La huella del capital extranjero en España: un análisis

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La huella del capital extranjero en España:
un análisis comparado
•N
úria
Puig Raposo
Universidad Complutense de Madrid
•A
doración
Álvaro Moya
CUNEF
Introducción1
El estudio de la inversión extranjera directa (IED) y la empresa multinacional ha suscitado un gran interés, entre economistas y estudiosos de la empresa, en los últimos cincuenta años, en particular a raíz de la investigación
seminal de Stephen H. Hymer, el primer autor en atribuir a la empresa multinacional la transferencia de recursos adicionales a los financieros y en señalar
su voluntad de operar en diferentes mercados con el fin de explotar unas ventajas que redundaran en rentas monopolísticas.2 Desde entonces, el grueso de
la investigación, que ha crecido exponencialmente, se ha concentrado en entender el porqué de la existencia de la empresa multinacional, su organización
y estrategia, así como los determinantes de los flujos de IED y los efectos de
dicha inversión para las economías receptoras (Buckley, 2002 y 2009; Jones,
2003 y 2005, cap. 1).
Existe un consenso generalizado en que la IED y la empresa multinacional influyen decisivamente en las economías receptoras y en su entramado institucional (United Nations, 2005; Jones, 2005; Narula y Dunning, 2010). La
magnitud y características de dicha influencia o spillovers dependen, no obstante, de diversas variables, entre ellas el tipo de actividad que la subsidiaria
1. Este trabajo se ha desarrollado dentro del marco del proyecto Foreign Investment and
Local Talent: A dynamic analysis of the effects of FDI on the enablement of entrepreneurial and
managerial capabilities in late developing economies (ECO2012-35266), dirigido por Núria Puig.
2. Hymer (1976 [1960]). Entendemos por empresa multinacional aquella con activos productivos que posee y controla en al menos dos países (Caves, 2007, p. 1). Sobre la naturaleza de
la empresa como receptora de recursos y capacidades, algo que la convierte en un eficaz instrumento para la difusión entre países del conocimiento menos codificable, véase la síntesis de Valdaliso y López de la economía evolutiva y la teoría de la empresa basada en recursos y capacidades (Valdaliso y López, 2007, pp. 41-52).
Revista de Historia Industrial
N.º 58. Año XXIV. 2015. Número especial. Homenaje a Antonio Parejo
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desarrolle, el grado de desarrollo de la economía receptora y el modo de entrada escogido para operar en el nuevo mercado, así como la estructura de propiedad elegida para la nueva filial (Jones, 2005, pp. 260-261). Así, y aun cuando los estudios existentes no son siempre concluyentes, la disposición de la
empresa matriz de transferir nuevo conocimiento es inicialmente mayor cuando se trata de una filial de su entera propiedad y una empresa de nueva creación o inversión greenfield, en contraposición a una adquisición, subsidiarias
creadas junto con otros socios u operaciones basadas en acuerdos de licencia
o franquicia (Jones, 2005, p. 261). Por otro lado, a mayor grado de desarrollo
de la economía receptora, mayor será la capacidad de las empresas locales de
absorber nuevo conocimiento, así como la acción de su gobierno para facilitar dicho proceso y garantizar protección legal a los inversores.
En cualquier caso, la inversión extranjera, per se, no implica crecimiento
económico. Para que esto sea así, los actores locales han de ser capaces de internalizar el conocimiento derivado de dicha inversión, o, dicho de otro modo,
de desarrollar las capacidades necesarias para ello. En ese sentido, resulta clave si existen o no emprendedores locales que intenten aprovechar todos los recursos a su alcance para desarrollar nuevos negocios (Jones, 2005, p. 261). Las
instituciones de la economía receptora, por su parte, pueden fomentar el proceso de aprendizaje e internalización de capacidades de las empresas foráneas,
un proceso cuyos aspectos políticos y sociales han sido escasamente analizados desde la economía y los estudios de empresa (Lall y Narula, 2004; Narula
y Dunning, 2010). Es más, podemos esperar no solo que el desarrollo institucional favorezca la entrada de IED –una ventaja de localización no suficientemente estudiada por la literatura (Dunning y Lundan, 2008, p. 128)–, sino
también que la IED contribuya a dicho desarrollo institucional, a través de,
por ejemplo, colaboraciones directas con las instituciones educativas y de investigación locales. En ese caso, las propias empresas multinacionales estarían
contribuyendo a generar las capacidades locales precisas para aprender del exterior. El alcance de tal influencia, empero, es difícil de captar con las herramientas de la economía y de los estudios de empresa. Los flujos de capital y
comercio, con todas sus limitaciones, ayudan a definir la foto general, pero no
explican la mayor o menor continuidad de la presencia del capital extranjero
ni su impacto en la economía, sociedad y mentalidad del país receptor. Tampoco han sido suficientemente analizados todos los cauces de la interacción
entre la economía receptora y la IED.
Este trabajo pretende contribuir a una mejor comprensión de los efectos a
largo plazo de la IED en las economías receptoras a través del análisis histórico, para un país tradicionalmente importador neto de capital extranjero,
como es España, de dos de sus determinantes, el modo de entrada de las empresas extranjeras y el grado de desarrollo económico e institucional local. El
objetivo perseguido es doble. En primer lugar, comprobar si el modo de entra-
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da ha variado con el grado de desarrollo de la economía española y, en segundo lugar, identificar los ejes de la interacción entre las empresas extranjeras y
el entramado empresarial e institucional local. Se sigue la pista a la inversión
de los dos líderes de la segunda Revolución Industrial, Alemania y Estados
Unidos, desde finales del siglo xix, con la llegada de las primeras multinacionales de relevancia, hasta el final del franquismo, cuando se inicia un proceso
de liberalización económica acompañado de una creciente orientación hacia
Europa. Durante dicho periodo, y junto con Francia y el Reino Unido, esos
dos países se encontraban entre los principales socios comerciales de España
y los principales inversores foráneos en el país (Puig, Álvaro y Castro, 2008).
Esta investigación complementa, por tanto, los estudios existentes sobre la inversión extranjera en España, los cuales, desde los trabajos de la historia económica y la economía aplicada de los años sesenta y setenta, y tras un renovado interés reciente por parte de la historia económica y empresarial, han
reconstruido las grandes cifras de la evolución de la IED en el país, identificando patrones de inversión y explorando, a nivel empresarial y sectorial, los
efectos de tal inversión.3 No existe, empero, un análisis sistemático y global de
las estrategias de entrada de las multinacionales extranjeras en el país y aún
nos falta mucho por entender sobre los efectos a largo plazo de dichas estrategias y de cómo han interactuado las empresas foráneas con los actores y, sobre todo, las instituciones locales.4
En los siguientes apartados, y siguiendo un criterio cronológico, se reconstruye sistemáticamente la inversión directa alemana y estadounidense en España, así como el entramado humano e institucional desarrollado a su alrededor.
3. Las primeras estimaciones sobre la inversión en España son obra de Sardà (1948) –utilizadas después por Campillo (1963) y Sáinz (1965)– y Broder (1979). Entre las numerosas obras
para la España del ochocientos, véanse los estudios seminales de Tortella (1973), Roldán y García Delgado (1974), Nadal (1975) y Tedde de Lorca (1974) y (1978). Para la época del desarrollismo, el trabajo de mayor envergadura es el de Muñoz, Roldán y Serrano (1978). Entre los trabajos recientes, y sin ánimo de ser exhaustivas por cuestiones de espacio, nuevos esfuerzos de
identificación de los inversores foráneos, y de su importancia en la economía y empresa del país,
en Tascón y Carreras (2001), Tortella (2002) y (2008), Tascón (2003) y (2005), Farré y Ruckstuhl
(2008) y López Zapico (2013). Dejando a un lado los estudios de caso sobre empresas concretas, véanse los análisis sectoriales de Puig (2003) y Puig y Loscertales (2001) para la industria
química y farmacéutica; Kipping y Puig (2003) para la consultoría; Castro (2008) y (2010b) sobre la banca y la gran distribución francesas; Miranda (1998) para el calzado; García Ruiz (2001)
y Arroyo (1999) para la banca, Sánchez (2011) para el vidrio, y Álvaro-Moya (2010), capítulos
4, 5 y 6 sobre telecomunicaciones, maquinaria agrícola y consultoría técnica, respectivamente.
El análisis de los patrones de inversión, en Loscertales (2002), López Morell (2005), Castro
(2010a) y Puig y Castro (2009).
4. Para un análisis de la IED en Italia, examinando si el modo de entrada escogido varía
según el grado de desarrollo del país, véanse Colli (2014a) y (2014b). Este argumento se inspira
en el modelo del ciclo de desarrollo de la inversión o Investment Development Path, según el cual
el nivel de desarrollo de una nación marcaría los tipos de productos y tecnologías allí originados y los importados o aprendidos del exterior. O, como puede derivarse, el volumen de inversión directa emitida y recibida, y las ventajas competitivas ligadas a ambos flujos. Véase Dunning (1993), Narula (1996) y Dunning y Narula (1996).
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El análisis comprende las empresas extranjeras más relevantes, empleando como
criterios el capital social y el impacto ejercido en su respectivo sector. La reconstrucción realizada se basa en archivos públicos y privados de España, Alemania
y Estados Unidos, así como en directorios empresariales y bibliografía secundaria. Hemos sido restrictivas a la hora de definir IED, excluyendo de nuestra
relación un número seguramente muy elevado de sociedades constituidas por
ciudadanos alemanes y estadounidenses residentes en España, que, aunque dependían operativamente de empresas de capital y localización germana y americana, funcionaban de forma autónoma. Solo hablaremos de ellas en tanto en
cuanto expliquen la entrada u operaciones de otros inversores alemanes y estadounidenses. Las estimaciones existentes sobre la inversión directa extranjera en
la España contemporánea y la inversión extranjera alemana y estadounidense
–que, como es bien conocido, han de utilizarse con extrema precaución– han
sido incorporadas únicamente con el fin de contextualizar la importancia a lo
largo del tiempo de cada nación inversora.5
El desembarco del capital alemán y estadounidense (c. 1880-1936)
La inversión directa extranjera desempeñó un papel crucial en el crecimiento económico español desde el comienzo de la industrialización. Las empresas
de los países más influyentes del mundo se convirtieron así en grandes actores
del desarrollo económico y social de nuestro país. Ni la protección del mercado nacional ni las trabas al capital extranjero impidieron que la España de la
Restauración se convirtiera en uno de los escenarios de la lucha de las grandes
potencias por alcanzar o mantener la hegemonía política y económica mundial. Para entonces, las economías más avanzadas estaban atravesando la Segunda Revolución Industrial y una internacionalización de la economía sin
precedentes, con Estados Unidos y Alemania como potencias emergentes en
detrimento de Gran Bretaña y Francia, los grandes inversores internacionales
de las décadas centrales del siglo xix. El dinamismo económico de las nuevas
potencias, en contraste con el de los pioneros, se apoyaba en industrias de base
científica, como la química y la electricidad, en sistemas nacionales de innovación muy dinámicos y flexibles y en el acceso a grandes cantidades de capital, algo que rápidamente se plasmaría en un incremento de las exportaciones
y de la inversión directa de ambos países, en particular de Alemania, en todo
el mundo. El desarrollo de la Segunda Revolución Industrial en España se inició entonces, con una influencia notable de la Alemania guillermina, en competencia con otros inversores europeos más familiarizados con el país, y ha5. Acerca de las fuentes disponibles sobre entrada de inversión directa extranjera en España y sus limitaciones, véase Álvaro-Moya (2012), apéndice 3.8.
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ciendo frente a los obstáculos inherentes a una sociedad agraria y atrasada.
La influencia estadounidense, en cambio, tardaría más en llegar, pues no fue
hasta los «felices años veinte» cuando las empresas americanas comenzaron a
ser visibles. Pero entrarían en el mercado español con fuerza, solo limitada por
los efectos de la Gran Depresión. Sin obviar la cautela con la que han de utilizarse estos datos, las primeras estimaciones existentes sobre la inversión extranjera en España muestran cómo, con menos de un 1,5% de la inversión total tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos pasó a ser el segundo
mayor inversor en vísperas de la Guerra Civil.6
En el cuadro 1 se han resumido los resultados de nuestra investigación sobre las empresas alemanas y estadounidenses en España antes de la Guerra
Civil. En el caso de las primeras, y teniendo en cuenta solo las mayores, hemos
identificado 34 matrices alemanas y 65 empresas filiales (comerciales o productivas) o participadas, muy concentradas en dos localidades (Barcelona y
Madrid) y en cinco sectores (minería, banca, seguros, electrotecnia y química),
pero creadas escalonadamente en el curso de la Belle Époque. Las empresas
americanas, en cambio, irrumpieron en su mayoría en los años veinte del siglo
pasado, también con una clara concentración en las dos principales ciudades
del país (a excepción de las relacionadas con la minería y la extracción de otras
materias primas) y, por sectores, en la maquinaria, química, industrias extractivas y distribución de petróleo, y servicios públicos.
El análisis del modo de entrada de las 34 casas alemanas consignadas en
nuestro censo no permite identificar un patrón claro (22 casos de nueva creación y 16 de adquisición).7 No hay duda de que la muy distinta naturaleza de
las principales áreas de negocio de las empresas alemanas y de que las cambiantes reglas del juego españolas condicionaron la entrada. En el caso de la
minería, que es donde se registran las primeras inversiones, en los años setenta del siglo xix parece claro que la hegemonía de otros países europeos limitó
mucho a las compañías alemanas. El desembarco de Stolberg, Krupp, Degussa y Metallgesellschaft se hizo, pues, en forma de participación en negocios
mineros multinacionales, como la Orconera o la Compañía Metalúrgica de
Mazarrón. Más adelante, la cartelización del mercado mundial de minerales
seguiría condicionando la inversión germana, por ejemplo en el caso de las potasas. El negocio bancario estuvo dominado hasta 1920 por el Deutsche Bank,
6. Datos para 1918 y 1938. Los primeros fueron elaborados por la Dirección General del
Timbre sobre el capital de las empresas jurídicamente extranjeras que operaban en España (citado en Sáinz, 1965, p. 394, y antes en Young, 1920). Los datos de 1938, los únicos con los que
contamos para todos los países, recogen tanto inversión directa como en cartera (Lewis, 1938,
citado en Tascón, 2003, p. 290).
7. Un exhaustivo y espléndido análisis de la inversión alemana hasta 1920, centrado en
las grandes empresas de la minería, banca, electrotecnia y química, en Loscertales (2002). En
nuestra investigación hemos corregido y ampliado su censo de empresas, además de examinar
los socios locales de estas y el entramado institucional de la colonia alemana.
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Cuadro 1 ▪ Las mayores empresas participadas por capital alemán en España en
1920 y empresas estadounidenses en España en 1930
Alemania
EE.UU.
Número de empresas extranjeras
34
93
Número de empresas españolas controladas o participadas por las
anteriores
65
104
Barcelona
31
26
Madrid
23
24
Otras ciudades
11
26
28
Sede social
Sin identificar
Fecha de
creación
Sector
1870-1879
4
1
1880-1889
16
2
1890-1899
16
3
1900-1909
14
4
1910-1919
15
10
1920-1929
49
Sin identificar
35
6
19
Industrias extractivas y petróleo
Banca y seguros
10
8
Electrotecnia
30
4
Química
17
10
Motor
n.r.
9
Maquinaria
n.r.
20
Cine
n.r.
6
Servicios públicos
n.r.
10
Otros
Modo de entrada1
Filial íntegramente perteneciente a la matriz
Sociedad conjunta (mayoría de capital extranjero)
18
37
13
12
Sociedad conjunta (paritaria)
2
1
Sociedad conjunta (capital extranjero minoritario)
7
6
Desconocido
Modo de entrada
y naturaleza del
negocio2
3
n.r.
0
5
Representación
15
-
Filial
12
-
Comercial
7
-
Productiva
5
-
Notas: 1 Los datos sobre modo de entrada se basan en aquellas empresas aún existentes en 1943 y cuya evolución
entre 1930 y dicha fecha ha sido reconstruida. 2 Para el caso de las empresas estadounidenses, véase el texto; n.r.:
no relevante.
Fuente: Elaboración propia a partir de Álvaro-Moya (2012), apéndices 3.2 y 3.3; Loscertales (2002); Tortella (2000);
Archivo Histórico del Ministerio de Asuntos Exteriores (AMAE), R-7737 y R-4209/7; y National Archives and Records
Administration (NARA), Record Group 226, Entry 19, Box 169, Report 12621.
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que a través de su filial internacional y gracias al empuje y a los contactos de
su director, Arthur Gwinner, con la élite política y financiera de la España de
la Restauración, fundó el Banco Alemán Transatlántico y tomó una participación en Guillermo Vogel y Cía., antes de establecer sus propias filiales en
Barcelona (1904) y Madrid (1907). Durante los años siguientes, el Banco Alemán Transatlántico, además de apoyar el comercio hispano-alemán, alentaría
y gestionaría buena parte de las inversiones de la industria alemana en España, en particular las electrotécnicas. Las aseguradoras también entraron y prosperaron de la mano de la industria y el comercio hispano-alemán, bien mediante representantes (Norddeutsche Lloyd-Erhardt) o bien mediante filiales
(Mannheimer-La Constancia, Allianz-Plus Ultra, La Victoria de Berlín) plenamente controladas desde Alemania.
Guiada por el Deutsche Bank y muy condicionada por la regulación española, la industria electrotécnica acabaría concentrada en dos grupos, Siemens
y AEG. En el caso de esta última, el papel de Gwinner fue fundamental. La
función de los socios locales tampoco debe infravalorarse, tanto políticos
(Francisco Cambó, abogado mercantil y concejal del ayuntamiento de Barcelona además de ministro de Hacienda e inversor internacional) como técnicos
(Luis Muntadas, fundador de La Industria Eléctrica) y comerciales (Cros, la
primera empresa química de Cataluña). Los consejos de administración de las
grandes compañías del sector dan idea de la fuerte implicación de la élite española en los negocios de la generación eléctrica, los servicios públicos (tranvía y alumbrado) y la electroquímica (Flix). La complejidad de las actividades
y de las vinculaciones mercantiles de las empresas alemanas dentro y fuera del
país es enorme. A ello hay que añadir el régimen de concesiones, el impacto de
la guerra mundial (que la gran banca e industria española supo aprovechar) y
casos tan singulares y enrevesados como los de la Compañía Hispano Americana de Electricidad (CHADE), participada por un buen número de bancos
españoles.8 No es extraño, pues, que para entrar en el mercado español se recurriera, casi a partes iguales, a las representaciones, participaciones, adquisiciones y fundaciones de nueva planta.
En el caso de la industria química, inicialmente circunscrita a los colorantes, las compañías germanas optaron por la contratación de agentes y representantes, que con el tiempo se fueron transformando en filiales comerciales.9
Por la vía de la representación, filial y participación, el grueso de la moderna
química alemana hizo acto de presencia en España antes de la Primera Guerra Mundial. A principios de los años veinte, doce de estas compañías pasa8. Entre la amplia bibliografía sobre la inversión eléctrica alemana, véase Hertner (1986),
Núñez (1993), Compañía Sevillana de Electricidad (1994), y Hausman, Hertner y Wilkins
(2008).
9. Sobre la industria química alemana en España, véase Puig (2003b) y Puig y Loscertales (2001).
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rían a integrarse en el entramado de la IG Farben. El proceso brindó numerosas oportunidades tanto a los socios locales (como Lluch y Serra, que pasaron
a ocupar puestos de primer nivel en la nueva estructura) como a los competidores (como Fabricación Nacional de Colorantes y Explosivos, que en 1926
formó una empresa conjunta con la IG Farben). Entre las compañías que quedaron al margen de la IG hay que mencionar Oxígeno Linde, que nació como
representación en 1907, se convirtió en joint venture en 1922 y ha mantenido
los vínculos hasta la actualidad. Por último, las industrias del motor y de la
maquinaria, representadas por Deutz y Schütte entre otros muchos, también
hallaron acomodo en la España de la Restauración.
Entre los ciudadanos alemanes residentes en España, pero no incluidos en
el cuadro 1 por las razones explicadas en la introducción, merece la pena resaltar tres casos. El primero de ellos es la sociedad Otto Medem, fundada por
Otto Medem en Valencia a finales del siglo xix. El negocio de Medem, constituido como S.A. y expandido por su hijo primogénito, Otto Medem Gonzálves, consistía en importar abonos minerales (escorias Thomas) y en aplicar con
éxito modernas técnicas comerciales (Mateu, 1993; Pujol, 1998). En los años
cincuenta, la familia Medem se asociaría con el fabricante de maquinaria agrícola alemán Lanz con el fin de fabricar tractores agrícolas en el país, filial que
poco tiempo después fue adquirida, con el apoyo de la familia, por la compañía estadounidense John Deere, de la que hablaremos más adelante (Martínez
Ruiz, 2000; Álvaro-Moya, 2008).
Otro ejemplo es el representante industrial y agente naviero Eugen Erhardt
Kausler (1857-1919), que en 1882 llegó a Bilbao para supervisar el transporte
de hierro de Somorrostro a las plantas de Krupp en Essen. Krupp era el primer
cliente de Erhardt & Co. GmbH, con sede en Stuttgart (Erhardt et al., 2007).
En 1921, uno de sus hijos constituyó en Bilbao la sociedad limitada E. Erhardt
y Cía., que mantuvo la representación de Krupp y de otras empresas siderúrgicas, navieras y aseguradoras, como Norddeutsche Lloyd. De acuerdo con la
historia autorizada de la casa, la hiperinflación y la crisis de 1929 asestaron un
duro golpe al negocio, que no se recuperaría hasta los años cincuenta, gracias
al proceso de expansión y diversificación puesto en marcha por la tercera generación a partir del negocio original de representación de armadores e industriales y de comercio exterior. Más adelante, y a pesar de las reticencias de los
aliados, que consideraban a Erhardt colaborador de la Alemania nazi, este se
hizo con la participación alemana de la aseguradora Norddeutsche.
El tercer caso es el de Federico Lipperheide (Puig, 2004 y 2005). Consignado también en las listas negras aliadas, Lipperheide llegó a Bilbao en los años
veinte como representante de una empresa minera. Rápidamente integrado en
la oligarquía industrial y financiera vizcaína, se convertiría en un actor fundamental en la industria química y minera de la posguerra española y en uno de
los socios más importantes de la multinacional Bayer hasta los años setenta.
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La colonia alemana en España, que los informes consulares estimaban en
menos de 5.000 personas en 1914, construyó un entramado de instituciones
sociales y culturales propias que apoyaría tanto la actividad de las empresas
germanas durante la primera globalización como la de los gobiernos de la Alemania nazi entre 1933 y 1945 (De las Heras, 2002, pp. 124-125). Buen ejemplo
de ello fueron los colegios alemanes, en particular los de Barcelona (1894), Madrid (1896) y Bilbao (1917). Creados como asociaciones privadas, estos colegios no tardarían en convertirse en instrumentos de la política cultural de los
gobiernos alemanes. Lo relevante aquí, sin embargo, es su vinculación estrecha con el empresariado hispano-alemán y con la colonia alemana, que a finales de los años veinte alcanzaría las 12.000 personas.
Las instituciones culturales, pues, precedieron a las económicas. Sin duda,
la más importante de estas fue la Cámara de Comercio Alemana (CCA) en España (Deutsche Handelskammer in Spanien), fundada en Barcelona en 1917,
promovida por 40 empresas alemanas con sede en la capital catalana pero respaldada por las instituciones diplomáticas. El objetivo de la Asociación Económica Alemana para España en Barcelona, como se denominó inicialmente, era
tanto impulsar las relaciones económicas entre el Reich alemán y España como
velar por los amenazados intereses de los comerciantes e industriales radicados en el país. Siete años después, en 1923, se crearía la Cámara de Comercio
Alemana en España (Marín, 1992, pp. 40-60). Centrada inicialmente en el diseño de un acuerdo comercial duradero (el tratado, firmado en 1926, regiría el
comercio hispano-alemán hasta 1952), la Cámara creció de forma acelerada
hasta 1939, año en que tenía registrados más de 500 socios.
Más relevante si cabe en el marco de esta investigación es la colaboración
de las filiales alemanas con instituciones científicas y educativas locales. Aunque el tema merece ser estudiado en profundidad, la evidencia disponible sugiere que, sobre todo en el campo de la industria química y farmacéutica, las
empresas germanas crearon lazos duraderos con las facultades de Medicina,
Farmacia y Química de las universidades de Madrid y Barcelona y con instituciones privadas con una fuerte orientación industrial, como el Instituto Químico de Sarriá (Puig y López, 1992 y 1994; Puig, 2004 y 2010). En las industrias
electroquímica y electrotécnica, sabemos que hubo un temprano e importante
esfuerzo de formación profesional interna. Es el caso de Siemens en Cornellà y
la Electroquímica de Flix (Sociedad Electroquímica de Flix, 1966).
¿Qué podemos decir sobre el patrón seguido por la inversión americana?
Comencemos por la naturaleza de las filiales constituidas. El estudio histórico de James Vaupel y Joan P. Curhan sobre las actividades en el exterior de las
187 mayores empresas estadounidenses en las primeras seis décadas del siglo
xx recalca el carácter comercial de la mayoría de las filiales con operaciones
en la Península hasta 1945, a diferencia de países como el Reino Unido, Francia, Alemania e Italia, entre otros (Vaupel y Curhan, 1969, pp. 13-15). Ahora
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bien, todo apunta a que existían importantes diferencias por sectores. La información recabada por los servicios consulares estadounidenses en 1943 muestra
que alrededor del 60% de las empresas industriales españolas que contaban con
participación estadounidense y que habían sido creadas antes de 1931 realizaban algún tipo de actividad de fabricación, ensamblaje o transformación, siendo la química y el material eléctrico los ejemplos más representativos.
El modo de entrada de los inversores americanos fue preferentemente a
través de empresas de nueva creación con control de la totalidad o mayoría del
capital, como puede comprobarse en el cuadro 1. Los datos se refieren a aquellas empresas que aún operaban en España en 1943, cuando el Departamento
del Tesoro realizó el censo a partir del cual hemos obtenido tal información.
Según dicho censo, 76 de las 85 empresas españolas en las que las americanas
tenían alguna participación habían sido fundadas antes del estallido de la Guerra Civil (cuadro 3). Si ampliamos, por tanto, el periodo de entrada, las conclusiones son similares: el modo de entrada más habitual (un 60% de los casos) fue la constitución de filiales en las que la multinacional estadounidense
poseía la totalidad del capital, seguido de sociedades conjuntas controladas
por las americanas (12 casos). La pauta era, por tanto, similar a la seguida en
otros países para los que contamos con esta información, como Suiza (Müller,
2009, p. 112) y Dinamarca (Strandskov y Pedersen, 2008, p. 629). En el caso
de las industrias extractivas, y, en particular, de la industria corchera, sí se optó,
en cambio, por la adquisición de una sociedad española allí donde existía un
tejido empresarial previo. Y, en cualquier caso, fue habitual que, aun poseyendo los extranjeros la totalidad o la mayoría del capital, contaran con personalidades influyentes de la época como directores generales y miembros de sus
consejos de administración. Esto no ha de extrañarnos, dado que en toda Europa el creciente nacionalismo económico hizo que muchas empresas americanas intentaran pasar por europeas en el periodo de entreguerras, traduciendo, por ejemplo, sus nombres o creando subsidiarias incorporadas en el país
de destino (Wilkins, 1974, p. 160; Bonin, 2009a, pp. 83-95).
El caso de la principal inversión estadounidense en España hasta 1945,
cuando fue nacionalizada su principal filial en el país (Telefónica), ilustra muy
bien el papel de los socios locales. La asociación del grupo de telecomuni­
caciones ITT con los bancos Urquijo e Hispano Americano, entre otros; sus
contactos entre ingenieros de la Dirección General de Correos y Telégrafos y
de empresas telefónicas existentes; y, finalmente, su estrecha relación con personalidades políticas de relieve, como Alejandro Lerroux y Miguel Maura,
no solo permitieron a ITT hacerse con el monopolio telefónico en 1924, sino
también lidiar con los ataques gubernamentales durante la República y retener el control de sus filiales en España durante la Guerra Civil y la posguerra
(Álvaro-Moya, 2007; Álvaro-Moya, 2010b, cap. 4). El entorno institucional
español moldeó, por tanto, el modo de entrada de la principal inversión ame-
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ricana en España de este periodo: creando una filial de fabricación de material, Standard Eléctrica, casi inmediatamente después de comenzar a prestar
servicio telefónico –estrategia común en otras partes de Europa para sortear
el creciente nacionalismo económico–; contratando y formando personal español, en buena parte procedente de las antiguas concesiones locales y mu­
nicipales; y asociándose a un heterogéneo grupo de financieros, ejecutivos e
ingenieros muy receptivos a la colaboración y con información y contactos
estratégicos, a cuyo apoyo se vino a sumar la diplomacia americana. Es importante señalar que los altos directivos de perfil técnico eran ingenieros que
en su mayoría habían obtenido su título en la Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones de Madrid, recibieron formación dentro del grupo ITT y colaboraron asiduamente tanto con la escuela de ingenieros antes mencionada
como con los principales foros nacionales e internacionales de telecomunicaciones (Puig y Álvaro-Moya, 2014).
La colaboración con socios locales fue generalizada y tuvo lugar por diversos cauces, como ilustra el caso de International Harvester. Este fabricante
de maquinaria agrícola decidió crear en 1926 una filial comercial en España,
cuyas acciones fueron suscritas a título personal por ejecutivos de la multinacional, si bien previa firma de un contrato privado por el que cedían a esta el
control (Álvaro-Moya, 2010a, p. 377). Esta información, de hecho, no se publicitó hasta una fecha tan tardía como 1962 y ni siquiera los informes elaborados por la embajada sobre inversiones americanas en España recogían su
existencia. Ahora bien, de la creación de la filial fueron artífices, junto con uno
de los ejecutivos de Chicago, Francisco Muñoz García-Grego, abogado español consejero del National City Bank y primer secretario, y Luis Riera y Soler,
abogado asesor de la Cámara de Comercio Americana en España y consejero
de varias empresas americanas en el país (Álvaro-Moya, 2011, pp. 265-266).
El propio Muñoz recomendaba a los inversores extranjeros interesados en el
mercado español que crearan empresas conjuntas con socios locales y bajo
nombre españoles y, a su juicio, tal estrategia era, de hecho, habitual en los
años veinte. Otros ejemplos que cabe reseñar, por su trascendencia temporal,
fueron las filiales creadas como sociedades conjuntas por American Radiator,
asociada con la familia Roca-Soler; Worthington Pump, con el Banco Central,
al que sustituiría el Banco Urquijo en los años cuarenta; Ford, que en 1928
transfirió el 40% de sus acciones a un heterogéneo grupo de industriales catalanes (entre los cuales se encontraba el mencionado Riera Soler); Firestone,
ligada al Urquijo; y Westinghouse, socia del Banco de Bilbao. El influyente
abogado y político Joaquín Chapaprieta fue representante de American Radiator antes de su asociación con Roca-Soler, así como de General Electric.
Menos conocemos de la actividad de las instituciones culturales y eco­
nómicas americanas en España, aunque, a juicio de la información de la embajada, todo apunta a que no fueron tan dinámicas como las germanas. La
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
Cámara de Comercio Americana en España, el organismo económico más
relevante en este periodo, fue fundada en 1917 en Barcelona, con una clara vocación de facilitar las exportaciones estadounidenses, de algodón en particular (García Ruiz y Puig, 2009). Finalmente, ya hemos hecho referencia a la
vinculación de los ingenieros de la principal inversión americana en el país en
este periodo, ITT, con las escuelas españolas. El nacionalismo económico obligó a fabricantes, como Ford –quien junto con General Motors introducirían
la producción en serie en el país–, a adquirir en el país un porcentaje relevante de los componentes con los que se ensamblaban sus vehículos, algo que obligó a la multinacional a formar a sus proveedores y que terminaría revolucionando la industria auxiliar (Estapé, 1998; Ortiz Villajos, 2010). Es esperable
que todo ello tuviera eco en las instituciones técnicas formativas de la época,
si bien es un tema aún por analizar.
Antes de la Guerra Civil, en definitiva, una serie de factores reforzaron el
tejido empresarial hispano-alemán e hispano-americano, como la mejora de las
expectativas económicas en España (beneficios acumulados durante la guerra
y crecimiento de las clases medias), la intensificación del nacionalismo económico y, para el caso alemán, la firma del acuerdo comercial en 1926, la concentración industrial internacional y la inmigración de alemanes emprendedores.
Muestra de todo ello son el aumento del número de empresas mixtas, la ampliación de instalaciones y plantillas, la proliferación de directores y consejeros
españoles en el seno de las compañías extranjeras y el crecimiento de la colonia
alemana y del número de socios de la Cámara de Comercio (350 en 1929).
Buscando acomodo en una España en crisis (1936-1950)
La Gran Depresión, primero, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial,
posteriormente, pusieron fin a la expansión de la empresa multinacional que
había caracterizado las décadas precedentes. Para aquellas con operaciones en
España, a la situación internacional se unió la Guerra Civil, la lenta recuperación posterior y el nacionalismo económico del nuevo régimen. Muchas de
ellas buscaron negocios con ambas facciones durante la Guerra Civil, intensificaron los contactos con el Gobierno franquista durante la Segunda Guerra
Mundial, y finalmente lidiaron con el proyecto autárquico y la hostilidad del
primer franquismo para con la inversión extranjera, plasmados en una legislación en virtud de la cual, entre otras limitaciones, la participación extranjera en las empresas españolas no podía superar el 25% de su capital social y del
personal total. El control, por tanto, necesariamente había de estar en manos
españolas.
Sin embargo, al abrigo de la actitud filo-nazi del gobierno español, las inversiones y el comercio hispano-alemán vivieron una época dorada. Alema-
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nia, de hecho, pasó a ser el principal socio comercial de la economía española.10 Las empresas alemanas más antiguas, con sede en Barcelona la mayoría
de ellas, se apresuraron a trasladarse a Sevilla al sublevarse los militares contra el gobierno republicano. Muchos de los directivos alemanes regresaron a
su país. Para los que se quedaron hubo grandes oportunidades, tanto en la empresa privada como en el conglomerado paraestatal hábilmente articulado por
Johannes Bernhardt desde el norte de África (Viñas, 2001; García Pérez, 1994).
Una de las consecuencias de la preparación de la guerra mundial fue que las
matrices alemanas se animaron a incrementar sus inversiones, en algunos casos de forma muy significativa, en España, que desde 1939 se mantuvo oficialmente neutral. Fue el caso, entre otros, de la industria farmacéutica: las dos
empresas más importantes, Bayer (desde 1925 integrada en la IG Farben) y
Schering, transformaron de hecho sus filiales comerciales en negocios industriales a principios de los años cuarenta.
El alcance de las inversiones, públicas y privadas, germanas quedó de manifiesto al ser derrotada la Alemania de Hitler y adherirse el Gobierno español
a los acuerdos de Bretton Woods en 1945. Si bien con retraso y con un temor
mal disimulado a perder una parte importante del tejido industrial nacional,
las autoridades españolas procedieron a identificar, bloquear, expropiar y nacionalizar las empresas alemanas. En otro lugar hemos explicado que los propietarios de muchas de estas firmas aprovecharon la lentitud del proceso para
camuflar sus intereses (vía testaferros y ampliación de capital), y numerosos
propietarios y directivos obtuvieron la nacionalidad española (Puig y Álvaro,
2007). Gracias a estas maniobras y por supuesto a la actuación del director
general de Política Económica, Emilio de Navasqüés, acabaron excluidos del
proceso importantes actores de la inversión alemana en España. Con todo, las
empresas sujetas a expropiación suponían una parte sustantiva de, especialmente, las industrias químico-farmacéutica y electrotécnica en España, incluyendo los grupos IG Farben (Sociedad Electro-Química de Flix, Industrias
Químicas Reunidas, Cloratita, La Unión Química y Lluch/Unicolor, La Química Comercial y Farmacéutica, Instituto Behring de Terapéutica Experi­
mental, Fabricación Nacional de Colorantes y Explosivos y Agfa Foto), Continental, Schering, Merck y Boehringer, en el caso de la primera; y los grupos
Siemens, AEG, Telefunken y Osram, para la segunda.
¿Cómo afectaron las guerras y la expropiación a la inversión directa alemana? Nuestra estimación se basa, principal pero no exclusivamente, en la documentación del proceso de expropiación, que afectó a 75 empresas de las 261
10. Puig y Castro (2009), pp. 520-522. Según las autoridades británicas, la inversión alemana era la mayor acumulada en España en 1961, seguida de la americana, si bien desconocemos qué se incluía en las citadas estimaciones. Según la misma fuente, las inversiones americanas, suizas y alemanas serían las únicas que habrían aumentado en el país entre 1936 y la
década de 1960 (Tascón, 2003, pp. 294-295).
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
en las que se había identificado alguna participación germana –entre estas 75,
no obstante, se encontraban las mayores inversiones alemanas en el país–.
Como se recoge en el cuadro 2, al acabar la Segunda Guerra Mundial operaban en España 30 matrices alemanas, siendo 48 el número de empresas controladas o participadas por aquellas. Nótese que 30 de estas últimas se habían
creado antes de 1920, hecho que sugiere un elevado grado de integración en el
tejido económico español. El capital alemán seguía concentrado en los cuatro
sectores históricos, pero desde 1920 se había producido una notable diversificación.
CUADRO 2 ▪ Las mayores empresas de capital privado alemán o españolas
participadas por alemanes y resultado del proceso de expropiación
Número de empresas
Número de empresas alemanas
30
Número de empresas españolas controladas
o participadas por las anteriores
48
Sede social
Barcelona: 24
Madrid: 21
Otras ciudades: 3
Fecha de creación
Antes de 1920: 30
Después de 1920:18
Sector
Banca: 2
Seguros: 11
Electrotecnia: 8
Química: 21
Otros: 6
Porcentaje de capital alemán en 1945
100%: 25
50-99%:15
25-49%:8
Menos del 25%: 0
Adjudicación de las 48 empresas expropiadas
Socios españoles históricos: 10
Directivos y/o matriz alemana: 18
Nuevos propietarios españoles: 12
Otros o no adjudicadas: 8
Nota: Los datos se refieren a las principales empresas de un total de 75 expropiadas en 1948. La información sobre
el porcentaje de capital en 1945 son estimaciones de los órganos, españoles y de los aliados, encargados del proceso de expropiación (CA y CEBE).
Fuente: Elaboración propia a partir de Martín Aceña et al. (2002), Puig y Álvaro (2007), AMAE R-7730, R-7737,
R-4209/7 y R-4209/8, y NARA Record Group 226, Entry 19, Box 169, Report 12621.
Desde el punto de vista de la estructura del capital y de la gestión, las matrices seguían ejerciendo un control casi absoluto de sus filiales y participadas.
La gran mayoría, como se puede observar en el cuadro 2, poseía la totalidad
o la mayor parte del capital de sus subsidiarias al acabar la Segunda Guerra
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Mundial. Es cierto que entre 1930 y 1948 se produjo una españolización del
capital y de los órganos de dirección y gestión, pero el control correspondía a
las sedes centrales de las multinacionales alemanas. Es más, la industria germana pudo llegar a acuerdos remuneradores con los nuevos propietarios (el
más importante, el grupo industrial del Banco Urquijo) e incluso recuperar en
los años sesenta y setenta el control de las antiguas filiales para así utilizarlas
posteriormente como plataforma para nuevas inversiones en el marco de la industrialización definitiva de nuestro país (Puig y Álvaro, 2007).
Nuestra hipótesis, basada en un análisis detallado de muchas de las 48 empresas españolas controladas o participadas por alemanas, es que la combinación de nacionalismo económico y emergencia bélica y posbélica creó una tupida red de colaboradores, complicidad e intereses compartidos que a corto y
largo plazo favoreció a las empresas germanas y a las relaciones económicas
hispano-alemanas. Una empresa, Bayer, y dos personas, Fernando Birk y José
Luis Gallego, ilustran esta afirmación. Birk, que había llegado a Barcelona
como empleado comercial de Bayer en los años veinte, se convirtió en el hombre de la IG Farben en España y de la colonia alemana a través de la CCA, la
única cámara de comercio que siguió funcionando durante la guerra mundial.
Tras la derrota alemana, y a pesar de hallarse en el punto de mira de los Aliados, logró salir de la lista negra y defender eficazmente los intereses de Bayer
frente a los adjudicatarios españoles (Banco Urquijo y los socios catalanes de
Deutsche Bank y Bayer, fundamentalmente) y la Administración española hasta 1967. Además, Birk buscó nuevos socios y oportunidades de inversión para
Bayer y mantuvo su influencia sobre el Banco Comercial Transatlántico, antigua filial del Deutsche Bank. En cuanto a Gallego, que había dirigido la sección de publicidad científica en Bayer durante los años treinta, colaboró con
los Aliados y estuvo al frente de la Química Comercial Farmacéutica en los
años cincuenta y sesenta, a las órdenes del Urquijo y diseñando la recompra
de la misma con Leverkusen, una operación difícil a causa del litigio sobre las
marcas que enfrentó a central y filial (Puig, 2010). En definitiva, la colaboración del franquismo con la Alemania nazi y el largo y prolijo proceso de expropiación reforzaron la posición, tradicionalmente fuerte, de la industria germana y su implicación en el entramado humano e institucional de la España
de la autarquía.
La experiencia de las empresas vinculadas a los países aliados es casi opuesta a la que se acaba de describir. Las reglas del juego cambiaron, y lo hicieron
varias veces, entre 1936 y 1945, pero los inversores más familiarizados con el
mercado español trataron, con distinta fortuna, de adaptarse a ellas (Puig, Álvaro y Castro, 2008). La evolución de la inversión estadounidense es un buen
reflejo de las amenazas, pero también oportunidades, que supuso la autarquía
para el capital extranjero. A nivel agregado, tras alcanzar máximos en 1943, la
inversión americana acumulada se redujo de forma drástica (Álvaro-Moya,
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
2012, p. 56). El número de empresas, no obstante, indica que dicha inversión
estaba ya en claro retroceso tras la Guerra Civil, pues las 93 compañías existentes en 1930 se habían reducido a 64 en 1943 –otras cuatro estaban en proceso de
liquidación– y a 63 en 1951 (Álvaro-Moya, 2012, p. 58). Y es muy probable que
los cierres no fueran más numerosos porque la falta de divisas y, por tanto, las
dificultades para repatriar beneficios o recursos en caso de liquidación y cierre, alentaban u obligaban, al menos a las empresas más grandes, a mantener
sus instalaciones a la espera de tiempos mejores. El marco legislativo, no obstante, terminó provocando la salida de las compañías cinematográficas americanas (León, 2010, caps. 2 y 3) y una reducción de la participación foránea
en el capital social de muchas participadas, como fueron los casos de CocaCola y Standard Eléctrica, entre otras, a la par que sirvió de excusa para que
los socios españoles se hicieran con la mayoría del capital de empresas hasta
entonces también participadas por estadounidenses, como le ocurrió a American Radiator con las dos filiales cuya propiedad compartía con la familia
Roca Soler (Álvaro-Moya, 2012, p. 61). A todo ello se unieron las conocidas
nacionalizaciones de la CTNE (en 1945), Ford (1954) y la menos conocida de
Consolidated Electric and Gas (1943).
CUADRO 3 ▪ Modo de entrada de las empresas estadounidenses existentes
en España en 1943 y 1951
1943
1951
Número de empresas estadounidenses
68
63
Número de empresas españolas
85
70
4
-
76
52
1936-1943
5
4
1944-1951
-
3
Desconocida
3
11
Filial íntegramente perteneciente a la matriz
45 (43)
40 (32)
Sociedad conjunta (mayoría de capital estadounidense)
12 (10)
12 (9)
Sociedad conjunta (paritaria)
4 (3)
3 (2)
Sociedad conjunta (capital estadounidense minoritario)
7 (6)
14 (9)
Desconocido
8 (5)
1 (0)
De las cuales, en liquidación
Fecha de constitución
Antes de 1936
Modo de entrada
1
Nota: Entre paréntesis, cifra para las empresas constituidas antes de 1936, sin tener en cuenta aquellos casos en los
que no conocemos la fecha de fundación.
Fuentes: Álvaro-Moya (2012), apéndices 3.4 y 3.5.
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A pesar de todos los reveses y problemas mencionados, la posguerra española también fue escenario de nuevas inversiones. Las más importantes
estuvieron ligadas con los proyectos petroquímicos del Régimen, como las
alianzas de Socony Vacuum Oil y Caltex con Cepsa, y Cepsa y el INI, en el
segundo caso, para la constitución de la Compañía de Investigación y Explotaciones Petrolíferas S.A. y la Refinería de Petróleos de Escombreras S.A. (Repesa), respectivamente. La evidencia disponible sugiere, además, que los efectos de la legislación franquista sobre la participación de empresas extranjeras
en el capital social de las nacionales fue limitado en el caso de las compañías
estadounidenses que ya contaban con operaciones en el país y no estaban operando en sectores considerados estratégicos por el Régimen. En el cuadro 3
puede observarse el predominio, tanto en 1943 como en 1951, de las filiales
íntegramente controladas por sus matrices foráneas. De hecho, en más del
50% de los casos las estadounidenses poseían la totalidad del capital social
de las españolas, además de alrededor de un 15% más donde la participación
extranjera era mayoritaria. No obstante, si ahora nos fijamos en las empresas
españolas con participación estadounidense activas en 1951 y fundadas después de 1936 (apéndice 3.5), podremos comprobar que en cinco de ellas el capital americano fue minoritario –Caragol, General Tire, Meyer (El Corindón
Español), Cal-Tex (Repesa) y Cal-Tex (Ciepsa, en este caso poco después de
la fundación)–, frente a los dos en las que era mayoritario (IBM) o único (Caltex Oil SAE) (Álvaro-Moya, 2012, apéndice 3.5).
¿Se aplicó de manera relajada la nueva legislación o bien las filiales diseñaron estrategias para sortear los impedimentos legales? Los cambios que se
sucedían en los órganos de gobierno de las empresas, así como los informes
elaborados en estas fechas por la embajada estadounidense en España, indican que las empresas extranjeras mantuvieron el control de sus filiales a través
de sus socios locales, que no siempre eran accionistas pero sí cargos directivos.
Entre los hombres de confianza de las empresas estadounidenses figuran viejos conocidos, como el Banco Urquijo, además de nuevas personalidades, como
Gregorio Marañón Moya, quien negoció la vuelta de Coca-Cola, siendo nombrado después presidente de su filial en España, además de secretario de la
Asociación Amigos de Estados Unidos, y Luis Riera y Soler, quien, como abogado, había asesorado a la Cámara de Comercio Americana en España en los
años veinte.11
11. Un análisis exhaustivo en Álvaro-Moya (2012), capítulo 3.
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
El desafío americano (c. 1950-1975)
La década de los cincuenta marcó el inicio de una época de crecimiento sin
precedentes de las economías occidentales, así como los primeros pasos hacia
una nueva economía global liderada por las grandes empresas estadounidenses. Para España supuso, además, el fin de los peores años de la autarquía y el
inicio de su rehabilitación internacional, tras haber sido excluida del Plan Marshall y aislada diplomáticamente como consecuencia de su apoyo a las potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Así, la inversión extranjera
en el país comenzó a recuperarse tímidamente en los años cincuenta, cuando
la ayuda económica, técnica y militar proporcionada por Estados Unidos (los
Pactos de Madrid, vigentes entre 1953 y 1963) permitió superar los graves estrangulamientos a los que la economía española había estado sometida y proporcionó la estabilidad necesaria para que los negocios, españoles y foráneos,
prosperaran.12 El gran avance, no obstante, tendría lugar en 1959, cuando un
plan de estabilización, auspiciado por el FMI y la OCDE, inauguró una progresiva, aunque limitada, liberalización de la economía española y que implicó, por ejemplo, sustancialmente menores trabas a la repatriación de beneficios y la participación extranjera en el capital social de las empresas españolas
–permitiéndose hasta un 50% e, incluso, suprimiéndose en 1963 la necesidad
de autorización para porcentajes mayores en aquellos sectores no considerados estratégicos por el Estado.13
Estados Unidos fue durante el desarrollismo el principal inversor extranjero en la economía española. Si tenemos en cuenta las inversiones mayoritarias autorizadas entre 1959 y 1973, las entradas americanas supusieron un 41%
del total (Muñoz, Roldán y Serrano, 1978, p. 130), más del 25% de la for­mación
bruta de capital fijo en 1968 (Sánchez y Tascón, 2003, p. 145). Y la posición
estadounidense real era incluso mayor, pues Suiza era la plataforma en Europa de numerosas multinacionales norteamericanas (Muñoz, Roldán y Serrano, 1978, p. 128). Aun así, las entradas totales de capital estadounidense durante este periodo solo suponían un 1% de PIB español en 1975, una cifra que
podría inducirnos a pensar que la economía española, parafraseando a Servan-Schreiber (Servan-Schreiber, 1967) no estaba siendo «desafiada».
12. Además de los trabajos clásicos de Clavera et al. (1978), Fanjul (1981) y García Delgado (1986), véase la reinterpretación de Calvo (2001). Incidiendo en las contraprestaciones de
todo ello y los efectos de los Pactos de Madrid en las relaciones diplomáticas posteriores entre
ambos países, véase en exhaustivo trabajo de Viñas (2003). Tascón (2003) sobre el aumento de
la inversión extranjera antes del Plan de Estabilización.
13. Tras el Plan de Estabilización el Estado sí continuó teniendo una gran capacidad de
control sobre los sectores considerados estratégicos, aunque en caso de estructura oligopolística los empresarios privados sí utilizaron la regulación industrial en su propio beneficio (Pires y
Buesa, 2002). Una síntesis de los cambios legislativos en Álvaro-Moya (2012), apéndice 3.8.
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Núria Puig Raposo, Adoración Álvaro Moya
Ahora bien, si examinamos el peso que habían alcanzado los capitales americanos en el entramado empresarial español durante el desarrollismo la conclusión es un tanto diferente. Comencemos por la gran empresa industrial española. Si bien es verdad que la participación accionarial global de la inversión
extranjera era muy limitada (13% del capital social total), no es menos cierto
que su peso era muy significativo en algunos sectores, como automóviles, química, material eléctrico y, en menor medida, construcciones mecánicas; industrias donde, precisamente, eran filiales americanas aquellas que ocupaban las
primeras posiciones (Álvaro-Moya, 2012, p. 72). En química y material eléctrico, Estados Unidos no solo era el primer inversor extranjero, sino también el
principal suministrador. En el caso de las patentes registradas en el país entre
1960 y 1966, la mayor parte de ellas (un 21,5%) tenían origen estadounidense,
con un peso aún mayor en el caso de la química y la fabricación de maquinaria
(Hidalgo, Molero y Penas, 2010, pp. 55-57).14 Finalmente, la concentración de
la producción en manos de empresas americanas era notable en ciertas industrias (turismos e industria auxiliar del motor, electrónica, y detergentes y jabones), pero, sobre todo, en la construcción de tractores, donde dos empresas controlaban el 90% de la producción, la estadounidense John Deere y la española
Motor Ibérica, que había estado operando desde los años cincuenta con asistencia técnica de Ford (Velarde, 1975; Álvaro-Moya, 2012, p. 74). Estados Unidos también tenía importantes cuotas de mercado en otros sectores que, al trabajar fundamentalmente a través de filiales comerciales, no aparecen reflejados
en las fuentes sobre grandes empresas industriales. El caso de la electrónica es
un buen ejemplo de ello, con firmas como International Business Machines
(IBM), Honeywell-Bull, Univac, NCR, Rank Xerox y Hewlett Packard (Muñoz, Roldán y Serrano, 1978, p. 165). El rápido crecimiento de la economía española, la estabilidad política y financiera del país, las expectativas de una entrada próxima en el Mercado Común y bajos costes laborales explican el interés
de las empresas estadounidenses, y extranjeras en general, por la Península Ibérica (Bajo, 1991; Robinson y Barber, 1971; Barquero, 1973).
El análisis del modo de entrada escogido por las empresas estadounidenses
muestra que la asociación con empresas y profesionales españoles se convirtió
en un modo de entrada cada vez más frecuente a lo largo de los años cincuenta y sesenta. Las mayores multinacionales americanas a mediados de los sesenta con operaciones en España optaron mayoritariamente por subsidiarias de su
entera propiedad hasta 1957 (Vaupel y Curhan, 1969, pp. 384-385). Sin embargo, a partir de entonces, y a diferencia del resto de Europa, tal estrategia se com14. El protagonismo de Estados Unidos en los contratos de transferencia y asistencia técnica parece, sin embargo, que fue menor (el 17% de dichos contratos fueron firmados con empresas americanas, el mismo porcentaje que con alemanas, pero por debajo del 25% de Francia). Véase Cebrián (2005), p. 180.
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
binó con filiales controladas, llegando a representar cada modalidad de entrada alrededor del 40% del total diez años más tarde. Los datos disponibles sobre
la participación foránea en las mayores empresas industriales españolas en 1971
enfatizan aún más el papel de los socios locales. Así, como se observa en el cuadro 4, el principal modo de entrada en este caso fue a través de sociedades conjuntas donde la participación foránea en el capital social era minoritaria. Esta
estrategia parece que fue incluso más habitual en la década anterior. Si bien no
disponemos de información exhaustiva, fueron numerosos los casos (cerca del
30%) en los que la empresa estadounidense entró de la mano de socios españoles para ir adquiriendo después la totalidad del capital de la filial en España o,
al menos, un porcentaje superior al inicial (Álvaro-Moya, 2012, apéndice 3.7).
De hecho, el número de filiales donde la estadounidense poseía la totalidad del
capital rondaba solo el 30% en 1971. Por otro lado, las filiales estadounidenses
creadas con anterioridad a 1951 que aún estaban en el mercado español y cuyo
capital era mayoritariamente extranjero, no tuvieron dificultades para man­tener tal estatus, a excepción de las compañías cinematográficas, de las que hemos hablado anteriormente. Recurrir a alianzas y empresas conjuntas para
sortear nacionalismos y acceder a las redes locales parece que también fue la
norma entre las mayores empresas estadounidenses en Francia y, en menor medida, los Países Bajos (Bonin, 2009b, pp. 550-557; De Goey y Wubs, 2009, pp.
163-165).
CUADRO 4 ▪ Modo de entrada de las empresas estadounidenses presentes en las 300
mayores empresas industriales españolas en 1971
Filial íntegramente perteneciente a la matriz
Sociedad conjunta (mayoría de capital estadounidense)
Número de
empresas
Porcentaje
respecto
del total
7
12,50
15
26,79
Sociedad conjunta (paritaria)
10
17,86
Sociedad conjunta (capital estadounidense minoritario)
24
42,88
Total
56
100,00
Nota: Para aquellas empresas para las que contamos con información al respecto, hemos tenido en cuenta el modo
de entrada al mercado español, no el porcentaje de capital estadounidense en 1971.
Fuente: Álvaro-Moya (2012), apéndice 3.7.
En cuanto a la naturaleza de las subsidiarias en España, si bien predominaban las filiales comerciales hasta la Segunda Guerra Mundial, su peso fue
disminuyendo posteriormente, de tal forma que, en 1967, la mayoría de las
grandes multinacionales americanas con operaciones en el país disponían de
filiales donde se realizaba algún tipo de actividad de fabricación, 83 casos fren-
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te a las 22 compañías con solo filiales comerciales (Vaupel y Curhan, 1969, pp.
13-15). Si en 1950 el ratio era prácticamente de 1 a 1, una década después había pasado a 1 a 2,5 y era de casi 1 a 4 en 1967. El grado de implicación de las
multinacionales americanas en el mercado español se había, por tanto, incrementado.
¿Quiénes eran los socios de los inversores americanos? En primer lugar, los
grandes grupos industriales de la época, como ya denunciaran los contemporáneos (Muñoz, 1969; Tamames, 1977; Muñoz, Roldán y Serrano, 1978). Entre ellos destacó un viejo conocido, el grupo Urquijo, muy activo en los círculos diplomáticos hispano-americanos, interlocutor de la Fundación Ford en el
país y uno de los primeros miembros de la asociación profesional APD (Asociación para el Progreso de la Dirección), institución creada al calor de la ayuda económica y técnica americana y que desempeñaría un papel relevante en
la difusión del conocimiento económico y empresarial estadounidense (Puig y
Álvaro, 2004). Junto con los grupos empresariales, los abogados o, en palabras
de la embajada americana, investment advisors estuvieron detrás de muchas inversiones extranjeras, entre los que destacó la firma de abogados Garrigues
(fundadora, por otro lado, de la mencionada APD). A ellos se unieron em­
presarios de diversa índole, que buscaron el apoyo tecnológico de las empresas líderes de sus respectivos sectores. Lluís Carulla (Ralston Purina y Borden
Foods), Javier de Benjumea (3M) y la familia Sáinz Vicuña (Avon, ColgatePalmolive y Coca-Cola) son solo algunos ejemplos.
El caso de la consultoría en ingeniería, cuyo desarrollo al calor del «milagro económico» español estuvo liderado, como en el resto de la Europa de entonces, por las empresas americanas, ilustra cómo alianzas a corto plazo y sin
intercambio accionarial favorecieron, junto con las subsidiarias de las grandes
ingenierías americanas y programas de formación ligados a la ayuda técnica y
la construcción de las bases militares en el país, la modernización de la estructura organizativa de las grandes ingenierías españolas y de los servicios ofertados (Álvaro-Moya, 2014). En el caso de John Deere Ibérica, junto con Ford
el principal fabricante de tractores agrícolas en la España del desarrollismo,
muestra cómo los aliados locales respaldaron las iniciativas de la multinacional americana a la par que perdían progresivamente su participación accionarial en la filial española (Álvaro-Moya, 2008, y 2010b, cap. 5). Todo ello acompañado de un fuerte proceso de formación interna, liderado desde fechas muy
tempranas por los directivos españoles, y la modernización de la red de distribución, basada en concesionarios concertados y con sistemas replicados por
otros fabricantes.
Algunos de los socios tradicionales de la inversión americana, como el grupo Urquijo y el bufete Garrigues, estuvieron muy vinculados a la Cámara de
Comercio Americana tras la Segunda Guerra Mundial. La Cámara, no obstante, no parece que fuera un nexo de unión de la comunidad empresarial esta-
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dounidense en el país, como sí fue el caso de la alemana. A pesar del número
creciente de socios, las disensiones entre la sede barcelonesa y las delegaciones
existentes en otras ciudades del país, especialmente la madrileña, entorpecerían
su labor en la defensa de los intereses americanos, los cuales estuvieron muy
centrados en lograr la reducción de las trabas que aún existían comercio exterior y la inversión extranjera en el país (García Ruiz y Puig, 2009). El auge de
la inversión americana, finalmente, fue paralelo al desarrollo de asociaciones
profesionales e instituciones educativas muy influidas por sus homónimas americanas, y cuyos orígenes pueden rastrearse a la ayuda económica y técnica concedida en los años cincuenta. Así fue el caso de la citada APD, pero también
de las escuelas de negocios españolas (Puig, 2003a; Kipping, Üsdiken y Puig,
2004). Algunas de ellas, en particular la Escuela de Organización Industrial,
desempeñarían un papel esencial en la formación técnica de las plantillas de las
grandes empresas españolas de la época.
Las empresas alemanas en la España del desarrollo (1950-1975)
A pesar de las tensiones diplomáticas creadas por el proceso de expropiación de los bienes alemanes en España, y gracias a las maniobras de ocultación
y a la colaboración entre antiguos y nuevos propietarios, la inversión directa
alemana se recuperó notablemente durante los veinticinco años siguientes. Tanto, que en 1975 la República Federal de Alemania volvió a convertirse en el primer inversor extranjero en España, por detrás de los Estados Unidos, aunque
debe señalarse que pocas empresas alemanas, al contrario de las americanas,
tenían una posición dominante en el mercado nacional.
Nuestra investigación, resumida en el cuadro 5, se ha centrado una vez más
en las empresas más relevantes en términos de inversión (cuantificable) e influencia (no cuantificable). Se han identificado 32 matrices y 40 filiales o participadas. En el cuadro puede observarse que el capital germano seguía en 1972
centrado en Cataluña (y en menor medida en Madrid) y con un fuerte perfil industrial, químico en particular. Más interesante aún es el hecho de que solo
nueve de los 32 inversores fueran nuevos en el mercado español. Se trata, por
orden cronológico, de Mercedes, que abre camino a la industria germana del
automóvil, no sin dificultad, de la mano del Instituto Nacional de Industria
(Idasa y Mevosa); Henkel, que entra por la vía de la adquisición (Gota de Ámbar); el fabricante de material sanitario Braun Melsungen, que lo hace mediante un representante alemán afincado en España (Palex); el grupo editorial Bertelsmann, mediante una joint-venture (Círculo de Lectores); Robert Bosch,
adquiriendo el 50% de Constructora Eléctrica Española; Dr. Oetker, a través
de una participación minoritaria en la cervecera Damm; y Milupa, Makro y
BDF-Nivea, que optan por crear filiales plenamente controladas por la matriz.
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Cuadro 5 ▪ Las mayores empresas de capital alemán en 1972
Número de empresas
Número de empresas alemanas
32
Nuevas en el mercado español
9
Número de empresas participadas por capital
alemán
40
Sede social
Barcelona: 23
Madrid: 12
Otros: 5
Fecha de creación o participación
Antes de 1945: 23
Después de 1945: 17
Sector
Banca: 1
Seguros: 1
Electrotecnia: 6
Química: 20
Otros: 12
Porcentaje de capital alemán
100%: 16
50-99%: 14
25-49%: 9
Menos de 25%: 1
Fuente: Elaboración propia a partir de Fomento de la Producción (1973) y anuarios de la Cámara de Comercio Alemana en España (1960-1973).
En los años cincuenta y sesenta, al compás del milagro económico alemán
y de la definitiva industrialización de España, la inversión privada alemana siguió muy condicionada por las relaciones económicas entre ambos países. A
pesar del resultado de la expropiación, menos lesivo de lo esperado para los
intereses germanos debido a la dependencia tecnológica de los propietarios españoles, los gobiernos y las grandes empresas de la nueva República Federal
de Alemania adoptaron una actitud firme frente a las autoridades españolas.
El objetivo era recuperar marcas y patentes, parar el proceso de expropiación
(todavía quedaban unas 15 empresas por adjudicar, la más importante Merck)
y abrir la puerta a la readquisición de empresas expropiadas y nuevas inver­
siones directas.15 Mientras se libraban batallas legales y se desplegaba una intensa diplomacia económica, la alta dirección de las empresas alemanas, expropiadas o no, seguía muy de cerca la evolución de sus antiguas filiales en
España. La política industrial autárquica era vista como un obstáculo de primer orden que convenía ligar en la medida de lo posible al proceso de expropiación, manejado por el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán.
15. De estas cuestiones se ocuparon cuatro departamentos distintos del Ministerio de
Asuntos Exteriores de la República Federal de Alemania, generando una voluminosa información, consultada para esta investigación en el archivo histórico del mismo en Berlín.
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
Como resultado de esta aproximación global a las relaciones económicas
entre los dos países (desiguales en lo económico, pero unidos en la necesidad
de rehabilitarse ante la comunidad internacional tras la Segunda Guerra Mundial), en 1958 se logró un acuerdo oficial para poner punto final al bloqueo.
En virtud de este acuerdo, España no solo hacía concesiones en materia de recuperación de marcas y patentes, sino que daba luz verde a las inversiones de
capital alemán mayoritario. Al mismo tiempo se diseñó un plan de ayuda técnica por parte de Alemania inspirado en la brindada por los Estados Unidos
en el marco de los pactos de 1953. La diplomacia económica alemana miraba
con preocupación la pérdida de influencia tecnológica de sus empresas en Europa. Sin embargo, nuestra investigación revela que tanto la buena marcha de
muchas de las grandes empresas expropiadas (los beneficios, oficiales y extraoficiales, de las del grupo Urquijo fueron espectaculares) como el propio
«milagro» alemán, dieron una enorme confianza a las antiguas matrices alemanas. La progresiva liberalización de la economía española, y la habilidad
de los individuos y grupos que hacían de enlace entre el capital alemán y la
economía española, hicieron el resto.
Superado el escollo del bloqueo, a finales de los años cincuenta se abriría,
pues, una nueva era en las relaciones económicas hispano-alemanas. La diplomacia selló un pacto, en virtud del cual España apoyaba en los foros internacionales la unificación alemana, y la República Federal de Alemania defendía,
con más o menos discreción, el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. El periodo contó con dos hitos: un amplio acuerdo comercial
firmado en junio de 1960, comparable al de 1926, y la visita del ministro Ludwig Erhard a España en 1961, de la que se derivó un acuerdo de cooperación
económica firmado en mayo del mismo año. Las instrucciones de Bonn a la
embajada en Madrid a partir de entonces fueron claras: utilizar la ayuda técnica como moneda de cambio para lograr una liberalización de la inversión
directa y la participación en grandes proyectos (como la construcción de centrales nucleares o el desembarco de Volkswagen); seguir de cerca las relaciones
económicas de España con Francia y Estados Unidos; y apoyar el curso reformista de los gobiernos españoles, tratando de participar en los planes de desarrollo.
Diez años más tarde, la República Federal de Alemania había pasado a ser
el primer inversor directo en el país y se había recuperado el control financiero de las firmas más emblemáticas. Entre los mediadores económicos de esta
etapa destacan tres. Primero, la Cámara de Comercio Alemana en España, que
desarrolló fórmulas nuevas para defender el comercio y la inversión directa.
En 1949, por ejemplo, este organismo pilotó la organización de un congreso
internacional de química industrial con la colaboración de empresas químicas
y farmacéuticas e instituciones de educación superior locales, una cita tan discreta como crucial para reconstruir la relación entre las empresas matrices y
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filiales en el sector de más peso de la inversión alemana. A través de otras iniciativas similares, durante los quince años siguientes la industria química alemana alcanzó un grado de inserción inédito en el tejido empresarial y científico-técnico español. El segundo mediador fue el Banco Urquijo, que tuvo un
papel esencial gracias entre otras cosas a las gestiones de Luis Urquijo (vicepresidente del banco y embajador de España en Bonn entre 1959 y 1964), artífice del acuerdo entre Krupp y el INI para crear la Unión de Siderúrgicas
Asturianas, y de muchos de sus consejeros; a su excelente relación con el Deutsche Bank; y a su participación directa en las principales empresas químico-farmacéuticas alemanas desde 1949. La habilidad diplomática del Urquijo se encuentra de hecho detrás de tres visitas cruciales en la historia de la inversión
alemana en España: las de Joseph Abs (director del Deutsche Bank), Fritz Berg
(presidente de la patronal industrial germana) y Ludwig Erhard (ministro de
Economía). Finalmente, el ministro y jefe de la estructura sindical José Solís
fue una apuesta de la diplomacia germana, que le veía como futuro hombre
fuerte del gobierno y valoraba su admiración por la cultura social de Alemania y su buen entendimiento con la patronal de dicho país. Solís, cabeza visible de una comisión permanente de colaboración entre España y la República
Federal de Alemania entre 1956 y 1958, supo canalizar la segunda fase de la
ayuda técnica hacia sus proyectos de formación profesional. La primera se había destinado a escuelas técnicas superiores, sobre todo privadas, como ICAI,
dirigida entonces por el hermano del ministro de Asuntos Exteriores Alberto
Martín Artajo.
Pero la inversión directa alemana en 1972 seguía dependiendo, sobre todo,
de los acuerdos firmados años atrás con los socios españoles y de personas ligadas a las grandes empresas germanas antes de o durante la guerra mundial.
En nuestra muestra de 40 empresas destacan tres socios: los históricos catalanes, que seguían participando en 12 empresas; el Banco Urquijo, que lo hacía
en 11; y Lipperheide, asociado a seis de ellas. Nuestra investigación pone, pues,
de manifiesto una notable dependencia de trayectoria, ilustrada una vez más
por Bayer, principal accionista de seis de las 40 empresas de la muestra. A pesar de que el gigante químico había entrado en España a finales del siglo xix
sin demasiada convicción, empujada por el Deutsche Bank y su hombre en España, Gwinner, acabó apostando fuerte por el país y manteniendo su apuesta
a pesar de la escalada nacionalista, del proceso de expropiación, del litigio sobre patentes y marcas, y de las exigencias y problemas de sus socios locales. En
1972, Bayer se había consolidado como una empresa de referencia en España,
apadrinando la defensa colectiva de los intereses de la naciente industria farmacéutica nacional a través de Farmindustria, colaborando con instituciones
públicas y privadas y contribuyendo a la difusión de técnicas comerciales y a
la formación de personal. Era el mayor inversor alemán en España, a través de
sus dos filiales Bayer Hispania Comercial y Bayer Hispania Industrial (fruto
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
de una reciente reorganización de sus filiales históricas, incluidas varias empresas adquiridas al Urquijo en Asturias, como Proquisa o Química de Langreo), y también a través de Fabricación Nacional de Colorantes y Explosivos
(cuyos socios locales, que controlaban el 33% del capital y lograron mantenerse hasta 1993, fracasaron en su intento de ser los socios exclusivos de Bayer en
España), de Nexaquímica, Nexana y Derivados del Flúor (asociadas a Lipperheide) y de Productos Electrolíticos (empresa catalana que serviría de plataforma para Bayer Hispania Industrial). El caso de Bayer explica el aumento
de joint ventures hispano-alemanas en los años del desarrollismo, una fórmula
que permite tanto aprovechar las oportunidades de los planes de desarrollo
como estrechar las relaciones con socios históricos o nuevos y adquirir una
posición de fuerza en la economía española. Una investigación detallada de la
política de recursos humanos de Bayer en España confirma esta idea (Puig y
Álvaro-Moya, 2014). A largo plazo, este hecho tendría bastante más relevancia que las luchas por el control financiero de las filiales, que las hubo y muy
importantes.
Conclusiones
La inversión extranjera directa influye decisivamente en las instituciones y
en la trayectoria de las economías receptoras, más el alcance de tal influencia
es difícil de captar con las herramientas de la economía y de los estudios de
empresa. Es cierto que la empresa multinacional ha recibido una gran atención por parte de académicos y profesionales en las últimas décadas, pero la
mayor parte de los estudios existentes se centran en la organización y estra­
tegias de dichas empresas, no en la economía receptora o en los muchos canales entre esta y la inversión extranjera directa. Es más, aunque la transferencia de tecnología es un tema tradicional en la historiografía, conocemos aún
poco de cómo el conocimiento difícilmente codificable, la base de la competitividad de las organizaciones, se difunde en la práctica.
Con los instrumentos y la perspectiva de la historia empresarial, en este
trabajo se propone una alternativa metodológica, centrada en la reconstrucción del modo de entrada de las empresas foráneas, la gestión de sus recursos
humanos y su interacción con el entramado institucional local. Como un primer paso, el artículo se centra en el modo de entrada, entendido como un
proceso dinámico que está influido por el grado de desarrollo de la economía
receptora, pero también, e interrelacionado con el anterior, por el contexto institucional local. Como segundo objetivo se encuentra identificar cuáles han
sido los ejes de la interacción entre las empresas foráneas y las instituciones
locales, con el fin de poder examinar más adelante tal interacción en profundidad. La hipótesis que subyace a todo ello es el hecho de que el modo de en-
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trada, entendido como un proceso dinámico imbricado en el contexto institucional local, crea dependencia de trayectoria en la empresa multinacional.
Hasta el estallido de la Guerra Civil, tanto los inversores americanos como
germanos –en el último caso con matices, según el sector– entraron en el mercado español a través de filiales en las que controlaban la totalidad o la mayoría de su capital social, algo similar a lo observado para otros países europeos.
Este modo de entrada respondía al hecho de que se trataban, en el caso de las
mayores inversiones, de sectores novedosos, en los que las foráneas tenían ventajas de propiedad y en los que no existían empresas locales que adquirir o con
las que establecer joint ventures con participaciones paritarias, como le ocurrió
a las primeras multinacionales en otros países (Jones, 2005, pp. 148-149). De
acuerdo con la teoría de internacionalización gradual,16 podríamos haber esperado una entrada más progresiva en el mercado español, caracterizada por la
colaboración con terceros vía licencias o empresas conjuntas antes de la creación de una subsidiaria propia, sobre todo teniendo en cuenta el riesgo país o
azar político derivado de los cambios políticos del momento –a mayor distancia cultural y azar político o riesgo país, mayor proclividad a buscar la colaboración local (Jones, 2005, pp. 148-149)–. Ahora bien, las grandes multinacio­
nales americanas y germanas ya contaban con experiencia internacional y, en
general, predominaron inicialmente las filiales comerciales, precedidas en muchos casos por agencias de representación. Sobre este último punto, no obstante, hay que señalar que en la década de los veinte el proteccionismo vigente impulsó la fabricación en el país, como ejemplifican el sector electromecánico y
químico (alemanas) y de telecomunicaciones (americanas). Además, especialmente cuando se realizaba alguna tarea de fabricación en el país, las filiales extranjeras contaron desde sus inicios con apariencia española, lograda, entre
otras vías, con la existencia de socios locales, con perfil tanto político como técnico, en los órganos de dirección. De esta manera se tenía acceso a las redes de
aprovisionamiento y contactos del mercado local, clave para tener éxito, como
se ha apuntado desde la historia empresarial hace tiempo (Casson y Cox, 1993;
Fruin, 2008) y, más recientemente, desde los estudios de empresa (Johanson y
Valhne, 2009; Dunning y Lundan, 2008).
El rearme alemán y el posterior estallido de la Segunda Guerra Mundial
fueron el telón de fondo para el auge de la inversión alemana en España durante ese periodo, a pesar de las dificultades económicas que atravesaba el país
y gracias al alineamiento pro Eje del régimen franquista. El control de las empresas alemanas sobre sus filiales y participadas se intensificó e, incluso, se ampliaron las actividades realizadas hacia la fabricación (como ilustran los casos
16. Johanson y Wiedersheim-Paul (1975) y Johanson y Vahlen (1977) como aportaciones
seminales. Una síntesis sobre la evolución de esta escuela y contribuciones recientes en Blomstermo y Sharma (2003).
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de Bayer y Schering). Ahora bien, el proceso de bloqueo y expropiación que
siguió a la contienda mundial obligó a una mayor españolización del capital y
los órganos de dirección, españolización acordada normalmente entre las foráneas y sus socios locales y que fue diluyéndose durante el desarrollismo.
El contexto bélico, obviamente, no fue tan favorable para el resto de los inversores foráneos en el país. Ahora bien, sin obviar algunas sonadas nacionalizaciones, el caso estadounidense muestra que también durante la autarquía
hubo jugosas oportunidades de negocio para aquellas multinacionales que
dotaban de tecnología y capital a sectores considerados estratégicos por el Régimen, y las multinacionales con más experiencia en el país no tuvieron problemas para conservar el control de sus filiales manteniendo la totalidad o
mayoría del capital social en sus manos. Que el nacionalismo económico no
tuviera en la práctica un efecto tan negativo sobre la inversión extranjera como
a priori pudiera deducirse se ha observado para países como Italia en coyunturas similares, el periodo de entreguerras (Colli, 2014a y 2014b). Para los recién llegados, sin embargo, los efectos de la legislación sí fueron mayores, al
menos en España, como se desprende del hecho de que la creación de empresas mixtas con participación minoritaria se convirtiera en la norma.
El «milagro económico» español vino acompañado de una fuerte entrada
de inversión directa extranjera, procedente en su mayoría, como ya hemos visto y como sucediera en otros países europeos, de Estados Unidos. El modo de
entrada predominante entonces fueron las empresas conjuntas, para las americanas, con participación extranjera minoritaria cuando dichas inversiones se
realizaban en las grandes empresas industriales de la época. No obstante, el
grado de participación variaba sobremanera según sectores y, de hecho, especialmente en empresas de servicios y de menor tamaño (y frecuentemente menos vinculadas a los sectores considerados estratégicos por el Régimen) fue
muy habitual que los socios locales terminaran cediendo su participación a los
extranjeros. Las empresas germanas que llegaron durante este periodo (tan
solo nueve) también lo hicieron, en general, con algún tipo de asociación con
empresarios españoles. Las multinacionales extranjeras, además, incrementaron sus actividades de fabricación en el país, si bien para evaluar las implicaciones de este hecho sería necesario examinar con detenimiento el tipo de actividad desarrollada y, especialmente, su complejidad técnica.
En definitiva, el modo de entrada de las inversiones americanas y germanas en España nos muestra que vino determinado tanto por el grado de desarrollo del país –de ahí el predominio inicial de las inversiones greenfield y la
escasa relevancia que siempre tuvieron las adquisiciones– como por la política económica española, impulsando la creación de empresas conjuntas en una
proporción mucho mayor a la observada en países como Italia y la asociación
con actores locales incluso cuando se trataban filiales con capital extranjero
en su totalidad. Sobre este último punto hay que hacer dos observaciones. En
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primer lugar, la asociación con locales ha sido una estrategia habitual entre las
empresas extranjeras para sortear el nacionalismo económico, como muestran
los casos de otros países europeos y de otras economías de industrialización
tardía (Morán, 1974; Evans, 1979; Amsden y Hikino, 1994; Guillén, 2001). En
el caso español, empero, no solo estamos hablando de socios políticos, sino
también técnicos y con implicación en la gestión de la filial. Y, en segundo lugar, si bien el número y naturaleza de los socios españoles fue ampliándose a
lo largo del siglo xx, las primeras inversiones extranjeras establecieron alianzas duraderas con sus socios locales. Este hecho, así como el aumento de las
actividades de fabricación en el país (es decir, una mayor implicación en el mercado local por parte de la empresa multinacionales), sugiere que hubo una estrecha colaboración, más allá de la esfera de representación, entre extranjeros
y españoles. La política económica lo favoreció, pero si fue posible en el largo
plazo fue porque las capacidades, la visión y la ambición estaban ahí, a favor
quizá de intereses personales, pero también del desarrollo del país. No sabemos qué habría ocurrido si tal legislación no hubiera existido. Pero sí podemos
deducir de nuestros estudios de caso que difícilmente se habría podido implementar todo ello sin el papel activo de la iniciativa privada local. Hemos comprobado, asimismo, el papel relevante de algunas cámaras de comercio, como
la alemana, para cohesionar los intereses foráneos en el país receptor, y que la
interacción entre las empresas multinacionales y los socios locales fue más allá
de los límites de la empresa filial. Si bien aún debemos estudiar en profundidad tal interacción, los ejes se sustentaron en la formación intraempresarial,
la cooperación de los directivos españoles con centros educativos y de formación profesional, y la creación de asociaciones profesionales. Todo ello nos lleva a otra cuestión a desarrollar en el futuro, cómo las instituciones contribuyen a favorecer la proactividad empresarial o emprendimiento.
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La huella del capital extranjero en España: un análisis comparado
Resumen
Este trabajo explora los efectos a largo plazo de la inversión extranjera directa (IED) en las
economías receptoras a través del análisis histórico de dos de sus determinantes, el modo de entrada de las empresas extranjeras y el grado de desarrollo económico e institucional local. La
investigación se centra en España, tradicionalmente uno de los mayores países receptores de capital extranjero, y en las empresas más activas en el mercado español de los dos líderes de la segunda Revolución Industrial, Alemania y Estados Unidos, entre finales del siglo xix y 1975. El
análisis revela que, si bien el modo de entrada escogido por las multinacionales de ambos países varió con la propia evolución económica del país, las alianzas estratégicas con socios locales, a diferencia de otros países europeos, siempre determinaron una buena parte de la inversión,
como consecuencia del marco proteccionista y de la proactividad de los socios locales. La persistencia de estas alianzas facilitó la continuidad de las inversiones, pero también creó una dependencia de trayectoria que favoreció la interacción de los foráneos y el personal de sus empresas con asociaciones profesionales y educativas del país.
Palabras clave: Inversión extranjera, Desarrollo económico, Estrategias empresariales
Códigos JEL: F21, O12, L1, L52
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Tracking the Effects of Foreign Investment in Spain: A comparative analysis
Abstract
This article examines Foreign Direct Investment (FDI) long-term effects on host economies, focusing on the role played by the entry mode chosen by foreign investors and the local
economic and institutional framework. It does so looking at the largest companies investing in
Spain, a traditional net importer of capital, coming from the two leaders of the Second Industrial Revolution, Germany and the United States, between the late 19th century and 1975. We
can observe that the entry mode chosen by the multinationals of both countries changed accordingly with Spanish economic evolution, but, contrary to what happened in other European
countries, strategic alliances were persistently pursued as a response to both economic nationalism and very active local entrepreneurship. We conclude that these alliances’ resilience not
only explains the continuity of foreign investments in spite of increasing governmental restrictions, but also created a path of dependency which favoured fruitful interaction of foreign companies’ expatriates and local managers with Spanish professional and educational institutions.
Keywords: Foreign Investment, Economic Development, Business Strategies
JEL Codes: F21, O12, L1, L52
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