La importancia de la teoria del bien juridico como herramienta para

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UNIVERSIDAD ESTATAL A DISTANCIA
SISTEMAS DE ESTUDIO DE POSGRADO
MAESTRIA EN CRIMINOLOGIA
LA IMPORTANCIA DE LA TEORIA DEL BIEN JURÍDICO COMO
HERRAMIENTA PARA LA CONSTRUCCION DE UNA POLITICA
CRIMINAL DEMOCRATICA
TESINA PARA OPTAR POR EL GRADO ACADEMICO DE
MASTER PROFESIONAL EN CRIMINOLOGIA
FERNANDO ARGUEDAS ROJAS
MONICKA SALAS RODRIGUEZ
SAN JOSE, COSTA RICA
2007
TABLA DE CONTENIDO
Introducción.........................................................................................................................1
Capítulo I: La Política Criminal y su importancia para el Derecho Penal……………………..4
1. Política Pública en General…………………………………………………………………………..4
2. Política Criminal en los diferentes modelos de Estado…………………………………….8
3. Diferencia de la Política Criminal en la teoría y en su práctica………………………..12
4. Política Criminal y su importancia para el derecho penal en un estado de derecho
democrático………………………………………………………………………………………………14
Capítulo II: La Teoría del Bien Jurídico…………………………………………………………….19
1. Principios que rigen al Derecho Penal………………………………………………………….19
a) Intervención Mínima…………………………………………………………………………21
b) Carácter Fragmentario………………………………………………………………………23
c) Carácter de Ultima Ratio……………………………………………………………………26
d) Carácter Subsidiario……………………………………………………………………….…28
2. El Bien Jurídico…………………………………………………………………………………………30
a) Evolución del Concepto…………………………………………………………………....30
a.1) Teoría de los derechos subjetivos de Feuerbach…………………………..31
a.2) Teoría del bien jurídico de Birbaun…………………………………………….33
a.3) Positivismo jurídico de Binding…………………………………………………..34
a.4) Positivismo naturalista de Franz Von Lizst……………………………….….35
b) El concepto de bien jurídico en la actualidad……………………………………….37
c) La Constitución Política: Derechos fundamentales y bienes jurídicos……..40
d) Principios constitucionales que limitan el concepto de bien jurídico……..46
d.1) Principio de legalidad………………………………………………………………..47
d.2) Principio de lesividad………………………………………………………………..49
d.3) Principio de utilidad o idoneidad……………………………………………….53
3. El Bien Jurídico en la Teoría del Delito……………………………………………………….54
a) Tipicidad y afectación del bien jurídico protegido………………………………55
a.1) El principio de insignificancia…………………………………………………….57
a.2) La adecuación social de la conducta……………………………………………58
b) La antijuricidad y lesión del bien jurídico protegido……………………………60
b.1) La lesión del bien jurídico como expresión de la antijuricidad
material.......................................................................................................61
b.2) De la afectación, a la lesión del bien jurídico…………………………........61
c) La culpabilidad y el bien jurídico protegido……………………………………….63
c.1) Función motivadora de la norma………………………………………………..64
c.2) La evitabilidad……………………………………………………………………….....65
c.3) La participación frente al bien jurídico protegido………………………….66
c.4) Exigibilidad de conducta alternativa y la graduación de la
disponibilidad…………………………………………………………………………………69
Capítulo III: La importancia de aplicar la teoría del bien jurídico en la realización de
una política criminal democrática……………………………………………………………………..74
1. El sentimiento de inseguridad ciudadana…………………………………………..…………74
a) Las políticas de tolerancia cero…………………………………………………………..78
b) La legislación penal populista…………………………………………………………….80
b.1) Aumento de los montos de las penas carcelarias………………………….82
b.2) Creación de nuevas figuras delictivas………………………………….……….83
b.3) Reducción de derechos y garantías de personas sometidas a procesos
penales…………………………………………………………………………………………..85
2. La importancia de la teoría del bien jurídico como herramienta para la
construcción de una política criminal democrática………………………………………………86
Conclusiones…………………………………………………………………………………………………..91
Bibliografía……………………………………………………………………………………………………100
1
INTRODUCCIÓN
El estudio de la actualidad jurídico penal, revela la existencia de una
contradicción fundamental entre la política criminal teórica y su práctica.
La primera, aparece constituida por un conjunto de principios teóricos
que habrían de dotar de una base racional a la praxis. En tanto, la segunda, se
integra del conjunto de actividades empíricas, organizadas y ordenadas a la
protección de individuos y sociedad en la evitación del delito. (Silva Sánchez,
2000)1 De esta manera, la política criminal práctica debería fundamentar su
existencia, definiciones y actuaciones, en la política criminal teórica.
En nuestro medio, la ejecución de este planteamiento no resulta tan
cierto, dado que coexisten dos políticas criminales paralelas: por un lado, la que
se desarrolla en las aulas universitarias, que se lee en los libros y con la cual los
“especialistas se alimentan” y por otro, la política que se aprueba en la
Asamblea Legislativa y que aplica el Poder Judicial.
La justificación de nuestro trabajo, parte de la idea de que ante esta
incongruencia, debe analizarse con cuáles elementos de valoración cuenta el
Derecho Penal al elaborar sus políticas sociales en general y su política criminal,
en particular, para lograr el desarrollo y coherencia en la aplicación del sistema
penal, en el marco de un Estado de Derecho Democrático.
Nuestra hipótesis es que la teoría del bien jurídico constituye una
herramienta idónea para construir una política criminal democrática, la cual
servirá para lograr una menor criminalización de conductas, eliminar las
figuras delictivas que no tutelen ninguna afectación a bienes jurídicos, asegurar
el respeto de las garantías fundamentales de las personas y constituir un límite
para el poder punitivo del Estado, que no puede sancionar, donde no hay
afectación.
1
Silva Sanchez, JM. (2000). Política Criminal y Persona, Buenos Aires, Ad-Hoc. p.15- 21.
2
El objetivo general es establecer la necesidad de que la teoría del bien
jurídico, sea un instrumento en la construcción y aplicación de la política
política criminal estatal, tanto en su teoría como en su práctica.
Como primer objetivo específico, se determina el concepto de Política
Pública en general y el de Política Criminal en particular y su importancia para
el Derecho Penal.
Como segundo objetivo específico, se estudia el concepto de la teoría del
bien jurídico, sus principios y elementos que la conforman.
Un tercer objetivo específico del trabajo, es demostrar la inoperancia de
la política criminal actual, en la que no es relevante el concepto del bien jurídico
en su diseño y aplicación.
La forma más adecuada de desarrollar el trabajo es por medio de un
método deductivo. De esta manera, se ha estructurado un esquema que va de
lo general a lo particular, ordenado en tres capítulos de la siguiente manera:
En el capítulo primero, se desarrollarán los conceptos de política pública
en general, se diferenciará de la política criminal en particular y como se
desarrolla ésta en los diferentes modelos de Estado. Como punto siguiente, se
evaluarán los problemas que se presenta entre la teoría y la praxis de la política
criminal en un estado de derecho democrático, consecuentemente, se analizará
la importancia de que exista una política criminal democrática en una nación
como la nuestra.
En el capítulo segundo, se desarrollarán los principios que rigen el
derecho penal y por consiguiente que lo limitan y fundamentan, a saber, el
principio de intervención mínima, carácter fragmentario, carácter de la ultima
ratio y carácter subsidiario.
También, con la intención de entender lo que constituye en esencia el
denominado bien jurídico, se desarrollará la evolución del concepto desde
Feuerbach hasta la actualidad. Se hará, una diferenciación entre los Derechos
Fundamentales y los Bienes Jurídicos y se estudiarán los principios
constitucionales que limitan el concepto del bien jurídico, principalmente, el
principio de legalidad, de lesividad y utilidad o idoneidad.
3
En este marco conceptual, analizaremos la idea de que el bien jurídico es
un supuesto que pasa transversalmente toda la teoría del delito, desde la
tipicidad hasta la culpabilidad, lo que reconduciría a valorar de una manera
científica las figuras que son consideradas como delito o que el legislador
pretende convertir en ilícito penal.
Mediante el capítulo tercero, se pretende reflexionar sobre la
importancia de la aplicación de la teoría del Bien Jurídico como herramienta en
una política criminal democrática, analizando los problemas existentes en la
actualidad por la aplicación de algunas políticas basadas en el sentimiento de
inseguridad ciudadana, como por ejemplo, las políticas llamadas de “tolerancia
cero” y a nivel latinoamericano, la creación de una legislación basada en la
respuesta demagógica dada por los políticos ante el problema de la
delincuencia criminal que existe o que al menos se cree que existe, basada en el
aumento de las penas carcelarias y la reducción de derechos y garantías de las
personas sometidas a procesos penales.
Al estudiar la teoría del bien jurídico, es la intención de este trabajo,
determinar si un concepto como éste, casi dejado de lado en las aulas
universitarias, resulta ser al contrario de lo que se creería, la base todo
ordenamiento penal, especialmente uno que se considere democrático.
4
CAPÍTULO I: LA POLÍTICA CRIMINAL Y SU IMPORTANCIA
PARA EL DERECHO PENAL
Antes de desarrollar el tema, debe definirse qué es política criminal y
cuáles temas comprende. Esta tarea resulta compleja, pues entre los abogados,
sociólogos, políticos y otros estudiosos, no existe acuerdo sobre lo que debe
entenderse por política criminal. Esto ha impedido que exista una noción
precisa de lo que ella significa, y obliga, en consecuencia, a que en cada intento
de analizar su contenido, sea necesario establecer un concepto válido dentro de
ese contexto y su validez para el derecho penal.
1. Política Pública en General
La política, en términos generales, se define como una actividad
¨destinada a ordenar jurídicamente la vida social humana ¨2.
De la política se deriva el gobierno en la comunidad organizada y
consiste en acciones concretas ejecutadas con el objetivo de influir, obtener,
conservar, crear, extinguir o modificar el poder, la organización o el
ordenamiento de la comunidad.
La política es una actividad de naturaleza valorativa. Tal y como lo
explica RODRÍGUEZ ZÚÑIGA (2001), en la política ¨...medios y fines se
condicionan a partir de una determinada valoración de los fines generales, que
necesariamente tienen que ser el modelo de sociedad que ese cuerpo social tiene.¨ (p. 29)3
De ahí la complejidad y la problemática de su sistematización racional,
ya que sus elementos son esencialmente valorativos, orientados a determinados
objetivos, los cuales, a su vez, presuponen otros tantos elementos por valorar. A
ésto debe aunarse, la cantidad de actores que interactúan en una sociedad y la
lógica diferencia y conflicto que va a existir entre sus aspiraciones respecto de la
política y los resultados reales que de ésta puedan obtenerse.
2
3
Diccionario Manual Jurídico (1989)Abeledo-Perrot, p. 68.
Zúñiga Rodríguez, L. (2001). Política criminal. Madrid, Colex, p. 29.
5
Ordenar de forma sistemática los criterios de valoración a los que se
dirigirán las acciones específicas y establecer cuál será la finalidad general en la
que enmarcan y dirigen todos los objetivos que se definan, es la tarea de la
política en general.
La principal característica de la política, consiste en ser un conjunto de
actividades y estrategias (políticas públicas) que tienden a conseguir
determinados fines (los inherentes al Estado) y a ordenar la vida en sociedad.
Estas acciones específicas definidas como políticas públicas consisten, a su vez,
en ¨…directrices trazadas por el poder, previa evaluación (diagnosis) de unos problemas
o dificultades, el establecimiento de unos fines (prognosis) determinados por su
eliminación, atemperación o superación y la organización de unos canales -por principio
necesaria e inquebrantablemente legítimos- (procedimientos) en procura de hacer
realidad los fines propuestos.¨ (p.10) 4
La política pública se puede entender como el ámbito privilegiado de
realización del "pacto" entre Estado y sociedad. Sin embargo, hay que aclarar
que no todo es asunto público y de lo público, no todo se convierte en política.
Más aún, actualmente asuntos públicos están siendo atendidos no solamente
por el gobierno, sino también por otros actores de la vida en sociedad, a los
cuales les concierne y afecta directamente algunas de las decisiones que se
tomen en él ámbito público.
La tarea de las políticas públicas es sumamente compleja: reconocer el
espacio de lo público, ubicar ahí las necesidades y cambios que deben ser
atendidos e impulsados, entender y pesar las consecuencias de actuar o de no
hacerlo, el sentido que se dará a las acciones y sus relaciones con otras
dinámica, así como los recursos deberán asignarse; son funciones de las
políticas públicas cuya reflexión, decisión y puesta en práctica, requiere de
intervenciones y conocimientos diversos y la actuación de varias personas e
instituciones.
Ahora bien, los objetivos a los cuales tiendan las políticas públicas, van a
depender del tipo de sistema político vigente. En un Estado con sistema
Barreto Ardila, H, Christie, N, Gonzalez, I, Ibáñez Guzmán, A y otros. (1996) Memorias de las
XX Jornadas Internacionales del Derecho Penal. Universidad Externado. Bogotá. p.10.
4
6
democrático, los objetivos de la política serán preeminentemente de índole
social. Por lo tanto, las políticas públicas procurarán asegurar y respetar los
derechos de las personas que forman el grupo social, promover la prosperidad
general, asegurar la convivencia de los pobladores de forma efectiva en un
marco de legalidad garantista, procurar un orden justo y un adecuado reparto
de la riqueza, así como velar por el cumplimiento de los deberes sociales del
Estado para con sus ciudadanos.
Por el contrario, en un sistema de corte autoritario, el Estado deja de
estar en función de las personas y se convierte en un fin en sí mismo, que busca
su propia permanencia y crecimiento. En las decisiones políticas de un Estado
de este tipo, los derechos de los administrados ceden y desaparecen total o
parcialmente ante los intereses y objetivos estatales. Deja de promover el
reparto justo de los recursos y las reglas de convivencia se imponen por medio
de decisiones arbitrarias y violatorias de los derechos de las personas.
Cualquiera que sea el modelo de Estado que exista en una sociedad,
tratándose de un Estado moderno, el poder tradicionalmente se divide en tres
ramas: el poder ejecutivo, el poder judicial y el poder legislativo. Según la teoría
clásica de Montesquieu, la división de poderes garantiza la libertad del
ciudadano y con él nace el llamado estado de derecho, en el cual los poderes
públicos están igualmente sometidos al imperio de la ley.
Como explica HERNÁNDEZ VALLE (1993) ¨...en el plano político el
Ejecutivo toma las decisiones fundamentales del Estado y, en el ámbito jurídico, existe
una primacía suya sobre los demás entes estatal”(p. 30) 5
El Poder Ejecutivo va a coordinar y dirigir todas las tareas
gubernamentales y administrativas en su conjunto, lo cual comprende no solo
la administración centralizada, sino también la descentralizada. Su tarea
fundamental en esta actividad es la de definir los objetivos de su política
general a partir de la valoración de sus prioridades y necesidades y así
establecer las políticas públicas y acciones concretas con las cuales va a
pretender alcanzar estos fines.
5
Hernández Valle, R. (1993). El Derecho de la Constitución. (Volumen II). San José, Juritexto, p. 30.
7
En esta actividad, el Estado ¨…como persona jurídica y como fenómeno
asociativo (...) se propone y lucha por fines comunes junto con otras personas; en ese
sentido, el orden jurídico positivo les da personalidad”(p. 15) 6
Sin embargo, a pesar de que el Poder Ejecutivo es el órgano que tiene el
mayor protagonismo y actividad en la definición de política general y ejecución
de políticas públicas, esta no es una labor que le sea exclusiva.
En el contexto de la existencia de un Estado, los poderes Legislativo y
Judicial también tienen una participación importante en el establecimiento de la
política a la cual va a dirigir y ajustar sus actividades, pues el Legislativo se
encarga de la aprobación de las leyes que responden a la ideología vigente que
define las políticas del estado, mientras que al Judicial le corresponde la
aplicación de las leyes, con lo cual se materializan las políticas definidas a priori.
Finalmente,
otras
instituciones
públicas
y
privadas,
diversas
organizaciones no gubernamentales y personas particulares van a coadyuvar en
esta labor.
Una efectiva participación colectiva tanto de los distintos órganos
estatales, como de los demás actores sociales públicos y privados, en la labor de
valorar y determinar los fines del Estado y en las políticas públicas por medio
de las cuales se conseguirán, va a ser propia de un estado con sistema
democrático participativo moderno. En tanto, en un estado autoritario, la
política se establece de forma unilateral por parte del gobernante y existe poca o
ninguna participación de cualquier otro interviniente social.
Las políticas públicas se presentan a través de muy diversas
manifestaciones, atendiendo a la parcela de la actividad objeto de su
administración. Por ejemplo, se habla de política sanitaria para reflejar la forma
de organización del sistema de salud en la comunidad, de política educativa
referente a la estructura académica en el ámbito de la educación o de política
económica cuando se trata de ofrecer una concepción de la gestión de los
diferentes recursos económicos que compete al poder público.
González-Salas Campos, R. (2001). La teoría del bien jurídico en el derecho penal. (2da. edición).
México, Oxford University Press, p. 15.
6
8
Una de esas formas de exteriorización de la política, es la denominada
política criminal. Desde esta perspectiva, para BORJA JIMENEZ (2001) la
política criminal designa el planteamiento que desde el ámbito público, desde el
propio Estado, se establece para tratar y enfrentar al fenómeno criminal. La
seguridad ciudadana, los derechos de los sospechosos, procesados o
condenados, el sistema de justicia o la delincuencia juvenil, entre muchos otros,
son algunos ámbitos de la vida social que necesitan una respuesta de los
poderes públicos.
El planteamiento de estas problemáticas, la argumentación utilizada en
las propuestas de solución y la base ideológica que explica las respuestas que se
aportan, constituyen un marco de decisión que se haya dentro de lo político y
desde ese punto de vista, la política criminal ha sido entendida como un sector
de la política que está relacionado con la forma de tratar la delincuencia. Es
decir, se trata de un ámbito de decisiones, de criterios y argumentaciones que se
postulan a nivel teórico o práctico para dar respuesta al fenómeno de la
criminalidad.
Atendiendo a este sentido político, la política criminal se refiere al
conjunto de medidas y criterios de carácter jurídico, social, educativo,
económico y de índole similar, establecidos por los poderes públicos para
prevenir y reaccionar frente al fenómeno criminal, para mantener bajo límites
tolerables los índices de criminalidad en un determinado grupo social.
2. Política criminal en los diferentes modelos de Estado
Al ser la política criminal parte de las políticas públicas del Estado y
depender de criterios políticos, económicos, sociales, las decisiones que se
tomen respecto de ella, descansará sobre los fundamentos políticos y sociales de
cada Estado en particular, según se trate de un modelo político totalitario o
democrático.
Para ZUÑIGA (2001) se denominan Políticas criminales autoritarias,
conservadoras, utilitaristas o efectistas, las que se aplican en un Estado que no
respeta los derechos fundamentales reconocidos al ciudadano. En éstas se busca
9
la legitimación del Estado con la prevención adelantada del delito. La sanción
penal se convierte en un instrumento estatal para el cumplimiento de los fines
estatales, donde el proceso crea la prueba y al criminal. (p. 35)
El delito se concibe como un acto subversivo y desobediente al poder
estatal que es necesario extirpar, para, al igual que una enfermedad, evitar su
propagación, la cual pondría en riesgo la estabilidad, unidad y continuidad del
Estado. De esta manera, se regulan y sancionan los denominados estados
peligrosos y se instauran medidas de seguridad predelictivas, en una política
que significa ¨…un adelantamiento de la línea de defensa del Estado, en la medida en
que atacan los supuestos de peligrosidad social, sin que se hayan concretado en la
perpetración de un hecho criminal.¨ (p. 228)7.
Este tipo de política, pretenden neutralizar las posibles causas del delito,
antes de que se manifieste, y así llevar a cabo una eficiente labor de prevención
delictiva.
En estos sistemas, los fines preventivo general y especial de la pena
cobran particular relevancia para legitimar la excesiva intervención estatal. En
el caso del primero, como una forma de intimidación generalizada, dada la
severidad y certeza de la sanción. Mientras que el segundo, se ve como una
forma de neutralizar al delincuente, por medio del escarmiento y la anulación
de su voluntad, dada su condición de enemigo del Estado.
La política criminal de un estado totalitario, consiste en erradicar hasta el
último vestigio del crimen, sin tener en cuenta los derechos y garantías de las
personas, los cuales se ven como un obstáculo en las labores preventivas y
represivas estatales.
Las fuerzas de seguridad se encuentran autorizadas para desarrolllar a
implementar todos los medios que consideren convenientes para cumplir con la
labor encomendada por las autoridades, sin estar sujetas a un deber de respeto
por los derechos fundamentales.
Este tipo de esquema social, es la que el profesor José Manuel Arroyo
(2004) ha denominado ¨sociedad apestada¨, la cual se presenta ante la
7Borja
Jiménez, E. (2001).Ensayos de derecho penal y política criminal. San José, Editorial Jurídica
Continental, p.228.
10
criminalidad ¨ como un caso en el que se ¨excepcionan ¨ los valores democráticos
supuestamente vigentes, con el fin de atacar la ¨enfermedad¨ que amenaza y carcome ese
orden social perfecto (...). Se vigila y castiga constantemente, y el Estado tiene
facultades ilimitadas de intromisión en la esfera de autonomía de las personas y de
restricción de sus derechos fundamentales.¨(p.12) 8
En este tipo de planteamientos políticos surgen las campañas de ¨ley
orden¨ y ¨mano dura¨, que consisten en disposiciones arbitrarias, principalmente
legislativas y ejecutivas, que en respuesta a un supuesto clamor popular por
más seguridad, disponen la creación de sanciones penales como solución a los
nuevos problemas sociales, el incremento de las sanciones de los delitos ya
existentes, la negación de beneficios penitenciarios, limitación de los derechos
fundamentales como solución al ¨obstáculo¨ que significan en la lucha contra el
crimen. Estas campañas se caracterizan, también por la creación de delitos de
peligro, que sancionan situaciones meramente peligrosas, y no que signifiquen,
necesariamente, una lesión específica a algún bien jurídico.
En este contexto social, se considera positiva y justificada la suspensión
transitoria de las garantías y derechos fundamentales, los cuales se visualizan
como un obstáculo en esta ¨lucha justa¨, mientras se elimina ¨la peste¨(p.12).9
La reacción de un estado democrático frente a la criminalidad, es
diametralmente distinta y esta diferencia se refleja en la definición y ejecución
de su política criminal.
Se denominan Políticas criminales democráticas las que se aplican en un
Estado que respeta los límites de los principios y garantías en la intervención
estatal, basados en el respeto a la legalidad y a los derechos fundamentales
reconocidos a los ciudadanos. (p.35)10
No se pretende que el delito pueda ser erradicado de la sociedad. Se
considera, por el contrario, que presenta cierto grado de utilidad, como
reforzador de las normas sociales e impulsador de la evolución social.
8Arroyo
Gutiérrez, JM (Comps).(2004). Democracia, justicia y dignidad humana. San José, Editorial
Jurídica Continental, p.12.
9 Idem, p.12.
10 Zúñiga Rodríguez, L. Op. Cit., p.35.
11
La política criminal va dirigida a disminuir hasta niveles tolerables las
cifras de la criminalidad, pero la lucha contra el crimen no puede emprenderse
a costa del sacrificio de las libertades y garantías del ciudadano, pues el respeto
a los derechos fundamentales constituye uno de sus principios de carácter
irrenunciable y punto de partida de cualquier intervención estatal que pretenda
definir acciones estatales ante la actividad delictiva.
Todo lo anterior implica, que en un estado democrático, la función de
definir y ejecutar política criminal sea una tarea particularmente difícil, ya que
la actividad de Estado en ese sentido ¨…tiene que guiarse por un cuidadoso
equilibrio entre el necesario mantenimiento de unos mínimos en materia de seguridad
ciudadana y el pulcro respeto a los derechos fundamentales y las libertades públicas de
todos los individuos, incluidos los delincuentes. ¨(p.213)
11.
En el fondo yace la
tensión entre seguridad y libertad, la cual debe resolverse en un fino equilibrio:
prevención eficaz sin pérdida de garantías.
En una sociedad democrática, estos dos objetivos no se consideran
excluyentes y al definir las políticas públicas en materia de criminalidad no se
les trata como tales. Por el contrario, se estima que el mantenimiento de
parámetros mínimos en materia de seguridad ciudadana y el respeto de los
derechos fundamentales deben ser temas complementarios y que la búsqueda
de estas metas no se da en función del Estado, sino de las personas que lo
componen.
Al existir esa estrecha relación entre la Política en general y la Política
Criminal en particular, sucede que a pesar de que el gobierno de los estados
democráticos tenga como norte el respeto a la legalidad y a los derechos
fundamentales dentro del marco constitucional, puede establecerse que dentro
de esos sistemas, muchas veces se definen políticas criminales de corte
autoritario. Y es que en el terreno de la política, las actuaciones son orientadas
de acuerdo con la ideología que impere.
11
Borja Jiménez, E. Op. cit., p.213.
12
3. Diferencia entre la política criminal en la teoría y en su práctica
La Política criminal teórica, es vista como una disciplina por BORJA
JIMÉNEZ (2001) quien la define, como una rama del saber que estudia la
orientación y los valores, que sigue o protege, o que debiera seguir o proteger,
la legislación penal, tanto sustantiva como procesal. Desde esta perspectiva, no
interesa solo el examen de las orientaciones político criminales seguidas por el
legislador, sino también, su adecuación a los valores y al concreto modelo social
y político que se defienda.
Es decir, por un lado, estudia las orientaciones políticas, sociológicas,
éticas o de cualquier otra índole que se encuentran en cada institución del
vigente Derecho Penal. Y, por otro, aporta criterios teóricos, de justicia, de
eficacia o de utilidad, que van dirigidos al legislador, para que se lleve a cabo
las correspondientes reformas de las leyes penales de forma racional,
satisfaciendo los objetivos de enfrentar al fenómeno criminal, salvaguardando
al máximo las libertades y garantías de los ciudadanos. En general, aporta
medidas, criterios y argumentos que emplean los poderes públicos para
prevenir y reaccionar frente al fenómeno criminal. Así, el objeto de estudio de la
Política Criminal viene integrado, no solo por la legislación penal, sino también,
por otro tipo de instituciones que tengan como fin, desde el ámbito político la
prevención o la erradicación del hecho delictivo.
Ciertamente, el derecho penal sustantivo y adjetivo van a ocupar un
lugar preeminente, porque constituyen la base de la definición de aquello que
se considera delito frente a la conducta lícita, pero no es la única forma de
prevenir y de enfrentar al crimen. Medidas de carácter económico, educativo,
social o incluso cultural, para ciertos sectores de la criminalidad, pueden ser
tan relevantes y eficaces como el mismo sistema legal. De ahí, que también
integre su objeto estos mecanismos utilizados por el poder público, en esa tarea
de disminuir hasta lo tolerable la estadística criminal.
13
El profesor MINOR SALAS (2004)12, por su parte, considera que la
política criminal forma parte de la política general y se refiere al conjunto de
actividades prácticas y teóricas que se realicen en un ordenamiento jurídico
para controlar el fenómeno criminal.
Estos conceptos resultan coherentes y acordes con la política criminal que
se ha venido desarrollando a lo largo de la historia. Sin embargo, en las últimas
décadas los estudiosos han desarrollado un concepto integral que coincide en
mayor medida con las necesidades actuales. Por ejemplo, ALEXANDRO
BARATTA (1999)13 considera que política criminal es un concepto complejo,
pues, no obstante la univocidad de sus fines, los instrumentos que utiliza
permanecen indeterminados, porque son definibles solo negativamente, a
través de instrumentos penales de un lado, e instrumentos no penales del otro.
Respecto de la univocidad de sus fines, el autor aclara que hasta un
pasado reciente, era el control de la criminalidad. Sin embargo, este ámbito de
acción se ha ampliado, con el progreso de la investigación en el campo de la
victimología, pues el interés hacia las necesidades de la víctima y a su ambiente
social, señalan ahora, que otro fin de la política criminal es controlar las
consecuencias del delito.
IVÁN GONZALEZ (1996) considera que la moderna política criminal
debe estar pensada también desde las víctimas. Buscar qué hacer frente al
delito, en procura de disminuir sus efectos nocivos y no tanto con la finalidad
de eliminar la repetición de la conducta ilícita.
La política criminal en la actualidad, debe ser una política de reformas
sociales, en la que se examinen las causas reales de la criminalidad y se
desarrollen mecanismos que conduzcan a prevenirlo y reducirlo a través de
instituciones oficiales y no formales, respetando los derechos humanos, en
especial a la dignidad humana, de la que es parte importante la igualdad de los
hombres ante la ley.
Salas, M. (2004) Mitomanías de la Política Criminal Moderna, Cuadernos de Estudio del
Ministerio Público del Poder Judicial (8ª edición), San José, p. 44.
13Baratta, A. (1999) La política criminal y el derecho penal de la constitución. Nuevas reflexiones sobre
el modelo integrado de las ciencias penales. Buenos Aires, Nueva Doctrina Penal, p. 399.
12
14
4. Política criminal en un Estado de Derecho Democrático y su importancia
para el derecho penal
En 1900 FRANZ VON LISZT
14,
desarrolló la idea de política criminal
como disciplina científica, la cual comprendía el conjunto de criterios
determinantes, en una lucha eficaz contra el delito. Su punto de partida era una
concepción determinista del hombre, una visión del delito como reflejo de su
peligrosidad y una fe positivista en la posibilidad
de corregir los factores
individuales y las estructuras sociales que conducen al delito, lo cual era
expresión clara de la ideología terapéutica de finales del siglo XIX. Partía del
diagnóstico de la criminología empírica y la terapia de la penología. Tuvo
connotaciones prestigiosas, pues, en ese momento, buscaba sustituir la pena por
la medida de seguridad y la función del jurista, por el médico, como una opción
humanista de progreso.
Sin embargo, con el advenimiento de los regímenes totalitarios que
acogieron la política criminal intervencionista- terapéutica, el resultado fue el
inverso, pues estas ideas se utilizaron como excusa para expandir el margen de
acción del derecho penal hasta niveles entonces desconocidos. Sucedió lo que
HASSEMER denominó el derecho penal curativo 15, donde el derecho penal ya
no se manifiesta como verdugo, sino como médico. Ante esta ideología,
cualquier oposición resultaba insuficiente y sin fundamento. Este modelo
sobrevivió hasta la Segunda Guerra Mundial.
A finales de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta,
se retoman las ideas de VON LISZT, pero utilizando otros nuevos parámetros.
Así, convergen dos criterios, uno empírico, de eficacia y otro, valorativo, de
garantías. Surge la política criminal valorativa, la cual planteaba, como posible,
la resocialización sin violentar las garantías del condenado. Sin embargo, sus
objetivos no lograron alcanzarse. Una política criminal más práctica fue
ganando terreno que es la que existe en la actualidad. El contexto en que se
desarrolla, caracterizado por la oportunidad y el populismo, facilita aplicar su
14
15
Citado por Silva Sanchez. Op. Cit, p.15- 21.
Hassemer citado por Idem.
15
orientación intimidatoria e inocuizadora, lo que ha llevado a afirmar que, al ser
el derecho penal expresión de la política criminal vigente, la situación de este
último, se está tornando insostenible (p.21)16.
La política criminal se presenta actualmente como una disciplina
valorativa, fundamentada en el fin de la prevención de la criminalidad. Por lo
tanto, sus funciones son todas aquellas que tiendan a lograr esta finalidad
general: comprender el fenómeno criminal y prevenirlo.
El estudio de la realidad del delito, es la primera función de la política
criminal, pues la única forma de prevenir y escoger los instrumentos idóneos de
prevención, es conocer el fenómeno.
La política criminal utiliza a la Criminología como disciplina que le
puede dar explicaciones científicas acerca del fenómeno criminal, utilizando un
método multidisciplinario, pues la criminología ha desarrollado muchas teorías
para comprender la delincuencia. Algunas se fundamentan en conocimientos
biológicos, otras en concepciones sociológicas y otras en posturas psicológicas,
las cuales están condicionadas por el momento histórico vivido
y por la
realidad política en la que se desarrollan. Actualmente, el ideal es utilizar todos
los conocimientos de los distintos campos de entendimiento de la desviación
individual y social, enmarcados, por supuesto, en un modelo de Estado
democrático.
Al respecto ZÚÑIGA RODRÍGUEZ (2001) considera que “… toda política
criminal responde a una determinada concepción de la criminalidad. Por eso, para
afrontar un determinado fenómeno criminal con eficacia lo primero que tendrá que hacer
el especialista es establecer un método de análisis del mismo, que sea idóneo para
entender a cabalidad la pluridimensionalidad del fenómeno que se trate. Seguramente se
tendrán que utilizar diversas y tendrá que valorar cuáles son los métodos de análisis
más idóneos para comprender cada fenómeno criminal: analizar las distintas aristas de
la problemática criminal concreta”(p.166)
Como segunda función, la política criminal debe establecer los
mecanismos de prevención. Si el eje o razón de la política criminal es prevenir la
En 1999, el Instituto de Ciencias Criminales de Francfort publicó la obra La Insostenible
situación del derecho penal que desarrolla esta idea. Silva Sanchez, Op. Cit., p.21.
16
16
criminalidad, resulta fundamental buscar herramientas que de una manera
idónea controlen el fenómeno de la delincuencia. Aunque resulta claro de que
prevenir significa evitar, lo cierto es que, la complejidad del asunto radica en
que no existe consenso en qué es lo que se pretende evitar y cuáles son los
instrumentos idóneos para lograrlo. Por eso, se impone primero entender el
fenómeno criminal (la primera función de la política criminal) para luego,
diseñar estrategias efectivas y lograr evitarlo.17
Esto nos lleva a la tercera función de la política criminal, que para
nuestro estudio es la que nos interesa. Se refiere a la labor crítica, que debe tener
la política criminal de la legislación penal vigente, con la finalidad de plantear
procesos de reforma.
En la sociedad, el orden social no se logra a través de un simple acuerdo
sobre sus contenidos. Exige una estrecha relación entre diferentes instituciones
sociales, sean de naturaleza primaria como la familia, la escuela, la comunidad
local, sean de naturaleza secundaria como la opinión pública, los tribunales, la
policía. Todas ellas aportan su colaboración para asegurar, que los
comportamientos de los ciudadanos sean socialmente correctos y respetuosos
con los contenidos del orden social acordado.
El Derecho Penal, es un subsistema más, dentro del sistema de control
social, que, como todos los restantes, persigue sus fines de aseguramiento del
orden social. En su tarea, se sirve de idénticos instrumentos fundamentales,
como las normas, sanciones y proceso. Se diferencia de otros subsistemas, en
que se encuentra limitado en su ámbito de actuación.
Sin embargo, este objetivo es difícilmente alcanzable, pues los diversos programas de
prevención carecen de un defecto en el punto de partida: la falta de acuerdos en los factores
determinantes de la criminalidad, pues no cuentan con estudios científicos del delito y la
promulgación de las leyes penales suele estar orientada por intereses político partidistas, de
grupos, de impacto social, pero no en estudios adecuados sobre el tema, lo que provoca que
exista una diversa orientación de la prevención, sin objetivos claros ni concretos, sin metas
claras a corto y largo plazo ni muchos menos objetivos de continuidad de las políticas de
prevención de un gobierno a otro, lo cual, por supuesto, evidencia la imposibilidad de
coordinación entre los diversos sectores sociales y organismos, impide un desarrollo integral de
las posibles políticas por seguir y mucho menos la posibilidad de sentar responsables ante la
implantación de una política cuando esta fracasa, finalmente esto provoca que la sociedad y con
ello los intereses partidistas no se encuentren interesados en apoyar la distribución de ayuda
para el fomento de profesionales y la obtención de medios materiales que luche contra la
criminalidad.
17
17
Los objetivos del Derecho Penal son limitados. Por ejemplo, no le es
posible atribuirle tareas irrealistas, como la de ser agente de transformación
social.
También, para asegurar su conservación, marca ámbitos de protección,
prevé sanciones y regula procedimientos de un modo sustancialmente distinto,
al de los otros subsistemas de control social.
Su reducido campo de actuación, como último recurso del que dispone el
control social, limita su intervención a los comportamientos que cuestionan los
presupuestos inequívocamente imprescindibles para el mantenimiento del
orden social.
También, tiene un alto grado de formalización, notablemente superior al
de los otros subsistemas, pues existe temor de que el Estado, L intervenir sobre
los derechos de los ciudadanos, termine siendo arbitrario.
El Derecho Penal se vale de conductas que han sido tipificadas como
delito, para ejercer su control. Consecuentemente, el procedimiento mediante el
cual el Estado tipifica conductas resulta fundamental, pues es el primer paso en
el ejercicio del control. Surge allí la política criminal como una herramienta que
al englobar pautas o factores, unos normativos o de justicia y otros empíricos o
de utilidad, que toma en cuenta el legislador en sus decisiones, sobre cuáles son
las conductas merecedoras de pena, de qué debe tutelarse y de lo tutelado, qué
debe tener conminación penal. Es decir, resulta el medio que permite definir los
procesos criminales dentro de la sociedad y, por tanto, de dirigir y organizar el
sistema social en relación con la cuestión criminal18.
De lo anterior se deduce, que al Derecho Penal se le impone una
importante labor crítica. Supone una revisión de la legislación vigente,
conforme los parámetros constitucionalmente definidos y la coherencia del
ordenamiento jurídico. A partir de esos principios, conforme al análisis crítico
desde la Criminología, supone utilizar los datos que aporta esta disciplina para
valorar si la ley ha cumplido realmente con los fines de prevención de la
delincuencia.
BUSTOS RAMÍREZ, JUAN. Política Criminal y Estado. Revista de la Asociación de Ciencias
Penales de Costa Rica, año 8, número 12, diciembre de 1996.
18
18
Un análisis crítico de la norma penal, necesariamente tiene que
corresponder, a una valoración que integre los dos métodos de análisis:
efectividad y respeto de las garantías. La legitimidad de la norma penal no solo
se mide por su nivel garantístico, sino también por su capacidad de prevención.
Entonces, el papel de la política criminal resulta muy importante al
aplicar su multidisciplinariedad en la crítica a la legislación penal existente.
Esto le permite plantear reformas fundamentadas en la realidad social y no en
el mundo ideal de los valores (p.171-172)19
En palabras de Silva Sánchez (2000):
“la política criminal no se agota en medidas jurídico- penales y aunque la política
criminal se configure en términos más amplios, todo el derecho penal se integra en la
política criminal. Así, existe una identificación entre la teoría de los principios de la
política criminal y la de los fines y medios del derecho penal, pues, el derecho penal es
expresión de una política criminal.¨ (p.22)
19Zúñiga
Rodríguez, L. Op. Cit., p.171-172.
19
CAPÍTULO II: LA TEORÍA DEL BIEN JURÍDICO
En este capítulo se examinaron algunos de los principios que informan el
derecho penal relativos a la teoría del bien jurídico, la evolución de este
concepto en la historia, según los principales aportes doctrinarios. También, se
analizarán los principios constitucionales que dan contenido al bien jurídico y
los derechos fundamentales con que se relacionan. Finalmente, se estudió la
teoría del bien jurídico y su relación e importancia en la teoría del delito.
1. Principios que rigen al Derecho Penal
El Derecho Penal es un régimen jurídico por medio del cual, el Estado
sistematiza, limita y precisa su facultad punitiva. Constituye un subsistema,
dentro del sistema de control social, que persigue fines de aseguramiento del
orden social. Para lograr sus objetivos, se sirve de instrumentos fundamentales
como las normas, las sanciones y el proceso, lo cual lo distingue de los otros
subsistemas.
Estas características hacen que el Derecho Penal tenga un alto grado de
formalización y de limitación, notablemente superior al de los otros
subsistemas. Su grado de formalización se debe a que cuenta con una amplia
gama de instituciones, de operadores y normas, que requieren de una compleja
administración que, a su vez, exige la existencia de una estructura formal para
su aplicación y consecución de sus fines. En tanto, su limitación obedece al
temor de que la intervención del Estado sobre los derechos de los ciudadanos,
termine siendo arbitraria.
Este temor acerca de la excesiva injerencia del Estado en sus
administrados en el ejercicio de su ius puniendi es fundado. MUÑOZ CONDE
y GARCÍA ARÁN (2002), hablar del derecho penal es hablar, de un modo o de
otro, de violencia, ya que ¨Violentos son generalmente los casos de los que se ocupa el
Derecho penal (robo, asesinato, terrorismo, rebelión). Violenta es también la forma en
20
que el Derecho penal soluciona estos casos (cárcel, internamientos psiquiátricos,
suspensiones e inhabilitaciones de derechos)¨ (p.29).20
De ahí, que sea razonable el sentimiento de la necesidad de limitar esta
violenta facultad estatal. Más aún, si se consideran los terribles antecedentes
históricos del ejercicio del poder sancionador del Estado. La ausencia que hubo
en diferentes momentos en la historia, de límites en la determinación de las
conductas que debían castigarse, de las penas a imponer, del proceso previo
que debía mediar hasta llegar a una condena y la forma en la que se ejecutaba,
se traducía en una absoluta ausencia de toda garantía de las personas sometidas
a estos procesos e incluso, su negación como personas, en el peor de los casos. 21
En relación con este punto, la doctrina nacional ha dicho que ¨El poder
punitivo del Estado debe ser restringido para evitar su uso abusivo o excesivo. El
sistema penal conlleva, como ya se ha señalado, sufrimientos y violencia. Si el sistema
penal se ajusta al ordenamiento constitucional de las libertades fundamentales, a las
normas humanitarias internacionales y si la política criminal es elaborada
democráticamente, entonces servirán para configurar el moderno Estado de Derecho
mediante la reducción de la violencia social y la violencia punitiva del propio
Estado.¨(p.52)22
Por todo lo anterior, es razonable y necesario que el Derecho Penal
moderno esté informado de principios que regulen y limiten la violencia que su
sola existencia implica y que, además, normen sus relaciones con sus
administrados.
Estos principios se van a integrar a tal punto en el Derecho Penal, que
van a pasar a ser parte de él y constituirán un constante referente, tanto para el
operador del derecho, como para las personas a quienes les está dirigido.
En la actualidad, los principales principios que se relacionan con el
Derecho Penal y que limitan el ius puniendi del Estado democrático y social de
Muñoz Conde, F y García Arán, M. (2002).Derecho Penal. Parte General. (5ta. Edición)Valencia,
Tirant Lo Blanch, p.29.
21 Sobre este tema Foucault, M. (2005). Vigilar y castigar. Nacimiento de la Prisión,
(Trigésimacuarta edición), México, DF, Siglo XXI.
22Houed Vega, M, Sánchez Romero, C y Fallas Redondo, D. (1998). Proceso penal y derechos
fundamentales. San José, Investigaciones Jurídicas, S.A., p.52.
20
21
derecho, son el de intervención mínima, el de carácter subsidiario, el de
condición de ultima ratio y el de subsidiariedad.
A pesar de que se considere cada uno de ellos de forma separada, es
importante acotar, que los cuatro tienen validez paralelamente y que se
complementan, de forma tal que su existencia y función respecto del derecho
penal, es conjunta.
Estos caracteres del derecho penal, han encontrado su fundamento en el
ordenamiento jurídico tanto en la norma fundamental, como en las diferentes
legislaciones que se refieren a la materia penal. Sin embargo, en el estudio
doctrinario se ha verificado el mayor desarrollo de estos conceptos, que se han
ido incorporando a las normas que se emiten relativas a la norma penal y a las
sentencias que interpretan estas normas.
a) Intervención mínima
Como punto de partida para la explicación de este principio, se toma la
posición del profesor FERNANDO CRUZ (2004) en el sentido de que ¨en las
condiciones socio-culturales actuales prevalecientes, no es posible, por el momento, que
la sociedad prescinda de las funciones que cumple la pena. La sociedad contemporánea
no soportaría el impacto que provocaría la supresión de las normas penales y de la pena
privativa de libertad ¨(p.82)23
La tesis del doctor CRUZ es compartida por el autor GONZÁLEZ-SALAS
CAMPOS (2001) quien argumenta que ¨la necesidad de aplicar el derecho penal en
las sociedades actuales, parte de la idea de que la humanidad no ha podido vivir sin las
penas corporales como sanciones que regulan la vida social y jurídica para lograr la
estabilización y la paz sociales. (...) Hasta hoy no se vislumbra una alternativa distinta
del penoso hecho de tener que marginar al hombre de la vida en sociedad cuando no se
respeta el orden jurídico¨(p.96)
Esta imposibilidad de eliminar la pena del contexto social actual, trae como
consecuencia lógica que el Derecho Penal también sea imprescindible. El ser un
instrumento creado y pactado por la sociedad, que responde contra las
23Cruz
Castro, F.(2004).La pena privativa de la libertad: poder, represión y constitución. San José,
Editorial Jurídica Continental, p.82.
22
conductas que ponen en peligro el orden y la tranquilidad sociales; hace que
tampoco sea posible el mantenimiento de la vida en comunidad, en ausencia de
un sistema de control formal diferente del Derecho Penal.
Debido a la gravedad de las sanciones penales, de la violencia que los
procesos judiciales implican y las consecuencias que tienen en las personas
involucradas en sus procedimientos, se dice que la injerencia del poder punitivo
del Estado en las personas, debe ser mínima.
Esta intervención mínima significa, que el Derecho Penal solo tutela aquellos
derechos, libertades y deberes imprescindibles para la conservación del
ordenamiento jurídico, frente a los ataques más intolerables que se realizan
contra él.
Como explican MUÑOZ CONDE y GARCÍA ARAN (2002), ¨el poder punitivo
del Estado debe estar regido y limitado por el principio de intervención mínima. Con
esto quiero decir que el Derecho penal solo debe intervenir en los casos de ataques muy
graves a los bienes jurídicos más importantes¨. (p.72)
De esta manera, se garantiza la sujeción a este principio, de las demás
normas, legales y reglamentarias que regulen el poder punitivo del Estado, de
forma tal, que en virtud de este principio, el ius puniendi deberá intervenir lo
menos posible en el ámbito de libertad de las personas y solo en los casos que
las acciones privadas sean verdaderamente dañosas. Es decir, que su
vulneración signifique una lesión grave a los bienes jurídicos que el Derecho
Penal está llamado a garantizar.
En el ordenamiento jurídico costarricense, el fundamento de este principio
deriva del párrafo segundo del artículo 28 de la Constitución Política, el cual
dispone: ¨Las acciones privadas que no dañen la moral o el orden público o que no
perjudiquen a tercero, están fuera de la acción de la ley.¨
Queda claro que la incorporación del principio de mínima intervención al
sistema penal costarricense proviene de la misma Norma Fundamental. Por
esto, las demás normas, sean legales o administrativas, así como la política
general y criminal del Estado, deben ajustarse a este principio.
23
Este mandamiento se traduce en la necesidad de que el Derecho Penal sea
utilizado lo menos posible. Solo debe usarse cuando se trate de evitar que se
lesione o sancionar la comisión de un acto que dañó o puso en riesgo un bien
jurídico que ha sido calificado por el legislador como indispensable para el
mantenimiento de la vida en sociedad.
En estos casos, el legislador debe dosificar la intervención de la sede penal y
utilizarla con un criterio restrictivo y minimalista, debido a que su intervención
en defensa de los intereses sociales, resulta la más violenta y gravosa para los
administrados, frente a otras que cumplen el mismo objetivo, pero de una
manera menos lesiva para los intereses, integridad y libertad de las personas.
La Sala Constitucional, interpretando el artículo de cita y refiriéndose al
principio de intervención mínima, indicó en su voto número 4850-96 que:
¨ I-El artículo 28 párrafo segundo de la Constitución Política garantiza la mínima
injerencia del Estado en la esfera de los derechos de los particulares, al establecer que
quedarán fuera de la acción de la ley las acciones privadas que no dañen la moral, el
orden público o que no perjudiquen a terceros. Se garantiza con ello, especialmente en lo
que a la legislación represiva se refiere, el principio de intervención mínima o de ultima
ratio que caracteriza modernamente el derecho penal, utilizándosele únicamente como
herramienta para tutelar los bienes jurídicos fundamentales dentro de la sociedad. Es un
principio de legitimación sustancial de la norma penal, en garantía de protección de los
derechos fundamentales de los individuos que, generalmente se ven disminuidos por el
poder represivo estatal.¨24
b) Carácter fragmentario
El Derecho Penal no protege todos los bienes jurídicos, que se hayan
determinado en el sistema social, sino solamente los que hayan sido
considerados esenciales e imprescindibles para la convivencia social. La sede
penal está llamada a salvaguardar los bienes jurídicos cuya tutela le haya sido
confiada, únicamente contra determinadas agresiones configuradas de manera
específica.
Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Resolución número 1739-92 San José, a
las once horas cuarenta y cinco minutos del primero de julio de mil novecientos noventa y dos.
24
24
De esta forma, en un Estado Democrático, no todos los ataques contra los
bienes jurídicos deben ser sancionables penalmente. Deben penarse solo las
acciones lesivas que por la gravedad, intolerancia y riesgo que representan
para la vida en sociedad, requieran de la respuesta punitiva del Estado, en
cumplimiento de su fin de garante de la convivencia.
El autor
GONZALEZ-SALAS CAMPOS
(2001) explica el
carácter
fragmentario del derecho diciendo que ¨En un sistema penal dentro de un Estado
democrático de derecho, el carácter fragmentario significa que la ciencia sólo debe
sancionar algunas modalidades de conductas que lesionen o pongan en peligro bienes
jurídicos. En ese sentido, deben sancionarse penalmente sólo ciertas modalidades de
ataques o algunos comportamientos específicos. ¿Cuáles? Únicamente los más
peligrosos y repudiados por la sociedad, de acuerdo con una significación ética que la
comunidad tiene respecto de esos comportamientos. ¨(p.97)
Esta definición es compartida por el autor JAVIER LLOBET, quien sobre el
carácter fragmentario del bien jurídico explica: ¨Importante es que el concepto de
bien jurídico trasciende a la materia penal, puesto que se protegen bienes jurídicos
también a través de otras ramas del ordenamiento, resultando que el Derecho Penal sólo
protege algunos de los bienes jurídicos y únicamente frente a determinadas formas de
puesta en peligro o lesión a los mismos, atendiendo para esto último al desvalor ético
social de la conducta. Esta protección solo parcial de los bienes objeto de tutela por el
ordenamiento es lo que se conoce como el carácter fragmentario del Derecho Penal.¨
Con fundamento en este principio, el Derecho Penal no intervendrá con su
poder sancionatorio en todos los casos en los que se verifique una lesión a un
bien jurídico; sino, como se dijo, solamente en los casos en los que, conforme
con una valoración previa, se determine que constituyen un ataque intolerable
para la vida en sociedad y que por tal motivo, esta acción debe ser sancionada.
La aplicación de este carácter del sistema penal, implica un proceso
valorativo y selectivo de las acciones humanas lesivas de bienes jurídicos, en
orden de establecer cuáles van ser objeto de una sanción penal y cuáles no.
Sin embargo, este criterio de determinación de las acciones delictivas que
significaron un intolerable ataque a un determinado bien jurídico y que por lo
25
tanto van a ser objeto de persecución penal y cuáles no; no puede estar basado
en un criterio antojadizo o arbitrario de parte del legislador o del operador del
derecho.
Por el contrario, la decisión estatal de perseguir o no, determinadas acciones
delictivas, debe estar sujeta a un proceso axiológico predeterminado, a partir de
la lesión verificada en determinado bien jurídico, con el fin de establecer si es
necesaria la intervención del derecho penal.
El Principio de Oportunidad
25
se presenta como un instrumento para
aplicar el carácter fragmentario del derecho penal. Evita el riesgo de que sea
utilizado de forma arbitraria, en perjuicio de los titulares de los bienes jurídicos
afectados o en riesgo.
Este principio, el autor VICENTE GIMENO SENDRA lo define como la
¨…facultad, que al titular de la acción penal asiste, para disponer, bajo determinadas
condiciones, de su ejercicio con independencia de que se haya acreditado la existencia de
un hecho punible contra un autor determinado. (p.96)26
Una de las condiciones por las que se justifica la aplicación del principio
de Oportunidad y, por ende, que procede prescindir de la acción penal, es
cuando la acción a considerar, lesione al bien jurídico de forma insignificante27.
De esta manera, utilizando el Principio de oportunidad, se puede dejar de
Como contrapeso a esto, y tratando de buscar la solución más apropiada al fenómeno del
deterioro y abarrotamiento de la administración de justicia, en razón del aumento de la
criminalidad de poca monta y la insuficiencia de recursos para combatirla, en Costa Rica a
partir de la legislación procesal penal de 1998, se estableció en la ley adjetiva el Principio de
Oportunidad (artículo 22), el cual establece que el ente acusador del Estado deberá ejercer la
acción penal pública en todos los casos en que sea procedente; no obstante, previa autorización
del superior jerárquico, el representante del Ministerio Público podrá solicitar que se prescinda,
total o parcialmente, de la persecución penal, que se limite a alguna o varias infracciones o a
alguna de las personas que participaron en el hecho, cuando se trate de un hecho insignificante,
de mínima culpabilidad del autor o del partícipe o exigua contribución de este, salvo que afecte
el interés público o lo haya cometido un funcionario en el ejercicio del cargo o con ocasión de él.
Si el tribunal admite la solicitud, se produce la extinción de la acción penal con respecto al autor
o partícipe en cuyo beneficio se dispuso y estos efectos se extenderá a todos los que reúnan las
mismas condiciones. En este sentido, el principio de oportunidad es un principio procesal para
la eficiencia de la persecución penal y de recorte de gastos económicos y personales, de
eficiencia porque enerva la persecución contra los delitos de menor gravedad o lesividad y con
ello descongestiona el colapso propiciado por el principio de legalidad, el de obligatoriedad de
la persecución y a su vez, permite perseguir delitos de mayor lesividad.
26 En Gatgens Gómez, E y Rodríguez Campos, A. (2000). El principio de oportunidad Conveniencia
Procesal de la Persecución Penal. San José, Juritexto, p. 96.
27 Artículo 22 inciso a) del Código Procesal Penal de Costa Rica.
25
26
aplicar el sistema penal cuando se trate de conductas que, aunque lesivas a un
bien jurídico determinado, no resultan un ataque en su contra de tal magnitud
que ponga en riesgo la convivencia social. Se verifica así la esencia fragmentaria
del derecho penal.28
Con base en lo anterior, se puede afirmar que la no aplicación del
carácter fragmentario del derecho, implicaría que el Estado abandone su
condición de régimen democrático, que se debe y está en función de sus
administrados, que debe intervenir penalmente solo de forma mínima y en
última instancia; y se convierta en un sistema policiaco, donde los ciudadanos
vivirían en constante amenaza penal, ante la eventualidad de ser sancionados
por insignificantes lesiones a los bienes jurídicos, todo lo cual provocaría la
negación de las garantías mínimas inherentes a la condición humana, aunado a
una sensación generalizada de inseguridad jurídica. (p.184)29
c) Carácter de ultima ratio
Por medio de este principio, se entiende que la vía penal siempre debe ser el
último recurso que el derecho tiene para proteger el orden jurídico. Antes de
aplicar una sanción penal, deben agotarse otros medios jurídicos, cuando así sea
razonable, para salvaguardar los bienes necesarios para la convivencia social.
Solamente cuando éstos fallen o sean insuficientes, podrá acudirse al Derecho
Penal, pero como una última instancia o recurso.
Sobre este tema, ha indicado Chang Pizarro L. (2000). Criterios de oportunidad en el Código
Procesal Penal. San José. Editorial Jurídica Continental. que: ¨Para determinar la insignificancia del
hecho es necesario analizar, en cada caso en concreto, tanto su contenido a la luz de la parte general del
Código Penal como la necesidad de continuar o prescindir de la persecución penal, considerando las
justificantes fundadas en la proporcionalidad que debe surgir entre el carácter del hecho imputado y la
utilidad de la promoción de un proceso. Asimismo, como ya fue dicho, será imprescindible precisar el
concepto en cuestión, recurriendo a los instrumentos de interpretación que ofrece la Teoría del Delito. El
intérprete o analista podrá examinar dentro de la categoría jurídica de la tipicidad, la nimiedad o
insignificancia del desvalor de la acción y el resultado, pero también podrá considerar desde el nivel de
reprochabilidad jurídico-penal, la proporcionalidad de la pena a imponer en relación con la lesión o puesta
en peligro del bien jurídico tutelado por la norma, lo que guarda correspondencia con las circunstancias
que deben estimarse en relación con el reproche, como por ejemplo las causales o condiciones que permiten
excluir o prescindir del mismo, los motivos para la fijación o determinación del quamtum de esta y la
ineludible conexión con el principio de lesividad ¨ (p.74-75).
29Llobet Rodríguez, J (2005). Cesare Beccaria y el Derecho Penal de Hoy. San José, Editorial Jurídica
Continental, p.184.
28
27
La fundamentación de considerar al derecho penal como la ultima ratio legis,
se encuentra en que a causa de la severidad de los medios a los que recurre
(pena o medida de seguridad), se afecta uno de los valores más preciados por el
individuo: su libertad.
También, el Derecho Penal implica violencia en su ejercicio y, por lo tanto,
su puesta en práctica resulta altamente lesiva y estigmatizante para las personas
que son sometidas a estos procesos, no solamente en lo que a su libertad se
refiere, sino también en otros ámbitos de su vida igualmente importantes, como
su intimidad e integridad personal.
Según el autor JUAN MARCOS RIVERO (1998) 30 la condición de ultima ratio
del Derecho Penal, señala que este solo debe intervenir en los casos en que se
lesionen o se pongan en peligro gravemente bienes indispensables para la
convivencia en sociedad y las restantes ramas del ordenamiento jurídico
resulten insuficientes para asegurar la tutela de los intereses en juego.
De todo lo anterior se desprende que la aplicación de este principio
establece una verdadera exigencia ética dirigida al legislador, que debe evitar la
tentación de echar mano del derecho penal, cada vez que pretende darle
solución a una problemática social.
Este compromiso ético no siempre es respetado por el legislador y por el
Estado en general. Muchas veces, se abusa del Derecho Penal y se utiliza con
fines políticos, cediendo ante presuntas presiones sociales.
Estas equivocadas decisiones políticas causan, entre otros efectos,
hipertrofia de las instituciones y operadores del sistema penal y una constante y
progresiva reducción de la esfera de libertad de las personas y más vigilancia
hacia ellas.
JAVIER LLOBET agrega que conforme al entendimiento actual, este
principio también tiene funciones prácticas, en lo que política criminal se
refiere. Indica el autor que ¨el primer aspecto del principio de ultima ratio o de
intervención mínima está dirigido a evitar la criminalización de nuevas conductas y
lleva a su vez a la descrimialización de conductas sancionados”(170); lo cual confirma
30Rivero
Sánchez,
JM y otros. (1998). Nuevo Proceso Penal y Constitución. San José,
Investigaciones Jurídicas. S.A., p. 90.
28
el compromiso ético que este principio significa para el legislador y los efectos
que debería tener una correcta aplicación de este carácter del derecho penal.
En virtud de la aplicación de este principio, debe procurarse evitar las
conductas que ponen en peligro o lesionan bienes jurídicos, por medio de ramas
del Derecho distintas a la penal, por ejemplo, la civil o la administrativa. De
manera que se acuda a la sede penal, sólo cuando las otras vías fallen o sean
insuficientes.
Esta tesis es compartida por el autor LUIGUI FERRAJOLI (1992) quien
expone que ¨Si el Derecho Penal es el remedio extremo, deben reducirse a ilícitos
civiles todos los actos que de alguna manera admiten reparación, y a ilícitos
administrativos todas las actividades que violan reglas de organización de los aparatos o
normas de correcta administración, o que produzcan daños o bienes no primarios, o que
sean sólo abstractamente presumidas como peligrosas, evitando, obviamente, el conocido
¨engaño de las etiquetas¨ consistentes en llamar ¨administrativas¨ sanciones que son
sustancialmente penales porque restringuen la libertad personal. Solo una reducción
semejante de la esfera de la relevancia penal al mínimo necesario puede reestablecer la
legitimidd y la credibilidad al Derecho Penal.¨31
d) Carácter subsidiario
La naturaleza subsidiaria del derecho penal significa que cuando basten
otros
medios
administrativas),
jurídicos
(como
para
garantizar
la
aplicación
el
respeto
de
de
sanciones
los
bienes
civiles
o
jurídicos
indispensables para la vida en sociedad o para sancionar su lesión, el sistema
penal debe retraerse hasta un plano secundario o subsidiario y abstenerse de
intervenir como primer recurso del derecho ante un conflicto o una
problemática por solucionar.
El autor RAÚL GONZÁLEZ-SALAS CAMPOS (2001) señala que el
reconocimiento del carácter subsidiario del derecho penal, comporta
inequívocamente la ineludible apreciación de la mayor gravedad material, que
Ferrajoli L. (1992). Derecho penal mínimo y bienes jurídicos fundamentales. Revista de la
Asociación de Ciencias Penales. (Año 4. Número 5, Mes Marzo a Junio.)
31
29
no puramente formal, del derecho penal respecto del derecho sancionador en
general. (p.101)
De ahí que el legislador deba abstenerse de incriminar conductas de escasa
relevancia ético social o política penal, por meras razones de oportunidad;
cuando tiene la posibilidad de darle solución por medio de otras sedes del
derecho que son menos lesivas y que no implican tanta violencia en su
ejecución.
La subsidiariedad del derecho penal también exige del Estado una
propuesta de reintegración de las personas a la sociedad, distinta de su
sometimiento al sistema criminal. En estos casos, la supuesta función
rehabilitadora de la pena, no puede tomarse como justificación para remitir a la
vía penal a las personas que han sido socialmente excluidas.
Sobre este mismo tema, los autores MUÑOZ CONDE y GARCÍA ARÁN
(2002) exponen que el carácter subsidiario del derecho penal consiste en que su
intervención debe darse solamente cuando ¨…fracasan las demás barreras
protectoras del bien jurídico que deparan otras ramas del Derecho¨ (p.73). Según esta
exposición, respecto de otras ramas del ordenamiento jurídico, la vía penal
tendría un carácter puramente sancionatorio y, por tanto, subsidiario.
Así, continúan estos autores indicando que ¨…el derecho penal sería
simplemente el instrumento sancionatorio de supuestos de hecho cuya regulación
correspondería a las demás ramas del Derecho, al derecho civil, al mercantil, al
administrativo, etc. ¨
Lo anterior no significa, de ninguna forma, que el derecho penal esté sujeto a
una relación de subordinación o subsidiariedad respecto de las demás ramas
del Derecho. Al contrario, al ser parte integrante del ordenamiento jurídico, su
relación, respecto de las otras vías del derecho, es de interdependencia.
La subsidiariedad del derecho penal, debe entenderse en el sentido de que
no solo la vía penal tiene control sancionatorio en el ordenamiento jurídico.
Otras vías como la de tránsito, la administrativa y la disciplinaria, cuentan con
penas propias de su naturaleza, con las que se valida y reafirman sus normas
ante su vulneración o puesta en peligro.
30
En estos casos, la sanción penal puede pasar a un segundo plano, en virtud
de que la conducta por castigar, puede ser penalizada por una vía menos
violenta y gravosa; con lo cual se logra cumplir con los fines que le han sido
encomendados al derecho en general, sin causar tanto perjuicio a las personas a
las que está dirigida la sanción.
2. El Bien Jurídico
La teoría del bien jurídico y su real significación e importancia como
herramienta de construcción de política criminal, solo se podrá comprender si
se revisa, aunque sea de forma somera, la evolución histórica que ha tenido el
concepto y contenido de este instituto, en las principales propuestas dogmáticas
que han ayudado a construirlo.
Distintas vertientes teórico doctrinarias han tratado de delimitar
conceptualmente, fijar el contenido o sustrato material del bien jurídico y de
establecer cuál es el papel que está llamado a desempeñar en el derecho penal.
Cada una de ellas ha puesto de relieve diferentes posiciones de lo que debe
entenderse como bien jurídico, lo cual ha influido directamente en la utilidad
dogmática y práctica de esta teoría y en su evolución.
a) Evolución histórica de la Teoría del Bien Jurídico
Como lo expone el autor GONZALEZ- SALAS CAMPOS (2001), dos son
las posturas predominantes en esta discusión, a partir de las cuales inician y
reconducen las demás propuestas teóricas, al punto que este autor afirma que
¨Parece que la doctrina del derecho penal estuviera atrapada entre estas dos posturas¨
(p.14).
Estas teorías son las expuestas por Karl Binding y la Franz Von Liszt. La
posición del primero indica que bien jurídico es todo interés que aparezca ante
los ojos del legislador y éste quiera proteger mediante la ley. Por su parte, Von
Liszt afirma que, independientemente de lo que el legislador reconozca, será
bien jurídico aquel interés que, como condición esencial para la vida en
sociedad, la comunidad quiera que se eleve a la condición de bien jurídico.
31
A pesar del importante marco conceptual que ofrecen estas tesis
dominantes, debe advertirse, que la teoría del bien jurídico dista de ser un tema
pacífico o unánimemente aceptado. Las divergencias en las múltiples
propuestas doctrinarias, en cuanto a lo que debe entenderse como bien jurídico,
se mantienen. Idéntica situación ocurre en lo referente a su contenido o sustrato
material; la discusión sobre si se trata de derechos, valores, estados o bienes,
tampoco se ha agotado.
Algo distinto ocurre en lo relativo a las funciones que está llamada a
desempeñar esta teoría. En relación con este punto no hay mayor discusión en
aceptar que el bien jurídico cumple, en primer término, una función político
criminal, que tiende a limitar el ejercicio del ius puniendi estatal.32
De lo anterior, y de la exposición de las principales teorías que han
influido en el desarrollo de la Teoría del Bien Jurídico, puede colegirse que la
evolución de este instituto es un proceso inconcluso y que lejos de haberse
agotado las discusiones sobre su concepto, contenido y uso, éstas se han
mantenido hasta la actualidad (con las propuestas hechas por autores como
Welzel, Hassemer, Roxin y Jakobs), se enfrentan a los constantes cambios sociojurídicos que sufren las sociedades, en los cuales el derecho penal tiene un
papel preponderante.
a.1) Teoría de los derechos subjetivos de Feuerbach
A Feuerbach le corresponde el título de precusor de la Teoría del bien
jurídico, a partir de su exposición en 1801. Se le atribuye ser tributario de la
filosofía de la Ilustración y basar su propuesta en la teoría del contrato social.
Como lo expone GONZALO FERNÁNDEZ (2004), el pensamiento de
Feuerbach está hondamente influido por la Declaración de los Derechos de
Hombre y del Ciudadano de 1789. Su posición contractualista está marcada ¨por
Por ejemplo, ARROYO GUTIÉRREZ explica: ¨La construcción dogmática del concepto de bien
jurídico dentro del derecho penal liberal, tiene como fin la imposición de límites infranquebales al Estado
para cuando éste desarrolla su potestad represiva. El bien jurídico , dentro de este modelo, se constituye
entonces como un requisito despenalizador, como un criterio para la menor criminalización posible de
conductas, para el mantenimiento y la mayor extensión de la esfera de autonomía de las personas, cuya
contrapartida es la limitación del poder punitivo del Estado.¨ Arroyo Gutiérrez, JM. Op. Cit., p. 16.
32
32
la idea de que el Estado - a cambio de la cesión de soberanía- debe garantizar y proteger
la ¨libertad mutua de todos¨; de manera que resulta sintomática la formulación del delito
que, para Feuerbach, constituye una transgresión de límites en el terreno de los derechos
individuales¨ (12)33
Feuerbach individualiza al derecho subjetivo como objeto de protección
penal, de forma tal que el Estado solo podrá intervenir penalmente, cuando
exista un delito que lesione algún derecho de los ciudadanos.
Según su concepción, el delito constituye una acción lesiva a un derecho
subjetivo de otro, conminada por una ley penal. La acción delictiva se visualiza
como una conducta socialmente dañosa que ofende, antes que nada, al Estado
como garante de las condiciones de vida en común y determina que este la
penalice, aun cuando no se vea directamente afectado por ella. Al mismo
tiempo, el autor explica que los objetos de los delitos debían ser únicamente
derechos subjetivos, de manera tal que si no se lesionaba ningún derecho
subjetivo, no ocurría delito alguno.
Esta definición del delito por parte de Feuerbach, implica una
considerable y en ese momento, novedosa, limitación del ámbito de lo punible y
una concepción embrionaria de la teoría del bien jurídico, porque en su posición
¨la pena solo se justifica como reacción ante una conducta lesiva de los derechos de otro
o bien frente a una conducta que ponga en peligro al Estado como garante de las
condiciones de vida en común. El orden jurídico es expresión de racionalidad y
presupone la libertad individual, a la cual se le confiere un estatuto preciso, a través del
principio de legalidad penal¨ (p.13)34
La propuesta de Feuerbach crea una barrera contra la arbitrariedad en la
delimitación de la responsabilidad penal de la época y protege la esfera
específica de la libertad personal frente al poder estatal.
No obstante, GONZÁLEZ-SALAS CAMPOS (2001) señala como una
debilidad en la teoría de Feuerbach, el que existieran acciones que en sí no
lesionaban derecho subjetivo alguno, pero que eran igualmente sancionables,
como los delitos contra la honestidad. Siguiendo la exposición en estudio, éstos
33Fernández,
34
G. (2004). Bien Jurídico y Sistema del Delito. Buenos Aires, BdF, p.12.
Fuerbach citado por Fernández G, Op. cit. p.13.
33
no debían ser considerados como delitos, ni mucho menos implicar una sanción
penal. Sin embargo, el autor salvó esta situación y fundamentó su castigo,
considerándolos Infracciones de policía y señaló que era posible sancionarlas,
aunque no lesionaran derechos subjetivos, cuando ¨pusieran directamente en
peligro el orden y la seguridad, pues esta misión correspondía a la policía¨ (p.6)
Con su exposición, Feuerbach sentó las bases de la Teoría de la lesión del
derecho subjetivo, fundamento de la posterior Teoría del bien jurídico,
constituyéndose el autor, en pionero en el tema.
a.2) Teoría del bien jurídico de Birnbaum
La terminología ¨bien jurídico¨ fue acuñada por Birnbaum en 1834, a partir
de una oposición y crítica a la teoría de Feuerbach. Birbaum expuso el delito no
lesiona derechos subjetivos (como lo expuso el autor anterior), sino que lesiona
bienes. De esta manera, según esta nueva posición, el objeto del delito
corresponde a la lesión de un bien determinado y no a un derecho subjetivo.
La concepción del bien jurídico de Birnbaum ha sido calificada como
¨trascendente¨(p.15)35, ya que según su posición, los bienes no son creados por el
derecho, sino que preexisten a él. Los bienes, dice Birbaum, le han sido dados al
hombre por la sociedad o la naturaleza. De ahí, que pueda distinguirse entre
delitos sociales y naturales, según la fuente de la que provenga el bien
lesionado.
En su teoría, Birnbaum define al delito como ¨toda lesión o puesta en peligro
de bienes atribuíbles al querer humano¨ y dichos bienes ¨deben ser garantizados de
forma equivalente a todos por el poder estatal.¨(p.16) 36
A partir de este concepto, se deducen dos importantes conclusiones en la
evolución de la Teoría del bien jurídico. Primero, se distingue entre la lesión y la
puesta en peligro, lo cual delimita la diferencia entre la consumación y la
tentativa de un delito.
Este aporte significa un cambio sustancial en la teoría del delito.
35
36
Fernández G. Op.cit. p15.
Idem. p.16.
34
En segundo lugar, se desprende una relación directa de pertenencias
entre el bien y la persona que es su titular. Con la inclusión de este vínculo, se
concreta lo que en la teoría de Feuerbach de los derechos subjetivos, se
manejaba en un plano abstracto. Este cambio significó una especie de corrección
en los postulados de la tesis que hasta ese momento era predominante.
GONZALEZ-SALAS CAMPOS (2001) critica la teoría de Birnbaun,
indicando que en su obra no se encuentra ninguna definición de lo que
significaba el bien como objeto de la lesión, por lo cual este concepto debe ser
obtenido por deducción. En este sentido, indica que Birbaun solo refirió este
concepto como una persona o una cosa, definiéndola vagamente como ¨eso que
creemos que nos pertenece, o a algo que para nosotros es un bien¨(p.8).
En relación con esta falencia, ALFREDO CHIRINO (2004) señala que
¨resulta algo evidente que los bienes jurídicos no solo se refieren a personas o cosas, sino
que también se refieren a otros aspectos, como lo indica el mero listado de los bienes
jurídicos de cualquier código penal, los cuales incluso se refieren a ideas o conceptos de
dificil interpretación para el lego y para el aplicador del derecho como, por ejemplo, el
¨desarrollo de la psicosexualidad¨; pero también ideas tradicionales como la ¨dignidad¨;
el ¨honor¨; el ¨orden público¨, etc¨ (p.40) 37
Sobre este mismo punto, GONZALO FERNÁNDEZ, agrega que en la
teoría de Birnbaun, la definición del bien jurídico siempre necesitará de una
decisión política, que limita la función de contrapeso al ius puniendi del Estado
que se le venía atribuyendo a este instituto.
a.3) Positivismo jurídico de Binding
En su teoría del bien jurídico, Binding rechazó que este estuviera
formulado a partir de criterios de carácter sociológico, de modo que el bien
jurídico debía ser creación exclusiva del legislador.
Según esta posición, el legislador busca proteger ampliamente las
condiciones que puedan verse afectadas por determinados ataques, que son el
objeto que encuentra directamente como necesitadas de protección; por lo tanto
Chirino Sánchez, A. (Comps) (2004). Democracia, justicia y dignidad humana. San José, Editorial
Jurídica Continental, p.40.
37
35
son el objeto de protección de la norma. A estos objetos de protección, Binding
les llama bienes jurídicos.38
El autor deduce de su planteamiento, la definición de bien jurídico, al
decir que consiste en ¨todo lo que ante los ojos del legislador tiene significación para la
vida sana en común¨. Los bienes jurídicos quedaban delimitados en los objetos
del poder del derecho, que él identificaba como personas, cosas o situaciones.
Estas últimas debían ser condiciones eficaces ¨para la vida sana en común¨
Del legislador depende establecer cuáles personas, cosas y situaciones
deben reconocerse como condiciones de hecho de la vida sana en común. Una
vez aceptados como objetos de protección jurídica del delito, pueden tenerse
como bienes jurídicos. En su tesis, Binding le atribuye al legislador un gran
poder de normativización. Le confiere la tarea de determinar los bienes
jurídicos y sustrae esta labor del conocimiento sociológico.
Esta concepción, GONZALO FERNÁNDEZ(2004) la considera harto
permisiva para el Estado ya que ¨…el bien jurídico surge de un mero juicio de valor
del legislador, quien lo califica o categoriza como tal, sin otro límite que su propia
concepción valorativa¨(p.19)
También le critica el hecho de que el bien jurídico no se entiende como
un concepto natural, ni como un ente que vaya más allá del derecho o que tenga
origen prejurídico; sino que se traduce como una pura creación del legislador.39
a.4) Positivismo naturalista de Franz Von Liszt
La propuesta teórica de Von Liszt responde a una concepción naturalista
que se traduce en una necesidad de objetivización de la esencia del delito, el
cual, según su parecer, debe salir del plano espiritual y plasmarse en el mundo
material. Así, se determina al derecho penal a proteger cosas concretas, objetos
del mundo exterior, y ya no solo creaciones abstractas e indeterminadas como
los llamados ¨derechos subjetivos¨, propias de un mundo ajeno a la realidad en la
que se desenvuelve el grupo social.
Von Liszt definió los bienes jurídicos como:
38
39
Binding citado por González-Salas Campos R. Op.cit., p.17.
Idem.
36
¨...intereses protegidos por el derecho; bien jurídico es el interés jurídicamente
protegido; todos los bienes jurídicos son intereses vitales del individuo o de la
comunidad. El orden jurídico no crea el interés, lo crea la vida; pero la protección del
derecho eleva el interés vital a bien jurídico¨40
De este concepto se deduce que el concepto material del bien jurídico,
Von Liszt lo desprendió de la relación con la vida, de modo que pudo definir la
acción delictiva como ¨… aquella que arbitrariamente produce de manera causal o no
impide una alteración en el mundo exterior¨
A partir de esta perspectiva, el referido autor liga la concepción del bien
jurídico, con la idea del fin en el derecho penal. A este último se le atribuye la
función de proteger las condiciones de la vida humana en sociedad. En este
mismo orden de ideas, la propuesta de Von Liszt le atribuye a la pena una
función esencialmente de protección de bienes jurídicos, lo cual corrobora el
vínculo funcional entre el derecho penal y el bien jurídico.
Como explica el autor GONZALO FERNÁNDEZ (2004); la teoría
propuesta por Von Liszt parte de la premisa de que el bien jurídico no es un
concepto exclusivo del conocimiento jurídico; sino una creación de la vida, un
interés vital del individuo o de la comunidad, al cual la protección del derecho
le confiere, precisamente, la categoría de bien jurídico.(p.21)
Apartándose de la concepción expuesta por Binding, Von Liszt trae a un
plano material la cuestión del bien jurídico. Aclara que el bien jurídico no es
objeto del derecho exclusivamente, sino un bien de los hombres, constituye ¨un
reflejo de la realidad en el mundo jurídico¨ y da respuesta a la pregunta de cuáles
son los bienes que deben ser tutelados para garantizar la vida de las personas
en sociedad.
ALFREDO CHIRINO (2004) explica que para Von Liszt, la teoría del bien
jurídico tenía una función de límite para el legislador. Sin embargo, agrega que
al fundarse este límite en un concepto que dependía de la voluntad del Estado,
en cuanto a que es éste, por medio de una manifestación de voluntad, quien
40
Von Liszt citado por González-Salas Campos R. Op.cit. p.23
37
decide qué ha de protegerse, le da una herramienta muy poderosa al Estado
para la construcción de una ideología del control penal. (p.43)41
En este mismo sentido el autor señala, como gran acierto de la propuesta
de Von Liszt,
que este ¨problematizó¨ la tendencia del legislador en la
construcción de los bienes jurídicos. Pero lamenta, que este autor no se ocupara
de explicar y comprender el porqué una determinada sociedad castiga cierto
delito y no se explican los parámetros de consideración para que se considere
otorgarle tutela penal a determinados bienes jurídicos. (p.44)
b) El concepto del bien jurídico en la actualidad
Al término de la Segunda Guerra Mundial, se abrieron nuevas
perspectivas para determinar el concepto de bien jurídico, sobre todo en lo
relativo a la búsqueda de criterios que permitieran excluir la tutela penal de
comportamientos meramente inmorales o con escasa trascendencia social. En
este marco, la doctrina penal europea llevó el concepto del bien jurídico al
campo social. Por ejemplo, Von Liszt señaló que el derecho penal solo debe
pretender garantizar la convivencia de la vida en comunidad.
Uno de los principales expositores actuales sobre la teoría del bien
jurídico, que se enmarca en esta tendencia es el autor Claus Roxin. Su propuesta
en torno a esta teoría es que, en cada sociedad, los presupuestos
imprescindibles para una existencia en común, se concretan en una serie de
condiciones y valores valiosos para ese fin, que son los llamados bienes
jurídicos. El derecho penal tiene que asegurar esos bienes penando su lesión en
determinadas condiciones, para asegurar y perpetuar la vida social en
convivencia.
Junto con esta obligación, asegura Roxin, aparece la necesidad por parte
del Estado, de asegurar el cumplimiento de las prestaciones públicas de las que
depende el individuo en el marco de la asistencia social que deben prestar los
entes y órganos que constituyen el aparato estatal.
Chirino Sánchez, A. Op.cit., p. 43. Agrega ¨Esta ideología serviría, adicionalmente como sustrato
justificador del aparato represivo, quien contaría desde ese momento con una legitimación formal que le
permitiría desarrollarse dentro del marco de ese tipo de Estado.¨
41
38
Esta doble función del derecho penal, permite el desarrollo de la
personalidad del individuo, asegura y delimita su convivencia con otros, lo
cual permite una existencia humana digna.
En este sentido, Roxin asegura que el legislador no está facultado para
castigar cuando no exista una acción que sea lesiva de bienes jurídicos
indispensables para asegurar la convivencia social. Por ejemplo, no podría
preverse una sanción solo por consideraciones de tipo moralista, porque su
lesión no afecta los ámbitos de libertad de ninguna persona, ni significa una
disminución sustancial en su capacidad de convivir en sociedad. En
consecuencia, la moral no podría tenerse, con esta concepción, como un bien
merecedor de la tutela jurídica.
Otro autor contemporáneo que ha dado un gran aporte a la teoría del
bien jurídico, es el alemán Gunter Jakobs.
Como explica CHIRINO(2004), JAKOBS plantea que la contribución del
Derecho penal al mantenimiento de la configuración estatal y social, consiste en
la garantía de las normas. La garantía consiste en que las expectativas de los
ciudadanos acerca del funcionamiento de la vida social, y de que ella se
realizará en la configuración dada y promovida por la ley, es indispensable y
que en el caso de un desengaño o desilusión, esta expectativa no puede ser
entregada.
Para JAKOBS, el bien jurídico no es más que ¨un estado de las cosas¨,
positivamente valorado, lo cual es un concepto suficientemente amplio como
para referirse no solo a objetos corporales y materiales, sino también a estados y
desarrollos. Así, un bien se convierte en bien jurídico, por medio de su tutela
jurídica. (p.48) 42
Sin embargo, este autor advierte que hay bienes jurídicos que no le
interesan al Derecho Penal. Por ejemplo, la muerte por senectud es la pérdida
de un bien, pero la puñalada del asesino es una lesión de un bien jurídico.
Por lo tanto, el Derecho Penal no sirve para la protección genérica de
bienes, sino para la protección de bienes contra ciertos ataques. El derecho no es
42
Idem, p. 48.
39
un muro de protección colocado alrededor de los bienes, sino que el derecho es
la estructura de la relación entre personas.
De manera que, el Derecho Penal como protección de bienes jurídicos
significa que una persona, encarnada en sus bienes, es protegida frente a los
ataques de otra persona, pero el titular del bien puede permitir su destrucción,
y si el bien está en peligro no significa que otros deban ayudar al titular a
salvarlo. Desde este punto de vista, el bien no ha de representarse como un
objeto físico, sino como norma, como expectativa garantizada. Junto con el
ordenamiento en función de la tenencia de bienes, que implica para los demás
el deber negativo de no lesionarlo y la sanción que significaría su lesión, existen
las instituciones positivas: que los padres han de ocuparse de sus hijos; que los
jueces deben pronunciar sentencias justas, y no injustas; que la policía debe
prevenir delitos y perseguir a los delincuentes; que una confianza especial,
como la que existe cuando se asume la administración de un patrimonio ajeno,
no sea defraudada; que el servicio estatal de emergencias esté en condiciones de
operar en caso de necesidad. Lo que se busca es la referencia a la infracción de
un papel. Así la causación de la pérdida de un bien per se no significa nada
respecto de la competencia por esa pérdida.
En este sentido, JAKOBS (2001) expone que “Quien no hace nada que
contradiga su rol legal, tampoco defrauda una expectativa, sino que se conduce de modo
socialmente adecuado, cuando adquiere relevancia causal respecto de la lesión de un
bien”(p.28 y 29).43
Para Jakobs, la motivación de la norma ya no tiene que ver con los bienes
jurídicos, sino solo con su propia validez y, por tanto, tampoco con valores
éticos sociales, sino simplemente con lo que dice el sistema, una pura cuestión
procesal formal. Esto es, con la existencia de deberes impuestos por el poder
penal. Las normas motivan a integrar a las personas en el deber, si no lo hacen
van a ser infieles al deber, en cuanto ellas son parte del sistema, la medida
político criminal estará simplemente en la motivación al deber de integración al
sistema.
43Jakobs,G
(2001) ¿Qué protege el Derecho Penal: bienes jurídicos o la vigencia de la norma?
Argentina, Ediciones Jurídicas Cuyo, p. 28 y 29.
40
c) La Constitución Política: Derechos Fundamentales y Bienes Jurídicos
En 1764 Cesare Beccaria escribió: “Ningún hombre ha hecho el don gratuito
de ceder parte de la propia libertad en aras del bien público, las leyes son las condiciones
bajo las cuales hombres independientes y aislados se unieron en sociedad, hastiados de
vivir en un continuo estado de guerra y de gozar una libertad que resultaba inútil por la
incertidumbre de conservarla, fue pues la necesidad lo que constriñó a los hombres a
ceder la propia libertad, nadie quiere poner de ella en el fondo público más que la
mínima porción posible, la exclusivamente suficiente para inducir a los demás a que lo
defiendan a él. La suma de esas mínimas porciones posibles constituye el derecho a
castigar; todo lo demás es abuso, no justicia; es hecho, no derecho. Las penas que
sobrepasan la necesidad de conservar el depósito de la salud pública, son por su
naturaleza injustas; y tanto más justas son las penas, cuanto más sagrada e inviolable
sea la seguridad y mayor la libertad que el soberano conserve a sus súbditos”. 44
Se escribió así, el ideal de justicia que pretende cada Estado.
Por un lado, es cierto que los ciudadanos no queremos ser reos del
sistema, temerosos de realizar conductas que podrían contravenir el
ordenamiento jurídico. Por otro, el margen de libertad que conservemos resulta
fundamental para nuestra dignidad, significa que seguimos siendo seres
humanos con derechos, los suficientes, para lograr las aspiraciones propuestas.
Significa que el Estado respeta y reconoce nuestra condición de ciudadanos.
Pero también significa que los ciudadanos confían en que las conductas que
lesionen significativamente sus derechos fundamentales serán sancionadas, es
una relación basada en la confianza del pueblo en el sistema de estado que
escogieron, es la confianza que permite que los pueblos se desarrollen
pacíficamente en sociedad, pues saben que cuando se sientan ofendidos el
Estado velará por reparar la trasgresión de sus derechos.
Asimismo es la confianza en que el poder punitivo del Estado no es
arbitrario ni ilimitado, sino que actúa solo para proteger los derechos
fundamentales, al constatar el requerimiento de seguridad de los ciudadanos en
ámbitos donde no es posible la libertad o la acción de otras formas de
44
Beccaria, C. (2000). De los delitos y las penas. (3ª edición), Bogota, Ed. Temis.
41
organización, donde ya no es posible la educación o la prevención, es donde el
Estado impone su poder y su derecho a castigar y resuelve el conflicto surgido
como consecuencia del hecho, procurando restaurar la armonía social.
La Constitución Política, recoge el contenido básico de ese acuerdo social,
los procedimientos formales de ejercicio del poder: la estructura política del
correspondiente Estado y los objetivos que deben perseguirse con ella, lo cual
implica
que
se
plasmen
principios
o
valores
superiores,
derechos
fundamentales, libertades públicas o garantías individuales, que deben inspirar
en todo momento la actuación de los poderes públicos.
De este modo, logran introducirse dentro del sistema político-jurídico
unas pautas valorativas, cuyo rango normativo les otorga una capacidad
limitadora o promotora de actuaciones de los poderes públicos, de tal
naturaleza, que les convierte en referencias imprescindibles de toda crítica a la
vigente realidad social y de todo afán de modificación social.
Para González- Salas Campos (2001, p.38), entre otras funciones, la
Constitución Política, establece los instrumentos fundamentales del ejercicio del
poder político y los límites que los poderes políticos deben respetar en el
ejercicio de sus funciones. También, se establecen determinados principios
considerados fundamentales que sirven como límite a la intervención punitiva
del Estado, pues resulta claro que la constitución no deben regular los
comportamientos
de
los
ciudadanos
permitiéndolos
o
prohibiéndolos
expresamente, sino sólo establecer los límites que debe tener el Estado en
relación con las actuaciones de los particulares.
Ahora bien, el legislador debe, en la realidad, ir más allá de la simple
aplicación del silogismo aprendido y alejarse del populismo partidario. Debe
realizar un análisis intelectual que le permitirá distinguir ante cada norma que
desee promulgar, si es posible que el derecho fundamental que desea reconocer
(o que ya está reconocido en la Carta Magna) debe diferenciarse de un bien
jurídico penalmente protegido. Este es el centro de nuestra investigación.
Para González- Salas Campos (2001, p.36) una herramienta esencial para
diferenciar entre derecho fundamental y bien jurídico, es analizar la función
42
que cada uno de ellos tiene en su relación ciudadano- Estado, pues tanto los
derechos como los valores llegan a posibilitar exigencias del ciudadano frente
al Estado por su carácter masivo y universal. Sin embargo, los bienes jurídicos
protegidos penalmente, implican sólo una realidad social de los sujetos entre sí
y el Estado. Por ejemplo, se afirma, que el derecho fundamental vida
establecido en la Constitución es diferente al bien jurídico vida, pues el primero
reconoce una exigencia del ciudadano frente al Estado, mientras que el
segundo, plasma una realización. En otras palabras, el bien jurídico contiene un
mandato a los poderes públicos y un derecho subjetivo del particular para
exigir su respeto donde se hubiere violado una relación jurídica concreta. Por
ejemplo, cuando se produce el delito de lesiones culposas.
Debe partirse del concepto de que la criminalidad es el resultado de un
proceso de selección social, pues como ha dicho GUNTER STRATENWERTH 45,
al poder definitorio de la sociedad (mediante el legislador) le corresponde
decidir dentro de límites relativamente amplios qué comportamientos están
permitidos y cuáles prohibidos y punibles.
Toda Constitución de un Estado de derecho contiene prerrogativas
fundamentales, cuyo respeto y promoción competen al legislador, pero
también, existen otros derechos constitucionales que dan pleno contenido a
bienes jurídicos penales, de ahí que se afirme que no todos los derechos
fundamentales ni todos los derechos reconocidos por la constitución los
salvaguarda el derecho penal.
Cuando se ha cometido un delito, significa que ciertos comportamientos
han vulnerado las leyes penales. Se exige una ponderación entre los intereses o
valores protegidos penalmente y los derechos fundamentales establecidos por
la Constitución. La función del juzgador es dilucidar entre si esa violación
realmente vulneró los valores protegidos por el derecho penal y de ser así, su
deber es preservar el resto de los derechos fundamentales de los particulares, en
contra de la intervención punitiva del Estado. De esta manera, los derechos
45
Stratenwerth G, citado en González –Salas Campos R, Op. Cit., p.37.
43
fundamentales se convierten en límite del ius puniendi
en su ejercicio
sancionador frente al ciudadano.
En este sentido, el primer objetivo de la cultura penal-democrática de la
segunda postguerra fue por un lado, restaurar la referencia semántica del
concepto de "bien" a situaciones objetivas y a intereses de hecho,
independientes de las (o preexistentes a las) normas jurídicas; por el otro,
restituir a dicho concepto relevancia crítica y función axiológica, aunque solo
sea como límite interno referido a valores o bienes constitucionales.
Esta identificación del horizonte axiológico de los bienes jurídicos con la
constitución considera FERRAJOLI (1992) es un residuo de legalismo ético,
aunque se dé en la versión progresista del constitucionalismo ético. Si se
comparte en todos sus sentidos el principio de separación entre Derecho y
moral, la determinación de los bienes jurídicos merecedores de tutela penal, no
puede depender, ni ser condicionada, de lo que dicen las normas positivas,
aunque sean de rango constitucional, sino que debe elaborarse autónomamente,
prescindiendo del ordenamiento establecido.
Sin embargo, es claro que aquí, entran en juego l
as diversas concepciones y opciones políticas sobre las funciones del Estado, en
el tema del control punitivo y en general, sobre las relaciones entre Estado y
ciudadano y entre poder y libertad.
Es claro que en cualquiera de estos dos ángulos se han producido
resultados no muy distintos. Gran parte de la cultura penalista del último siglo,
elaborando sobre bases jurídico-formales, doctrinas políticas o sustanciales del
bien jurídico, llega a concebir el Estado como bien supremo y su interés o su
voluntad como valores a priori, transmutando de este modo la legitimación
externa con la interna y pasando del positivismo jurídico al estatalismo ético.
En Costa Rica, por ejemplo, hace pocos meses el Ministerio Público
consideró posible, no solo la detención de personas en la provincia de Limón,
por los bloqueos en carreteras para lograr el reconocimiento de ciertos intereses,
es decir, la detención por las llamadas huelgas ilegales, (aspecto eminentemente
político) sino que incluso se consideró factible solicitar a la autoridad
44
jurisdiccional correspondiente, la prisión preventiva por tales hechos, con el
argumento de que se obstruía la vía pública.46
Poco después, esta figura delictiva fue eliminada de la normativa penal.
En el expediente legislativo en el que se promovió su derogatoria como delito,
se argumentó que se trataba de una medida represiva, excesiva y
desproporcionada, incongruente con un Estado de Derecho democrático como
el costarricense.
Es claro, entonces, que una concepción laica y democrática del Estado y
del Derecho Penal debe justificar solamente prohibiciones dirigidas a impedir
ofensas a los derechos fundamentales de la persona, considerados a su vez,
bienes jurídicos protegidos, entendiendo por ofensa no solo el daño sufrido,
sino también el peligro en el que hayan estado.
Sin embargo, a pesar de estos riesgos, es nuestra posición47 que, con un
poco más de madurez jurídica, nuestro país sorteará estos peligrosos actos de
intromisión del ejecutivo en el judicial y se comprenderá que si nos regimos en
un estado de gobierno democrático de derecho como el nuestro, la
determinación del contenido de los bienes jurídicos penalmente protegidos
debe darse desde el marco constitucional y con base en este marco
constitucional, debe encaminarse la política criminal y las interpretaciones de
lege data del contenido de la protección jurídica de los delitos.
Como parte de los motivos que expuso el legislador para justificar la
derogatoria de este artículo, se estimó que la penalización con cárcel para
ciudadanos como agricultores, trabajadores, estudiantes, padres de familia,
comunidades enteras, entre muchos otros, que participen en protestas sociales
que incluyan bloqueos de vías, implicaba estigmatizar como delincuentes, e
insertar en el sistema penal, a personas que de ninguna manera pueden ser
Obstrucción de la vía pública Artículo 256 Bis.—Se impondrá pena de diez a treinta días de
prisión a quien, sin autorización de las autoridades competentes, impidiere, obstruyere o
dificultare, en alguna forma, el tránsito vehicular o el movimiento de transeúntes. (Así
adicionado al Código Penal de Costa Rica por el inciso f) del artículo 3° de la Ley N°. 8250 del 2
de mayo del 2002).
47En igual sentido Rudolphi citado en González –Salas Campos (Raúl) La Teoría del Bien
Jurídico en el Derecho Penal, Editorial Oxford University Press, 2001, pag.43.
46
45
calificadas como tales. Con esta normativa se pretendía desmovilizar las luchas
sociales, encarcelando y atemorizando a la población, con ser incluida en un
registro de delincuentes y verse afectada en sus oportunidades de trabajo y de
estudio.
Otro de los argumentos legislativos en la derogatoria de este delito, es
que se desconocía que las personas han tenido que recurrir, en muchos casos, al
bloqueo de vías como medida de presión ante la falta de espacios reales de
participación en la toma de decisiones y la actitud de una clase gobernante que
se ha negado, reiteradamente, a escuchar y atender el clamor popular.
Por otra parte, en la actualidad, tampoco mantiene validez el argumento
de que la imposición de una pena de multa genera una situación de impunidad,
para quienes obstruyan las vías públicas, y que por eso, es necesario recurrir a
la pena de prisión. A partir de la reforma efectuada del artículo 56 del Código
Penal por la misma Ley N.º 8250, se estableció un mecanismo eficaz para exigir
el cumplimiento de la pena de multa, sin violentar el artículo 38 de nuestra
Constitución Política, mediante su sustitución por la prestación de servicios de
utilidad pública en caso de incapacidad de pago del infractor. De esta forma, se
salva el impedimento que existía para aplicar eficazmente la pena de multa en
tales casos.
Finalmente, se expuso que no es encarcelando y tratando como
delincuentes a los ciudadanos como va a lograrse fortalecer nuestro sistema
democrático. Reprimir y perseguir a quienes exigen ser escuchados por el
Gobierno, incrementará la violencia social y el descontento de la población.
Solamente generando mecanismos participativos y transparentes de gobierno y
de rendición de cuentas, que consideren el sentir de la ciudadanía para la toma
de las decisiones trascendentales sobre el futuro del país, es como se logrará
reducir este tipo de protestas.
Por todo lo anterior, se decretó la derogatoria del artículo 256 bis y
adición de un artículo 390 bis al Código Penal, según Ley Nº 4573, de 4 de mayo
de 1970, y sus reformas con lo cual se dictaminó que el artículo 390 bis se leerá
de la siguiente manera: “Obstrucción de la vía pública. Quién, sin autorización
46
de las autoridades competentes e independientemente del motivo, impida,
obstruya o dificulte el tránsito vehicular o el movimiento de transeúntes por las
vías públicas, será sancionado con pena de tres a treinta días multa.”48
d) Principios Constitucionales que limitan el concepto de bien jurídico
En un Estado Democrático, la labor de los operadores del derecho al
impartir justicia, exige que se respeten, por ser derechos esenciales, los cánones
sobre la dignidad del hombre y el humanitarismo. De allí que el concepto del
debido proceso debe retomarse en este trabajo, pues es el medio, que en
palabras del ilustre Dr. Rodolfo E. Piza Escalante, envuelve comprensivamente
el desarrollo progresivo de prácticamente todos los derechos fundamentales de
carácter procesal o instrumental, como conjuntos de garantías de los derechos
de goce -cuyo disfrute satisface inmediatamente las necesidades o intereses del
ser humano-, es decir, de los medios tendentes a asegurar su vigencia y eficacia.
De allí que las leyes y, en general, las normas y los actos de autoridad
requieran para su validez, no sólo haber sido promulgados por órganos
competentes y procedimientos debidos, sino también pasar la revisión de fondo
por su concordancia con las normas, principios y valores supremos de la
Constitución (formal y material): como el orden, paz, seguridad, justicia y
libertad, que se configuran como patrones de razonabilidad.
Una norma o acto público o privado sólo es válido cuando, además de su
conformidad formal con la Constitución, esté razonablemente fundado y
justificado conforme a la ideología constitucional. De esta manera, se procura,
no solo que la ley no sea irracional, arbitraria o caprichosa, sino además, que los
medios seleccionados tengan una relación real y sustancial con su objeto.
Se distingue, entonces, entre razonabilidad técnica, que es, como se dijo,
la proporcionalidad entre medios y fines, razonabilidad jurídica, o la
adecuación a la Constitución en general, y en especial, a los derechos y
libertades reconocidos o supuestos por ella, y finalmente, razonabilidad de los
Asamblea Legislativa de la República de Costa Rica, Proyecto de ley, derogatoria del
artículo 256 bis y adición de un artículo 390 bis al Código Penal, ley Nº 4573, del 4 de mayo de
1970 y sus reformas.
48
47
efectos sobre los derechos personales, en el sentido de no imponer a esos
derechos otras limitaciones o cargas que las razonablemente derivadas de la
naturaleza y régimen de los derechos mismos, ni mayores que las
indispensables para que funcionen razonablemente en la vida de la sociedad.
d.1) Principio de Legalidad
El principio de legalidad en el Estado de Derecho, postula una forma
especial de vinculación de las autoridades e instituciones públicas al
ordenamiento jurídico. A partir de su definición básica, según la cual toda
autoridad o institución pública es y solamente puede actuar en la medida en
que se encuentre empoderada por el mismo ordenamiento. Normalmente, a
texto expreso, para las autoridades e instituciones públicas, solo está permitido
lo que esté constitucional y legalmente autorizado en forma expresa, y todo lo
que no les esté autorizado, les está vedado. Así como sus dos corolarios más
importantes, todavía dentro de un orden general: el principio de regulación
mínima, que tiene especiales exigencias en materia procesal, y el de reserva de
ley, que en este campo es casi absoluto.
Las exigencias del principio general de legalidad se extreman en el
campo del proceso penal, en el que se manifiestan en la aplicación de la regla de
oro del derecho penal moderno: el principio "nullum crimen, nulla poena sine
previa lege", recogido en el artículo 39 de la Constitución, que obliga,
procesalmente, a ordenar toda la causa penal sobre la base de esa previa
definición legal, que, en esta materia sobre todo, excluye totalmente, no solo los
reglamentos u otras normas inferiores a la ley formal, sino también todas las
fuentes no escritas del derecho, así como toda interpretación analógica o
extensiva de la ley sustancial o procesal. Unos y otras están en función de las
garantías debidas al reo, es decir, en la medida en que lo favorezcan, porque el
objeto del proceso penal no es el de castigar al delincuente sino el de
48
garantizarle un juzgamiento justo.49 Con este principio se establecen los
requisitos mínimos de validez y legitimidad para imponer una sanción.
La jurisdicción penal tiene una serie de consecuencias que concurren a
limitar el ejercicio del poder persecutorio del Estado y a brindar legitimidad a la
pena, entre ellas, está la necesidad de que cada descripción penal tenga un bien
jurídico protegido.
Sin embargo, respecto del principio de legalidad, los problemas más
frecuentes que se presentan a nivel legislativo se refieren, precisamente, a la
falta de certeza y determinación a la hora de elaborar las leyes penales
sancionatorias, pues muchas veces se pasa por alto que el lenguaje no es un
instrumento exacto que permita reproducir con fidelidad la realidad de lo que
se habla. En segundo lugar, no se tiene en cuenta la peculiar naturaleza de las
normas jurídicas que son fórmulas generales, elaboradas a través de un
complicado proceso de abstracción y concreción.
Estas normas permiten reconocer con relativa facilidad los casos
concretos típicos, pero están circundadas por una considerable zona de
penumbra en la que tienen cabida los casos dudosos, incertidumbre en que
incurre el legislador cuando no describe la "infracción" o
no precisa los
elementos de ésta.
Otro de los problemas más frecuentes es el empleo de términos o
expresiones demasiado generales, extensas, que da lugar a una grave
incertidumbre en cuanto al campo de aplicación de la norma, se conoce a esta
clase de normas con el nombre de cláusulas generales.
Los especialistas las consideran, junto al excesivo empleo de elementos
normativos en la elaboración de los tipos legales, como el peligro más
importante para el principio de legalidad, al igual que el uso de términos vagos,
el empleo de una técnica legislativa insuficiente, la más frecuente es la de
recurrir a fórmulas generales, también se emplea la de enumerar una serie de
casos con la finalidad de individualizar la acción.
Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Resolución número1739-92 San José, a las
once horas cuarenta y cinco minutos del primero de julio de mil novecientos noventa y dos.
49
49
En este segundo caso, se completa la disposición mediante la adición de
una fórmula general que constituye una especie de correctivo de los
inconvenientes propios a la fórmula casuística.
Nuestra ley sustantiva no ha sido la excepción. En el año 2002, se
promulgó un artículo en el que se definió delito con base en un término vago,
como lo es el de ¨animal peligroso¨. 50
d.2) Principio de Lesividad
En un sistema democrático, el principio básico de la igualdad ante la ley
se puede entender en dos sentidos: desde una perspectiva formal, la legalidad
de los delitos y de las penas y desde una consideración material, la lesividad de
los bienes jurídicos.
En un sistema democrático resulta elemental que los delitos deben
definirse desde su lesividad a los bienes jurídicos, porque surgen desde los
objetivos que justamente definen el sistema y por lo tanto a los delitos y las
penas. Luego, la cuestión del delito o del injusto no es de modo alguno, una
cuestión puramente dogmática, sino que está regida y determinada políticocriminalmente.
Respecto del Principio de Lesividad, Principio de Lesividad, DÍEZ
RIPOLLÉS (1998) ha dicho que: “El principio de lesividad, que ha marcado
históricamente el paso de una antijuricidad meramente formal a otra material y que se
suele plasmar en la idea de la dañosidad social. Plantea dos exigencias fundamentales a
la hora de incriminar una conducta: Debe tratarse de un comportamiento que afecte a
las necesidades del sistema social en su conjunto, superando por tanto el mero conflicto
entre autor y víctima; y sus consecuencias deben poder ser constatadas en la realidad
social, lo que implica la accesibilidad a su valoración por las ciencias empírico-sociales.
50 Descuido con animales Artículo 130 Bis. Se impondrá pena de quince días a tres meses de
prisión a quien tuviere un animal peligroso, sin las condiciones idóneas para garantizar la
seguridad de las personas. La pena será de tres a seis meses de prisión para quien azuzare o
soltare un animal peligroso, con evidente descuido. Cuando se causare daño físico a otra
persona, como consecuencia de esta conducta, la pena será de seis meses a un año de prisión,
siempre que la conducta no constituya los delitos de lesiones ni homicidio. Así adicionado al
Código Penal de Costa Rica por el inciso b) del artículo 3 de la ley N° 8250 de 2 de mayo del
2002.
50
Será a través de este principio como se logrará una adecuada distinción entre Derecho
penal y moral”51
En palabras del profesor EL-KHOURY JACOB (1993)52, este principio se
presenta como una garantía doble para el ciudadano. Es una limitante al Poder
Legislativo para construir nuevos tipos penales (y de allí regular nuevas esferas
de libertad del ciudadano) y también un límite para el operador judicial, quien
en virtud del principio de reserva y de ofensividad no puede aplicar aquellos
tipos penales que no tutelen un bien jurídico específico.
Es decir, el ius puniendi del Estado está limitado no solo por los
elementos del tipo penal, sino que sus límites están impuestos desde la norma
constitucional, que obliga a constatar que la conducta lesione,
de forma
significativa, el bien jurídico que necesariamente debe contener todo tipo penal,
ya que una descripción penal sin bien jurídico no puede ser aplicada para
justificar una sanción.
De esta manera, como explica FRANCISCO DALL´ANESE (2001):
¨...tiene que causarse un daño para que la ley pueda cobijar un hecho concreto. De no
causarse lesión, la ley- penal, civil, de administración financiera de la República,
contenciosa administrativa, etc. No puede intervenir en una actuación privada. Es
decir, el ámbito de aplicación de las normas está determinado por la causación de un
daño, y en materia penal, por supuesto, sino se causa un daño no hay delito¨. (p.60) 53
Ahora bien, como magistralmente lo expone el DR. JUAN BUSTOS
RAMÍREZ (1994)54,
la simple enunciación del principio, no significa su
implementación real, pues el principio como tal, es solo un programa de acción.
Más aún, desde un punto de vista conceptual, un principio material
puede ser desvirtuado en su eficacia o como programa de acción en cuanto sea
51 Díez Ripollés, JL. (1998). La Contextualización del Bien Jurídico Protegido en un Derecho
Penal Garantista. Revista de la Asociación de Ciencias Penales de Costa Rica (año 10, número 15,
diciembre)
52 El-khoury Jacob, HI. (1993). Bien jurídico y derecho de castigar del estado. Comentarios
sugeridos por una sentencia de la sala constitucional. Revista de la Asociación de Ciencias Penales
de Costa Rica (año 5, número 7, Julio)
53Dall´Anesse Ruiz, F. (2001). Cuadernos de estudio del Ministerio Público número 5 del Poder
Judicial. San José, p.60.
54Bustos Ramírez, J. (1994). Principios Fundamentales de un Derecho Penal Democrático, Revista
de la Asociación de Ciencias Penales de Costa Rica ( año 5, número 8, marzo)
51
formalizado. Es así como el principio de lesividad, desde tal orientación
formalista, puede llegar a confundirse o subsumirse en el principio de legalidad
de los delitos y las penas. Tal es el caso de todas las posiciones que sostienen
que el bien jurídico es inmanente a la norma. En otras palabras, toda norma de
por sí, tiene su propio bien jurídico. Es la dogmatización del bien jurídico. No
hay posibilidad alguna de discusión ni de participación democrática. Se parte
de un dogma o presunción de derecho en favor de la ley. De allí la importancia
de desterrar completamente todo tipo de presunciones del sistema penal, y de
señalar que el principio de lesividad es de carácter político criminal. Esto
constituye una garantía al ciudadano y un límite a la intervención punitiva del
Estado.
También desde un punto de vista conceptual, se puede desvirtuar el
principio de lesividad sobre la base de una diferenciación sustancial entre los
bienes jurídicos a los cuales está referido. Al distinguirse entre bienes jurídicos
individuales y supraindividuales, o bien, entre bienes jurídicos por naturaleza o
por razones puramente político criminales.
Dicho de otro modo, todas estas clasificaciones tienden a señalar que
unos bienes jurídicos son "propios" o "reales" y los otros son "impropios" o
"artificiales". De allí que planteamientos neoliberales extremos sostengan que la
intervención punitiva del Estado sólo debe limitarse a los primeros como,
afecciones a la vida, salud individual, libertad, honor, patrimonio; quedando
por fuera, por ejemplo, la salud pública, la seguridad común, los ingresos y
egresos del Estado.
Resulta, sin embargo, que tanto unos como otros son reales y están
referidos a la persona, pues nada se saca con proteger la salud individual si al
mismo tiempo no se protege la calidad de los alimentos, de los medicamentos o
el consumo en general, si no se protegen las condiciones del ambiente. Hay una
serie de bienes que están ligados al funcionamiento del sistema, y que son
indispensables para que este permita a la persona su total y pleno desarrollo en
todas sus dimensiones.
52
No hay fundamento, por tanto, para aquella clasificación que lo único
que pretende es negar conceptualmente la existencia de bienes jurídicos que
están referidos a todas y a cada una de las personas de una colectividad o un
sistema, y de este modo, desproteger discriminatoriamente a grandes mayorías
y reducir la lesividad solo a determinados sectores.
Diferente es el argumento falaz que se emplea en dichas clasificaciones.
Reside en la afirmación de que los bienes jurídico políticos-criminalmente, en
un sistema democrático, están determinados por el objetivo del desarrollo de las
personas. Esto es, no hay bienes jurídicos por razones de Estado o por razón
social. Planteamientos que siempre esconden el interés político, económico,
cultural o social de un determinado sector y no el desarrollo de todas y cada
una de las personas como tales.
Por otra parte, también se puede distorsionar el principio de lesividad en
razón de la amplitud que toma o puede tomar en nuestros países el objetivo de
seguridad ciudadana o pública. Esto es así, sobre todo, por la sobre dimensión
conciente, especialmente en momentos de transición, remarcando solo el
problema de la violencia callejera.
Se lleva así, a que todo el sistema penal y el principio de lesividad se
implemente o defina desde esta perspectiva, con lo cual se reduce el ámbito del
principio de lesividad que solo abarcará determinado sector y dejará sólo como
posibles agresores a grandes mayorías que siempre quedan como presuntos
peligrosos, y es por eso que se aumentan las facultades de la policía y de los
tribunales respecto de ellos.
La situación expuesta puede ser especialmente grave en momentos de
transición, dado que la llamada inseguridad subjetiva es muy fácil de
manipular, y por tanto crearse un clima propicio para exacerbar la función
represiva, selectiva, y discriminatoria del sistema penal. Entonces, se entorpece
o perjudica gravemente la profundización democrática del sistema, porque se
pone en primer término la seguridad del orden por encima de la persona y su
desarrollo como tal. Luego, la perspectiva política crimen en razón al principio
de lesividad se vuelve un desafío.
53
Hay que tener en cuenta que la política criminal no podrá sustituir las
políticas sociales, económicas, educativas, culturales, más aún, que estará
supeditada a ellas y que en el principio de lesividad, por su propio contenido
de referencia, ello aparece más patente todavía, pues este puede quedar
sumamente restringido o desvirtuado si son muy pocos los que disfrutan de los
bienes y más pocos aún los que tienen un disfrute pleno de ellos.
d.3) Principio de utilidad o idoneidad
El nacimiento del denominado principio de idoneidad, eficacia o utilidad
se sitúa en Von Liszt y aparece posteriormente reflejado también en la obra de
Mayer, cuando al establecer los criterios de intervención penal, exigía que el
bien jurídico reuniese tres cualidades: 1. merecedor de protección, 2. estar
necesitado de protección y 3. ser capaz de protección.
Es, a partir de esta capacidad de protección, cuando se puede hablar de
idoneidad o inidoneidad del Derecho penal, capacidad que habrá que valorar
teniendo en cuenta todas las condiciones reales del sistema penal.55
Consecuentemente, no todos los bienes jurídicos que reúnen las dos
primeras cualidades son también aptos o idóneos para ser protegidos
penalmente. Por ejemplo: la moral sexual. La misión del Estado no es tutelar
moralmente a sus ciudadanos, razón por la cual han desaparecido del Derecho
penal moderno delitos como la homosexualidad entre adultos o el adulterio.
Para HASSEMER (2001), la intervención penal en todo Estado de derecho
sólo se legitima en tanto proteja a la sociedad y a sus miembros. Si su
intervención se demuestra inútil, por ser incapaz de servir para evitar delitos,
perderá completamente su justificación y por tanto su legitimidad. (p.68)56
Así por ejemplo un elemento fundamental para configurar los delitos
fiscales es la existencia de una necesidad social digna de protegerse. En este
sentido, cobra importancia especial el tema del bien jurídico, pues si no existe
55Aguado
Correa, T. (1999). El principio de proporcionalidad en el Derecho Penal, Madrid, Editorial
Edersa, p. 78.
56 Hassemer, W, citado en González –Salas Campos R. Op. Cit., p. 68.
54
un bien jurídico digno de protegerse el resultado fatal será la aplicación de un
derecho penal deslegitimado por su inutilidad.57
Desde el punto de vista de la utilidad para la justicia, la concepción del
comportamiento criminal, no solo debe satisfacer los presupuestos de justicia
sino también tener un sentido práctico, es decir útil. De acuerdo con esta
concepción, el principio de utilidad tiene como meta actualizar las
determinaciones del merecimiento de pena del derecho penal material y
verificar si son realizables en las actuales condiciones reales de la
administración de justicia penal.
Así, una decisión acerca del merecimiento de la pena puede ser justa
pero en ocasiones inútil, pues es factible que tenga más consecuencias negativas
que positivas, pues como reiteramos, el Derecho penal únicamente puede y
debe intervenir cuando sea mínimamente eficaz e idóneo para prevenir el
delito. Debe evitarse su intervención cuando político-criminalmente se muestre
inoperante,
ineficaz
o
inadecuado
o
cuando
incluso
se
muestre
contraproducente para la prevención de delitos.58
El principio de utilidad se considera un principio de rango constitucional
derivado del Estado Social de Derecho. Si el Derecho penal de un Estado Social
se legitima solo en cuanto protege a la Sociedad, perderá su justificación si se
determina que ha intervenido de forma inútil, por ser incapaz de servir para
evitar delitos.
3. El Bien Jurídico en la Teoría del Delito
En el siguiente apartado, basándonos en las posturas de grandes
doctrinarios, pretendemos demostrar que el bien jurídico incide sobre cada uno
de los estratos categoriales del sistema del ilícito, atraviesa toda su estructura:
tipo, injusto y culpabilidad. Por consiguiente, gobierna en forma integral la
teoría de la imputación.
57Martínez
Pérez, C. Idem.
,W. Idem.
58Hassemer
55
a) Tipicidad y afectación del bien jurídico protegido
La tipicidad exige, un juicio de adecuación o subsunción de la conducta
al tipo delictivo.
En este primer nivel del juicio de imputación, se debe verificar la exacta
correspondencia entre el comportamiento del sujeto y la descripción abstracta
de conducta, establecida en el tipo legal.
El primer paso en el proceso de atribución de responsabilidad penal (la
valoración inicial que debe formular el intérprete para estructurar un juicio de
imputación), le exige comparar y someter la conducta al primer predicado de
valor de la definición sintética del delito, examinando si se trata de una
conducta típica, susceptible de ser subsumida bajo la descripción literal del tipo.
Normalmente, casi toda la doctrina afirma, que aquí se agota el juicio de
tipicidad y que, luego de constatado que el comportamiento es típico, procede
avanzar directamente hacia el segundo nivel de análisis valorativo,
corroborando si esta conducta típica resulta, además, antijurídica.
Para GONZALO FERNÁNDEZ (2004, p.160), ello no es suficiente para
dar por concluido el juicio de tipicidad, que según el impone verificar en
estricta prelación lógica, la posible subsunción típica de la conducta al modelo
descriptivo de la figura legal y, en segundo lugar, exige comprobar si ese
comportamiento adecuable al tipo afecta también, o no, el bien jurídico
protegido.
El juicio de tipicidad reclama, entonces, una doble valoración: el juicio de
correspondencia comparativa (homogeneidad) entre la conducta y el tipo, más
el juicio adicional de verificación sobre la idoneidad de esa conducta típica,
para afectar el bien jurídico tutelado por la norma.
Con el juicio de correspondencia comparativa, la fundamentación de la
tipicidad no queda aún completa. Dicho de otro modo, la tipicidad penal solo se
concluye luego de un juicio de subsunción, adicionado a un juicio de lesividad
potencial (afectación) del bien tutelado por la norma.
56
El bien jurídico en el estadio de tipicidad, deberá constatarse por medio
del intérprete del derecho, si el comportamiento analizado tiene suficiente
entidad para afectar, al menos potencialmente, el bien jurídico.
Ahora bien, tanto la tipicidad cuanto la afectación del bien jurídico
constituyen ambas meros indicios59, necesitados de confirmación ulterior. Si
esta confirmación ocurre, entonces el comportamiento, además de típico,
deviene también antijurídico, o sea, se subsume en un tipo de injusto, y del
mismo modo, aquella primigenia afectación del bien protegido se reconvierte,
ahora sí, en una lesión efectiva de éste. Así, la conducta es típica y contraria a
derecho, provocando la lesión (no justificada) del bien tutelado por la norma
penal.
Así concebido, el primer escalón del juicio de tipicidad (la subsunción)
posee un cierto carácter formal, ya que se resuelve en un juicio cognitivo de
comparación o correspondencia. La sola excepción vendrá de la mano de los
elementos normativos del tipo, cuando los haya, donde el intérprete está
forzosamente obligado a valorar, ya desde un plano de fondo, si se cumple el
elemento normativo; por ejemplo, si el bien sustraído es ajeno a quien se
apoderó de él.
No obstante, la eventual presencia de un elemento normativo dentro del
tipo legal, no altera realmente las conclusiones precedentes. En los casos de
insignificancia, por ejemplo, la constatación positiva de la ajenidad del bien
sustraído no modifica el juicio valorativo acerca de la no afectación del bien
jurídico, al cual, de todas formas, no alcanza a rozar esa conducta penalmente
insignificante.
Los siguientes puntos, son supuestos en los que, a pesar de existir
tipicidad formal, no hay afectación al bien jurídico protegido. En estos casos,
compartimos con el autor, contrario a cómo se resuelve en la práctica en nuestro
país; con la aplicación del instituto procesal del criterio de oportunidad) la
conducta debe ser tenida por atípica (inadecuada al tipo) y con ello se cierra la
La función indiciaría de la tipicidad ha sido afirmada por WELZEL, citado en Fernández, G.
Op. Cit., p. 161.
59
57
calificación jurídico-penal, sin ingresar siquiera al análisis subsecuente de la
antijuridicidad y, mucho menos, al examen acerca de la culpabilidad del sujeto.
a.1) El principio de insignificancia
Una primera categoría de supuestos, pese a la subsunción típica,
corresponde concluir, no obstante, en la atipicidad penal de la conducta, está
dada por las hipótesis de insignificancia. En tales casos, a pesar de la tipicidad o
subsunción formal, el comportamiento no logra siquiera afectar el bien jurídico
bajo tutela penal.
El llamado principio de insignificancia, enfáticamente planteado por
ROXIN (2006, p.95), constituye un criterio de atribución al tipo, que dice
relación, no con la adecuabilidad de la conducta a la descripción abstracta de la
ley, (operación intelectual que sí sería posible fundamentar) sino con el ataque
al bien jurídico.
Vale decir, se trata de un acto formalmente subsumible a la descripción
legal, pero de entidad objetiva insignificante, sin idoneidad o potencialidad
suficiente para afectar el bien jurídico, a pesar de la correspondencia con el
modelo abstracto de conducta punible.
Este criterio valorativo de atribución al tipo que desestima la tipicidad de
todas aquellas conductas poseedoras de una entidad objetiva mínima e
insignificante para afectar el bien tutelado (p.163)60.
Para ROXIN (2006, p.73), una interpretación restrictiva del tipo,
analizándolo bajo el lente del principio de legalidad actualizaría la función del
Derecho penal y su carácter fragmentario, pues atraparía sólo el ámbito de
punibilidad que sea indispensable para la protección del bien jurídico.
En ese sentido, ZIPF ha llegado a sostener “la divergencia entre el concepto
formal y el concepto material de delito”, la cual se funda en aquellos supuestos
donde “una acción formalmente típica perjudica materialmente en el caso concreto sólo
en grado insignificante al bien jurídico protegido”, y entonces, por tratarse de
formas de conducta que típicamente solo comportan carácter de injusto de
60
ZIPF,
citado en Fernández G. Op. Cit., p.163.
58
bagatela, “no se subsumen en el concepto material de delito y, con ello, no son objeto de
penalización admisible”(p.164)61.
Muchos autores renuncian a la punibilidad del hecho insignificante por
puras razones político-criminales de merecimiento de pena, dado que, en tales
casos, la sanción penal violentaría la proporcionalidad ante una afectación
ínfima del bien jurídico.
A su vez, otras posturas doctrinales se apoyan en argumentos de índole
procesal, vinculados a la necesidad de eliminar la sobrecarga que padece la
Administración de Justicia y lograr, una mayor eficacia en los sistemas de
enjuiciamiento.
En ambas orientaciones, al realizar el examen de tipicidad, se parte de la
base de la tipicidad del hecho insignificante; y no lo que generalmente se cree,
que es partir de que existe una subsunción típica y que la conducta respectiva
constituye un delito, sólo que de tono menor, de carácter leve, y por tanto,
imperseguible.
Si la adecuación típica se perfecciona con la afectación del bien jurídico, y
cuando esta afectación no se verifica, nos hallamos ante una causa de atipicidad
penal. Constituye un criterio de restricción del sentido literal del tipo o un
criterio de exclusión del tipo. La afectación del bien jurídico designa, en efecto,
un elemento valorativo central de la teoría de la imputación (p167)62, la cual,
que constituye el punto de conexión esencial de todo el sistema del hecho
punible.
a.2) La adecuación social de la conducta
Una segunda hipótesis de atipicidad penal, fundada también en la falta
de afectación del bien jurídico, la aportan los supuestos de adecuación social de
la conducta o de realización de un comportamiento socialmente adecuado.
La teoría de la adecuación social, se remonta a WELZEL, e indica que
quedan fuera del concepto de injusto todas las acciones que se mueven
funcionalmente dentro del orden históricamente constituido, a las cuales llama
61
62
Idem, p.164.
Hohenleitner, citado en Fernández, G. Op. Cit., p. 167.
59
acciones “socialmente adecuadas”. Una acción socialmente adecuada se mueve
por completo en el marco del orden ético-social normal, en el marco
históricamente generado de la vida comunitaria, y está vinculada de tal modo
con nuestra vida social, que debe ser considerada como completamente normal.
(p.168)63
Dentro de las múltiples formas convertidas en tipos penales, se deben
excluir las conductas que en atención a su adecuación social quedan erradicadas
y privadas de tipicidad.
WELZEL distingue entre la adecuación social y las causas de
justificación. Señala que “… como ámbito normal de libertad de acción social, se
diferencia la adecuación social de las causas de justificación, porque éstas conceden
también una libertad de acción, pero de naturaleza especial: se trata de un permiso
especial, de una autorización para realizar acciones típicas, es decir, socialmente
inadecuadas”(p.170)64.
El autor GONZALO FERNÁNDEZ (2004, p.171) considera que una
conducta socialmente adecuada es atípica. Una conducta penalmente justificada
es socialmente inadecuada y típica, solo que excepcionalmente permitida por el
derecho. Mientras que en la adecuación social no media afectación del bien
jurídico, en las causas de justificación no media lesión de aquél, o mejor aún, se
trata de una lesión del bien jurídico excepcionalmente autorizada por un tipo
permisivo, que consecuentemente queda eximida de pena.
Por ejemplo, la participación en el tráfico moderno, vial y aeronáutico,
las lesiones insignificantes, los negocios que se mantienen dentro de los límites
de una gestión ordenada aunque resulten ruinosos, son ejemplos de conductas
socialmente adecuadas y, por tanto, atípicas. Estas son conductas en las que se
encuentra implícito el concepto de riesgo permitido y, por ende, puede tomarse
a la adecuación social como el género y al riesgo permitido como la especie.
Se trata siempre de un criterio de interpretación, más concretamente, de
un criterio de atribución al tipo, el cual determina la exclusión de la tipicidad,
por falta de afectación del bien jurídico tutelado.
63
64
Welzel, Idem, p. 168. En igual sentido Roxin, C. Op. Cit., p. 73.
Idem, p. 170.
60
El común denominador de todos los supuestos de adecuación social y
también de todas las constelaciones de casos subsumibles bajo el riesgo
permitido, es la indemnidad del bien jurídico-penal, o sea, su no afectación.
La adecuación social y la insignificancia, constituyen un criterio de
atribución al tipo. Como lo indica BETTIOL, “…no debe creerse que las figuras
típicas delictuosas sean esquemas en oposición con la historia, o figuras geométricas que
vivan en un mundo ideal, sin nexo alguno con el mundo social en que el derecho
desarrolla su eficacia” (p.172)65.
Por ejemplo, no resulta lógico pensar que la lesión producida por el
cirujano a través de la incisión quirúrgica, sea un hecho típico pero justificado.
Su descarte, como posible hecho punible, se producirá en el nivel de la
antijuridicidad. Por adecuación social, esta conducta no admite, de entrada, la
subsunción bajo la figura legal.
En palabras de FERNÁNDEZ (2004, p.172) la adecuación social
constituye entonces, por cuanto viene de decirse, un criterio normativo que
excluye la atribución al tipo de conductas socialmente admitidas, que no afectan
ni lesionan el bien objeto de tutela penal. Es, pues, un criterio interpretativo, de
corrección o restricción del sentido literal de los tipos penales, que surge de la
conexión entre la ley abstracta y la realidad del mundo de la vida social.
b) Antijuricidad y lesión del bien jurídico protegido
La antijuricidad es el sector de las soluciones sociales de los conflictos, el
campo en el que chocan los intereses individuales opuestos o las exigencias
sociales con las necesidades del individuo.
Cuando se trata de conciliar las intervenciones necesarias de carácter
administrativo con el derecho a la personalidad en general y con la libertad de
actuación del ciudadano, o cuando situaciones de necesidad inminentes e
imprevisibles exigen una decisión, se trata considera Roxin (2006, p.59),
siempre de la regulación socialmente justa de intereses contradictorios.
65
Bettiol citado en Fernández, G. Op. Cit., p. 172.
61
b.1) La lesión del bien jurídico como expresión de la antijuridicidad material
Se considera que el injusto importa la lesión del bien jurídico penal, de
manera que, el principio de ofensividad o lesividad viene a traducir, en última
instancia, un significado de antijuridicidad material del acto típico.
Si en el tipo partimos de la premisa de que la subsunción legal importa
de por sí una afectación del bien jurídico, en el segundo nivel de la estructura
del ilícito, la antijuridicidad no puede ser vista sólo como una relación de
contrariedad formal a derecho, más allá de que, etimológicamente, lo
antijurídico significa, contrario a derecho, realizado en infracción a la norma.
La antijuridicidad formal es una valoración prima facie, y toma en cuenta
que el comportamiento infringe un deber de acción u omisión contenido en una
norma jurídica, la cual establece mandatos o prohibiciones. Desde luego, así
entendido, el juicio de antijuridicidad no difiere en demasía del juicio de
tipicidad.
VON LISZT fue el pionero en distinguir entre esa mera antijuricidad
formal y un concepto de antijuricidad material, argumentando que esta última
es la que denota la verdadera antisocialidad del comportamiento punible
(p.175)66.
b.2) De la "afectación" a la "lesión" del bien jurídico
El juicio de antijuridicidad determina si, por las particularidades del caso
concreto, el comportamiento del sujeto es subsumible en un tipo permisivo, al
cual también se le conoce como causa de justificación o causa de exclusión de la
antijuridicidad. Aparece con la estructura interna propia de cualquier tipo.
Contiene un tipo objetivo que describe objetivamente la situación justificante y
al mismo tiempo un tipo subjetivo, al cual se le llama elemento subjetivo de
justificación, que consiste, por lo menos en su acepción más restringida, en el
conocimiento de la situación justificante.
El sistema de enlace tipo-antijuridicidad funciona con el esquema reglaexcepción: regla, una conducta típica es a la vez, contraria a derecho.
66
Liszt citado en Fernández, G. Op. Cit., p.175.
62
Excepcionalmente, por motivos político-criminales que atienen a situaciones
especiales de colisión de intereses, la incidencia del tipo permisivo contrarresta
ese efecto indiciarlo provisional y excluye definitivamente el carácter
antijurídico de la conducta.
Por lo tanto, hablar solo de afectación del bien jurídico en el juicio de
tipicidad, y reservar en cambio el término lesión del bien jurídico para el juicio
definitivo de antijuridicidad penal, no es un simple juego de palabras ni un
capricho lexicográfico.
La fundamentación positiva de la tipicidad y la constatación de que la
conducta afecta el bien protegido, no habilita todavía para afirmar que haya
sido lesionado. Para concluir, en la lesión del bien jurídico (tanto a través de
una modalidad de daño, cuanto de puesta en peligro), es menester realizar el
segundo juicio valorativo, en el nivel de la antijuridicidad. Sólo cuando esa
afectación del bien jurídico no aparezca excepcionalmente autorizada o
permitida a través de un tipo de justificación (tipo permisivo) podrá, entonces
sí, sostenerse con propiedad que media, ya no una simple afectación, sino una
lesión efectiva (no autorizada) del bien objeto de protección jurídico penal.
En orden al bien jurídico, la primera valoración pondera la entidad
objetiva de la conducta, verificando su significación material y su inadecuación
social. La segunda valoración descarta justificar, constatando que el
comportamiento no es subsumible en un tipo permisivo y, por consiguiente,
que no se trata de una afectación al bien jurídico excepcionalmente autorizada
por el ordenamiento legal.
Si una conducta típica supone, ya de por sí, la afectación del bien jurídico
protegido, ¿qué resta para determinar si ésta constituye una lesión de él? ¿Cuál
es, en verdad, la diferencia?
Una afectación del bien jurídico determina, en términos valorativos y no
causales, el daño o peligro potencial que el hecho provoca. Describe la
idoneidad o aptitud de la conducta homologa para lograr semejante resultado.
Para encuadrar esa afectación en un concepto de lesión, que ya es un concepto
vinculado a la antinormatividad de aquella, es preciso realizar una segunda
63
operación intelectual valorativa: tamizar la afectación del bien jurídico por el
filtro ulterior de la justificación.
Para FERNÁNDEZ (2004, p.178), solo cuando verifiquemos que se trata
de una afectación contra ius, no autorizada a título excepcional por el
ordenamiento jurídico, podremos concluir que configura efectivamente una
lesión jurídica, o sea, que el bien protegido no solo afectado, sino que también
se lesionó por el sujeto.
En el sistema de la antijuridicidad, el ordenamiento jurídico resuelve
conflictos de intereses, apelando a la protección de aquel interés preponderante
o prevalente, de entre los varios que se hallan potencialmente en juego. La
resolución de este conflicto de intereses se resume, indefectiblemente, en un
principio o una respuesta de carácter político-criminal, cuyo fundamento
último reside en la necesidad o innecesariedad preventivo-general de
imposición de pena.
Si el derecho penal está llamado a intervenir, como ultima ratio del
control social, únicamente en aquellas hipótesis de intolerable lesividad social
de las conductas, ese fundamento impregna con criterios de política criminal y
de prevención general todo el sistema dogmático del hecho punible.
Según ROXIN (2006, p.113) esto es un problema político criminal en el
tanto se acepte que no sólo las consecuencias jurídicas, sino también la decisión
sobre el sí de la pena pertenece al ámbito de la política criminal, que es sólo una
parte de la política social general y que debe interpretarse en el contexto del
complejo instrumental de los mecanismos de regulación político sociales.
c) La Culpabilidad y El Bien Jurídico Protegido
El tercer estadio de la teoría del delito se refiere a la culpabilidad. Según
los doctrinarios más relevantes como Claus Roxin y Gonzalo Fernández, el
juicio de culpabilidad, permite pasar del análisis general del injusto, al estudio
particular de la conducta del sujeto que cometió un hecho delictivo. En este
apartado, se expondrán, de forma breve, los parámetros para determinar si a
ese individuo, le era exigible una conducta diferente y en qué grado le era
64
posible actuar de forma distinta, tomando en cuenta sus condiciones
personales.
c.1) Función motivadora de la norma
La norma penal es, además de una valoración, un imperativo o norma
directiva, destinada a motivar al ciudadano, prohibiéndole delinquir. Es decir,
la norma penal configura, simultáneamente, una norma objetiva de valoración y
una norma subjetiva de determinación, en tanto expresa un mandato o
prohibición que, a modo de directiva, trata de determinar la conducta de su
destinatario y desencadenar en él un proceso psicológico, que le induzca a
respetar el bien jurídico protegido por la norma (p257)67.
Ahora bien, si el derecho es un medio de control social y, eventualmente,
de socialización sustitutiva y si opera mediante instrumentos simbólicos (las
normas)
para
preservar
un
núcleo
mínimo
de
valores
sociales
generalizadamente compartidos por la comunidad, la base de todo, está en
medir el posicionamiento y el grado de internalización de dichos valores por
parte del sujeto, precisamente en función de su inserción dentro de la estructura
social, a fin de poder establecer si y hasta dónde este es culpable.
De tal modo, la proyección principal que posee la teoría del bien jurídico
respecto de la estructura categorial del delito se despliega, fundamentalmente,
en el terreno de la culpabilidad penal.
Los bienes jurídicos, aun tratándose de valores iushumanistas de alcance
universal, no pueden considerarse accesibles a todos por igual; es decir, de
idéntica e inalterada disponibilidad erga omnes.
Precisamente, en el esquema estructural del ilícito penal, la culpabilidad
suministra la variable de ajuste, el elemento correctivo que permite registrar las
diferencias en el nivel de socialización de los individuos y las diferencias
subsecuentes de exigibilidad penal, haciendo así realidad efectiva la idea de que
el principio de igualdad sólo se respeta cabalmente, tratando en forma desigual
a los desiguales.
67
Serrano Maillo citado en Fernández, G. Op. Cit., p. 257.
65
Esto plantea, que toda culpabilidad se genera por la realización del
injusto, por supuesto, pero es siempre una culpabilidad de autor, un juicio de
exigibilidad respecto del sujeto, que corresponde formular en forma individual
o personalizada.
c.2) La evitabilidad
A la norma penal puede atribuírsele una función motivadora,
considerando que el hombre es un sujeto motivable de acuerdo con su
raciocinio, capaz de aprehender mensajes y organizar su conducta conforme a
fines. Esa característica implica la posibilidad de comprensión del mensaje
normativo, que, al fin y al cabo, reitera mensajes ya emitidos durante su vida en
convivencia social.
Además de la posibilidad de comprensión del mensaje normativo, el
entendimiento del "efecto de llamada" de la norma, la motivación humana
requiere de la libertad. Sólo sobre la libertad puede predicarse la evitabilidad
del injusto, asumiendo que el sujeto posee, al tiempo de la realización del ilícito,
un poder de actuación diferente (alternativa).
La idea de libertad, que presupone al hombre como agente moral capaz
de alterar el curso de los acontecimientos, no está supeditada a la comprobación
empírica del libre albedrío, sino al concepto de expectativa, tantas veces
manejado por el funcionalismo sistémico en derecho penal.
La vida social precisa de normas que regulen la interacción de los
individuos. La norma requiere, como presupuesto, la libertad del sujeto. En el
derecho penal, se ha exagerado la proyección de debate metafísico entre
libertad y determinismo, como no ha ocurrido en ningún otro sector del
derecho, a pesar de que, por cierto, la ausencia de libertad demostrable
repercutiría de igual manera en el derecho civil, comercial o administrativo.
Así como presupone el poder de autodeterminación, también el derecho
penal organiza supuestos donde opta por una solución exculpante, a partir de
presunciones y, en el fondo, de expectativas homólogos de ausencia de
autodeterminación.
66
Este es el caso paradigmático de la inimputabilidad. A partir, por
ejemplo, de la constatación de la enfermedad mental, sin detenerse a analizar en
forma empírica y retrospectiva, al momento del acto, si el individuo tuvo o no
poder de actuación diferente, el derecho penal declara la irresponsabilidad
sobre la base de una suposición de ausencia de poder medio de obrar según la
norma.
Así, la culpabilidad puede ser comprendida como una respuesta de
exigibilidad normativa y su contenido material puede ser apreciado como la
exigible evitabilidad de la realización del injusto.
c.3) La participación frente al bien jurídico protegido
La culpabilidad penal es un juicio de exigibilidad y ésta ya no puede ser
referida a la imagen de un hombre medio, considerado en abstracto, o sea, un
estándar jurídico, sino que ha de ser atribuida al sujeto individual,
determinando si es responsable a partir y en la medida de su oportunidad de
acceso al bien jurídico protegido.
Los bienes jurídicos no pueden tomarse, a priori, como valores accesibles
a todas las personas por igual, como valores de idéntica accesibilidad. Proceder
en tal sentido importaría quedarse con un modelo antropológico individualista
en la base del juicio de culpabilidad, aislando la acción humana objeto de
valoración, sin considerar la importancia que merece recibir, para aprobar de
una conducta, la socialización de la cual es portador el sujeto actuante, así como
los comportamientos intersubjetivos que explican e inciden sobre el referido
comportamiento (p.271)68.
Precisamente, en el esquema estructural del ilícito, la culpabilidad
suministra la variable de ajuste en materia de imputación de responsabilidad.
Ella permite registrar las sensibles diferencias que suelen darse en el nivel de
socialización de los individuos y, a punto de partida de esa divergencia,
posibilita determinar distintos niveles de exigibilidad, que servirán no sólo para
68
Lenk citado en Fernández, G. Op. Cit., p. 271.
67
fundamentar la sanción, sino también para graduar proporcionadamente la
entidad de la pena.
Por una parte, esa perspectiva logra poner en práctica el principio de
igualdad. Correctamente interpretado, obliga a tratar en forma desigual a los
desiguales. En efecto, el principio de igualdad no supone otorgar a todas las
personas un trato uniforme, sino un trato no discriminatorio. Y la no
discriminación es la justificación del trato desigual.
El derecho penal no puede dar por supuesta la uniformidad, sino que
debe considerar, por fuerza y en cada caso, hasta dónde el grado de
socialización del infractor de la norma le ha permitido asumir, internalizar y
tener a disposición los valores protegidos, es decir debe considerarse que los
bienes jurídicos no está frente al circulo de destinatarios de la norma en idéntica
de relación de disponibilidad.
El Estado democrático debe garantizar al sujeto que no ha sido capaz de
integrar socialmente por sus propias carencias y contradicciones, que tampoco
le va a exigir lo mismo cuando cometa un hecho delictivo en cuya ejecución se
aprecie la influencia, directa o indirecta, de ese déficit de socialización. De otro
modo, se estaría vulnerando seriamente el principio de culpabilidad, que se
complementa con el valor superior de la igualdad (p.273)69.
Entonces, la accesibilidad al bien jurídico depende de la inserción del
sujeto en la estructura social, del rol que el sistema social le ha asignado y, como
bien aduce BUSTOS RAMÍREZ (p.274)70, del proceso de formación de su
conciencia. Este no es un proceso exclusivamente biológico, sino de adquisición
histórico-social, subordinado a la calidad de actor social que el sujeto posee.
Principalmente si pensamos en un derecho penal para Latinoamérica, un
continente fracturado por condiciones crueles de marginalidad estructural, con
elevada incidencia criminógena.
Si la actuación conforme a la norma depende de su eficacia motivante en
función de la posibilidad de motivar al destinatario y, si las posibilidades de
motivación, según la norma se perjudican o minimizan sensiblemente, a
69
70
García Rivas citado en Fernández, G. Op. Cit., p. 273.
Bustos Ramírez, Idem, p. 274.
68
consecuencia de la condición marginal en que se encuentre el sujeto. 71, la
marginación social se convierte entonces en un proceso objetivo, en el cual se
desarrolla la desviación social, como proceso subjetivo72.
La vida humana, por ejemplo, es el bien jurídico de más elevado valor
para el derecho penal e incontrovertible. Nadie se atrevería a discutirlo como
un bien jurídico merecedor de protección penal. Se supone además, que se trata
de un bien cuyo rango posibilita una fácil internalización del valor humano
subyacente.
Pero aun ese valor supremo, la vida humana, admite matizaciones desde
la perspectiva del destinatario. En el caso de un niño socializado en el barrio
pobre de alguna ciudad latinoamericana, que ha crecido viendo cómo los
adolescentes son contratados en calidad de sicarios para matar por pocos
dólares a una persona, no se puede pretender que desarrolle, a raíz de ese
fragmentado proceso de socialización, la misma internalización del valor y el
respeto que merece la vida ajena, que hará otro niño de su edad, perteneciente a
una clase acomodada, educado en otro medio socio-familiar y escolar, quien
podrá introyectar sin dificultades el valor.
Si eso no se toma en cuenta por el derecho penal, si éste no atiende la
situación de violencia estructural del sistema a la hora de valorar la exigibilidad
de respeto a la norma (exigibilidad de motivación), incurrirá en una flagrante
injusticia.
Del mismo modo, hay que entender el tema de las comunidades
indígenas y la diversidad cultural, donde la reconocibilidad y participación en
el bien jurídico se torna a veces problemático, poniendo en cuestión la vigencia
del derecho penal estatal en poblaciones a las cuales, en los hechos, no les
alcanza el Estado.
Es decir, la culpabilidad está subordinada a la motivación, la cual
depende del grado o nivel de participación valorativa del sujeto en el bien
La marginación social, no es nunca un asunto individual o privado, si no una manifestación
de una falla en el sistema dominante de la sociedad en la que se encuentra (mal insertada o
virtualmente excluida) la persona marginada, así Germani, Idem, p. 275.
72 López Hernández, Idem, p. 275.
71
69
jurídico protegido por la ley, lo cual se deriva de la relación de disponibilidad
para con el bien jurídico.
El problema de la exigibilidad no pasa sólo por la cognoscibilidad de la
ley, sino también por las posibilidades de motivación, sin que se produzca ese
fenómeno anómico de alejamiento entre el ciudadano y la norma, que anula
toda función motivadora. Imputar personalmente el comportamiento a quien
no estaba en condiciones de ser motivado, supone desconocer que la atribución
de responsabilidad penal únicamente puede ser consecuencia de un
comportamiento autorresponsable, de una decisión del autor.
De esta forma, el tema del bien jurídico juega un papel preponderante en
la determinación de la exigibilidad penal.
c.4) Exigibilidad de conducta alternativa y graduación de la responsabilidad
Con lo expuesto queremos indicar que el bien jurídico se interna por la
teoría de la culpabilidad y nos conduce al ámbito de la exigibilidad penal, a un
estadio de valoración individual de la conducta, por oposición a la
antijuridicidad, que la contrasta con la norma desde un punto de vista general.
La culpabilidad, proporciona al aplicador de la ley, la variable de ajuste:
a mejor inserción social (esto es, mayor grado de participación en la relación
social y en los bienes jurídicos protegidos), habrá un nivel mayor de
exigibilidad penal y una también mayor imputación de culpabilidad, que se
reflejará proporcionadamente en la cuantía o grado de la pena. (p.278)73
Si el derecho penal es una fórmula de cohesión social para evitar
conductas gravemente desestabilizadoras del sistema social y, a tales efectos,
configura la realidad mediante esquemas comunicativos, pues entonces, el
juicio de culpabilidad es, inequívocamente, un juicio "acerca de la capacidad de
seguir tales esquemas" (p.279)74.
Un esquema valorativo, del tipo “tal bien jurídico debe ser protegido en
nuestra sociedad”, forma parte, a su vez, del esquema cognitivo que acompaña
desde su nacimiento al hombre, a través de un proceso de aprendizaje racional.
73
74
Fernández, G. Op. Cit., p.278.
Cuello Contreras, citado en Idem, p. 279.
70
Allí incide, precisamente, el proceso de socialización, como motor para
internalizar valores de sociabilidad, que tienen el reaseguro de la conminación
penal.
La imputación de culpabilidad es personal, que no se contenta con
patrones medios de conducta. Atribuir culpabilidad, significa formular un
juicio de exigibilidad individual, considerando la posibilidad de motivación y
de actuación del autor.
Un concepto individual de culpabilidad que, sin perjuicio de haber
partido como presupuesto de la atribución al sujeto de un poder medio de
actuación conforme a la norma, atienda simultáneamente a las posibilidades y
capacidades
del
autor
concreto:
su
formación,
profesión,
educación,
posibilidades económicas, situación familiar, etc. Porque las relaciones sociales
son determinantes para la valoración de culpabilidad y, así, la carencia de
medios, el paro laboral, la emigración, el desconocimiento del idioma, la falta
de integración social, la frustración familiar, el abandono juvenil, las
deficiencias educativas, la inadaptación, la marginación, la ausencia de medios
alternativos al hecho, etc., son todos elementos de valoración en el ámbito de la
culpabilidad, pues “la desigualdad entre los hombres ha de ser atendida por la
categoría considerada, si se pretende que se incorpore al delito el pensamiento
de que no sólo ha de tratarse lo igual como igual, sino también lo desigual como
desigual”(p.279)75
La culpabilidad, ha proclamado BUSTOS RAMÍREZ con todo acierto, es
exigibilidad, ella mide cuánto puede exigirle el sistema social al sujeto, o sea,
qué grado de motivación y actuación conforme a la norma, según las
oportunidades de participación social que le haya concedido (p.280)76.
Dentro de la concepción normativa de la culpabilidad, el componente
fundamental es el reconocimiento de la exigibilidad, que por decirlo así,
contrabalancea y sirve de contrapeso al deber de motivación.
Determinar la exigibilidad, implica una comprobación cognitiva y
normativa, que se realiza a través del empleo de elementos de valor y está
75
76
Torío López, citado en Fernández, G. Op. Cit., p. 279.
Bustos Ramírez, Idem, p. 280.
71
estrechamente vinculada a la posibilidad de conciencia de la antijuridicidad,
según el nivel de inserción del sujeto y la relación de disponibilidad que le
ofrece el bien jurídico protegido.
MUÑOZ CONDE ha dicho que la perversión del bien jurídico, cuando
se define como tal, es un valor que no es fundamental para la convivencia
social. Impide por razones de marginalidad la función motivadora de la norma
(p.281)77. Por ejemplo: un individuo que no “participa” como actor en los
valores de relación social, minimiza la relación de disponibilidad para con el
bien jurídico.
Suele incurrirse en el equívoco que el concepto de relación de
disponibilidad no equivale a disposición material efectiva de los bienes (por
ejemplo, los patrimoniales). Relación de disponibilidad significa posibilidad de
participación en el valor protegido y sentir esa sensación de "suyo”, que posee
el ciudadano adecuadamente integrado al sistema social.
Relación de disponibilidad implica, en resumen, internalización del bien
jurídico como valor relevante de la relación social, la expectativa de poder
servirse de él, de tenerlo disponible, y la actitud básica de respeto asentido
hacia ese valor.
Nada de ésto se verifica en los casos de marginación social, en los que la
relación de disponibilidad para con el bien jurídico se encuentra severamente
perjudicada a raíz de la posición de exclusión social.
Allí la exigibilidad penal es menor, pues precisamente, “es en relación
con estas situaciones donde se instala hoy la pregunta acerca del papel y la
disponibilidad del derecho por parte de los ciudadanos”, desde que el derecho
fue concebido, a partir del desarrollo de la modernidad, “como un mecanismo
paradigmático de integración social a través del cual los hombres, aunque
formal
y
declarativamente,
podían
reconocerse
como
iguales,
como
pertenecientes a cierto universo de representaciones colectivas en las que
estaban incluidos por razones de género” grandes contingentes sociales
padecen una situación de postergación, de pobreza o de atraso, que produce
77
Muñoz Conde, Idem, p. 281.
72
marginalidad y anomia e implica, que el mensaje del orden jurídico estatal no
llega a la periferia de la estructura social"(p.282)78.
Probablemente, la clave de interpretación correcta sea distinguir entre el
conocimiento de la norma y la comprensión del valor. La motivación conforme
a la norma es, en efecto, comprender la antijuridicidad y supone más que el
mero conocimiento (p.282)79: la exigible comprensión de la antijuridicidad
supone que aun cuando se conozca el disvalor jurídico, “el sujeto no puede
internalizar la pauta de conducta que el disvalor le señala, no puede hacerla
parte de su propia estructura de pautas de conducta”(p.282)80.
Los requisitos de la exigibilidad están conformados por la posibilidad
exigible de comprensión de la antijuridicidad y la actuación en un contexto
situacional que permita un cierto ámbito de autodeterminación (p.282)81.
El ordenamiento penal presupone un elenco de situaciones taxativas de
inculpabilidad, en el que falta lo uno o lo otro, por ejemplo: error de
prohibición, obediencia jerárquica. En tales casos, configurado el supuesto de
excepción, queda excluida la culpabilidad.
Podría pensarse en otras varias situaciones en las que el nivel de
marginalidad sea tan grande, que quepa aducir la completa inexigibilidad de
motivación. Allí, para excluir la culpabilidad sólo puede apelarse al recurso de
la excusa supralegal, o admitir la viabilidad de configurar exculpantes por vía
analógica, que no violentaría el principio de legalidad, en tanto se trataría
siempre de una analogía no incriminatoria, in bonam parte (p.283)82, admisible
para el derecho penal.
Participar de un concepto individual de culpabilidad, que no se contente
con la imagen normativa estandarizada del “hombre medio” y busque verificar
la adecuación de las posibilidades del sujeto a ese patrón medio de
comportamiento, supone a todas luces, un juicio de imputación personal al
autor.
Carcova, citado en Fernández, G. Op. Cit., p.282.
Códoba Rodá, Idem.
80 Carcova, citado en Fernández, G. Op. Cit., p. 282.
81 Zaffaroni, Idem.
82 Bettiol, Idem, p. 283.
78
79
73
La imputación
de
culpabilidad que
es, indefectiblemente, una
imputación personal, se formula a raíz del hecho cometido, por cierto, pero es
siempre atribución de culpabilidad al autor. Culpable no es el acto, sino el
sujeto. La culpabilidad no constituye un predicado calificante del acto, sino una
atribución cualificante realizada al sujeto, un juicio en relación que, mediado
por el derecho, adscribe responsabilidad ante los demás.
El delito debería redefinirse en su formulación sintética, que se reitera
hasta hoy de modo casi inercial, determinándolo como “hecho típico y
antijurídico, reprochable al autor”.
Con ese vocablo, ya clásico, de “reproche”, no ha de entenderse, no
obstante, que media ninguna connotación estigmatizante, se trata, apenas, de
un vocablo de atribución, de un término de imputación que denota la
exigibilidad penal.
Por tanto, la definición del ilícito penal bien conseguiría condensarse bajo
la fórmula categorial: acto típico y antijurídico, del sujeto culpable.
A este se le formula la respectiva imputación personal de culpabilidad,
porque es él a quien le era exigible motivarse y obrar en conformidad a la
norma, evitando realizar el injusto.
Si la culpabilidad de la medida de la pena y limitar las necesidades
preventivas de sanción, esto es, determinar que el quantum de la pena no
pueda superar la culpabilidad del autor, una culpabilidad estructurada sobre la
exigibilidad penal, proporcionará un concepto graduable y móvil, apto para
determinar en forma más adecuada la pena.
74
CAPÍTULO III: LA IMPORTANCIA DE APLICAR LA TEORÍA
DEL BIEN JURÍDICO EN LA REALIZACIÓN DE UNA
POLÍTICA CRIMINAL DEMOCRÁTICA
En este capítulo se analizarán las consecuencias sociales y jurídicas de
implementar políticas públicas relativas al fenómeno criminal, basadas en
desiciones populistas, con intención alarmante, carentes de fundamento
científico e incoherente con la realidad social; con el pretendido interés de
eliminar cualquier manifestación criminal.
Se estudiará cómo este tipo de acciones repercuten de forma negativa en
la política criminal de un Estado, lo cual contraviene la idea de una política
criminal democrática.
En este contexto, se propondrá a la Teoría del Bien Jurídico como un
instrumento idóneo para la construcción de una política criminal democrática,
tomando en cuenta su función garantista para con el ciudadano y su condición
de límite del poder punitivo estatal.
1. El sentimiento de inseguridad ciudadana
En la mayoría de los países alrededor del mundo, existe una gran
preocupación respecto del aumento de la criminalidad violenta, lo cual es
exacerbado por los medios de
comunicación colectiva. De allí se ha
generalizado el sentimiento de la existencia de una gran “inseguridad
ciudadana”, entendiéndola como la preocupación frente al riesgo de ser víctima
de un delito violento, por ejemplo un delito contra la vida, la integridad física o
la salud, a liberta sexual y la propiedad.
Sin embargo, hay que notar, que este miedo al crimen va unido al temor
frente a los sujetos que reúnen el estereotipo que la comunidad irracionalmente
le asigna al delincuente, que corresponde a características de los sujetos de las
clases más humildes. Es decir, no forma parte del miedo al crimen ni del
reclamo de mayor seguridad ciudadana la delincuencia de cuello blanco, la que
75
en lo relativo a los delitos en contra de la propiedad puede tener la relevancia
de miles de delitos de la delincuencia tradicional en contra de la propiedad.83
El miedo al crimen se traduce, entonces, en la sensación de que el riesgo de
ser víctima de un delito es demasiado alto, se crea la impresión de no
encontrarse a salvo de la delincuencia en la casa, en la calle o en el lugar de
trabajo.
Para FOURNIER (1999), esta situación de “inflación de la inseguridad” entra
en un círculo vicioso, pues los ciudadanos tenderán a actuar conforme con la
situación percibida, no a la realidad objetiva, de modo que a mayor sensación
de inseguridad, mayor tendencia a actuar agresivamente, lo que, a su vez,
tenderá a reforzar la sensación de inseguridad, como dice el viejo adagio “la
violencia genera violencia”84
Para CRUZ CASTRO (2000)85, la percepción social sobre la inseguridad
ciudadana, se magnifica y distorsiona en virtud de una serie de factores e
intereses en los que se aprecian diversas manifestaciones del poder político y
económico. Entre los de mayor trascendencia, deben destacarse:
a- El poder policial, que procura justificar un aumento o
conservación del vigoroso control que ejerce sobre las libertades públicas.
b- El poder de los medios de comunicación social que pretenden
capturar audiencia y controlar la percepción de la opinión pública, utilizando,
en muchas ocasiones, un terrorismo informativo.
c-El
poder
político
tampoco
desprecia
esta
oportunidad.
Mediante un discurso irracional y carente de sustento, los partidos políticos
fortalecen, sin mayor compromiso, el apoyo electoral que nutre y reproduce el
“clientelismo político.”
La influencia de los medios de comunicación colectiva, el temor
generalizado que impera entre la ciudadanía, la orientación vindicativa que
83LLobet
Rodríguez, J. en Rotman, E. (1998). La Prevención del Delito, San José, IJSA, p. 8- 9.
Fournier, MV.(1999). El caso de Costa Rica: un problema estructural. Revista de la Asociación de
Ciencias Penales de Costa Rica. (año 11, número 17 julio)
85Cruz Castro, F. (2000). El claroscuro de la seguridad ciudadana en Costa Rica. Sus deficiencias
históricas y las disfunciones de la reforma del proceso penal. Revista de la Asociación de Ciencias
Penales de Costa Rica. (año 12, número 18, noviembre)
84
76
predomina en la sociedad, son también factores que limitan, seriamente, las
opciones político criminales más racionales. Ni los políticos con buena
formación y de una trayectoria progresista, pueden escapar al asedio y la
presión de estos factores. Es un dato real que no puede menospreciarse. La
urgencia y complejidad de las demandas sociales sobre seguridad ciudadana,
dificultan notablemente el desarrollo de una política criminal coherente.
d- El poder económico no tradicional, que de esta forma logra que
sólo se perciba como criminales y lesivas, las actividades de las clases
subalternas y que no se cataloguen algunas de sus actividades como acciones
delictivas o socialmente lesivas, tal como ocurre, por ejemplo,
con las
maniobras fraudulentas que realizan las agentes que intervienen en las
actividades económicas dominadas por los monopolios o los oligopolios.
Dentro de esta categoría, también podría incluirse la cuidadosa planificación
legal y financiera del “invisible” fraude tributario.
Así, el fenómeno de cómo perciben la seguridad los habitantes y su
representación social adquiere una doble dimensión, que a pesar de no guardar
homogeneidad se comporta de forma indisoluble: la objetiva que contempla los
hechos de violencia conocidos y medidos por las diversas categorías de
estadísticas oficiales y la subjetiva, construcción imaginaria de la población
acerca de sus vivencias y sentimientos respecto del estado de seguridad.
Para ACEVEDO MATAMOROS (2002) la sensación de inseguridad
subjetiva, es la que marca la sensación de miedo e inseguridad. Puede ser,
concreta o real, pero normalmente se ve confusa y difusa al implicarse el nivel
de las emociones personales (p.47)86, lo cual dificulta una valoración objetiva
del aumento de la criminalidad lo cual ha obstaculizado la convivencia pacífica
y la solidaridad humana, al bajar los niveles de tolerancia social. Esta
circunstancia que se refleja en la incesante solicitud pública de una mayor
represión contra el delincuente en la que se justifica los excesos y se ignora la
importancia por el respeto a los derechos fundamentales y a la gobernabilidad
democrática.
Acevedo Matamoros, M. (2002). La Doctrina de Seguridad Ciudadana, reflexiones en torno a una
adecuada política criminal, Tesis de grado, Facultad de Derecho, Universidad de Costa Rica, p.47.
86
77
Según los datos del estudio Multicéntrico sobre Actitudes y Normas
Culturales sobre la Violencia (Proyecto ACTIVA), realizado en 8 ciudades de
América Latina y España, bajo los auspicios y coordinación de la Organización
Panamericana de la Salud, Oficina Regional de la Organización Mundial de la
Salud (OPS/OMS) para el año 199987 y la interpretación del especialista Marco
Vinicio Fournier del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad
de Costa Rica,
tanto el análisis de frecuencias como la comparación entre
ciudades, muestra niveles de victimización moderados, pero, normas y
actitudes, relativamente altas en algunos aspectos, y una sensación de
inseguridad desproporcionada, en relación con la inseguridad real.
Específicamente, las actitudes más extremas se relacionan con aquellos
ámbitos en los cuales se establece una relación entre el entrevistado o las
instituciones y la delincuencia: tomar la ley en sus propias manos, reclusión de
niños de la calle, detener jóvenes con apariencia física sospechosa, matar a
quien viola una hija, uso de la tortura, aprobación de la pena de muerte, y
percepción de seguridad en el uso de armas.
Todos estos resultados unidos a una sensación de inseguridad
relativamente alta, señalan que se sobrevalora la situación delicuencial en
nuestro país. En principio, no parece existir relación entre los niveles de
victimización reportados, las tasas de delincuencia de los últimos años, la
El estudio pretendió tener por un lado, una aproximación a los niveles de victimización de
los entrevistados en catorce diferentes situaciones. Los resultados muestran un 8,6% de sujetos
que sufrieron robo a mano armada en los últimos doce meses, y un 13,5% afirma haber visto un
robo a mano armada. El 3,4% fue amenazado por un policía o autoridad pública para sacarle o
pedirle dinero, y un 1,9% fue amenazado para obtener dinero por otra persona que no era
autoridad pública. Un 1,6% fue forzado a cambiar de lugar de residencia. Un 3,1% fue golpeado
por otras personas, y un 0,4% fue maltratado por policías. Un 0.4% fue herido con arma blanca,
y un 0,1% con arma de fuego, mientras que un 5,1% vio alguien siendo herido con arma, blanca
o de fuego. Un 4,2% fue amenazado de muerte. A un 0,1% le secuestraron a algún familiar
cercano, y un 1,9% tuvo algún familiar cercano asesinado. Por último un 0,9% afirma que algún
familiar cercano se suicidó en el último año.
Por otro lado, se pretendió medir el grado de inseguridad que perciben los entrevistados en
su entorno. Los resultados tienden a mostrar un nivel alto de esta sensación de inseguridad: un
23% se siente algo o muy inseguro en las calles durante el día, un 51,7% en las noches, un 45,3%
en los medios de transporte, y un 81,3% en el centro de la ciudad. Sin embargo, solo un 11,4% se
siente inseguro en su propio hogar. Por otra parte, un 63,3% ha limitado algo o mucho los
lugares de compra tradicionales por temor a ser víctima de una acción violenta. Del mismo
modo, 55,1% ha limitado algo o mucho los sitios de recreación. Además, un 27,5% ha sentido la
necesidad de adquirir un arma, y un 14,8% ha sentido la necesidad de mudarse a otra ciudad o
área dentro del país. En Fournier, MV. Op. cit.
87
78
percepción de inseguridad y la tendencia a aprobar medidas violentas en
defensa, tanto individual como colectiva o institucional.
El autor ELÍAS CARRANZA(1997)88 señala que el tema del delito, de su
prevención y represión, como es el caso de muchos otros temas, políticos,
sociales y económicos, viene cargado de subjetividades y de ideologías y
quienes lo tratan proponen medidas de política criminal para enfrentarlo, que
frecuentemente confunden su particular percepción del fenómeno, conceptos
éticos o su particular percepción de algunos delitos, con la realidad y proponen
soluciones
y normas para la realidad o para el delito a partir de formas
particulares de pensar, distorsionadas y basadas en casos aislados.
a.) Las políticas de tolerancia cero
Aunque su origen es incierto, hay quien señala que es una idea que
desde los años setenta
se utiliza como una constante en los discursos de
políticos y autoridades para referirse al control que debe imponerse a la
delincuencia de menores, a las escuelas que están en decadencia e incluso en el
ámbito laboral con el propósito de controlar conductas desviadas.
Hoy, lo más común, es referirse a ella como sinónimo de una política
criminológica basada en la transformación gerencial de la policía, el cambio de
orientación de lo reactivo a lo proactivo, el acercamiento con las comunidades,
el uso eficiente de la tecnología y la rendición de cuentas.
Se busca cumplir los objetivos primordiales de la policía: restablecer el
orden y elevar la calidad de vida de los ciudadanos, sancionado todos los
delitos o faltas administrativas por pequeñas que sean, proporcionándole a la
gente espacios urbanos limpios y seguros.
A la de tolerancia cero, como toda política pública, es difícil asignarle un
autor. Rudolph Giuliani, a quien los medios de comunicación, primero
estadounidenses
y
después
internacionales
señalan
como
su
autor,
públicamente ha señalado que el nombre no refleja lo que en realidad se realizó
en Nueva York. Él prefiere utilizar el nombre de “el enfoque de las ventanas
88
Carranza, E. (1997). Criminalidad ¿Prevención o Promoción? San José, EUNED, p. 17.
79
rotas”. George Kelling, coautor con James Q. Wilson del afamado artículo
Broken Windows: The police and neighborhood safety, ha dejado en claro que
"la tolerancia cero” es una tergiversación de sus argumentos originales e
incluso, va más allá, al nombrarla la hija bastarda de la teoría de las ventanas
rotas. William Braton, el primer comisionado de policía de Nueva York durante
el mando de Giuliani, se ha distanciado también del nombre, siempre que se
refiere a la experiencia neoyorquina, cuando habla de las reformas policiales en
las que participó y omite utilizar el término.
Resulta curioso cómo una estrategia policial aparentemente exitosa, sea
tan conocida, y a la vez tan desconocida. La razón de este distanciamiento del
término “tolerancia cero” tiene que ver con las críticas a la estrategia,
básicamente orientadas a señalar la brutalidad policíaca que acompañó su
desarrollo y a las constantes demandas por violación a los derechos humanos,
particularmente de grupos étnicos minoritarios y grupos sociales marginados,
lo que mereció a la estrategia la etiqueta de racista o policía para los pobres.89
Durante el ejercicio de su cargo, las quejas de particulares por conducta
brutal policial aumentaron en un cincuenta por ciento, en aquellas zonas donde
la disminución de la tasa de delitos violentos era la más marcada. (p.102)90
Con la tolerancia cero se decidió poner fin a todo síntoma de impunidad
y dejar claro que la ley está ahí para respetarse. No importa por qué se delinque
lo importante es imponer la ley, y quien la transgreda se tendrá que atener a las
consecuencias. En otras palabras, la vieja y conocida fórmula de “guerra sin
cuartel a la delincuencia” se transfiguró lingüísticamente, para convertirse en
una frase más sutil (tolerancia cero) que trata de convencer a los ciudadanos de
que es positiva y que ayudará a recobrar las calles, ahora ganadas por la
delincuencia.
En suma, la tolerancia cero es una ideología en relación con el delito que satura
de principios morales y despliega una serie de conocimientos criminológicos de
89Arroyo
M, Evaluando la “Estrategía Giuliani”: La Política de Cero Tolerancia en el Distrito Federal.
Centro Internacional de Estudios sobre Seguridad (CIES)
http://repositories.cdlib.org/usmex/prajm/arroyo. Consultado el 01 de diciembre de 2006)
90 Rotman, E. Op. cit, p. 102.
80
carácter gerencial. Tiene como objetivo demostrar, que los índices delictivos
pueden ser reducidos, demostrando que las causas de la delincuencia (factores
sociales estructurales como la pobreza, el desempleo o la estructura
demográfica de la población) son erróneos y de carácter solamente ideológico.
Esta idean permite, a su vez, la expansión de las funciones policiales y el riesgo
de intrusiones indebidas por parte del Estado en los derechos civiles de los
ciudadanos, principalmente por razones de raza, género o edad.
b.)Legislación populista
A pesar de que el sistema político y social costarricense es de tipo
democrático, nuestra actual política criminal está muy lejos de tener la
orientación que esa característica supone, en especial en lo referente a la
promulgación y reforma de la legislación penal.
El Poder Legislativo cede con facilidad ante los temores de inseguridad
ciudadana y la presión de los medios de comunicación masiva, cuyos
informaciones alarmantes, carentes de fundamento y respaldo científico,
suponen un aumento exponencial en la tasas de delincuencia, impunidad o
poco castigo para quienes cometen acciones delictivas e indefensión para
quienes los sufren.
Con base en este equivocado convencimiento, el legislador
tiende a
apresurarse a proponer y aprobar leyes penales cuyos objetivos principales son
el ¨combate a la delincuencia¨ y ¨un justo castigo para los delincuentes¨, sin considerar
la efectividad que estas nuevas normas vayan a tener ante el fenómeno
criminal, ni tampoco los efectos sociales que implican su puesta en
funcionamiento.
Ninguna de estas decisiones legislativas va a basarse en un programa
científico de política criminal, ni en la condición de estado social democrático y
garantista del Estado en el que se van a aplicar. Tampoco van a tender a darle
una atención integral y fundamentalmente de tipo preventivo al fenómeno
delincuencial o a atacar las causas de la criminalidad.
Por el contrario, la
legislación adoptada al calor de argumentos de inseguridad ciudadana y de
81
¨mano dura contra la delincuencia¨, va a ser parte de lo que CHIRINO (2000)
define como ¨más de lo mismo¨ que es un concepto:
¨ ...que resume la ingenuidad legislativa de acudir a más derecho penal, a más penas y a
más reducciones de derechos en el proceso penal, cuando se trata de mostrar
¨contundencia¨ y eficiencia en la represión de delitos. Se busca ¨más de lo mismo¨
cuando sin ningún estudio de la proporcionalidad y de la consecuente necesidad de las
medidas, se procede a buscar ¨soluciones penales¨ a los déficits normativos en otros
sectores del ordenamiento jurídico y a los mismos del derecho penal, siguiendo el axioma
sin sentido de: ¨sí las medidas puestas en vigencia han sido insuficientes, entonces
necesitamos más medidas, entre más gravosas mejor, para combatir los fenómenos
criminales¨(p.352)91
Así, la sociedad cae en un juego interminable: se argumenta la sensación
de inseguridad y la necesidad de contundencia legislativa y judicial contra la
delincuencia, para acudir a la ampliación del Derecho Penal como solución a los
problemas sociales, en especial, el de la criminalidad.
De esta manera, se crea una falacia. Se argumenta haber tratado de darle
solución al clamor de inseguridad de la ciudadanía, por medio del
endurecimiento del derecho y la neutralización de los delincuentes. El
legislador evade asumir una actitud más reflexiva y crítica del fenómeno
delincuencial, que permita dirigir su acción gubernamental a las causas de la
criminalidad y convertirla una actividad propia de una política criminal,
proveniente de un programa de política general democrática. (p. 352)92
Esta actividad legislativa, a la que la doctrina ha denominado ¨populista¨,
pues responde a los intereses que supuestamente interesan al pueblo, tiene
como resultado que se incorporen leyes al derecho penal, cuya pretensión y
Chirino Sánchez, A. (2000). XXV Aniversario del Ministerio Público. Una oportunidad para
reflexionar. San José, Poder Judicial, p. 352.
92 A mayor abundamiento sobre este tema, se ha dicho que ¨No es, pues, en las facultades de
Derecho, ni en los pedestales de la Academia, donde nacen las soluciones contra la criminalidad social.
Todo lo contrario: es en las discusiones parlamentarias, en el seno de los partidos políticos, en el cabildo de
la ¨public opinion¨ y en los foros del sensacionalismo periodístico, donde se perfila y se amarra lo que
muchas veces será finalmente la política criminal de un país¨ Salas, M. (2004). Op cit, p. 45.
91
82
efectos se pueden dividir en tres principales tópicos, que a continuación se
explican: 93
b.1) Aumento de los montos de las penas carcelarias
El argumento legislativo para el aumento de las penas carcelarias y el
fundamento de su imposición, se basa encerrar durante el mayor tiempo
posible a los responsables de la comisión de delitos, aunque no necesariamente
graves. Así, se logrará neutralizarlos, el mayor lapso que se pueda por medio de
su encerramiento, evitar que recurran a medidas de tipo alternativo y generar
un efecto de temor en la población en general, de manera que la mayor cantidad
de personas posible se abstengan de incurrir en acciones delictivas, debido al
temor de la sanción penal.
El incremento de las sanciones carcelarias por parte del legislador, nunca
obedece a una explicación técnica o científica sobre la necesidad del
endurecimiento de las penas o la proporcionalidad de esta medida. Por el
contrario, la argumentación siempre recurre a la ¨levedad¨ de la sanción
anterior y lo necesario que resulta sancionar con ¨mano dura¨ las acciones
delictivas, para evitar que se repitan en el futuro.
Dos ejemplos de este tipo de legislación en nuestro país, se encuentran en
la reforma del artículo 51 del Código Penal ( Ley N° 7389 del 22 de abril de
1994), que, de forma injustificada e inconsulta, se duplicó el tiempo máximo en
que una persona puede estar en prisión, aumentando el monto de veinticinco a
cincuenta años. Otro ejemplo de este tipo de leyes, es la Ley sobre
Estupefacientes, Sustancias Psicotrópicas, Drogas de Uso No Autorizado y
Actividades Conexas, que aumentó la pena mínima de la mayoría de los tipos
penales existentes en la legislación anterior, con el supuesto fin de desestimular
la actividad del narcotráfico.
En este sentido, se ha advertido que: ¨Tomando en consideración los puntos principales que
componen la Doctrina de Seguridad Ciudadana en el país, observamos que las soluciones para
combatir la criminalidad y sus efectos se resumen en el endurecimiento del sistema penal,
haciendo hincapié en la adopción de políticas de control y represión de la criminalidad¨
Campos Acevedo, M. Op. Cit., p.104.
93
83
b.2) Creación de nuevas figuras delictivas
Otro de los efectos más visibles de la legislación populista, consiste en
aumentar el número de las conductas consideradas delito, creando nuevos tipos
penales y la conversión de conductas contravencionales, en delictivas.
Esta actividad legislativa trae como corolario que se vulnere el principio
de intervención mínima del Derecho Penal que se explicó líneas atrás. Según
este principio, la intervención de la vía penal, al ser la más violenta y lesiva del
sistema, debe ser lo más mínima posible y solo debe acudirse a ella en última
instancia, cuando se haya acreditado la ineficacia de otras vías alternativas
menos represivas.
En la creación de estas nuevas figuras delictivas, no media ninguna
consideración sobre la posibilidad de proteger un determinado bien jurídico
por medio de la implemetación de otras ramas del Derecho o sancionas
distintas de la penal, ni tampoco sobre la proporcionalidad que hay entre lesión
y la pena que pretende imponerse; incumpliéndose el carácter de ultima ratio del
Derecho Penal y el principio de proporcionalidad que lo informa.
En este sentido, se ha dicho, con razón que “…la tendencia costarricense no
es a un derecho penal mínimo sino más bien a la criminalización de conductas, de modo
que el legislador no considera que se está prohibiendo una conducta si las sanciones que
se establecen no son penales, de modo que no concibe una ley que no contenga un
apartado con respecto a los delitos”(p.134)94
La legislación populista trata de dar solución al problema creado de la
¨inseguridad ciudadana¨, de la supuesta impunidad de los delincuentes y la
indefensión de las víctimas; por medio de la criminalización de cualquier
conducta que se considere contraria a los intereses estatales o lesiva a otras
personas.
En este sentido, basta darle un vistazo a los proyectos de ley que
últimamente se han discutido en la Asamblea Legislativa. Ahí se constata que el
legislador costarricense no comprende el problema de la criminalidad.
Pretende, actuando con base en propia ignorancia o compromisos políticos,
94
Llobet Rodríguez, J. Op. Cit, p. 134.
84
evitar el aumento de la delincuencia y calmar la supuesta sensación de
inseguridad aclamada por los medios de comunicación y algunos personajes de
la actualidad nacional95, elevando las penas existentes y promulgando nuevos
tipos penales en leyes especiales y en nuestro código sustantivo.
Como muestra de esta tendencia, se puede considerar el proyecto que
recientemente se discutió y aprobó en el seno de la Asamblea Legislativa de
¨Ley de de Penalización de la Violencia Doméstica contra la Mujer¨, el cual
pretendía imponer una doble penalización por el género, cuando el sujeto
pasivo fuera mujer y flexibilizaba los casos en los que podía imponerse prisión
preventiva.
De igual forma, las Reformas al Código Electoral (expediente número
15976 que tiene un dictamen afirmativo de mayoría) el cual pretende imponer
una serie de penas que incluyen multa, inhabilitación y prisión, cuando el
comité coordinador de finanzas del partido político reciba donaciones de
extranjeros, de personas jurídicas y en el caso de personas físicas si sobrepasan
el tope impuesto.
Otro ejemplo de creación de nuevos delitos por tendencia legislativa
populista, es la Ley número 8250 del 02 de mayo de 2002, que dispuso que
ciertas figuras contravencionales pasaron a ser delictivas y se crearon nuevas
delitos, para, por ejemplo, sancionar a los dueños o encargados de ganado,
animales domésticos u otra bestia que, por abandono o negligencia, causaren
daño a la propiedad ajena, independientemente de la cuantía de lo dañado o a
quien disparara un arma de fuego de forma que se pudiera causar peligro a
alguna persona.
La mayor parte de los nuevos delitos creados por el legislador en su
labor legislativa populista, carecen de tutela a un bien jurídico determinado o
bien, se trata de delitos de peligro abstracto. Por lo tanto, constituye una abierta
Un claro ejemplo de este tipo de manifestaciones, lo encontramos en el periódico Diario Extra
del 21 de noviembre de 2006, página 5, donde el abogado Juan Diego Castro, criticando la labor
del Ministerio Público dice ¨El robo en Costa Rica es el negocio más seguro y rentable. Los ladrones
conforman el gremio más grande del país...ya deben superar los cuarenta mil. Vea cuán peligroso es lo
que está pasando aquí (...) La Fiscalía General no ha podido condenar a más de tres de cien pillos que
asaltaron a los costarricenses. Esto es un relajo.¨
95
85
vulneración a la Teoría del Bien Jurídico que en principio, debe regir la creación
y aplicación del Derecho Penal, como un límite al poder punitivo estatal.
ARROYO GUTIÉRREZ (2004, p.19) explica que con el desarrollo de los
delitos creados por este tipo de legislación, se empobrecen los presupuestos de
la punibilidad porque no tienen víctimas visibles, su sanción no requiere de la
producción de un daño, no hay ni requiere una relación de causalidad entre
acción y resultado y la sanción depende exclusivamente de la comprobación de
la acción considerada peligrosa.
b.3) Reducción de derechos y garantías de las personas sometidas a procesos
penales
Otra de las formas de producción legislativa influida por la política
criminal populista, consiste en crear una normativa que implique reducciones
de los derechos y garantías de las personas sujetas a procesos penales. Esta
nuevas medidas se introducen al ordenamiento jurídico, con la falsa promesa
de que con ellas se logrará la anulación de las acciones de los delincuentes, por
medio del procesamiento con legislación inflexible, que asegure su condena
penal y su encarcelamiento.
Pretende aumentarse la posibilidad de que un delincuente ingrese a
prisión de forma inmediata a la supuesta comisión del delito que se le atribuye
y disminuir las oportunidades que tenga de cumplir su pena anticipadamente.
Todo lo anterior tiene como fin último, el mantenerlo la mayor cantidad de
tiempo posible en prisión, con el objetivo de neutralizar sus acciones en contra
de la ley.
La falsa expectativa de crear un ambiente de tranquilidad y protección
que este tipo de normativas producen en las personas, cuando la realidad indica
que la comisión de las
conductas delictivas que pretenden eliminarse no
disminuyen, es el pensamiento que se ha denominado “whishful thinking”96
Whishful thinking - traducción literal: pensamiento lleno de deseos, esto es, pensar que la
realidad se acomoda a nuestras esperanzas, imaginarse que las cosas son verdaderamente tal y
como uno quiere que sean. Ya Platón se había dado cuenta ¨...deja que me regocije con un festín
como el que las personas de espíritu ocioso suelen ofrecerse cuando pasean a solas. Esta clase de
personas descuida averiguar por qué medios lograría su deseo, para ahorrarse el esfuerzo de
96
86
(pensamiento por deseos), que se refiere a la creencia de que basta con que las
personas deseen que las situaciones que les afecta se corrijan, para que así
suceda.
2. La importancia de la teoría del bien jurídico como herramienta para la
construcción de una política criminal democrática
Como se estudió en el capítulo primero, la política criminal puede
considerarse democrática, si es aplicada por un Estado que respeta los límites
que le imponen los principios y garantías en su intervención punitiva y su
acción se basa en el respeto a la legalidad y a los derechos fundamentales
reconocidos a los ciudadanos.
También, la calificación de democrática de la política criminal de un
Estado, requiere que esté dirigida, no a eliminar a toda costa las conductas
delictivas de los ciudadanos, sino a disminuir hasta niveles tolerables las cifras
de la criminalidad, garantizando el respeto a los derechos fundamentales de las
personas que forman el conglomerado social a quienes se dirige las decisiones
políticas estatales.
Sin embargo, la construcción de una política criminal democrática
requiere del desarrollo de una herramienta que cumpla una doble función:
primero, como base y punto de partida en la creación de la política y segundo,
que constituya un límite claro a la acción punitiva estatal, en favor de las
personas a quienes afectará esta política.
En este sentido, la Teoría del Bien Jurídico, entendida como la definición
que cada sociedad tiene de los presupuestos imprescindibles para asegurar y
perpetuar la vida social en convivencia (capítulo 2), se constituye como el
pensar en si será posible o no; lo dan por obtenido y a continuación disponen lo demás a su
agrado, complaciéndose en enumerar todo lo que harán cuando su deseo se realice, y de tal
modo aumentan la natural indolencia de sus almas. Por el momento, deja que como ellos me
abandone a la pereza y difiera el examen de si es posible o no lo que propongo¨ (...) En síntesis
whisful thinking es caer exactamente en lo contrario de aquello que constituye el motor esencial
del pensamiento científico a saber ¨El máximo respeto a la cientificidad consiste en aprehender
las cosas que son como son, no como quisiéramos que fueran¨. Haba, EP.(1995) Pedagogismo y
¨Mala Fe¨. San José, Investigaciones Jurídicas, p. 33.
87
instrumento jurídico idóneo, para construir una política criminal que pueda,
válidamente, considerarse democrática.
Esta conclusión deviene de considerar la función delimitadora del Bien
Jurídico, establecida constitucional y jurisprudencialmente,
que encuentra
fundamento y sentido en el Estado de Derecho Republicano en que vivimos, el
cual se fundamenta en el carácter fragmentario del derecho penal.
De esta manera, se busca alcanzar una reacción penal que se interese por
proteger las relaciones de disponibilidad más importantes para la vida social,
que, por su extraordinaria relevancia para el sostenimiento de la vida en
sociedad, merecen la utilización de la herramienta más poderosa en manos del
legislador
para
reaccionar
frente
a
las
conductas
que
infringen
significativamente esas relaciones.
Esta idea sobre el Bien Jurídico, es eminentemente constitucional, es una
forma de brindar contenido garantista y liberal para aplicar de la Ley Penal. El
delito no se definirá simplemente como una desviación al mandato jurídico,
sino por lesionar o poner en peligro los valores ético sociales. Aquí hay así una
clara limitación al poder punitivo. Solo se castigarán las conductas que
incumplan el mandato jurídico y lesionen el valor ético social y que se
constituye el llamado bien jurídico.
Resulta consecuencia lógica de esta tesitura, que el acto legislativo de
descripción de una conducta penalmente conminada es, al mismo tiempo, un
acto de tutela del "ente" o la "relación" fundamental a que esa norma alude. El
legislador al crear un tipo penal en realidad lo que realiza, es una valoración
positiva de una relación de disponibilidad importante para la vida de
convivencia, que cuando es fundamental, tiene protección penal.
Aquí, la teoría del bien jurídico debe servir como una herramienta de
construcción, de lo que se denomina una política criminal integral, en la que sea
la grave afectación a los ámbitos indispensables de la vida de las personas y la
imposibilidad de dar una solución diferente al problema, la que justifique la
intervención del sistema penal, y no la alarma general inducida por el mal
88
manejo al promulgar y recibir de la información relacionada con la
criminalidad.
Ante este panorama, resulta clara y urgente la necesidad de definición de
una política criminal integral que sea parte de la política general del Estado.
En esta tarea de redefinición, la teoría del bien jurídico, constituye un
valioso instrumento para lograr que la política del Estado en relación con la
delictividad, no sea solamente reaccionaria ante supuestas exigencias sociales y
escándalos mediáticos, sino que consiga objetivos acordes con la concepción de
un derecho penal mínimo y garantista.
De esta manera, se asegurará que se sancionen sólamente las lesiones
graves a bienes jurídicos que sean indispensables para la vida de las personas
(tales como la vida y la integridad física) y el orden social (por ejemplo, casos de
corrupción en la función pública y actos de terrorismo).
También se evitará que las reformas penales tiendan sólamente al
aumento desmedido de las penas, a incorporar nuevos tipos penales o a
obstaculizar la libertad de quienes han sido condenados.
Otro logro será eliminar las figuras delictivas que no significan lesión
alguna a algún bien jurídico o que se sancionan con días multa o penas de
prisión insignificantes, indicadores de la poca importancia que el legislador le
dio a la lesión que el acto conlleva.
Por otra parte, desarrollar la teoría del bien jurídico en la construcción de
la política criminal, impedirá que se incorporen al ordenamiento jurídico,
delitos de peligro, utilizando como fundamento la supuesta existencia de un
bien jurídico tan amplio e indeterminado, que su comisión no significa ningún
daño.
El Dr. Oscar Arias Sánchez, en su condición de candidato presidencial
para las elecciones presidenciales de Costa Rica 2006-2010, expuso el 14 de
enero del 2005, las ocho tareas prioritarias que contenía su plan de gobierno y
que consideró prioritarias para el país: luchar contra la corrupción, luchar
contra la pobreza y la desigualdad, crear empleos de calidad, educar para el
siglo XXI, luchar contra la delincuencia y las drogas, poner en orden las
89
prioridades del Estado, recuperar la infraestructura y ennoblecer la política
exterior.
En específico sobre la lucha contra la delincuencia, el plan de gobierno,
del ahora Presidente de la República indica: “…el miedo cotidiano y generalizado
invariablemente alimenta el desencanto con el estado de derecho, la intolerancia social,
la xenofobia, los discursos demagógicos y las tentaciones autoritarias. La lucha contra la
delincuencia y las drogas es una lucha por la supervivencia de nuestra democracia y del
tejido social que la hace posible… El ejercicio de la libertad, la solidaridad y la
construcción del desarrollo humano requieren de un mínimo de seguridad, no sólo en el
sentido amplio de que el acceso de las personas a ciertos bienes y derechos básicos esté
garantizado, sino en el sentido más específico de protección ante la violencia y el
despojo. Como fuente de temor y mutilación de libertades, la inseguridad ciudadana es
un obstáculo para el desarrollo humano… Es urgente entender las políticas de
seguridad ciudadana como parte integral de las políticas sociales. Necesitamos una
política social que combata firmemente la delincuencia, pero que combata aún más
firmemente sus causas; que sea capaz de reprimir efectivamente el delito, acabando con
la impunidad, pero mucho más capaz de prevenirlo; que no conciba las políticas de
seguridad ciudadana como una guerra contra un enemigo, sino como un esfuerzo por
tutelar efectivamente los derechos básicos de todas las personas. La política social debe
consolidar una verdadera red de protección, capaz de funcionar coordinadamente
integrando las políticas universales junto con la adecuada selección de beneficiarios de
los programas específicos, gestionándolos eficazmente y evaluando sistemáticamente sus
resultados. Debemos hacer explícita esa red y, además, asegurar que la coordinación
intersectorial e interinstitucional se dé a todo nivel: desde las más altas autoridades
hasta el ámbito comunal, con el involucramiento de los diversos actores institucionales y
la ciudadanía¨.97
Esta línea de pensamiento, contiene un programa de política criminal
democrático- progresista, que podría variar sensiblemente la situación actual.
Refleja las necesidades de Costa Rica en su lucha contra el delito, está basado en
el combate de sus causas, su prevención y el respeto de los derechos
Partido Liberación Nacional. Hacia la Costa Rica Desarrollada del Bicentenario. Programa de
Gobierno 2006-2010. Noviembre 2005, en http://www.pln.or.cr/oas/oas071.htm, consultada en
el 25 de diciembre de 2006.
97
90
fundamentales de las personas. Si bien aún es muy pronto para preguntarse si
estas son únicamente palabras vacías, lo cierto es que, al menos en el papel,
nuestro país tiene claros, importantes fines específicos para dirigir su política
criminal y lograr el control de la criminalidad.
El desarrollo de una política criminal, cuya base sea la teoría del bien
jurídico, requiere de un cambio radical en la forma en la que tradicionalmente
se ha tratado a nivel gubernamental, legislativo y judicial, el tema del fenómeno
criminal.
También, la adopción de esta propuesta
implica un cambio de
paradigma respecto de lo que se ha tomado como norte en la construcción de
política criminal. De esta manera, debe pasarse, de la reacción legislativa
emocional inmediata y políticamente comprometida, al estudio serio de la
realidad criminal del país y la toma de decisiones conforme con ese análisis
previo, de la utilización de la sede penal como único medio para dar una
respuesta a cualquier problema social, a entender su carácter de último recurso,
debido a su nivel de gravedad y violencia; y de entender la cárcel como única
sanción útil, a relegarla a los casos de mayor gravedad en los que sea
estrictamente necesaria.
Adoptar la teoría del bien jurídico como herramienta de construcción de
política criminal, constituye un paso trascendental en el cambio que se requiere
en la respuesta que debe dar el Estado al delito y a sus autores. Sin embargo, el
camino hacia este cambio no se vislumbra fácil, debido a que requiere el
abandono de una forma tradicional y más cómoda de diseñar y aplicar Política
Criminal, como es el estilo actual y la adopción de una manera más reflexiva,
estudiada y responsable de dar respuesta integral al fenómeno de la
delincuencia, a sus causas y sus efectos, tan necesarios en la actualidad.
91
CONCLUSIONES
La definición de una política criminal democrática, no depende
solamente de las decisiones gubernamentales y legislativas que se refieran de
forma directa al ordenamiento jurídico penal.
La política criminal es parte integral de la política general de un Estado.
Por ende, se compone de las distintas políticas sociales, económicas y jurídicas
que se adopten en cada sistema social; en lo que se podría llamar un disciplina
multifactorial, que va a estar determinada por buena parte de las políticas
públicas que se adopten en cada Estado.
En este sentido, se ha dicho que: ¨Evidentemente la política criminal no
puede quedarse en el marco de las medidas estrictamente penales, porque el fenómeno
que pretende conjurar no se reduce a los daños que pueden inferirse a un ciudadano, a
través de un comportamiento que sea por naturaleza, criminal. Por el contrario, la
criminalidad es un fenómeno multifactorial y plurifacético; en su producción no
solamente se encuentran involucrados factores individuales y psicológicos del
delincuente, sino también consideraciones de índole económica, política y social que
lleva implícito un determinado modelo de selección de conductas e individuos como
delincuentes”(p.77) 98
La única forma de pretender realizar política criminal en una forma
coherente, es desarrollar una disposición crítica y realista acerca de las
verdaderas causas de la delincuencia, la mejor forma de prevenirla y la
respuesta que debe darse a la vulneración del ordenamiento jurídico penal.
Debe dejarse de lado, el discurso ilusorio y artificial que se da tan
fácilmente entre los “especialistas”, sobre todo, aquellos quienes aprendieron
en la academia, el arte de la argumentación y ahora la utilizan en contra de las
necesidades de los ciudadanos.
98Barreto
Ardila, H. Op. Cit., p.77.
92
Comprende la necesidad de analizar las dos caras del delito: al
delincuente y su víctima y también en el contexto en que ambos se
desenvuelven.
Debe reconocerse que esta labor implica no sólo costosas y largas
investigaciones, sino, también y, sobre todo, un compromiso verdadero y
honesto por parte de los estudiosos que la asuman. Implica también, que la
sociedad deje de caminar por los senderos escritos de la política criminal y se
empiece a analizar las verdaderas causas de la delincuencia, se busquen
respuestas acordes con las necesidades de las partes y se realice una lucha
activa para que finalmente la teoría fundamente a la praxis.
Recapitulando, primero, que la política criminal, al ser parte de la
política general de un Estado, tiene las características básicas de cualquier
actuación política. Es un conjunto de estrategias para un determinado fin que
depende de criterios valorativos: políticos, económicos, sociales, que rigen una
determinada sociedad.
Al realizar el análisis de esos criterios valorativos, los cuales
fundamentan, en un primer nivel, el fin general de una determinada política
criminal, nos damos cuenta que son diversos, dependiendo de la ideología que
alimenta el régimen político de cada modelo constitucional (p.23)99.
En los últimos tiempos, el debate ideológico del mundo occidental se da
entre el neoliberalismo y la social democracia. El primero se refiere a la
adaptación de los principios básicos del liberalismo, se propone recortar, o
incluso desaparecer, el gasto social de los estados del bienestar. Proponen la
privatización de los servicios públicos, la liberalización del mercado y una
asistencia social mínima para los más necesitados.
Por su parte, la social democracia, cuyo origen se sitúa en la aceptación
de la democracia parlamentaria como medio para llegar al socialismo, pretende
conseguir una reactivación de la economía sin perder el objetivo de la
búsqueda de la justicia social, para lograrlo proponen una disminución del
aparato del Estado, introduciendo sistemas de competencia entre los servicios
99Zúñiga
Rodríguez, L. Op. Cit., p. 23.
93
públicos para mejorar su calidad y su competitividad. Entre estas opciones se
mueven las políticas de los Estados occidentales europeos y también sus
políticas criminales.
En nuestro ámbito, el modelo de sociedad está reunido en la
Constitución Política, hacia la cual se orienta la actuación jurídica y política de
los poderes públicos. En el artículo primero de nuestra Carta Magna, se
estipula que Costa Rica es una República democrática, libre e independiente.
Con base en estos tres principios, se desarrolla todo el sistema de
poderes y con ella, toda la política que nos rige como sociedad. Conforme con
estos lineamientos, también se desarrolla o se debería desarrollar, la política
criminal. No obstante, aunque el país se encuentra en un momento crucial para
la historia del país, donde las discusiones de las autoridades se debaten entre la
adopción definitiva del neoliberalismo o el sostenimiento de algunas
instituciones socialdemócratas, lo cierto es que, según lo indicado líneas
atrás100, cuando el fin general de la Política Criminal, en un régimen
democrático como el nuestro, es la realización de los derechos fundamentales,
mediante la búsqueda de un espacio de seguridad para que el ciudadano
pueda desarrollar sus potencialidades, se puede calificar esta Política criminal
como humanista, democrática, progresista, diferente de la política criminal
autoritaria estudiada.
Los fines específicos de la Política Criminal están condicionados por la
manera de entender la criminalidad, el sistema penal que la previene y por la
conexión de este último con los demás medios de control social que a su vez,
estarán vinculados con la manera de comprender las formas de integración del
hombre en sociedad y la desviación social.
Como se expuso antes, en un primer momento el fin de la política
criminal fue la represión del delito. Luego, con el advenimiento del Estado
social, se sustentó como fin concreto, la prevención de la delincuencia. Las
últimas tendencias apuntan hacia una concepción más amplia de los fines de
las actuaciones políticas y jurídicas de los Estados en relación con la
100
Capítulo Uno, Apartado B: Política criminal en los diferentes modelos de Estado.
94
delincuencia, considerando la prevención y el objetivo de controlar sus
consecuencias.
Se puede observar entonces, cómo el fin general de la realización de los
derechos fundamentales (modelo de sociedad) está conectado directamente con
los objetivos concretos de la política criminal.
Según está conexión, las relaciones individuo- modelo de sociedad,
determinarán en el segundo nivel, las maneras de entender la delincuencia o la
criminalidad y las formas de abordarla.
Coincidiendo con esta idea, ZUÑIGA RODRÍGUEZ (2001, p.38-39)
señala que la consideración de los principios del Estado de Derecho y de los
derechos fundamentales, como paradigma valorativo de la actuación política y
jurídica, necesita comprender que el pluralismo ideológico y la tolerancia son
principios fundamentales, e implican la adhesión a un sistema de valores
sustentadores de los derechos, que no puede imponerse ni promocionarse con
un sistema sancionatorio. Más bien, cabe promoverse a través de la
comunicación y el consenso, de la promoción democrática.
Esto significa que no puede utilizarse la sanción penal para promocionar
valores. Estos deben alcanzarse con el consenso y el convencimiento, a través
de políticas destinadas a promover las condiciones para el desarrollo de los
derechos. Es decir, preferir la prevención a la represión, utilizar políticas
criminales integrales (no solamente penales) y la función promocional de la
política criminal.
Ahora bien, si la prevención de la delincuencia es el objetivo
fundamental del sistema penal y del control social en general en un Estado de
Derecho y constituye entonces el eje de toda la política criminal moderna ¿para
lograr esa prevención se podría justificar toda estrategia criminal? Por
supuesto, que la respuesta es negativa.
Existen parámetros que deben limitar las acciones político- criminales
que utilice un Estado democrático de derecho. El respeto a los parámetros de
licitud en la actuación de los poderes públicos y privados resulta fundamental
95
en cualquier política criminal que pretenda alcanzarse, lo cual se traduce en el
respeto a los derechos fundamentales.
Las normas constitucionales fijan límites al poder punitivo del Estado y
con ello a las medidas de política criminal. Los principios de legalidad,
lesividad, mínima intervención y carácter fragmentario son evidentes límites
constitucionales, dirigidos al legislador y al operador de las normas jurídicopenales
que deben ser atendidos en procura de preservar un Estado de
derecho.
“En ningún momento se debe olvidar que la prevención sin el contrapeso de sus
límites, centrados en el respeto a los derechos fundamentales de las personas
puede desembocar en el terror penal, en el utilitarismo o en el eficienticismo”101.
La prevención del delito fundada en la intimidación y la disuasión
mediante el temor a la amenaza del castigo configuran un tipo de Política
Criminal
autoritaria y regida por el miedo, lo cual, está comprobado
empíricamente, tiene efectos contraproducentes, porque en lugar de tener
efectos inhibidores en los sujetos, puede constituir más bien un factor
criminógeno, al aumentar el riesgo y las ganancias ilícitas.102
Los límites de la política criminal se encuentran en la reinterpretación de
las normas superiores (p.81)103. Los derechos fundamentales no constituyen
solamente garantías o contrapesos al poder absoluto del Estado. Los derechos
humanos son ahora examinados en función de lo social, como condiciones de
perfeccionamiento de la estructura social. Si se entiende la política criminal
desde los derechos humanos, forzoso resulta concluir, también, que el respeto
irrestricto a los derechos fundamentales del hombre es el primero, y más
importante, límite de la política criminal.
En este orden de ideas, la teoría del bien jurídico se presenta como el
límite más significativo y útil al poder punitivo del Estado, congruente con las
características del Derecho Penal estudiadas en el capítulo segundo, que lo
Zúñiga Rodríguez, L. Op. Cit., p.39.
Por ejemplo, en el delito de tráfico de drogas donde a mayor ilicitud mayores ganancias.
103Barreto Ardila, H. Op. Cit., p.81.
101
102
96
definen como un sistema cuya intervención debe ser mínima, fragmentaria, con
condición de último recurso y, además, de carácter subsidiario.
Este límite se constituye también en una garantía del ciudadano, frente
al poder sancionador estatal, que no puede ir más allá de las funciones que
constitucional y legalmente le han sido asignadas, ni tampoco atribuirse tareas
de transformación social, en detrimento y sustitución de otras ramas del
ordenamiento jurídico a las que les compete esta labor.
La Teoría del Bien Jurídico, ha sido desarrollada desde la dogmática,
como eje principal en la interpretación de la Teoría del Delito, entendiendo que
el bien jurídico se incorpora en los tres estadios que configuran el ilícito penal.
En primer término, en la tipicidad, es necesario analizar si las conductas
que se tienen como figuras delictivas, afectan de forma significativa el bien
jurídico que tutelan. En este sentido, no se debe constatar únicamente la
comisión de la conducta descrita como delito, también debe verificarse que
exista una afectación grave de lo socialmente permitido.
Este ejercicio, más allá de significar un ahorro en el gasto de recursos en
la Administración de Justicia, implica, sobre todo, asegurarle al ciudadano el
respeto a su garantía constitucional de legalidad.
En segundo lugar, la Teoría del Bien Jurídico impone que al analizar la
antijuricidad de la conducta, el operador del derecho examine con
conocimiento jurídico y conciencia ética, la conducta que pretende perseguir,
pues si el derecho penal es el último recurso para aplicar ante un conflicto, no
es posible pretender ni a nivel legislativo ni judicial, ir en contra de este
principio que confiere a un Estado, su condición democrática.
En tercer lugar, la Teoría del Bien Jurídico vista por Claus Roxin y
Gonzalo Fernández, transforma la exigibilidad de conducta alternativa, que
podría tener un sujeto ante la comisión de un delito, en un parámetro que
verifica el principio superior de la dignidad humana, puesto que suministra la
variable de ajuste en materia de imputación de responsabilidad.
Se pretende entonces, que los operadores del Derecho, en especial el ente
acusador del Estado (fundado en su criterio de objetividad), garanticen el
97
principio constitucional de igualdad, interiorizando en su aplicación jurídica
diaria, que un Estado Democrático debe garantizar al individuo, que no ha sido
posible que se adapte socialmente por carencias y contradicciones, ser tratado
especialmente en la imposición de una posible pena, tomando en cuenta ese
déficit de socialización. Lo contrario sería discriminatorio, deshumanizado y
violentaría el citado principio constitucional que nos permite diferenciarnos de
un estado de corte autoritario. Allí radica su importancia y necesidad.
En el capítulo tercero, se analizó cómo el abandono de la teoría del bien
jurídico en la construcción de la política criminal, ha generado la incorporación
de leyes a nuestro sistema penal de corte populista para expandir y endurecer
el derecho penal ya existente y renunciar a cualquier otra forma de control
social por medio de vías alternas a la penal.
Una manifestación de este tipo de concepción de política criminal, es la
que se nota a nivel económico. El Estado recorta cada vez más la inversión
social en puntos que son sensibles en relación con los niveles de algunos tipos
de criminalidad, tales como pobreza, educación, hacinamiento urbano y
desempleo. Esta decisión ha significado un aumento sustancial en estos factores
de riesgo delincuencial y de la población que está inmersa en ellos y representa
los principales clientes del aparato judicial penal.
En el ámbito penitenciario, los objetivos de la Administración se han
dirigido a la construcción de más centros penales y ampliación de los
existentes, con el fin de terminar con el hacinamiento carcelario y crear más
espacios para internos. No obstante, la inversión no se ha destinado a
desarrollar planes acordes con la finalidad resocializadora de las penas, ni con
el mejoramiento de las condiciones de vida de los reos, como alimentación o su
transporte a citas médicas. Esto significa que, a pesar del aumento de la
capacidad del Sistema Penitenciario Nacional, las pésimas condiciones que
padece la mayoría de los internos, se mantengan invariables.
Las diferentes entidades policiales administrativas, muchas veces
víctimas de la falta de suficiente inversión estatal, prácticamente han
renunciado a su misión preventiva del delilto y mayoritariamente cumplen
98
funciones de tipo represivo y hasta investigativo. Incluso, esto último implica
una contradicción en su naturaleza y una ilegalidad.
En este contexto, resulta conveniente determinar si se ha verificado la
hipótesis propuesta, y resulta claro que a lo largo de esta investigación se ha
comprobado que la teoría del bien jurídico es una herramienta esencial de
construcción de la política criminal democrática, necesaria en la condición
actual del país. Con su desarrollo busca lograrse una reacción penal que se
interese por proteger las relaciones de disponibilidad más importantes para la
vida social, que, por su extraordinaria relevancia para el sostenimiento de la
vida en sociedad, merecen utilizar la respuesta más violenta de la que dispone
el Estado, ante una vulneración del ordenamiento jurídico.
Nuestra propuesta sobre el uso de esta teoría, constituye una forma de
brindar contenido garantista a la aplicación del sistema penal. El delito no se
definirá simplemente como una desviación al mandato jurídico, sino por la
oposición, lesión o peligro de valores ético-sociales. Se constituye así una clara
limitación al poder punitivo, porque solo se castigarán las conductas que
incumplan el mandato jurídico y lesionen el valor ético social y que
comprenden lo que se ha llamado bien jurídico.
Como se advirtió en el capítulo tercero, el desarrollo de esa propuesta
requiere de un cambio radical en la forma en la que tradicionalmente se
propone, hace y ejecuta el derecho penal.
Significa, también, un cambio de dirección en el papel que se le confiere
al derecho penal, que concebido dentro de la teoría del bien jurídico, ya no se le
ve más como el primer recurso de solución de problemas sociales, sino como la
última razón del derecho, cuando sea imposible alcanzar una respuesta por
otras vías y cuando se esté frente a una vulneración grave de un bien jurídico,
de especial trascendencia y relevancia para la vida en sociedad.
A pesar de todo lo anterior, la mayor dificultad que debe enfrentar esta
propuesta, es el paso por el largo trecho existente entre el discurso teórico y la
práctica cotidiana. No será sino hasta que se desarrolle, de forma conjunta, en
la praxis ejecutiva, legislativa y judicial la concepción de una política criminal
99
regida por el estudio de las causas de la delincuencia, la determinación de las
formas más efectivas, pero garantistas de los derechos fundamentales, sobre la
prevención del delito, el establecimiento de las vulneraciones a bienes jurídicos
que ameritan sanción penal y la definición de cuándo debe aplicarse la pena
carcelaria, cuando se podrá hablar de la creación de una verdadera política
criminal acorde a los presupuestos de un Estado democrático.
No obstante, como se indicó en el capítulo primero, las políticas públicas
deben entenderse como el ámbito privilegiado de realización del "pacto" entre
Estado y sociedad. Por ese motivo, los asuntos públicos no deben ser atendidos
y decididos solamente por los representantes del gobierno, sino también, por
otros actores de la vida en sociedad, a los cuales les concierne y afecta
directamente las decisiones políticas que se tomen en él ámbito público.
De lo anterior surge la necesidad de reconocimiento de los respectivos
espacios de participación en los distintos órganos de decisión gubernamental,
para definir las necesidades y problemas sociales, los cambios que deben ser
atendidos e impulsados, entender y pesar las consecuencias de actuar, el
sentido que se dará a las decisiones, sus consecuencias y los recursos que
deberán asignarse a cada decisión. Sin embargo, los espacios de participación
no deben convertirse en una formalidad o solo en un estrado de discursos, sino
que deben constituir un verdadero foro de planteamiento de posiciones, para
fomentar la verdadera y sobre todo, constructiva discusión,
para que,
finalmente, se tomen decisiones en las que hayan sido valoradas todas las
argumentaciones vertidas, de manera que adquieran legitimidad.
Este es el verdadero sentido de la democracia.
100
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