martes, 9 de agosto de 2016

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Comentario al evangelio del martes, 9 de agosto de 2016
En las muchas guerras que están en marcha actualmente en nuestro mundo, unas más abiertas y
otras más larvadas, se suele hablar de bajas militares. Pero también se habla de “daños colaterales”. Es
un eufemismo para hablar de los muertos y heridos que no son militares, que son los otros que están
por ahí, en medio de campo de batalla, sólo porque da la casualidad de que viven allí o de que pasaban
por el lugar equivocado en el momento equivocado. Eso son los daños colaterales. Tienen una
importancia relativamente pequeña. Lo importante, al fin y al cabo, es la victoria. No es algo nuevo.
Siempre ha habido “daños colaterales” en todas las guerras.
Y, a veces también, en lo que no son guerras. A veces, los gobiernos toman decisiones en el campo
de la economía, por ejemplo, que tienen muchos daños colaterales bajo la forma de personas que
pierden su trabajo o que son expulsados de su casa porque no pueden pagar la hipoteca.
Pues bien, el Evangelio de hoy es una toma de postura clarísima de Jesús en contra de los “daños
colaterales”, de cualquier daño colateral. Jesús deja claro que los pequeños importan y que aquí o nos
salvamos todos o no se salva nadie. Las cien ovejas que tiene el pastor de la parábola son todas amadas
y queridas por igual. Pero el pastor lo da todo, deja a las demás, para encontrar a la perdida, a la
extraviada, a la que se ha quedado fuera de la protección del rebaño.
El pastor podía haber hecho un cálculo económico o matemático y haber pensado que, después de
tantas vueltas por el monte a la búsqueda de pastos, tampoco era tanto haber perdido una de las ovejas.
Se habría dicho que era una pérdida asumible, normal. ¿A quién no le pasa? Pero el pastor de la
parábola no es de los que se dan por vencidos. Todas las ovejas son importantes para él. Todas. Todas
merecen el esfuerzo del pastor por cuidarlas y mantenerlas en el rebaño. Y la extraviada merece que se
la busque con todos los medios. Porque con una que falte el rebaño ya no está completo.
No es difícil ver en la figura del pastor al Padre de Jesús que mira por todos y cada uno de
nosotros. Siempre preocupado porque ni uno de sus pequeños se pierda. Ni uno. Porque para él la
familia de sus hijos e hijas nunca está completa mientras que falte uno sólo. El Padre de Jesús no habla
con tranquilidad de “daños colaterales”, no asume pérdidas “inevitables” cuando se habla de sus hijos
o hijas. “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para salvarnos”, como dice el Evangelio
de Juan.
Nosotros deberíamos esforzarnos igualmente para que no se pierda ni uno sólo de esos pequeños.
Para que nunca más haya “daños colaterales”.
Fernando Torres cmf
Publicado en Ciudad Redonda
www.ciudadredonda.org
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