñita porque yo ya era grande, yo estaba viviendo en España y ésta era mi amiga con la que yo caminé por todas partes en España y luego me despedí de ella pensando con la ilusión de volver a verla; sin embargo, nunca me contestó mis cartas ni absolutamente nada, o sea, que es una pérdida digamos y una pérdida de la que duré en reponerme un tiempo porque uno siempre piensa que los amigos van a contestar las cartas, entonces escribí ese poema en el que la amiga se muestra tal cual la pinté ahí. EL HOMBRE UN SIMPLE ANIMAL TRISTE AE. En muchos de tus poemas lo cotidiano como el amor dejan de ser simples enunciados para adquirir un significación relevante como expresión significante y como sentido, sin embargo en uno de tus libros de poemas titulado Ese animal triste, vemos que detrás de esa exultación, sólo hay la condición de un ser triste que manifiesta su profunda pena en las formas expresivas del cuerpo. ¿Qué es lo que tanto aflige al hombre y muestras con tanta franqueza y desparpajo en el libro de poemas Ese animal triste? PB. Ese animal triste es un libro sobre el cuerpo que busca mostrar el camino del cuerpo del hombre desde que nace hasta que muere pasando por el amor, la enfermedad, por tantas cosas del cuerpo. Yo creo que uno casi no tiene alternativa, uno escribe como uno es y primero yo diría que yo soy producto de esa cultura paisa que es muy sincera, directa, tan directa que a veces es casi brutal, de una sinceridad como descarnada. Yo me crié en un hogar así y soy una persona muy directa en mis cosas. La oscuridad no hace parte de mi manera de expresarme, aunque reconozco que tanta franqueza a veces afecta a los otros. CARGAMOS NOSOTROS CON LA DOMESTICIDAD COMO PARTE DE AE. En pocos poetas colombianos lo cotidiano, lo doméstico, el diario discurrir ha adquirido tanto vuelo poético como en tu caso, ¿acaso es un intento de generar una postura estética al respecto, sobre todo desde la perspectiva del alma femenina tan cercana y conocedora de lo doméstico? PB. Muy conscientemente y en un determinado momento de haberme iniciado en la poesía escogí lo cotidiano como una manera de comunicarme con la realidad de los otros. Comencé y sigo pensando que lo cotidiano está dentro de una estética muy contemporánea que toca la sensibilidad de la gente, porque precisamente ésta es una sociedad masificada donde todos nos vemos abocados a los oficios domésticos, cargamos con la domesticidad sobre nosotros, no como en los tiempos donde las clases sociales estaban tan rotundamente divididas. Pero por otro lado pienso que las mujeres tenemos un contacto muy grande con todo es lo cotidiano mucho más que los hombres para los que pasan desapercibidas tantas cosas de la inmediata realidad cotidiana y por eso no comprenden lo que sucede alrededor de eso doméstico o lo menosprecian. Pensé que era muy bueno expresar algo del alma femenina a través de esos rituales domésticos que nos hermanan a todas las mujeres de todas las clases sociales. DESATAR EL PENSAMIENTO DE LAS ATADURAS DE LO MERAMENTE RACIONAL AE. ¿De qué manera, si es que así ha ocurrido, la formación filosófica en la Universidad te ha servido para la fortalecer el trabajo creativo? PB. Uno tiene una concepción del mundo que se emparenta con la filosofía o que de alguna manera obliga a hacer unas conexiones con la filosofía, pero a la hora de escribir uno se desembaraza de todas esas cosas, de todo ese saber constituido que le da la Academia, que le da la lectura de muchos libros eminentemente racionales y uno trabaja con una parte de uno mismo que tiene que ver mucho más con los afectos, las emociones. Uno tiene que desatar el pensamiento de las ligaduras de lo racional y hacer asociaciones casi a la manera del psicoanálisis que va atando cosas distintas. El pensamiento es analógico, que es muy distinto al pensamiento racionallógico de la filosofía. Yo simplemente me dejo llevar por las cosas que cruzan por mi pensamiento, por mi entorno, por aquello que veo en la calle, en la televisión, en los periódicos o escucho en la radio, es decir, en medio del camino de la vida, parodiando una novela colombiana. Pero en el fondo de mí está funcionando el conocimiento que tengo de la literatura, de la filosofía, de la historia, aunque de manera muy subconsciente, sobre todo como aconsejándome qué tipo de lenguaje, qué tipo de formas tengo que usar, o sea, no quiere decir eso que yo trabaje de una manera totalmente intuitiva sino que mis conocimientos se unen a mis emociones para dar ese producto final donde todo confluye sin saber donde está el límite de una cosa u otra. Así es como creo que no solamente trabajo, sino todo poeta que tome su oficio en serio. TIEMPOS DE ODIO A LA VIDA BURGUESA AE. En tiempos de tanta actividad ideológica como fueron los años sesenta y setenta mientras estuviste en la Universidad de los Andes, ¿qué impacto tuvieron a nivel personal y en tu escritura el asunto social cuando estabas pasando por un estado de angustia existencial? PB. No era un asunto muy cercano aunque estaba presente. Lo que sí pasó es que cierto pensamiento político que me entusiasmaba atenuó un poco esa idea de la muerte, de la culpa que tenía. El pensamiento marxista y todo eso me hizo volver los ojos a la realidad social, cosa a la que nunca he sido muy dada. Mi experiencia en la universidad con la cosa política fue importantísima. Yo era dizque MOIR pero en el fondo era trotskista, aunque ni una cosa ni la otra nunca me dijeron nada. Yo en realidad era una trotskista, me leí todo Trotski de principio a fin y estaba sumergida en el trotskismo, pero como no era militante porque yo eludía siempre el compromiso de la militancia, vivía eso intelectualmente, aunque no lo vivía con riesgos reales ni cárceles ni manifestaciones y esas cosas que pasaban. En los Andes había una cantidad de burgueses fascinados con la idea del riesgo y se volvían contra sus propias familias y sus propios sistemas de cosas y, en unos, con consecuencias para toda la vida. Supe de gente que se fue al monte y a todas esas cosas de los pies descalzos; de otros que abandonaron las fábricas de los papás con las que estaban comprometidos. Fueron historias muy conmovedoras y a la postre muy tremendas porque también en eso se fracasó; todos esos sueños y esos proyectos fracasaron. Los de los Andes no se iban a la guerrilla como sí los estudiantes de la Universidad Nacional, pero sí fueron a los pueblos a trabajar con las comunidades o en los barrios de Bogotá. Además, había mucha actividad cultural con la música, el arte y el teatro. Yo tuve una célula de trabajo de teatro con Ricardo Camacho y Jairo Aníbal Niño, que eran a la vez compañeros y camaradas. Eso fue muy bonito, una época linda y muy liberadora para mí, muy compensadora de todas las dificultades que yo tenía para moverme en ese mundo de mujer casada ya. Yo soy sensible a lo que pasa en el país pero soy muy individualista, tiendo a no involucrarme en causas colectivas, pero en ese momento sí me adherí en la práctica de todo lo que pasaba en la universidad y fue eso también muy transformador. Fue muy importante porque yo ya venía de despedir una cantidad de cosas que odiaba de la vida burguesa. Me rebelé, por ejemplo, contra todos los prejuicios sociales en los que me habían criado y empecé a pensar que teníamos que vivir en un mundo más igualitario, que había que luchar por eso y yo le caminé a todas esas ideas políticas, hasta hice literatura de esa naturaleza. Fue la época de publicación de mis primeros cuentos. Con respecto a la poesía, la dejé rápido, o sea, yo escribí poesía mientras estaba en Bucaramanga y después me olvidé de ella. Me dediqué a ser una buena estudiante y luego cuando entré a la universidad me conquistó el cuento, me puse a escribir cuentos. Pero los cuentos eran entonces de temas políticos y también de un tema que me ha llamado mucho la atención, el de la familia. Es un tema que a mí me interesa mucho porque en el fondo me resulta muy odiosa la noción de familia. Entonces todos los odios y lo que pasa dentro de la familia ya me llamaba la atención como tema. Escribí un cuento sobre eso que apareció publicado en la revista Gaceta de Colcultura cuando la dirigía Cobo Borda. Eso se publicó más tarde, pero yo lo escribí cuando era una estudiante. Fue ahí cuando tuve claro que yo quería escribir y que eso era lo que yo quería hacer en la vida. Yo he tenido eso claro siempre, pero nunca lo había enfrentado como práctica permanente. Fue en tiempo de la universidad que dije no a todo, porque lo que yo quería era ser cuentista, y escribí muchos cuentos. Escribí un supuesto libro de treinta cuentos que están por ahí guardados. Algunos me los publicaron en una revista que se llamaba El Puente de la universidad de los Andes; recuerdo uno titulado "La tía Cecilia" que era sobre esta cosa de la familia, sobre la familia de la tía. Siempre la figura de las tías me ha creado muchos interrogantes. Publiqué otro que se ganó una mención. Muchos de mis cuentos se ganaron menciones de honor en los concursos, por lo cual durante muchos años yo pensé que yo era una figura totalmente de segundo orden y condenada a eso. En todos los concursos en los que participé en la universidad me gané una mención. El que sí me gané fue el premio de cuento Jorge Gaitán Durán de Cúcuta que era como de corte político, y me acuerdo que Daniel Samper y Fanny Buitrago fueron jurados. Eso me parecía lo máximo, yo me sentía la mujer más importante al haberme premiado esos jurados que eran reconocidos. También en la Universidad del Sur del Huila me gané unos segundos premios. Yo fui condenada a los segundos premios hasta muy tarde. Por entonces mis crisis psicológicas seguían muy violentas. UNA DOCENTE PERFECTA AE. Luego de la Universidad te dedicaste a la docencia con bastante éxito por el empeño puesto en tus clases y el rigor con que abordabas los temas, según opinión de tus alumnos, ¿de qué manera esa actividad docente contribuyó o afectó el trabajo creativo? PB. La docencia fue inicialmente una actividad para sobrevivir, porque cuando salí de la universidad yo ya tenía una niña, entonces me tocaba luchar con muchas adversidades; no fue nada fácil eso. Volví otra vez a ser pobre cuando ya había rebasado la pobreza de la infancia y había tenido una juventud relativamente próspera. Cuando me casé volví a ser pobre. Viví años de pobreza grande al principio, por lo menos durante los primeros cuatro años. Por una lado, porque me casé muy joven pues sólo tenía diecinueve años y él, creo, veinte; y por otro lado, yo tenía una manía perfeccionista que se manifestaba en mi trabajo docente, debido a mi inseguridad, me imagino. Yo no hacía sino preparar clases como loca. O sea, me condené a eso, me condené casi diez años a leer, a tomar notas, a ser la profesora perfecta y, bueno, el asunto se volvió obsesivo. Yo me acuerdo de esos años como si fuera el mito de Sísifo: subir con la piedra y que se le caiga y volver a bajar para subir de nuevo. Recuerdo ese tiempo cuidando niñas y que la muchacha se iba y que el marido no sé qué y yo leyendo y leyendo; no hacía sino leer y leer y tomar notas, porque siempre me ha encantado la docencia. Yo era muy feliz en la cátedra porque daba de mí todo. Como sabía tan poquito, debía preparar mucho y organizar todo mi saber, y fue así como me volví supremanente exigente conmigo misma y perfeccionista; quería darlo todo en clase. Si yo tuviera que devolver mi vida, sería una de las cosas que no haría: dedicarle todo ese tiempo a esa actividad inútil o asumiría eso de una manera completamente distinta. Eso me llevó a una esterilidad literaria total y a una angustia existencial atroz, porque entonces yo sentía que aquello para lo que yo me había preparado toda la vida, que era para escribir, no se estaba dando. Era un sentimiento de frustración aterrador, o sea, yo leía lo de Kafka y cómo se sentía Kafka y me sentía completamente identificada. Tal como Kafka se sentía en esa oficina, así me sentía yo dictando las clases. Pero yo siempre he tenido la capacidad del corcho: cuando la botella se llena de gases, brinca el corcho. Siempre he encontrado finalmente la manera de deshacerme de lo que me está atormentando. Antes de entrar a la Universidad de los Andes como docente, trabajé con Andrés Holguín en "El Muro Blanco" dándole clases a unas señoras burguesas, y en Colcultura estuve como dos años en la parte burocrática, pero fue una experiencia aterradora, o sea, esa es otra cosa que no haría ni volvería a hacer jamás, la burocrática. No hacía nada, por supuesto, porque qué iba a hacer si todas las decisiones las tomaba Juan Gustavo Cobo que era mi jefe o como mi jefe remoto porque yo ni lo veía; además, yo tenía otros jefes; entre Juan Gustavo y yo había como siete jefes y yo era la última, entonces corregía pruebas para entretenerme, por lo menos eso me gustaba un poquito y de resto no hacía nada y veía la inoperancia de la burocracia y me rebelaba y me sublevaba contra un sistema de cosas y me decía que si esto era el mundo, yo no quería vivir en él. En ese tiempo por la vía mía llegaban todos los escritores frustrados y sin posibilidades: el viejito que había escrito diez años sonetos, la señora que yo no sé qué, o sea todos los que nunca tendrían posibilidades, llegaban por la vía lógica o sea normal, pero los que se publicaban nunca pasaban por mis manos. Entonces yo hacía parte de una burocracia de fachada, inoperante; esto era kafkiano. Fue ahí cuando me dije no más, esto no lo soporto y renuncié, pero con tan buena suerte que en ese momento me llamaron del colegio de Colsubsidio y me fui a enseñarle a niñas de bajos recursos en un colegio lleno de posibilidades donde había clases de cine con Martínez Silva y clases de ajedrez con los campeones de no sé qué porque esto era Colsubsidio y clases de natación con los campeones de natación, pero esa niñas vivían en sus casas con muchas limitaciones. Eso sí que era una mentira pues llegaban a un colegio que lo tenían todo y empezaba un mundo de fascinación y salían a unas casas donde se morían de hambre. Era finalmente una cosa muy rara, muy anómala, porque esas niñas querían parecerse a las profesoras y querían distanciarse de la imagen de la mamá. Era muy violento. Allá empecé a conocerme a mí misma como profesora. Eso me afectó mucho y puso en evidencia mis incapacidades que eran innumerables. Yo era, entre otras cosas, una persona muy arrogante, muy odiosa, porque venía de la soberbia de una universidad privada como era los Andes. En la universidad todos los literatos se creen unos soberbios; todos los que entran allí a cualquier carrera piensan que soy únicos, poderosos, los más inteligentes. Entonces yo salí y me aplasté contra la realidad y vi que ese mundo era otra cosa, además, ya tenía dos hijas. La otra experiencia fue en la Universidad Nacional, más bien dramática porque las condiciones de trabajo eran absurdas, o sea, tenía una clase a las doce y otra a las seis. Tenía que hacer unos viajes eternos y no me pagaron durante diez meses; no me hicieron contrato de ninguna índole en ese tiempo mientras lidiaba con unos estudiantes que venían de carreras muy distintas, o sea, fue una prueba de fuego que no lo soporté bien y entonces en ese momento me llamaron de la Universidad de los Andes que era mi universidad para dictar clase allá y me fui. Todavía hoy me pregunto si hice bien en dejar la Nacional porque yo acababa de ser aceptada como profesora asistente y ya tenía trabajo de medio tiempo después de haber pasado todos los exámenes que pedían para la vinculación. Dejé el puesto y me fui a trabajar a los Andes, o sea, estaba tan hostigada en la Nacional por el ambiente político tan beligerante, además, me tocó un tiempo de militarizaciones y de cierres durante largos periodos. El sólo pasar la puerta de la universidad era una cosa terrible porque todos los días había que identificarse ante los militares y eso era una afrenta a la libertad, o sea, todo se confabuló para no seguir en la Nacional y sí a los Andes donde llevo veintidós años. En términos generales me he sentido bien en los Andes y donde hay facilidades de trabajo muy grandes, una enorme libertad de cátedra, un relativo estímulo; relativo porque la institución no se compromete casi nunca más allá de cierto punto y hubiera podido haber hecho más por mi labor literaria. Me condenan demasiado a la academia y tengo que trabajar lo mío en los pocos ratos que me quedan. Eso es una cosa que ahora resiento mucho más que antes: no hay sabáticos, no hay nada, sino trabajo, y cuando te dan una licencia es no remunerada. En cuanto a la experiencia del trabajo con los jóvenes es impresionante porque yo me he vuelto cada vez más exigente conmigo misma; en ese sentido es aterrador. En un momento dado me relajé y me dediqué un poquito a mis cosas, pero en los últimos seis o siete años otra vez he enfilado mis baterías, de manera que mis clases son super preparadas porque los estudiantes me responden muy bien a lo que yo hago; un número muy considerable asisten a mis cursos, digamos hacemos una tarea hasta donde yo puedo dar. Mi mundo no es la academia a pesar de que le dedique el 90 % del tiempo, o sea, yo no me leo sistemáticamente a Derrida o a Deleuze o a Roland Barthes para la clase, eso no lo haré nunca. Trabajo hasta donde puedo con esos instrumentos, pero sólo hasta donde puedo, pero ya no puedo vivir sin dar clases. Lo que pasa es que yo querría tener un solo curso dado a cabalidad. Ahora, por ejemplo, dicto a Borges y tengo 50 estudiantes, preparo a veces hasta seis y siete horas seguidas de clase. Yo tengo unas jornadas de trabajo inimaginables de ocho o diez horas seguidas, todo el tiempo leyendo cosas, o sea, vivo eso de una manera muy problemática. La satisfacción es que he aprendido mucho en el camino de la docencia, creo que todo tiene finalmente que ver con la noción del sentido del deber que me inculcó mi mamá. Si estoy en una universidad y me está pagando, soy incapaz de no hacer las cosas bien; pienso que soy muy vanidosa, entonces no me permito no estar a la altura de mis responsabilidades; por supuesto que allá yo soy vulnerable y me muestro como tal y digo cuando no sé que no sé, pero me fascina que el estudiante perciba que yo soy una profesora a carta cabal. También porque por mis hijos me he dado cuenta lo que le significa para ellos la decepción de tener un profesor a medias. Entonces digamos que me voy con todo y pierdo mucha energía para el trabajo con la novela que requiere de continuidad y dedicación casi exclusiva. AMALFI ES ENCONTRARSE CON EL AMOR A TRAVÉS DE LA MADRE Y TAMBIÉN CON LA VIOLENCIA AE. Tantas imágenes de un pueblo al que dejaste a los ocho años y nunca más volviste, debe significar mucho más de lo que dicen los poemas ¿Qué representa para ti Amalfi? PB. Es primero que todo un espacio de seguridad porque allá pasé mis primeros años de infancia con una mamá dedicada a mí y a mis hermanos. Ella era todo cuidado para nosotros, con todo el amor. Es encontrarse con el amor sobre todo a través de la madre, también a través del padre con un amor como lo puse en mi poema que se disfrazaba de otras cosas, por ejemplo, de autoritarismo, de disciplina, de todas esas cosas muy duras que lo enfrentan a uno ya a la imagen femenina y a la imagen masculina. Eso lo marca a uno para siempre. No había carros en Amalfi, no es que sea tan vieja, pero lo que pasaba era que como Antioquia es una región tan quebrada geográficamente, no había carretera y paradójicamente no había carros, pero sí un aeropuerto. Yo conocí los carros a los ocho años en Bogotá. Lo que había era caballos y entonces era un mundo donde uno se podía mover muy libremente, pero también había muchas cosas duras. Había ya la violencia entre liberales y conservadores, mataban a los alcaldes, mataban a los personeros y a muchos otros y los traían en bestias y los niños oíamos hablar de que los habían traído entre unos costales. LA INFANCIA: COSA MARAVILLOSA DONDE SE CUECE TODO AE. En El hilo de los días, libro en el que se teje y desteje el tiempo originario, los sueños primeros, también en el que se observa la traumática y enajenadora pesadilla de la religión normativa, ¿cómo afecta ésta a aquella niña pueblerina sobreprotegida por sus padres? PB. Así como de un lado está el amor materno, del otro lado estaba la Iglesia, o sea, un mundo cristiano cerrado, ritualista, lleno de miedos. Era el misterio de los santos que pongo por ahí, esos santos tremendos que lo miraban a uno como si fueran a castigarlo, era la idea del pecado, el olor del incienso, las horribles monjas que nos hacían rezar recordándole siempre lo malos y pecaminosos que éramos. La religión eran los miedos, eran los fantasmas, era el patio de la casa, era una serie de cosas que lo marcan a uno para siempre. Esa es la cosa maravillosa que es la infancia donde se cuece todo lo que uno va a ser después y que quedó para mí como un territorio inviolado por la sencilla razón de que no volví nunca. Entonces cuando uno no vuelve a ese lugar, no le superpone a eso unas imágenes que la borran, y por eso es que no quiero volver. La casa ya no es tan grande como yo me la sueño. Eso es para mí Amalfi: un motor muy importante para escribir. Tal vez no porque ya de alguna manera lo dejé ahí, pero fue el que hizo que yo escribiera ese libro con el que me gané el premio nacional de poesía de Colcultura: El hilo de los días y seguro volveré sobre él. EL TIEMPO ES LA ESENCIA MISMA DE LA POESÍA AE. Tantos filósofos y poetas y físicos han definido, han hablado del tiempo y ninguno niega al anterior, por el contrario, lo contiene en su enunciado y, sin embargo, el tiempo sigue incólume en su sentido, como la obra de arte, es decir, cada cual tiene su lectura ¿Para ti qué es el tiempo al que renovadamente cantas? Yo diría que en todos los poetas el tiempo es el tema por excelencia. Cuando uno va creciendo es un ir hacia la muerte, el tiempo es un correr hacia la muerte. El tiempo es también memoria por lo que tu logras retener, igual por lo que pierdes. Es la dicha del instante que se te está yendo, es una cosa de la que estamos presos y si un poeta no se conmueve con el tiempo, no se conmueve con absolutamente nada. El tiempo es la esencia misma de la poesía. DESLUMBRAMIENTO ANTE LA BELLEZA DEL CUERPO QUE CRECE AUTÓNOMAMENTE AE. ¿Los hijos de ahora y los de la infancia se tocan por estrechos y sutiles lazos que sólo la poesía puede dar cuenta de ambas experiencias intensamente vividas por ti o es claro el sentimiento con respecto a unos y otros según la etapa de la vida? PN. De mi experiencia de madre que me recordó tiempos de infancia quise expresarla en algunos versos, especialmente en mi poema "Daniel creciendo". Lo escribí porque estaba perdiendo esa cercanía con mis hijos, ese contacto físico que los niños y jóvenes no quieren ya como buscando deshacerse de uno, de mirarte con mirada crítica, de ya no querer tocarte. Es esa cosa triste de que estás perdiendo el bebé que estuvo dentro de ti y que hasta ese entonces habías podido tener ahí, pero también es la idea de que ya comienzan a meterse al mundo de los adultos que es mucho más duro. Es la sensación de que estás perdiendo unas cosas irremediables que no sabías que estabas perdiendo pero también hay deslumbramiento de la belleza del cuerpo que crece, fascinación de ver como un niño se convierte en un hombre; son esas cosas contradictorias de las mamás. La infancia es el tiempo y el lugar donde se dan todas las cosas vitales que luego te marcan y contra las que tienes que luchar o tienes que preservar. Preservar por ejemplo la memoria, esas cosas maravillosas que pasan por ella, también hay muchas cosas definitivas que te marcan negativamente para siempre. La infancia es un espacio de cuestiones contradictorias, pero sobre todo es un espacio irrecuperable para la nostalgia, siempre te va a dar nostalgia la infancia, por dura que haya sido. Pienso que a todos nos produce eso. EL PADRE: UNA INSTANCIA ENTRE LA DUREZA Y EL AMOR AE. Al preguntarle a una niña desplazada de la violencia de Urabá quién era su padre que meses antes lo habían secuestrado delante de ella y matado junto con otros campesinos en una noche de octubre, ella dijo: “Mi padre es un grito en la oscuridad y mi ángel que todavía me cuida”. ¿Cómo es ese padre del que hablas en tus poemas, pantecrátor bizantino, condescendiente, solícito? PB. En un poema que me dio mucho trabajo escribir, “Biografía de un hombre con miedo”, yo hablo de mi papá con profundo sentimiento como si estuviera muerto, pero en ese momento estaba vivo. Tú tienes que resolver los problemas que tienes con tus papás y la literatura es una manera de resolver problemas, porque al escribir las cosas te comprendes a ti mismo y comprendes a los demás. Yo comprendí tarde que mi papá era así de bravo porque era un hombre muy solo y de pronto un poco triste. Un hombre que quedó huérfano muy chiquito, o sea, un típico hombre colombiano que le ha tocado enfrentarse a cosas muy duras entonces, Ese es un poema amoroso, pero es un poema muy duro porque yo pienso que la poesía tiene que tener verdad y tiene que tener intensidad y de alguna manera yo saldaba una cuenta. PB. Yo concibo a mi papá como un hombre esforzado, autodidacta, muy poco antioqueño en miles de cosas, como por ejemplo una persona que, a pesar de tener un sentido práctico exacerbado y un sentido del dinero muy claro (en ese sentido muy antioqueño), se desenvuelve mal con la realidad cotidiana, en el sentido de que no sabe cómo resolver una cantidad de cosas pequeñas; sabía resolver los asuntos grandes y poco los pequeños. Era un hombre más bien introvertido y dirigido más hacia los libros que hacia la vida práctica. O sea, en mi mente infantil mi papá era un intelectual, aunque yo después me di cuenta de que no era así. El fue contador, estudió por su propia cuenta con cursos que fue tomando y trabajaba en la tienda más grande de Amalfi que era de un tío rico de mi mamá. El tío de mi mamá le dio a mi papá la administración de ese lugar y por la noche mi papá ayudaba en el cine de mi abuelo. Eso era lo que hacía mi papá. En cambio mi mamá fue siempre maestra, de una familia de tradición de maestros. Mi mamá estudió en la Normal como se usaba en ese entonces en Medellín, volvió a Amalfi y solamente dejó la enseñanza, yo creo que muy a pesar suyo, cuando se casó, porque la costumbre decía que había que quedarse en la casa. Pero mi mamá ejerció siempre la pedagogía sobre nosotros de una manera muy impresionante pues nos enseñó a escribir y a leer de niños; cuando teníamos tres y cuatro años ya leíamos. Mi mamá fue una persona que creyó siempre fielmente en el estudio y en ese sentido fue afín a mi papá en el sentido de que la cosa no era a ver cómo conseguíamos plata a todo trance como fueron todos mis tíos por el lado materno, cuyos hijos se quedaban como a medias en la educación. Mis padres buscaron siempre que fuéramos muy estudiosos. Esa era la idea que mi mamá nos inculcó desde que tuvimos uso de razón. Yo creo que nos vinimos de Amalfi por varias razones: la primera, la idea que tenía mi mamá de que en Bogotá había un ambiente más propicio para el estudio que en Medellín. Siempre tuvo esa idea muy clara, yo no sé si será verdad o mentira pero esa fue una razón inicial, una razón tremenda que yo ahora estoy tratando de reconstruir literariamente y es que las estratificaciones sociales que hay en Antioquia son sumamente duras. Nosotros éramos lo que se decía la gente bien de Antioquia o de Amalfi. Después uno ya no sabe eso en qué consiste, pero yo sí me acuerdo mucho de las discriminaciones veladas y a veces no tan veladas que había en esa sociedad, y en los colegios se discriminaba por raza, apellido; había miles de formas de discriminación. La segunda razón de nuestra salida fue que estábamos viviendo un éxodo campesino hacia el pueblo porque la violencia estaba muy exacerbada. Entonces yo creo que el miedo a la violencia se estaba metiendo prácticamente al pueblo: mataron al personero, mataron al alcalde y el éxodo campesino comenzó a desplazar a la supuesta gente bien, así es que esta gente corrió hacia las ciudades. Cuando llegamos nosotros a Bogotá ya no éramos la gente bien ni de ninguna parte sino nadie que llegó ahí a una ciudad grandísima, aunque claro que mi mamá y mi papá lucharon por mantener su status y lo lograron plenamente, ¿pero a través de qué?; es muy bonito todo lo que ellos hicieron por lograr todo lo que finalmente se pudo. No fue a través de la fuerza del dinero sino del trabajo, de una cantidad de virtudes muy burguesas, muy pequeño burguesas y muy calvinistas, protestantes, toda esa cosa del ahorro, del trabajo. Ellos creían en un sistema de cosas que se acomodaban, y trabajaban en ese sentido; luego a uno le tocó desmontar todo eso que para ellos era lo esencial y para uno no tanto; digamos que así es como yo veo esa venida acá. Ya mi abuela había emigrado a Bogotá con dos de mis tíos, entonces para mi mamá Bogotá era una especie de paraíso, el lugar desconocido donde podía realizarse el sueño. Lo que puede ser para tantos colombianos el sueño americano, para mi mamá era el sueño bogotano, y de hecho creo que nos acomodamos muy bien aquí, aunque con dificultades y durante un tiempo con penurias. CULTO POR LOS LIBROS AE. ¿qué te hacía pensar que tu papá era un intelectual y no un hombre de pueblo que trataba de superar su condición? PB. Primero que todo el refinamiento de los modales de mi papá era exagerado. Una persona con unos enormes escrúpulos, con unas maneras en la mesa, con un rigor tremendo en relación con todas las formas, sabiendo que era un hombre huérfano de madre desde muy niño. De un lado, en su manera de vestir y de relacionarse era muy estricto, muy refinado. Por otro lado, era un hombre que no tenía un trato social generalizado sino aislado, muy callado, muy reservado, y era muy buen lector. Todo el tiempo estaba leyendo cosas y aprendiendo. No creo que leyera grandes cosas, pero por ejemplo sabía recitar toda la poesía de León de Greiff de memoria, tenía todos los cuadernillos de Simón Latino, obras antioqueñas enmarcadas en la tradición de Gregorio Gutiérrez González, y todo eso estaba en la casa de alguna manera presente en libros. Por supuesto la revista Selecciones que tenía temáticas diversas y yo ahí aprendí a leer allí cantidades de cosas. Me regaló como quien regala una cosa muy preciada El tesoro de la juventud. Él me lo legaba como una cosa que venía de las letras. A mi mamá también le gustaba mucho leer, pero es que en ella yo veía la práctica de la lectura como maestra que era. Ella me llevaba a un sitio donde alquilaban libros para niños; me acuerdo atravesando la plaza hasta una pequeña biblioteca y allí uno firmaba y se llevaba el libro para la casa y a los tres días lo devolvía. Entonces eso me parecía algo natural y después eso me ha parecido algo muy bonito. En la casa teníamos una pequeña bibliotequita, muy precaria, pero había un cierto culto por el libro; cierto culto de lo que viniera de ahí, del pensamiento. LA EMOCIÓN GENERA MUCHOS ESTRAGOS AE. Cuenta Flaubert que lloró cuando tuvo que matar a su Madame Bovary, igual le ha pasado a muchos escritores en similares situaciones ¿Alguna vez te ha conmovido hasta las lágrimas un poema, un escrito tuyo, o bien por el tema o por una imagen o por haberlo logrado? PB. Yo diría que uno se pone a llorar con un poema cuando le queda bien escrito. O sea, cuando uno ha logrado dar con lo que es y a mí me pasa con los poemas de amor, con los poemas sobre cosas delicadas, con los sentimientos más perturbadores. A veces mientras los escribo, lloro. Yo creo que si no te está saliendo bien el poema, tú no puedes llorar porque tú estás preocupado porque te salga bien el poema. Cuando te sale bien has dado con la emoción y la has concentrado, entonces ahí te puedes permitir el llanto que es como el desahogo de haber encontrado algo. Ahora pienso que nunca debe dejar uno que el poema esté bajo el estado de emoción solamente. Lo guardas porque de eso al ridículo no hay más que un paso, entonces tú lo guardas y lo miras luego ya despojado de ese sentimiento. Hay que tomar distancia siempre sobre lo escrito y ser implacable con el poema, porque la emoción siempre hace muchos estragos. EL LENGUAJE DISTANCIA DE LA EMOCIÓN AE. En la poesía de finales del siglo XX y comienzos del XXI se observa un interés marcado por abordar cosas y hechos cotidianos, por exaltar lo prosaico, lo anecdótico, con el riesgo de hacer de ese prosaismo, lenguaje, forma, perdiendo con ello cierta intensidad lírica ¿Qué pasa con las nuevas formas de hacer poesía? PB. Independientemente de lo biográfico o de lo no biográfico, lo que no puede ser la literatura es confesión de anécdotas personales o de circunstancias muy íntimas porque eso no le interesa a nadie. Lo que uno tiene que hacer, por ejemplo con el poema del padre, si alguien lo lee y le emociona, no es anecdotizar sobre ese personaje u otro, sino lo que él representa como esencialidad; yo he tocado con eso un tema que a muchos estremece, con los que muchos se identifican porque la figura del padre representa mucho más que los simples actos o gestos de mi papá o tu papá. Quiero decir que yo he tenido la suficiente distancia con el poema para que el poema le pueda hablar a los otros. ¿Qué es lo que hace que uno tome distancia entre la emoción y el poema?, simple y llanamente, el lenguaje. Uno no confiesa los propios sentimientos como en una carta, sino que elabora una emoción a través de las palabras. La concentración se pone no tanto en el sentimiento como en las palabras. Es un proceso de elaboración para ver cómo de la mejor manera posible se dice eso pero a través del lenguaje. Entonces el lenguaje es lo que permite la distancia con la emoción; además, siempre en la cuestión más autobiográfica y en la circunstancia más emocionante hay una invención, hay un elemento de ficción. O sea, mi padre no está muerto, por ejemplo. Algunas de las imágenes del poema sobre mi padre son de un padre mental, no del padre real. Todo en literatura tiene que tener una elaboración que nos distancie para no caer en la cosa confesional que es muy repugnante. Cuando uno lee y se encuentra con que esa es el alma de ese poeta contándonos sus secretos, a nosotros no nos gusta compartir eso así. Nosotros le pedimos un poquito de pudor que es siempre muy importante en la poesía, ese desfogue así de las emociones es como una falta de respeto con el lector. DOCENCIA DE AMOR POR LA LITERATURA AE. Además del gusto por la poesía, ¿la formación y actividad académica han incidido en un mayor conocimiento y dominio del género?, ¿cómo es tu manera de trabajar literariamente, qué es lo que más te motiva? PB. Por supuesto. Yo soy profesora de literatura en la universidad de los Andes, he estudiado toda la poesía colombiana, me la he leído toda y la enseño a mis estudiantes. Hay algunos poetas que son mis preferidos, entre los que están León de Greiff, Porfirio Barba Jacob, sobre los dos he escrito cosas, y entre los más recientes está José Manuel Arango y Juan Manuel Roca, que por pura casualidad todos ellos son antioqueños, pero comencé con Porfirio Barba Jacob que es un poeta que me gusta mucho y en mi labor universitaria he dedicado seminarios y publicado sobre una poesía que me convoca y sugiere muchas cosas. En el tiempo que me deja la docencia, incluyendo ésta, me sirve para trabajar permanentemente según la obra que tenga en cuenta, por ejemplo ahora con mi segunda novela. Yo siempre trabajo con una colección de fichas y libretas de distinto formato, con diversos diseños y allí escribo citas de los libros que estoy leyendo en el momento, hago viñetas, dibujos de ideas, y voy poniendo en ellas todo lo que se me ocurre. Por ejemplo, si estoy leyendo a Nietzsche y encuentro algo sobre la mediocridad, entonces utilizo la idea de que los mediocres son avaros, por decir cualquier cosa, y esto me sirve para la novela, es decir, me voy robando cosas para ella o para los poemas. Para los cursos en la Universidad elaboro unas fichas en la que anoto las ideas esenciales o citas significativas y luego las desarrollo, y así puedo trabajar durante horas, leyendo, escribiendo, y claro, esto agota demasiado y ya no queda aliento para escribir lo mío, por eso cuando se trata de mi literatura sí procuro estar descansada y muy estimulada. Yo siempre escribo mis cosas a mano, entonces si yo estoy leyendo Borges para mis clases, por ejemplo, se me van ocurriendo cosas para mi literatura. Selecciono algo me que llama la atención e inmediatamente escribo todo lo que se me ocurre, luego reviso y entonces me digo, esto me sirve para tal cosa o para la otra, o no. Trabajo así, con ese entramado de cosas. Cada vez más se ha convertido esta forma de trabajo en una necesidad. A veces he trabajado mucho ciertos autores porque me tocan, por ejemplo, conozco de cabo a rabo a Leopoldo Lugones, pero no es un tipo que a mí me diga nada especialmente, lo he trabajado por su destreza para cierta forma de literatura fantástica. Mi método es el siguiente, por ejemplo, si me propongo dictar un curso sobre literatura fantástica latinoamericana, entonces comienzo por preguntarme quiénes son sus más importantes representantes. Empiezo por Quiroga que adoro, después Lugones que me gusta menos, luego Bioy Casares que me gusta más o menos, y por supuesto Borges y Cortázar que me encantan. Quiroga me gusta por ese aliento de vida tan brutal. En realidad que yo le haya dedicado mucho tiempo a escritores que me interesan, son contados, porque en veintidós años de docencia en los Andes, que parece tanto tiempo, uno no alcanza a estudiar sino unos pocos a cabalidad. Neruda es un poeta que fue muy importante para mí y ejerció una influencia definitiva, absoluta y todavía la siento, sobre todo Residencia en la tierra, libro que yo adoro y vuelvo y vuelvo sobre él y lo enseño; ya casi me lo sé de memoria. Vallejo es otro que me atrapa totalmente. Esos dos los he estudiado totalmente a cabalidad. Alguna vez estudié mucho a Shakespeare de cabo a rabo, pero lo dejé porque no me gusta trabajar con una lengua extranjera; yo prefiero que mis estudiantes trabajen sobre autores de su propia lengua. Y ya más contemporáneamente me he concentrado mucho en Porfirio Barba Jacob, trabajé también a Silva, pero a mí me gusta más Porfirio que Silva. Es que como tú dices es por esa cosa neo-romántica. Yo en realidad soy una neo-romántica, entonces a mí me gustaba, ya no me gusta tanto, esa efusión romántica de él. León de Greiff me ha fascinado siempre, aunque está lleno de ripios y de cosas que uno podría tirar a la caneca, pero el poeta esencial que es León de Greiff me gusta mucho. le he dedicado mucho tiempo a Aurelio Arturo, a Juan Manuel Roca, a José Manuel Arango; en poesía latinoamericana últimamente he trabajado mucho a Alejandra Pizarnik, a Blanca Varela, una poeta que leí, releí, recontraeleí. Pero por cuestiones más afectivas que otra cosa es Juan Gelman que también leí mucho en un momento dado. Bueno se me estaba olvidando un tipo que me cambió la vida poéticamente hablando que es Eliseo Diego. Una amiga me regaló un día una edición amplia de sus poemas y yo no lo conocía ni sabía quién era; yo he sido siempre más bien como desinformada. La cuestión de la información me cuesta mucho trabajo y a veces no me meto por donde es, no uso los recursos como deben ser, entonces dejo al azar que me lleguen una cantidad de cosas. Así que cuando leí a Eliseo Diego me atrapó de una y eso me ha pasado con otros escritores, pero cuando los leo y me gustan, me dedico a ellos y leo todo lo que puedo. En narrativa Truman Capote es mi gran maestro; digamos que fue mi ídolo narrativo durante mucho tiempo. De Faulkner me gusta sobre todo El sonido y la furia. Yo trabajé mucho tiempo la narrativa norteamericana, pero hay escritores que no me gustan mucho como Hemingway. De John Dos Pasos me gustan algunas cosas, pero el que sí he leído bastante es Raymond Carver que me reveló una manera distinta de hacer literatura. Baudelaire fue un tipo que también siempre me gustó mucho, igual que la poesía francesa. De los españoles los que más me han interesado han sido los del Siglo de Oro. LA INCERTIDUMBRE ACOMPAÑA SIEMPRE AL POETA AE. ¿Cómo se siente frente a otros escritores y poetas? PB. Eso uno nunca lo sabe. Es como si a uno le preguntaran ¿cómo te sientes entre tus compañeras de trabajo, de oficio, de barrio? A ratos te sientes muy bien, la mejor, la más acogida, querida, solicitada y a raticos te sientes la más horrible, rechazada, olvidada. Entonces a los poetas nos pasa lo mismo. Cuando nos aplauden tenemos la ilusión de que somos lo máximo pero luego te vas, te comparas con otros y empiezas a tener dudas, incertidumbres, de manera que cuando un poeta tiene seguridad sobre sí mismo, quiere decir que está perdido, porque al poeta siempre lo tiene que acompañar la duda de que lo que esté haciendo sí esté bien, si no, ya no tiene metas que ponerse. A veces siento que me quiero mucho y que estoy muy satisfecha. O sea, que voy por mi casa leyéndole a todo el que se me atraviese, a mi marido, a mis hijos. A veces he llegado hasta coger un teléfono y llamar a un amigo para leerle lo que acabo de escribir; es la emoción de lo que uno ha escrito. Cuando escribo un libro siento que cerré una etapa y siento muchas dudas y miedo. Miedo de lo que va a decir el público, la crítica, miedo de si lo habré hecho bien, entonces eso es básicamente lo que siento y la incertidumbre de por medio. LA POESÍA NO ES ESPACIO PARA LA DISCUSIÓN IDEOLÓGICA AE. ¿La condición femenina es una ventaja o una limitante para entrar a competir en el campo de la producción poética? ¿En algún momento te sentiste marginada por los colegas poetas? PB. Creo que lo primero que me ha ayudado a mí es no hacer de mi condición de mujer una minoría, o sea, no aglutinarme como si fuera una minoría con otras mujeres y organizarme porque yo pienso que eso va en detrimento de uno. No somos una minoría, ¿quién dijo que éramos una minoría? Somos históricamente unas personas que hemos sufrido discriminaciones como los negros o como cualquier otro, pero la poesía no es el espacio para luchar por eso. Ahí se lucha de otras maneras, desde el terreno del trabajo social y tantos otros, mas la poesía no es un espacio para exponer o discutir las ideologías. Yo pienso que es todo lo contrario. En la medida en que nos expresamos como los seres totales que somos, entonces podemos entrar a dialogar con los hombres y con esa cosa total que es la poesía, independientemente de cualquier género, postura ideológica, religiosa, étnica. Entonces yo creo que a mí me ha ayudado paradójicamente eso. Yo nunca he sufrido discriminación por ser mujer, quizá al principio sí ya que los otros poetas me veían con un cierto desdén, pero los hombres no son tan torpes ni tan brutos como para decir que porque es mujer te desechan. Ellos leen y aceptan, pero habrá quienes no; sin embargo, la mayoría sí están dispuestos a dar la bienvenida a los recién llegados en la actividad creativa, con las obvias expectativas y recelos a veces. EL ÍMPETU DE CREAR ALEJA EL SUEÑO AE. Como dice la expresión popular, “cada uno tiene la manera de rascarse las pulgas”, ¿cómo son los hábitos tuyos para escribir? PB. Yo creo que de pronto a todos ustedes les ha pasado si escriben poemas, y es que se te viene la idea de qué bueno escribir un poema sobre ésto o con un verso que diga así. A veces es un verso que se te viene y yo lo empiezo a trabajar en mi cabeza y a veces duro meses con eso porque no lo he resuelto suficiente, porque no he tenido tiempo y lo voy armando, lo voy armando en la cabeza. Lo que tú te planteas en la cabeza es cómo lo vas a escribir después de que tienes la idea de qué quieres decir. Es fundamental cómo lo vas a decir y cuando tiene resuelto esto, empiezas a trabajar, a trabajar. Generalmente tengo una libretica y apunto en cualquier parte donde esté para que no se me olvide. Digamos, por ejemplo, que por la mañana pensé en esto: qué bonito escribir un poema sobre tal cosa, entonces llego a la casa y escribo en la libretica esta cosa. A veces reviso toda la libretica para darme como impulso y me siento cuando sé que no estoy muy cansada y que tengo tiempo por delante. Me gusta sentarme de noche sobre todo a partir de las nueve o diez de la noche cuando ya como que la casa se pone un poquito en silencio, entonces me siento a trabajar y mientras estoy escribiendo jamás tengo sueño, de manera que puedo durar hasta la madrugada en esa labor si mi está dando mucho trabajo el poema. Cuando uno tiene el ímpetu de crear generalmente se va el sueño. Al día siguiente por la mañana reviso lo hecho con curiosidad de ver qué fue lo que hice, lo guardo y al tiempo lo saco, lo reviso y miro para ver si me gusta o lo archivo de nuevo o lo boto definitivamente. LA POESÍA: BÁLSAMO EN TIEMPOS DE ENCIERRO Y SOLEDAD AE. Un compositor popular contaba que empezó a componer el día que le dijeron en una entrevista que se dedicara a otra cosa distinta a la música porque no tenía ninguna aptitud para ella ¿Cómo fue tu proceso de iniciación a la escritura? PB. Fue por una necesidad tremenda cuando tenía como diez años u once años. Quería escribir cosas, a lo mejor a la gente a veces le da más tarde, a los quince o dieciséis años, pero como a mí me fascinaba leer y la música de los poemas y en el colegio me ponían hacer composiciones y cosas de ésas, rapidísimo encontré el gusto de escribir y entonces me acuerdo muy chiquita, por ahí a los nueve años haciendo poemitas que eran imitación de otras cosas, porque uno siempre comienza imitando lo que le gusta y sin tener ni idea de si eso era bueno o malo. A los catorce años me mandaron interna a un colegio, me sentía muy sola, triste, lejana de mi casa, así que me desahogaba escribiendo poemas y me gustaba imitar cosas que leía en otros. Ahí fui encontrando mi propio lenguaje de a poquitos, interesándome no sólo por el desahogo sino por el problema del lenguaje que hay en la literatura. MÁS SON LAS METAS QUE FALTAN QUE LAS LOGRADAS AE. ¿Ha alcanzado las metas propuestas? PB. No, me faltan muchas. Lo que pido es tener vida para todo lo que quiero hacer. Porque mis metas son con la literatura misma. Me siento muy plena en este momento de la vida, con muchas cosas buenas que me ha pasado, pero yo quiero todavía hacer muchas otras cosas, tengo muchos proyectos, me gustaría tener mucho tiempo para poder desarrollarlos. SIEMPRE HAY COSAS DE QUÉ ARREPENTIRSE AE. ¿Te ha arrepentido de alguna cosa que has publicado? PB. Sí, me he arrepentido. Incluso por aquí hay poemas, no voy a decir cuáles, que borraría, por ahí quince poemas, de todos mis libros borraría quince poemas; hay algunos que me dan pena definitivamente, otros me parecen que están regulares y no vale la pena publicar cosas regulares. Uno va cambiando, va encontrando que de pronto incurre en cosas que ya después no aprecia, eso hace parte del proceso de crecimiento literario. IMITAR INICIALMENTE LO QUE GUSTA DA DESTREZAS AE. ¿De qué manera ciertas lecturas influyeron en tu obra? PB. Yo creo que esa fuerza que le da a uno leer autores que uno admira, quiere, reconoce, en los que se reconoce, es absolutamente definitiva. Yo creo que yo imitaba mucho, pero eso me parece siempre muy bien, como los pintores que se adiestran pintando por imitación cuadros en los grandes museos. Yo creo que eso siempre es bueno porque da unas destrezas, porque la búsqueda de una voz propia es una cosa muy lenta, uno no tiene que apresurarse. Hubo momentos en que me dejaba tocar de muchos autores, por ejemplo, de Neruda, de Vallejo o Machado; me dejaba seducir por su canto. A los dieciséis años imitaba a Baudelaire escribiendo cosas como él. En el caso de los cuentos imitaba a Cortázar, a Rulfo, no conscientemente sino que me dejaba de alguna manera impactar por ese estilo y luego, claro, hay que tener la autocrítica para decir no, esto está muy borgiano, aquí o allí se nota la huella de Vallejo, pero como ejercicio creo que es muy bueno dejar que le salgan a uno esas cosas subconscientes que va acumulando ahí. Lo que sí creo que es importantísimo es leer y dejarse inspirar por lo que uno va leyendo. Yo creo que nunca me inspiro tanto como cuando leo, voy subrayando, apuntando ideas. Mucho más que el mundo de afuera, lo que me impulsa es el mundo de los libros. PROPICIAR LA LECTURA ENTRE LOS JÓVENES ES ABRIRLES VENTANAS AL MUNDO AE. La experiencia de unas Jornadas de Literatura promovidas por Comfama, a las cuales fuiste invitada y que busca propiciar el encuentro directo de los escritores con los jóvenes lectores y, sobre todo, de motivarlos a la lectura, ¿parece que te impresionó? PB. Es importantísimo la labor que están haciendo algunas instituciones en Antioquia con eso de la promoción de la lectura, me parece que sensibilizar así a un grupo de jóvenes en las ciudades, promete mucho sobre el cambio de esta sociedad que tanto lo necesita. Yo pienso que sí hay gente que mira el mundo de manera distinta, que es capaz de transformar esta realidad tan dolorosa que vemos todos los días y apropiársela y convertirla en algo positivo a través de las palabras, yo creo que hay mucha esperanza de redención en un mundo que se le da tan pocas oportunidades a tanta gente. Pienso que esta oportunidad de acercar los jóvenes a la lectura y a sus escritores es inmensa, seguro les permitirá encontrarse, reconocer otras realidades, crecer personalmente. Bibliografía de Piedad Bonnett (1988) Noche de epifanía de Shakespeare (teatro, traducción y adaptación del texto en verso). Obra montada por el Teatro Libre de Bogotá en 1988. (1989) De círculo y ceniza (poesía). Bogotá, Uniandes, sep./89. Con prólogo-carta de Ramón de Zubiría. -----. (1996, 2ª ed.). Bogotá, Uniandes, dic./96, viii p, 54 p. Con prólogocarta de Ramón de Zubiría (p. v-vi) y prólogo a la segunda edición: “Reencuentro con De círculo y ceniza” de Clara Eugenia Ronderos (p. viixii). (1991) Gato por liebre (teatro en verso). Obra montada por el Teatro Libre de Bogotá en 1991. (1991) El cuervo de Edgar Allan Poe (traducción). (1994) Nadie en casa (poesía). (1995) El hilo de los días (poesía). Bogotá, Colcultura, may./95, 85 p. (Premio Nacional de Poesía de Colcultura de 1994). (Jurados: Meira del Mar, Vicente Quirarte, Elkin Restrepo). (1996) Ese animal triste (poesía). Bogotá, Norma (1997) Que muerde el aire afuera (teatro). Obra montada por el Teatro Libre de Bogotá en 1997. (1998) Todos los amantes son guerreros (poesía). Bogotá, Norma, (2001) Después de todo (novela). Bogotá, Alfaguara, nov./01, 302 p. (2004) Tretas el débil (poesía). Bogotá, Alfaguara, abril/04. * Fragmento de: Cuatro náufragos de la palabra. Diálogo compartido con Héctor Abad Faciolince, Arturo Alape, Piedad Bonnett, Armando Romero. Medellín: Eafit 2003.