Benedicto XIII

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BENEDICTO XIII
Se llamó Pedro Martínez de Luna. Papa o antipapa de Aviñón, llamado Papa Luna. Hijo de Juan Martínez de
Luna y de María Pérez de Gotor, señores de Luna, Mediana, Illueca y Gotor. Nació en Illueca, Zaragoza, el
año 1328; y murió en Peñíscola, Castellón, el 23−V−1423. Doctor en Derecho Canónico por la Universidad
de Montpellier (Francia), donde ocupó la cátedra de Decretales. Inició su carrera eclesiástica con las canonjías
de Vic (Barcelona), Tarragona, Huesca y Mallorca (Baleares) y posteriormente fue arcediano de las diócesis
de Tarazona (Zaragoza) y Huesca y preboste de la de Valencia. Apoyó a Enrique de Trastámara tras la derrota
que sufrió en Nájera (La Rioja, 1367) ante su hermano, Pedro I de Castilla. Presentado por Pedro IV el
Ceremonioso de Aragón, el papa Gregorio XI le designó cardenal (diácono de Santa María in Cosmedin,
20−XII−1375), y pasó a residir en Aviñón (Francia), donde se encontraba instalada la Curia pontificia. Al año
siguiente acompañó al papa en su traslado a Roma, donde se le encomendó la revisión de las revelaciones de
Santa Brígida. La muerte de Gregorio XI (III−1378) tuvo lugar en un momento de graves tensiones entre la
población romana, motivadas por el descontento que suponía el establecimiento de la Santa Sede fuera de
Roma y el hecho de que los últimos papas habían sido franceses. La crisis estalló durante la celebración del
cónclave que debía elegir un nuevo papa: en las calles de la ciudad tuvieron lugar actos violentos propiciados
por grupos de romanos que exigían un papa italiano. La mayoría de los cardenales se refugió en el castillo de
Sant Angelo procediéndose a la elección de Urbano VI, de origen italiano, quien poco después fue rechazado
por algunos de los miembros del cónclave, que ponían en duda la validez de la elección porque había estado
condicionada por las presiones y la violencia de los habitantes de la ciudad. Pedro de Luna, tras el estudio de
las cláusulas de Derecho Canónico concernientes a la sucesión papal, se sumó a los cardenales opuestos al
nuevo papa. Pocos meses después de la elección Urbano VI fue abandonado por los cardenales, quienes
invalidaron su nominación y, reunidos en Fondi (Italia), nombraron papa a Clemente VII, lo que originó el
Cisma de Occidente. El papa Clemente se instaló en Aviñón y envió como legado a Pedro de Luna, llamado el
Cardenal de Aragón, a solicitar el reconocimiento de los monarcas de los reinos ibéricos, para lo que le
invistió de plenos poderes sobre la jurisdicción de las jerarquías de su Iglesia, los cabildos catedralicios y sus
estudios generales, así como sobre las dignidades monásticas. Tras su llegada a Barcelona (6−IV−1379) inició
su labor diplomática con Pedro IV de Aragón, pero el mantenimiento de la postura de neutralidad o de
indiferencia de este último ante los dos papas motivó su traslado al reino castellano al año siguiente. El apoyo
de Francia al papa aviñonés y la actividad desplegada a su favor por el Cardenal de Aragón inclinó a Juan I de
Castilla, neutral en un principio, a promover un concilio de los prelados de su reino con los legados de ambos
pontífices, con la misión de decidir una postura ante el Cisma; reunido en Medina del Campo (Valladolid) en
1380, el concilio determinó ofrecer su adhesión a Clemente VII, lo que condicionó la posición favorable del
monarca castellano, proclamada oficialmente en Salamanca en 1381. Contó con la ayuda de fray Vicente
Ferrer, quien difundió el clementismo en sus predicaciones y escribió un tratado en su apoyo: De moderna
ecclesiae scismate, dedicado a Pedro de Luna, con quien mantuvo amistad. Durante su estancia en Castilla el
legado pontificio intervino en las negociaciones previas al matrimonio de Juan I con la hija del rey de Portugal
y fundó la facultad de Teología en la Universidad de Salamanca. Tras la muerte de Pedro IV, en 1387, se
trasladó a Barcelona para continuar su labor en defensa del papa aviñonés ante el heredero de la Corona de
Aragón, Juan I, quien reconoció la legitimidad de Clemente VII en febrero de ese año y nombró a Pedro de
Luna su ejecutor testamentario. En 1388 presidió el concilio de Palencia, donde se distinguió por su
intervención en la elaboración de la reforma de la disciplina eclesiástica. A la muerte de Carlos III de Navarra,
quien había mostrado una postura similar al monarca aragonés, aunque favorable al legado por su mediación
ante Castilla para obtener la devolución de parte de las plazas que le habían sido sustraídas a Navarra en el
tratado de Briones, su sucesor, Carlos 111, declaró la obediencia de su reino a Aviñón en 1390. Portugal fue el
único reino que, tras ofrecer su apoyo a Clemente en 1379 y 1382, se mostró afecto a Bonifacio IX, quien
había substituido en 1389 a Urbano VI. Pedro de Luna regresó a Aviñón en 1390, aumentado su prestigio por
los logros conseguidos en su legación. Designado nuevamente legado ad latere para Francia, Hainaut,
Brabante, Flandes, Lieja, Utrecht, Escocia, Irlanda e Inglaterra (1 393) viajó a este último país y a Flandes y
se entrevistó con el duque de Lancaster, aunque no logró sus objetivos. Durante su estancia en París (Francia)
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manifestó en la Universidad de la Sorbona su defensa de la vía cessionis, que buscaba la solución del Cisma
en la renuncia simultánea de los dos papas, lo que le distanció de Clemente VII y del colegio cardenalicio, que
le acusó de haber propuesto dicha renuncia para procurar su propia elección. Intentó evitar las tensiones
trasladándose a España; tras obtener la licencia papal, se instaló en el feudo de Reus, dependiente de la
catedral de Tarragona, de la que era canónigo. Al recibir la noticia de la muerte del papa (16−1X−1394)
regresó a Aviñón. Reunido el cónclave para elegir un sucesor, sus miembros se comprometieron a trabajar por
la unidad de la Iglesia en el caso de que saliesen elegidos, acatando para ello las decisiones del colegio
cardenalicio. El 28 de septiembre se procedió a la votación, en la que veinte de los veintiún votos señalaron a
Pedro de Luna como nuevo pontífice, quien con el nombre de Benedicto XIII fue coronado el 11 de octubre
después de ser ordenado sacerdote. Los reinos de Aragón, Castilla y Navarra celebraron
su elevación a la dignidad papal y en Francia se afianzó la creencia de que con su nombramiento se pondría
fin a la división de la Iglesia por su demostrada voluntad conciliadora. Las cartas enviadas por Benedicto a los
monarcas europeos para notificarles su elección así lo expresaban. La Universidad francesa y la asamblea del
clero reunida en París en 1395 coincidieron en presentar la vía cessionis como la más idónea para solucionar
el Cisma, por lo que el rey francés envió a Aviñón una embajada encabezada por los duques de Borgoña,
Berry y Orleáns para conocer su opinión al respecto. La anterior inclinación del pontífice hacia esta vía había
sido substituida por una nueva propuesta: la denominada vía iustitiae, que encontraba la única posibilidad
legítima de solución en una decisión surgida de una entrevista entre ambos papas, sin sumisión a las
indicaciones de los reyes ni de otras instituciones eclesiásticas. Esta nueva postura provocó la oposición de
sus cardenales y de los embajadores y el inicio de disturbios entre la población aviñonesa. Por iniciativa
francesa se envió (1 397) una nueva embajada a Benedicto XIII con representantes de Francia, Inglaterra y
Castilla −Aragón había negado su apoyo a la empresa−, que seguidamente visitó a Bonifacio IX. Como
consecuencia del fracaso de los legados ante los dos pontífices, Francia se declaró indiferente (1398) y se
substrajo a la obediencia papal. Ante la postura francesa, y bajo la amenaza de confiscación de bienes,
dieciocho cardenales aviñoneses y parte de los funcionarios de la Curia abandonaron la Santa Sede y se
instalaron en la ciudad francesa de Villeneuve. Conjuntamente con la monarquía, acordaron enviar a Aviñón a
Geoffroy le Meingre, apodado Boucicaut, que puso sitio al palacio papas. La resistencia de Benedicto y los
seis cardenales que le habían permanecido fieles se prolongó durante cuatro años, en el transcurso de los
cuales tuvieron lugar gestiones diplomáticas entre los reinos que le habían ofrecido su apoyo ante la evidencia
de que no podrían conseguir su abdicación por la fuerza, y por las continuadas protestas de la población, del
clero y de la Universidad parisina ante el mantenimiento de una situación de violencia contra la figura de un
papa. El condado de Provenza le restituyó la obediencia. Martín 1 de Aragón envió fuerzas para rescatarle el
año del inicio de las hostilidades y nuevamente al año siguiente, aunque no fue liberado hasta 1403, en que los
hombres del condestable Jaime de Prades le trasladaron hasta territorio de Luis de Anjou, conde de Provenza,
desde donde envió misivas a los monarcas en las que anunciaba su liberación y su promesa de perdón sin
represalias. Francia, Castilla, Aviñón y sus cardenales proclamaron su sumisión a Benedicto, quien envió
seguidamente un embajador al papa de Roma para proponerle una entrevista. Muerto Bonifacio VII se
trasladó la propuesta a su sucesor, Inocencio VII. Su actuación contó con el beneplácito internacional y
consiguió la obediencia de Córcega, Cerdeña, Gales, parte de Gascuña, las diócesis de Toumai, Thérouanne,
Lieja, Utrecht, Alemania, Hungría y Polonia y algunas ciudades italianas (Savona, Albenga y Génova). La
demora de la respuesta del papa romano motivó el traslado de Benedicto a Italia en una expedición militar por
el Mediterráneo sin el apoyo de Francia ni de la Corona de Aragón Arribó en Génova y, tras permanecer en
Savona y Marsella, regresó sin resultados. Inocencio VII murió en noviembre de 1406 fue substituido por
Gregorio XII, quien, favorable en un principio a la vía iustitiae, mostró su acuerdo para celebrar una entrevista
entre ambos en septiembre de 1407, pero posteriormente cambió su y aplazó este encuentro en repetidas
ocasiones. En mayo de 1408, ante las continuas dilaciones, Carlos VI de Francia se declaró neutral ante el
Cisma. Benedicto XIII decretó la excomunión para quienes le negaran obediencia y convoco un concilio en
Perpiñán, donde fue alejado por Martín I el Humano. La reunión conciliar tuvo lugar en noviembre con
representantes de la Corona de Aragón, Navarra, Castilla, Lorena, Provenza y Savona, quienes proclamaron
su legitimidad pero también la conveniencia de su abdicación y del envío de una embajada al concilio que
algunos cardenales aviñoneses y romanos disidentes habían convocado en Pisa para buscar solución al
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problema de la división de obediencias por la vía concilii, proclamada como la única posible tras los fracasos
del entendimiento entre ambos papas. En Pisa se procedió a la deposición de ambos pontífices, acusados de
cismáticos, perjuros y herejes y declarados responsables del mantenimiento del Cisma. En junio de 1409
nombraron papa a Alejandro V, que fue substituido al año siguiente por Juan XXIII, por lo que la situación se
agravó con la existencia de tres papas al no aceptar la sentencia Benedicto XIII, Gregorio XII y los reinos
hispánicos. En 1409 el Papa Luna declaró en Barcelona la excomunión de los participantes en el concilio
pisano y escribió en colaboración con Bonifacio Ferrer el tratado De novo subscismate. Tras la muerte sin
sucesor de Martín I el Humano (1410), Benedicto defendió la candidatura del infante Fernando de Antequera,
perteneciente a la casa de Trastámara, para asegurarse el mantenimiento del apoyo de la Corona de Aragón. A
propuesta suya el parlamento de Alcañiz acordó delegar la elección entre los aspirantes en una comisión de
nueve compromisarios; reunidos en Caspe en 1412, y en su mayoría afectos al Papa Luna, eligieron como
sucesor a Fernando de Antequera. En 1413 organizó una reunión de los más importantes rabinos y talmudistas
de la Corona de Aragón en Tortosa para discutir sus doctrinas frente a las del cristianismo, con lo que
pretendía fortalecer su prestigio ante los demás reinos dando origen a la Disputa de Tortosa, considerada
como la principal discusión teológica de la Edad Media entre ambas religiones. Concluida dos años después,
provocó la conversión al cristianismo de numerosos judíos. Durante su celebración, en 1414, se convocó un
concilio en Constanza, promovido por Juan XXIII y Segismundo de Hungría, para poner de nuevo en práctica
la vía concilii. Fernando I de Aragón, opuesto en un principio a la iniciativa conciliar, acudió a Morella a
visitar a Benedicto y pedir su abdicación, considerada indispensable para conseguir la unidad de la Iglesia,
pero el papa se negó. El concilio contaba con representación de todos los reinos excepto de los ibéricos y
consiguió la abdicación de Gregorio XII y de Juan XXIII declarando su superioridad sobre el poder papal.
Faltaba la renuncia de Benedicto, por lo que en 1415 se concertó una entrevista del papa con Segismundo de
Hungría y el rey de Aragón en Perpiñán. Expuesta la solicitud del concilio, el Papa Luna expuso sus derechos
y su aceptación si se anulaban las acusaciones del concilio de Pisa y si la elección del futuro papa se ajustaba
a las normas del Derecho Canónico, según las cuales sólo él podía proceder a la designación de un papa,
porque era el único cardenal que había sido elegido antes del inicio del Cisma. Todavía los legados
castellanos, navarros y aragoneses hicieron un intento de conseguir su abdicación voluntaria, que obtuvo la
misma respuesta. Este hecho provocó la sustracción a su obediencia de los tres reinos y la condena de fray
Vicente Ferrer a su postura. En 1415 se trasladó a Peñíscola, único sitio donde podía establecer su Sede tras la
retirada del apoyo y del reconocimiento de su legitimidad por parte de todos los reinos cristianos, aunque
muchos sectores de la Iglesia en la Península Ibérica seguían prestándole obediencia, El concilio de Constanza
le depuso (26−VI−1417) bajo la declaración de perjuro y cismático, procediendo al nombramiento de Martín
V como único papa. La sentencia de Constanza le fue comunicada por Alfonso V el Magnánimo, acompañada
de una nueva solicitud de renuncia. Benedicto se mantuvo firme en la defensa de su legitimidad incluso tras la
entrevista con los juristas y obispos enviados (1418) por el rey de Aragón en apoyo de su petición y fue
abandonado por la mayoría de los miembros de la Curia y de los cardenales que todavía le habían
permanecido fieles. Martín V envió un legado a la Corona de Aragón para tomar juramento de fidelidad a su
persona de todos los prelados del reino, donde seguían existiendo sectores que apoyaban al entonces recluido
en Peñíscola. Las posteriores solicitudes de abdicación que le fueron enviadas por las monarquías
peninsulares, algunas de las cuales incluían ofertas de elevadas rentas y heredades, recibieron una respuesta
negativa. Un intento de envenenamiento del que se conoció la identidad del responsable, el legado pontificio
de Martín V, resultó fallido. Un año antes de su muerte proveyó a su Sede de cuatro nuevos cardenales para
asegurarse la continuidad de su pontificado; posteriormente elegirían como sucesor a Clemente VIII, quien
renunció en 1429. Benedicto XIII recibió sepultura en Peñíscola. Ocho años después de su muerte Rodrigo de
Luna ordenó el traslado de su cuerpo al castillo de Illueca. Su tumba fue profanada durante la Guerra de la
Independencia (1808−1814) y de su cadáver momificado sólo se rescató el cráneo, que se conserva en
Saviñán (Zaragoza).
Poseedor de una amplia cultura, de la que da muestra la riqueza y variedad de su biblioteca, escribió Tractatus
de horis dicendis per clericos, Vitae humanae adversos omnes casus consolationes, Liber de consolatione
Theologiae, Tractatus de principali scismate, Allegationes pro papa contra rebellantes per quendani
venerabilem doctorem, Tractatus de concilio generali, Replicatio contra libellum factum contra praecedentem
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tractatum. Como impulsor de las artes destaca su apoyo a la construcción del antiguo cimborrio de la Seo de
Zaragoza (h. 1403): las obras de un claustro para la catedral de Huesca, inconcluso (1405); la ampliación de la
iglesia de San Pedro Mártir en Calatayud (Zaragoza, 1412−1414), edificio derribado en el s. XIX; la
ampliación y restauración de las iglesias de Tobed, Maluenda e Illueca, la fortaleza de Villanueva de Jalón, el
monasterio de Piedra y la catedral de Tarazona, en Zaragoza, y el castillo de Valderrobres (Teruel). Destacan
entre sus encargos los bustos−relicario de San Valero, San Vicente y San Lorenzo, realizados en Aviñón, que
donó en 1397 a la Seo metropolitana de Zaragoza.
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