Me gustaría renunciar a todo

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Me gustaría renunciar a todo
Religiosas / Promoción Vocacional
Por: José Fernando Juan | Fuente: mambre.wordpress.com
Llego a casa tarde, y revisando el correo me encuentro con una bellísima nota en la que un joven me dice, con pasión, que le gustaría
renunciar a todo, ser capaz de abandonar lo que tiene, y sin mirar atrás, lanzarse a la aventura. Como si fuera nuevo en el mundo, como
si no tuviera historia. Al estar todo mal, todo en crisis, sin aliento y con ánimo, parece que esta promesa absoluta de futuro supondría
para él lo más maravilloso que ahora puede hacer. Mientras habla así, y escribe así, y se expresa así, piensa en mi sacerdocio, en mi
vocación escolapia, en la decisión que al parecer, según él, yo tomé hace unos años cuando era joven, valiente y atrevido.
Tan bien habla de mí que he preferido contestarle despacio. Y por puntos, a mi estilo. Sé que será capaz de comprender lo que voy a
decirle. No en vano, me conoce, se ha sentado en un pupitre de alumno siendo yo su “profe”, y ahora tengo la oportunidad de dejar a un
lado los libros y darle una lección que voy encarnando día a día, en lo cotidiano, y con una cierta historia. Esto que hoy escribo me hace
recordar, a la fuerza, que fui un profesor más joven de lo que soy ahora, y la ilusión del inicio. ¡Qué chaval más majo!
Primero. La radicalidad de mi vida no está en que dejo mucho, sino en todo lo que abrazo. Puede sonar poético, sin embargo aseguro
que es así de cierto. La gente no suele darse cuenta de que sólo se es capaz de soltar en cantidad cuando se recibe en cantidades aún
mayores. A mí no me importaría perder un billete de 50€ si supiera que ganaré 500€. Pero si además lo que me prometen es que a
mayor desprendimiento, mayor entrega y mayor libertad más grande será lo que reciba, es decir, que si la promesa es proporcionada,
pones desde el inicio todo en sobre la mesa. Esperando recibir. Algo he tenido que ver, salvo que quiera ser timado, para dar ese paso
tan importante. Hoy puedo decir que se va cumpliendo, verdaderamente. Que no fue dejar, sino abrazar. Quien lo deja todo es porque lo
ha encontrado todo. Más allá no se puede ir.
Segundo. No aconsejaría a nadie que se moviera por el mundo “evitando” cosas. Como estoy mal, me voy, y me voy, y me voy. Y así
todas las veces. Mejor lo contrario, cuando estoy bien decido porque veo, decido porque creo, decido porque tengo fuerza, decido
porque sé que puedo confiar y que estoy confiando. Los que están mal se agarran a un clavo ardiendo. ¡Y se queman, se desgastan y
terminan por lanzarse a la nada!
Tercero. No he dejado todo. De verdad que no. Es más, creo que Dios no quería eso cuando me llamaba a esta vocación. Lo de “dejar
todo” suena tan grande y maravilloso que podría apropiármelo, hacerlo valer para decir lo “guay” que soy. Pero sinceramente, creo que
Dios me llamó sabiendo quién era. Quería que dejase muchas cosas, de las que me hacían daño, de las que me impedían libertad, de
las que no configuran mi vida al estilo de Dios. Y muy importante: Dios también quería mis heridas para curarlas. No fue un borrón y
cuenta nueva, como si desapareciera mi historia, personalidad, carácter y todo eso.
Cuarto. Ahora bien, de las cosas no se vive. Ojalá pudiésemos hacer la prueba, y encontrar algo tan grande en este mundo que
mereciera dejarlo todo, absolutamente todo lo que tenemos por conseguirlo. Sea la herencia, sea el coche, sea el trabajo, sea una
posición relevante, sean nuestros éxitos. Cuanto más tuviésemos entre los hombres mejor, porque se mostraría que algo más grande
aún que todo eso habríamos encontrado. Y aseguro que no conozco a nadie que teniendo todo eso, cuando se ha encontrado con Dios
de verdad, con el Señor en la Cruz tan amante, tan misericordioso, tan entregado, no se ha planteado que todo cuanto tiene no vale
nada en comparación con Él. No lo digo de quienes miran al pasar, sino de quienes se han dejado traspasar por la Cruz, por la mirada y
por el amor de Dios en ese momento. ¿Te imaginas que alguien con mucho dinero lo deja todo por ser sacerdote escolapio? No lo
imagines, te digo que los ha habido. Prefiero, con mucho, a aquellos que saben lo que es perder y dejar por amor, que quienes no tenían
nada que ofrecer, nada que arriesgar, nada que perder. Los segundos no sabían cuánto vale una persona, su grandeza y el don que es
la vida. Los segundos son tan torpes que piensan que las riquezas son cosas, y están ciegos para los corazones, la libertad, la dignidad,
los derechos, la vida, la vocación, la familia, la justicia, lo bueno.
Quinto, y último. Verdaderamente es una aventura, de gran confianza. No a ciegas totalmente, ni totalmente visionarios. Quien ha
descubierto el amor de su vida, no lo duda ni un instante. Todo es nada en comparación con ganarlo. Confianza, fe y amor van de la
mano. Piden respuesta. En mi caso esto fue lo que pasó. No me digas que te explique otra vez cómo, aunque ya quedaremos para
charlar si te va bien y crees que puede ser importante. Se trataba de una cuestión de amor que lo cogió todo de mí, lo pidió todo, y
todavía hoy lo pide todo. En mi caso fue fácil. Era dejarse querer. Y querer que todos conozcan este amor tan grande. ¿Cómo darlo a
conocer y a entender? Queriendo, sirviendo, ayudando, siendo solidario, preocupándome de otros, dando testimonio, no callándome, no
hablando de cualquier manera. Y todo, contando con mis debilidades, caídas, torpezas y necesidades. En mi camino lo sencillo, diría yo,
casi es empezar. Los retos llegan después, y no son cualquier cosa. Hay momentos en los que verdaderamente sientes que están
dando todo y más. Y no sabes bien de dónde llueven las fuerzas, de dónde cae la alegría, cómo has superado la prueba, quién te
enseñó a hablar de este modo, ni en qué momento surgió este sueño en tu corazón, por qué esta persona está delante de ti, qué pintas
en el mundo con tanta maestría, ni a dónde te llevará lo que hoy comienzas. Allí entonces, no te quepa duda, sabrás que Dios te llamó a
“darte todo”, pero teníamos las manos demasiado llenas y los corazones demasiado repletos de nosotros mismos, nuestras pequeñeces
y nuestras miserias. Dios cuenta con ellas, para rebosar y rebasarlas.
¿Quién es el P. José Fernando Juan?
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