Las primeras damas y los primeros esposos en el protocolo

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Las primeras
damas y los
primeros esposos
en el protocolo
54 ANÁLISIS
¿Cumplen una función, o es una tradición
obsoleta?
¿
ISABEL AMARAL
Presidenta de la Asociación Portuguesa
de Estudios de Protocolo
Qué es una primera dama?
Según la enciclopedia más
consultada hoy en día en el
mundo, la famosa Wikipedia “primera dama es la mujer de un jefe
de Estado electo”.
Esa expresión pudo haber sido
creada, en 1849, por un presidente
de los Estados Unidos de Norteamérica, que pronunciaba un elogio
fúnebre a la esposa de un antecesor
y, según parece, pasó a ser de uso
corriente en los Estados Unidos de
América, a partir de la segunda
mitad del siglo XIX.
Pero no se trata de un título oficial. La expresión primera dama es,
en efecto, una designación coloquial, utilizada sobre todo por los
medios de comunicación social.
Hay en esta expresión una
pompa algo pretenciosa, ya que
parece equipararse a un título nobiliario, otorgado incluso sin que sea
necesario nada más que un certificado de casamiento.
Por eso, el título de primera
dama –que una “primera dama”
como Jacqueline Kennedy evidentemente detestaba, afirmando que
“First Lady” le parecía nombre de
caballo-, pudo haber surgido como
el equivalente republicano de reina,
aunque esto es sólo una hipótesis
de trabajo.
Pero si bien una reina puede y
debe ser considerada la primera
señora de su reino, es algo dudoso que la mujer del presidente de
una república deba reivindicar y,
más aún, proclamar esa misma
condición.
Esa expresión pudo haber sido creada, en
1849, por un presidente de los Estados
Unidos de Norteamérica, que pronunciaba un
elogio fúnebre a la esposa de un antecesor y,
según parece, pasó a ser de uso corriente,
en los Estados Unidos de América a partir de
la segunda mitad del siglo XIX
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Además, fue seguramente por
eso por lo que en las repúblicas de
Europa (donde no había un colonizador al que reemplazar o imitar)
las mujeres de los respectivos presidentes tardaron mucho tiempo en
alcanzar, en la vida pública, un
lugar destacado semejante a aquel
que ocupó desde la elección de
George Washington en 1790, la
mujer del presidente de los Estados
Unidos de Norteamérica.
La primera dama, en efecto, ha
sido muy pronto parte de la vida
política norteamericana. Basta
recordar que, ya en 1877, Lucy,
la mujer del presidente Rutherford
B. Haynes, no dudó en definir su
propia agenda y tener un programa autónomo sobre todo en el
plano de la acción y de la solidaridad social.
Después de ella, muchas fueron
las mujeres de los presidentes
de los Estados Unidos que adoptaron un comportamiento idéntico al
de Lucy Haynes, destacándose
Eleanor Roosevelt, que llevó a
extremos nunca vistos el papel de
primera dama.
El ejemplo de América del Norte
fue seguido por sus vecinos de
El presidente francés, Nicolás Sakozy, su esposa, Carla Bruni (izqda), el presidente sudafricano, Thabo Mbeki, y su esposa, Zanele Mbeki
(dcha), saludan a los medios durante la ceremonia de bienvenida al político galo en Tuynhuys, Ciudad del Cabo (Sudáfrica), el 28 de
febrero de 2008. (Efe)
Centro y Sudamérica, que adoptaron la expresión primera dama
para designar a la mujer de su presidente y también a la mujer del
gobernador del estado o del intendente (prefecto) de una ciudad.
Esto también sucede además en
Norteamérica, donde las mujeres
de los gobernadores son consideradas las primeras damas de los estados que sus maridos gobiernan. En
el caso de California, por lo menos,
la designación de primera dama se
encuentra consagrada en diplomas
y documentos oficiales del Estado.
Algunas de esas primeras damas
llegan después a asumir responsabilidades aún mayores, como jefes
de Estado, como si fuesen las legítimas herederas de sus maridos.
Esto ha sucedido dos veces en
Argentina. Con Isabel Perón,
segunda mujer de Juan Perón,
quien fuera vicepresidente de la
Nación y primera dama durante la
última presidencia de su marido,
que lo sucedió en la Presidencia
de la República, después de su
muerte, y más recientemente con
Cristina Kirchner, quien sucede
también a su marido como presidenta de la República al ganar las
recientes elecciones nacionales.
Esto podría suceder también con
Hillary Clinton, si consigue, primero, ser la candidata demócrata para
las elecciones de noviembre y, después, derrotar al candidato republicano John Mc Cain, accediendo así a
la Presidenia de la República.
En Europa
Por el contrario, en el Viejo
Continente, la esposa del presidente de la República comenzó
siendo –y durante muchas décadas lo fue– una figura discreta,
que ayudaba a su marido a recibir
en su casa, es cierto, pero que no
lo acompañaba en ceremonias
públicas y, menos aún, desempeñaba un papel de relevancia en la
vida política de su país.
En la segunda mitad del siglo XX,
el panorama comienza a alterarse
en Europa, y la mujer del jefe de
Estado, aún cuando no sea una
reina, va incrementando su participación en la vida pública de
su país.
Esto tiene que ver, obviamente,
con los significativos cambios ocurridos en las sociedades europeas:
la llamada emancipación de la
mujer, su entrada en el mercado
laboral, su creciente intervención
en la vida política y su afirmación
en varios campos de la actividad
social.
En los tiempos que corren, nadie
entendería que la mujer del presidente se limitase a ser “la mujer del
presidente”.
El propio presidente requiere
que ella no lo sea. La primera dama
ocupa (es verdad que en nombre
de su marido, en su representación) espacios a los que él no llega.
Pronuncia discursos y representa
funciones que, mejor interpretados
por el hecho de provenir de una
mujer, amplían y consolidan el
estatus, el poder y la popularidad
de su marido.
Por otro lado, la política se
transforma cada vez más en un
espectáculo, obligando a la creación de nuevos personajes y
también de nuevos discursos y
temas. Las primeras damas satisfacen estas nuevas necesidades,
como Carla Bruni, la nueva mujer
del Presidente Sarkozy, que en
Francia, no dejará de demostrarlo
hasta la saturación. Si todo se
desarrolla bien, por cierto…
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Fue Denis Tatcher quien brillantemente
definió el papel del cónyuge de una
alta autoridad pública, afirmando que
este debe estar “always present, never
there” (siempre presente, nunca visible)
El creciente protagonismo de la primera
dama en la vida pública justifica entonces la
definición de una normativa y la creación de
una estructura (en todo el sentido de la palabra) que permita a la mujer del presidente
desempeñarse en las distintas tareas que les
son confiadas.
La importancia protocolar de la primera
dama, legalmente establecida, se extiende en
Portugal “a los cónyuges de las altas autoridades públicas, o a quien viva con ellas en unión
de hecho, al ser invitadas para una ceremonia”.
En este caso, la Ley Portuguesa de Precedencias establece, en el título Equiparaciones,
que les será “atribuido un lugar equivalente a
las mismas cuando las acompañan”.
A propósito, vale la pena recordar que el
proyecto inicial de esta ley, disponía que los
cónyuges de las altas autoridades tuvieran un
lugar equiparado a ellas en las ceremonias
públicas, pero no podían sustituirlas ni representarlas. Era una curiosa reiteración de buenos principios, que en la práctica muchas
veces no se cumplen. Por lo menos, en lo que
respecta a la primera dama.
En efecto, la primera dama, cuando concurre
sola a un acto público, ocupa una posición destacada, la principal, además porque es la mujer
del presidente. En la práctica está sustituyéndolo o representándolo, a pesar de que esta
representación esta terminantemente prohibida por ley.
Por otro lado, en los términos de la ley
portuguesa, “con el fin de brindar apoyo al
cónyuge del presidente de la República en
ejercicio de actividades nacionales que normalmente desempeñare”, funciona en el
ámbito de la Casa Civil (del presidente) un
Gabinete de Apoyo constituido por dos adjuntos y un secretario.
Lo mismo sucede en algunos otros países
democráticos y republicanos, comenzando por
El creciente protagonismo de la primera
dama en la vida pública justifica
entonces la definición de una normativa
y la creación de una estructura (en
todo el sentido de la palabra) que
permita a la mujer del presidente
desempeñarse en las distintas tareas
que les son confiadas
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los Estados Unidos de Norteamérica donde, en
el sitio oficial de la Presidencia, la mujer del
presidente se denomina primera dama, como
si fuese ese un título que, en los términos de
una ley además inexistente, debiese ser dado a
la mujer del presidente americano. O el del
brasilero, ya que en el sitio oficial de la
Presidencia de la República Federativa do
Brasil, la mujer del Jefe de Estado es igualmente tratada como primera dama.
Cuestión curiosa es la de saber qué título se
le dará al marido de una señora que asuma la
Presidencia de los Estados Unidos de América:
¿primer señor, primer hombre, primer marido,
primer esposo?
Este caso puede tener bizarras connotaciones. Admitamos, por un momento, que Hillary
Clinton es elegida en noviembre próximo, presidenta de los Estados Unidos. Su marido Bill
Clinton, ocupará en el protocolo un lugar de
particular relevancia al lado de la presidenta.
Ocupando ese lugar, tendrá precedencia sobre
otros antiguos presidentes americanos, como
Jimmy Carter y George Bush, que, en los términos de las reglas protocolares vigentes en
Washington, deberían estar por delante, por
razones de antigüedad en el cargo.
Esta situación, además ya se verifica en un
país sudamericano, en Argentina, con el marido de la actual presidenta de la Nación, el
señor Nestor Kirchner, quien es el anterior jefe
de Estado. De acuerdo con las reglas protocolares, los expresidentes argentinos ocupan la
sexta posición en la lista de precedencias en la
lista de antigüedad. Esto significa que el señor
Kirchner sería precedido por varios ilustres
antecesores en el cargo. Pero, por el hecho de
ser el marido de la actual presidenta, se situará delante de todos ellos.
Sucederá así y de hecho lo vemos, que la
situación de cónyuge prevalecerá sobre todas
las otras reglas, cuyos fundamentos se encuentran en los principios constitucionales de una
república democrática.
El contrato nupcial tendría precedencia
sobre el contrato político celebrado en cada
elección entre gobernantes y gobernados,
entre representantes y representados. Para los
puristas, esta situación puede parecer no sólo
bizarra, sino absurda. Pero tenemos que reconocer que es una buena noticia para los defensores del casamiento y de la familia.
Y, después, hay ejemplos que pueden
orientar al futuro primer señor, primer hombre, primer marido o primer esposo de los
Estados Unidos.
Podría inspirarse en varios de los príncipes consortes de la Vieja Europa, comenzando por el príncipe Felipe, duque de Edimburgo y marido de la reina Isabel II de
Inglaterra. Menos recomendable es que siga
el ejemplo del príncipe Enrique, marido de la
reina de Dinamarca.
La candidata a la presidencia de los Estados Unidos por
el partido demócrata, Hillary Clinton, celebra una de sus
victorias en las primarias. (Efe)
De acuerdo con el protocolo danés, el príncipe consorte, el marido de la reina, tiene precedencia sobre el príncipe heredero (el hijo y
sucesor de la reina) hasta que éste sea mayor
de edad. Cuando el heredero de la corona
alcanza la mayoría de edad, es éste quien sustituye a la reina durante sus ausencias e impedimentos. Sucedió en una recepción de fin de
año, en el Palacio Real de Amalienborg, en
Copenhague, que la reina Margarita estando
enferma se hizo representar, como manda la
ley, por su hijo. Su marido perdió la compostura al sentirse humillado y abandonó su casa. En
una entrevista a un periódico sensacionalista,
explicó: “Después de tantos años de ejercer el
papel de número dos en Dinamarca, no me
agrada pasar súbitamente al número tres.”
Y, comparando su estatus con el de la primera dama (que como vimos no es un despropósito) declaró: “En Dinamarca, el “primer
hombre” soy yo, no mi hijo…”
Hay otros ejemplos que pueden guiar a
Kirchner o a Clinton, como es el caso de Denis
Thatcher, discreto y amable marido de
Margaret, la famosa jefa de Gobierno de Su
Majestad Británica.
Fue él quien brillantemente definió el papel
del cónyuge de una alta autoridad pública,
afirmando que éste debe estar “always present, never there” (siempre presente, nunca
visible).
Pero no creo probable que el señor Kirchner
o el señor Clinton, u otro primer señor, se dispongan a seguir este sabio consejo. n
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