propuestas sindicales para reformar el sistema financiero

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PROPUESTAS
SINDICALES
PARA REFORMAR EL
SISTEMA FINANCIERO
INTERNACIONAL
DOCUMENTO DE BASE PREPARADO POR LA
CONFEDERACIÓN INTERNACIONAL DE ORGANIZACIONES SINDICALES LIBRES
(CIOSL)
| 2 | I PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
INDICE DE MATERIAS
I. INTRODUCCIÓN
3
Un reto al sistema
¿Qué anda mal en el actual sistema?
4
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II. ORIGEN Y RUPTURA DEL SISTEMA DE BRETTON WOODS
8
Ataques de los conservadores al sistema de Bretton Woods
Tendencias Bretton Woods frente a tendencias
post-Bretton Woods en la economía global
Tendencias financieras post-Bretton Woods
Tasas de interés y de cambio y las multinacionales
Papel de los mercados financieros internacionales a la hora de aplicar políticas
y provocar crisis
Tasas de interés y controles de capital
El Comité de Basilea de Supervisión Bancaria
9
III. LA CRISIS ASIÁTICA Y EL COLAPSO DE ARGENTINA
Asia y el desarrollo orientado a la exportación
Origen de la crisis financiera asiática
Contraste entre los análisis previos y posteriores a 1997
El caso de Argentina
¿Lecciones aprendidas?
IV. CAMBIOS NECESARIOS EN LA ARQUITECTURA
FINANCIERA MUNDIAL
Las reformas necesarias
1) Un impuesto sobre transacciones cambiarias
2) Un proceso equitativo y transparente para el arbitraje de la deuda
internacional y las bancarrotas
3) Mayor coordinación entre las principales divisas y zonas
4) Estabilizar las finanzas: Requisitos de reservas más estrictos para los bancos
5) “Topes” al estilo chileno
6) Normas fundamentales del trabajo y protección social en las
operaciones del FMI y el Banco Mundial
7) Diversificar la actividad económica en función de la demanda interior
8) Reforzar los controles de capital
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BIBLIOGRAFÍA
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CUADROS
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Preparado por la CIOSL/FIS oficina de Washington con el apoyo de la Fundación Friedrich Ebert.
Para más información contacte: Peter Bakvis
Correo electrónico: [email protected]
http://www.icftu.org
The CIOSL forma parte de la Agrupación Global Unions
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 3 |
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA
FINANCIERO INTERANCIONAL
I. INTRODUCCIÓN
Durante la última década del Siglo XX y el principio del nuevo siglo, los trabajadores de todo el mundo
se han visto profundamente afectados por cambios bruscos en la economía mundial. Dichos cambios fueron
en gran medida provocados por la capacidad que tienen los banqueros y los inversores internacionales para
trasladar el capital por todo el mundo, entrando y saliendo de los centros financieros de forma instantánea.
Han venido haciendo esto sin tomar en consideración las consecuencias sociales o políticas de sus acciones.
Uno de los sucesos más dramáticos, que contribuyó a avivar un intenso debate sobre el flujo de capital, fue
la crisis financiera que se iniciara en Tailandia a mediados de 1997. En ese momento, los inversores que habían especulado en esa economía de fuerte crecimiento y orientada a la exportación comenzaron tener dudas
sobre las posibilidades para repatriar los beneficios en dólares, y empezaron a retirar el dinero. El pánico se
extendió rápidamente a Malasia, Indonesia, Corea del Sur y otros países asiáticos con estructuras económicas similares y para 1998 alcanzó a Rusia.
Esos eventos debilitaron las divisas en todos los países en vías de desarrollo, dejando sin empleo a millones de trabajadores. La recesión hizo que se redujese el poder adquisitivo en los países afectados por la crisis, lo que en última instancia repercutió también en una reducción del poder adquisitivo en los países desarrollados, afectando así a los trabajadores en todo el mundo. Mientras que los inversores en los denominados mercados emergentes protegían sus beneficios retirando su capital, los trabajadores que dejaron abandonados a su suerte se vieron confrontados al desempleo, servicios sociales reducidos e inestabilidad.
De lleno en la crisis financiera asiática, el Fondo Monetario Internacional (FMI) entra en escena con
miles de millones de dólares de ayuda de emergencia que rápidamente empezó a circular, a través de los
gobiernos receptores en los países en vías de desarrollo, hacia los bancos e inversores que suministraron el
capital durante la era de fuerte crecimiento del desarrollo asiático. En contrapartida, el FMI exigió que los
gobiernos receptores iniciasen una reestructuración a gran escala de sus economías, con objeto de colocar
sus regímenes de inversiones en línea con las políticas de libre mercado de las grandes potencias industriales. Esto suponía levantar controles y restricciones sobre las inversiones extranjeras directas, una rápida privatización de las empresas estatales y una radical reestructuración empresarial. El Fondo pedía además a los
gobiernos la aplicación de drásticas medidas de austeridad para no aumentar el déficit del sector público.
Como consecuencia del “rescate” del FMI, docenas de empresas adquisidoras y de bancos de inversión se
volcaron sobre la región para comprar las acciones restantes a precios de saldo.
Desde entonces, sindicatos y otras organizaciones que buscan estabilizar el crecimiento económico,
proteger el empleo y lograr un reparto más justo de los costos y los beneficios económicos, han estado a la
defensiva contra la ofensiva empresarial tendente a acelerar el ritmo de la globalización sin regular. Las fuerzas corporativas que impulsan esta globalización sin regular de libre Mercado cuentan con el apoyo de bancos e instituciones financieras, que tienen enorme poder sobre las políticas económicas nacionales y dominan los procesos de toma de decisiones en el FMI.
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Un reto al sistema
Algunos gobiernos y partidos políticos en todo el mundo que consideran el capital extranjero esencial
para el desarrollo nacional, pero comprenden los peligros y la volatilidad de los flujos de capital, han intentado tomar medidas para poner freno a los excesos registrados durante las recientes crisis. Pero los poderes
políticos en esos países, incluyendo a países en Asia y en América Latina, han sido obligados, en ocasiones
bajo tremendas presiones financieras por parte de las instituciones multilaterales de crédito, a dar marcha
atrás y cambiar de dirección.
Por ejemplo, tras la crisis financiera de 1997, el gobierno de Malasia, confiando en poder protegerse
de las fluctuaciones de divisas que conmocionaban la región, impuso en septiembre de 1998 controles selectivos del capital entrante y saliente del país. Estas medidas incluían controles de cambio, como por ejemplo
declarar que todo el dinero malayo (el ringgit) retenido fuera del territorio nacional perdiese todo su valor de
no volver al país en el plazo de un mes, y congelar durante un año la repatriación de beneficios provenientes de ventas de acciones por parte de extranjeros.
El gobierno de Mahathir Mohamad restringió la cantidad de moneda local que podía circular dentro y
fuera del país o que podía utilizarse para comprar y vender mercancías en moneda extranjera. El gobierno –
que acoge con beneplácito a las multinacionales y restringe los derechos de los sindicatos a organizar a los
trabajadores en las plantas con capital extranjero – fue severamente criticado por el FMI y por muchos economistas de libre mercado tras haber tomado estas medidas, acusando al país de intentar aislar su economía
del resto del mundo. La respuesta de Mahathir, publicada en la revista Time Magazine, fue que “Malasia ha
optado por la herejía. […] Si la comunidad internacional no puede cambiar, entonces Malasia deberá introducir su propia reforma. Haremos todo lo que esté en nuestro poder para conseguirlo, incluso si todas las
fuerzas de los ricos y los poderosos se alinean en contra nuestra”.
La apuesta de Mahathir parece haber dado resultado. Tras algunas vacilaciones, los inversores extranjeros volvieron a Malasia en masa; el país atrajo un nivel récord de inversiones en 1999 y 2000. Y ello pese a
que el flujo de capitales hacia la mayoría de los “países en crisis” del Este Asiático no llegó a recuperar el nivel
anterior incluso cinco años después de producirse la crisis.
Tomemos por caso Argentina, que en diciembre de 2001 declaró el mayor incumplimiento en el pago
de la deuda que se haya producido en la historia, después que el FMI dejase de desembolsar un préstamo
concedido al país apenas cuatro meses antes. En agosto de 2001 Argentina recibió un paquete de emergencia del FMI por valor de $8 mil millones, destinado a mantener su economía a flote apenas ocho meses después de haberle sido concedida un colosal crédito de ayuda de $40 mil millones, obtenido a través del FMI.
Para muchos economistas en el movimiento sindical los problemas del país se remontan a 1991 cuando, con el firme respaldo del FMI, Argentina adoptó una ley de convertibilidad que fijaba la tasa de cambio
entre peso/dólar, garantizando cada peso en circulación con un dólar en reserva. Se estableció una caja de
conversión para mantener la paridad peso - dólar. Con objeto de atraer inversiones extranjeras directas y en
cartera, la ley eliminó todos los controles de cambio, con lo que los pesos podían convertirse libremente en
dólares en cualquier transacción nacional o extranjera. Como resultado de esta medidas, la inflación descendió casi hasta cero, aportando cierta estabilidad a la economía. Pero la otra parte de las “reformas” incluía un
programa masivo de privatización, que dejó sin empleo a numerosos trabajadores del sector público.
El sistema monetario empezó también a causar estragos en los últimos años de los años 1990.
Ajustando el peso al dólar, Argentina resultaba vulnerable a las decisiones monetarias adoptadas por la
Reserva Federal de los EE.UU. en Washington. A finales de la década de los 90, la Reserva Federal empezó a
mantener una oferta limitada de dólares para compensar lo que se consideraba un crecimiento excesivo en
la bolsa de valores – o “exuberancia irracional” como lo calificara el Presidente de la Reserva Federal, Alan
Greenspan. Como resultado de ello, la economía argentina se vio sometida a enormes presiones al tener que
elevar las tasas de interés para poder preservar la paridad entre el peso y el dólar. Las industrias orientadas
hacia la exportación resultaron particularmente afectadas, dado que la divisa sobrevalorada situó los precios
de los productos y servicios argentinos fuera de los principales mercados de exportación del país, sobre todo
Brasil y la Unión Europea. Conforme se contrajo la economía, la deuda argentina, denominada en dólares,
empezó a representar una carga insoportable.
Un nuevo gobierno asumió el poder en diciembre de 1999 con la economía en recesión, una tasa de
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 5 |
desempleo del 14%, desigualdades cada vez más patentes en el nivel de ingresos, y una tercera parte de la
población subsistiendo por debajo del umbral de pobreza. En diciembre de 2000, el FMI propuso un crédito de ayuda por valor de $39.700 millones exigiendo a cambio que el gobierno aceptase las demandas del
FMI de reducir el gasto – lo que hizo recortando el sistema estatal de pensiones, rebajando el sistema de salud
gestionado por los sindicatos y congelando el gasto público durante cinco años. La tasa de desempleo ascendió rápidamente al 16%, ocasionando manifestaciones contra el gobierno y una resistencia redoblada por
parte del Congreso ante los esfuerzos del gobierno para aplicar las demandas políticas del FMI. Para poder
aspirar a un Segundo plan de ayuda del FMI en agosto de 2001, el gobierno redujo drásticamente el gasto
público y recortando las pensiones y los salarios del sector público en hasta un 13%.
Para final de año, Argentina era incapaz de rembolsar la deuda por valor de $132.000 millones y declaró la suspensión de pagos. Además congeló las cuentas bancarias y anunció aún mayores medidas de austeridad del gobierno. Estas acciones provocarían el estallido de los disturbios generalizados que ocasionaron 27
víctimas mortales. La conmoción política engendrada por dichos disturbios tuvo como consecuencia que la
presidencia cambiase de manos cuatro veces en menos de dos semanas, ya que cada uno de los sucesores
designados terminaba por dimitir frente a los tremendos retos a los que debían hacer frente. En enero de
2002 el recién instalado presidente Eduardo Duhalde decretó el fin de la convertibilidad peso-dólar y se lanzó
a elaborar un plan de recuperación para una economía que, para entonces, ya estaba en plena depresión,
con una tasa de desempleo superior al 20% y muchas personas viéndose en la incapacidad de hacer frente
a sus obligaciones debido a que las cuentas bancarias permanecían congeladas.
El gobierno contaba con préstamos renovados del FMI para poder levantar las restricciones bancarias,
pero para mediados de 2002, todavía no había llegado la asistencia del Fondo. El FMI continuaba exigiendo
que el Nuevo gobierno argentino aplicase el mismo tipo de medidas de austeridad draconianas que llevaron
al colapso de los gobiernos anteriores. También para mediados de 2002, los problemas financieros de
Argentina empezaron a extenderse a otros países sudamericanos, pese a las afirmaciones del FMI de que las
medidas adoptadas por otros países siguiendo las recomendaciones del FMI habían conseguido evitar un
efecto de “contagio”. En agosto de 2002 el FMI decidió conceder rápidamente paquetes de ayuda a dos de
los vecinos de Argentina, Brasil y Uruguay. El préstamo de emergencia concedido por el Fondo a Brasil, por
valor de $30 mil millones, representa el mayor préstamo jamás concedido por dicha institución.
FMI: Confianza de los mercados por encima de un reparto
equitativo de costos
En cierta medida, retener la confianza de los mercados financieros volátiles ha desplazado al reparto
equitativo de los costes y beneficios económicos como consideración esencial a la hora de reajustar la política macroeconómica global. La globalización financiera ha estado facilitando una tendencia generalizada a
sustituir la orientación hacia el bienestar social y el pleno empleo de los primeros años tras la Segunda Guerra
Mundial. Los gobiernos han vuelto a las políticas de libre mercado sin regular de la era anterior, cuya máxima expresión la encontramos en las “economías de la filtración” defendidas por los gobiernos de EE.UU. y el
Reino Unido durante la etapa de Reagan y Thatcher durante los años 1980.
Al mismo tiempo, resulta evidente que ha habido una crisis de confianza entre los defensores de la liberalización financiera en Estados Unidos, Europa y en otros países. Esto ha sido debido a las múltiples crisis
monetarias de los últimos años, las enormes sumas de fondos públicos destinadas por los principales poderes financieros a contener las amenazas al sistema financiero, y las crecientes demandas de los países muy
endeudados para que se cambien las reglas del juego.
Muchos economistas, sindicalistas y organizaciones no gubernamentales han pasado a considerar que
los mercados financieros liberalizados resultan de una ineficiencia inherente y están expuestos a una excesiva inestabilidad. Numerosas voces exigen actualmente cierto retorno a los controles sobre el capital que se
practicaban antes dela liberalización del mercado de capitales en los años 1980. Otros aducen que la frecuencia y la gravedad cada vez mayores de las crisis financieras en los 1990 deben achacarse al empleo de
“ayudas” financiadas con fondos públicos para contener la crisis. Dichas ayudas, afirman, no hacen sino incrementar el “riesgo moral”, una noción del sector de seguros según la cual asegurar contra las pérdidas derivadas de un comportamiento arriesgado disminuye los incentivos de la parte asegurada a comportarse con
prudencia. Si en cambio, se aduce, los bancos comerciales estuvieran obligados a aceptar hacerse cargo de
una parte apropiada de los costos de una crisis financiera, seguramente estarían menos dispuestos a conce-
| 6 | I PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
der préstamos aventurados.
Conforme los sindicatos, organizaciones medioambientales y grupos de defensa de los derechos humanos se han alzado para criticar las políticas financieras del FMI, el gobierno de los Estados Unidos y algunos
importantes economistas se han sumado a estas críticas con el argumento del riesgo moral. Todas estas presiones han forzado a los funcionarios encargados de gestionar las instituciones financieras internacionales a
reconsiderar sus puntos de vista. En este momento prácticamente existe un consenso retórico entre bancos
centrals, ministros de finanzas, e instituciones como el FMI y el Banco Mundial, sobre la necesidad de reformar la “arquitectura financiera global” a fin de aportar una mayor estabilidad a los flujos internacionales de
capital.
Sin embargo, hasta la fecha sólo han emergido unas pocas acciones concretas de las deliberaciones oficiales sobre reforma arquitectural, y la mayor parte de las propuestas de reforma de los críticos entendidos
no han sido incorporadas en la agenda oficial. Esta publicación pretende corregir esa tendencia y aportar a
los sindicalistas información que podrían utilizar en sus argumentaciones a los más altos niveles del gobierno, a favor de nuevos programas que apoyen un desarrollo equitativo basándose en las normas universalmente aceptadas con respecto a los derechos humanos y sindicales.
¿Qué anda mal en el actual sistema?
Durante muchos años, el FMI y los que defienden sus políticas han afirmado que inclusive la más exigua forma de control del capital vendría a desestabilizar el sistema financiero mundial. De hecho, el sistema
establecido por el FMI es de por sí inestable e ineficiente.
Las dos últimas décadas han estado marcadas por una creciente frecuencia de crisis bancarias y monetarias, algunas de las cuales desembocaron en crisis internacionales. Cerca de tres cuartos de los 184 miembros del FMI, incluyendo un número considerable de países industrializados, registraron uno o más arremetidas de crisis bancarias o registraron “problemas bancarios significativos” durante el período entre 1980 y
1995, esto es, incluso antes de la crisis financiera asiática a finales de los 1990. Crisis bancarias integrales, definidas por el FMI como “casos en que se produjeron fugas u otros desplazamientos substanciales de carteras,
colapso de firmas financieras, o una fuerte intervención del gobierno”, azotaron a 36 países entre 1980 y
1995.
La crisis en Asia acrecentó considerablemente estas cifras. Según reveló un análisis de 26 países en vías
de desarrollo e industrializados que padecieron crisis bancarias y monetarias de 1980-95, la liberalización del
sector financiero durante los cinco años previos a la crisis presagió con exactitud el 67% de las crisis bancarias y 71% de las crisis monetarias. Extendiendo el acceso al capital extranjero, la liberalización alentó a los
bancos y empresas nacionales a incrementar su pasivo apoyándose en los niveles de la crisis.
Entre las crisis financieras más importantes de esta última década que han tenido consecuencias internacionales podemos citar:
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La crisis del peso mexicano en 1995
La crisis de la divisa tailandesa en 1997
Las crisis financieras en el Este Asiático de 1997 y 1998
La crisis financiera rusa en 1998
La crisis de la banca japonesa en la última década
Actuales crisis iniciadas a finales de 2000 en Turquía y Argentina
Crisis financieras en Brasil y Uruguay a mediados de 2002
El coste social y económico de estas crisis ha sido considerable. Un estudio efectuado por el Banco
Mundial sobre una muestra de crisis bancarias en países en vías de desarrollo estima que el Producto Interior
Bruto (PIB) descendió en un 14,6% durante los períodos de crisis. Conviene señalar que el estudio indicaba
que las crisis bancarias estaban entrelazadas con crisis monetarias ocasionadas por “expansión de la afluencia de capital internacional – especialmente el movimiento de capital privado-a-privado – hacia los países en
vías de desarrollo y la creciente integración de estas economías con los mercados financieros mundiales”.
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 7 |
La respuesta del FMI ha resultado igualmente desestabilizadora. Las medidas impuestas por el FMI sobre
los gobiernos nacionales incluyen reducción de los subsidios gubernamentales a los transportes y servicios sanitarios, empleados esencialmente por los trabajadores y los más pobres. También implican demandas de privatización que han supuesto la pérdida de puestos de trabajo sin establecer una red de seguridad, y otras privaciones económicas.
Nuestra labor como sindicalistas preocupados por el bienestar general de los trabajadores es demostrar
que nuestras soluciones, y las de organizaciones aliadas que apoyan un desarrollo más justo, contribuirán a aliviar esas privaciones e impondrán la eficiencia y estabilidad que tanto hace falta en los mercados financieros hoy
en día. Resumiendo, nuestra respuesta deberá incluir los siguientes elementos, que se describen en mayor detalle dentro de este informe:
● Una pequeña tasa uniforme aplicable en todo el mundo a cualquier transacción privada en divisas, también conocida popularmente como Impuesto Tobin. La tasación de las transacciones en
divisas reduciría en parte la especulación que tiene lugar actualmente en los mercados financieros,
contribuyendo a reunir un capital que podría emplearse para brindar asistencia a los países atrapados
en crisis financieras y para otros fines.
● Un proceso de arbitraje de la deuda equitativo y transparente. Los países en vías de desarrollo y en
transición deberían poder aplicar una congelación temporal de la deuda cuando lo requieran las circunstancias, e imponer al sector privado un papel obligatorio en los programas de reestructuración
de la deuda. Se necesita urgentemente un mecanismo de reestructuración de la deuda soberana, que
permita una moratoria temporal de los pagos de la deuda mientras se mantienen negociaciones entre
el país deudor y los acreedores extranjeros para una reestructuración ordenada de la misma
● Una mayor coordinación entre las principales divisas. Habría que aplicar una mayor coordinación fiscal y monetaria entre los bloques monetarios del dólar, el euro y el yen, a fin de generar una paridad
más estable.
● Requisitos más estrictos para los bancos. El Banco de Pagos Internacionales requiere que se mantenga una relación entre el capital y el total de préstamos (capitalización adecuada) de al menos 8%.
Pero con mantener esta relación no se consigue siempre evitar quiebras bancarias. La inestabilidad
surge también cuando los prestamistas e inversores adquieren activos sin una valoración correcta de
los riesgos. Una posible solución sería un requisito de ingresos en función de los activos, que obligaría
a las firmas a mantener sus reserves frente a cada categoría de activo, y la autoridad reguladora establecería los requisitos de reservas teniendo en cuenta sus inquietudes en relación con categorías específicas de activos.
● “Topes”. Se trata de un tipo de controles temporales de capital que pretenden desalentar la afluencia
de capital a corto plazo. Se utilizaron en Chile durante un tiempo a principios de los años 90. En la
mayoría de los casos, estas regulaciones requieren que la afluencia de capital permanezca en el país
receptor durante un tiempo determinado; en el caso de Chile eran 12 meses.
● Incorporar los derechos humanos y sindicales en la política del FMI/Banco Mundial. Los derechos
humanos y sindicales deberían ser un elemento esencial, no solo en los acuerdos comerciales, sino
también en la concesión de créditos de ayuda y alivio a la deuda. De esta manera se proporcionaría la
red de seguridad que tanta falta hace cuando el FMI impone recortes en los presupuestos gubernamentales y otras medidas que desembocan en despidos masivos. El bienestar de los trabajadores/as y
de los más pobres tendría que ser la preocupación primordial cuando las instituciones financieras
internacionales definen los programas de asistencia específica.
● Buscar la diversificación de la actividad económica basada en la demanda interior. El FMI y el
Banco Mundial han venido promoviendo desde hace tiempo en los países en desarrollo el modelo de
la industrialización orientada a la exportación, donde inversores nacionales y extranjeros establecen
plantas manufactureras (o negocios agrícolas) donde unos salarios bajos constituyen la principal arma
competitiva. Un sistema económico global más estable implicaría quitarle énfasis al desarrollo orientado a la exportación a favor de una estrategia de desarrollo más equilibrada, incluyendo también el
crecimiento basado en la demanda interior, junto con la cooperación y la integración regional.
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● Reforzamiento de los controles de capital. Los gobiernos nacionales en todo el mundo deberían
encargarse de reforzar sus propios procedimientos de regulación para hacer que se aplique la ley
contra la corrupción o la especulación ilegal e introducir límites a la exposición de divisas a corto
plazo, así como controles y certificación para el comercio de productos derivados y otras formas de
inversión fuertemente apalancada. Se requiere una regulación más estricta incluso en economías
avanzadas como los Estados Unidos. Es algo que ha quedado suficientemente patente con el colapso del fondo de inversión de Nueva York Long Term Capital Management en 1998, desencadenado
por una especulación en bonos fuertemente apalancada, y tras la serie de escándalos empresariales
empezando con el caso Enron a finales de 2001, donde en ocasiones se contó con la complicidad
de grandes bancos multinacionales.
II. ORIGEN Y RUPTURA DEL SISTEMA DE BRETTON WOODS
El FMI y el Banco Mundial y el Banco Mundial se fundaron en 1944 durante una conferencia que tuvo
lugar en Bretton Woods, New Hampshire, tras 15 años de depresión mundial y una guerra mundial. La Gran
Depresión de los años 1930 se inició con el colapso de la bolsa de EE.UU. en 1929 y duró cerca de una década. Estuvo provocada por una combinación de factores, incluyendo una distribución desigual generalizada
de la riqueza y una intensa especulación en los mercados de valores a finales de los 1920 que mantuvo los
precios de las acciones a un nivel artificialmente elevado. El crash de Wall Street condujo a un colapso económico nacional en los Estados Unidos, y la consiguiente represión se extendió rápidamente por todo el
mundo industrializado. Aunque los EE.UU. y otros gobiernos tomaron fuertes medidas para poner fin a la
depresión y lograr que millones de trabajadores desempleados volviesen a tener un empleo, la penuria no
terminó realmente hasta que el estallido de la Segunda Guerra Mundial restauró la producción industrial.
Hacia el final de la Guerra, los Estados Unidos acogieron una conferencia de Ministros de Finanzas de
todo el mundo, presidida por Harry Dexter White del Tesoro de EE.UU. y John Maynard Keynes de Gran
Bretaña. Su tarea primordial era restaurar el capitalismo mundial y el libre comercio de bienes. El Convenio
Constitutivo mediante el cual quedaron establecidos el FMI y el Banco Mundial representó un esfuerzo colectivo para restaurar la estabilidad cambiaria y la convertibilidad de las divisas para facilitar la recuperación del
comercio y las inversiones multilaterales, dejando a cada uno de los miembros un amplio margen para aplicar deforma independiente sus propias políticas de empleo y seguridad social. Los convenios reflejaban las
posturas políticas de los principales economistas estadounidenses y británicos, quienes estaban a favor de
imponer restricciones a la movilidad del capital por razones de equidad. Tal como explicara Harry Dexter
White:
“Los ingleses no han olvidado que durante la crisis de la libra esterlina de 1931, se recortaron los servicios
sociales en un intento por mantener la paridad fija de la libra [con el oro]. La utilización de acuerdos monetarios internacionales como tapadera para la aplicación de políticas impopulares, cuyos méritos o defectos
no dependen realmente de consideraciones monetarias internacionales sino más bien del programa económico y la filosofía generales del país en cuestión, no haría sino enrarecer la atmósfera de la estabilidad financiera internacional.”
El convenio de Bretton Woods aportaba el margen necesario, al permitir que los países miembros
pudiesen ajustar sus tipos de cambio y restringir los movimientos de capital cuando amenacen seriamente el
mantenimiento de la producción nacional y del empleo. Se asignó al FMI las tareas de velar por el cumplimiento del Convenio Constitutivo por parte de los miembros, y poner a disposición de los países miembros
con dificultades de balanza de pagos la liquidez necesaria a corto plazo. En base al Artículo VI, que autoriza
a los países miembros a ejercer los controles de capital que consideren necesarios, el FMI estaba también obligado a cortar sus créditos cuando dichos fondos se empleen para facilitar una salida considerable o continua
de capital.
Pese a que el FMI reconoce en principio la primacía de las políticas nacionales que promuevan el pleno
y empleo y el bienestar económico de la población, en la práctica las intervenciones del Fondo dejaron patentes en seguida otras prioridades. Joseph Stiglitz, antiguo Economista en Jefe del Banco Mundial, resumía así
la transformación del FMI:
“En su concepción original […], el FMI se basaba en el reconocimiento de que los mercados muchas veces
no funcionaban adecuadamente – que podían provocar un desempleo masivo y podrían no ser capaces de
facilitar los fondos necesarios a los países para ayudarlos a restaurar sus economías. […] En los años trans-
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curridos desde su concepción, el FMI ha cambiado notablemente. Fundado con la convicción de que los mercados muchas veces funcionan mal, ahora defiende la supremacía de los mercados con un fervor ideológico. […]Hoy en día el FMI normalmente concede fondos sólo cuando los países aplican políticas del estilo de
recortar déficit, aumentar impuestos, o incrementar los tipos de interés, que repercuten en una contracción
de la economía. [Stiglitz 2002; p.12-13].
Tal como se describe en otras secciones de este informe, el sistema de Bretton Woods, tal como finalmente se aplicó, vino a operar en favor de prioridades totalmente distintas de las concebidas por los fundadores del FMI y del Banco Mundial.
Ataques de los conservadores al sistema de Bretton Woods
Los primeros ataques contra el sistema de Bretton Woods provenían de los economistas conservadores
y de los partidos de derechas. Uno de los primeros críticos más vociferantes fue Milton Friedman de la
Universidad de Chicago. Más tarde Friedman sería bien conocido en América Latina por defender la economía de libre mercado en Chile tras el golpe de estado de Augusto Pinochet en septiembre de 1973 que dio
inicio a 17 años de dictadura militar. En un ensayo polémico que apuntaba contra Keynes, principal artífice
de Bretton Woods, Friedman afirmaba que unas tasas de cambio variables sumadas a la movilidad del capital tienen la ventaja de aislar a cualquier economía de sacudidas monetarias o reales externas, con lo que
gozan de total libertad para aplicar las políticas macroeconómicas que quisieran. Friedman aducía además
que los especuladores en divisas aportarían un equilibrio al movimiento del tipo de cambio nominal, previniendo el desarrollo de flujos masivos de capital especulativo. En última instancia, decía, los flujos de capital
a largo plazo desembocarán en una convergencia global de las tasas de interés reales, sacando así el máximo partido a la eficiencia global de las inversiones en la distribución de recursos.
Pero en contra de las predicciones de Friedman, una rápida alza de los movimientos de capital a corto
plazo vino acompañada por una creciente volatilidad del tipo de cambio. Para principios de los 1980, resultaba evidente que los movimientos de capital a corto plazo excedían con mucho el flujo necesario para financiar el comercio internacional en bienes y en servicios no financieros, como por ejemplo el transporte marítimo, el turismo y los viajes internacionales. Estos movimientos tenían un impacto sobre los tipos de cambio
con total independencia del flujo de capital. Las fluctuaciones del dólar americano aportan un ejemplo especialmente evidente. El cambio del dólar estuvo subiendo vertiginosamente durante la primera mitad de los
1980, pese a un rápido empeoramiento del déficit comercial, porque se mantenía a la alza gracias al flujo
masivo de capital extranjero entrante. Un movimiento similar del dólar americano tuvo lugar a finales de los
años 1990 y entrado 2001.
Los partidarios de la postura de Friedman cambiaron entonces su enfoque, y en lugar de basar su explicación de los movimientos de tipo de cambio en el comercio, pasaron a concentrarse en la dinámica del mercado financiero. Argumentaban que facilitando los controles de capital e introduciendo mejoras en el procesamiento electrónico de datos para facilitar el crecimiento explosivo de los flujos financieros, también se contribuía a la realización de una distribución de recursos eficiente a nivel mundial.
Tendencias Bretton Woods frente a tendencias post-Bretton Woods
en la economía global
El sistema de Bretton Woods de determinar el tipo de cambio de los países miembros vinculándolo al
dólar americano convertible en oro fue desarticulado poco después de 1971, cuando EE.UU. decidió que no
podía seguir haciendo frente a su compromiso de convertibilidad en oro.
Su sustitución entrañó una incesante multiplicidad de tipos de cambio variables, regulados y sin regular, así como distintas formas de tipos de cambio vinculados. Entre los países en desarrollo, la tendencia se ha
orientado hacia las divisas con tipo de cambio flotante. Los países con algún tipo de vinculación en la tasa de
cambio pasaron de un 87% del grupo en 1975 a 40% en 1997, según el FMI. Entre los países industrializados, los bancos centrales ocasionalmente intervinieron en la tasa de cambio que de otro modo quedaba
determinada por los mercados. Los países de la Unión Europea sistematizaron las intervenciones entre sus
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propias divisas al establecer el mecanismo de cambio europeo, un acuerdo cooperativo para limitar las fluctuaciones de cambio dentro de la UE, que quedó suspendido en 1999 tras la adopción por parte de doce países de una moneda única europea, el Euro.
No obstante, la confusa evolución de los acuerdos ha estado acompañada por movimientos sostenidos hacia una liberalización del comercio y del Mercado de capitales, tanto en los países industrializados
como en desarrollo. “De hecho, la integración de los mercados financieros globales ha operado con mucha
más rapidez que la de los mercados de bienes, afirmaba el FMI en 1991.
En cualquier caso, la globalización del libre movimiento de capital no es aún completa. Para mediados
de los 1980, los países industrializados terminaron por abolir los controles de capital que se conservaron
durante la era Bretton Woods para contribuir a lograr una estabilidad macroeconómica. Pero entre los países
en desarrollo, la desregulación del capital estaba entonces apenas cobrando ímpetu, y pese a las incitaciones
del FMI y del Banco Mundial, la mayoría retuvieron aún cierto control para mantener la estabilidad.
Tendencias financieras post-Bretton Woods
La eliminación de restricciones al flujo financiero transfronterizo alcanzó su punto crítico a principios
de los 1980. Para entonces los fondos podían moverse libremente entre bancos y mercados seguros domiciliados en distintos países industrializados y en paraísos fiscales extraterritoriales. Para principios de 1990 la
integración transfronteriza de los mercados financieros incluía también un creciente número de países en desarrollo, provocando un aumento explosivo de transacciones de divisas.
Los que defendían el desmantelamiento de controles sobre los flujos internacionales de capital afirmaban que una mayor libertad de movimientos del capital supondría que pudiesen corregirse los problemas en
la balanza de pagos de manera rápida e imperceptible. Según sus predicciones, el paso de los tipos de cambio vinculados y los controles de capital de la era Bretton Woods a unos tipos de cambio flotantes y la desregulación de capitales de la era post-Bretton Woods aportaría un ajuste más rápido y llevadero de los desequilibrios comerciales.
En los 1970, todavía se podía seguir defendiendo esta afirmación de manera plausible, culpando de la
creciente volatilidad de los flujos financieros a una serie de perturbaciones exógenas inusitadamente severas,
particularmente el aumento de los precios del petróleo impuestos por la OPEC en 1973-74 y en 1979-80.
Pero, conforme las transacciones financieras globales se incrementaron pasando de ser 3,5 superiores a las
exportaciones globales en 1977 a 34 veces las exportaciones globales en 1986, quedó patente que los movimientos en las tasas de cambio entre los países industrializados, que se hicieron todavía más volátiles en los
1980, estaban siendo esencialmente gobernados por las dinámicas financieras. Resultó igualmente evidente
que las expectativas de amortización que motivaban los movimientos financieros estaban propulsando los
tipos de cambio muy lejos de la línea de los tipos necesarios para crear un equilibrio entre las exportaciones
y las importaciones.
Tasas de interés y de cambio y las multinacionales
El enorme incremento de las tasas de interés reales y la alta volatilidad de los tipos de cambio reales
desde el final de Bretton Woods ha frenado el crecimiento de las exportaciones en muchos países e inclinado las inversiones tanto interiores como extranjeras hacia los activos financieros. Cada vez más, la economía
del “papel” está desplazando a la economía real en cuanto al objeto de las transacciones financieras.
Las estrategias de “generación” de empresas ha pasado de la creación de una nueva capacidad a la
obtención de capacidades existentes por medio de fusiones y adquisiciones. La popular predisposición política e ideológica a privatizar los activos propiedad del estado ha contribuido a incrementar aún más las oportunidades nacionales e internacionales para adquirir capacidades existentes. Sin embargo, el brusco descenso del crecimiento en la productividad sugiere que la contribución neta que haya podido tener una gestión
más eficiente de las capacidades adquiridas para obtener una mayor productividad ha sido cuanto menos
modesta. El giro hacia las fusiones y adquisiciones, no obstante, contribuye a justificar un crecimiento más
lento de las inversiones reales y un crecimiento de la producción.
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 11 |
La desregulación del capital también ha fomentado la transformación de las divisiones financieras de
las empresas multinacionales en grandes centros de beneficios, que buscan intrincadas estrategias de gestión
del pasivo y de las carteras. El Banco de Pagos Internacionales, en una investigación post-morten de la crisis
monetaria de 1992 que había debilitado el mecanismo de tipos de cambio de la Unión Europea, descubrió
que las empresas multinacionales fueron más importantes que los fondos especulativos de cobertura a la hora
de montar los ataques especulativos sobre las divisas que desencadenaron la crisis.
Al solicitar créditos en la divisa del país receptor, y empleando estrategias de opción del tipo de cambio, las corporaciones multinacionales han sido capaces de evitar gran parte de los riesgos políticos y cambiarios asociados con la adquisición de activos extranjeros, logrando permanecer de forma efectiva dentro de
su propia divisa nacional. Así pues, en contra de lo previsto por la teoría comercial neoclásica que figura en
los libros, la expansión de las inversiones extranjeras directas ha conducido a trasferencias netas de los recursos reales a los países receptores inferiores a lo que aparece en el valor facial.
“La gran mayoría de las reservas de capital de las subsidiarias extranjeras de las empresas multinacionales
estadounidenses no provienen de EE.UU. sino que han sido acumuladas o engendradas localmente por la
subsidiaria. […] Una encuesta informal realizada entre empresas y bancos sugiere que las obligaciones contraídas por las subsidiarias suelen mantenerse en la divisa local, mientras que las obligaciones contraídas
cuando la casa matriz solicita un préstamo en el extranjero para su utilización en el país de la sede suelen
quedar cubiertas por la divisa de este último país. […] Dado que los fondos de los créditos solicitados por
las subsidiarias suelen utilizarse a nivel local, no se produce una transferencia de capital entre fronteras”
[Feldstein, 1994; p.690].
La inversión internacional en cartera de fondos de seguros, pensiones o de fondos de inversión colectiva, que se han generalizado rápidamente desde los 1980, también ha contribuido a proteger contra los riesgos políticos y cambiarios por medio de opciones cambiarias [Feldstein, 1994; p.685]. La protección ha minimizado también la transferencia neta de recursos reales de las inversiones en cartera.
Papel de los mercados financieros internacionales a la hora
de aplicar políticas y provocar crisis
El balonamiento de los flujos financieros ha incrementado considerablemente el poder de los mercados financieros para aplicar una “disciplina” sobre la formulación de la política económica nacional en todo
el mundo. El aumento del valor del dólar en las operaciones cambiaria cotidianas ha superado ampliamente
el aumento de las reservas oficiales. En 1977 las reservas oficiales mundiales equivalían a 16,2 días de operaciones cambiarias, mientras que en 1998 apenas alcanzan un día del volumen de negocios diario. Este declive precipitado en la “potencia de fuego” ha disminuido considerablemente la capacidad de intervención de
los bancos centrales en los mercados cambiarios para frenar la volatilidad, o estabilizar el tipo de cambio real.
El éxito del Acuerdo del Plaza suscrito en 1985 entre EE.UU., Japón, Alemania Occidental, el Reino
Unido y Francia, para derribar mediante un esfuerzo colectivo un dólar súpervaluado, fue de corta duración.
Diversos intentos colectivos e individuales por parte de los bancos centrales de estos países para estabilizar el
cambio dólar-yen y dólar-marco quedaron rápidamente anulados por los mercados financieros. Posteriores
tentativas por parte de los bancos centrales europeo y japonés a finales de los 1990 y a principios del nuevo
siglo para reducir el valor del dólar con respecto al euro también fracasaron, a pesar del cada vez mayor déficit comercial en EE.UU. Al quedarse sin municiones para poder contrarrestar de manera efectiva los movimientos cambiarios no deseados, los bancos centrales se volcaron en apaciguar los mercados. Subir los tipos
de interés se ha convertido en el arma ideal para hacer frente a los movimientos especulativos contra una
moneda, lo que esencialmente equivale a recompensar al capital financiero que no se fuga.
Desde 1984 el tipo de interés real de los bonos del Estado a 10-años, que suelen calificarse como “sin
riesgo”, alcanzó un promedio muy superior al de la tasa de crecimiento real del PIB en todos los países del
G-7 a excepción de Japón. Durante la era Bretton Woods, en cambio, el promedio de la tasa de interés real
se situaba considerablemente por debajo de la tasa de crecimiento real del PIB, y apenas la igualaba durante la era del patrón oro previa a la Primera Guerra Mundial. Sólo durante las décadas de entre guerras se consiguió elevar hasta el nivel actual la relación entre la tasa de interés y el crecimiento del PIB, debido al colapso del PIB durante los 1930.
| 12 | I PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Unas tasas de interés más elevadas deberían, en teoría, incrementar el coste del capital y rebajar el valor
de las acciones. Sin embargo, aunque el crecimiento de las inversiones físicas efectivamente se estancó, se
produjo una alza súbita de la financiación de bonos y la capitalización de los mercados bursátiles. Desde 1982
hasta 2000 el valor global de las obligaciones inscritas en los mercados de títulos de renta fija organizados se
incrementó dos terceras partes más rápido, y la capitalización de los mercados bursátiles mundiales aumentó dos veces más rápido, en relación con el PIB nominal. Además de un incremento de la relación entre los
intereses reales y el PIB, estos datos implican que tanto el porcentaje de intereses globales reales devengados
para los propietarios de activos financieros, como el endeudamiento y la inflación de los activos, estaban
incrementándose a un ritmo que no podría mantenerse indefinidamente. Evidentemente, el crecimiento económico en los principales países industrializados se había paralizado a principios de 2001, mucho antes de
los efectos desestabilizadores de los ataques terroristas del 11 de septiembre en EE.UU., que empeoraron aún
más la situación económica.
Tasas de interés y controles de capital
El brusco incremento en las tasas de interés real a largo plazo desde finales de los 1970 no estuvo ocasionado por una demanda creciente de préstamos para financiar proyectos de inversión a largo plazo, dado que
el crecimiento de las inversiones se desaceleró considerablemente en relación con las tasas de crecimiento de
Bretton Woods.
Teniendo en cuenta que las tasas de interés representan una parte importante del coste de capital para
los proyectos de inversiones, la causalidad probablemente va de unas tasas de interés más elevadas a un crecimiento de las inversiones más reducido, y no a la inversa. ¿Fue el miedo a la inflación lo que hizo que las instituciones de créditos subiesen la prima por riesgos sobre los préstamos a largo plazo? Esto no se corresponde
con la evidencia. La inflación creció en los 1970 en los países industrializados, mientras que sus tasas de interés
real a largo plazo descendieron por debajo de la media de Bretton Woods. La inflación ha estado bajando desde
principios de los 1980, sin embargo las tasas de interés real se sitúan en una media que es el doble de las tasas
de Bretton Woods. Otro posible candidato causal es el déficit fiscal, que ha venido descendiendo en la mayoría
de los países industrializados desde principios o mediados de los 1980.
En cambio, es mucho más probable que la causa esté en la desregulación del capital. Un estudio econométrico de la OCDE ha calculado que cerca de la mitad del incremento de tasas de interés reales a largo plazo
en los países industrializados en los años 1980 se debió a la desregulación del capital [Orr et al., 1995]. ¿Cuál
podría haber sido la conexión causal?
Antes de liberalizar el capital, cuando las autoridades monetarias redujeron los tipos de interés a corto
plazo para estimular la economía, los principales tenedores de obligaciones a largo plazo, esencialmente compañías de seguros y fondos privados de pensión, anticiparon, correcta o incorrectamente, consecuencias inflacionarias. Como las restricciones fiduciarias les impedían la acumulación de obligaciones, lo único que les quedaba era mover fondos de aquellas con un plazo de vencimiento más largo a las de vencimiento más corto. Pero
la desregulación del capital les brindó la oportunidad de realizar los movimientos de fondos entre el mercado
nacional y mercados extranjeros, en busca de una mayor rentabilidad.
De esta manera, la desregulación del capital empujó a la alta las tasas de interés a largo plazo, y en menor
medida también las tasas a corto plazo, haciendo vano los esfuerzos de estimular la economía mediante la distensión monetaria. Temerosos de las fugas de capital, los gobiernos también empezaron a reorientar su principal foco de atención, dejando de lado el intentar obtener un alto nivel de producción y de empleo y concentrándose en estabilizar el nivel de precios, lo que había contribuido a mantener los elevados niveles de tasas de
interés reales en las dos décadas anteriores.
De hecho, eliminando los controles del capital, los gobiernos perdieron casi toda posibilidad de ajustar
las tasas de interés real con otro objetivo que aliviar los mercados de títulos de renta fija. Esta fue una de las causas principales de la crisis financiera asiática. Cuando los inversores extranjeros retiraron de golpe grandes sumas
de capital de varias economías de Asia, las autoridades monetarias reaccionaron empujando a la alza las tasas
de interés, confiando en retener así los fondos. Pero con ello, lo que hicieron fue empujar la economía a la recesión cuando los créditos empezaron a resultar demasiado elevados para la mayor parte de los consumidores e
inversores. Los gobiernos de estos países acentuaron aún más sus problemas económicos mediante recortes
drásticos en el gasto público intentando evitar que aumentase el déficit, siguiendo las instrucciones del FMI.
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 13 |
El Comité de Basilea de Supervisión Bancaria
El Comité de Basilea de Supervisión Bancaria, un consorcio de reguladores bancarios de las doce principales economías mundiales, ha venido ocupándose desde mediados de los 1970 de poner orden tras las
sucesivas crisis financieras provocadas por los bancos aprovechándose de las nuevas oportunidades creadas
por la globalización financiera. A finales de los 1990, empezó a revisar el Acuerdo sobre Adecuación del
Capital de 1988, que había quedado obsoleta a causa de las innovaciones financieras y el “arbitraje regulador” por parte de los bancos. Los antecedentes son como sigue.
El Acuerdo de 1988 fue una respuesta a los préstamos excesivos por parte de los principales bancos
estadounidenses y británicos a los bancos y gobiernos latinoamericanos, que contribuyeron a provocar la crisis de la deuda en América Latina a principios de los 1980. Los prestamistas se habían autoprotegido frente
a los riesgos cambiarios y de tipos de interés expresando los préstamos en una divisa extranjera – principalmente el dólar – y exigiendo que la tasa de interés se ajustase a los cambios de la LIBOR (tasa interbancaria
de oferta de Londres), punto de referencia del costo de capital de los bancos prestamistas.
Tranquilizados por estas medidas, los bancos habían empezado a conceder préstamos con un vencimiento de hasta siete años. De hecho, los bancos incitaron a los países en desarrollo a solicitar más préstamos de manera que pudiesen completar sus carteras de préstamos. Al hacerlo, ignoraron los riesgos de
incumplimiento de pagos y de falta de liquidez. Para principios de los 1980, empezaron las amenazas de cesación de pagos, especialmente por parte de México en 1982. Como resultado de esto, los principales bancos
internacionales, cuyos fondos propios estaban ya con un alto grado de apalancamiento, se encontraron con
préstamos latinoamericanos improductivos muy superiores a su propio capital social.
En vista de que lo único que podían hacer con esos préstamos improductivos no podían sino ser traspasados a especuladores “bottom fishing” y a una fracción de su valor nominal, algunos de los mayores bancos estadounidenses se habían vuelto técnicamente insolventes y otros estaban cerca de serlo. Por ejemplo,
Citibank, cuya relación entre capital y activo era entonces del 4%, tenía el 12% de su cartera invertido en
préstamos en América Latina. De haber bajado el valor de liquidación de dichos préstamos hasta un tercio o
menos de su valor contable, Citibank habría tenido que declararse insolvente.
Además, los bancos en dificultades eran importantes agentes de cambios y mantenían importantes
depósitos de bancos corresponsales nacionales y extranjeros. Para acrecentar aún más la amenaza de insolvencia, retiradas masivas de los depósitos por parte de bancos corresponsales inquietos podría haber ocasionado con una velocidad fulgurante una crisis de liquidez de proporciones internacionales.
Las intervenciones urgentes de un consorcio de las autoridades monetarias de los principales países
acreedores, el FMI y los bancos concesionarios de los préstamos previnieron la sucesivas crisis mediante créditos de emergencia para sufragar el servicio de la deuda por parte de los países muy endeudados. Como
parte de los paquetes de rescate, los gobiernos deudores fueron a su vez obligados a aceptar títulos bancarios con valor nominal o cuasi nominal como pago por activos, generalmente consistentes en bienes raíces
estatales privatizados. Esto permitió a los bancos prestamistas vender sus bonos a tasas con un descuento
menos importante, reduciendo así sus pérdidas sobre los préstamos concedidos en América Latina, al tiempo que se privatizaban los activos públicos de forma masiva.
A partir de esta experiencia, el Comité de Basilea de Supervisión Bancaria decidió que la clave para prevenir una repetición de la crisis de 1982 era evitar que los bancos incurriesen en excesivos riesgos crediticios.
El Acuerdo de 1988 intentó hacerlo clasificando los activos bancarios en categorías de riesgo, asignando una
razón capital/activo más elevada a los activos con mayor riesgo. El Acuerdo estipulaba además que la razón
capital/activo total del banco – una media ponderada de la razón capital/activo de cada categoría multiplicada por el porcentaje del total de activos dentro de dicha categoría – debía ser igual o superior al 8%.
Pero una vez que entró en vigor el Acuerdo a principios de los 1990, los bancos empezaron con el arbitraje regulador – esto es, buscar lagunas legales que les permitiesen extender su capital sobre una mayor cantidad de activos. Encontraron una laguna clave en el esquema de ponderación en función del riesgo, que
establece la razón capital/activo para préstamos interbancarios en menos de un año en un 20% de la razón
asignada a los préstamos concedidos a firmas privadas no bancarias. Esto impulso a los bancos internacionales a iniciar la concesión de préstamos a corto plazo a gran escala hacia bancos en Asia, América Latina y los
antiguos países comunistas, que a continuación procedieron a prestar fondos con un amplio margen diferencial a los prestatarios domésticos.
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III. LA CRISIS ASIÁTICA Y EL COLAPSO DE ARGENTINA
Asia y el desarrollo orientado a la exportación
Para explicar las raíces de la crisis del Este Asiático que se inició en 1997, el FMI y los ministros de finanzas de los principales países industrializados se centraron esencialmente en los problemas estructurales ocasionados por el denominado “capitalismo de camarilla”. El ex-Secretario del Tesoro de EE.UU., Lawrence
Summers, expresó en una ocasión la opinión de que los países de Asia Orientar se habían equivocado al seguir
lo que calificaban como modelo japonés de desarrollo económico. En un discurso pronunciado en 2000,
Summers afirmó que los países asiáticos habían “favorecido una coordinación centralizada de las actividades
por encima de incentivos de mercado centralizados. Los gobiernos se centraron en industrias en concreto,
promoviendo exportaciones selectivas, y protegiendo la industria doméstica. Existía una dependencia en la
deuda más que en el patrimonio propio, en las finanzas gobernadas por las relaciones más que por los mercados de capital, y basándose en mecanismos informales más que formales para su aplicación”. En última instancia, este estilo de formación de capitales condujo a la toma de decisiones comerciales erróneas, o, en términos de Summers, “demasiado dinero obtenido en préstamo y mal empleado”.
De hecho, el “capitalismo de camarilla” y otras formas de corrupción oficial crearon efectivamente
serios impedimentos al desarrollo sostenible en Asia, punto sobre el que suelen insistir los sindicatos y otras
organizaciones de la sociedad civil en Asia. Pero no es más que una pieza del rompecabezas total.
Visto desde cualquier ángulo, las tasas de crecimiento en Asia desde principios de los 1960 hasta finales de los1990 eran impresionantes y contribuyeron a subir el nivel de vida de millones de personas. Pero el
modelo de desarrollo asiático desde la Segunda Guerra Mundial siguió de cerca dos eventos. Uno fue el programa económico orientado a la exportación impulsado por las instituciones financieras internacionales y los
Estados Unidos, y adoptado por Corea del Sur y otros países del Este Asiático durante los años de la guerra
fría. El otro evento importante fue la rápida desregulación de los mercados de capital en los años 1990.
El desarrollo orientado a la exportación se basaba en una formula muy simple: los países vinculaban el
crecimiento a la venta de artículos manufacturados, productos agrícolas y recursos naturales a otros países.
El capital era inyectado en industrias escogidas por los planificadores económicos estatales y empresarios. En
casi todos los países donde se siguió este modelo, las políticas fueron dirigidas por gobiernos autoritarios que
favorecieron a ciertos grupos empresariales. Mantuvieron los salarios bajos sofocando a los sindicatos de trabajadores y a las organizaciones políticas independientes.
Fue el caso en Corea del Sur, que vivió bajo una dictadura militar de 1961 a 1987, y de Indonesia,
donde el General Suharto y un gobierno dominado por los militares controló el país entre 1965 y 1998. La
primera fase de la industrialización orientada a la exportación fue financiada principalmente por empresas y
bancos de Japón, que empezaron a invertir fuertemente en Corea y el Sudeste asiático durante los 1960 y
1970.
La propagación del capitalismo orientado a la exportación estuvo además acompañado por políticas,
impulsadas por el FMI y los principales países industrializados, especialmente EE.UU., para levantar los obstáculos al flujo de capital privado por todo el mundo. Después de la crisis de la deuda en América latina en los
años 1980, los mercados de inversiones y de bonos privados reemplazaron a las instituciones financieras internacionales y a los fondos de desarrollo gubernamentales como principales suministradores de capital a los
países y corporaciones extranjeras. Según el FMI y el Banco Mundial, los flujos de capital privado hacia los
países en desarrollo pasaron de $44.400 millones en 1990 a $234.200 en 1996, representando el 85% del
total de inversiones en esos países.
Pero se produjo una desaceleración de las inversiones de capital japonés en Asia en los 1990, como
resultado del colapso de la “burbuja” económica de Japón, basada esencialmente en la inversión especulativa en tierras y en bienes raíces. Para atraer inversiones de otros países, varios gobiernos asiáticos subieron los
tipos de interés y vincularon sus divisas al dólar. Estas políticas funcionaron, atrayendo miles de millones de
dólares de inversores extranjeros a la región. Entre 1985 y 1995, el PIB en el Sudeste asiático creció entre un
6% y un 10% al año. El resultado de semejante crecimiento económico fue que para 1996, Asia compraba
más del 30% de todas las exportaciones de EE.UU.
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 15 |
Origen de la crisis financiera asiática
Los problemas que se apoderaron de la región fueron provocados por una la asignación desacertada
de estos enormes flujos de capital. En Tailandia e Indonesia, gran parte de las inversiones se canalizaron hacia
proyectos que rindiesen elevados beneficios con un breve período de inflexión, esencialmente mercancías,
financiación del consumo y bienes raíces. En Corea del Sur, los bancos subvencionados por el gobierno dirigieron los préstamos acordados a conglomerados, que competían entre ellos para ampliar sus capacidades
en automóviles, semiconductores y otras industrias. La crisis se produjo cuando los bancos empezaron a acumular deudas incobrables como resultado de una saturación en el mercado de bienes raíces y una desaceleración en las exportaciones de productos manufacturados. Esto, combinado con una ola de devaluaciones
monetarias, hizo cundir el pánico entre los inversores extranjeros, que rápidamente vendieron sus acciones y
bonos, provocando la intervención del FMI.
Pero las intervenciones del FMI en Tailandia, Corea del Sur e Indonesia, valoradas en $150 mil millones no lograron que se recuperasen esas economías. El principal objetivo de la ayuda de emergencia era prevenir el incumplimiento del pago de la deuda externa proporcionando créditos a corto plazo. Estos créditos
estaban condicionados a la adopción de medidas de austeridad y reformas políticas destinadas a atraer nuevamente el retorno del capital extranjero, reafirmando la confianza de los inversores y las previsiones de rentabilidad.
Sin embargo las medidas de austeridad – consistentes en tipos de interés doméstico netamente más
elevados para frenar la fuga de capital, y reducción del desembolso fiscal para impedir que el déficit fiscal
tenga un efecto de “desplazamiento” sobre la financiación del sector privado – fueron, cuanto menos, mal
planificadas. Unas tasas de interés más elevadas y una demanda interior en depresión provocaron oleadas de
bancarrotas, crisis de los principales bancos, y el agotamiento de los préstamos bancarios domésticos. La producción y el empleo se hundieron al tiempo que crecía el descontento popular. Con bastante retraso, el FMI
intentó dar marcha atrás, incrementando su línea de créditos y eliminando restricciones al gasto financiado
mediante déficit.
Joseph Stiglitz, que era el Economista en Jefe del Banco Mundial durante la crisis, fue expulsado por la
FMI por haber criticado públicamente sus políticas en Asia. En el transcurso de una aparición pública en
Washington tras serle concedido el Premio Nóbel de Economía de 2001, Stiglitz describió las intervenciones
del FMI en Asia (y más tarde en Rusia y Brasil) como una nueva forma de “bienestar social empresarial” ya
que brindan asistencia a los inversores a expensas de los trabajadores y los más pobres. “Esto ha sido bienestar social empresarial pagado por los contribuyentes en Rusia, Brasil y los países afectados en Asia”, comentó durante una conferencia de prensa en octubre de 2001. “Los pobres han terminado teniendo que pagar
la factura para sacar de apuros justamente a los malos prestamistas”. El FMI, concluye, “ha creado una depresión” en Asia. En un libreo publicado más tarde se extiende aún más sobre los efectos de las políticas del FMI
en Asia a finales de los 1990:
“Políticas fiscales y monetarias contradictorias, combinadas con políticas financieras engañosas, han conducido a desaceleraciones económicas masivas, recortes de ingresos, lo que a su vez redujo las importaciones y desembocó en enormes excedentes comerciales, para dar a los países los recursos necesarios para
pagar a los acreedores extranjeros. Si el objetivo fuera incrementar la cantidad de reservas, la política resultó un éxito. ¡Pero a expensas de la población del país y de sus vecinos!” [Stiglitz, 2002; p.108].
Incluso a comienzos del Nuevo siglo, las repercusiones de la crisis seguían retrayendo una recuperación económica sostenida en Asia y el regreso del capital extranjero. Esto contrasta con Malasia, que aunque
se vio duramente afectada por la huida de capitales de la región, rechazó la asistencia del FMI y recurrió en
cambio a una política monetaria y fiscal expansionista, que protegió mediante controles del capital. Evitando
una ola de bancarrotas y de crisis bancarias sistémicas, la economía malaya se recuperó más rápidamente que
las de sus vecinos, como también lo hizo, irónicamente, el aflujo de inversiones extranjeras directas hacia ese
país. La experiencia contrastante, que no ha pasado inadvertida entre los países vecinos de Malasia, no ha
hecho sino azuzar la oposición a las demandas políticas del FMI.
| 16 | I PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Contraste entre los análisis previos y posteriores a 1997
El dilema político del FMI y del Banco Mundial se ve agravado por el embarazoso contraste entre los
análisis de las economías del Este Asiático antes y después de 1997. La mayoría de estas economías habían disfrutado de dos décadas de rápido crecimiento económico, una baja inflación, tipos de cambio relativamente
estables con respecto al dólar, una alta tasa de crecimiento de las exportaciones y las inversiones, presupuestos fiscales equilibrados, elevados niveles de ahorro privado, y unas disparidades de ingresos moderadas y estables. El Banco Mundial lo calificó de “Milagro del Este Asiático” y pretendía que se convirtiese en un modelo
de desarrollo para otros países en desarrollo. El informe venía a reflejar muy de cerca las opiniones del FMI.
Una importante lección, según ese informe del Banco Mundial, era que las políticas “protectoras del
mercado” que promovieron la iniciativa privada en los mercados liberalizados confinando la intervención estatal a unos “límites bien definidos”, en lugar del estilo oficial japonés de planificación y subsidios a la industria,
contribuyeron a la rápida industrialización del Este Asiático. Esta lección fue rápidamente atacada por expertos
del desarrollo de Asia indicando que estaba ideológicamente motivada y basada en hechos erróneos, quitando importancia a las activas medidas de promoción industrial introducidas en Corea, Indonesia, Taiwán,
Malasia y Singapur, así como en Japón.
Una segunda lección del informe del Banco Mundial era que liberalizando sus sectores financieros y
levantando los controles de capital, los países del Este Asiático estaban explotando de manera efectiva las nuevas oportunidades brindadas por la globalización financiera. Esta opinión, que fue nuevamente reafirmada en
los elogiosos informes del FMI previos a la crisis, parece, cuanto menos, algo floja, poco antes de 1997.
Lo mismo ocurre con la tercera lección, que afirmaba que el “aislamiento tecnocrático, […] la capacidad de los tecnócratas económicos a la hora de formular e implementar políticas en línea con los objetivos formulados por la política nacional y con un mínimo de presiones para obtener favores especiales por parte de
los políticos y otros grupos interesados, ha facilitado el poder elaborar una política adecuada”. Esto constituye
en realidad un cumplido desafortunado a los gobiernos autoritarios que dominaban la región en aquel entonces.
Las explicaciones que da el FMI a la crisis asiática después de 1997, encontraste, destacan fallos importantes en el proceso de liberalización financiera que habían pasado inadvertidos en sus informes publicados
antes de 1997. Por ejemplo, retrospectivamente criticaban prácticas como haber permitido que los bancos
nacionales con escasez de capital se volviesen extremadamente dependientes de los préstamos extranjeros a
corto plazo, que utilizaban para a su vez otorgaban a firmas domésticas excesivamente apalancadas, y para
financiar las burbujas de los mercados bursátiles y de bienes raíces. Por otro lado, se transformó el “aislamiento tecnocrático” positivo del Banco Mundial en “capitalismo de camarilla” negativo, al que el FMI ahora achaca gran parte de la responsabilidad por las prácticas financieras inadecuadas que provocaron la crisis. El FMI
emplea ahora el término “capitalismo de camarilla” para apuntalar su tesis de que la privatización de las funciones del Estado y una mayor desregulación del mercado deberían ser el objetivo primario de las reformas
estructurales necesarias para prevenir futuras crisis.
Pero mientras que en las transacciones financieras hacen falta dos para bailar el tango, el FMI ha tomado su tiempo en admitir que los bancos internacionales y los mercados de capital tuviesen cualquier responsabilidad mayor. Durante la crisis financiera y monetaria de México en 1995, que salpicó también a otros países latinoamericanos, el FMI atribuyó el comportamiento caprichoso de los bancos e inversores extranjeros al
hecho de que en la región las normas contables no fuesen lo bastante rígidas y que no se dispusiese de datos
oficiales adecuados. Según el Fondo, el que los datos fuesen inadecuados impidió que los bancos y los inversores en cartera pudiesen evaluar correctamente la relación riesgo/rendimiento. Así pues, como medida inicial
para reformar la arquitectura financiera mundial, el FMI solicitó – y fue autorizado – mejorar la puntualidad y
la “transparencia” de los datos proporcionados a los mercados internacionales por parte de los países en desarrollo prestatarios. La reforma demostró no ser más que un petardo mojado, por motivos que discutiremos
más adelante.
En cualquier caso, no evitó que el comportamiento caprichoso de esos mismos mercados extendiera la
crisis de 1997-98 a un grupo mucho mayor de países. Recientemente, como parte de la reforma arquitectural, el FMI ha venido colaborando con el Comité de Basilea de Supervisión Bancaria para mejorar la regulación
prudencial de los bancos internacionales reforzando los coeficientes capital/préstamos y los procedimientos de
gestión de riesgos.
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 17 |
Al solicitar el acuerdo de los bancos internacionales sobre las reformas prudenciales, el Comité de
Basilea se encontró con aguas turbulentas. Se había llegado a un acuerdo preliminar sobre la estructura general de las reformas propuestas, aunque los detalles todavía debían ser negociados con los bancos. No obstante, la colaboración del FMI es una admisión tácita de que ahora acepta que el comportamiento caprichoso de los bancos internacionales tiene raíces más profundas que lo inadecuado de los datos procedentes de
los países deudores.
Cuando la administración Bush asumió la presidencia de EE.UU. en enero de 2001, los miembros del
gabinete presidencial expresaron su compromiso de no repetir algunos de los errores del pasado, particularmente las ayudas de emergencia a inversores ricos. Pero los acontecimientos en Argentina y varios otros países hicieron difícil mantener su promesa.
El caso de Argentina
Las operaciones de rescate realizadas por el FMI a finales de 2000 – la concesión de una ayuda de
$7.500 millones a Turquía y de $40 mil millones a Argentina – indican que el FMI no ha aprendido mucho
de su experiencia en Asia. Como antes, los planes no requerían que los titulares de bonos o los bancos acreedores extranjeros aportasen más dinero en efectivo. En realidad, se esperaba que la amplia inyección de
liquidez, junto con la adopción de las políticas de austeridad impuestas por el FMI, revivirían la confianza de
los acreedores extranjeros e induciría a los inversores extranjeros a financiar la deuda exterior de Argentina
aplicando tipos de interés más bajos y plazos de vencimiento más largos. En el caso de Argentina, las políticas incluían el desmantelamiento gradual de parte importante de lo que quedaba del sistema estatal de pensiones, reducir el sistema de sanidad gestionado por los sindicatos, y congelar el nivel de gasto público durante cinco años.
La operación de rescate en Argentina pretendía evitar los fracasos del pasado. Aportó una mayor liquidez a corto plazo y dio al gobierno cierto respiro para financiar el déficit, permitiéndole destinar $20 mil millones en el plazo de los siguientes cinco años a obras públicas. En una entrevista concedida en diciembre de
2000, el segundo de a bordo del FMI, Stanley Fischer, admitió que las demandas políticas anteriores habían
empeorado las cosas, pero añadió que resulta “muy difícil saber cómo va ha resultar” con antelación. En cualquier caso, “el actual programa viene a reconocer que el crecimiento es una cuestión esencial en Argentina”.
Y “para que Argentina crezca,” continúa Fischer, el ímpetu debe venir de un mayor crecimiento de las exportaciones.
Pero la nueva operación de rescate fue incapaz de superar las contradicciones políticas que han plagado toda una década de esfuerzos por parte de Argentina para conseguir un crecimiento económico estable. Para combatir la inflación, la Ley de Convertibilidad argentina de 1991 había congelado el cambio entre
el peso y el dólar y vinculado estrechamente las emisiones de moneda de su banco central a sus reservas en
dólares. Y para atraer inversiones extranjeras directas y en cartera, la ley también eliminó todos los controles
de cambio, haciendo que el peso fuese libremente convertible en dólares en todas las transacciones extranjeras y nacionales.
La Ley de Convertibilidad redujo la inflación, pero en la transición a un nivel de precios estable, el tipo
de cambio se volvió muy sobrevaluado, y el dólar se convirtió en la reserva de valor nacional preferida y en
la unidad contable para transacciones nacionales importantes. Sin una devaluación, Argentina se quedó pues
en una postura desventajosa a la hora de intentar expandir sus exportaciones. Conforme el dólar aumentó a
finales de los 1990 con respecto a monedas como el real brasileño o el euro, las divisas de sus principales mercados extranjeros, los productos argentinos resultaron efectivamente sobrevaluados en los mercados internacionales.
Pero retirar la Ley de Convertibilidad y devaluar el peso hubiera ocasionado una fuga masiva de dólares que habría agotado rápidamente las reservas del banco central en caso de necesitar dólares para emitir
pesos o para rembolsar la deuda exterior. Sólo introduciendo y aplicando adecuadamente las bestias negras
del FMI y del Banco Mundial, controles de cambio y a las importaciones, podría haber aspirado el gobierno
a controlar tal huida de capital.
El FMI recomendó que se siguiese con la Ley de Convertibilidad, lo que implicaba no aplicar ni una
devaluación ni controles de cambio. Pero esto implicaba forzar la deflacción salarios/precios hacia valores
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negativos, al aplicar medidas más estrictas de recortes salariales y restricciones a los créditos como los medios
principales para compensar la desventaja de los costos de las exportaciones impuesta por el tipo de cambio
sobrevaluado pero congelado.
En agosto de 2001, menos de nueve meses después del paquete de rescate de $40 mil millones, la economía parecía estar una vez más al borde del colapso financiero, con un continuo declive de las exportaciones, y un incremento del déficit público dado que los ingresos fiscales estaban muy por debajo de lo previsto. Tras mucho tira y afloja, el FMI finalmente concedió un nuevo crédito de emergencia de $8 mil millones,
pero acompañado de condiciones aún más estrictas con respecto al nivel del déficit. Para acceder a este último préstamo, Argentina anunció una nueva serie de recortes del gasto, la más importante de las cuales fue
una reducción drástica de los salarios de los trabajadores en el sector público y de los beneficios de pensiones a todos los jubilados argentinos.
Los drásticos recortes presupuestarios parecieron no hacer sino sumarse a la espiral descendente de la
economía argentina. En diciembre de 2001 el FMI anunció la suspensión de pagos del crédito de emergencia aprobado en agosto porque no haberse alcanzado el objetivo previsto en cuanto al déficit. Los ingresos
fiscales nuevamente eran muy inferiores a lo previsto. Inmediatamente, el gobierno argentino declaró una
suspensión parcial de los pagos de la deuda exterior y, para evitar una crisis de liquidez del sector público,
embargó $3.500 millones de los fondos de pensiones.
Para diciembre de 2001 el FMI tuvo que admitir que la Ley de Convertibilidad, que había decretado el
cambio fijo peso-dólar, ya no era viable. El FMI informó al gobierno argentino que una de las condiciones
para poder aspirar a recibir más créditos era que el país optase bien por una devaluación del peso, o por la
total dolarización de su divisa, es decir la sustitución del peso por el dólar como divisa nacional.
En enero de 2002, el Nuevo gobierno de Eduardo Duhalde decretó una devaluación y a continuación
un peso flotante. Para agosto de 2002 el peso se cotizaba a 3,60 con respecto al dólar, es decir que había
perdido el 72% de su valor desde enero. Pero el FMI exigió además que el gobierno iniciase una profunda
reforma fiscal, incluyendo reducciones adicionales del gasto público, como condición para volver a conceder
más préstamos. El FMI quería concretamente ver que el gobierno central pusiese freno al gasto por parte de
las provincias, que destinaban gran parte de sus desembolsos a entidades gubernamentales responsables de
programas educativos y sanitarios.
El Fondo impuso estas condiciones de recortes adicionales en el gasto público, aún cuando la economía argentina estaba ya sumida en una profunda depresión. Para agosto de 2002 prácticamente uno de cada
cuatro argentinos estaba oficialmente desempleado y el FMI predijo que el PIB se contraería en un 15% en
2002.
La insistencia del FMI en que el gobierno adoptase drásticas medidas de austeridad pese a estar sumidos en un colapso económico fue comparada por algunos comentaristas a las desacreditadas políticas económicas pro cíclicas aplicadas en los primeros años de la Gran Depresión de los 1930 en Estados Unidos.
Jeffrey Sachs, economista de la Universidad de Columbia, fue citado por el New York Times afirmando que:
“Están [los funcionarios del FMI] diciéndole a Argentina que asuman la depresión como un hecho y que, en
vista de que ya no recogen recaudaciones tributarias, ajusten sus gastos a la baja. No actúan de forma razonable. Eso es en realidad la economía de Herbert Hoover”. La actitud del FMI con respecto a Argentina en
2002 no tenía visos de que el Fondo hubiese aprendido de los errores cometidos en respuesta a la crisis de
1997 en el Este Asiático.
¿Lecciones aprendidas?
Si hay un país que haya seguido fielmente las prescripciones de la política impuestas por el FMI y el
Banco Mundial, ese es Argentina. Después de vincular su moneda al dólar estadounidense en 1991 a instancias del FMI para eliminar la inflación y garantizar la financiera, Argentina emprendió una política de privatización radical. Prácticamente ningún servicio público, inclusive correos, se libró del programa de privatización recomendado por las instituciones financieras internacionales. A mediados de 1990 el gobierno aceptó
el consejo del Banco Mundial de desmantelar su extenso programa público de pensiones a favor de un sistema ampliamente privatizado. En vista de que el Estado tuvo que incautar fondos de pensiones en diciembre de 2001, resulta bastante irónico que los expertos del Banco Mundial hayan sido capaces de afirmar en
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 19 |
su momento que los fondos privatizados de pensiones podrían ofrecer mayor seguridad para las jubilaciones
de los trabajadores que un programa público.
El espectacular fracaso de las políticas de las instituciones financieras internacionales en Argentina al
menos a conducido a cierta introspección por parte de las instituciones. Durante las reuniones del FMI y del
Banco Mundial que tuvieron lugar en Ottawa en noviembre de 2001, los países miembros expresaron su profunda inquietud ante la situación en Argentina. Una de las mayores preocupaciones era el hecho de que el
país estaba visiblemente encaminándose hacia la mayor cesación de pagos de una deuda en la historia, sin
que el FMI dispusiera del más mínimo mecanismo para organizar negociaciones entre Argentina y sus acreedores. De hecho, el Fondo se había resistido repetidamente a las peticiones de permitir una suspensión, o
moratoria de los pagos de la deuda, que puede decretarse en aquellos casos en que el país incurre en un
incumplimiento técnico, de manera que pueda negociarse una reestructuración ordenada de la deuda con
los acreedores, tanto públicos como privados.
Unas semanas después de las reuniones en Ottawa, el FMI indicó que estaba dispuesto a realizar un
cambio radical en la política del Fondo. La nueva segunda al mando, Anne Krueger anunció que el fondo
estaba inclinado a apoyar un mecanismo similar a una “protección de quiebra” para aquellos países que fuesen incapaces de hacer frente a los reembolsos de la deuda, durante un período en que se mantendrían negociaciones entre deudor-acreedor. Krueger advirtió que podría llevar varios años antes de que dicho mecanismo entre en operación y que aquellos países que se encuentran ya en una situación de crisis, como es el caso
de Argentina, no podrían esperar utilizarlo. No obstante, el que el FMI declare su apoyo a un mecanismo de
este tipo, que previamente había sido considerado como un anatema total al funcionamiento eficaz de los
mercados internacionales de capital, constituye ya un acontecimiento relevante.
Hay también otros atisbos recientes de mayor flexibilidad en la política del FMI. Pese a que hay pocos
indicios de que el Fondo vaya a atenuar sus demandas generales de austeridad, el FMI al menos ha manifestado cierto interés en lograr un reparto más equitativo de dicha austeridad. Este cambio ha evolucionado
desde la declaración del Fondo, en septiembre de 1999, de que la reducción de la pobreza debía ser el “objetivo esencial” de la institución. El Fondo ahora insta a los gobiernos deudores a invertir en el alivio de la pobreza, siempre que esté “orientado con precisión” de forma que se minimice el impacto sobre el déficit fiscal.
También ha empezado a presionar a los gobiernos clientes para que se ataquen con mayor vigor a la evasión
fiscal y a otras formas de corrupción.
El FMI también anuló la campaña iniciada a finales de los 1990 para enmendar su constitución – el
Convenio Constitutivo de Bretton Woods – a fin de estipular que para poder acceder a créditos de emergencia del FMI, los miembros han de comprometerse a abolir todos los controles de capital en el plazo de un
período de tiempo mutuamente acordado. Estaba previsto que dicha campaña culminase con la aprobación
formal durante la reunión de la Junta de Gobernadores del FMI en 1997 en Hong Kong, pero las crisis monetarias que afectaban a los países vecinos hizo que resultase poco juicioso continuar con la cuestión.
El Fondo afirmó además que los países podían justificadamente aplicar controles de capital a corto
plazo en algunas situaciones de emergencia, aunque nunca ha recomendado explícitamente que un gobierno determinado introduzca ese tipo de controles.
Estas modificaciones en la política del FMI, sean tácticas o permanentes, están no obstante limitadas
por el compromiso permanente del Fondo hacia la liberalización del mercado de capitales mundial, que justifica mediante referencias a la teoría económica y la experiencia histórica. Su convicción de que unos mercados de capital globales liberados pueden convertirse en mecanismos estables y eficientes para asignar los
recursos económicos tiene, según afirma, una base firme en la teoría económica básica. Una excesiva volatilidad de los flujos de capital y otras perturbaciones serían por tanto fenómenos transitorios, según el Fondo;
simplemente parte del proceso de aprendizaje mediante el cual los mercados pueden corregir errores y llegar a hacer las cosas como es debido.
Pero teniendo en cuenta el número de crisis en los últimos años, desde el Esta Asiático a Rusia, y desde
Turquía al espectacular fallo en Argentina, que más tarde se extendería a los países vecinos como Brasil y
Uruguay, las afirmaciones del FMI suenan cada vez más ridículas. Igualmente preocupante que la inestabilidad inherente del sistema financiero internacional en su forma actual, es el hecho de que el sistema ha fracasado por completo a la hora de garantizar un flujo constante de capital, tan necesario para el crecimiento
de los países en desarrollo. Las frecuentes crisis financieras de los últimos años han perjudicado el crecimiento económico en todo el mundo, pero sobre todo han dañado a los países en vías de desarrollo.
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Tal como se menciona más arriba, la eliminación de obstáculos a los flujos de capital durante la década de los 1990 en un principio parecía que iba a beneficiar a los países en desarrollo, dado que el flujo de
capital privado hacia esos países en su conjunto se incrementó en más del quíntuple entre 1990 y 1996. No
obstante, después de la crisis del Este Asiático, estos flujos descendieron precipitadamente, pasando de
$234.200 millones en 1996 a $7.700 millones en 2000, lo que supone un descenso de casi un 97%. Aunque
todavía se produjo una ligera recuperación en 2001, para alcanzar $31.300 millones, siguen situándose tan
sólo en un 13% con respecto al nivel de 1996 y muy por debajo que en cualquier otro año de los 1990.
El descenso de los flujos de capital privado fue particularmente severo en los “países en crisis” del Este
Asiático (Indonesia, Corea, Malasia, Filipinas y Tailandia), donde se registraron flujos negativos de capital privado en 1997, que permanecieron así durante 2001. Aunque todas las regiones en desarrollo, así como los
países en transición de Europa y Asia, registraron un descenso de los flujos de capital tras las crisis de 19971998.
El actual sistema financiero internacional no ha sido capaz de aportar la estabilidad que requieren todos
los países del mundo para desarrollarse y prosperar. El sistema falló particularmente a la hora de ayudar a las
regiones en desarrollo a obtener el acceso al capital privado que, según los enfoques basados en el mercado
del FMI y el Banco Mundial, supuestamente son las claves para conseguir sus objetivos de crecimiento sostenible y erradicación de la pobreza. Resulta evidente que se requieren cambios substanciales del sistema.
IV. CAMBIOS NECESARIOS EN LA ARQUITECTURA
FINANCIERA MUNDIAL
Evidentemente un nuevo orden arquitectural de Bretton Woods, que respete los objetivos originales
del convenio, abriría más espacios políticos para que los países puedan ajustar sus tipos de cambio y tasas de
interés, a fin de hacer frente a las necesidades sociales y económicas nacionales, de lo que permite el sistema
de libre mercado. De hecho, el acuerdo incorporado en el Convenio constitutivo de 1944 debería haber
hecho justamente eso. Sigue siendo la constitución del FMI, y define las obligaciones de los países miembros
del FMI, aunque actualmente “se ignora más que se respeta”. El economista financiero Martin Mayer concluye una crítica sobre las afirmaciones de reducción de riesgos en las reformas arquitecturales oficiales, con
este comentario mordaz, realizado en 1999:
Todos los países han firmado el Artículo IV del Convenio constitutivo del Fondo Monetario Internacional, que
estipula que “todo país miembro: (1) hará lo posible para orientar sus políticas económicas y financieras
hacia el objetivo de estimular un crecimiento económico ordenado con razonable estabilidad de precios…[y]
(2) procurará acrecentar la estabilidad fomentando condiciones fundamentales y ordenadas, tanto económicas como financieras, y un sistema monetario que no tienda a producir perturbaciones erráticas”. Los
objetivos más importantes son estos, y no facilitar oportunidades comerciales o movimientos de capital. Es
la economía, idiota, no el mercado de papel [Mayer, 1999].
Durante muchos años, el FMI ha ignorado el objetivo del Artículo IV así como el del Artículo VI, que
autoriza a los países miembros a ejercer los controles necesarios para regular los movimientos internacionales de capital, e instruye al FMI para que deniegue créditos a aquellos miembros que utilicen dichos recursos
para financiar una salida considerable o continua de capital. Esta despreocupación no fue contestada mientras el Fondo continuó esgrimiéndo la dudosa justificación económica de que las reformas del mercado eran
una forma ideal de cumplir los objetivos del Artículo IV. Pero que esa despreocupación persista, pese a ir
tomando cada vez mayor conciencia de que la justificación es fundamentalmente errónea tanto en la teoría
como en la práctica, ilustra el hecho de que para infundir al esfuerzo de reforma arquitectural una auténtica
perspectiva Bretton Woods, hace falta ganar batallas políticas además de batallas analíticas.
Las reformas necesarias
Este paquete de propuestas de reforma a la arquitectura financiera internacional incluye algunos puntos que figuran ya en el programa de reforma oficial, junto con otros que han venido intentando introducirse en dicho programa, hasta la fecha sin éxito. Combinadas, todas estas cuestiones son una actualización de
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 21 |
la arquitectura original Bretton Woods, adaptándola al medio ambiente económico y político de hoy en día.
En caso de aplicarse, las propuestas contribuirían a restaurar en parte el crecimiento económico justo
y estable de los últimos años. Ayudarían particularmente a los países en desarrollo y en transición a asumir
un mayor control sobre sus economías, y a adoptar estrategias destinadas a combatir la pobreza y crear un
empleo decente. Las propuestas proporcionarían además las piezas necesarias para poder establecer la economía mundial del futuro, realmente integrada, que permita alcanzar los objetivos del pleno empleo, erradicación de la pobreza y una distribución más equitativa de los ingresos en todo el mundo. El paquete está dirigido a la prevención de crisis, a disminuir el poder de los mercados financieros internacionales sobre las políticas macroeconómicas nacionales, y a reducir las desigualdades existentes en la economía mundial, ocasionadas por la actual arquitectura financiera internacional.
1) Un impuesto sobre transacciones cambiarias
El impuesto sobre transacciones cambiarias, mejor conocido como “Impuesto Tobin”, debe su nombre
al economista y Premio Nobel James Tobin, por una propuesta que hiciera tras la ruptura del sistema de tipos
de cambio de Bretton Woods a principios de los 1970. Este impuesto es una alternativa a los controles directos de capital, “favorable al mercado”.
En efecto, este impuesto permite al mercado eliminar el capital especulativo de los flujos financieros a
largo plazo. Cerca del 80% de los US$380 trillones de transacciones cambiarias mundiales registradas en
1998 (ver cuadro 5) se refería a transacciones de ida y vuelta, es decir operaciones con un vencimiento de
menos de 7 días. La mayoría de las transacciones están relacionadas con el arbitraje de las tasas de interés y
una especulación abierta por parte de los bancos, sociedades de inversiones, fondos de resguardo y corporaciones multinacionales, que adoptan medidas a muy corto plazo para explotar unos márgenes de beneficios transitorios y generalmente mínimos.
El arbitraje de tasas de interés con cobertura, en que operadores financieros como los bancos mueven
grandes sumas de dinero entre distintas divisas para explotar mínimos márgenes de beneficios, serían las operaciones que más se reducirían en caso de imponer un pequeño impuesto sobre las transacciones. Un ejemplo ilustrativo, la diferencia de tasas de interés del 1% entre los pagarés del tesoro de Estados Unidos y el
Reino Unido, menos los costes por realizar los distintos pasos en la operación, deja unos beneficios netos
semanales de alrededor del 0,2%. Si esta operación implica una transacción semanal de ida y vuelta, y se repite semanalmente con distintas divisas, el beneficio neto anual del desembolso es del 10,4% (0,2% x 52).
Como un Impuesto Tobin del 0,1% sobre cada segmento de esa transacción eliminaría el beneficio, sería
necesaria una diferencia de tipos de interés del 1,2% para restaurar al nivel anterior los beneficios tras deducir el impuesto.
La especulación sobre movimientos futuros de tipo de cambio resultaría menos afectada (dado que tienen una perspectiva de beneficios más elevados teniendo en cuenta que son más arriesgados), pero como el
impuesto reduce los beneficios que pueden esperarse de dichas operaciones, también reduciría su volumen.
Y, por supuesto, cuanto más elevado sea el impuesto, mayor será la reducción que suponga sobre los flujos
a corto plazo, y mayor la autonomía que conceda a los países involucrados en intercambios comerciales con
relación a su política de tasas de interés.
Por otro lado, un pequeño impuesto tendría un impacto mínimo sobre los márgenes de beneficios
mucho mayores de actividades comerciales más amplias y justificadas económicamente, como la exportación
y la importación. De hecho, también hay un beneficio compensador; en la medida en que como el impuesto reduce la volatilidad de los tipos de cambio, reduce también el riesgo cambiario y la necesidad de incurrir
en costes de cobertura de dicho riesgo.
Los ingresos contributivos anuales podrían ser considerables. Según estimaciones preliminares de los
profesores David felix y Ranjit Sau basadas en un impuesto del 0,1% sobre el volumen global de transacciones cambiarias en 1995 de US$307 trillones, aplicando un margen de elasticidad y otros ajustes, podrían
generarse unos ingresos anuales de entre US$148 mil millones y US$180 mil millones. También estiman que
el volumen de negocios habría bajado entre un 20% y un 30% como resultado de la introducción del impuesto. Aplicando estos mismos supuestos al volumen total de transacciones cambiarias globales de 1998, que
fue más elevado, la cifra de beneficios se incrementaría en un 24%.
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Los problemas técnicos sobre cómo aplicar este impuesto son complejos, pero no insuperables. La
recaudación del impuesto podrían realizarla las agencias impositivas ya existentes en cada país participante,
y la recaudación se reuniría en un fondo común administrado por una autoridad central creada a tal efecto,
o bien por un FMI reformado.
La participación en el impuesto sobre las transacciones cambiarias podría globalizarse, convirtiéndolo
en un requisito adicional para seguir siendo miembro del FMI de pleno derecho. Para frenar la evasión del
impuesto mediante la transferencia de las transacciones cambiarias a paraísos fiscales se ha propuesto emplear SWIFT, el sistema de pago electrónico interbancario de alcance mundial, además de los equivalentes electrónicos nacionales, para recolectar el impuesto. Estos sistemas se emplean para transacciones financieras de
gran valor efectuadas entre bancos cambistas que colectivamente constituyen el denominado mercado cambiario “mayorista”. Las órdenes y los pagos de intercambios comerciales en estos sistemas electrónicos son
supervisados de cerca por los bancos centrales, que serían los encargados de recolectar el impuesto según
esta propuesta. Es de suponer que los operadores cargarían el impuesto a sus clientes “minoristas” no financieros, aumentando el margen entre el tipo de cambio comprador/vendedor [Schmidt, 2001].
La cuestión de cómo garantizar que los distintos tipos de intercambios entre diferentes divisas, desde
transacciones al contado a complicadas operaciones derivadas extrabursátiles, sean gravadas de forma equitativa, también ha sido objeto de varias posibles sugestiones. En otras palabras, con respecto a la factibilidad
técnica del impuesto sobre transacciones cambiarias, los indicadores positivos son lo bastante fuertes como
para autorizar la inclusión del impuesto al programa oficial de reformas a fin de llevar a cabo una investigación más detallada al respecto.
La incorporación del impuesto sobre transacciones cambiarias en el programa oficial pondría en un primer plano también otros problemas políticos, relacionados con el hecho de que casi todas las transacciones
cambiarias a las que podría aplicarse el impuesto tienen lugar en un centro financiero integrado por un puñado de países. Los mercados cambistas de Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón asumieron el 56% de todas
las transacciones cambiarias en 1995, tan sólo Gran Bretaña representó el 30% de las mismas. Si a esto sumamos Singapur y Hong Kong (13%), Suiza, Alemania y Francia (14%), tenemos un total de 83% de todas las
transacciones globales realizadas en los mercados cambiarios de ocho países. Otros tres países industrializados más pequeños se hacen cargo del resto, a excepción de un 2%.
Este sistema bastante desequilibrado, implica que un acuerdo entre el G7, Suiza y China, podría hacer
posible la introducción del impuesto sobre transacciones cambiarias, pero supone también que estos países
dominarían el establecimiento de términos, como por ejemplo cuál sería la tasa mínima global impositiva y
la distribución de los ingresos recaudados.
Convencer a los principales países de los beneficios de un impuesto sobre las transacciones cambiarias
resulta esencial para lograr que la adopción del impuesto se realice respetando los términos de sus actuales
defensores, de manera que se avancen los objetivos sociales para la economía global. Se trata de una tarea
titánica, aunque la creciente frecuencia de crisis financieras ha ocasionado que algunos segmentos pragmáticos de las elites políticas y económicas se incorporen a las filas de sus defensores, aumentando así el apoyo
a la introducción del impuesto.
2) Un proceso equitativo y transparente para el arbitraje de la
deuda internacional y las bancarrotas
Al no existir leyes de quiebra, cada acreedor se verá obligado a apresurarse a embargar los activos de
un deudor antes que los demás, cuando la firma deudora atraviese dificultades para rembolsar sus deudas.
Esta precipitación ocasiona el desmantelamiento de firmas que experimentan simplemente problemas de
liquidez temporal, que podrían superarse si contasen con el tiempo necesario, por lo que conllevan una pérdida añadida mayor para los acreedores, además de una distribución desordenada de las pérdidas. Tanto los
acreedores como los deudores tienen por tanto un interés común en la adopción de mecanismos gubernamentales para superar el problema de estas actuaciones “por libre” y permitir una cancelación más ordenada y racional de la deuda.
Durante décadas esto ha supuesto en muchas economías el establecimiento de leyes o tribunales de
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 23 |
bancarrotas, con autoridad para supervisar dichos repartos. Cuando los acreedores no pueden ponerse de
acuerdo sobre los términos, los tribunales pueden imponer “acuerdos de inmovilización” sobre los acreedores. Estos permiten a los deudores suspender parte o la totalidad del reembolso de la deuda en el plazo de
un período, durante el cual los acreedores están obligados a seguir renovando los créditos existentes. Los tribunales también pueden exigir que se alcancen acuerdos estipulando que los acreedores acepten “recortes”
es decir, acepten perdonar parte de la deuda y compartir las pérdidas. Uno de los muchos motivos por los
que la economía global está aún en una etapa de desarrollo primitiva y peligrosa es que carece de instituciones globales de este tipo para una gestión ordenada y equitativa de las deudas internacionales.
Todo lo que hay en su lugar son acuerdos parciales ad hoc. Aquellos que se refieren a deudas intergubernamentales en mora podrían considerarse relativamente equitativos y precavidos en comparación con los
que tratan de deudas incurridas en los mercados financieros globales. El Club de París, un consorcio de
gobiernos acreedores, establecido para tratar sobre los pagos retrasados de créditos gubernamentales concedidos a los países en vías de desarrollo, se ha mostrado generalmente dispuesto a extender los plazos de
vencimiento y ajustar los pagos de intereses sobre dichos créditos (aunque muchas veces con la condición de
respetar los programas impuestos por el FMI/Banco Mundial).
El Movimiento del Jubileo 2000, que contó con el apoyo de la CIOSL, obtuvo la condonación parcial
(aunque todavía inadecuada) de la deuda exterior para un par de docenas de países pobres muy endeudados, principalmente de África, debido a que los acreedores eran diversos gobiernos extranjeros, el Banco
Mundial y el FMI. La iniciativa para la reducción de la deuda de los países pobres muy endeudados (PPME),
a través de la cual se concedió el alivio a la deuda, está comprometida a obtener reducciones de la deuda
para otra docena de países que están atravesando conflictos internos, una vez la situación en dichos países
se haya estabilizado.
Por otro lado, las operaciones de salvamento del FMI con respecto a países con deudas comerciales,
principal arreglo para evaluar las crisis de pagos de esos países en desarrollo, se han centrado en minimizar
las pérdidas para los bancos acreedores y los titulares de obligaciones.
Las más recientes ayudas de emergencia del FMI han evocado, no obstante, una serie de propuestas
no oficiales para “asistir” a los acreedores privados. La mayor parte de las propuestas se centran en dos temas
centrales: una “congelación” temporal de la deuda para los países en desarrollo que atraviesen dificultades
para hacer frente a los pagos, y una reevaluación total de las deudas por parte de los prestamistas privados,
en línea con los programas del Club de París para la deuda intergubernamental. La CIOSL ha apoyado ambos
tipos de propuestas.
El FMI ha adoptado recientemente tímidas medidas de apoyo. Se ha manifestado a favor de las cláusulas de “acción colectiva” en la contratación de bonos, lo que permitiría que los titulares mayoritarios de
una suscripción de bonos actúen en representación de todos los titulares en posibles negociaciones. En los
retrasos de pagos de Ecuador, Pakistán y Ucrania, el FMI ha mantenido deliberadamente sus fondos de ayuda
de emergencia a un nivel demasiado bajo como para cubrir el reembolso total de la deuda, a fin de hacer
presión sobre los acreedores privados para que aporten más fondos. No obstante, sigue por verse si las características de estos paquetes de ayuda, que ponen sobre aviso a los mercados de bonos, son el presagio de
una aplicación de medidas a gran escala en caso de suspensión de pagos por parte de deudores importantes.
Aún más significativo ha sido que el FMI haya reconocido, en principio, una forma de “protección de
quiebra” que implica una moratoria temporal de los pagos de la deuda mientras se negocian los acuerdos de
reestructuración de la misma. El gradual colapso financiero de Argentina en 2001, que dio paso a la mayor
suspensión de pagos de la deuda en la historia, vino a demostrar la urgencia de un mecanismo de este tipo.
A finales de 2001 la propuesta recibió el apoyo de dos frentes importantes. El primero provino de un informe elaborado por un considerable grupo de ex ministros de finanzas de países en vías de desarrollo, y más
tarde del Secretario del Tesoro de los Estados Unidos. Después de esto, el FMI hizo público su apoyo hacia
un Mecanismo de Reestructuración de la Deuda Soberana (MRDS) que establezca una negociación ordenada para reducir o renegociar la deuda exterior aplicando una congelación. Durante años, el FMI había venido rechazando tal medida.
Tanto la propuesta del FMI para un MRDS como las propuestas previas, presentadas por organizaciones sindicales y ONG, reconocen que para que la renegociación de la deuda sea ordenada y no disruptiva
deberá ser obligatoria la participación de los acreedores privados. Esto se debe a que cualquiera acción uni-
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lateral adoptada exclusivamente por un país en desarrollo importante probablemente produciría pánico en
los mercados de bonos y un cierre radical de cualquier nuevo crédito concedido a cualquier otro país en desarrollo [Grupo de 22, 1998].
Pero aún queda un largo camino para ganar la batalla para el establecimiento de un mecanismo para
la reestructuración de la deuda. Aunque el Secretario del Tesoro de EE.UU. haya manifestado su aprobación
inicial en relación con un MRDS, otros portavoces del gobierno estadounidenses parecieron más tarde dar
marcha atrás con respecto a dicho apoyo, especialmente después de que varios bancos privados de inversiones en EE.UU. hicieran pública su oposición.
Además, todavía quedan por resolver muchos detalles de las propuestas del FMI. La CIOSL, junto con
algunas organizaciones no gubernamentales, ha acogido con beneplácito el hecho de que el FMI decidiese
al menos abrir un debate sobre el MRDS, pero se ha mostrado crítica en relación con ciertos aspectos del
mecanismo propuesto. Se criticó por ejemplo su falta de transparencia y oportunidades para que otros “grupos interesados” puedan intervenir en el proceso, y el largo plazo (hasta tres años) que según el FMI llevará
hasta que se ponga en marcha.
Se han producido también numerosas críticas a la propuesta del FMI, anunciada junto con las primeras expresiones de apoyo a un MRDS en noviembre de 2001, de actuar como árbitro a la hora de administrar el mecanismo al tiempo que es muchas veces un importante acreedor. Entre otras cosas, el Fondo estaría capacitado para establecer las condiciones para que los deudores en mora puedan hacerse acreedores a
un tratamiento favorable. A menos que el FMI cambie sus políticas básicas, sus condiciones podrían ser contrarias a los componentes esenciales de este plan. No obstante, conviene señalar que en respuesta a las críticas, publicaciones posteriores del Fondo en abril de 2002 presentaban enfoques alternativos en los que el FMI
jugaría un papel más limitado en la operación del mecanismo.
3) Mayor coordinación entre las principales divisas y zonas
Limitar las fluctuaciones del tipo de cambio del dólar, euro y yen podría equipararse prácticamente al
mantenimiento de un precio fijo del dólar con respecto al oro, que sustentaba el régimen cambiario del
Bretton Woods. Estas tres dividas son “el vehículo” dominante de toda transacción hoy en día. Los precios de
muchas mercancías en el comercio internacional se fijan en una de las tres, los pagos financieros internacionales se realizan por medio de una de las tres, y las reservas de divisas se mantienen en una o más de las tres.
Limitar la volatilidad de los tipos de cambio de los tres grandes reduciría considerablemente los riesgos cambiarios que planean actualmente sobre el comercio y las finanzas internacionales.
Para lograrlo, las autoridades monetarias de estados Unidos, Europa y Japón tendrían que ponerse de
acuerdo sobre los tipos de cambio medios y sobre los límites superior e inferior sobre las fluctuaciones de las
tasas de mercado en torno a estos cambios medios. La aplicación requeriría que los bancos centrales de los
tres grandes coordinen la compraventa de las tres divisas en el mercado cambiario para mantener las fluctuaciones dentro de los límites fijados. Para aportar una mayor flexibilidad, el acuerdo tendría que incluir un
mecanismo para ajustar los tipos de cambio medios cuando se vean confrontados con alteraciones importantes en los intercambios u otras condiciones económicas. Esto también sigue el modelo de Bretton Woods,
que permitía a los países pasar a una nueva tasa de cambio fijo cuando tenían que hacer frente a un “desequilibrio fundamental”.
También implica intercambios políticos y económicos. El fijar límites más estrechos exigirá una mayor
coordinación de las tasas de interés nacionales por parte de los tres grandes. Si se fijan límites más amplios
se reducirán los requisitos de una coordinación de tipos de interés, pero también se permitirá una mayor
especulación cambiaria y persistirá el riesgo cambiario. En caso de realizarse esto conjuntamente con un
impuesto sobre las transacciones cambiarias coordinado se conseguirían límites estrechos más viables tanto
económica como políticamente. El impuesto haría que la especulación monetaria resulte más costosa, y las
reservas de la recaudación tributaria podrían dedicarse en parte a reforzar las intervenciones de mercado por
parte de los bancos centrales de los tres grandes a fin de mantener las fluctuaciones del tipo de cambio dentro de los límites deseados. Tal como se ilustró anteriormente, el impuesto también facilitaría la coordinación
de los tipos de interés, necesaria para proteger los límites.
Por el momento a nivel del G-7 los indicadores apuntan a que existe un mayor apoyo para el estable-
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cimiento de una zona de referencia que a la introducción del Impuesto Tobin. Durante algunas reuniones de
Ministros de Finanzas del G-7, los representantes de Francia, Alemania y Japón al parecer intentaron introducir la cuestión de zonas de referencias en el orden del día. Sin embargo, Estados Unidos no se ha mostrado dispuesto a abrir una discusión sobre la coordinación de tipos de cambio.
Con todo, han venido teniendo lugar intervenciones colectivas puntuales en los mercados cambiarios
con participación de estados Unidos. Y las demandas del sector empresarial no financiero para la obtención
de unos tipos de cambio más estables, que motivaron dichas intervenciones, podrían convertirse en una fuerza política poderosa para la introducción de zonas de referencia. Las grandes variaciones en los tipos de cambio reales que aparecen en el Cuadro 6 han venido generando grandes oscilaciones en los beneficios y las
posiciones competitivas de exportadores, importadores y firmas que compiten por la importación. Ni siquiera las corporaciones multinacionales que producen y se suministran en distintas zonas monetarias han quedado exentas de los efectos adversos de dichas variaciones.
Un factor importante en la expansión de la inversión directa extranjera durante las dos últimas décadas ha sido que las multinacionales se han dedicado a seccionar la cadena de producción subcontratando
algunos segmentos en aquellas partes del mundo donde los costos - principalmente los costos laborales resulten más baratos. Pero las variaciones inesperadas de los tipos de cambio reales a mitad de período, que
también alteran los costos laborales relativos entre las distintas localidades de forma imprevista, vinieron a
confundir las decisiones de los inversores. Esto contribuyó a generar los problemas globales de excedentes de
capacidad que han afectado a las industrias del automóvil, de los microchips, y otros sectores dominados por
las corporaciones multinacionales. Fomentando el interés en el establecimiento de zonas de referencia también se podría aumentar el interés de las empresas no financieras en relación con el impuesto sobre las transacciones cambiarias, como mecanismo facilitador.
4) Estabilizar las finanzas: Requisitos de reservas más
estrictos para los bancos
Durante la década de los 1990, ataques recurrentes de inestabilidad global provocaron que se pidiese con insistencia una nueva arquitectura de las finanzas internacionales. Sin embargo, el debate sobre la
nueva arquitectura se ha centrado casi exclusivamente en las deficiencias estructurales de los mercados de
capital de los países en vías de desarrollo y sobre las transacciones financieras internacionales con estos países. Como resultado de ello, tres puntos cruciales y en cierto modo evidentes, tienden a ser ignorados:
●
Los mercados financieros en los países industrializados proporcionan los recursos que alimentan el
sistema global. La inestabilidad en estos enormes mercados plantea la mayor amenaza potencial al
buen estado general del sistema. Y los mercados se han vuelto cada vez más frágiles como consecuencia de la innovación financiera generalizada y una implacable desregulación.
●
Unas medidas que mejoren los sistemas financieros de los países en desarrollo son deseables por sí
mismas y podrían contribuir a consolidar de algún modo el sistema global. Pero de ninguna manera podrían hacer frente a los peligros que representan a los trastornos en los mercados financieros
de los países industrializados.
●
Restaurar la solidez global requiere la reconstrucción de un marco regulatorio coherente y completo para estos mercados altamente avanzados y vulnerables.
El concepto de encaje legal en base al activo (ABRR según sus siglas inglesas) podría aportar una herramienta para dicho marco. En última instancia la inestabilidad financiera surge cuando los prestamistas e inversores adquieren activos sin tener en cuenta adecuadamente los riesgos incurridos. Variando el nivel de encaje legal sobre ciertas categorías de activos, las autoridades monetarias podrían ajustar el atractivo relativo de
distintos valores, disuadiendo así de opciones de cartera indebidamente arriesgadas.
Los bancos centrales podrían aplicar este marco a todos los intermediarios financieros en base a los
activos que posean, en lugar de tener distintos requisitos para distintas formas empresariales (por ejemplo
bancos, firmas de seguridad, compañías financieras). Esto crearía un campo de acción igualitario y eliminaría
los incentivos que impulsan a los clientes a mover negocios de un intermediario a otro –o a los intermedia-
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rios a barajar las actividades entre sus afiliadas- simplemente para evadir los costes regulatorios.
Igualmente importante, un sistema de ABRR podría proporcionar a los bancos centrales herramientas
adicionales en un momento en que la innovación financiera y la relativa contracción del sector bancario están
desafiando el poder de la política monetaria. En una era en que se está pidiendo a las autoridades monetarias que hagan más pero con menos en términos de garantizar la estabilidad y la prosperidad, ABRR podría
suponer una contribución esencial para la elaboración de la política macroeconómica.
En el contexto nacional, un sistema de ABRR tiene ventajas tanto macroeconómicas como microeconómicas. En el campo macroeconómico, puede aportar a los banqueros centrales instrumentos adicionales
de política para hacer frente de forma efectiva a fenómenos como la inflación en el precio de activos. En el
campo microeconómico, posee propiedades de estabilidad importantes que pueden remediar desequilibrios
sectoriales apenas vayan surgiendo. Además, gravando el encaje legal sobre las inversiones internacionales de
las firmas financieras nacionales, se puede también contribuir a una mayor estabilidad financiera global.
En el proceso de nivelar el campo de acción regulatorio, un sistema de ABRR podría reforzar la supervisión del pasivo en los balances de las firmas financieras. En base al sistema existente, supervisores prudenciales vigilan constantemente la calidad de los créditos, invitando muchas veces a las firmas reguladas para
que mantengan controles internos firmes y en ocasiones critican o aplican medidas disciplinarias a los bancos cuando surgen patrones crediticios problemáticos. Sin embargo, estas acciones son específicas a las firmas más que a escala de la economía, y están restringidas a entidades reguladas y centradas típicamente
sobre problemas ya declarados.
En cambio, un sistema de ABRR sería aplicable a la totalidad del sector financiero y podría evitar problemas de asignación de activos antes de que adquieran vigor. Estas nuevas reglas harían frente al hecho de
que una excesiva concentración de riesgos en los balances constituye la auténtica fuente de la fragilidad
financiera actual. Con la garantía de depósitos tal como se emplea actualmente, las retiradas masivas de
depósitos en los sistemas financieros no son el resultado de un comportamiento gregario provocado por el
temor de los de titulares de las cuentas, sino que reflejan la convicción de los inversores de que los activos
existentes en el sistema resultan inadecuados.
Un sistema ABRR requiere que las firmas financieras mantengan reservas en relación con cada categoría de activo, y la autoridad regulatoria establecerá el encaje legal en relación con esos activos basándose en
lo preocupante que resulte cada categoría de activo. Un motivo de preocupación podría ser que la categoría
de activo sea demasiado arriesgada; otro que la categoría de activo esté expandiéndose con demasiada rapidez y ocasionando una inflación en los precios de activos. Al obligar a las firmas financieras a mantener reservas, el sistema requiere que retengan parte de sus fondos en forma de depósitos que no devengan intereses
en el banco central. El costo implícito de los intereses anticipados debe compensarse invirtiendo en una categoría en particular de activo, y reduce los ingresos marginales de ese tipo de activo. Como resultado de ello,
las firmas financieras reducen sus reservas del tipo de activos que resultan relativamente menos beneficiosos,
transfiriendo los fondos hacia otras categorías de activos que se han vuelto relativamente más rentables.
5) “Topes” al estilo chileno
Tras las recientes crisis financieras, ha resurgido el interés sobre cómo estabilizar los mercados financieros internacionales. Una política que se ha sugerido y que ha venido recibiendo mayor atención es el establecimiento de “topes” al estilo chileno. Paradójicamente, Chile se comprometió a eliminar estos controles
justo cuando empezaron a atraer el interés de la comunidad internacional, hasta el punto de considerarlos
como una valiosa institución para templar la entrada de flujos de capital volátil a corto plazo. La decisión chilena de retirar los controles se produjo tras años de presiones por parte del FMI y de los países industrializados, particularmente en el transcurso de negociaciones comerciales.
Los “topes” chilenos son una forma de control del capital temporal destinado a desalentar la entrada
de flujos de capital a corto plazo. Fueron empleados en Chile durante cierto tiempo a principios de los 1990.
En la mayoría de los casos, estas regulaciones estipulan que los flujos de capital deben permanecer en el país
destinatario durante un tiempo específico; en el caso de Chile eran 12 meses. Se diferencian de los controles
tradicionales del capital, como los impuestos por Malasia en 1998, destinados a prevenir el flujo saliente de
capital. Los “topes” pueden incluir diversas medidas, incluyendo:
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 27 |
●
Exigir que el capital entrante permanezca durante un tiempo determinado;
●
Aplicación de un depósito obligatorio que no devenga intereses en relación con todo capital
entrante, que será reembolsado tras un período determinado;
●
Pago de un recargo en caso de que el capital entrante se saque dentro de un plazo determinado.
El propósito de este tipo de medidas es desalentar las inversiones especulativas a corto plazo que podrían tener un efecto desestabilizador sobre la economía nacional. Al mismo tiempo, estas medidas no deberían interferir con las inversiones a largo plazo en capacidad productiva.
6)Normas fundamentales del trabajo y protección social en las
operaciones del FMI y el Banco Mundial
El Informe de Desarrollo Mundial del Banco Mundial para 2000/2001 reconoce que todo logro real en
materia de reducción de la pobreza requiere la potenciación de los pobres, incluyendo la creación de organizaciones de la sociedad civil fuertes, el establecimiento de alianzas entre los pobres y los que no lo son, y
una auténtica democracia participativa. Este reconocimiento ha conducido al requisito (desgraciadamente,
no siempre aplicado) de que los documentos sobre estrategia para la reducción de la pobreza (DELP) con
financiación del Banco y el FMI - que cualquier país miembro que reciba alivio de la deuda o préstamos en
condiciones concesionarias deberán preparar - se basen en consultas con la sociedad civil [CIOSL, 2001].
Un prerrequisito evidente para todos estos pasos necesarios hacia la reducción de la pobreza es el derecho de los pobres y los no privilegiados a organizarse. Es por ello que la libertad sindical y el derecho a las
negociaciones colectivas, que ambas instituciones apoyan en principio, constituyen elementos esenciales para
el éxito de una estrategia de reducción de la pobreza. El FMI y el Banco Mundial deberían promover estos
derechos de forma regular y consistente en todas sus operaciones.
Los sindicatos han acogido favorablemente las declaraciones del FMI y del Banco Mundial apoyando
las normas fundamentales del trabajo, es decir la prohibición del trabajo forzoso y la discriminación, la eliminación del trabajo infantil, y el respeto de la libertad sindical y el derecho a las negociaciones colectivas. Si
las instituciones han hecho esto ha sido para ser coherentes con sus mandatos de reducción de la pobreza,
admitiendo que el trabajo constituye generalmente la principal o la única fuente de ingresos de los pobres,
y que el respeto de los derechos fundamentales de los trabajadores resulta esencial para permitir que los
pobres puedan beneficiarse plenamente de estos ingresos.
Pese a estos pronunciamientos positivos a favor de las normas fundamentales del trabajo, las condiciones impuestas a los créditos o el asesoramiento político a nivel de país proferidos por el FMI y el Banco
Mundial muchas veces incluyen elementos que, en realidad, empujan a los países a violar las normas fundamentales del trabajo. Por ejemplo, el asesoramiento político del FMI suele incluir recomendaciones de que los
gobiernos reduzcan el nivel salarial, incluso en países donde los salarios son ya bajos, una acción que puede
contribuir a la proliferación del trabajo infantil (cuando lo que cobra un adulto no proporciona los medios
suficientes para mantener a su familia). Tanto el FMI como el Banco Mundial muchas veces recomiendan a
los gobiernos que introduzcan medidas para mejorar la “flexibilidad del mercado laboral” restringiendo el
marco de las negociaciones colectivas. Ambos ejemplos constituyen violaciones a las normas fundamentales
del trabajo.
Para que el reconocimiento de las normas fundamentales del trabajo por parte del FMI y el Banco
Mundial sea realmente significativo, ambas instituciones deben asegurarse de que sus intervenciones sean
coherentes con dicho reconocimiento. Las instituciones han reconocido que el respeto de las normas fundamentales del trabajo es parte esencial del proceso de reducción de la pobreza. Además, las comparaciones
entre distintos países demuestran que el respeto de las normas fundamentales del trabajo guarda una directa correlación con la estabilidad financiera [Palley, 2001]. La promoción de las normas fundamentales del trabajo es por tanto perfectamente coherente con una de las misiones fundamentales del FMI, como es promover la estabilidad financiera. De igual modo, el respeto de las normas fundamentales del trabajo debe formar parte integral de todas las operaciones del Banco Mundial, como elemento obligatorio en los docu-
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mentos de licitación del banco y como parte de cualquier otra documentación contractual.
Otro elemento importante para lograr un crecimiento sostenible estable y una reducción de la pobreza a largo plazo es el establecimiento de redes de seguridad social que proporcionen unos ingresos básicos y
mantengan el acceso a servicios esenciales cuando los trabajadores pierdan su empleo. Los programas de austeridad impuestos por el FMI muchas veces requieren que, para conseguir objetivos fiscales específicos, los
países con dificultades económicas recorten los gastos en protección social precisamente cuando más se
necesitan. El FMI y el Banco Mundial deberían asegurarse de que se establezcan medidas de protección social
adecuadas antes de estallar las crisis, y que la financiación de estos programas se mantenga incluso en caso
de que, debido a dificultades económicas, los países se vean obligados a incurrir en excesos presupuestarios
temporales.
7) Diversificar la actividad económica en función de la demanda interior
Durante décadas, el FMI y el Banco Mundial, así como los gobiernos de los principales países industrializados, han venido promoviendo para los países en desarrollo el modelo de industrialización orientada a la exportación, mediante el cual inversores nacionales y extranjeros establecen plantas manufactureras o negocios agrícolas donde una de las principales armas competitivas es mantener los costos laborales bajos. En lugar de esta
cruda estrategia de exportación, los países deberían buscar una mayor diversificación de la actividad económica nacional, basándose en la demanda interior. El modelo de crecimiento basado en la demanda implica que
los trabajadores reciban un salario adecuado para poder alimentar dicha demanda. Las normas del trabajo y
redes de seguridad social juegan un papel vital para promover un crecimiento más rápido y más estable.
El empuje del crecimiento orientado a la exportación se intensificó particularmente desde principios de
los 1980, cuando este modelo se convirtió en un componente clave de las políticas de ajuste estructural impulsadas tanto por el FMI como por el Banco Mundial. Aunque las economías de los países en desarrollo en su conjunto han crecido, muchas lo han hecho muy despacio y otras no han crecido en absoluto, particularmente
cuando las economías se han especializado en la producción y exportación de bienes cuyos precios han descendido. De hecho, el PNUD afirma que 66 países en desarrollo terminaron los años 1990 siendo más pobres
que al principio de la década.
El crecimiento orientado a la exportación ha creado una dependencia sobre los mercados en el mundo
desarrollado, que supone una réplica de muchos de los problemas del anterior modelo de desarrollo tipo “plantación” en las colonias de las potencias europeas en Asia y África. Al obligar a los países a destinar una parte cada
vez mayor de su producción a los mercados mundiales, el modelo de crecimiento orientado a la exportación
agrava la tendencia que viene registrándose desde hace tiempo en los países en desarrollo a que se deteriore la
relación de intercambios comerciales. Existe incluso un círculo vicioso en torno a este problema puesto que una
relación de intercambio en declive contribuye a exacerbar el problema elemental subyacente en el crecimiento
orientado a la exportación. Así pues el descenso de los precios empuja a los países en desarrollo a exportar cada
vez más, sumando así el problema de unos precios en caída. Este círculo vicioso ha estado presente desde hace
tiempo para los productores de materias primas. Ahora como resultado de la transferencia de las capacidades
manufactureras hacia los países en desarrollo que no son capaces de comprar su propia producción, podría estar
también presente en todo el sector manufacturero si exceptuamos los productos de lujo.
Existe también una interacción entre este círculo vicioso y los problemas de reembolso y servicio de la
deuda que tienen los países en desarrollo. Estos países solicitan préstamos en divisas fuertes, y una relación de
intercambio deteriorada hace todavía más difícil para ellos reunir el dinero necesario para servicio de la deuda.
Esto a su vez les obliga a exportar todavía más, agravando así el problema subyacente de relación de intercambio.
Paralelamente a estos efectos negativos, el modelo de crecimiento orientado a la exportación tiene también un impacto negativo en las economías de los países en desarrollo, al ocasionar pérdidas de puestos de trabajo y una competición salarial. La incorporación de la capacidad de los países en desarrollo a la oferta global
existente, sin un incremento proporcional de la demanda, conduce inevitablemente a una situación de escasez
de demanda y exceso de capacidad. Esto genera forzosamente presiones de recortar salarios y beneficios en
otros mercados laborales, particularmente los de otros países en desarrollo, como medida para poder competir.
Todas estas características del crecimiento orientado a la exportación sugieren que se corre el riesgo de
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL | 29 |
transmitir una distorsión deflacionaria a la economía global. Surge un problema de sostenibilidad dado que,
por definición, las exportaciones de un país corresponden a las importaciones de otro. Así pues, si bien un
país puede adoptar con éxito una estrategia orientada a la exportación (como lo hizo Japón en el período de
1950 a 1980), no todos pueden, ya que no sería posible que todos los países registren excedentes comerciales. Si todos intentasen hacerlo, el resultado inevitable sería una escasez global de demanda, y algo así es
lo que caracteriza el medio ambiente económico global reciente, donde gran parte del mundo está atravesando una recesión o bien creciendo por debajo de sus posibilidades.
La problemática de la demanda global asociada con el crecimiento orientado a la exportación tiene
profundas implicaciones sobre la estabilidad de los mercados financieros globales. En un futuro inmediato,
los países en desarrollo seguirán siendo prestatarios netos de los mercados globales de capital, conforme
intentan industrializarse. Pero un régimen global de crecimiento orientado a la exportación implica que una
demanda suficiente seguirá siendo un problema, lo que significa que las crisis monetarias y de balanza de
pagos seguirán siendo un peligro constante. En tales circunstancias, los países que se encuentran frente a una
demanda insuficiente, tendrán un incentivo para recurrir a la depreciación de su moneda como forma de
ganar una ventaja competitiva internacional. Esto amenaza con revivir el peligroso proceso de la devaluación
competitiva que resultó tan destructivo en los años 1930.
Las contradicciones inherentes en el régimen de crecimiento orientado a la exportación obliga a cambiar la postura adopta en relación con el desarrollo, para orientarse hacia una vía que incorpore la demanda
interior. Los convenios de cooperación y la integración regional entre países pueden efectivamente ser coherentes con dicha estrategia. La estrategia requiere que se incrementen los salarios y haya una distribución más
equitativa de los ingresos nacionales para apoyar el consumo interior. Justamente, esto es lo que se ve obstaculizado por el modelo de globalización promovido por el FMI y el Banco Mundial.
Para emprender esta nueva vía, hace falta “nivelar” la participación de empresas y trabajadores en el
campo económico, ya que de no contar con dicha nivelación, los trabajadores no tendrían acceso a los salarios necesarios para mantener el crecimiento basado en la demanda interior. Parte de la solución está en el
respeto de las normas fundamentales del trabajo, que, al permitir la formación de sindicatos genuinos capaces de negociar colectivamente con los empleadores, puede contribuir a un sistema más justo de distribución
de ingresos en el país.
8) Reforzar los controles de capital
Una economía global que funcione de manera eficaz requiere contar con un sistema que permita
alterar los tipos de cambio cuando esté justificado por cambios económicos fundamentales, al tiempo que se
limita la movilidad del capital. El sistema de tipos de cambio flotantes aplicado en los años 1970 funcionaba
justamente de este modo. Pero fue eliminado debido a problemas específicos de esa década, incluyendo una
elevada inflación generalizada y una extremada volatilidad de los tipos de cambio. No obstante, estos problemas fueron el resultado de la crisis petrolera de la OPEP y de otros factores más que del propio sistema de
tipos de cambio.
La volatilidad y la especulación en el mercado cambiario no es el resultado de los tipos de cambio flexibles. Más bien es el resultado de una excesiva movilidad del capital, que ha permitido que el capital financiero fluya por todo el mundo en busca de beneficios especulativos rápidos. Esto ha transformado los mercados cambiarios en mercados de activos financieros, de manera que los tipos de cambio ya no están dirigidos por las necesidades de las finanzas comerciales.
De manera similar, el incentivo para que los gobiernos introduzcan políticas restrictivas no proviene de
unos tipos de interés flexibles. Una vez más, la excesiva movilidad del capital es el problema, ya que expone
a los gobiernos que aplican políticas expansivas al riesgo de verse castigados por una fuga de capitales y hacer
frente a una bajada de valores en los mercados de divisas y de bonos.
Restaurando los controles sobre la movilidad del capital financiero se pondría fin a muchos de estos
problemas, a los que algunos países han intentado responder manteniendo tipos de cambio fijos. Al mismo
tiempo, retener unos tipos de cambio flexibles implicaría la existencia de un sistema automático para corregir los desequilibrios comerciales. Este mecanismo de ajuste no sería restrictivo, puesto que implicaría simplemente una variación en el precio al cual se intercambia una divisa por otra. Además, los gobiernos podrí-
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an aplicar políticas expansivas sin arriesgarse a ser castigados con fugas de capital.
El dominio de la teoría económica según la cual el libre mercado sin trabas se considera como el único
objetivo político legítimo ha llevado a mucha gente a pensar de forma incorrecta que los controles de capital son erróneos y contra natura. Pero la abolición de estos controles no ha creado unos mercados financieros internacionales eficientes; se ha limitado a crear mercados en que el capital financiero es dominante.
Algunos han aducido que en la economía globalizada de hoy día no pueden aplicarse controles de capital.
Pero el capital financiero se mueve por sistema bancario, y dondequiera que va, deja una huella en forma de
registro de transacciones. En consecuencia, los controles de capital no sólo son deseables sino factibles. A
continuación figuran propuestas políticas que los gobiernos podrían aplicar a nivel nacional:
●
Los gobiernos nacionales en todo el mundo deberían reforzar sus propios procedimientos regulatorios para hacer que se apliquen leyes contra la corrupción o la especulación ilegal, e introducir límites límites a la exposición de divisas a corto plazo, y controles y certificación del comercio de productos derivados y otras formas de inversión fuertemente apalancada.
●
La influencia desestabilizadora de los flujos entrantes de capital especulativo extranjero podría ser
neutralizada imponiendo un tiempo mínimo de permanencia.
●
Las devaluaciones rápidas de las divisas suelen estar provocadas por la venta de grandes cantidades
de moneda por parte de individuos o corporaciones, en previsión de que su valor bajará, una práctica conocida como “especular a la baja”. La especulación a la baja de una divisa podría ser objeto
de un requisito según el cual tendría que ir acompañada de un depósito que no devengue intereses en el banco central equivalente al 50% del valor de la especulación. Obligando a los vendedores a realizar un depósito que no devengue intereses se aumentaría el coste de la especulación con
relación a una divisa y por tanto se desalentaría también esta práctica. Esta regulación podría aplicarse a los subsidiarios extranjeros en un país así como a los subsidiarios y afiliados de las compañías nacionales establecidas en el extranjero.
17-08-02
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Banco Mundial, 2000, “Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000/2001: Lucha contra la Pobreza”,
Washington.
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadros
Cuadro 1
Crecimiento Global del PIB: Comparativo entre décadas con tasas flotantes y desregulación del capital en relación con 19601971
1972-81
Muestrario total de países
Crecimiento superior al de 1960-71
Crecimiento inferior al de 1960-71
Número de
países
17
36
1982-91
%
Número de
países
1992-98
%
Número de
países
%
32,1
67,9
5
48
9,4
90,6
10
43
18,9
81,1
25,0
75,0
4
40
9,1
90,9
10
34
22,7
77,3
Exceptuando países exportadores de petróleo1
Crecimiento superior al de 1960-71
Crecimiento inferior al de 1960-71
11
33
Fuente: Banco Mundial, World Tables
1
Países exportadores de petróleo: Argelia, Ecuador, Egipto, Indonesia, México, Nigeria, Noruega, Reino Unido, Venezuela
35
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 2
Crecimiento anual de la inversión bruta fija a precios constantes, 1959-97
Países G-7
Países OCDE
(Porcentajes)
1959-71
6,1
6,0
1972-84
2,5
2,3
1985-97
3,6
3,7
Fuente: OCDE, Perspectivas Económicas, Cuadros Anexos, diversas ediciones.
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 3
Crecimiento anual de las exportaciones de bienes y servicio a precios constantes, y relación de las exportaciones con el
incremento del PIB, 1959-97
A. Crecimiento medio anual de las exportaciones∗
Países G-7
Países OCDE
Mundial
(Porcentajes)
1959-71
7,8
8,5
8,2
1972-84
6,2
6,3
7,6
1985-97
6,6
6,7
5,9
B. Relación de las exportaciones con el incremento del PIB*
Países G-7
Países OCDE
1959-71
1,7
1,8
1972-84
2,1
2,3
1985-97
2,5
2,5
Fuentes: OCDE, Perspectivas Económicas, Cuadros Anexos, diversas ediciones; FMI Estadísticas Financieras Internacionales,
diversas ediciones.
∗
Los datos del G-7 y de la OCDE son medias ponderadas, utilizando el PIB relativo como coeficiente de ponderación. Las exportaciones
mundiales para 1959-74 están convertidas a precios constantes con base a la media de los índices de precios a la exportación e importación de
EE.UU; para 1975-97 en base al índice de valor de exportaciones del FMI.
37
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 4
Crecimiento annual de la productividad en el sector empresarial de la OCDE, 1960-97
Productividad laboral
1960-73
1973-79
1979-97
Productividad total
1960-73
1973-79
1979-97
(porcentajes)
Países G-7
4,5
1,6
1,4
3,1
0,7
0,8
Otros países OCDE
5,0
3,1
2,6
2,9
1,2
1,4
Todos los países OCDE
4,6
1,8
1,6
3,0
0,8
0,9
Fuente: OCDE, Perspectivas Económicas, Junio 1999, Cuadros Anexo 59.
38
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 5
Relación entre el volumen de negocios en divisas y las exportaciones y reservas oficiales∗ 1977-1998
Volumen anual de
divisas
Divisas/
Exportaciones
(Relación)
Reservas /
Exportaciones
Globales
(Relación)
Reservas/
Volumen diario de
divisas
(Relación)
(Trillones US$)
1998
380,2
67,8
0,29
1,0
1986
67,5
33,9
0,28
2,0
1977
4,6
3,5
0,23
16,2
A título informativo
1961-65
1966-70
1. Reservas / Exportaciones globales
0,43
0,32
Fuentes:
Banco de Pagos Internacionales, Informe de los Bancos Centrales sobre Movimiento de Divisas, informe trienial, 1986-1998. Datos
sobre volumen diario multiplicados por 250 días.
U.S. Federal Reserve Bank of New York, Resumen de Resultados del Volumen del Mercado Cambiario en EE.UU., (Nueva York,
Septiembre, 1992), Estimaciones de EE.UU. para 1977 divididas por 0,17 –tasa media del volumen global de EE.UU. registrada en
los informes del BPI.
Fondo Monetario Internacional, Estadísticas Financieras Internacionales, diversas ediciones.
∗
Incluyen también las reservas oficiales de oro.
39
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 6
Variaciones por década y volatilidad anual de los tipos de cambio reales desde 19702 para países desarrollados y en
desarrollo
(1970-1979 índice medio = 100)
Media
1970-1979
Rango
Coef. de
variación
Media
1980-1989
Rango
Coef. de
variación
Media
1990-1999
Rango
Coef. de
variación
I. Países desarrollados
1. Estados Unidos
2. EE.UU., Alemania,
Japón
3. Euroland 3
4. Otros 4
5. Media general
100,00
100,00
0,2153
0,1716
0,0742
0,0577
107,66
102,76
0,3478
0,2659
0,1205
0,0930
100,47
105,32
0,1836
0,1844
0,0628
0,0635
100,00
100,00
100,00
0,2184
0,1845
0,1975
0,0738
0,0628
0,0671
93,91
104,28
102,15
0,1794
0,1811
0,2436
0,0719
0,0559
0,0859
96,64
110,55
103,24
0,1487
0,1814
0,1745
0,0486
0,0506
0,0564
0,3375
0,2424
0,7053
0,4284
0,1178
0,0786
0,2535
0,1500
94,13
97,91
125,67
105,90
0,3515
0,6043
0,5389
0,4982
0,1785
0,2888
0,3171
0,2673
78,59
94,93
109,62
94,38
0,2876
0,3325
0,5173
0,3791
0,1123
0,1329
0,2904
0,1882
II. Países en vías de desarrollo
1. Asia 5
2. América Latina 6
3. África – Oriente Medio 7
4. Media general
100,00
100,00
100,00
100,00
Fuente: Morgan Guarantee Trust Co., Mercados Financieros Mundiales
2
Índice ponderado según el comercio exterior
Euroland: Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Países Bajos, Portugal
4
Otros: Australia, Canadá, Dinamarca, Noruega, Nueva Zelanda, Reino Unido, Suecia, Suiza
5
Asia: Hong Kong, Corea, Filipinas, India, Indonesia, Malasia, Pakistán, Singapur, Tailandia, Taiwán
6
América Latina: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, Venezuela
7
África – Oriente Medio: Arabia Saudita, Kuwait, Marruecos, Nigeria, Sudáfrica, Turquía
3
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 7
8
Tasas de interés reales a largo plazo divididas por las tasas de crecimiento real del PIB de los países del G-7
Medias en treinta años (1959-97)
1959-1971
Canadá
0,65
Francia
0,22
Alemania
0,88
Italia
0,49
Japón
n.d.
R.U.
0,71
EE.UU.
0,59
Media G-7
0,55
1972-1984
0,63
0,80
1,42
-0,24
0,29
-0,11
0,52
0,47
1985-1997
3,26
2,86
2,35
3,75
0,90
1,63
1,67
2,34
A título informativo: Tasa media en el G-7 antes de 1959
1881-1913
1919-1939
1946-1958
0,97
2,40
0,36
Fuentes:
Tasas de interés e IPC del FMI, Estadísticas Financieras Internacionales
Tasas de crecimiento real del PIB de la OCDE, Perspectivas Económicas Cuadros Anexos
Datos para antes de 1959 de Michael Bordo, “El Sistema Monetario Internacional de Bretton Woods: Una perspectiva histórica”,
Tabla 1, Michael Bordo & Barry Eichengreen eds. Una Retrospectiva del Sistema de Bretton Woods, (University of Chicago Press,
1993) Multiplicando la tasa de crecimiento real del PIB per cápita de esa tabla por las tasas de crecimiento de la población.
8
Tasas de interés anual sobre las obligaciones del Estado convertidas según el IPC
41
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 8
Tasa anual de desempleo e incremento salarial y del PIB per cápita en los EE.UU. y la Unión Europea, 1960-2000
1960-1973
1974-1979
1980-1989
1990-1995
1996-2000
Tasa de desempleo
Incremento salarial
real
(porcentaje)
Incremento del PIB
per cápita
EE.UU.
EE.UU.
EE.UU.
4,81
6,68
7,16
6,32
4,62
UE
2,35
4,57
9,23
9,85
9,82
1,45
0,03
-0,85
-0,68
1,60
UE
2,09
5,30
3,32
1,07
1,02
2,72
1,62
1,49
0,85
2,48
UE
4,76
2,52
2,23
1,55
2,05
Fuentes:
Sheldon Friedman y Christian Weller “Una Vez Más: Flexibilidad del mercado laboral, demanda agregada y crecimiento comparativo
del empleo en EE.UU. y Europa”, Documento sobre política económica E011, Departamento de publicaciones AFL-CIO,
Washington, D.C. 1998, Cuadros 1,8,10.
OCDE, Perspectivas Económicas Junio2000, Cuadros 1,12,16,21.
42
PROPUESTAS SINDICALES PARA REFORMAR EL SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
Cuadro 9
Tendencias en desigualdades salariales en EE.UU. y Europa, 1980-95 ∗
Francia
Alemania
Italia
Suecia
Reino Unido
Estados Unidos
Principios 1980
50/10
90/50
1,67
1,94
1,65
1,63
1,96
1,50
1,30
1,57
1,69
1,65
1,78
1,96
Mediados 1990
50/10
90/50
1,65
1,99
1,44
1,61
1,75
1,60
1,34
1,59
1,81
1,87
2,00
2,21
Cambio 1985-1995
50/10
90/50
-2
+5
-21
-2
-21
-10
+4
+2
+12
+22
+22
+25
Fuente:Lawrence Mishel, Jared Bernstein, y John Schmitt, Estado de la América Obrera, 1996-97 Instituto de Política Económica,
Armonk, N.Y., M.E, Sharpe, 1998. Cuadro 8.10.
∗
Medidas como la relación entre los ingresos del 50º trabajador percentil con respecto a los del 10º trabajador percentil (50/10), y entre los
ingresos del 90º trabajador percentil con respecto a los del 50º trabajador percentil.(90/50).
43
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