Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés escrita a un ministro de los estados confederados Edición de Belén Rosa de Gea Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” 2006 Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Carta de un holandés Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés escrita a un ministro de los estados confederados (1642) Descripción del manuscrito Cartta de un Olandés escritta aun Ministro delos esttados confederedados, Madrid, BNE, mss. 11084. Treinta y un folios (del 37 al 67) escritos por ambas caras, tamaño cuartilla, numerados a lápiz en el anverso. Letra del siglo XVII. Encuadernado junto a otros manuscritos en pergamino de la época, catalogados bajo la rúbrica general de “Papeles Varios” del siglo XVIII. Criterios de edición - En las grafías, se moderniza todo cuanto no tiene valor fonológico. - Se actualiza la puntuación, acentuación y diéresis según el uso moderno. - Se regulariza el uso de mayúsculas y minúsculas. - Se disuelven las amalgamas léxicas y contracciones (desta, della…). - Se reducen a ortografía moderna los cultismos gráficos de la época que carecen de interés fonético (ch, ph, th, triumpho, monarchia…). - Se eliminan las repeticiones de palabras inmediatas y anteriores en el comienzo de cada página. - Se actualizan los nombres propios y topónimos identificados. - Se ordenan las páginas que aparecen erróneamente cosidas en el volumen de la BNE. - Se indica entre corchetes el número de las páginas en el original, señalando con “a” el anverso y con “b” el reverso de cada hoja. Imagen de portada: Litografía del siglo XIX, retrato de Diego de Saavedra Fajardo. Biblioteca Nacional. Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Carta de un holandés Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés escrita a un ministro de los estados confederados (1642) [37a] De los Cantones esguízaros me envían ese discurso, que allí se ha publicado sin nombre. Ignórase su autor, y algunos lo atribuyen a un senador [37b] de Dole, y otros a un Doctor de Basilea. Como quiera que sea, no han menester sus argumentos autoridad de nadie para rendir la razón, porque son muy valientes. Yo los he considerado despacio, y me parece que sus palabras hablan con esguízaros y sus ecos con los estados unidos, y que debo poner [38a] luego en manos de V. S (que tanta parte tiene en su buena dirección y gobierno público) este discurso porque, si ponderamos el hecho y hacemos paralelo de esa Potencia y la de esguízaros, hallaremos que las divide la tierra, pero no la conveniencia; y que el advertimiento [38b] a la una es común a la otra. Ambas crecieron con los despojos de la Casa de Austria. En ambas (no sin gran Providencia), puso Dios provincias austriacas interpuestas entre ellas y la potencia de Francia, que fuesen como diques contra el poder de sus olas, en que se [39a] descubre su inmensa sabiduría, pues, con reglas tuertas al juicio humano, saca derechas las líneas de los Imperios. La oposición en Borgoña de los Duques hizo más unidos y más fuertes a los esguízaros, y después, con aquella provincia, (mudando el estado de las cosas) aseguraron su [39b] libertad y grandeza de la ambición de los franceses. Lo mismo nos ha sucedido con las Provincias Obedientes, porque si bien nos han hecho la guerra, han crecido con la guerra nuestras fuerzas, juntas con ellas las de toda Europa, donde hemos levantado nuestros trofeos y glorias, siendo al mismo tiempo [40a] antemurales de Francia, de suerte que no se puede dudar si nos hubiera estado mejor haberse confederado todos los Países Bajos, III Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés quedando solos y confinantes con Francia, o estar divididos y opuestas las armas españolas a los designios franceses. Si cayesen en su poder [40b] las Provincias Obedientes, nos hallaríamos con otro mayor enemigo sobre nuestros confines, porque la ambición de reinar no se contiene en los términos de la Justicia y de la razón, y aspirarían luego al dominio universal, fácil de adquirir si se apoderasen de todos los Países Bajos, con que los medios [41a] aplicados a una enfermedad nos causarían otra mortal porque, si bien son mayores las fuerzas de España, están muy distantes, se traen con mucha dificultad y se sustentan con inmenso gasto. Mientras van las consultas y vuelven las resoluciones y las asistencias, se pasa la ocasión; y el tener tantas partes a qué [41b] acudir obliga a descuidarse en esta, todo lo cual cesa en el rey de Francia. La guerra que nos hacen los españoles es muy compuesta y cortés, y más para defenderse que para ofendernos, contentos con la grandeza de su Monarquía en otras partes. Con esta guerra sangramos todas [42a] las venas de las riquezas de la monarquía española, y con su sangre de oro y plata nos fertilizan y dejan ricas nuestras campañas. En esta guerra tenemos por interesados a casi todos los príncipes de Europa, los cuales, aunque han tenido por sospechosa nuestra grandeza, [42b] han hallado mas conveniencia en derribar con ella la de España. Pero si la ven deshecha serán nuestros mayores enemigos porque, habiéndonos alzado con el comercio universal, crecemos con el daño de todos. El horror al yugo español nos obliga a tolerar tantos y tan graves tributos como nos [43a] hemos impuesto para la guerra, y a sufrir tantas calamidades en nuestras personas y casas, y los daños que de ella resultan al comercio; y si fuere la guerra con la nación francesa, no los podríamos sufrir y nos rendiríamos a algún partido desigual. La severa observancia de religión de los españoles [43b] nos mantiene unidos en la diversidad de sectas que padecemos, y en faltando ellos faltará la competencia con la religión católica y se encenderá el fuego entre las nuestras. El odio a aquella nación es causa de que se conserven concordes nuestras provincias, opuestas entre sí en las leyes, IV Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés costumbres, [44a] estilos y policía, y en la pretensión de ser cada una cabeza sobre las demás. Todos estos remedios de nuestros males internos cesan en la guerra con los franceses, porque si la tenemos solamente con ellos se deshará nuestra unión y concordia. Nos desampararán todos, y principalmente los príncipes [44b] vecinos, los cuales querrán entonces tener parte en nuestros despojos. A los franceses, por la vecindad y por el número de gente, será más fácil el hacernos la guerra asistiendo a ella la persona de su rey. Casi todos sus cabos, por haber militado debajo de nuestras banderas, están instruidos en nuestro [45a] modo de disciplina militar, conocen nuestras flaquezas y las partes por donde nos pueden herir mejor. Tienen ya con el largo trato y habitación entre nosotros amistad, y aún parentescos, y continuas correspondencias con que podrán introducir pláticas perniciosas contra nuestra libertad, las [45b] cuales fácilmente les saldrían, porque los que gobiernan nuestras armas se fiarán más de ellos que de España. Todos estos peligros cesan estando los españoles en las Provincias Obedientes, porque no pueden los franceses tratar de que otro nos tiranice, por no causar guerras civiles, las cuales den [46a] ocasión a que las armas de España se apoderen de unos y de otros. Las Confederaciones de Francia con la Corona de Suecia, los Landgraves de Hesel, con los Duques de Brunswick y Lüneburg, y con otros Príncipes del Norte les facilitarán las empresas de la parte inferior del Rihn, [46b] con que nos tendrán abocados por tierra. Y no por esto nos habríamos librado de la guerra con la Corona de España, antes, habiéndola tenido hasta aquí con ella, y de nuestra parte a la de Francia, la tendríamos entonces a solas con cada una de ellas: con Francia por tierra, y con España [47a] por mar. Porque en perdiendo los españoles lo que tienen en los Países Bajos, gastarían en navíos sobre sus mares lo que ahora gastan en escuadrones en Flandes, y quedarían sus fuerzas marítimas tan poderosas que nos impedirían el trato y comercio, nos cogerían nuestras flotas, y nos dificultarían la comunicación con [47b] las Indias orientales. De suerte que solamente habríamos mudado el asiento de la guerra con los españoles pasándole todo al mar, donde es mayor el peligro y el daño que nos pueden hacer, siendo V Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés el elemento del agua la sangre que sustenta el cuerpo de nuestras repúblicas. Que asistamos a los franceses [48a] contra españoles en otras partes, y que nos valgamos de sus armas para que juntas con las nuestras hagamos progresos para nosotros, conveniencia es nuestra, y también suya; pero que obren separadamente, que ocupen plazas con que hacernos después la guerra, y que para esto les asistamos con la diversión, esto [48b] parece imprudencia nuestra, indigna de la atención y acertada política con que nos hemos gobernado hasta aquí. Que los franceses hayan tenido intento, no solo de ocupar las Provincias Obedientes, sino también de imponer un yugo de servidumbre a nuestras cervices se reconoció [49a] claramente el año de 1636 cuando, contra lo ajustado con los estados, entraron por Brabancia a ocupar a Lovaina, con ejército tan numeroso que puso con temor y celos al Príncipe de Orange, y le obligó a no obrar juntamente con él, ni asistirle con bastimentos para que le consumiese la hambre. Con el mismo [49b] fin cercaron después a Saint-Omer, cuya empresa facilitase la de Dunquerque, y quedasen árbitros de la tierra y del Mar. Todo esto no bastó para que después procurásemos deshacerles la empresa de Arras, engañados con que no saldrían con ella. Conocemos nuestros peligros [50a] y los dejamos al caso, que es la más cierta señal de que es fatal nuestra ruina. Quiera Dios que, desengañados, prevengamos con tiempo el remedio, advirtiendo que, en el estado presente, no consiste nuestra seguridad en que los franceses echen de Flandes a los españoles, sino en que los designios de Francia sobre las siete [50b] provincias no pasen adelante, procurando por medios honestos suspender por algunos años la guerra, librándonos de esta general influencia de Marte, con que se rehagan las rentas publicas y particulares, que ya no pueden llevar el peso de tantas imposiciones, de las cuales no menos que de nuestros [51a] mayores enemigos nos debemos guardar, porque son una enfermedad interna que en una hora puede derribar una dominación y convertirla en otra. Demos tiempo a que suspendidas las armas puedan tratar seguramente nuestras compañías, y salir del empeño en que las ha VI Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés puesto la guerra. [51b] No fiemos de esta nuestra fortuna, porque está sujeta a mudanzas. Un mismo día suele ver los triunfos y los funerales. Fácilmente se muda Marte, y favorece más a la fortuna de los príncipes que a la de las comunidades. Ligeros accidentes derriban brevemente lo más levantado. Ningunos sucesos podrán asegurar [52a] más nuestra libertad que el tiempo y los tratados, prescribiendo la dominación soberana en que nos hallamos. Así los esguízaros con las armas adquirieron la libertad, y después, haciendo treguas y confederaciones con la Casa de Austria, pasaron de súbditos a amigos y confederados. Para que sea medio de la paz [52b] se hace la guerra. Si siempre la sustentamos, sería nuestra vida de piratas, y nuestras repúblicas las más infelices del mundo. Ningún dominio es más tirano que el de la soldadesca a que estamos sujetos. Hemos tomado las armas para asegurar nuestra quietud, y experimentamos en ellas nuestro desasosiego. [53a] Primero abrimos los ojos al fuego de los arcabuces que a la luz. Vivimos envueltos en el polvo de Marte, y su estruendo turba después nuestras cenizas. Comemos el pan bañado en sangre, y nuestra bebida está mezclada con lágrimas. Siempre nuestros ojos tienen por objeto cosas lúgubres y funestas, que nos representan [53b] las muertes violentas de nuestros padres, hijos, hermanos y amigos. Perdemos las amadas y propias prendas, y trabajamos para que nos hereden los extraños. No son menores las calamidades de todo el cuerpo de los estados, porque nuestras victorias los dejan más arruinados. Nuestros progresos les doblan [54a] los hierros de la servidumbre, doblándose los tributos para mantener las plazas ocupadas. Poco les vale el comercio con la guerra, porque los cargadores han menester escuadras de naves armadas que los acompañen; y lo que ganamos con aquellos se consume en el gasto de estas. Mas daño nos causan las [54b] fragatas de Dunquerque, que nos dan provecho las Indias. Si asentásemos una tregua con España, podríamos tratar en los puertos de sus Reinos, cuyo descuido y simplicidad en las negociaciones mercantiles nos valdría mas que nuestras peligrosas navegaciones al oriente, como sucede a los genoveses, los cuales, [55a] con cambios y recambios, tienen su Potosí en España, no menos rico que el otro. VII Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés Qué libertad es la nuestra si vivimos sujetos al que gobierna las armas; huimos de servir a quien estamos obligados por derecho de Naturaleza, y servimos a otro por fuerza de necesidad; aquel nos miraba como a propios, y este nos [55b] maltrata como a extraños. No es menos dura la servidumbre que padecemos ahora que la que sufríamos entonces. Ya, pues, es tiempo que advirtamos en qué consiste nuestra verdadera libertad, y que si nos hizo hasta aquí gloriosos la guerra, nos hará felices de aquí adelante la Paz. [56a] Esta es justa cuando es necesaria, y piadosas las armas cuando sin ellas no queda otra esperanza; gocemos de nuestros triunfos, y no irrite nuestra ambición a Dios y a las gentes. No hagamos fundamento en las inquietudes de España, ni en sus malos sucesos; porque las grandes monarquías suelen cobrar [56b] mayores fuerzas con los achaques. Lo que preside Castilla, adquiere el rey de Francia, con que se hace más formidable a nosotros y menos necesitado de nuestra amistad y confederación. No nos prometamos mucho del nuevo Rey de Portugal, porque cuando se divida en dos partes la monarquía española, no por eso podremos hacer [58a]1 mayores progresos en las Indias orientales; porque los portugueses, que las conquistaron solos, solos las defenderán mejor. Sus hechos y gloriosas hazañas se suspendieron, y las armas se les cayeron de las manos, luego que la Corona de Portugal se unió con la de Castilla, porque les faltó a los portugueses la emulación sobre el dominio universal con los castellanos; [58b] y no cuidaron mucho de adquirir glorias y grandezas a estos; y en volviendo a dividirse, la Corona volverá a cobrar sus bríos, y hallaremos más resistencia en los portugueses que en los castellanos; porque como no fue conquista suya se descuidaban en los medios de su defensa, y daban lugar a que pasase a nosotros, [59a] no pudiendo sustentarla con sus armas sino con las de Portugal; fuera de que si, con profundo juicio y verdaderos fundamentos de política, consideramos los daños o conveniencias de dividirse las dos Coronas de Portugal y Castilla, El manuscrito contiene un error de paginación, habiéndose engarzado y enumerado las páginas de forma desordenada. Para que se siga el discurso de forma coherente, lo reorganizamos aquí. Entre corchetes figura la numeración tal y como aparece en el manuscrito de la Biblioteca Nacional. 1 VIII Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés hallaremos que más nos podrán ofender separadas que incorporadas en una, porque [59b] la potencia de las monarquías no se multiplica como las cantidades o los números. Si tuvieran reyes propios Nápoles, Sicilia, Castilla y Portugal, los cuales confederados nos hiciesen guerra, no hubiéramos podido resistirles; y hemos podido a Castilla, en quien estaban unidos aquellos Reinos. Los [60a] cuerpos demasiadamente grandes se embarazan en su misma grandeza, y su peso las oprime. No basta la providencia de uno a asistir al gobierno de tantas partes, ni su consejo a dar calor a sus espíritus vitales. No nos prometamos mucho de la amistad y confederación con aquel reino, [60b] porque solamente durará lo que durare su rebelión, no siendo posible que después se puedan conformar los intereses opuestos entre sí, ni la diversidad de religión, con que más que con las armas hemos deshecho la potencia de portugueses en las Indias orientales. No nos ensoberbezca nuestra gran fortuna [61a] porque la que más reluce más es de vidrio, que fácilmente se quiebra. En nuestro mayor curso de felicidades, puestas nuestras armas sobre Bolduque, vimos de repente el yugo eminente a nuestras cervices entrando las armas españolas en la Belba, con que cayera luego nuestra Potencia, si no [61b] hubiese faltado la fe en quien las gobierna. Cuando nos vimos más poderosos de fuerzas sobre Lovaina, teniendo con nosotros todas las de Francia, y ya por acabada la guerra y expelidos los españoles, vimos de repente mudada la fortuna, deshechos y fugitivos el uno y otro ejército, y perdido [62a] el Skenke, que era el corazón de esas Provincias2. Nuestra Potencia está fundada sobre las inquietas olas del mar, dependiente del arbitrio de los vientos. Una borrasca nos puede hacer mas daño que el mayor enemigo; un ratón o un gusano que taladre nuestros diques puede anegar lo mejor [62b] de nuestra potencia; un movimiento interno, fácil de suceder en tal diversidad de humores de esas comunidades, nos podría derribar en una hora. Nuestra unión consiste en el capricho de muchos, nuestras fuerzas, en el crédito y sufrimiento de los acreedores; nuestras asistencias, [63a] en la voluntad y conveniencia de 2 Schenkenschans, importante plaza fuerte de las Provincias Unidas. IX Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés príncipes extranjeros; todo lo cual está más sujeto al caso que a la prudencia humana, y debemos considerar que ninguna cosa es más peligrosa que una potencia que no se afirma en sí misma. La presencia de nuestra grandeza parece por fuera [63b] muy sana, y padece por dentro gravísimos males internos, los cuales tocarán al corazón si creciere demasiadamente y no tuviere que hacer más que consigo misma. De la fe del Príncipe de Orange no hay ahora ocasión alguna para dudar, antes para alabarla y reconocerla. [64a] Pero los que se levantaron con la Monarquía Romana no tuvieron desde el principio aquel pensamiento. La tiranía es hija de la ocasión. La mucha grandeza del príncipe, mayor que de súbdito o de compañero. Sus temores de perderla, pensando (digo pasando) [sic] las armas, por algún accidente [64b] a otra mano; la amistad y parentesco con Francia e Inglaterra, y nuestros mismos desórdenes pueden levantarle el animo. Todas las tiranías empezaron por celo al bien público, mudando las formas de gobierno. Así sucedió a la romana y a otras muchas. Todos estos accidentes, que [65a] amenazan a nuestra libertad, cesan con la paz o con una tregua por muchos años. Bien creo que en ello se nos ofrecerán algunos inconvenientes, pero qué gran resolución sin ellos. La prudencia humana pesa por una y otra parte los negocios, y se inclina a la balanza más segura. [65b] No nos engañen los consejos de las demás repúblicas y Príncipes, porque no nacen de caridad, sino de intereses propios, hallando conveniencia en que seamos la materia del fuego de la guerra para tenerla mas lejos de sus casas, y les sirvamos de diversión. Hoy nos disuadirán franceses e [66a] ingleses la tregua por este fin, y por otros intentos propios. Acordémonos que cuando el año de 1609 juzgaron que les convenía, nos enviaron solemnes embajadas, y ya con razones, ya con amenazas, nos obligaron a concluir la tregua, la cual no nos conviene menos ahora [66b] que entonces. Los daños y las conveniencias son las mismas. No demos crédito a las razones de algunos ministros, consejeros nuestros, que se enriquecen y hacen mayores con la revuelta de las armas, porque todos los temores e inconvenientes que nos pueden representar [67a] ahora (de que los españoles faltarán a la fe publica, que nos engañarán en este tratado, que se X Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” Diego de Saavedra Fajardo Carta de un holandés reharán de fuerzas, que solevarán nuestros pueblos, que el ocio nos quitará los bríos, que después no quedaremos hábiles para las armas, que no querrán contribuir para ella los pueblos) nos [67b] representaron entonces; y después nos mostró la experiencia que fueron imaginados, habiéndonos salido tan feliz la tregua que los españoles no quisieron renovarla por que era en perjuicio suyo. Paso a paso ha llegado a discurso lo que había de ser carta familiar, [57a]3 llevada la pluma del calor de la materia; y no ha sido poco haberla contenido en las razones generales sin entrar en otras particulares de nuestros males internos, en la forma de Gobierno civil y Militar -dentro y fuera de nuestros estados-, en la Administración de las rentas publicas, en los empeños de las compañías, y en los inconvenientes y flaqueza de la navegación; porque, si se perdiere esta carta, no quedasen descubiertos al enemigo [57b] los sacramentos de nuestra potencia. Y no pienso que juzgará V. S. fuera de mi obligación el haberme dilatado tanto, pues siendo común la causa, y estando los intereses particulares mezclados con los públicos, toca a cada uno de los que nacimos en esos estados el discurrir en los medios de nuestra conservación. Todo lo remito al celo y juicio de V. S., que lo sabrá considerar con más atención y más prudente política. Dios G. V= (Trascripción y edición de Belén Rosa de Gea) 3 Incorporamos aquí el fragmento de discurso en el lugar que le corresponde, señalando entre corchetes la numeración de la página según figura en el manuscrito de la BN. XI