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> clinicando
Claudia Roqueta
Identidades fugaces y creatividad
pulsional > revista de psicanálise >
ano XVI, n. 169, maio/2003
clinicando> p. 40-45
Intento producir una articulación entre la realidad sociocultural desde lo que se ha dado
en llamar postmodernismo y globalización y los nuevos modos de presentación clínica
de enfermos.
Apunto a rescatar la idea de una identidad que pudiendo desprenderse del sometimiento
al discurso imperante, pueda resultar del encuentro del sujeto con el abismo central que
lo constituye (ocupado hoy por objetos que han cobrado carácter de fetiche) y que irá
cobrando forma en cada acto creativo. Acto que se relanzándose una y otra vez hacia otro
restablezca la posibilidad de disfrutar de un espacio compartido.
> Palabras claves: Identidad, masa, libertad, creación
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In this article the author associates current socio-cultural reality, described as post
modernism and globalization, with new forms of clinical presentation of patients.
The idea of an identity is brought up that is different from the predominant discourse.
It can arise from the subject’s encounter with the central abyss that constitutes this
subject (occupied today by objects that have taken on the character of fetishes) and
that will reacquire form in each creative act. This act, at times moving toward the other,
re-establishes the possibility of making use of shared space.
> Key words: Identity, mass, freedom, creation
“Lo que el arte presenta no son las Ideas de la razón (como creía Kant), sino el caos, el abismo,
el sin fondo, y es a lo que da forma. Y por esta presentación, que es una ventana abierta al
Caos, suprime la seguridad tranquilamente estúpida de nuestra vida cotidiana, recordándonos
que vivimos siempre al borde del abismo. Este es el principal saber de un ser autónomo”.
Cornelius Castoriadis
El año pasado en una red de investigación en el cual participo surgió la propuesta de trabajar la temática de la identidad y el lazo social, la cual hacía eco en
una preocupación que venía rondando
mi cabeza desde ya hacía algún tiempo en
relación con la pregunta acerca de cuánto de los cambios que se vienen produ-
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pensamiento y la independencia de juicio.
Esta apreciación fue formulada por
Freud, en una carta dirigida a los miembros de la B.B. en agradecimiento por un
homenaje que le ofrecieran al cumplir setenta años. Esta institución había tenido
en su vida una particular importancia
pues lo albergó, cuando por su condición
de judío y sus ideas innovadoras era excluido de los medios científicos de su época.
Resultaría así entonces, que la exclusión
que en sí misma parece encerrar un sentido negativo podría resultar un factor
propiciatorio para no quedar confundido
en la masa compacta, habilitándose así la
libertad de pensamiento y la independencia de juicio. Pero de ser así ¿de qué modalidad de exclusión se trata?
Se me ocurre que tal vez en el interjuego
entre intima identidad, masa, exclusión,
morada y libertad podamos acercar una
respuesta a esta pregunta.
Desde distintos enfoques, existe una coincidencia casi unánime de que estamos
asistiendo a un tiempo en que el individualismo ha cobrado relieve por sobre
los movimientos sociales.
La intimidad se ha constituído en un valor clave en lo que se ha dado en llamar
postmodernidad y de este modo parece
agrandarse el margen de autonomía. Asistimos así a la proliferación de lo que Castoriadis llama, “sujetos privatizados”, lo
que trae aparejada la consecuente modificación de los lazos sociales que de este
modo resultan disueltos o se sostienen
débilmente.
En este sentido me parece que se establece una paradoja que creo necesaria señalar porque considero que en ella se sostiene un punto de inflexión en el que se
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ciendo en el ámbito de lo social y cultural, sobre todo desde lo que se ha dado
en llamar epoca posmoderna y su último
período globalizado, repercute en el
modo de presentación del sufrimiento
psíquico actual.
La época histórica en que vivimos nos
enfrenta con una sociedad que tal como
dice Castoriadis parece haber perdido su
condición de morada de sentido y valor
y la referencia a una historia pasada y futura, dotada también de sentido.
Si bien nunca fue ajena al psicoanálisis la
idea de que el Otro y los otros constituyen en sus múltiples ropajes el polo esencial e indispensable para constituir la subjetividad del cachorro humano, creo que
durante bastante tiempo los analistas nos
habíamos olvidado de atender al horizonte
que constituyen las modalidades de la época en la construcción de la subjetividad.
Recuperando esta tradición de la cual
nunca me alejé totalmente voy a partir de
la idea de que lo social y lo individual no
pueden separarse y de este modo la pregunta por la injerencia de los fenómenos
sociales de nuestra contemporaneidad en
la subjetividad, me hicieron pensar en la
necesidad de ubicarnos en un espacio de
frontera, que permitiendo el encuentro
con otros discursos, cuestión que no
deja de ser inquietante, nos permita
crear, en el sentido de poner a trabajar
los conceptos, atravesando ciertas clausuras disciplinarias.
En primer lugar, me pareció interesante
recuperar de la Letra Freudiana la idea de
que la identidad constituye ese rasgo más
intimo del sujeto, que le permite el rescate de caer preso del efecto de masificación pudiendo así mantener la libertad de
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manifiesta el malestar de esta época.
Con el avance desmesurado de la tecnología, sin parangón en la historia de la
humanidad, y de los medios de comunicación, que se han hecho de masas, se imponen la vertiginosidad, el consumo, la
acumulación de objetos, la eterna juventud y la comunicación a distancia, como
valores que adquieren la categoría de objetos idealizados, casi fetichizados.
Así las masas actuales, que no revisten las
características de antaño, quedan alineadas tras quienes la comandan desde las
sombras, pues ya no se trata de líderes
con imágenes, aunque se encubran en la
multiplicidad de ellas.
La paradoja resulta entonces que detrás
de estos mensajes masificadores que resaltan el individualismo y la “libertad
para…”, el sujeto resulta cada vez más excluido, más autómata. De lo cual resulta
un sentimiento de vacío y absurdidad
que tiende a cubrirse a través del consumo de objetos de cualquier índole y con
la dependencia a las imágenes.
Se tratará de ser, pero como los otros, en
una especie de identidad que conduce a
la imposibilidad de diferenciarse, ya que
cualquier signo de alteridad quedará necesariamente disuelto para evitar la angustia que promovería el desamparo de la
exclusión.
La identidad así lograda, aunque coagulada y precaria, que ensimisma y encierra
sostiene defensivamente una subjetividad
que no encuentra marcos de referencias y
valores estables sobre los cuales sostenerse.
La modalidad de lazo social impuesto por
la masa, lleva en sí misma el germen de lo
mortificante, en tanto impone al sujeto
como condición de aceptación, la renuncia a cualquier rasgo que se recorte
como diferente.
Siendo uno con los otros, el sujeto se protege de aquello que de desamparante
puede tener la expulsión y del riesgo que
puede representar el encuentro con el
semejante como también del despliegue
de sus rasgos más íntimos, quedando así
en “salvaguarda” de hacerse responsable
de lo que llamaría su propio estilo.
Peter Brook, un director y teórico del teatro contemporáneo, en un libro que se
llama El espacio vacío hace una distinción
entre lo denominado “teatro mortal” y
“teatro vivo” y que me pareció interesante para ilustrar algo de esto que vengo
planteando.
En el “teatro mortal”, dice Brook, la representación acuerda con los cánones establecidos por el texto clásico pero conduce a la imitación y a lo convencional, de
lo cual resulta un compromiso no convincente. Se sostiene así la creencia de que
alguien, en algún sitio ha averiguado y
definido como debe hacerse una obra.
En cambio, un “teatro vivo” supone acercarse diariamente al ensayo poniendo a
prueba los hallazgos del día anterior, dispuestos a creer que la verdadera obra se
ha escapado una vez más. De este modo
reconoce que el único modo de encontrar el verdadero camino corre parejo con
el de la creación original.
Así como el actor que responde al texto
establecido, el sujeto que responde al
mandato de por ejemplo consumir determinados objetos para ser: “un triunfador”
queda coagulado en una identidad mortificante.
En este sentido es que muchas veces encontramos, sobre todo cuando trabajamos con pacientes muy jóvenes, que sin
poder intermediar con un acto propio el
que lo implica como sujeto de su propio
deseo, lo que va estrechamente ligado a
la renuncia de su propio estilo.
En “Nuestra actitud frente a la muerte”,
Freud nos decía brillantemente que sabemos que existe una fuerte tendencia humana a hacer a un lado la muerte, pero
esta actitud empobrece la vida, hace perder el interés y lleva a que la máxima
apuesta en el juego de la vida, que es la
vida misma, no pueda arriesgarse.
El vacío que la muerte evoca, sólo inscribible en el sujeto a partir de las reiteradas
experiencias de separaciones y de pérdidas con que tiene que vérselas en el curso de la vida, resulta ser la productora de
la capacidad de creación.
Es sólo desde la experiencia del vacío que
puede surgir el deseo creador.
Entonces si la contemporaneidad impone
hacer a un lado la muerte esto conlleva a
que la capacidad creativa se torne pobre
y el sujeto mismo se empobrezca, convirtiéndose él mismo en un objeto consumido por el discurso imperante.
De todos modos desde la tradición freudiana sabemos que el dolor que acompaña a la obediencia es preferible al dolor
que acompaña a la libertad.
Enlazo aquí la idea de que la libertad aparece indisolublemente ligada a la experiencia de la mortalidad, en tanto es ésta
la que inaugura la posibilidad de rodear
el vacío inherente a su falta de representación.
Seguramente esto no implica ninguna novedad ya que fue concebido así desde los
Griegos, para quienes Prometeo regala el
arte a los hombres como un modo de responder a la afrenta que los dioses les habían provocado al negarles la posesión de
todos los bienes.
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camino hacia determinado objetivo, se
lancen a ser “lo más” en lo que supuestamente han “elegido”, en una carrera que
finalmente, en la mayoría de los casos,
termina conduciendo al fracaso, pues no
encuentra apoyo en un verdadero deseo
sino en el cumplimento de un ideal que
reviste características tiránicas.
La inmediatez para la concreción de los
logros impuestos desde estos mandatos
sociales pareciera implicar un retorno a
una etapa infantil en que se ignora el
tiempo.
Efectivamente en las épocas actuales pareciera haberse operado una modificación en la concepción del tiempo, que al
perder su referencia con el pasado y no
orientado hacia un futuro, parece no
transcurrir, quedando así detenido en un
presente contínuo.
Esta modificación en la concepción del
tiempo en conjunto con la tendencia a la
acumulación de objetos (y si es a la manera del “obténgalo ya” mejor) se articula con lo que tanto Castoriadis como muchos otros autores entienden como el signo más contundente que define a la sociedad contemporánea, refiriéndose al
intento desesperado de conjurar la muerte y la transitoriedad inherente a la condición humana. Idea que voy a poner en
relación con el tema de la creación.
Pienso que siendo conjurada la muerte, el
sujeto queda inmerso en una masa cuya
modalidad de lazo social resulta absolutamente mortificante, resultando de todo
esto una nueva paradoja.
Porque en la carrera por negar la muerte, el sujeto queda sometido, como decía
anteriormente, a un mandato enajenante
y mortificante que obtura la posibilidad
de encontrarse con la responsabilidad
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Desposeído de objetos, arrojado del mundo de los Dioses inmortales, el hombre
recibe entonces como don la capacidad
de crear, modo en que intentará una y
otra vez producir un rodeo para vérselas
con ese abismo consustancial que lo
constituye por ser un mortal.
Como decía al comienzo, el otro y los
otros son indispensables en la constitución de la subjetividad humana, entonces
podemos pensar que es en el vínculo inicial de un niño con el otro donde se ofertarán las modalidades que podrán contribuir o no a la emergencia de algo nuevo
y diferente.
Freud sostenía que no se requieren más
que dos sujetos para configurar una
masa, de ese modo la hizo equiparable al
fenómeno de enamoramiento y creo que
esta idea no está ajena a la de que la relación inicial madre-hijo constituye a la
vez un modo de lazo que puede reproducir dicho modelo.
De la masa inicial: madre-hijo se operará,
en el mejor de los casos, a partir del juego de la alternancia presencia/ausencia
que la madre inaugura, la capacidad del
niño para crear objetos. Objetos con los
cuales encontrará su modo particular de
contornear el agujero que deja su madre
al ausentarse. La creación de este objeto,
en parte creado por él pero también ofrecido por el entorno, le permitirá tramitar
la angustia que quedarse solo promueve
en tanto la ausencia conlleva adherida la
idea de la muerte.
A la vez es ésta posibilidad de que algo no
esté, lo que se constituye como un organizador psíquico que se irá enriqueciendo con cada nueva pérdida.
De esta manera se abre así la posibilidad
de realizar un trabajo de duelo, que de no
ser obturado por el consumo de objetos,
respondiendo al mandato, abrirá las compuertas de la creación y la producción.
Al poder perderse el objeto, algo del sujeto, su condición de ser él también un
objeto para el otro, se pierde en este movimiento, pero esta pérdida redundará finalmente en una ganancia en tanto implica nada menos que la exclusión de la
compacta mayoría alienante y mortificante con el grado de libertad consecuente.
Se tratará entonces de pensar que el acto
creativo es propiciado desde la posibilidad de recortarse del todo amorfo que la
masa constituye.
En este sentido cuando me refiero a la
capacidad creativa, no pongo el acento
en una condición particular de los artistas, sino en lo que resulta un quehacer
cotidiano para vérnoslas con ese abismo
consustancial al sujeto se trata entonces
del arte de vivir.
Si tomamos el jugar infantil como paradigma del acto creativo, no podemos dejar de tener en cuenta que para que a
este le sea posible desplegarse, requiere
siempre estar sostenido desde otro.
Requiere de otros que puedan reconocer
al niño en su alteridad, habilitando de ese
modo la emergencia de lo que hace rasgo distintivo entre aquel que sostiene el
juego y el niño que estando sostenido
puede jugar.
El acto creativo requiere entonces de un
encuentro con el otro que habilite la
puesta en juego de la diferencia.
Es en el intercambio con los otros que se
irá recortando un espacio, que cobrando
la forma del tendido de un puente, permita recorrer la brecha que necesariamente abre el reconocimiento en el otro
de la radical alteridad que lo constituye.
Referencias
BENJAMIN, J. Los lazos del amor. Buenos Aires:
Paidós, 1996.
BROOK, P. El espacio vacío. Barcelona: Biblos,
1986.
CASTORIADIS, C. El avance de la insignificancia.
Buenos Aires: Eudeba, 1997.
FREUD, S. Dinámica de la transferencia. Obras
Completas . Buenos Aires: Amorrortu,
1989. v. XII.
_____ Nuestra actitud hacia la muerte. O.C.,
op. cit. v. XIV.
_____ Introducción del narcisismo. O.C., op.
cit. v. XIV.
_____ Psicología de las masas y análisis del
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H OMS , J. El arte o lo inefable de la
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2000.
H ORNSTEIN , Luís. Narcisismo (autoestima,
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Paidós, 2000.
L ACAN. J. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI,
1983.
L IPOVETZKY , G. La era del vacío . Barcelona:
Anagrama, 1986.
P EREDA , M.C. de. En el camino de la
simbolización . Buenos Aires: Paidós,
1999.
SHUTT, F. Fenómeno de masa y Psicoanálisis.
Rev. Tres al cuarto 1, 1996.
Artigo recebido em dezembro/2002
Aprovado para publicação em abril/2003
clinicando
... Cada pueblo debe ser tierra fértil donde
afluyen los torrentes de los otros, para partir
de allí transformados en palabras; palabras
duras como rocas que digan que el extranjero
es siempre un semejante pero también el
semejante es siempre un extranjero. Las manos que se estrechan son la distancia justa...
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No en vano, desde siempre la creatividad
y la originalidad como ruptura de fronteras y encuentro con la novedad, han resultado inquietantes y un desafío a las
ideologías dogmáticas.
Es justamente así que la aceptación de la
diferencia podrá resultar, entonces, la
morada propiciatoria para la emergencia
de una subjetividad que no necesite someterse al otro, como modo de contrarrestar su vacío estructural.
Es en ese encuentro con el otro que podrá desplegarse del trabajo creativo del
sujeto.
Para ir concluyendo entiendo entonces
que el espacio de creación requiere siempre un encuentro con el otro, pero en
donde de la aceptación de la particularidad de cada estilo resulte un enriquecimiento mutuo que opere de tope al mortificante efecto de masificación.
Se tratará así de una exclusión pero al
abrigo de una morada que opere la función tan importante que tuvo la B.B. en
vida de Freud.
Creo entender así que fundamentalmente la intima identidad no responde al sometimiento al discurso imperante, sino
que por el contrario resulta aquello que
surgida del abismo central que constituye al sujeto, irá cobrando forma en cada
acto creativo, para relanzarse de nuevo
cada vez hacia otro y donde el nuevo encuentro conduzca a la posibilidad de gozar, como decía Winnicott, de ese espacio compartido.
Podría quizá haber obviado mis palabras
ya que, como siempre, las del poeta puedan ilustrar mejor esto que he querido
contarles.
Extracto entonces estas líneas de un poema de Rilke:
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