La hiperviolencia o el Otro como estorbo - Fronteras de tinta

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Fronteras de tinta / La hiperviolencia o el Otro como estorbo
La hiperviolencia o el Otro como estorbo
Por María Guadalupe Pacheco
¡Muéstrenme esa violencia que no quiero para mí!
¡Muéstrenme todos esos muertos en serie para hacerme olvidar
que somos todos mortales, condenados a lidiar con la violencia!
Oliver Mongin
Resumen: A fuerza de sufrir, tolerar y resistir la violencia que permea nuestro entorno, nos
hemos acostumbrado al horror y a las formas convencionales de representarlo: las acciones
de extrema violencia ya no escandalizan a nadie, pues de tanto repetirse, la indiferencia ha
aumentado. Día con día las imágenes sobre la miseria humana recorren el planeta, con mediación de la red, y alimentan no sólo a la prensa escrita y televisiva sino también al cine, la
literatura, la música, la danza y a las artes plásticas, que difícilmente pueden escapar a una
inmanente estética de la hiperviolencia. En el presente ensayo se da cuenta de la relación
del ser humano con el horror y cómo lo ha sublimado a través del arte.
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
Palabras clave: violencia, hiperviolencia, el mal, fascinación, muerte, espectáculo, medios
de comunicación, estética, arte, literatura, realidad y ficción.
La televisión, la radio, el teatro, el cuento, la novela, el cine, los videojuegos… todos ellos
acogen a la hiperviolencia, su historia y sus circunstancias. Hoy pareciera que la gente asesina por motivos absurdos, pero no es así. Simplemente antes no existían los medios de
comunicación que propagaran el absurdo de la realidad. En la actualidad la inercia colectiva
nos lleva por una desenfrenada espiral de violencia. La violencia desatada, excesiva, desproporcionada, una hiperviolencia cuyo baño de sangre resulta ya de lo más común.
Desde este particular punto de vista, el Otro, los Otros, son calificativos que
se pueden entender de muchas maneras y usar en los más diversos sentidos y contextos… Cada encuentro con el Otro es un enigma, una incógnita… un misterio. En el caso de la hiperviolencia, cuando el Otro constituye un estorbo, invariablemente acaba en tragedia, en eliminación fortuita. Y aquí no pasó nada porque
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Fronteras de tinta / María Guadalupe Pacheco
El único protagonista que queda en la escena mundial es la multitud, y el principal
rasgo de esa multitud, de esas masas, es su anonimato, su falta de personalidad y de
identidad, de un rostro. El individuo se ha extraviado, se ha diluido; se han abatido
sobre él las aguas del lago. Se ha convertido en, por usar palabras del Gabriel Marcel,
“sujeto impersonal y anónimo en estado residual”.1
Antes de incursionar en el tema “La hiperviolencia o el Otro como estorbo” debemos remontar y sentar bases —aunque breves por el carácter de este escrito— acerca de la
violencia. Sin ellas no podría comprenderse cabalmente la dimensión que la representación
mediática de la hiperviolencia ha alcanzado en el mundo actual.
El tema de la violencia, con sus infinitas implicaciones, desde la percepción del dolor
hasta la fascinación por la muerte, es intrínseco a las formaciones sociales más diversas, y
representa un valor dominante que a lo largo del tiempo se ha mantenido con tal legitimidad al grado de funcionar como ingrediente decisivo en los nuevos modos de ver el mundo.
Como bien lo señala el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez:
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
[…] la violencia ha sido [y es] en el pasado [y en el presente] una constante insoslayable en las relaciones entre los individuos, grupos o clases sociales, y entre las naciones
o los pueblos. Y es tan fuerte su huella y tan insistente su crispado rostro que no
han faltado filósofos que la hayan considerado como un destino humano inexorable
y escritores, economistas, sociólogos, psicólogos o tratadistas de la política que la
hayan visto desde el supuesto de que el ser humano se define esencialmente por y
para la violencia.2
De tal suerte que podemos reconocer al esfuerzo de contención y dominación de
la violencia como un impulso esencial de la formación de la sociedad, aunque la violencia
siempre emerge de los mismos grupos sociales al fracasar el equilibrio de intereses antagónicos; es decir, sólo en la domesticación de la violencia podemos considerar a la sociedad
civilizada.
La historia de la civilización también puede leerse como la historia de lidiar con la
violencia. Los cultos, las religiones, el Estado y la sociedad civil son formas de control social de la violencia. Estas formas simbolizan las fuerzas cohesivas que unen a los seres humanos, así como las agresiones que tienden a desintegrarlos. Cada intento por eliminar esta
ambivalencia e inclinarse hacia un lado conduce, necesariamente, a nuevos actos violentos.
1 Ryszard Kapuscinski, Encuentro con el Otro, pp. 76-77.
2 Adolfo Sánchez Vázquez (editor), “Presentación”, en El mundo de la violencia, pp. 9-10.
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La consolidación del poder, en sus formas institucionales y jurídicas, implica ya un
acto de violencia. Significa la implantación y reconocimiento de una violencia dominante,
hegemónica, que se apoya en la coerción y la fuerza para imponer un orden. La violencia
es, desde la perspectiva jurídico-filosófica, inherente a la constitución misma del Estado y
a la organización del orden social. Hoy esta forma de violencia “socializante”, que reprime
para regular, está siendo vulnerada por formas extremas de corrupción que subvierten las
estructuras de la sociedad en sus múltiples variantes. De ahí el combate al mal entendido
como la amenaza al establishment.
Georges Bataille apunta que el mal parece que puede ser captado, pero sólo en la
medida en que el bien es su clave. “Si la intensidad luminosa del bien no diera su negrura a
la noche del mal, el mal dejaría de ser atractivo”. Este sistema binario es difícil de entender,
pero en realidad “las cosas que más afectan a la sensibilidad proceden de contrastes”.3
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El bien y el mal son dos elementos irreconciliables y perfectamente inseparables de la
naturaleza humana. El bien se basa en la preocupación por el interés común. Pero el caos,
la violencia y la destrucción no sólo son el principio de todas las cosas, sino que siguen ahí,
latentes en la civilización, y todos, sin excepción, acabamos afrontando la experiencia del
mal.
Desde luego, las reflexiones sobre la violencia no son nuevas ni escasas. En los últimos años, el tema ha despertado vivo interés y profunda preocupación en diversos ámbitos: político, académico, sociológico, jurídico, psicológico y literario, entre otros. A menudo
esta zozobra se reviste de formas varias, como son la búsqueda de las razones de por qué
los seres humanos cometen actos de violencia o la discusión de si dichos actos pueden o no
justificarse moralmente. Lo específico de la violencia, lo definitorio de ella, es el ser fuerza
indómita, extrema, implacable, avasalladora, poder de oposición y transgresión. Es uno de
los recursos de la fuerza humana, el más primitivo, impulsivo, rudimentario y brutal. Es
inseparable de la agresividad, de la destrucción, y se halla siempre asociada a la guerra, al
odio, a la dominación y a la opresión.
Las causas de la violencia pueden ser múltiples. En una visión de conjunto consideramos la propia conservación, el afán de distinguirse de los Otros y significarse frente a ellos,
la voluntad de poder y el gusto por la violencia. Todo comenzó por el hecho de que algunos
seres humanos, no contentos con la satisfacción de sus necesidades básicas, desarrollaron
su capacidad inventiva: descubrieron nuevas técnicas de trabajo que aumentaron sus rendimientos y se adjudicaron el derecho de propiedad de los mismos. De lo adquirido surgió
la propiedad heredada, que se defendió con el uso de la fuerza. Y donde había propiedad
3 Georges Bataille, La literatura y el mal, p. 108.
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creó fronteras y dio como resultado la competencia, el poder, la jerarquía, las enemistades,
la desconfianza, el juego de máscaras y engaños. En suma, la violencia es un engendro
cultural.
En América Latina, en particular, se habla del ejercicio de la violencia “socializante”
en todas las épocas: prehispánica, colonialista, imperialista o nacionalista, y de la violencia
impuesta por los modelos neoliberales. En todos los casos, asoma el problema central de la
legitimidad y el derecho como muros de contención que permiten encaminar las especulaciones ético-filosóficas en torno a la función de la violencia dentro de la dramaticidad histórica, y su interpretación como la condición humana que define al individuo en sociedad.
La violencia se ha configurado de muy diversas formas según sus objetivos y medios,
y se ejerce, con modalidades peculiares, en cada relación de poder que se establece en los
intercambios sociales. Según Gilligan,4 la violencia humana es más compleja, más ambigua
y, sobre todo, más trágica de lo que comúnmente estamos dispuestos a reconocer. El sufrimiento que conlleva suele ser intenso y devastador. De ello son testimonio los menores
maltratados, las personas torturadas, las mujeres y niñas violadas y millones de seres humanos que la han padecido por guerras, odios, delincuencia común y crimen organizado. De
más está decir que a muchos les ha costado la vida.
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Cabe añadir que la violencia puede correr a cargo de una sola persona, de parejas,
bandas y organizaciones sociales sumamente elaboradas. Estas últimas, denominadas delincuencia o crimen organizado, son uno de los rasgos característicos de la sociedad actual,
cuyo alcance es mundial, pues su funcionamiento delictivo dispone de enormes recursos
económicos, posesión y manejo de armamento altamente sofisticado, aparatos de intercomunicación de primera línea y empleo de vehículos y aeronaves de alta tecnología. Por ello,
cuando hablamos de violencia:
…nos referimos a las transgresiones o atracos cometidos por individuos o grupos
organizados con fines criminales que agravian el cuerpo, la vida y los bienes de otros
sujetos. También apelamos, constantemente, a la violencia en relación con las organizaciones terroristas que atentan contra sociedades y gobiernos, de igual modo
se piensa en la violencia cuando se invade militarmente o se hace la guerra entre
pueblos.5
Qué duda cabe, nuestro modo de vida ha cambiado de manera drástica en los años recientes: una globalización interiorizada, un acelerado proceso de individualización, una
4 Citado por S. García Silberman y L. Ramos Lira, Medios de comunicación y violencia, p. 23.
5 Marco A. Jiménez (editor), Subversión de la violencia, p. 18.
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sociedad de mercado, una cultura de consumo, la mediatización de la muerte como espectáculo en los medios de comunicación. Consecuencia de esa transformación es la pérdida del sentido de la convivencia. Existe entonces una dialéctica entre la cultura local y
la global, entre lo estético y lo vivido, entre la ficción y la realidad, y entre la violencia y
la hiperviolencia, caracterizada esta última por la sinrazón, la muerte sin sentido, la que
no causa pena a nadie, la que convierte a la muerte en una presencia cotidiana, la que se
realiza con absoluta impunidad, la que pasa por encima de todo y sobre todos, la que elimina al Otro como estorbo, como impedimento para la realización de nuestros deseos.
La hiperviolencia o la sinrazón de la violencia
La historia nos ha demostrado que la extrema violencia y la muerte prematura han acompañado al hombre de forma progresiva. Pero las recientes olas de terrorismo y otros tipos
de crímenes, las insurrecciones y la contaminación ambiental vuelven a hacer que nos
sobresaltemos, otra vez demuestran que la fértil imaginación y habilidad del hombre sigue
encontrando nuevos motivos y métodos para matar al prójimo y para destruir el planeta
que habitamos.
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Antiguamente la violencia y la codicia tenían consecuencias trágicas, principalmente para
las personas involucradas en sucesos históricos, sus parientes cercanos y sus vecinos. Sin
embargo, no amenazaban la totalidad de la especie humana y no representaban un peligro
para el ecosistema de la Tierra. Esto cambió radicalmente a lo largo del siglo XX. El rápido
avance de la tecnología, el crecimiento de la producción industrial, la explosión demográfica y el descubrimiento y desarrollo de la energía atómica han alterado para siempre la
ecuación.
Hay crímenes que han existido desde los primeros tiempos. El asesinato predomina entre ellos. Pero la esencia fundamental del crimen parece haber cambiado con el devenir
histórico, y ahora nos vemos rodeados por todo tipo de violencia, a veces inconcebible.
El crimen, el pensamiento sobre el crimen y el temor ante el crimen se adueñan de todo.
Las madres ahogan o queman a sus hijos. La iglesia católica oculta numerosos casos de
pedofilia. Los estudiantes disparan contra sus compañeros y maestros en la escuela. Desde
la infancia, hombres y mujeres aprenden a suicidarse en nombre de su dios, valiéndose
de aviones como letales bombas. En lugares públicos hay fanáticos que se hacen volar en
pedazos buscando matar a varias personas. Hombres que secuestran, violan, prostituyen y
asesinan a niños, mientras que empresarios de corporaciones perpetran fraudes multimillonarios y destruyen los ahorros de cientos de millones de empleados y accionistas de las
empresas a su cargo.
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Como señala el sociólogo estadounidense Peter Berger: la violencia es “la expresión abierta de
fuerza física en contra de Otros o de sí mismo, o la coacción para actuar en contra de la voluntad
de alguien por medio del dolor, o por heridas, o muerte”.6 La violencia avanza como pandemia
y afecta prácticamente a todas las culturas y a todos los individuos. La violencia existía, pero
no estaba con nosotros todo el tiempo o potencialmente a la vuelta de la esquina, como hoy.
El horror es siempre nebuloso, indefinible, incomprensible; sin embargo, se entenderá por
hiperviolencia la exacerbación de la violencia o violencia dura. Es decir, la hiperviolencia
se caracteriza por la sinrazón, por el homicidio sin ton ni son, por mera perversión. Todo
el mundo sabe que un muerto ya no cuenta. La proliferación del asesinato en nuestros días
genera una percepción de que a nadie le importa porque ya se hizo costumbre. Esto ocurre
porque el ser humano ha llegado a un punto en que la violencia es la característica que lo
define, debido a su penetrante agresividad, culto a la individualidad y creciente intolerancia.
La falta de credibilidad en las instituciones, la escasez de oportunidades, la absoluta impunidad, la serie de homicidios sangrientos que noche tras noche están presentes en nuestra recámara a través de la pantalla chica, han producido un vacío en donde la violencia
puede amplificarse sin límites hasta llegar a la hiperviolencia. La manera en que se plantea
el problema de la hiperviolencia ha obstruido el hallazgo de una solución; al contrario,
todo parece sugerir que la celeridad de la dinámica en la que crece y afecta la vida de los
individuos es tal, que resulta imposible imaginar siquiera las estrategias que lo resuelvan.
Cabe reconocer que el mundo se encuentra sumergido en un proceso de peligrosa involución civilizadora. Mientras que King Kong (King Kong, Cooper y Schoedsack, 1933) mostraba a una bestia que se enamoraba y deseaba humanizarse, los monstruos actuales son personajes en vías de animalización.
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El mal como tentación estética en la literatura
El mal fascina, tiene una suerte de aura seductora que ha ocupado la imaginación,
cuando no los delirios, de muchos creadores. La narrativa englobada bajo el rubro de
novela negra, novela policiaca, novela criminal o thriller es la heredera moderna de la
épica y la tragedia. La violencia ha sido temática obligada en la literatura de todos los
tiempos, sólo que ahora se centra en asesinatos callejeros. La violencia sin sentido sustituye a la lógica, e incluso la trama, fundamental en la novela clásica de detectives; se difumina para ceder protagonismo a un rompecabezas de escenas delirantes.
6 Peter Berger y Thomas Luckamann, La construcción de la realidad, p.15.
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En la buena literatura, como en la vida, resulta imposible saber por qué las personas actúan de una determinada manera. No saber nada de una manera completa,
definitiva, es una maldición difícil de sobrellevar, porque pone de manifiesto los
límites de la razón y lo arbitrario de nuestras opiniones… Y cuanto más se aleja un acto de la normalidad, más desearíamos explicarlo, entenderlo. Vanamente…
Ya que resulta difícil acercarse al porqué tendremos que buscar refugio en el cómo.7
Así identificamos en La virgen de los sicarios
de Fernando Vallejo y “Paseo nocturno” de
Rubem Fonseca, al acto violento como vínculo existente entre ambos relatos. Parodias
de thriller que tienen como hilo conductor a
la hiperviolencia, cuyo escenario es el espacio
urbano. De ahí que a toda ciudad, de acuerdo con el imaginario colectivo y de forma
maniquea, se le considere detentora y detonadora de los actos violentos de la sociedad.
La elección de la novela de Vallejo y el
cuento de Fonseca no es casual. Su voz desgarradora e irreverente, y su dominio de la economía narrativa, han convertido a estos escritores latinoamericanos en los mejores exponentes de la violencia, quienes han logrado trascender las fronteras de sus países de origen.
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Colombia y Brasil, Medellín y Río de Janeiro, son dos países y dos ciudades amenazadas
por la hiperviolencia. Dos ciudades que mantienen una relación entre la realidad extratextual
y la ficción literaria. La violencia extrema que ocurre en ambas metrópolis funciona como sinécdoque de cualquier ciudad del mundo, pues para el ejercicio de aquélla, no existen fronteras.
La virgen de los sicarios es una novela sobre el
regreso de un gramático a su ciudad natal, Medellín,
después de muchos años de ausencia, y del encuentro con una metrópoli compleja, caótica, violenta,
moderna, que ya no es ni la sombra de lo que él
conociera al partir: un presente tan fugitivo como
el pasado que busca recuperar. En esta narración
el recuerdo, como forma individualizada y descolectivizada de la memoria, crea el contraste con un
pasado que, si no era mejor, por lo menos ofrecía promesas de futuro, ante un presente
fragmentado.
7 José Ovejero, Escritores delincuentes, pp. 59-60.
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Por su parte, el industrial de “Paseo
nocturno”, jefe de familia y padre de dos adolescentes, un hombre y una mujer, es un asesino en serie, quien se encarga de eliminar a los
Otros: hombres o mujeres, ricos o pobres. Lo
importante es sentirse bien consigo mismo.
El título del cuento es el centro
de la narración y abre perspectivas sobre los imaginarios urbanos. En este
caso, “Paseo nocturno” nos centra en un acto violento que se realiza por la noche.
Efectivamente, el narrador es una “criatura de la noche”, como metáfora de lo invisible y de ruptura de la norma. En el relato se ha privilegiado la ciudad de los seres de
la noche que la recorren bajo la protección de las sombras, porque la noche es tiempo de reposo, pero también tiempo de inseguridad, de misterio y de crimen. Y esta escenografía configurada por la ciudad y la nocturnidad aparece impregnada por una
fascinante ambigüedad moral, opuesta frontalmente a la ideología de la seguridad.
Ambas historias revelan que ni las desigualdades de clase social ni la formación educativa son factores determinantes para el ejercicio de la violencia criminal en el espacio urbano.
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Los dos relatos rompen con los estereotipos de los asesinos: los sicarios asesinan porque les pagan para ello, pero también matan a todo aquel que les disgusta o estorba. El industrial
de “Paseo nocturno” asesina por catarsis, por placer. En ambos casos los asesinos no son elitistas, son demócratas del homicidio y matan tanto a ricos como a pobres, a hombres y a mujeres.
Armas como el automóvil en “Paseo nocturno” y la pistola en La virgen de los sicarios
son sustitutos de las carencias emocionales de los personajes, una prolongación de sus cuerpos y un medio de acercarse a los Otros, con quienes se relacionan de manera brutal. Los
sicarios fungen como ángeles exterminadores, son contratados por los capos del narcotráfico para cobrar las deudas incobrables, en tanto el narrador protagonista de “Paseo nocturno” asesina simplemente para liberar tensiones, para satisfacer una sexualidad reprimida.
Al observar a los homicidas Alexis y Wilmar en La virgen de los sicarios, y al industrial
anónimo en “Paseo nocturno”, vemos que vacilan entre el deseo de esconderse y el de
mostrarse al ejercer la violencia. Mientras a los sicarios no les importa ser vistos porque
matan a la luz del día, el industrial siempre busca actuar de noche, esconderse, permanecer
de incógnito. Sin embargo, para los unos y el otro sólo existe la hiperviolencia que se ejerce
fatalmente contra los demás, la vida ya no se respeta y la muerte se convierte en performance.
Los criterios del peligro y la prudencia desaparecen, así se instala la banalización del crimen.
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Fronteras de tinta / La hiperviolencia o el Otro como estorbo
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
Tanto la novela corta de Vallejo como el cuento de Fonseca
cumplen con la antítesis de la estética del dulce desenlace. Son obras
donde no hay esperanza ni respiro,
cuya escritura es un mundo poblado de personajes extraídos de la realidad más sórdida, quienes ejercen
una violencia sin sentido, porque
sólo importa la inmediatez. A ellos
no les preocupa la justicia, saben de
antemano que su administración es
una soberana tomadura de pelo.
La virgen de los sicarios y “Paseo nocturno” funcionan como una caja de resonancia de
lo que está sucediendo en el mundo. Al re-presentar nuestra vecindad con el mal —la de
hombres y mujeres que viven en sociedades desiguales, acumulando frustraciones y resentimientos—, ambas historias ofrecen una imagen con fines de diagnóstico que nos permite
reinterpretar eso que llamamos “realidad”. Expresiones literarias que muestran cómo la escritura nos lleva a meditar sobre un fenómeno que en la actualidad se ha vuelto tan cotidiano.
Apoyados en el dinamismo de la reiteración, la hiperviolencia es el leitmotiv de ambos relatos. La violencia es un asunto tan viejo como el mundo, plantea problemas de conducta a nivel de Estado, de las colectividades, de los individuos. Estamos en un callejón sin salida, donde el antídoto es la violencia misma. La virgen de los
sicarios y “Paseo nocturno” narran una sociedad donde el pan nuestro de cada día es el
homicidio, el terror, un mundo ya no de posibilidades malignas, sino de realidades malignas, de tal suerte que resulta difícil discernir entre realidad y ficción. La hiperviolencia no sólo sucede en la ficción. No son imaginaciones ajenas a la realidad del mundo; por el contrario, muestran la metamorfosis de los comportamientos violentos.
En los anteriores ejemplos literarios —en el mundo de las letras existen muchos
más— vemos que pese a que el problema del mal puede formularse en el arte, parece
—igual que lo vivimos en la llamada realidad— no tener respuesta alguna, pues es en
el drama humano muestra de su insatisfactoria y descontenta postura frente al destino.
Si tenemos a la vista la representación del mal en el arte —escribe Safranski— y también
al mal para el arte, o sea, la tribulación que los riesgos de la imaginación provocan en
aquél, por el peligro de lo aniquilante y de la nada, desaparece fácilmente de la mirada
lo más obvio, y se nos escapa la profunda y fundamental seguridad de que el arte está
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unido a la idea de lo bello. El arte es bueno, se dice, porque lleva a término el prodigio artístico de conseguir que la belleza aparezca como verdadera y la verdad como
bella.8
Al respecto, Vargas Llosa afirma:
Recuerdo haber leído, en las páginas iniciales de un libro de Merlau-Ponty, que la
violencia casi siempre era bella en imagen, es decir en el arte, y haber sentido cierta
tranquilidad. Tenía entonces diecisiete años y me asustaba comprobar que, pese a mi
naturaleza pacífica, la violencia explícita o implícita, refinada o cruda, era un requisito
indispensable para que una novela me persuadiera de su realidad y fuera capaz de
entusiasmarme. Aquellas obras exentas de alguna dosis de violencia me resultaban
irreales (he preferido siempre que las novelas finjan lo real así como otros prefieren
que finjan lo irreal) y la irrealidad suele aburrirme mortalmente.9
De tal suerte que no podemos sustraernos a la fealdad de la violencia gratuita, porque como quiera que sea, conserva su fuerza de atracción, aunque sólo se experimente en
el sentimiento abismal de culpa y vergüenza. La literatura derriba el orden aparente de la
realidad porque contar historias es una manera de entender el mundo.
Pintar la violencia
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
Según Jacques Lacan, el célebre psicoanalista que perfeccionó las teorías de Freud, el vínculo entre arte y violencia ha sido una constante en la historia de la cultura, ya que el artista
representa su realidad. El artista, además, no necesita de paliativos para suavizar la violencia, sino exponerla en todo su esplendor; por ello, cada vez existe un arte más crudo.
El filósofo italiano Gianni Vattimo ha reflexionado a fondo sobre la relación entre
arte y violencia, y su conclusión es que ambos conceptos son inseparables. Vattimo ha
afirmado que sólo puede hablarse de arte y violencia situándose en el marco de la responsabilidad civil del arte, “que empezó a ser una creencia compartida en el siglo XX. Las
vanguardias fueron la expresión del abandono de la neutralidad artística”.10
8 R. Safranski, El mal o el drama de la libertad, p. 201.
9 M. Vargas Llosa, La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary, p. 23.
10 Cfr. Marco Cordero, “El arte y la violencia”, El porta(l) voz. Autorretrato de la cultura iberoamericana,
http://www.elportalvoz.com/
Fronteras de tinta / La hiperviolencia o el Otro como estorbo
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El arte, entonces, puede asumir el compromiso de promover la libertad y la no violencia. Y de allí surgen dos niveles en que éste puede contener o incluir la violencia: “Podemos hablar de arte violento, es decir, de obras que incluyen escenas de crueldad —explica
Vattimo— o de un arte que denuncia la violencia social y pública. Es decir, el arte comprometido, como lo entendía Sartre”.
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Para él, una obra de arte puede provocar al menos dos tipos de sensación: extrañamiento y tranquilidad. Y entre ambas se juega el equilibrio: “Las obras que no son tranquilizadoras, que no ayudan a dormir, ésas que provocan un choque y que nos sacan del
horizonte familiar, son aquellas que logran crear un mundo, una nueva forma de ver el
mundo. Eso es Shakespeare, es Dostoievski, Thomas Mann”. Y añade: “Un poco de disturbio de nuestra tranquilidad es necesario, de lo contrario no pasa nada”. La experiencia de la
violencia en el arte es la capacidad de transformar: “La violencia interior de la obra no
puede separarse, sin embargo, de la exterior,
de la social, a la que la obra evoca. Una obra
de arte debe ser un choque, una verdadera
experiencia”.11
En el momento en que se hace, el arte
no tiene ningún efecto. Más adelante, cuando los medios de comunicación ya no hablan
de ciertos acontecimientos y la gente los olvida, el arte existe como una suerte de acusación permanente. Ésa es su fuerza. Podríamos
citar La libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix (1830), donde la emancipación en forma femenina avanza sobre cadáveres apilados. Podríamos preguntarnos si realmente se
representa a la libertad o a la violencia donde
ésta se funda. Por otra parte, Pablo Picasso
en su obra titulada Guernica (1937), representa una de las batallas más sangrientas del
proceso de la Guerra Civil Española. Este
arte pictórico retrata la violencia y la forma
que adquiere a través del poder.
El tema de la violencia también está presente en la obra de Fernando Botero quien,
preocupado por los problemas que enfrenta Colombia, su país, ha creado una muestra
11 Ibidem.
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Fronteras de tinta / María Guadalupe Pacheco
pictórica excepcional en la que el artista refleja las horrorosas consecuencias de ese flagelo.
Como muestra tenemos Masacre de los inocentes (1960), en la que siete personas son fusiladas
a quemarropa, dos son mujeres y todavía resta un hombre por terminar de caer. Cuando
caiga el último, probablemente, ya estarán todos muertos. La escena es sanguinaria: están
todos maniatados, algunos tienen los torsos desnudos y las balas incrustadas en sus pechos
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
La violencia como estética en la pintura no es algo nuevo, y demuestra el conflicto
del hombre y su lucha contra las estructuras de poder que él mismo creó.
La hiperviolencia como espectáculo en los medios de comunicación
Mediante la representación artística, la hiperviolencia es sublimada. El arte permite a los
seres humanos dominar precisamente sus miedos. La literatura, la pintura, el teatro, la escultura, el cine, la fotografía, un video o cualquier representación estética de la violencia
extrema significa evocarla, hacerla presente.
En los medios de comunicación, la fotografía comparte dos mundos: el de la tecnología, por un lado, y, por otro, el del arte. Sin embargo, las artes plásticas no aceptaron esto
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de manera inicial y vieron a la fotografía
con distancia. De la misma manera, el
fotoperiodismo se divide entre la tarea
de la información y la tendencia a la representación artística. Lógicamente, en la
información lo más importante es aquello
que es anunciado como generador de la
noticia. Empero, el profesional es aquel
que sabe tener en cuenta las dimensiones
estéticas entrelazadas con la información.
De tal suerte que la fotografía también da
cuenta del horror de la violencia amalgamada con el arte.
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Como ya se ejemplificó líneas arriba, la literatura en general ha utilizado la violencia a lo largo de su historia. Sea
épica, histórica, infantil, romántica o ciencia-ficción, la novela
y el cuento han sido, antes que los hoy llamados medios de
comunicación, representaciones de la realidad violenta. En la
prensa, la radio y la televisión, la hiperviolencia es cada vez
más una constante, y aunque ha estado presente siempre, hoy
los medios la venden como espectáculo. Porque, como se
sabe, la violencia engendra violencia, pero también ganancias
para la industria de la violencia que la ha convertido en objeto
de consumo.
Pese a la controversia, aún no resuelta, sobre si los medios fomentan o no conductas violentas, es incuestionable el
hecho de que un porcentaje elevado de su programación contiene violencia. La mayor parte de las notas informativas sobre
la “realidad” que aparecen diariamente en los medios aluden,
de alguna manera, a la violencia, sobre todo a aquélla aderezada con el asesinato individual o en serie. La televisión, por
su parte, también empapa de sangre sus programas de ficción,
desde telenovelas hasta series policiacas. “La televisión muestra otros mundos y ofrece la posibilidad de vivir otras vidas.
Eso sí, a costa de dejar de vivir la propia”.12
11 José Sanmartín Esplugues, Reflexiones sobre la violencia, p. 355.
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Fronteras de tinta / María Guadalupe Pacheco
Asimismo, la mayoría de los videojuegos incluyen violencia. “La mayor parte de las acciones a desarrollar durante el juego son violentas: destruir, matar, atacar, eliminar (al
Otro), y tal tipo de acciones son las requeridas para lograr el
triunfo o alcanzar la meta del juego”.13 A través de esto, la
violencia también se convirtió en juego y los niños se divierten haciendo de killers, con pistolas de juguete o reales y con
medias en la cabeza para ocultar su identidad.
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Por otra parte, la violencia es una cuestión de estética
en la realización cinematográfica. El séptimo arte funciona
como un factor generador de crítica donde la sociedad encuentra un asidero para sus más fervientes deseos y fantasías,
entre ellos la violencia reprimida y sublimada tanto de los
actores sociales como del Estado y sus instituciones.
Cabe señalar que entre diciembre de 1919 y enero de 1920 se rodó en
Berlín la película fundacional del cine
expresionista alemán El gabinete del doctor
Caligari, dirigida por Robert Wiene, que
mostraba los asesinatos que un feriante
nómada, el doctor Caligari, hacía cometer a su médium Cesare, sometido a sus
órdenes hipnóticas. El obeso Caligari y
el flaco Cesare componen un dúo en el
que el primero actúa como fachada y el
segundo encarna su trastienda inconfesable. Son, en pocas palabras, el doctor Jekyll y Mr. Hyde disociados. Caligari exhibe a
Cesare durante el día y éste comete asesinatos durante la noche. Esta dualidad corresponde
también a una división del trabajo social entre el poder y su ejecutor. Para algunos esta
complementariedad ilustraría la lógica de los contrarios, según la cual toda virtud incuba la
semilla de su corrupción.
En La naranja mecánica (1971), la novela de Anthony Burguess, que terminó convertida en filme por Stanley Kubrick, se presenta la violencia como la característica más
reveladora del libre albedrío del ser humano. Ciertamente, la libertad ha estado ligada a la
13 S. García Síberman y L. Ramos Lira, op. cit., p. 226.
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Fronteras de tinta / La hiperviolencia o el Otro como estorbo
bondad, la verdad y la belleza. Sin embargo, muy distinto es el libre albedrío, que podría definirse como
esa capacidad del ser humano de elegir cuanto le
venga en gana. Y la violencia es el mejor ejemplo.
Hacer el mal, en vez del bien, significa que la naturaleza del ser humano es libre y no condicionada.
En La naranja mecánica, por lo tanto, el conflicto central se basa en que el protagonista, encerrado
en la cárcel por sus costumbres ultraviolentas, se somete a un plan que le cortará su posibilidad de hacer
el mal. Sin embargo, este procedimiento, a pesar de
que suponía “un bien” (ya que queda incapacitado
para seguir conductas violentas), se convertirá en la peor violación de sus derechos. Sin
duda, un mensaje bastante polémico, pero profundo.
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
Es de hacer notar que Burguess escribió esta novela a partir de su propia experiencia
con la violencia: unos delincuentes habían ingresado a su hogar, lo amarraron y violaron
a su esposa embarazada, quien consecuentemente perdió al bebé; tal escena, aunque con
variantes, fue incluida en la novela.
Por otro lado, Colombia es quizá el país latinoamericano que más ha sufrido por violencia en los
últimos años. Y no es de extrañar que la llamada “novela de la violencia” surgiera allí. Conspicuo ejemplo
de este género que ejemplifica la hiperviolencia es
el filme Satanás, primer largometraje de Andrés Baiz
estrenado en junio de 2007 y protagonizado por el
actor mexicano Damián Alcázar; está basado en el
libro de Mario Mendoza que a su vez se fundamenta
en los hechos ocurridos en el restaurante Pozzetto de
Bogotá, donde el 5 de diciembre de 1986 un ex combatiente de la guerra de Vietnam, llamado Campo
Elías Delgado, masacró a varias personas que se encontraban en el lugar después de haber asesinado a
su madre y a otras personas cercanas a él. La versión
cinematográfica de dicha novela resulta controvertida y, en ocasiones, incómoda. Retrata el proceso de descomposición social y moral de una
ciudad como Bogotá. Su población vive en un estado de tensión permanente con un nivel
de violencia extrema y generalizada.
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Fronteras de tinta / María Guadalupe Pacheco
La historia de un mexicano que retorna a su país desde
Estados Unidos y encuentra a
su pueblo natal corroído por los
cárteles de la droga es el eje de
El infierno, de Luis Estrada, una
película satírica que logra arrancar carcajadas, pese a su brutal
descripción de la violencia del
narcotráfico.
Decapitaciones,
mutilaciones y la corrupción de
funcionarios, desde policías locales hasta investigadores federales,
son el trasfondo del filme. Esta película nos obliga a mirar que estamos a un paso de
llegar a matar, a desaparecer al Otro porque nos estorba para conseguir nuestros fines.
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
El cineasta mexicano Michel Franco ha conseguido dejar sin aliento al público con
la proyección de Después de Lucía, una cinta en la que muestra la extrema crueldad de un
grupo de adolescentes hacia una compañera de escuela. Cuenta la historia de Ale (Tessa
Ia), una chica cuya madre acaba de morir en un accidente de tránsito y su padre (Hernán Mendoza), dolorido y “muerto en
vida”, que decide cambiar de ciudad y
empezar de nuevo, pero todo se complica cuando la niña ingresa en una
escuela de alto nivel donde sus compañeros la someten a un brutal bullying.
El que ejerce el bullying lo hace
para imponer su poder sobre el Otro
a través de amenazas, insultos, agresiones, vejaciones y así tenerlo bajo su
completo dominio a lo largo de meses
e incluso años. La víctima sufre maltratos e intimidaciones que le causan dolor, angustia, miedo, a tal punto que puede llevarle a consecuencias devastadoras. El acoso en las escuelas ha cambiado, ahora es un proceso en el que
sistemáticamente eliminan al Otro. En la película también se muestra la permisividad con la
que se acepta que los adolescentes ingieran drogas y la inutilidad de recurrir a las autoridades o
apelar a las leyes para atajar la hiperviolencia. Un drama que de un modo u otro atañe a todos.
Cine y violencia continúan siendo un binomio inseparable desde el nacimiento del
cinematógrafo, aunque las películas de ahora se caracterizan por representar escenas
Fronteras de tinta / La hiperviolencia o el Otro como estorbo
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hiperviolentas, con un referente extratextual anclado en acontecimientos reales. Respecto a
la violencia como espectáculo en el cine, Olivier Mongin señala:
Estamos ante un círculo vicioso que duplica el primer círculo de la violencia: cuanto
más fuerte es la violencia, cuanto más natural y no construida, más da lugar al espectáculo que
el individuo contempla con indiferencia. La violencia más dura es paradójicamente la más
indolora: deja insensible al espectador. Mientras que la violencia se muestra enloquecida en
las pantallas, el espectador cree equivocadamente que ha logrado erradicarla por sí mismo.14
Si la razón de la violencia es la combinación de factores negativos entre el individuo y la
sociedad; si las razones más comunes de la violencia son el abuso en el consumo del alcohol y
drogas, la permisividad y excesiva tolerancia frente a la posesión de armas de fuego y la propagación indiscriminada de imágenes violentas o delictivas por los medios de comunicación, no
tendría que llamarnos la atención descubrir las huellas de la violencia en las notas musicales.
Y si hablamos de hiperviolencia, la podemos encontrar como ruido estridente en
antros, fiestas y reuniones cuyos decibeles llegan a molestar el oído de quienes la escuchan. También se utiliza como ruido para disimular la violencia verbal que llega hasta el
asesinato. Otro tipo de violencia se encuentra en las letras de ciertos estilos musicales,
principalmente en el vallenato, reggaetón, hip hop y narcocorrido donde se insulta, discrimina, asesina y sobresale el machismo; se llega a la violencia contra el narrador mismo.
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
La letra y música de la canción No dudaría de Antonio Flores es una expresión de sus sentimientos. Una canción en la que nos muestra el arrepentimiento del personaje, su alter ego,
de cómo vivió su vida, de cómo trató y maltrató a su familia y de lo que daría por poder arreglarlo y hacer olvidar el dolor que infligió. La interpretación es de su hermana Rosario Flores:
Si pudiera olvidar
todo aquello que fui
Si pudiera borrar
todo lo que yo vi
no dudaría
No dudaría en volver a reír
Si pudiera explicar
las vidas que quité
Si pudiera quemar
las armas que usé
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Prometo ver la alegría
escarmentar de la
experiencia
Pero nunca, nunca más
usar la violencia
Si pudiera lograr
apartarlo de mí
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Si pudiera sembrar
los campos que arrasé
Si pudiera devolver
la paz que quité
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Si pudiera olvidar
aquel llanto que oí
Prometo ver la alegría
Escarmentar de la experiencia
Pero nunca, nunca más
usar la violencia
14 Olivier Mongin, Violencia y cine contemporáneo, p. 134.
Fronteras de tinta / María Guadalupe Pacheco
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Antonio Flores se suicidó el 30 de mayo de 1995, dos semanas después de que muriera su madre Lola Flores, “La Faraona”. La
reconocida cantante y actriz española fue un apoyo constante en la
vida de Antonio; gracias ella, logró salir del mundo de las drogas.
Rolas como ésta son muestra de que a pesar de todos los pesares
todavía podemos estar esperanzados en alcanzar un mundo mejor.
La hiperviolencia en Internet
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
Durante la primera década del siglo XXI empezaron a circular en la red de redes videos que
contienen escenas hiperviolentas, en los que el
espectador es testigo de torturas, violaciones y
degollaciones auténticas. Evolución digital de
las snuff movies, o del hyper-hard pornográfico,
estas grabaciones del sufrimiento, de la humillación y finalmente de la muerte —real, no simulada— de un ser humano, hoy pueden ser contempladas en la red sin ninguna restricción. La
realidad ha sustituido progresivamente a la ficción. Una violencia y un horror que expresan
la crueldad en estado puro.
Los primeros videos de esta naturaleza datan del año 2000. Reproducen las
imágenes de malos tratos y asesinatos
de civiles durante los enfrentamientos
en Chechenia. Es el inicio de la “realidad-horror” multimedia. Les seguirían,
entre otros tantos, aquellos en que el
ejército de Estados Unidos descubrió,
en mayo de 2004, unas fotos de soldados estadounidenses que maltrataban
y humillaban a detenidos iraquíes en
la prisión de Abu Grhaib y las difundieron por la cadena de televisión CBS y por Internet. O la del ahorcamiento de Sadam
Hussein el 30 de diciembre de 2006.
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Fronteras de tinta / La hiperviolencia o el Otro como estorbo
En México, corrupción, tráfico de drogas, asesinatos por encargo, violaciones y secuestros están a
la orden del día. El 30 de agosto de 2008, once sicarios fueron decapitados vivos en el estado de Yucatán.
Los “verdugos” no se conformaron con torturarlos y
decapitarlos, fueron más allá: inmortalizaron las escenas de sadismo en video y las subieron a YouTube. Los
gestores del portal, horrorizados, lo retiraron a los
pocos minutos. Cuando se transforma en sadismo la
violencia asesina de los cárteles de la droga y del crimen organizado se comprueba que el
mal aún no ha llegado a su límite.15
Es como si ya no existiera diferencia entre la ficción y la realidad; una vez que se ha
adquirido la costumbre de admirar imágenes de extrema violencia, ¿por qué contentarse con la “ficción-horror”?, ¿con un horror de ficción? ¿Por qué no acceder al
horror real? En efecto, podemos preguntarnos si la ficción no es el preludio, la vía de
acceso, en cierta manera, a la “realidad-horror”16
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
En este orden de ideas, en la red se publicó la masacre de Aurora, un caso de asesinato masivo ocurrido el 20 de julio de 2012 durante el estreno del la película The Dark
Knight Rises (Batman: el caballero de la noche, en español), de Christohper Nolan, en el
condado de Aurora, Colorado.17
Fue un ataque armado en un cine, el
cual dejó 12 muertos y 59 heridos; un total de 71 víctimas. El agresor, de 24 años de
edad, fue identificado como James Eagan
Holmes, estudiante de medicina de la Universidad de Colorado, inmediatamente detenido tras la masacre. El jefe de la policía
Dan Oates dijo que el sospechoso utilizó un
fusil semiautomático AR-15, una escopeta
Remington calibre .12 y una pistola calibre
.40 para disparar contra la multitud.
15 Alex Mac Kenzie, “11 sicarios decapitados”, ¡Por Esto!, http://poresto.net/yucatán.php
16 Michela Marzano, La muerte como espectáculo, p. 40.
17 “Batman: La masacre de Aurora (el atentado)” www.taringa.net/.../Masacre_-14-muertos-enun-tiroteo-en-el-estreno-de-Batman.html
Fronteras de tinta / María Guadalupe Pacheco
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El comisionado del Departamento de Policía de
Nueva York, Ray Kelly, afirmó que James, con el pelo
pintado de anaranjado, se identificó como El Joker, obviamente el enemigo de Batman, caracterizado por ser
un maniaco y psicópata criminal, quien sólo busca provocar el caos y destrucción sin miramientos
ni piedad. Imposible determinar si el comportamiento de Holmes fue resultado de estrés, de drogas, de desequilibrio mental o parte de una actuación.
La frontera entre ficción y realidad es cada vez más ambigua, de tal manera que el
espectador pierde la conciencia de lo real, se acostumbra a todo, incluso a la muerte convertida en espectáculo, lo que da por resultado la indiferencia total.
El ordenador se convierte así en espectáculo, y el espectador participa en ello activamente por medio de “prótesis”: teclado, ratón, palancas, guantes y otros sensores. A
partir de ahí, los internautas se acostumbran a aceptar la violencia como una manera
de vivir y algunos ya no experimentan ninguna repugnancia o repulsión al verla. Mediante la experiencia continua de los videos bárbaros, las sensaciones de asco y de
repulsión de los individuos se vuelven cada vez menos fuertes. Entonces es cuando
la compasión humana se entumece.18
Número 2, diciembre 2012- marzo 2013
Luego de este recorrido podemos concluir que la estética de la hiperviolencia permite a los seres humanos dominar y sublimar sus miedos. Tanto si se trata de una pintura,
una película, una novela o un video, una representación es el resultado de una elección.
Representar un objeto no significa únicamente copiarlo o convertirlo en imagen, sino darle
un valor, animarlo; es evocarlo, hacerlo aparecer, volverlo presente.
Cabe recordar que la violencia no es exclusiva de los espacios marginales y empobrecidos de las sociedades, sino de cualquier entorno cultural: la violencia está presente en los
anuncios radiales, en la series de televisión, en el debate político, en los videojuegos y en un
largo etcétera. Nos acostumbramos al horror y a las formas convencionales de representarlo, donde lo que importa es exterminar al que estorba. El Otro sólo es un obstáculo que
hay que apartar, enemigo a derribar.
La no violencia contempla que el destino último del hombre está relacionado felizmente con la erradicación final de la violencia sobre la faz de la Tierra. Sin embargo, la
cruda realidad nos demuestra día con día que la violencia es inevitable y nuestra vida no es
más que un simple transcurrir entre varias formas de violencia y nada más. No hay un fuera
de la violencia, todo es violencia, y cualquier intento de salida se reduce al proyecto de una
utopía o “posición reduccionista”.
18 Michela Marzano, op. cit., p. 44.
Fronteras de tinta / La hiperviolencia o el Otro como estorbo
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Mac Kenzie, Alex, “11 sicarios decapitados”, ¡Por Esto!, http://poresto.net/yucatán.php, 2
de septiembre de 2008.
Todas las imágenes aparecidas en este texto fueron tomadas de: www.bing.com/
images/search, marzo de 2012.
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