El Holandés Errante y la tragedia romántica: De Wagner a Heidegger.

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AULA WAGNER Y DE ESTUDIOS ESTÉTICOS
DEPORTES DE LA U.L.P.G.C.
DEL
VICERRECTORADO
DE
CULTURA
Y
SECCIÓN: Textos
Texto: Sonia Mauricio Subirana: El Holandés Errante y la tragedia romántica:
De Wagner a Heidegger
EL HOLANDÉS ERRANTE Y LA TRAGEDIA ROMÁNTICA:
DE WAGNER A HEIDEGGER *
Prof. Dra. Sonia Mauricio Subirana
La conferencia que a continuación se desarrolla la impartí con motivo de los actos
programados por La Asociación Wagneriana de Canarias para la temporada 2002-2003.
Ha sido un honor y un placer la
preparación de esta conferencia. Y para
explicárselos voy a recurrir a una anécdota que contaba recientemente Eugenio Trías,
con motivo de la publicación de sus memorias: El árbol de la vida (Destino, 2003).
Este insigne filósofo, único español Premio internacional Nietzsche en Alemania, y
a su vez, apasionado de la obra de Wagner, señala en sus memorias como vivió su niñez
en los tristes años cincuenta de la Barcelona del nacional-catolicismo. En aquella época,
lo único que lo sacaba del aburrimiento y la oscuridad ambiental era coleccionar reseñas
de estrenos de películas que se publicaban en el periódico La Vanguardia. Por eso,
cuando iba a casa de los amigos de sus padres buscaba en las alacenas y en los cajones
porque solían poner los cubiertos encima de hojas de periódicos. Si en alguna ocasión
encontraba alguno que faltase en su colección, cogía el papel y lo escondía rápidamente
para luego recortarlo en su casa y destinarlo a su álbum. Y contaba que un
acontecimiento que marcó su infancia por el goce tan grande que le supuso fue cuando
una tarde subió a la azotea de la casa familiar y se encontró con un paquete de
periódicos, que al abrirlo coincidió con un montón de ejemplares de La Vanguardia que
faltaban en su colección.
Pues un goce similar lo he sentido yo profundizando en el tesoro de Wagner y es
para mí un gran motivo de felicidad poder compartirlo con ustedes y además en este
simbólico Salón dorado del Gabinete.
1
En este sentido, se ha dado una de esas casualidades que uno no sabe si atribuir al
azar. El Gabinete literario fue fundado el 1 de marzo de 1844 con objeto de contribuir a
impulsar las manifestaciones de las artes y la cultura de esta ciudad. Sólo un año antes
Wagner compuso El Holandés Errante por eso no podría ser mejor el contexto para
explicar el espíritu romántico que movió a Wagner y a los fundadores de esta ilustre
sociedad.
Y ya sin más preámbulos comienzo con la conferencia.
EL HOLANDÉS ERRANTE Y LA TRAGEDIA ROMÁNTICA: DE WAGNER A HEIDEGGER.
El Holandés errante (Der fliegende Holländer), ópera de Richard Wagner
estrenada tras Rienzi en Dresde el 2 de enero de 1843, es representativa de la esencia
trágica del espíritu romántico. Esta obra se basa en la reelaboración por Wagner de una
vieja leyenda nórdica rescatada por Heine tras la experiencia de una tempestad
estremecedora.
Wagner cuenta en sus memorias las privaciones que pasó en París mientras la
escribía. De esas páginas, resalta su imagen caminando por Notre-Dame con las botas
gastadas1 y, como diría Schopenhauer, con la elegancia de un hombre al que la cultura
hace príncipe. El compositor explica también como la noche del polémico segundo
estreno en Berlín de esta ópera pasó una amarga velada en una taberna de Unter der
Linden con Heine.
En ese momento, desconocía la sorpresa que le aguardaba al volver a su pensión.
Por eso, cuando se dirigía a su habitación, cansado y abatido, recibió un fuerte
sobresalto al encontrarse con Werder, bajo la luz de una vela, al estilo de las piezas
fantásticas de Hoffman. El músico, al que Wagner había conocido por Mendelssohn, lo
felicitó y calificó El Holandés errante de obra maestra inaudita, y añadió que a partir de
ese momento se constituía una nueva e insospechada esperanza para el futuro del arte
alemán. Wagner siempre agradeció dicho aliento y hasta el final de sus días entendió
1
Vid. Wagner, R. Mi vida, Turner, primera edición completa en castellano, 1989, pág. 194 y ss., donde al
respecto de dicha estancia parisina señala: “En ese tiempo yo enseñaba a menudo con jovial orgullo mis
botas, las cuales al fin literalmente sólo daban aún una apariencia de indumentaria a mis pies, pues las
suelas habían acabado desapareciendo del todo”.
2
que se equivocaban los que la habían calificado de pieza de juventud porque en ella ya
reside el germen de toda su concepción artística2.
El propósito inicial de estas líneas era explicar la relación de esta ópera cargada de
simbolismo, claro ejemplo del proceso estético de la tragedia romántica, con los
postulados filosóficos de Nietzsche y Heidegger. Dichos autores se consideran
profundamente influidos por Wagner para responder a la que consideran la primera y
fundamental pregunta: la relación del arte con la verdad. Pero cuando se profundiza en
la obra del compositor, su complejidad e interés es tan rotundo que desborda la
intención primera por lo que sería inexcusable no hacer referencia a otras ramificaciones
filosóficas, literarias, artísticas y existenciales claves para su comprensión.
En este sentido, la tesis central de este trabajo se basa en la argumentación de cómo
la práctica artística de Wagner no sólo responde a la de un genio puramente intuitivo
sino que se fundamenta en un profundo pensamiento estético intrínsecamente unido a su
vertiente artística. Ya en sus escritos filosófico-estéticos3, Wagner describe su arte como
activo y creativo: Kunstschaffen, por lo que su obra (Das Kunstwerk) trasciende de lo
meramente artístico para situarse en el ámbito del pensamiento estético. En esta línea,
no le sorprende a Heidegger que Wagner encontrara en la obra capital de Schopenhauer,
El mundo como voluntad y representación, que leyó detenidamente cuatro veces, el
fundamento metafísico de su arte4. Por otra parte, estos presupuestos no niegan que sus
óperas se justifiquen por sí mismas al margen de cualquier enunciado y toda su música
posea una significación autónoma e inmanente.
Esta fusión entre arte y pensamiento que consigue Wagner de una forma tan natural
que parece consustancial se nutre de fuentes diversas aunque unidas por un primer hilo
conductor: el sentimiento de lo trágico. Entre ellas se pueden destacar desde los clásicos
2
Vid. Wagner, R. (Mi vida, cit., pág. 246 y ss. y 448 y ss) donde cuenta cómo El Holandés errante se
estrena en Dresde el 2 de enero de 1843 interpretada por su admirada Schröder-Devrient en el papel de
Senta y Wächter en el papel de El Holandés. Dicha opera alcanzó sólo cuatro representaciones, en cuyo
transcurso la decreciente afluencia de público culminó con el fracaso. Con posterioridad, se representó en
El Teatro de la Corte de Berlín también con Schröder-Devrient como Senta. La reacciones del público
berlinés fueron contradictorias: unos aplaudieron fervorosamente y otros la atacaron de forma furibunda.
A partir de dicha rememoranza, relata con todo detalle su significativo encuentro nocturno con Werder.
3
Vid. Wagner, R. Die Kunst und die Revolution (El Arte y la Revolución, 1849); Das Kunstwerk der
Zukunft (La obra de arte del futuro, 1850); Oper und Drama (Opera y drama, 1851); Deutsche Kunst und
Deutsche Politik (Arte Alemán y Política Alemana, 1865); Musikästhetik-Reformschriften (Escritos
estéticos, 1854-1869).
4
Vid. Heidegger, M. Nietzsche, vol. I, Destino, ed. 2000, pág. 91 y ss.
3
griegos, en particular, Sófocles y la tragedia ática, hasta a Shakespeare, Hoffmann,
Goethe, Schiller, Schopenhauer y más tarde Nietzsche5.
Fue, sin duda, la incorporación metódica de este extenso bagaje cultural a un
profundo pensamiento de raíz romántica la que contribuyó de forma indisoluble con su
práctica artística a su singular maestría. Por todo ello, la mejor definición del músico la
realizó Friedrich Nietzche en un borrador para el prólogo de la tercera edición del libro
dedicado al compositor, El nacimiento de la tragedia (Die Geburt der Tragödie. Oder:
Griechentum und Pessimismus), al afirmar: “Wagner fue el más grande de todos los
románticos”6. Estas líneas tratan de esbozar dicha significación.
En primer lugar, se debe aclarar que el romanticismo es un movimiento filosófico,
literario y artístico que germina en la primera mitad del siglo XIX. Se orienta a la
búsqueda de un nuevo lenguaje que influye de forma definitiva en la construcción del
concepto de modernidad, desarrollado por ejemplo por Víctor Hugo en el ámbito
literario, y que, con posterioridad, tanto va a incidir en autores como Baudelaire o
Thomas Mann. Y en el ámbito coetáneo de la filosofía alemana se analiza por
Schopenhauer y Nietzsche, para ya en pleno siglo XX, encuadrarse de forma novedosa
en la obra de Heidegger.
Como explica Marchán Fiz7, el romanticismo no puede reducirse a un canon formal
ni a un estilo cuanto una concepción del mundo, una manera de sentir y entender la
existencia entera. Y es tal su actualidad que frente a la expresión de Omar Calabrese8:
“La era neobarroca” para explicar el después de la postmodernidad del siglo XX no
sería desacertado, a mi juicio, hacer uso de “La era neorromántica” para determinar el
distintivo de lo moderno que subsiste a comienzos del siglo XXI. De hecho, no se puede
5
Vid. Wagner, R. Mi vida, cit., pág. 18 y ss, donde menciona la importancia de la influencia de su tío
paterno Adolf, dedicado a estudios filosóficos y filológicos que le transmite su pasión por la antigüedad
clásica y los círculos románticos de Jena. De hecho, su tío publica en 1826 un escrito: Theater und
Publikum, en el que se contiene toda la historia de los dramas de Europa (Vid. Silveira Laguna, S.
Wagner, Ediciones del orto, pág. 29). Por otro lado, las referencias a El Fausto de Goethe y Hoffmann son
continuas en los escritos de Wagner como las que hace a su admiradísimo Shakespeare que devoró con
fruición.
6
Vid. Nietzsche, F. Die Geburt der Tragödie. Oder: Griechentum und Pessimismus (El nacimiento de la
tragedia, 1871, Alianza, ed. 1995). En su tercera edición de 1886 se incluye un prólogo de Nietzsche
titulado: “Ensayo de autocrítica”. En un borrador para este prólogo Nietzsche lamenta su romanticismo en
la época en que escribió dicho libro bajo la fascinación de Wagner: “El más grande de todos los
románticos”.
7
Vid. Marchán Fiz, S. La estética en la cultura moderna, Alianza, últ. ed. 2000, pág. 80 y ss.
8
Vid. Calabrese, O. La era neobarroca, Cátedra, 1ª ed., 1999.
4
obviar que dicha construcción es la primera en renunciar de forma expresa a la
racionalidad hierática para comprender la complejidad de lo real desde otros ámbitos.
No es casualidad que cuando se gestó dicho movimiento a principios del siglo XIX
se asistía en Europa al derrumbamiento de formas de vida, a relaciones económicas y
sociales y de valores caducos. Dicho desmoronamiento, cuya grieta inicial surge en la
Ilustración, se vive como una crisis de la tradición con un decisivo componente político.
En el caso de los territorios alemanes, al calor de las guerras de liberación frente a
Napoleón, se desarrollan aspiraciones de unidad nacional y de una constitución liberal
que acabe con el Absolutismo. Tras la derrota napoleónica, la Restauración, que
pretende restablecer la situación anterior a 1792, supone el fracaso de estas aspiraciones.
Pero Alemania ya se ha convertido en un importantísimo centro de irradiación de las
nuevas corrientes cuyo eje fundamental es la reivindicación de la libertad en todos los
ámbitos. Es esa reclamación de los nuevos valores de la modernidad, frente a un sistema
ya decadente, el que lleva a proclamar a Wagner9: “Revolución no es lo mismo que
Restauración”.
De esta manera, el músico se reconoce inserto en el más antiguo programa del
sistema del idealismo alemán decisivo para Schopenhauer, Schiller y Schelling y
renovado a partir del proyecto de revolución romántica. De acuerdo con dicho ideario,
la labor de la filosofía y el arte es transformar el mundo partiendo de la necesidad de
libertad. En el plano del individuo, Schelling10 reclama el Yo absoluto, “la única
creación de la nada verdadera y pensable”, que ha de recorrer la física, la moral, la
política y la religión impregnándolas de poesía y humanidad. En la misma línea, dice
Schiller: “Un espíritu sólo puede ser herido en aquello que le arrebate su libertad”11. A
partir de estos presupuestos, el sujeto romántico frente a todos y a todo exige que le dejen
libertad para ser, crear y sentir.
Esta libertad también se reclama en el ámbito de lo formal, frente a la rigidez
neoclásica anterior, de hecho Víctor Hugo12 proclama en su Manifiesto Romántico:
“Apliquemos el martillo a las teorías, a las poéticas, a los sistemas.
¡ Hagamos caer este viejo enyesado que enmascara la fachada del arte!”
9
Vid. Wagner, R. Kunst & Revolution IV.
Vid. Schelling, F.W. J. Sistema del idealismo transcendental, Anthropos, ed. 1988.
11
Vid. Schiller, J.C.F. Escritos sobre estética, Tecnos, ed.1990, pág. 33 y ss.
12
Vid. Hugo, V. Manifiesto Romántico, Península, ed. 2002, pág. 67.
10
5
También Wagner reclama el concepto de libertad como eje cardinal de su obra
artística y de su trayectoria personal, indisolublemente unida a la primera. Y afirma con
rotundidad que lo humano sólo puede ser libre si no se arrepiente de su conexión con la
vida. En particular, la trama del Holandés Errante se centra en la búsqueda de dicha
libertad por parte de un hombre atado a un cruel destino, que no será inexorable gracias
a la fuerza emancipadora del amor.
Pero como se pone de manifiesto en dicha ópera la libertad, que también surge en la
búsqueda de la belleza, debe unirse a la moral para ser verdadera. Para Schiller, “sólo el
hombre con valores morales es libre”, ya que “lo bello abre un tránsito del sentir al
pensar porque la belleza da libertad a las fuerzas del pensamiento y les permite
manifestarse conforme a sus leyes propias”13.
Ahora bien, no se puede obviar que en el romanticismo el mal está siempre presente
en su lucha contra el bien y la libertad. Esa eterna pugna entre las tinieblas y la luz se
representa por Goethe en Fausto14, donde Mefistófeles no deja de acechar para conducir
al abismo al protagonista. Esa dicotomía se manifiesta en el origen del tormento de El
Holandés errante que, tras extraños pactos maléficos, vaga desolado por la tenebrosidad
de los mares atado a un cruel destino.
Por otro lado, Schelling establece la función de la filosofía desde el nuevo concepto
de hombre, un ser en el que todas sus instancias deben integrarse desde un sentido
supremo, el estético, es decir, desde la creatividad15. A partir de este presupuesto se
enlaza con el segundo gran tema romántico: la unión indisoluble entre arte y existencia.
La vida se convierte en obra de arte suprema unida al sentido artístico que la ilumina.
Esta correspondencia Wagner16 la resume con las siguientes palabras en La obra de arte
del futuro:
“El sino artístico del músico, es el de crear, a través de su arte, un nuevo
mundo; que sólo es posible conseguir a través de una nueva forma de arte. Así,
se constituye la obra de arte como sentimiento vivo creador”.
Es esta reivindicación del profundo sentido de la vivencia artística que Wagner y
Nietzsche mantienen como máxima la que influye de forma decisiva en Heidegger y las
13
Vid. Schiller, J.C. F. Escritos sobre estética, Tecnos, ed. 1990.
Vid. Goethe, J.W. Fausto, Cátedra, ed. 2002.
15
Vid. Schelling, F.W. J. Sistema del idealismo transcendental, Anthropos, 1988.
16
Wagner, R. Das Kunstwerk der Zukunft (La obra de arte del futuro).
14
6
vanguardias del siglo XX. Como explica Heidegger, la obra de arte deviene objeto de
vivencia y en consecuencia, el arte es tenido en cuenta como expresión de la vida del
hombre. La esencia del arte se determina con poner en obra la verdad. Por ello, ser-obra
significa levantar un mundo y la palabra crear, en su sentido más estricto, debe tomarse
como traer aquí17. Y la interpretación de la obra artística sólo puede producirse en el
proceso de desvelamiento de los interrogantes del ser.
A partir de dicho ideario, se establece un nexo básico entre Wagner, Nietzsche y
Heidegger18 ya que para estos tres autores el arte y la filosofía no pueden desvincularse de
la vida porque a través suya se desvelan los aspectos más oscuros. Para Wagner, el arte
está vivo (Lebending) porque es creación y representación de vida y se enaltece en la obra
artística. Pero precisamente porque es expresión de dicha intensidad vital no puede
desprenderse de la dimensión del mundo como dolor.
Esta concepción dramática de Wagner, muy influida por Schopenhauer, también
encuentra su raíz en el momento histórico al que se vincula el hecho romántico. No puede
obviarse que tras la Ilustración el sujeto ya se concibe de forma autónoma y la razón se
sitúa en el centro de todas las cosas. A partir de esta impronta no se pueden interpretar los
fenómenos que acaecen, por ejemplo las guerras, como designios sagrados vinculados a la
fatalidad.
El sujeto romántico por primera vez advierte que la racionalidad no es suficiente para
explicar una realidad compleja, marcada por el desmoronamiento de viejos valores que
pugnan con los nuevos. Esa contradicción hace que, por un lado, se reafirme en la apuesta
por los nuevos ideales y, por otro, que no deje de sentir dolor, temor y desazón al
contemplar como su existir pende de un hilo en un contexto de guerras continuas. Por eso,
llega a la conclusión de que el ser humano es dialéctico y antinómico ya que en él convive
lo racional con lo irracional y el dolor con el placer. El arte se convierte en la única tabla
de salvación frente a una existencia desolada y el artista, en medio de todas las
17
Vid. Heidegger, M. "El origen de la obra de arte", en Caminos del bosque, Alianza, ed. 1998, pág. 28 y
ss.
18
Vid. Heidegger, M. “La voluntad de poder como arte” (pág. 17-209) y “El eterno retorno de lo mismo”
(pág. 209-381) en Nietzsche, vol. I, que incluye las lecciones impartidas en la Universidad de Friburgo entre
los años 1936 y 1940, junto con otros ensayos surgidos entre los años 1940 y 1946, donde señala: "Esto
corresponde a aquella necesaria conexión entre la pregunta conductora y la pregunta fundamental de la
filosofía, por una parte, y la pregunta acerca de qué es la verdad, por otra". Para posteriormente, citar las
siguientes palabras de Nietzsche (XIV, 368): "La relación del arte con la verdad fue lo primero que me
preocupó: y aún hoy estoy con un pavor sagrado ante esa discrepancia”.
7
convulsiones, no puede dejar de nutrirse de la vida como materia de creación y
comprensión del mundo.
Wagner, prototipo del espíritu de su tiempo, posee una trayectoria vital de una
intensidad fortísima que, en sus palabras, deriva de los dominios del arte a una inmediata
participación en la vida política19 y son múltiples sus inmersiones en situaciones límites
que influyen en su concepción artística. De hecho,
por citar un ejemplo, antes de
embarcarse en la travesía que inspira El Holandés se sitúa en un contexto muy peligroso al
cruzar la frontera rusa a toda prisa esquivando las balas de los cosacos.
También Nietzsche20 señala en el primer prólogo del nacimiento de la tragedia que
este libro nace en la excitante época de la guerra franco-alemana de 1870-71 en la que
participa como camillero, auxiliando a las víctimas bélicas. Y añade:
“En aquel mes de hondísima tensión en que en Versalles se deliberaba
sobre la paz (...) y mientras convalecía lentamente de una enfermedad que
había contraído en el campo de batalla, comprobé en sí de manera definitiva el
“nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música”.
Esa atmósfera de abatimiento no nos es ajena y menos hoy cuando la guerra y el
terror se intensifican y todos nos sentimos impotentes para evitar el horror y la
destrucción que acontece mientras caen bombas sobre Bagdad. Esa sensación de dolor
tampoco era ajena a los románticos, dado su contexto dramático, y la describió Heine21
con estas hermosas palabras que sentimos esta noche aún con más fuerza:
“Cuando en torno nuestro se esfumaron todas las maravillas del mundo, sólo es
posible volver a encontrarlas en el propio interior, al que huyó el olor de las rosas
pisoteadas y el adorable canto de los ahuyentados ruiseñores”.
Wagner se inspira en el relato de Heinrich Heine titulado Las memorias del Señor
Von Schnabelewopski, publicado en 1833, para construir la leyenda de El Holandés
errante. Schnabelewopski se presenta como un joven noble que en Polonia, su hogar,
experimenta la contradicción entre su idealismo y la amargura que le produce la nula
comprensión de su entorno. En este sentido, afirma: “Yo sé todo esto, y muero de las
monstruosas angustias y las dulzuras espantosas de nuestro tiempo”.
Lo que sigue a esta escisión es la construcción de distintos cuadros propios del
sentimiento romántico donde se hace patente la fragmentación entre materia y espíritu
19
Vid. Wagner, R. Mi vida, cit., pág. 47 y ss. donde cuenta su temprana participación en distintas
revueltas estudiantes contra la policía.
20
Vid. Nietzsche, F. El nacimiento de la tragedia, cit., pág. 25 y 26.
21
Vid. Heine, H. Relatos, Cátedra, ed. 1992, pág. 57 y ss.
8
que afecta al protagonista y al mundo que le rodea. Por un lado, se describen las
vivencias hedonistas del aristócrata en Hamburgo, cuna del materialismo de una nueva
burguesía emergente que reniega del idealismo de los poetas. Y, por otro, aparece el
mundo de imágenes y sueños de Schnabelewopski donde parece alcanzar la felicidad y
armonía negadas por la realidad.
En la ópera de Wagner, también se representa el contraste entre el mundo espiritual
con todas sus luchas entre el bien y el mal, y el puramente material cuyo principal
representante es el padre de Senta: Daland. En particular, la codicia de dicho capitán
noruego se despierta cuando el Holandés le enseña un cofre lleno de joyas, dote de un
futuro matrimonio con su hija.
Wagner también coincide con Heine en utilizar el recurso del viaje como búsqueda
de la intensidad de vivencias y materialización del ideal de los sueños, que encarna el
Holandés al recorrer los mares desde tiempo inmemorial en un barco encantado. Esa
idea de encontrar lo nuevo a partir de la travesía se une íntimamente a la experiencia
vital del músico. De hecho, esta ópera se gesta a partir de un viaje que en 1839
emprende Wagner con su mujer Minna y su perro Robber cuya meta, París, la
alcanzarían “entre las más inauditas angustias”. Entre todas las aventuras, destacan las
tempestades que sufrieron a bordo del mercante Tetis rumbo a Londres desde el puerto
noruego de Pillau. La última fue terrorífica y el músico la relata sin pasar por alto las
fuertes dosis de superstición, fatalismo y sublime sentimiento religioso que embargó a
toda la tripulación mientras se debatían entre la vida y la muerte22.
A partir de estas reflexiones, surge otro tema central de la obra de Wagner: el
concepto de lo sublime y la identificación subjetiva con la naturaleza. El sentimiento
22
Vid. Wagner, R. Mi vida (Turner música, 1989, pág. 150 y ss) cuando explica cómo llegaron en
diligencia hasta la frontera ruso-polaca la tarde del segundo día de viaje y pasaron la noche en una taberna
de contrabandistas. Al día siguiente consiguieron atracar en el puerto prusiano de Pillau donde en un
barco mercante de la clase más ínfima, llamado Tetis, se suponía que llegarían a Londres en ocho días. La
primera escala del viaje en Copenhague fue tranquila pero luego sufrieron una terrible tempestad. Lo que
les hizo desviarse a un puerto noruego del Báltico. Después de volver a proseguir viaje el matrimonio se
vio envuelto en una tormenta tan terrible que pensó que perecería en alta mar. Respecto a esta última
tormenta señala Wagner: “Lo que despertaba en mí el horror de la muerte no era la terrible fuerza con la
que el barco era lanzado arriba y abajo y, sin dirección alguna, era arrebatado por el monstruo del mar
que ora representaba un profundo abismo, ora la escarpada cima de una montaña; lo que me llenó con el
sentimiento de la resolución fatal fue el desaliento de la tripulación, en la que advertí las miradas
malignas y desesperadas con las que Minna y yo parecíamos ser señalados por ellos supersticiosamente
como la causa del inminente naufragio” .
9
que la naturaleza despierta, analizado con detenimiento por Kant23 y con posterioridad
por Schiller24 y Schopenhauer25, es la vivencia de lo sobrecogedor. La intuición frente a
lo grandioso, poderoso y terrible que irrumpe en la vida del hombre y éste no puede
controlar porque lo supera. Este nuevo concepto de belleza desafía a las reglas del
período neoclásico y entra en la oscuridad para mostrar también la cara oculta de las
tinieblas.
El romanticismo recupera estéticamente el mundo medieval, como ruptura con el
clasicismo de la antigüedad, pero a lo histórico se retorna de otra forma, a partir del
primado de la fantasía, prescindiendo de modelos preestablecidos. En palabras de Víctor
Hugo26, en este momento no hay otras reglas que las de la naturaleza donde se encuentra
lo bello y su reverso lo feo (identificado en Wagner con lo demoníaco) y lo grotesco
junto a su contrario lo sublime.
El artista contempla el paisaje sin poder separarlo de su yo más íntimo y profundo.
Es la imagen arquetípica que refleja el cuadro de Caspar David Friedrich: Der
Wanderer über dem nebelmeer (1818). El caminante sobre el mar de niebla sube a la
más alta cima para purificarse y aproximarse a lo divino. Schopenhauer explica esta
idea de unión: “El que se entrega a la contemplación de la naturaleza se absorbe y se
pierde en ella. Por consiguiente llevará en sí la naturaleza y la sentirá como un accidente
de su propio ser”27.
El artista busca refugio en la naturaleza huyendo de una realidad dolorosa que lo
perturba y la naturaleza le ofrece la paz y el sosiego. Esa fuerte fusión con la naturaleza
hace que en su contemplación y recreación se vierta un profundo dolor interno, cuyas
causas también adquieren un correlato exterior. Por ello perdura poco el sosiego porque
el mundo exterior es un reflejo de su espíritu atormentado y en la naturaleza aparecen
como en un espejo árboles retorcidos y espectrales. Es el caso también de los paisajes
fantasmagóricos de Friedrich donde la muerte es una presencia continua o del rugido
sobrecogedor de la tempestad para Wagner, que en su travesía por los mares del norte se
23
Vid. Kant. Observaciones sobre lo bello y lo sublime, Porrúa, México, ed. 1978.
Vid. Schiller, F. Lo sublime (de lo sublime y sobre lo sublime), ágora, ed. 1992.
25
Vid. Schopenhauer, A. El mundo como voluntad y representación, Porrúa, ed. 2000, pág. 163 y ss.
26
Vid. Hugo, V. Manifiesto romántico, cit., pág. 67 y ss.
27
Vid. Schopenhauer, A. El mundo como voluntad y representación, Porrúa, México, ed. 2000, pág. 149.
24
10
transforma en espejo de su sufrimiento28. También las acuarelas de Turner29, con los
mares encrespados, reflejan la turbación del pintor.
Y, a su vez, el componente subjetivo adquiere una nueva dimensión. El arte no se
organiza únicamente por la conciencia sino que ha de ligarse también a la fuerza
inconsciente. En esta línea, apunta Paul Klee, respecto a la contemplación romántica:
“El arte no es la representación de lo visible, sino la visualización de lo oculto”30.
En esta línea, Schiller encuentra en lo estético una fuerza subjetiva, un sentimiento
del sujeto que vivencia en su estado de representación su relación con lo bello31.
Wagner se vincula a la obra de arte plena desde ese subjetivismo. En palabras de
Heidegger32, su música busca el dominio del puro estado sentimental: el frenesí y el ardor
de los sentidos, la gran convulsión, el feliz terror de fundirse en el gozo, el hundimiento en
la embriaguez. Por eso, el propio músico la concibe como un excitante de la vivencia que
insiste en su carácter infinito, fundida en "una superficie etérea, suave y fluida, flexible,
sensible a las impresiones, en una superficie cuyo inmenso fondo es el mar del sentimiento
mismo"33.
Esa extracción de los aspectos oscuros e íntimos del ser, lenguaje inconsciente
vinculado al arte, influirá de forma clara en el análisis freudiano y en Heidegger y las
vanguardias del siglo XX.
Nietzsche también elogió el arte de Wagner como la forma por excelencia de la
voluntad de poder y contra movimiento frente al nihilismo. Embriaguez como sentimiento
de acrecentamiento de fuerza y plenitud de una melodía que logra elevarse a la cima con
un éxtasis sonámbulo, gracias a la cuadratura del ritmo de este genial compositor34.
Ese fuerte componente de subjetividad y originalidad del creador enlaza con la idea de
genialidad. Por primera vez, creador y creación se unen y no pueden disociarse. Para
Wagner, el ejemplo más evidente de representación del genio lo encarna Beethoven,
28
Vid. Mayo, A.F. La joya mejor, donde se relata el tormentoso mundo interior de Wagner a partir de
1937.
29
Vid. Turner, J.M.W. Mástiles de un barco naufragado (1825) y Mar encrespada con naufragio (184045) en Turner y El mar, Acuarelas de la Tate, Fundación Juan March, ed. 2002.
30
Vid. Neidhardt, H.J. “Riesgo y seguridad. Sobre la estructura y la psicología del paisaje romántico” en
Catálogo de Caspar David Friedrich, ed. Museo el Prado, ed. 1992, pág. 51.
31
Vid. Schiller, F. Escritos sobre estética, cit.
32
Vid. Heidegger, Nietzsche, vol. I, pág. 90.
33
Vid. Wagner, R. La obra de arte del futuro, cit. pág. 157.
34
Vid. Nietzsche. El ocaso de los ídolos, VIII, 123.
11
expresión suprema del sino artístico del músico creador de una nueva forma de arte que
configura un mundo35.
Nietzsche36 también está profundamente influido por la idea del genio y de hecho
construye la imagen del superhombre para desmontar el mito. En concreto, para explicar la
imperfección de un hombre que en un instante puede ser un dios pero nunca creérselo.
Tanto Wagner como Nietzsche coinciden con Schopenhauer37 en que el genio artístico
debe estar muy conectado con la intuición, fantasía e inspiración. El mundo como voluntad
y Representación afirma que la fantasía ensancha el círculo de visión del genio respecto de
los objetos que en la realidad encuentra. En este sentido, dicha fuerza es compañera y hasta
condición indispensable del genio, cuya obra está impregnada de inspiración. El genio
elabora la idea y la eleva a la perfección por ello ve en todas las partes lo extremado, y esa
es la razón de que su conducta sea también extremada. A partir de ahí insiste en el contacto
inmediato entre genialidad y locura. Es fácil que el genio al ahondar en las partes más
oscuras del ser pueda caer en sus abismos.
A mi juicio, esta extremada sensibilidad también explica la compleja relación que se
tejió entre Wagner y Nietzsche, dos genios que lograron la máxima compenetración
intelectual y espiritual para con posterioridad situarse en una confrontación que lleva al
capítulo Nietzsche contra Wagner38.
No obstante, dicha pugna no afecta a la obra de El Holandés errante, representación
del idealismo del romanticismo temprano de Wagner, concepción artística de la que
Nietzsche no renegaría. De hecho, la ruptura entre ambos se fundamenta, entre otras
razones, por la derivación que entiende Nietzsche que Wagner hace del drama a partir de
1878 al que califica de “decadente” a partir de Parsifal. De hecho, esta separación destroza
moral y psicológicamente a Nietzsche y en la navidad turinesa de 1888 el filósofo muy
abatido no puede dejar de dedicarle a Wagner, su dios caído, “el que escribió la música
más solitaria que existe” los versos más agrios y melancólicos:
Hoy enfermo de ternura,
viento de rocío,
se sienta Zaratustra esperando, en sus montañas
esperando,35
Vid. Wagner, R. Ópera y drama, cit.
Vid. Nietzsche, F. El ocaso de los ídolos, Tusquets, ed. 1998.
37
Vid. Schopenhauer, A. El mundo como voluntad y representación, cit., pág. 156 y ss.
38
Vid. Nietzsche, F. Nietzsche contra Wagner, Documentos de un psicólogo, Turín, Navidad de 1888 en
Siruela, ed. 2002.
36
12
en su propio jugo
cocido y endulzado,
por debajo de sus cumbres,
por debajo de sus hielos,
contento y cansado,
cual creador en su séptimo día.
(...)
Diez años quedaron atrás-,
¿y ni una gota te ha alcanzado?
¿ni un húmedo viento?, ¿ni de amor un rocío?
Pero, ¿quién podría también amarte
a ti, ubérrimo?
Tu dicha provoca sequía en derredor,
Hace pobres en amor,
-tierra sin lluvia...
Esas palabras decepcionadas y amargas de Nietzsche nos vuelven a llevar al
comienzo de una relación que se basó en un concepto de vida y arte que ninguno de los
dos abandonaría nunca aunque el filósofo se debatiera en una contradicción constante
sobre el sino de lo trágico y las derivas de la experiencia artística.
En este sentido, Nietzsche, que como se ha señalado le dedica a Wagner su primera
obra El nacimiento de la tragedia en 1871, concibe la música como el lenguaje más
universal, el que expresa el núcleo más íntimo, previo a toda configuración, o sea, al
corazón de las cosas39. Y profundiza en la aptitud de la música para hacer nacer el mito
y precisamente el mito trágico.
Nietzsche está muy influido por la concepción de El Mundo como Voluntad y
Representación, donde se escriben algunas de las páginas más hermosas sobre la
música40. Para Schopenhauer, la música, que de por sí constituye capítulo aparte
respecto a las otras artes, es tan grandiosa porque trasciende de lo aritmético para
situarse en lo metafísico. Excita la fantasía y da forma a ese mundo espiritual tan
vivamente agitado que invisible nos habla para revestirlo de carne y de colores. “Este es
el origen del canto con palabras, y finalmente, de la ópera”.
Dicho autor también incide en los fuertes vínculos que establecen los griegos entre
música y tragedia, como género poético más elevado, al mostrar la angustia y el dolor
39
40
Nietzsche, F. El nacimiento de la tragedia, cit., pág. 135.
Vid. Schopenhauer, A. El mundo como voluntad y representación, cit., pág. 203 y ss.
13
de existir. Presupuestos que Wagner suscribió íntegramente al afirmar que la tragedia
representa la esencia dolorosa del mundo41.
Nietzsche hace una aportación significativa al explicar el sentido de la recuperación
de la tragedia griega como género más importante en el siglo XIX alemán. Existe, en
sus palabras, una misteriosa unidad entre la música alemana y la filosofía germánica que
responde a una nueva forma de existir, esa fusión se consigue mediante la tragedia. Por
ello, la ilustración alemana y lo mejor del espíritu alemán encuentran en Grecia la
fuente más importante de inspiración.
Esta devoción por el arte griego la retomaría Heidegger en la filosofía alemana del
XX. En su capítulo: El origen de la obra de arte trasluce también una profunda añoranza
del mundo griego tanto respecto a su pensamiento (Anaximandro, Heráclito, Platón o
Aristóteles), con el retorno a la esencia del ser, como en relación a su arte, con la nostalgia
del canón clásico. Y dice42:
"El derrumbamiento de un mundo o el traslado a otro es algo
irremediable que ya no se puede cambiar. Las obras ya no son lo que fueron".
Nietzsche43 insiste cómo para comprender el espíritu griego hay que entender dos
tendencias que coexisten aunque puedan parecer antagónicas: lo dionisiaco y lo
apolíneo. La primera se identifica con la embriaguez de los sentidos y la necesidad de
fundirse con la naturaleza en sus aspectos más irracionales. La tendencia apolínea se
centra en la necesidad de mesura representada por la racionalidad y la proporcionalidad
del individuo. Este último principio se encarna en la escultura, donde se unen belleza y
sabiduría como mesurada limitación libre de las emociones más salvajes. Al contrario,
la música surge del principio dionisiaco que no necesita ni de la imagen ni del concepto
porque es soberana.
La tragedia también tiene sus orígenes más remotos en el culto a Dionisos de la
antigua Grecia (siglo VI a.c) basado en la exaltación y el impulso vehemente que
producía un misticismo orgiástico. Como apunta Aristóteles44, antes de que el coro de
sátiros de Dionisos entonase los cantos del Ditirambo había quien improvisaba
41
Vid. Wagner, R. K der Z. S. 24-27 trad. en Silveira Laguna, S. Wagner, cit., pág. 65 y ss.
Vid. Heidegger, M. "El origen de la obra de arte", en Caminos del bosque, Alianza, ed. 1998, pág. 30.
42
43
44
Vid. Nietzsce, F. El nacimiento de la tragedia, pág. 40 y ss.
Vid. Aristóteles. Sobre lo sublime; Poética, ed. Bosch, 1977.
14
preludios a los que el coro respondía. Y la tragedia nació precisamente de esos preludios
del Ditirambo aunque es una de las más perfectas creaciones de la época ateniense
(siglo V a.c).
De hecho, en su acepción griega: tragodía, proviene de trágos, macho cabrío, y
ádein, cantar. Por tanto, su aspecto ritual con el sacrificio presente está ligado a la
revelación de un poder superior y de un misterio que resulta más inaccesible cuanto más
se quiere penetrar en él.
Detrás del mito siempre se recogen los más exaltados sentimientos del alma. Por
eso, la moralidad y la fatalidad están siempre presentes. El destino es a los ojos de los
griegos una divinidad sombría e implacable. Y, a su vez, la tragedia responde a la
necesidad de emoción de todos los hombres. El espectáculo de desdichas reales daña
pero la imagen poética teatral proporciona un placer estético subjetivo, generado a partir
de la distancia calculada, lograda por el papel del coro como nexo básico entre los
héroes y dioses y la vida real.
Wagner45 coincide con Nietzsche en la necesidad de que ambas tendencias
confluyan en la estética trágica y señala respecto al principio dionisiaco en Arte y
Revolución:
“Ahí aparece, él, el señorial Dios, que de Dionisos atractivo poeta
trágico, reúne todos los elementos de la exuberancia, de la más bella vida
humana, así sin odiarse a sí mismo, como de la más íntima necesidad de la
naturaleza nace el arte, la cuna del arte como palabra atada, como el más alto
punto de mira poético, donde todo se niega y se hace uno como en un punto de
fuego, para dar lugar al nacimiento de la más alta obra de arte pensada, el
drama”.
El Holandés Errante
se construye a partir del equilibrio entre los principios
apolíneo y dionisiaco y sin obviar dos elementos intrínsecos a la tragedia clásica: el
pathos y la katarsis.
Pathos es la primera e ineludible exigencia para el artista trágico por lo que éste,
como explica Schiller46, debe llevar la representación del padecimiento tan lejos como
pueda sin que aparezca coartada su la libertad moral. En la tragedia griega, los héroes
son tan sensibles como cualquier otro hombre a los padecimientos de la humanidad, y
justo los hace héroes que sientan el padecimiento con fuerza y muy dentro de sí y sin
45
46
Vid. Wagner, R. Kunst & Revolution I.
Vid. Schiller, J.C.F. Escritos sobre estética, Tecnos, ed. 1990.
15
embargo no sean doblegados por él. Por ello, la primera ley del arte trágico es la
representación de la naturaleza en su padecer.
Ahora bien, el padecimiento no puede ser nunca el fin último de la representación. Lo
patético sólo es estético en la medida que es sublime. Esta delicada sensibilidad para el
padecimiento del arte griego es un modelo de imitación para todos los artistas y para
conseguir el equilibrio hay que recurrir al principio de lo apolíneo. Gracias a su
confluencia se consigue, como señala Wagner47, la suprema concepción artística:
“Esto es la obra de arte griega, la que llega a ser verdad, y arte vivo por
Apollon, -esto es el pueblo griego en su más alta verdad y belleza.
Esta flor es la obra de arte, su perfume de espíritu griego, que hoy todavía
nos abruma, y nos aclara su conocimiento del mundo”.
Lo apolíneo también debe tenerse en cuenta en la segunda ley del pathos trágico: la
exposición de la resistencia moral frente al padecimiento, es decir, en la manera que el
héroe soporta dicha carga. Estas dos tendencias encuentran encaje en el drama de El
Holandés: la dionisiaca como lo irracional que se representa por el mar embravecido y la
furia de los elementos, y la apolínea que se sustenta en la confianza racional en la propia
naturaleza para soportar la carga del padecimiento. Al marino, como héroe épico de la
Ilíada, se pueden trasladar las siguientes palabras de El Mundo como voluntad y
representación48:
“Como sobre el mar embravecido, que, ilimitado por todos lados, levanta
y abate rugiendo montañas de olas, un navegante está en una barca, confiando
en la débil embarcación; así está tranquilo, en medio de un mundo de
tormentos, el hombre individual, apoyado y confiando en el principium
individuationis (principio de individualidad)”.
Wagner en La advertencia para la representación de El Holandés Errante49 se
centra en la importancia del famoso monólogo de El Holandés: "Die Frist ist um..." y
considera: "Del feliz resultado de este papel depende el auténtico éxito de toda la ópera:
su intérprete ha de conseguir despertar los sentimientos más hondamente compasivos, y
mantenerlos". Con este fin, sus movimientos deben seguir instintivamente el ulterior
relato, pero el intérprete jamás debe dejarse inducir a llamativa viveza en ellos: “Una
47
Vid. Wagner, R. Kunst & Revolution I.
Vid. Shopenhauer, A. El mundo como voluntad y representación, cit., pág. 203 y ss.
49
Vid. Wagner R. Advertencia para la representación de El Holandés Errante (trad. de Angel-Fernando
Mayo), Zurich, 1852.
48
16
cierta tranquilidad siniestra en la actitud exterior, incluso en la apasionada
manifestación del dolor y la desesperación, llevará a que el carácter de su aparición
produzca el efecto adecuado”.
Ahora bien, Wagner en sus composiciones otorga no sólo al artista un papel activo,
sino también al oyente que participa para resolver en el seno de la obra su propio
destino. Y así lo afirma en La advertencia para la representación de El Holandés
Errante50. Ese carácter activo del arte wagneriano encuentra en la poética aristotélica un
elemento fundamental con el concepto de katarsis.
La tragedia desde la estética del sentimiento intenta conmovernos, afectarnos,
entristecernos, produciendo una limpieza interior de los afectos, liberándonos. No
encierra una moral, sino una valoración estética de la realidad, para conocer el mundo y
transformarlo. Eso es lo que se consigue con el retorno a los helenos y como dice
Wagner, lo que le aporta Shakespeare como segundo creador del indefinido imperio de
la verdadera naturaleza humana51.
Shakespeare, tras los griegos, es la segunda importantísima influencia de Wagner a
la hora de articular el drama, ya que lo concibe de forma abierta a efectos de la
recepción del espectador. Este carácter confiere a sus representaciones un efecto
conmovedor y para lograrlo se adentra en toda la complejidad de la naturaleza humana.
Como explica Víctor Hugo52, pocos poetas superan al autor inglés en esa búsqueda
psíquica de los contrastes del alma ya que “bajo la complicación del hecho dramático,
hace sentir sabiamente la simplicidad del hecho metafísico”. Es en esa faceta en la que
Wagner se reconoce emparentado con el genial dramaturgo y donde reivindica la
importancia de su lirismo poético. Wagner al igual que Shakespeare es un gran poeta.
Ahora bien, lo es en un sentido romántico y por tanto revolucionario. Es decir, no se
pueden interpretar las letras de sus óperas desde una perspectiva aislada a partir de un
formalismo neoclásico. Su obra es abierta y supone la encarnación de la fantástico,
sensible y onírico.
Como explica Schelling53, sólo de la compenetración de música y poesía y de su
recíproco influjo surge la obra más elevada. Es de esa interacción de donde surge lo
50
Vid. Wagner R. Advertencia para la representación de El Holandés Errante, cit, pág. 2.
51
Vid. Wagner, R. Kunst&Revolution III.
Vid. Hugo, V. Manifiesto romántico, cit., pág. 103 y ss.
53
Vid. Schelling. Escritos sobre filosofía de la naturaleza, Alianza, ed. 1993.
52
17
sublime y Wagner al igual que Shakespeare lo logra. Ambos coinciden en lo poético
como la indagación en el alma humana para expresar todos sus contrastes y extraer de
ella las más profundas sutilezas. Lo diría Víctor Hugo en El Manifiesto Romántico54
respecto al dramaturgo inglés, palabras que, a mi juicio, se pueden trasladar a Wagner:
“Shakespeare, como todos los grandes poetas y como todas las cosas
grandes, está lleno de un sueño. Su propia vegetación lo asusta; su propia
tempestad lo aterroriza. Se diría, a veces, que Shakespeare da miedo a
Shakespeare. Siente horror ante su profundidad. Éste es el signo de las
supremas inteligencias. Su misma extensión lo sacude y le comunica no sabe
qué enormes oscilaciones. No hay genio sin olas. Salvaje, ebrio, sea. Salvaje
como la selva virgen; ebrio como la alta mar”.
A nivel formal, la puesta en escena de Shakespeare también es clave para Wagner.
Como explica Heidegger, aunque inicialmente la música era el medio para hacer valer el
drama, en realidad, en la forma de ópera se convierte en el auténtico arte. En Wagner el
drama no sólo tiene su peso y su esencia en la originalidad poética, es decir, en la
verdad conformada en la obra lingüística, sino en el carácter escénico de la arquitectura
de lo representado y de la gran coreografía. Todos esos elementos han de confluir para
mostrar el abismo del existir55.
Por dicha razón, como máxima representación artística Wagner concibe a la ópera
que aúna dos planos diversos: el teatro y la orquesta. El teatro como fachada, con la
mira puesta en la impresión y con la clara voluntad de excitar, y la orquesta como el
suelo de un sentimiento infinito, común a todos, desde el cual el sentimiento individual
de cada actor es capaz de crecer hasta su suprema plenitud.
Este concepto de obra de arte total de Wagner precisa de la unión del mayor
número de artes como exponente del persistente anhelo de grandiosidad de un período
en que se mezcla la tradición del movimiento alemán con un intenso vacío y desarraigo
existencial56. Dicha concepción no es cerrada sino abierta aunque el conjunto de
fragmentos no se puede entender de forma aislada. A la música, se le une el teatro y la
representación, junto con el lirismo poético. El desmembramiento de dichos elementos
para analizarlos individualmente desvirtúa su significación. El todo confiere sentido a
cada una de sus partes. De hecho, Wagner en El Holandés cuida todos los aspectos de
su representación escénica y no sólo presta especial atención a los detalles
imprescindibles para el director de escena respecto al decorado e iluminación sino
54
Vid. Hugo, V. Manifiesto romántico, cit., pág. 129 y 130.
Vid. Heidegger, M. Nietzsche vol. I, pág. 90.
56
Vid. Wagner, R. La obra de arte del futuro, cit. pág. 157.
55
18
también considera indispensable la interpretación de los actores porque de ellos
dependerá el éxito de dicha obra. Así, en Las advertencias para la representación57 se
refiere no sólo al papel del Holandés sino también a los otros tres pilares: Daland, Eric y
Senta. Respecto a la muchacha señala:
“Sólo he de advertir una cosa: ¡su naturaleza soñadora no debe ser
comprendida en el sentido de un moderno y enfermizo sentimentalismo! Por el
contrario, Senta es una muchacha nórdica en todo enérgica, e incluso en su
aparente sentimentalismo es una criatura absolutamente ingenua”.
En este sentido, la heroína recibe una influencia clara de la protagonista de la más
sublime tragedia romántica: Julieta. La cual me sirve de pretexto para adentrarnos en el
último y definitivo tema de Wagner: el amor como absoluto. Eje principal de El
Holandés y de la leyenda paradigmática de Tristan e Isolda.
El Frühromantik alemán o primer romanticismo, que inspira al músico, se nutre de
una conciencia desgarrada por la decadencia creciente de un mundo incomprensible en
el que la única conciliación de lo escindido se consigue a través del arte y de la
idealización del amor, que instaura un mundo58. En esta línea, Wagner necesita de la
ilusión amorosa para encontrar la vida habitable, para encajar el caos, para lograr su
justificación más profunda. El amor construye un nuevo espacio que separa la luz de las
sombras y ahuyenta las tinieblas del sin sentido. También Nietzsche defiende
ardorosamente ese lugar del anhelo al señalar que quien destruye la ilusión pronto se
verá vengado por la naturaleza59.
La búsqueda del amor hecho espejismo, como un ideal lejano, es la que conduce al
Holandés y se convierte para él en una cuestión de vida o muerte. Este personaje oscuro
y lúgubre, al que una maldición ha hecho vagar en una cárcel flotante sine die, y no
consigue perecer ni provocando a los más bárbaros piratas. En medio de las tinieblas se
aferra a una única esperanza: la salvación por el amor verdadero. Por eso cuando
encuentra a Senta le dice: “El sombrío fuego que aquí siento arder/¿he de llamarlo
amor, triste de mí?/ ah, no. Lo que anhelo es la salvación”. De esta forma, todo tiene
un un sentido último ya que el amor puro y desinteresado conduce a Dios y para ello
como condición indispensable se interpone la muerte.
57
Vid. Wagner R. Advertencia para la representación de El Holandés Errante (trad. de Angel-Fernando
Mayo), Zurich, 1852.
58
Vid. Hegel. Fenomenología del espíritu, Fondo de Cultura Económica, ed. 1993, donde concibe el
Absoluto como Amor y a éste como “absoluta conciliación de lo escindido”.
59
Vid. Liberman, A. Wagner, el visitante del crepúsculo, Gedisa, 1992.
19
La esencia de religiosidad con una simbología cristiana clara ya se aprecia de forma
clara desde los orígenes de la obra de Wagner por lo que resulta curioso que Nietzsche
entendiera que Wagner la escenificaba por primera vez en Parsifal. Por otro lado, hay
que señalar que en el romanticismo temprano el sentimiento místico y religioso es vital.
Como ejemplo, se puede recurrir al cuadro de Friedrich: Am fenster (1822). La
muchacha que a través de la ventana avista los mástiles de los barcos atracados podría
simbolizar a Senta. Y no es casualidad que sobre ella se represente el signo de la cruz
como demostración de la fuerte religiosidad del artista, construido a partir del elemento
clave de conexión con el exterior: la ventana.
En esta concepción trágica del amor como cuestión de vida o muerte, unida a un
fuerte sentimiento religioso, vuelven a mezclarse las vivencias de Wagner60. A bordo
del Tetis, en la tempestad que pondría las cimientes de El Holandés, escribe el músico:
“Minna expresó el ferviente deseo de preferir perecer conmigo,
aniquilada por el rayo, antes que hundirse viva en la terrible avenida de agua.
También me rogó que la atara a mí con varios pañuelos, para que no fuéramos
separados al hundirnos”.
Luego cuando un capitán inglés endereza el rumbo del barco añade Wagner:
“El saber ahora el timón en las seguras manos del sosegado marino
inglés, que con su entera personalidad ejercía en nosotros una influencia
sumamente bienhechora, y el reconocer en él la garantía cierta de la pronta
salvación de las terribles calamidades padecidas, nos llenó de una euforia
religiosa”.
La tragedia se convierte en una puesta a prueba en la que ambos amantes deben
estar a la altura y dispuestos al sacrificio al que se entregarán unidos para conseguir la
salvación. Esta redención amorosa también está presente en Tristán e Isolda y sobre
todo en Romeo y Julieta como pareja arquetípica y modelo del que no se sustrae
Wagner.
Pero antes de que se produzca el trance final el hombre es también imagen de
soledad. Ante la que lucha desesperadamente y de la que no logra sustraerse ni con la
ilusión amorosa, donde se produce el único abrazo posible entre dos seres desde la
vertiente trágica destinados a encontrarse.
Por otro lado, no hay que obviar que en la configuración de los personajes
femeninos Wagner y Heine están influidos por la moral de la época que sitúa a las
mujeres entre límites estrechos que van desde las taberneras de vida disipada a la hija
60
Vid. Wagner, R. Mi vida, cit. pág. 150 y ss.
20
casta preservada en el hogar familiar, a la que representa Senta o la Katharina del relato
de Heine. Por ejemplo, en Las memorias del señor de Schanabelewopski, mientras el
protagonista contempla la representación de El Holandés errante en un teatro de
Ámsterdam, donde entra en escena el ideal puro de Katharina que salva al marino, se
intercala otra historia en la que el aristócrata conoce a una blanca y delicada muchacha
holandesa. Una figura en extremo femenina y dulce, que pronto se transforma, en sus
palabras, en una auténtica Mesalina.
Esa dicotomía también existe en Wagner ya que su erotismo viene marcado por la
represión y la transgresión. Su obra artística se nutre del simbolismo que genera la
antítesis de ángel o demonio, cielo o tierra, espíritu o carne y es en último término la
sublimación de ese padecimiento el que justifica el amor puro. Como explica Trías61, el
término alemán de pasión: Leidenschaft sugiere de forma expresa el padecimiento. Leid
es pena y Leiden significa sufrir. Es la síntesis entre máximo tormento y máximo goce,
entre absoluta unión y absoluto abandono, como idea esencialmente poética y
romántica.
El amor también es una llamada oculta que surge como una premonición cuyo
origen se remonta al principio de los tiempos. Senta ya había contemplado el rostro del
Holandés en un cuadro colgado en su salón e incluso de una forma inconsciente había
entonado su balada antes de conocerlo. Por eso cuando por fin llega a su casa siente que
ha llegado el instante de jurarle amor eterno.
Pero en la tragedia no son suficientes las palabras son básicos los hechos, ya que lo
que desencadena la acción dramática es la puesta a prueba sobre la condición metafísica
del ser humano, y es necesaria la demostración de la pureza del sentimiento de los
amantes. Para ello utiliza Wagner como desencadenante, en el tercer acto de la ópera,
la técnica del triángulo cuyo tercer vértice es Eric.
El antiguo novio de Senta, provoca la incredulidad del capitán frente a la sinceridad
del amor de la muchacha y a partir del equívoco el marino toma la decisión irrevocable
de volver a partir en soledad hacia rumbo desconocido preservando a su amada de la
condenación eterna. Porque si Senta se marchase con él y le fuera infiel moriría de
acuerdo con la misma maldición que acabó con las otras mujeres que lo traicionaron.
61
Vid. Trías, E. Tratado de la pasión, Taurus, ed. 1991.
21
Como explica Wagner62, el amor de El Holandés por Senta se manifiesta con la más
terrible angustia por el propio destino al que ella se expone. Es en ese momento en el
que considera la vida de su amada más importante que la suya y le tiende la mano para
su salvación es cuando se convierte en un auténtico ser humano, y deja su anterior
apariencia de espectro siniestro.
Y es a partir de ese punto cuando la tragedia se ejecuta con el doble sacrificio y
para ello se utiliza el simbolismo propio de la temática romántica con la conformación
del abismo. Este concepto analizado por Heidegger63, significa "originalmente el suelo y
fundamento hacia el que, por estar más abajo, algo se precipita". De esta manera, Senta
abatida por el abandono de su amado sube a una roca donde se divisa su alejamiento y
donde coexisten metafóricamente los dos ámbitos esenciales de imágenes que
construyen el abismo: el mar y la roca. En el ascenso, al mismo tiempo crece también la
profundidad, sólo entonces el abismo se conforma. Por ello, la rápida ascensión
precipita la caída. Y dice Nietzsche en Así habló Zaratustra64:
¿De dónde vienen las más altas montañas?, me pregunté una vez.
Entonces aprendí que vienen del mar.
El testimonio de esto está escrito en sus rocas y las
paredes de sus cimas. Lo más alto tiene que llegar a su altura desde lo
más profundo.
Los protagonistas se enfrentan a lo abierto simbolizado por las puras fuerzas que,
carentes de límites, fluyen y actúan las unas sobre las otras. Así, el Holandés vuelve a
decir adiós a la tierra por toda la eternidad y vuelve a la inmensidad de los mares. Y
Senta demuestra su verdad al enfrentarse sin vacilar frente a su destino, para exclamar
antes de arrojarse a las aguas:
"¡Alaba a tu ángel y a su mandato! ¡Heme aquí fiel a ti hasta la muerte".
Inmediatamente se hunde el barco del Holandés con terrible estruendo. De esta
manera, se escenifica el descenso de Senta a lo más profundo y el correlativo
hundimiento del navío que conduce a la muerte del capitán.
62
Vid. Wagner, R. Advertencia para la representación de El Holandés Errante, cit., pág. 2.
Vid. Heidegger, M. ¿y para qué poetas?, en Caminos del bosque, cit., pág. 200.
64
Vid. Nietzsche, F. Así habló Zaratustra, Alianza, ed. 1997.
63
22
Senta, que se arriesga por su querer, arrastra a su amado consigo hasta el abismo
para liberarlo, porque a partir de éste crece también lo salvador65. Todo se produce en
un instante y en referencia a éste se piensa también la totalidad de la visión que
configura el círculo vida-muerte para los amantes.
La muerte que está presente desde el primer momento de la ópera porque el
Holandés sabe que sólo ella lo liberará. Ésta se consuma a través de una pasión amorosa
que a partir de la fusión absoluta culmina con la salvación. Este vía crucis se describe
en la anotación escénica final de la partitura donde Senta levanta al holandés, se
estrecha contra su pecho y con la mano y los ojos señala hacia el cielo. Al fin, los
amantes después de tocar el abismo ascienden de las profundidades y el círculo vuelve a
abrirse con la roca que se transforma en nube66.
A Wagner no le abandonó nunca El Holandés. De hecho, cerró el círculo de su vida
de forma simbólica. Fue en Venecia, en el hermoso palacio Vendramin Calergi del Gran
Canal, el 13 de febrero de 1833. Estaba ocupado en su ensayo: “De lo femenino en lo
humano” y las últimas palabras que escribió fueron: “Amor-Tragedia”.
Para terminar, me gustaría dedicar a Wagner las palabras que Víctor Hugo escribió
sobre Shakespeare en El Manifiesto Romántico:
“Hay algunos genios a los que Dios ha desbocado adrede para que
avancen, salvajes y a pleno vuelo, por el infinito.
De vez en cuando aparece sobre nuestro globo uno de esos espíritus. Su
paso, lo hemos dicho ya, renueva el arte, la ciencia, la filosofía o la sociedad.
Llenan un siglo, y desaparecen. Entonces ya no es solamente un siglo lo
que su claridad ilumina; es la Humanidad, de un extremo al otro del tiempo, y
uno se da cuenta que cada uno de estos hombres era el espíritu humano
enteramente contenido en un cerebro, y viniendo, en un momento dado, a
hacer sobre la tierra acto de progreso.
Con la muerte, estos espíritus supremos, acabada su vida y hecha su obra,
van a reunirse con el grupo misterioso y constituyen, probablemente, en el
infinito, una familia”.
65
Vid. Heidegger, M. ¿Y para qué poetas?, cit., pág. 211, cuando señala que la cara oculta de la vida
que conforma el reino de los muertos integra la totalidad del círculo. Ese ámbito es la otra percepción,
es decir, la otra cara que completa la percepción de lo abierto: “En el más amplio círculo de la esfera
de lo ente se encuentran esos ámbitos y lugares que, como eso que nos queda oculta, parecen ser algo
negativo, pero no lo son si nos paramos a pensar todo desde la perspectiva del más amplio círculo de
lo ente en el que la muerte también es vida”.
66
Se selecciona la segunda escena del tercer acto de la ópera en la última versión de Daniel Baremboin
(2001) que conecta magistralmente con el espíritu del Füromantik. Falk Stuckmann interpreta a El
Holandés, Jane Eaglen el papel de Senta y Peter Seiffert a Erick.
23
Afortunadamente, para nuestro gozo esa familia la sigue formando Wagner, entre
otros, con Shakespeare, Schiller, Shopenhauer, Heidegger y, sobre todo, con Nietzsche.
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* El presente texto fue leído por la Prof. Dra. Sonia Mauricio Subirana, en una conferencia organizada
por la Asociación Wagneriana de Canarias, el 20 de marzo de 2003, en el Salón dorado del Gabinete
Literario de Las Palmas de Gran Canaria. Para la presente edición se han normalizado los criterios de
edición.
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