Creo en el perdón de los pecados Creo en el perdón de los pecados

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“Servidores y testigos
de la Verdad”
Meditaciones 12
Creo en
el perdón
de los
pecados
Meditaciones 12
Compendio 200-201
Youcat 150-151
ÍNDICE
Creo en
el perdón
de los
pecados
Catecismo de la Iglesia Católica
976-983
Jesús perdonaba los pecados................................3
La fe nos hace descubrir que los hombres podemos
pecar y de hecho pecamos, pues, aunque fuimos creados
por Dios en santidad y justicia, sin embargo, por la desobediencia de nuestros primeros padres nuestra voluntad está
inclinada al pecado. Pero, además, nos enseña que nuestro
Padre y Creador, en vez de abandonarnos a nuestra suerte,
no deja de buscarnos, más aún, ha enviado a su Hijo y al
Espíritu Santo para hacer nuevas todas las cosas, para
arrancar del hombre el corazón de piedra y poner en su lugar
un corazón de carne (cf. Ezequiel 11,19; 36,26); para hacernos renacer (cf. Juan 3,3-8) y formar en nosotros un hombre
nuevo (cf. Efesios 2,15; 4,24; Colosenses 3,10). Como ya
decía el Catecismo Romano y ahora nos recuerda el actual
Catecismo: “No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que
no deba esperar con confianza su perdón siempre que su
arrepentimiento sea sincero” (Catecismo de la Iglesia Católica 982). Por eso mismo, “Cristo, que ha muerto por todos
los hombres, quiere que en su Iglesia, estén siempre abiertas
las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado”
(Catecismo 982).
Jesús dio ese poder a su Iglesia.............................4
En el bautismo, por la fe, obtenemos
el perdón de los pecados........................................5
La penitencia segunda tabla de salvación................5
La penitencia como virtud individual y eclesial..........5
Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida.......6
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Ante el pecado es fácil caer en uno de estos dos extremos: o bien negarlo y vivir pensando que yo nunca hago
nada malo, o bien, una vez conocido y reconocido, pensar
que no puedo ser perdonado y que he de vivir el resto de mi
vida con el peso de mis culpas.
Edita:
Arzobispado de Madrid
C/Bailén, 8. 28071. Madrid
Jesús perdonaba los pecados
Jesucristo vino, enviado por el Padre, a buscar y a salvar
lo que estaba perdido (cf. Lucas 19,10). Su misión consistió
en iluminar a quienes viven en tinieblas y en sombra de
muerte (cf. Lucas 1,79) y en dar la vida en rescate por todos
(cf. Marcos 10,45).
No dudó en declarar perdonados los pecados del paralítico que le fue traído en una camilla (cf. Mateo 9,2); y también los de aquella mujer pública que entró en casa de
Simón el fariseo, mientras Jesús comía allí (cf. Lucas 7,4749).
En ambos casos, las palabras de Jesús levantaron una
enorme polémica, principalmente entre los fariseos, pues,
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con toda razón, pensaban que nadie podía perdonar los pecados sino Dios (Marcos 2,7).
Para colmo, en la mismísima explanada del Templo, lejos
de condenar a la mujer sorprendida en adulterio que le presentaron, Jesús le permitió irse; y, al despedirla, la invitó con
toda bondad a que no pecara más (Juan 8,11).
Con sus milagros, Jesús dio pruebas más que suficientes
de que tenía poder, no sólo para curar las enfermedades del
cuerpo, sino también para cambiar los corazones. Especialmente significativos al respecto fueron los milagros en que
curó a personas que estaban esclavizadas por el demonio.
Jesús, sólo con el poder de su palabra, les devolvió la libertad que habían perdido; señal inequívoca de que también
tenía poder para librar a la humanidad del peso de sus pecados (cf. Mateo 9,6; Marcos 2,10; Lucas 5,24). De hecho,
sus contemporáneos se admiraban de que Dios hubiera
dado tal poder a los hombres (cf. Mateo 9,8).
Jesús dio ese poder a su Iglesia
Cuando Jesús estaba a punto de subir al cielo, prometió
enviar el Espíritu Santo a los apóstoles para que pudieran
perdonar los pecados en su nombre (cf. Juan 20,23). Y,
desde el día de Pentecostés en adelante, los apóstoles no
dejaron de predicar y exhortar a la conversión, perdonando
los pecados de cuantos acogían el mensaje de la salvación
y eran bautizados en nombre del Señor Jesús (cf. Hechos
de los Apóstoles 2,38).
Al igual que los escribas, los sumos sacerdotes y los fariseos se escandalizaron de que Jesús se atreviera a perdonar los pecados, algo que sólo estaba reservado a Dios,
también hoy muchos se siguen escandalizando de que Dios
haya otorgado tal poder a los hombres.
Sin embargo, así es: “Dios ha constituido a la Iglesia, esposa de Cristo, como signo, instrumento o sacramento de
salvación” (cf. Lumen Gentium 1). Y en nombre del Señor
Jesús, la Iglesia no deja de predicar y de anunciar a Jesucristo para que, quien crea en Él reciba por su medio el perdón de los pecados y la vida eterna.
Este punto es tan importante que el Catecismo hace esta
observación: “La catequesis se esforzará por avivar y nutrir
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en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que
Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder
de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y sus sucesores” (Catecismo 983).
todos los bautizados puedan recibir el perdón de los pecados cometidos. Esa segunda tabla de salvación es la penitencia.
La penitencia como virtud individual y eclesial
En el bautismo, por la fe, obtenemos el perdón de los pecados
Dios, sin que lo mereciéramos, ha querido reconciliarnos
consigo y ha pasado por alto todos nuestros pecados, perdonándonos por medio de Jesucristo. Para participar y beneficiarnos de ese perdón, somos invitados a creer en la
predicación hecha por boca de los apóstoles y a recibir el
bautismo que ellos administraban y entregaron a la Iglesia
(cf. Hechos de los Apóstoles 2,37-41).
La fe y el bautismo son, pues, la llave que nos permite
beneficiarnos del perdón gratuito de Dios. Por eso, la Iglesia,
fiel a las enseñanzas y al mandato de Jesús (cf. Marcos
16,16), nos invita a creer en el Señor Jesús y a bautizarnos
en su nombre, para obtener así el perdón de los pecados
(cf. Hechos de los Apóstoles 2,38).
La penitencia, segunda tabla de salvación
El bautismo nos perdona los pecados, pero no nos hace
impecables. Tras el bautismo, seguimos experimentando en
nuestros cuerpos mortales la fuerza del pecado y la inclinación al mal. Sin embargo, puesto que hemos sido revestidos
de Cristo y fortalecidos con la fuerza del Espíritu Santo, podemos resistir contra las tentaciones y salir victoriosos. Aun
con todo, podemos pecar y, de hecho, pecamos.
Al pecar, los bautizados ofendemos a Dios, que nos amó
hasta el extremo de entregar a su Hijo por nosotros (cf. Juan
3,16) y, al mismo tiempo, también ofendemos y manchamos
la santidad de la Iglesia de la que somos miembros y también
hijos. De hecho, todo pecado tiene una dimensión social y
hasta cósmica, porque, siempre que pecamos, aparte de
romper la comunión con Dios, rompemos la comunión con
el hermano, con nosotros mismos y con el resto de la creación.
Por eso, además del bautismo, la misericordia de Dios
tenía prevista una segunda tabla de salvación, para que
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La penitencia es una virtud que debe acompañar la vida
de los bautizados. Gracias a ella, los cristianos nos fortalecemos para luchar y resistir contra las tentaciones, al tiempo
que, configurándonos con la entrega de Cristo, que expió
de una vez por todas los pecados del mundo en la cruz,
también luchamos por reparar las consecuencias de nuestros pecados en el orden personal, social y comunitario.
Más aún, por el misterio de la comunión de los santos,
cada uno de los miembros de la Iglesia ha de sentir como
propio el peso de los pecados del mundo; y, al igual que
Cristo, el Cordero inmaculado, cargó sobre sí los pecados
de los hombres, destruyéndolos en la cruz, también los
miembros de la Iglesia hemos de sentirnos solidarios del pecado de nuestros hermanos y pedir perdón y hacer penitencia como Iglesia por todos ellos.
La Iglesia, por todo ello, no solo exhorta a sus hijos a la
penitencia, sino que ella misma, indefectiblemente santa y
necesitada de purificación en sus miembros, no deja de buscar la conversión y la renovación por medio de la penitencia.
La Iglesia misma es, pues, penitente y no deja de implorar
de Dios el perdón para todos sus hijos.
Para la reflexión y el diálogo
- ¿Eres de los que piensan que no tienen ningún pecado
y nada de lo que convertirse? ¿O crees más bien que
tus pecados no tienen solución ni arreglo y que para ti
no hay perdón?
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- Este artículo del Credo te habrá ayudado a descubrir cómo
el perdón de Dios siempre nos llega por medio de alguien
que Él nos envía y en tanto en cuanto nos incorporamos
a su Pueblo y a su Cuerpo, que es la Iglesia. ¿Qué es lo
que más te cuesta a la hora de recibir el perdón de Dios
por medio de los ministros de la Iglesia? ¿Qué experiencias
positivas has tenido y tienes al respecto?
Para la oración
Evangelio según San Juan (8,1-11)
En aquel tiempo Jesús se fue al monte de los Olivos.
Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo
el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
—“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante
adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”.
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
—“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer
en medio, que seguía allí delante.
Nuestro Dios es un Dios que nos salva (Salmo 68,
21a). Porque salva, no abandona al pecador en su
pecado, sino que continuamente le llama, como
llamó a Adán y Eva en el paraíso, para que abra
los ojos y reconozca y confiese sus pecados.
Iluminados por la luz de la misericordia divina, necesitamos reconocer que, si nuestro corazón no
es sanado de raíz, seguiremos en nuestros pecados. Por eso, hemos de pedirle al Señor que cambie nuestro corazón, que lo sane y lo cure de las
heridas que el pecado provoca en Él.
Le pedimos también al Señor que nos ayude a
querer y desear no pecar nunca más; y, como
muestra de nuestra voluntad decidida, le suplicamos que nos conceda la gracia de estar siempre
dispuestos a luchar contra el pecado que nos ata,
e igualmente contra las consecuencias que provocan nuestros pecados: en nosotros mismos, en
nuestro prójimo, en nuestra sociedad y en nuestro
mundo.
Que el perdón de Dios, derramado abundantemente en cada uno de nuestros corazones, haga
que todos los hombres puedan glorificarlo y reconocerlo como un Dios de amor y misericordia infinitas; y que, de este modo, se sientan atraídos a
volver a Él y a encontrar en Él la salud y la salvación
que necesitan. Así se cumplirá plenamente la obra
que el Padre encargó a su Hijo, cuando le envió
para dar su vida en rescate por todos.
Jesús se incorporó y le preguntó:
Oración
Mueve nuestro corazón para que nos convirtamos a Ti
Dios omnipotente y misericordioso, que nos has reunido en
nombre de tu Hijo para alcanzar misericordia y encontrar
gracia que nos auxilie.
Abre nuestros ojos para que descubramos el mal que hemos
hecho; mueve nuestro corazón, para que, con sinceridad,
nos convirtamos a ti; que tu amor reúna de nuevo a quienes
dividió y dispersó el pecado; que tu fuerza sane y robustezca
a quienes debilitó su fragilidad; que el Espíritu vuelva de
nuevo a la vida a quienes venció la muerte; para que, restaurado tu amor en nosotros, resplandezca en nuestra vida
la imagen de tu Hijo, y así, con la claridad de esa imagen,
resplandeciente en toda la Iglesia, puedan todos los hombres reconocer que fuiste tú, quien enviaste a Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro.
Amén.
Ritual de la Penitencia, n. 115.
Para la vida
- ¿Tu vida tiene algún sentido penitencial? ¿En qué se
nota?
- ¿Crees que a partir de ahora deberías planteártelo más
seriamente? ¿En qué cosas, cómo…?
—“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha
condenado?”.
Ella contestó:
—“Ninguno, Señor”.
Jesús dijo:
—“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
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ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID
Señor Jesucristo,
Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres,
te alabamos y te bendecimos.
Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe.
El Padre te ha enviado para que creamos en Ti
y, creyendo, tengamos Vida eterna.
Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe:
conviértenos a Ti,
que eres la Verdad eterna e inmutable,
el Amor infinito e inagotable.
Danos gracia, fuerza y sabiduría
para confesar con los labios
y creer en el corazón que Tú eres
el Señor Resucitado de entre los muertos.
Que tu Caridad nos urja
para encender en los hombres el fuego de la fe
y servir a los más necesitados
en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre
a impulsos del Espíritu.
Te pedimos con sencillez y humildad de corazón:
haznos tus servidores y testigos de la Verdad;
que nuestras palabras y obras
anuncien tu salvación y den testimonio de Ti
para que el mundo crea.
Te lo pedimos por medio de Santa María de
la Almudena,
a quien nos diste por Madre al pie de la cruz
y nos guía como Estrella de la Evangelización
para sembrar en nuestros hermanos
la obediencia de la fe.
Amén.
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