Retos éticos de la Ciencia

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• Ciencia y técnica no son saberes neutrales
No es raro encontrar en los dibujos animados y en las películas de aventuras la imagen del científico chiflado,
unas veces al servido de una buena causa, y otras, en cambio, a las órdenes de ciertos personajes malvados
empeñados en dominar el mundo entero según su capricho. Hasta cierto punto, esa imagen es una burda
caricatura de lo que realmente hacen los hombres y mujeres que cultivan la ciencia, pero en el fondo refleja
algunos elementos que sí se corresponden con la realidad. Por ejemplo:
♦ La ciencia y la tecnología poseen un enorme potencial que puede ser utilizado para fines
muy diferentes, desde la producción de alimentos y la curación de enfermedades hasta la
fabricación de sustancias altamente contaminantes y de armas de destrucción masiva.
♦ Las personas que se dedican a la investigación científica y técnica se ven obligadas a ofrecer
sus servicios a las grandes empresas multinacionales (poder económico) y a los estados
(poder político). De este modo, la utilización que finalmente se haga de sus descubrimientos
se les escapa de las manos la mayor parte de las veces.
♦ La investigación científica requiere una gran especialización y un vocabulario propio, de
modo que puede darse cierto distanciamiento entre la sociedad y los profesionales de la
ciencia.
En resumen, la actividad científica no está por encima del bien y del mal, sino que, como cualquier otra
actividad humana, tiene una dimensión ética indudable, tanto en lo que se refiere a sus posibles aplicaciones
industriales y bélicas como en lo referido a la propia mentalidad social.
• La ciencia en la sociedad y en la historia
2.1.La ciencia y la ética desde la Antigüedad
La relación mantenida entre la ciencia y la ética ha cambiado. A nuestra mirada, ambas aparecen como unidas
en los orígenes del pensamiento racional griego; y hoy resulta todavía difícil distinguir lo propiamente ético o
filosófico de lo estrictamente científico (con independencia de su validez actual) en las obras de pensadores
como Aristóteles.
Para aquellos primeros pensadores, sin embargo, tal distinción resultaba improcedente, puesto que vieron en
la ciencia una actividad secundaria respecto de la filosofía, la cual venía a ser una especia de ciencia de las
ciencias, es decir, un saber totalizador que abarcaba el ámbito entero de lo inteligible. Al menos, de lo
inteligible en el orden de lo temporal, puesto que, en el Occidente cristianizado, la teología reinó sobre el
conjunto de todos los saberes.
Con todo, dicha independencia no deja de ser también relativa. El hecho mismo de la existencia y desarrollo
de las ciencias plantea problemas de índole filosófica, tales como el de la posibilidad del conocimiento
científico; o el de la adecuación entre las teorías científicas.
2.2.La ciencia como búsqueda ilimitada de la verdad
En la Antigüedad clásica y en la Edad Media se concebía la ciencia como un conocimiento absolutamente
indudable, demostrable a partir de unos principios supremos, razonando sistemáticamente y enseñable; se
contraponía al saber vulgar (mera colección de experiencias) y a la simple opinión (saber todavía inseguro,
falto de una demostración suficiente).
Sin embargo, a partir del siglo XVI se abrió paso un nuevo concepto de ciencia, según el cual todos los
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conocimientos pasan a ser considerados como hipótesis, esto es, como explicaciones más o menos verosímiles
que han de ser comprobadas mediante experimentos, pero que quedan sometidas en todo momento a la
posibilidad de revisión y modificación. La ciencia moderna ya no se entiende como un conjunto de verdades
absolutas, sino más bien como un conjunto de afirmaciones provisionalmente aceptables que forman parte de
un proceso ilimitado de búsqueda de la verdad que se lleva a cabo a muy largo plazo, dando cabida a todas
las personas que deseen participar en él.
2.3.¿A quiénes deberían beneficiar la ciencia y la técnica?
Dado que los conocimientos científicos son el producto de un largo proceso en el que han participado miles de
personas a lo largo de la historia, parece justo que los beneficios que se derivan de dichos conocimientos sean
disfrutados por toda la humanidad.
Sin embargo, la investigación científica es una actividad muy costosa. Se necesitan investigadores bien
formados y los medios materiales (como laboratorios, aparatos o bibliotecas) son complejos y caros. Por esta
razón, tanto los países como las empresas que invierten en investigación se fijan unas metas muy claras y
concretas, intentando rentabilizar al máximo esta actividad. En consecuencia, el fin último que se persigue al
poner en marcha un determinado proyecto de investigación no siempre es el bien de todos, sino a menudo
defender los intereses políticos y económicos de los gobiernos o de las empresas que lo financian.
2.4.La nueva colonización tecnológica
Es muy frecuente, y cada vez más, que muchos descubrimientos e inventos permanezcan en secreto por
razones militares o de rivalidad entre grandes compañías comerciales. Este secretismo perjudica
especialmente a los países menos desarrollados, puesto que suelen ser ellos los únicos que no tienen ninguna
posibilidad de acceder a esas investigaciones. Pero lo más escandaloso es que en ocasiones los países ricos
realizan sus experimentos más peligrosos y contaminantes en los países pobres e instalan en ellos las
industrias de mayor riesgo para la salud, mientras que se reservan los beneficios posteriores para su disfrute en
exclusiva, o hacen pagar un alto precio a esos países a cambio de la licencia de uso de las nuevas tecnologías.
En consecuencia, el diferente potencial científico e investigador de los países ricos y los países pobres ahonda
aún más las diferencias económicas entre ambos. Así se produce una situación de dependencia tecnológica
de los países pobres respecto a los ricos, lo que equivale a un nuevo tipo de colonización: la colonización
científico−técnica. Unos pocos países o unas pocas empresas transnacionales (o, mejor dicho, los gobernantes
de esos países y los directivos de esas empresas) tienen muchas veces en sus manos las posibilidades de
desarrollo de países enteros.
• Los valores que orientan la tarea investigadora
3.1.Ni prejuicios, ni dogmatismos, ni censura
Tanto en la concepción antigua de la ciencia como en la moderna, se supone que el objetivo último de la
ciencia es la investigación y la enseñanza de la verdad objetiva, sin dejarse arrastrar por prejuicios ni por
dogmatismos de ningún tipo, y sin someterse a ningún tipo de censura política ni religiosa. Los prejuicios son
errores de comprensión que pueden proceder de distintas fuentes: fallos en el razonamiento, excesivo apego a
la costumbre, etc. El dogmatismo consiste en mantener a toda costa una opinión sin permitir que pueda ser
criticada. Por el contrario, la actitud propia de la ciencia es la de argumentar con rigor las afirmaciones que
se hacen y no convertirlas en dogma. Para que esta crítica constante sea posible, es necesario que los
investigadores puedan publicar libremente los resultados de sus investigaciones, de modo que puedan ser
contrastados por los demás investigadores de su misma especialidad. Además, el auténtico investigador es
muy modesto porque sabe que sus conocimientos son limitados y revisables.
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3.2.La fuerza de los argumentos
Por estas razones, la ciencia es el producto de la comunidad de investigadores que se ha ido formando a lo
largo de los siglos y de la que hoy forman parte millones de personas de todos los países del mundo. En esa
comunidad no se concede a nadie el privilegio de poseer la verdad absoluta, sino que en ella se pretende
mantener el diálogo y la argumentación como el único medio adecuado por el que las teorías o los
descubrimientos pueden ser aceptables.
• Hacia un control ético del uso de las tecnologías
4.1.Autocontrol ético de los profesionales de la ciencia
En la actualidad, son cada vez más los científicos que ven la necesidad de introducir principios éticos −como
el del respeto a la vida y a la libertad de las personas, o el de la preservación del medio ambiente natural−
entre los criterios de lo que se debe considerar una buena investigación. De este modo han comenzado a
elaborar sus propios códigos de ética profesional de modo similar a como ya lo venían haciendo los médicos
desde hace tiempo.
4.2.Ética de la investigación médica
Desde tiempos antiguos los médicos han procurado dotarse de unos principios éticos de conducta para orientar
su labor. Los más relevantes son los siguientes:
• Principio de beneficencia, que prohíbe causar daños a las personas y obliga a procurarles los cuidados
oportunos para recuperar la salud.
• Principio de autonomía, que obliga a los médicos a tener en cuenta los deseos libremente expresados
del paciente, y a proteger los intereses de éste cuando no esté en condiciones de expresar su voluntad.
Este principio implica la prohibición de realizar ciertos tratamientos que conllevan riesgos, así como
experimentos de investigación médica, sin contar con el libre consentimiento del paciente.
• Principio de justicia, que obliga a plantearse seriamente la cuestión de cómo distribuir los recursos
económicos de que dispone una sociedad para preservar la salud de sus ciudadanos. Este principio
puede implicar, por ejemplo, que la Seguridad Social no se haga cargo de ciertos tratamientos
médicos excesivamente costosos si el hacerlo implicase desatender las necesidades básicas de salud
de la mayor parte de la población.
5. El proyecto Genoma Humano (PGH)
5.1.¿En qué consiste?
Hace ya mucho tiempo que se sabe que los caracteres de los organismos de todas las especies se transmiten de
generación en generación (es decir, se heredan). También tiene cierta edad el conocimiento de que dicha
información es contenida en los cromosomas de las células de cada uno de los individuos. Hasta se sabe que la
forma de la información genética no es más que una secuencia de nucleótidos (las piezas del ADN) que
especifica cada gen.
El PGH se creó con unos objetivos concretos: identificar los aproximadamente 100.000 genes que contiene el
ADN humano, determinar la secuencia de los 3.000 millones de pares de bases que lo forman, guardar toda
esta información en bases de datos de libre acceso, desarrollar herramientas para facilitar el análisis de esta
información y trabajar los aspectos éticos, legales y sociales derivados.
Para implementar el proyecto −considerado como una de las mayores aventuras científicas de la humanidad−
se creó, en el año 1988, la denominada Organización del Genoma Humano (HUGO) que coordina la
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unificación y estandarización de los criterios técnicos de actuación. La parte principal del proyecto la llevan a
cabo los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de EE.UU. −que tratan de conseguir la identificación de todos
los genes humanos− y el Généthon que, en Francia, se centra en la investigación de los genes responsables de
las enfermedades hereditarias.
5.2.La importancia del proyecto
La dotación genética del ser humano pronto dejará de ser un misterio. El genoma humano entero estará
secuenciado, y ello nos proporcionará un catálogo completo de nuestros genes. En esencia, el PGH pretende
leer y anotar el código que determina la larga cadena de ADN (ácido desoxirribonucleico) y hacer inventario
de todos nuestros genes. A partir de ahí se abre un inmenso mundo de posibilidades y retos.
Los mecanismos que gobiernan el desarrollo del ser humano a partir de la fusión de un óvulo y un
espermatozoide radican en la larga cadena del ADN. Comparando su secuencia con la de otros seres vivos
podremos remontarnos a los inicios de nuestra evolución. A través del conocimiento de todos nuestros genes
podremos desentrañar su función, y este hecho revolucionará, sin duda, el mundo de la medicina. El PGH nos
proporcionará la información básica para conocer mejor qué es y cómo se organiza la vida.
Del PGH se esperan importantes avances médicos. Por ejemplo, en el diagnóstico precoz y en el tratamiento
de las enfermedades hereditarias que, en determinados casos, parece ya bastante próximo.
5.3.Los riesgos del proyecto
En principio, el conocimiento del genoma humano parece reportar una serie de beneficios inestimables para la
especie humana. Pero eso no significa que esté exento de riesgos, pues el conocimiento del genoma de una
persona concreta implica conocer datos de su intimidad que podrían conducir a discriminarla en el trabajo, a la
hora de suscribir una póliza de seguros, por motivos de raza, etc.
Pero además, la ingeniería genética hace posible no sólo trabajar con material genético (como en el caso de la
inseminación artificial, de la fertilización in vitro, etc.) sino que hoy está en situación de poder modificar la
estructura interna de los genes. De esta manera, los científicos expertos en estas cuestiones dispondrían de un
instrumento muy poderoso de cara a la dominación de unos hombres por otros, dado que, previsiblemente, la
ingeniería genética estará en situación de efectuar modificaciones en la herencia. Surge así una pregunta
inquietante: ¿Quién o quiénes estarían legitimados para decidir cuáles son las variaciones que pueden
introducirse en el genoma humano?
Por todo esto parece necesario reconocer a las personas el derecho a su propia intimidad, no sólo en el sentido
convencional, sino también en el sentido del derecho de todo individuo a la inviolabilidad de su propio
patrimonio genético.
5.4.Implicaciones éticas, legales y sociales
Desde un principio el PGH era consciente del diverso uso que podría hacerse del gran abanico de
posibilidades que conllevaría su consecución. Por una parte, el conocimiento del genoma revolucionará el
tratamiento sobre todo tipo de enfermedades que afectan a la humanidad. Por otra parte, se teme que este
nuevo conocimiento se use para finalidades menos altruistas. El PGH se podría utilizar con finalidades
eugenésicas (de mejora de la raza humana), como ya hubo intentos a lo largo del siglo XX.
El empleo de la genética no está exento de polémicas, pues manipular el ADN de un organismo significa
modificar su esencia y plantea cuestiones de orden moral, sobre todo cuando el organismo a manipular es el
ser humano. Por otra parte, la incorporación a la naturaleza de organismos modificados genéticamente puede
tener repercusiones ecológicas difíciles de evaluar.
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Cabe la posibilidad de que los avances genéticos se utilicen incluso en detrimento de los menos privilegiados.
Saber qué mutaciones en tales genes causan determinadas enfermedades puede ser de gran utilidad para
prevenir sus efectos en las personas que sean portadoras de estas mutaciones, pero, al mismo tiempo, su
conocimiento puede utilizarse para que estos individuos sean discriminados, por ejemplo, por las compañías
aseguradoras. Éstas podrían pedir cribajes de genes que confirieran susceptibilidad para las enfermedades más
comunes en nuestra sociedad (cardiovasculares, cáncer, diabetes, etc.), y una persona podría ser discriminada
y desposeída de seguro médico o de vida incluso antes de padecer dichas enfermedades. Por lo tanto, se acepta
que, desde un punto de vista ético, estos análisis deben ser voluntarios y confidenciales, y en ningún caso
deben usarse con fines discriminatorios.
Es importante tener en cuenta que uno de los principios éticos en que hoy en día se fundamenta el consejo
genético y la detección genética es que tal información ha de ser generada sólo como respuesta a una petición
explícita de un adulto que disponga de plena información. Actualmente se respeta el derecho que tienen las
personas a no saber. Por tanto, urge desarrollar una ética y una reglamentación legal paralela a los avances del
PGH, como se tenía planeado desde su inicio. La sociedad ha de tener claro para qué quiere utilizar estos
nuevos conocimientos y para qué no, y establecer una legislación consecuente.
5.5.Valoración moral
La razón fundamental por la que el PGH es aceptable desde un punto de vista ético es por la enorme
contribución que puede aportar a la prevención y curación de enfermedades (ver ap. 5.2.). De este modo los
seres humanos podrían aumentar su salud, es decir, serían más dueños de su propio cuerpo, y, en esa medida,
serían más libres. Por lo tanto, el PGH ha de atender a una doble finalidad desde el punto de vista ético:
• Por una parte, ha de respetar la dignidad que posee cada ser humano.
• Por otra parte, ha de promover la libertad de cada ser humano precisamente en atención a su dignidad.
Hay que entender que no es posible promover la libertad de las personas sin respetar su dignidad y viceversa,
tampoco es posible respetar la dignidad de las personas sin reconocerles su libertad.
6.La clonación
6.1.¿En qué consiste?
Los seres vivos que poseen un patrimonio genético idéntico se denominan clones. En realidad el término,
además de aplicarse a tales organismos designa también a la población que forman. En este sentido un clon es,
también, un grupo de organismos genéticamente idénticos originados a partir de la reproducción asexual de un
individuo progenitor. El proceso que aboca a la formación, u obtención, de un clon o de un organismo clónico
se denomina clonación.
En la naturaleza los clones no suelen ser la copia de un adulto. Un origen que sí tiene uno de los animales
clónicos que más notoriedad han alcanzado en el final del siglo pasado, la oveja Dolly.
6.2.La oveja Dolly
El 22 de febrero de 1997 se dio a conocer a través de los medios de comunicación el artículo publicado en la
revista Natura −una de las de mayor trascendencia en el campo de las ciencias biológicas− acerca del
desarrollo experimental obtenido por un equipo de investigadores británicos: la clonación de la oveja Dolly.
En realidad esta noticia, junto a otras procedentes igualmente de Gran Bretaña, constituyó una de las
contribuciones científicas −en el dominio de las ciencias biomédicas− de más impacto de los últimos tiempos.
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6.3.Interés de la clonación para la ganadería
A la oveja Dolly le siguieron más criaturas clónicas y el anuncio de otras en gestación. Don Wolf, del Centro
de Investigación de Primates de Oregón y director del Laboratorio de Fertilización in vitro de la universidad
de Oregón, dio a conocer en marzo del 1997 la obtención de dos macacos Rhesus clónicos (aunque no
hermanos entre sí).
Por su parte, dos investigadores de la universidad de Wisconsin anunciaron el inicio de la gestación de un
ternero clónico, asimismo a partir de ovocitos fertilizados −mediante estimulación eléctrica− con células
procedentes de un cultivo tisular de piel de feto de vaca.
El camino iniciado por la oveja Dolly parece abrir ante la humanidad un prometedor panorama de
aplicaciones. Quizá en el futuro la producción ganadera podrá beneficiarse de estas técnicas par conseguir
animales clónicos a partir de aquellos ejemplares adultos más productivos o más resistentes a determinadas
enfermedades. Por el contrario las técnicas empleadas en la actualidad −que necesariamente parten de
embriones− presentan la desventaja inicial del desconocimiento de la capacidad productiva o de la resistencia
del animal resultante.
Una ganadería clónica podría permitir la obtención de animales mucho más rentables, aunque la misma
expresión de estos hechos futuribles no deja de resultar francamente dura desde un punto de vista ético. En
cualquier caso, la posibilidad de clonar animales de granja puede causar un impacto todavía mayor al que
supuso la introducción de la inseminación artificial en los años cincuenta.
6.4.Clonación, ciencia y ética
La selección artificial de variedades agrícolas y razas de ganado ha permitido cambios espectaculares en los
cultivos vegetales y en la producción ganadera a lo largo de la historia. Modernamente la ingeniería genética
nos ha enseñado que se pueden conseguir cambios semejantes, e incluso radicalmente superiores, de una
forma prácticamente súbita, sin los largos períodos de tiempo propios de la evolución natural y, en menor
escala, de la mejora artificial de las razas. La clonación de mamíferos abre perspectivas que pueden ser
beneficiosas para la salud humana, la producción de alimentos y los trasplantes.
Sin embargo, el clonaje de seres vivos causa prevención porque genera paradojas que afectan a los supuestos
básicos de la convivencia. Las cuestiones éticas de fondo, por supuesto, pero también una cierta manera de
entendernos a nosotros mismos que la clonación pone en cuestión.
Tras los logros obtenidos en los ovinos y otros mamíferos superiores no parecen quedar obstáculos
infranqueables para la clonación humana. Aunque por el momento las dificultades técnicas no lo permitan es
preciso reconocer que no son insuperables. Es preciso aceptar que no serán las barreras técnicas o biológicas
las que lo impidan sino las sociales. Es decir, es la sociedad la que ha de impedir cualquier plasmación
práctica de selección artificial en seres humanos, estableciendo límites a las potenciales excursiones por
terrenos que bordean la dignidad del hombre.
Los estudios sociológicos indican que los ciudadanos europeos aceptan la utilización de las nuevas
biotecnologías cuando se aplican al campo de la salud, pero se muestran contrarios a sus aplicaciones
agrícolas o ganaderas, y en los medios de comunicación no son infrecuentes los comentarios alarmistas y una
cierta satanización de la ingeniería genética. En realidad ello forma parte de una fuerte corriente de
pensamiento acientífico. Los avances y logros científicos en ciertas líneas de investigación se reciben muchas
veces como plagas bíblicas que nos aproximan a la hecatombe.
Quizá no tiene demasiado sentido plantear el debate sobre si hay que prohibir o alentar la clonación. Muy
probablemente como ha ocurrido con la fecundación in vitro y la reproducción asistida lo que hoy parece una
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aberración mañana será rutina. Entonces, el reto no estriba tanto en oponerse o no a unas técnicas sino en
consensuar valores que nos permitan coexistir con la potencia de conocimiento que la humanidad no cesa de
generar. Si un determinado escepticismo puede hacernos pensar que las regulaciones son imposibles de
aplicar, es preciso recordar que la convivencia en las sociedades modernas se basa en la asunción y en el
establecimiento de unas normas aplicables incluso a quienes pretenderían violarlas. Por otra parte cada vez
más la investigación social va por detrás de la investigación científica. La sociedad e incluso muchos de sus
observadores más atentos se muestran perplejos ante la aceleración que ha tomado la investigación genética.
Los países más avanzados se afanan en adaptar sus leyes al ritmo vertiginoso del progreso de las ciencias
biomédicas. En España, la clonación de seres humanos −ilegal en gran parte de la Unión Europea− está
tipificada como delito en el nuevo Código Penal. Pero hay otras facetas del mismo fenómeno que también
merecen la atención del legislador, entre ellas la posibilidad de patentar seres vivos. Los intentos de patentar
los clones obtenidos en el laboratorio son ya antiguos: en 1873 Louis Pasteur patentó en EE.UU. un cultivo de
levadura. En los años setenta de este siglo se suscitó una gran polémica en aquel país a raíz del intento de un
investigador de patentar un cultivo de bacterias −obtenido mediante la entonces emergente tecnología del
ADN recombinante− con cierta capacidad para degradar el petróleo; el Tribunal supremo autorizó finalmente
el registro con el argumento de que se trataba de un producto del ingenio humano, con una utilidad clara y,
por tanto, susceptible de ser patentado. En 1988, la universidad de Harvard logró la patente de un oncorratón:
una estirpe de ratón que posee un gen que le hace susceptible de padecer cáncer y, por ello, de investigación
de dicha enfermedad. Las primeras patentes europeas son del año 1992.
El Parlamento Europeo aprobó en 1997 la directiva Protección jurídica de las invenciones tecnológicas que,
tras su ratificación por la Comisión y el Consejo de Ministros de la Unión Europea, permitirá la patente de
productos biológicos obtenidos a partir de seres vivos, entre los cuales se incluyen genes o secuencias
humanas genéticas que vayan acompañados de una aplicación terapéutica. Esta práctica ya es habitual en
EE.UU., y Japón desde hace algunos años.
Pero, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
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