Hilvanar la página. Emprendiendo la consecución de una definición

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A Parte Rei 69. Mayo 2010
Hilvanar la página.
Emprendiendo la consecución de una definición adecuada de emoción.
Érika Molina García
Existe, quizás, la experiencia mística, y existen,
seguramente, las grandes penas y las grandes alegrías, y
existe el arrobamiento estético en donde la distancia
entre el percipiente y lo percibido, según algunos dicen,
se esfuma. Pero por esto, tales experiencias resultan
inefables quedando fuera de toda teoría. Y como aquí no
se trata de dejar la página en blanco, hemos de prescindir
de ellas.1
La opinión expresada en esta cita es común, y no sólo en filosofía, ni sólo para
las grandes conmociones sentimentales del ánimo, sino que para casi todas ellas. Se
acostumbra, en la ciencia y la cotidianidad, negar al aspecto emotivo de la vida toda
racionalidad precisa y, con ello, toda posibilidad de transmisión lingüística fehaciente,
así como todo discurrir teórico estricto, a través de la asociación inconmovible entre
pensamiento, lenguaje y comunidad de conocimientos, que hace de fundamento en la
filosofía toda. En efecto, no se ha podido jamás pensar la posibilidad del lenguaje sin
el pensamiento, ni viceversa, y asimismo, jamás se ha postulado otra posibilidad de
transmisión de conocimientos o pensamientos, que a través del lenguaje, a la vez que
se caracteriza a ambos –pensamiento y lenguaje- con el adjetivo de racional,
atribuyéndoles la cualidad de estar determinados de tal manera que sus leyes son de
hecho, con algún esfuerzo científico, descifrables por nosotros, seres, a nuestra vez,
racionales.
Con esta visión de mundo se da cuenta pobre o nula, entre otros, de los
fenómenos emotivos de la vida, cuya existencia es verificable sin ningún esfuerzo, de
ninguna clase, en cualquier segundo del día. Esperando suplir esta penuria, ante una
filosofía que se autolimita compulsivamente a cada momento, como si con eso fuera a
darse validez o imperio sobre el resto de ámbito tematizable que le resta, la ciencia
positivista, a través de la psicología, y más recientemente, a través de las teorías
cognitivistas, hacen malabares, a su vez insuficientes, que acaban extraviando el
camino al punto de considerar a las emociones, como poseedoras de una racionalidad
mecánico-causal, que es la única que parecen comprender. Esta visión y las demás
posibilidades, se verán tratadas a lo largo de todo el trabajo.
Por otra parte, en filosofía, la preocupación por este problema, cuando mucho,
llega a la descripción de las circunstancias en las que surge una determinada
emoción, para su posterior manipulación; esto es lo que hace Aristóteles (384 a.c.-322
a.c.) en el segundo libro de su Retórica2, con el fin de la sugestión y dominio del
auditorio en la oratoria, y lo que pretende cada persona al acudir al psicólogo la
mayoría de las veces, cuando no al psiquiatra, para alterar sus emociones de manera
definitiva e indiscriminada. El fenómeno de la experiencia emotiva correspondería, por
tanto, a primera vista, o mejor dicho a la vista de la discriminación efectivamente
1
Menanteau, Ramón. El conocimiento, la acción y la esperanza. Lecciones Posliminares de
Filosofía. Publicaciones especiales de la universidad de chile N° 45 serie ensayos 2ª. Edición,
1991
2
Aristóteles. Retórica. Traducción de Quintín Racionero. Editorial Gredos S. A., Madrid, 1990.
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1
Érika Molina García
hecha, a una instancia vital opuesta al pensamiento, que se presenta justamente
cuando éste se debilita, y que comprendería una amplia gama de actitudes no
evidentemente racionales, desde los sentimientos de estímulo adyacente, es decir las
penas, las alegrías, etc. estimuladas casi en el mismo instante en que aparecen, hasta
los temples duraderos que nos acompañan cada segundo del día.
En esa apreciación común, se encuentran confundidas toda clase de
distinciones teóricas, sin embargo, esto no se soluciona -así como ningún problema
terminológico en filosofía- haciendo una amalgama de opiniones anteriores, puesto
que, a pesar de todo, la tendencia destacada en la cita, no siempre se ha traducido en
una falta de tratamiento, y más bien, el tema ha arribado, a través de las épocas, en el
seno de la filosofía contemporánea, a importantes debates sobre la posibilidad y el
modo de su estudio, si bien las conclusiones de la filosofía como disciplina no se filtren
al parecer común con la facilidad con que lo hacen las creencias científicas. Dicho
debate subyacente -porque, eso sí, no existe una correspondencia, ni una polémica
muy famosa, respecto a este tema, lo que ha de responder a la secundaridad con que
se lo trata-, conlleva incluso la falta de consenso respecto al significado mismo de la
palabra emoción. Para algunos, como para Heidegger, será algo tan preciso,
fundamental y vitalmente permanente, que habrá de ser responsable de la
preeminencia del Dasein sobre los demás entes3, preeminencia que es postulado
central en su sistema, mientras que para otros muchos no será siquiera necesario
mencionar el tema en un plan explicativo de la realidad, dado que corresponde a una
instancia aislada, esporádica y, aún, eludible de la vida. Habrá que conseguir entonces
una definición adecuada de emoción y determinar cuán importante es su estudio.
Pero antes, pensemos, ¿Por qué uso aquí la palabra emoción, y no en su
lugar, afecto o sentimiento? No hay motivos muy escolares para ello, sino sólo el
advertir el ajuste de esa palabra a la idea que expreso, a través del uso general del
adjetivo emocional, para ciertas situaciones que son las que yo intento nombrar. Esta
misma razón es la que sustenta el que no hablemos, desde un comienzo, de temple
anímico, por ejemplo, sino sólo cuando nos refiramos a la doctrina heideggeriana,
pues no usamos cotidianamente demasiado el vocablo temple, aunque de hecho
pudiera referir con precisión lo que queramos decir. Ocupo pues, para comunicar
mejor, las palabras en la medida que se ajustan al uso diario del lector. Observemos,
por ejemplo, lo siguiente: si decimos que alguien está solucionando un asunto
sentimental, pensamos rápidamente que se trata de su relación de pareja, o de sus
sentimientos amorosos por alguien; si, por otra parte, decimos que alguien tiene un
problema afectivo, se nos viene bien pronto a la cabeza, que ese alguien recibió poco
cariño, poco afecto, cuando pequeño, o algo por el estilo; si, por último, hablamos de
una cuestión, problema o asunto, emocional, nuestra perspectiva se amplía, y no nos
queda muy claro si esas emociones son “buenas” o “malas”, si se trata de un enojo,
una pena o una alegría. La palabra emoción, venida del adjetivo emocional, conserva,
así, la generalidad de éste, pues no se ha monopolizado un contenido, como sí lo ha
hecho sentimiento, o aún más, afecto, palabra con la que suele nombrarse una
especie muy determinada no amorosa de cariño.
Por otro lado, etimológicamente4, emoción se familiariza con conmoción, pues
en latín no se dice, en general, sino de esa manera; si se pretende, en cambio,
nombrar una emoción específica, entonces, tal como en castellano, se recurre a
sensa, -ôrum, lo cual significa sentimientos y pensamientos. Así, conmoción,
3
Heidegger, Martin. Ser y Tiempo. Traducción de Jorge Eduardo Rivera. Editorial Universitaria,
Santiago de Chile, 1997. § 29. El Da sein como disposición afectiva. El Dasein es preeminente
porque se encuentra a sí mismo, y se encuentra a sí mismo en la disposición afectiva, que es
uno de los significados filosóficos que tiene la emoción.
4
Diccionario Spes. Ediciones Bibliograf, S. A. 8° edición, 1971
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constituye una posible nominación, del estado de ánimo, pero en nuestro idioma esa
nominación se torna, por el contrario, demasiado específica, dado que para nosotros
esa palabra es usada sólo cuando una emoción muy fuerte nos sobreviene, tan fuerte
que nos con-mociona, es decir, nos produce efectos corporales evidentes; este efecto
no se da en todas las emociones claramente discernidas, ni menos en los estados
duraderos de ánimo que es difícil discernir, y de hecho, sólo parece presentarse en las
emociones tristes, como la pena, la nostalgia o el miedo.
Existe también en latín la palabra permôtio, -ônis, la cual, al igual que
conmoción, indica una generalidad emotiva, y además permite distinguir nuevos
elementos de la emoción, gracias a la partícula per-, la cual indica un destino, un hacia
donde, y en ese sentido un por qué, e incluso una completitud del movimiento en algo,
un fin; pero también un cómo, unos medios determinados. Sin embargo, no existe en
castellano una palabra tal que reproduzca fielmente ese sonido, algo así como “permoción”, ni es conmoción la manera más prístina de referirnos al asunto, por ello, nos
resta emoción, que no es, aunque parezca, una buena opción sólo por descartar a las
demás. Tanto emoción, como “permoción”, y conmoción encierran un enriquecimiento
del significado del movimiento en sus respectivas partículas. Cum- puede tener el
usual sentido castellano de la preposición con, sentido al que apelaba cuando indicaba
la perturbación del cuerpo, del cuerpo acompañando la emoción anímica, o bien puede
estar refiriendo a su sentido latino de cuando, y así puede estar también indicando la
causa de la emoción, de una manera temporal-causal, señalando la situación en que
se da la emoción, cuando sucede tal cosa y no otra.
Pero, por su parte, emoción (lat. êmoveo), no tenía un uso latino muy parecido
a su uso en el castellano, y sólo se ocupaba para nombrar cierta clase de movimiento
hacia fuera, un alejar, echar, o disipar, en el cual era irrelevante si quien lo realizaba
era un ser animado o inanimado; podía disipar una multitud un hombre, o sacudir el
mar una tormenta. Con este uso vemos cómo la partícula ex-, no tenía el significado
usual de la proposición ex que es siempre un desde, temporal o local, significado con
el cual podría haberse confundido nuestra interpretación de emoción, yendo en la
misma dirección en la que interpretamos conmoción. Vemos también, que en êmoveo
ni siquiera se conserva el significado que suele adquirir la partícula ex- en composición
con otras palabras, esto es, el sentido de un alejamiento o negación, o bien de una
intensificación del término simple5, sentido que toma en general cuando forma
composición con verbos, parecidos incluso a movere: por ejemplo, el verbo agito o
ago, que significa mover hacia delante, y en ese sentido, conducir, perseguir o trazar,
precedido de la partícula ex-, toma el sentido intensificado de acosar, atormentar, o
atacar.
Si el verbo êmoveo, tal como el verbo effero, extuli, êlâtum, que significa sacar,
llevar hacia fuera, y que viene del verbo fero (llevar), indica un sacar del lugar, la
emoción (emôtio), es decir, como sustantivo y no como verbo, como el movimiento
mismo y no como el acto que lo causa, será un movimiento hacia fuera, significado
que se correspondería con ese efecto desubicante que constituye la emoción. A partir
de la raíz común que tienen en la moción, en el movimiento por iniciativa, conmoción y
“permoción”, nombraban, además de al movimiento mismo, a ciertas determinaciones
del movimiento, como sus por qué, cómo y hacia donde; mientras que emoción,
nombra a secas el carácter del movimiento anímico, que no es hacia arriba, ni en
ninguna dirección, ni tampoco hacia el interior, sino que hacia fuera, es un exmovimiento, análogamente a como el movimiento de la multitud es un movimiento
hacia fuera en referencia al sitio en el que no le permiten estar cuando es disipada.
¿Qué sabemos de un movimiento de este tipo? ¿Podemos imaginarlo o compararlo
con algún otro movimiento? ¿Cuál es esa referencia en relación a la cual recibe su
5
Ibīdem. p.172
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nombre? ¿Por qué nos parece tan natural el sentirnos desubicados en la emoción,
como ajenos a nosotros mismos o lo que nos gustaría ser, al menos en la emoción
intensa?
Tenemos, primeramente, que este movimiento, es anímico, con lo que no hago
más referencia que al concepto de alma aristotélico, es decir en el sentido en que lo
que se mueve por su propia iniciativa y no por efecto de otro, está vivo y tiene alma6.
Sin embargo, no diremos, ni siquiera teóricamente -aunque tampoco lo negaremos-,
que todas las configuraciones del alma aristotélica tienen emociones, es decir que
tanto aquellas almas en las que subsiste sólo un estrato (el nutritivo), dos (nutritivo y
sensitivo) o los tres (nutritivo, sensitivo e intelectual) que él distingue, o que tanto
vegetales, como animales, y hombres, son capaces de emocionarse de igual manera.
Me limitaré, como es obvio, a hablar sólo de los hombres, sabiendo cómo es de
injustificado hacerlo en el tratamiento de estas cosas, que ponen en juego la definición
de humano. Saltaré olímpicamente todas las opiniones que parecen creer que la
salvación o la verdad están en reconciliar al hombre con los demás estratos de la
vida7, que él arbitrariamente ha decidido rechazar, y daré sólo un argumento para ello,
relacionado con el segundo rasgo de la emoción: ésta es un movimiento determinado,
es hacia fuera, un ex-movimiento, donde ex- significa, como es usual, desde, pero no
en cuanto desde dentro, sino que, mirado de la perspectiva opuesta, en cuanto hacia
fuera, significado que conserva en la composición existencia. Esta palabra, aplicable a
toda clase de entes, concretos o ideales, y funcional en el uso común como sustantivo
del verbo copulativo ser (ya que nadie dice “estante” o “siente”), significa lo que está
siendo ahí, afuera8, o también, siguiendo su etimología latina, lo puesto afuera, ya que
sistěre, significa colocar, poner, detener. De esa misma raíz vienen in-sistir, re-sistir,
con-sistir, a-sistir, y sub-sistir9. Si este término ha llegado a quedar reservado, como
término técnico en su tratamiento en las filosofías contemporáneas, para la vida del
hombre, emoción, con un tratamiento semejante, es decir, que sin mayor razón se
refiera a la existencia humana, puede también reservarse como término técnico para
sólo esa clase de vida.
Éste es un argumento para restringir el ámbito de la emoción a la realidad
humana, magro pero efectivo: un tratamiento suficiente sobre las emociones en el
hombre, y casi nulo respecto a su presencia en otras formas de vida, nos dejará con la
creciente sensación de que sólo a nosotros nos es dada la emoción. El argumento es
simplemente hacerlo, sin justificarse, tal como se hizo con existencia. No olvidemos
que hubo un debate de siglos sobre el valor de la existencia en relación a la esencia, a
partir del cual existencia ha quedado como la condición mínima de posibilidad de todos
los predicados efectivos, en toda clase de entes, no sólo en el hombre. A pesar de que
este uso de existencia no deja de ser difícil de exponer y de entender, talvez porque la
naturaleza del objeto, en relación con la facultad de nuestro entendimiento, tampoco
permite un grado mucho mayor10 de claridad, está más o menos aceptado, y se
supone. En este sentido es que se dice que la existencia precede a la esencia, de
donde surge el existencialismo; porque el acto precede a la potencia, porque mi
6
Aristóteles, Acerca del alma. Traducción de Tomás Calvo Martínez. Editorial Gredos, Madrid.
2003. Libro II, capítulo I.
7
Opinión aventurada entre otros, por Agamben. Agamben Giorgeo. Lo abierto. Editorial
Adriana Hidalgo. Segunda edición, 2002.
8
Diccionario de Filosofía, José Ferrater Mora. Ed. Cit. Artículo EXISTENCIA
9
Diccionario crítico etimológico, Joan Corominas. Editorial Gredos. 1976. Artículo EXISTIR
10
Cita kantiana hecha por Heidegger, Martin en Hitos. Versión de Elena Cortés y Arturo
Leighton. Editorial Alianza, Madrid, 2001. La Tesis de Kant sobre el ser. p. 370.
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esencia posee merced a mi existencia su presencia en el mundo11, porque el hombre
empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y (…) después se define12. Y sin
embargo, este postulado aplicado a la realidad humana se va humanizando cada vez
más, hasta que ese simple después se define, que podría referirse a que cualquier
ente tiene que primero existir para luego poder ser definido, encontrando o inventando
su esencia, acaba refiriéndose a que el hombre es un proyecto de existencia que sólo
él es y puede ser, de una existencia que ha de ser resuelta siempre tan sólo por medio
del existir mismo13. Existencia acaba siendo el ser fuera de un ente muy específico,
con decisión e iniciativa, que toma opciones de un modo en que ningún otro ente lo
hace y cuya definición es sólo posterior y por esa toma de decisión. Pues bien,
sigamos el camino indicado por el uso filosófico de existencia y determinemos que la
emoción es el movimiento hacia fuera tan sólo del ente con iniciativa, del ente libre,
que toma decisiones, sin cuestionarnos si es este talvez un soberano libre albedrío
que es pura espontaneidad, inevitablemente sospechosa de no ser otra cosa que la
repentina explosión de las necesidades escondidas en la profundidad de la naturaleza
(léase esencia) que se ha tenido la pretensión de exorcizar14.
Al relacionar la iniciativa del movimiento local, con la existencia humana, como
he indicado anteriormente, no estoy queriendo decir que sólo se de en el hombre, sino
que nos ocuparemos sólo de él, aunque no podamos negar que multitud de animales
poseen una determinada dinámica de decisión y así, de movimiento por iniciativa
propia. Desde los griegos la cuestión del movimiento fue un problema, no sólo en lo
referente al misterio de las cosas, sino que también y principalmente en lo referente a
la acción humana. Cuestiones como el por qué de las acciones, fueron ampliamente
tratadas, sobre todo cuando aparecía una cierta contradicción entre estas y lo que el
actor pensaba o deseaba. Aristóteles observa a este respecto que existen dos fuentes
del movimiento en los hombres, el deseo (órexis) y el intelecto práctico15, y que unas
veces se actúa siguiendo a una, y en otras, a la otra, sin que exista una norma fija
para ello.
El deseo será considerado como una parte del alma, que aunque se distinga de
las demás -de la nutritiva, la sensitiva y la imaginativa16-, está presente en todas ellas,
pues nombra la facultad de dirigirse a algo, que cada una de ellas incluye. Por otro
lado, el intelecto práctico, se entiende en contraste con el intelecto teórico, pues el
intelecto teórico no comprende en sí ningún movimiento. Su único fin, si es que puede
decirse que posee uno, es el aprehender las cosas como son, para lo cuál no se
requiere movimiento local; por el contrario, para saber dirigirse en relación a las cosas
y las personas, para saber qué hacer respecto de ellas, labor perteneciente al intelecto
práctico, es preciso realizar acciones de consentimiento o rechazo, que en última
instancia se encuentran determinadas por el objeto del deseo. Este objeto será en
definitiva el único motor, en un aspecto, y en el otro, será la facultad desiderativa. El
intelecto práctico tendrá el rol de proponer las alternativas convenientes y racionales,
por las que el deseo deberá optar, aunque sin ninguna necesidad, pues siempre se
11
Maritain, Jacques. Breves tratados acerca de la existencia y de lo existente. Traducción de
Leandro de Sesma. Edición de Club de Lectores, Buenos Aires, 1982. p. 16
12
Sartre, Jean-Paul, El existencialismo es un humanismo. Traducción de Victoria Prati de
Fernández. Ediciones Sur, Buenos Aires, 1947. p. 20.
13
Heidegger, Martin. Ser y Tiempo. Ed. Cit. § 4. La primacía óntica de la pregunta por el ser.
14
Maritain, Jacques. Breves tratados… Ed. Cit. p. 17
15
Aristóteles, Acerca del alma. Ed. Cit. Libro III, capítulo X
16
Esta distinción entre las partes del alma, difiere de la presentada anteriormente, donde las
partes eran tres (nutritiva, sensitiva, intelectual), volviéndose ahora cuatro. Ocurre que hay
varios esquemas de las partes del alma en Acerca del alma, pues atienden a distintos criterios.
Es más, en el capítulo que tratamos ahora (10, libro III), hay una que cuenta cinco partes
(nutritiva, sensitiva, intelectiva, deliberativa, desiderativa)
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podrá recaer en seguir al objeto que se apeteció desde un comienzo, inmediatamente
y sin mayor cálculo. Existirá en todo caso una dinámica ideal para Aristóteles, donde
de todas maneras continúa siendo el único motor, el objeto deseable o apetecible: el
intelecto práctico mueve, en el sentido en que pone en funcionamiento su capacidad
de razonamiento, para conseguir conclusiones que sean causas de una conducta
determinada, justamente porque el deseo lo pone en funcionamiento, a partir del
objeto que desea. Finalmente será el deseo el que optará.
Ahora, en relación con lo visto anteriormente, ¿tendremos que decir que el
movimiento por iniciativa propia, es decir, aquel que se realiza no sólo sin influjo físico
de otro ente, sino que sin influencia de ningún tipo y sin obligación, estaría realizado
por la facultad desiderativa? Aristóteles tratará ampliamente todos aquellos casos de
distorsión de la decisión, donde la fijación del fin (que es el objeto deseable, esto es lo
bueno o lo que se presenta como bueno. Pero no cualquier objeto bueno, sino el
realizable a través de la acción. Y el bien realizable a través de la acción es el que
puede ser de otra manera que como es17, es decir, que no es necesario) es
equivocada, o, sencillamente, no es seguida. Observará desde que hay dos tipos de
hombres, los desenfrenados, disolutos, o intemperantes, que tienen por bien las cosas
malas, por un mal razonamiento práctico, y los incontinentes, que sabiendo cuál es el
bien, persiguen el mal, esto es, el placer del momento18, hasta que la vida
contemplativa es superior a la activa, y que el sabio es más feliz que el hombre
común. De este tratamiento, y de la importancia que tienen las meditaciones éticas en
su pensamiento, y sobre todo de las derivaciones de éste, de pensamientos
posteriores y religiosos, puede inferirse que el movimiento por iniciativa, es aquel
realizado voluntariamente, sin sucumbir al deseo, sin estar obligado por él.
Por el contrario, ese parecer considera una interpretación de Aristóteles muy
indirecta. Aristóteles indica que la voluntad es un tipo específico de deseo19, que por
algo no todos los actos son producto de una volición, esto es, fruto de un
razonamiento, lo que hace hablando justamente de los actos humanos20. El intelecto
no mueve al apetito, y el objeto apetecible mueve tanto al intelecto práctico como al
apetito. Estas dos son las premisas principales, y las que deberemos recordar al
interpretar a Aristóteles. Así, las interpretaciones posteriores, como la que hace Santo
Tomás (1225-1274), al considerar al apetito como una inclinación que sobrepasa la
inclinación natural, que se encuentra sólo en los entes que poseen conocimiento, y
que se divide en apetito sensible y apetito intelectual21, no toman a la letra lo dicho por
Aristóteles, sino que lo aplican a las convicciones reinantes, muchas veces casi como
argumentación ad-hoc, adecuada a la postura que debe justificar. Sin embargo, al
considerar a la emoción desde el comienzo como un movimiento hacia fuera causado
por propia iniciativa de quien se mueve, el concepto entra en relación con muchas
categorías éticas (léase metafísicas) tradicionales, como voluntad, inclinación, instinto,
intelecto, o incluso libertad, y debemos hacernos cargo de ello, aunque, como el
objetivo es aclarar el significado de la emoción en relación con sus competidores más
directos, es decir con aquellas ideas que han tomado su papel en la reflexión filosófica,
17
Ibīdem
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Traducción de José Luís Calvo Martínez. Editorial Alianza,
Madrid. 2002. Libro VII, III
19
En efecto: el apetito, los impulsos y la voluntad son tres clases de deseo. Aristóteles, Acerca
del alma. Ed. Cit. Libro II, capítulo III. De aquí en más hablaremos de apetito para referirnos al
deseo o la facultad desiderativa, pues esta palabra refleja mejor el aspecto motor de esta
facultad que la palabra deseo. Apetito: Lat. Ad-peto: Intentar, apetecer / Peto: dirigirse a,
buscar, exigir.
20
Ibīdem. Libro III, capítulo IX
21
Diccionario de Filosofía. José Ferrater Mora. Ed. Cit. Artículo APETITO
18
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no hará falta entrar en la extrema especificidad de cada sistema de pensamiento, sino
tratar los conceptos en general, con notas a su evolución histórica.
Hemos dicho que la emoción es un movimiento determinado, sin embargo, este
movimiento no es un movimiento local, sino que parece causar algunos movimientos
locales. Así, no tendríamos que decir, siguiendo a Aristóteles, que el apetito y el objeto
apetecible es causa de la emoción, sino que la emoción se encuentra en una curiosa
relación a un mismo nivel con ambos, siendo los tres causa, relación tanto más curiosa
cuanto más la tomamos como algo distinto de sus manifestaciones, corporales o
especulativo-imaginativas, es decir, como algo existente diferente del temblor o el
razonamiento exagerado que provoca, por ejemplo. Se hace sentir en este punto, la
falta de trato del tema de la emoción por parte de Aristóteles, a quien intentamos
recurrir cada vez que una duda se atraviesa, y quien siempre ha sabido responder,
hasta ahora. Todo lo que encontramos en de anima respecto a una relación entre la
facultad desiderativa y la emoción, es encontrado por medio de una interpretación
comparativa con cierta idea sencilla de emoción, surgida de nuestro uso y nuestra
experiencia. Aristóteles nos dice que el movimiento se da siempre que se busca algo o
se huye de algo22, en ese sentido mueven el intelecto práctico (que no el teórico), pues
produce formulaciones acerca de lo que se debe buscar, sin que sean por ello
necesariamente seguidas, el apetito, pues se inclina al objeto apetecible, y también,
tendríamos que decir, la emoción, pues la reconocemos como el carácter, el color, el
modo, de al menos algunos de esos estados de inclinación, sino de todos. En la
emoción, ciertamente rechazamos o buscamos algo, nos acercamos o nos alejamos.
Cada emoción sería así un tipo de apetito, sin decir por esto que existan sólo apetitos
emocionales. Debemos averiguar ahora, si este color del apetito, la manera alegre o
triste en que se busca o se huye, es por ello, un fenómeno co-extensivo al del apetito,
o si existen inclinaciones en las cuales no existe ningún tipo de emoción, como
podrían ser actividades de subsistencia como el buscar la comida o el huir de la lluvia.
Pero antes, hemos de dejar solucionado el problema de la voluntad, que se
vuelve un problema particularmente importante en relación con la emoción desde el
momento en que el juzgar la voluntariedad de un acto, depende muchas veces, de que
éste sea hecho “con cabeza fría”, lo que quiere decir, precisa y supuestamente, sin el
influjo de las emociones, tomadas vulgarmente, en sus formas de rabia o tristeza
extremas, e incluso, de amor. En efecto, suele decirse que el juicio y por ende, las
acciones de una persona, están alteradas por el amor, que éste le ha perturbado la
mirada, que hace que vea, por ejemplo, a un hombre muy feo, como bello, a un
maleante, como íntegro moralmente, o a un charlatán como una persona admirable e
indudable. En el mismo sentido, se dice de muchas acciones violentas que han sido
hechas por hombres cegados por la ira y la venganza, o de actos autodestructivos que
son hechos por gente que se dio a la pena. El mismo Aristóteles dirá que el estudio de
las cuestiones éticas requiere de espíritus libres de pasión, con la calma y quietud
necesarias para la deliberación correcta23, esto es, en edad madura.
Vemos desde ya en esa apreciación aristotélica, que, si las emociones son un
aspecto del apetito o algo concomitante a él, no serán equivalentes a la pasión, pues
ésta, en aquel sentido, puede no ser, mientras que el apetito es una constante del
alma en todas sus formas. En la Ética a Nicómaco, podríamos esperar encontrarnos
con un tratamiento más explícito de las emociones, pero al igual que en de anima, nos
encontramos con su falta de protagonismo y subsidiariedad, aunque algo más clara es
la apelación que a ellas se hace. Ya no tendremos que recurrir a ideas tan generales
como la huida y la búsqueda, sino que nos hablará de tristeza, alegría, y cuestiones
más claramente emocionales, y con seguridad, refiriéndose sólo al hombre; nos
22
Aristóteles, Acerca del alma. Ed. Cit. Libro III, capítulo IX
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ed. Cit. Libro I, III
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hablará de partes del alma, pero sólo del alma humana, dividida en racional y apetitiva,
distinción hecha en función del fin preciso de la Ética, que es encontrar lo que se
busca con los actos en la vida. En el capítulo tres del libro segundo, nos muestra cómo
las emociones deben ser objeto de la disciplina moral, puesto que son signo de una
buena o una mala disposición natural, así como de una buena o mala crianza, aunque
no sean juzgadas ellas mismas sino el hábito por el que han sido o no cambiadas:
…el que se abstiene de los placeres corporales y goza por ello es templado
pero si sufre es intemperante; y el que soporta las cosas terribles y se alegra o al
menos no sufre, es valiente; y el que sufre es cobarde.
El placer y el dolor, son para Aristóteles algo cercano a las emociones, pero no
ellas mismas, no son los afectos. Ambos, placer y dolor, al ser una consecuencia
necesaria, que se sigue de toda acción o afecto, no son vistos como una posible
causa, sino sólo como una señal que es conveniente conocer para determinar la
buena o mala crianza de un hombre o para sembrar la propia virtud. Pero la señal no
es el placer o el dolor, sino la tristeza o el contento evidentes en quien es observado.
Tristeza y gozo, son emociones, o al menos manifestaciones de emociones o afectos
en el sentido aristotélico. Así, se vería estos fenómenos con ojo manipulador y
calculador, estimando su estudio en virtud de que es necesario para saber alterarlos a
nuestro antojo, o para reconocer si alguien es o no virtuoso.
La diferencia entre afectos-emociones y tristeza-contento, es difícil de descifrar
en Aristóteles. Emociones son para él, por ejemplo, el deseo, la ira, el miedo, la
audacia, la envidia, la alegría, la amistad, el odio, el celo, la piedad24. La única
diferencia evidente, parece ser que las emociones son, no una mera tristeza al modo
de un simple dolor, sino que tristezas moduladas, en relaciones complejas, donde lo
envidiado se presenta distinto a lo codiciado. Se desenvuelve así una multiplicidad de
emociones que, además de poseer un tono triste o alegre, negativo o positivo, constan
de relaciones analíticamente ricas. La tristeza y el contento, como apariencias de
emociones-afecto más complejas, nos refieren sólo al sujeto que los siente, y casi
podríamos dar crédito a la opinión que respecto de ellas diga que no son susceptibles
de un trato teórico ¿Cómo saber si un contento es más fuerte que otro, o respecto a
qué se presenta? ¿Por la cantidad de brincos que la persona alegre dé? Aunque
talvez no sea imposible saberlo, requeriría de un trabajo arduo de especificación de las
situaciones en que se da la tristeza o la alegría, lo que, como vimos gracias a
Aristóteles, es a la vez relativo a quien lo siente, a la educación que este alguien haya
recibido, a su disposición natural, etc., y, en consecuencia, exponencialmente más
arduo de tratar.
En las emociones, en cuanto estructuras definidas respecto a las
características del objeto y del sujeto, esa especificidad está ya dada. Por ejemplo, es
posible establecer una generalidad respecto a, por ejemplo, cuál es el objeto del temor
y en qué circunstancias se teme, qué relación establece con él quien tiene esa
emoción, etc. Como veremos, esta idea de, por una parte, la especificidad, o lo que es
lo mismo, del empequeñecimiento del problema del contento y la tristeza, del placer y
el dolor, y por otra, de separar de la disposición del hombre que la posee, a la
emoción, está retomada por la teoría de las emociones más formal que veremos25.
Ahora, en la noción de entrenamiento, o ejercitación de la virtud, fundamental en la
doctrina aristotélica, se ve cómo debe existir una ligazón estrecha con el
entrenamiento de las emociones, en cuanto estas son especies en las categorías de la
tristeza y el contento, que determinan muchas veces nuestro actuar. En este sentido
las emociones para Aristóteles estarían dadas por la dinámica entre una disposición
innata que es posible cambiar por medio del ejercicio de la virtud; serían así la materia
24
25
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ed. Cit. Libro II, V
La de Jean-Paul Sartre.
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de la virtud, no sólo el efecto de todo acto, que transparenta la virtud o el vicio, sino
que la situación, la estructura en la cual se ejercita la virtud. El estagirita vislumbra el
verdadero valor del problema de la emoción, y pensará lo que ellas son:
Y es que la virtud moral concierne a los placeres y a los dolores: por causa del
placer realizamos acciones malas, mientras que por causa del dolor nos abstenemos
de las acciones buenas. (…) medimos nuestras acciones -unos más y otros menoscon el placer y el dolor. Por esta razón, pues, es necesario poner todo nuestro interés
en esto: pues no es baladí en lo que se refiere a las acciones el alegrarse o sufrir. 26
Las emociones son una de las tres únicas cosas que hay en el alma27. Las
otras dos son las facultades y los hábitos, y ambas son definidas en relación a las
emociones. Las primeras, son las que nos hacen aptos para tener tal o cual emoción,
los segundos, son aquellos conforme a los cuales nos disponemos bien o mal, es
decir, aquellos que determinan la situación en la que reaccionamos afectivamente, son
la emoción tal como se la suele tener, según la costumbre, y por lo tanto, son
modificables. Las emociones o afectos, no son ni buenas, ni malas, ni alabadas, ni
censuradas, ni producto de ninguna elección. Los hábitos en cambio, es decir las
virtudes y los vicios, sí son todas estas cosas, y surgen de una elección. Por último, de
las emociones decimos que nos mueven, de los hábitos en cambio, que nos disponen.
Esta disposición habitual no innata, es tan distinta al simple poder hacer o facultad,
natural e innato, como a la reacción emocional que éste permite; es la concreción de la
emoción, como ésta efectivamente es, y no sólo de la emoción, sino que de todos los
elementos que compongan la acción.
Así, vemos que la relación que debía haber entre el entrenamiento, o
ejercitación de la virtud, y el entrenamiento de los afectos, está dado porque el hábito,
para Aristóteles, en alguna medida podrá manejar la emoción, y sólo en esa medida,
podrán ser éstas cuestionadas. Esta misma idea es la que transparentaba ya
Aristóteles, al decir, con anterioridad, que de las reacciones emocionales era posible
inferir cómo alguien era, pues estas dependen, si es que alguien se decide a
controlarlas, del hábito virtuoso, esto es, de mantenerlas en el término medio entre el
exceso y el defecto, tal como lo haría el hombre prudente.
Aquí entra en juego la idea de voluntad, ya que es la idea que tenemos
interiorizada para significar el control, la moderación y la continencia de las acciones.
Para Aristóteles, la virtud es un acto voluntario, y así también todas las emociones28,
ya que lo voluntario se predica de todas las acciones de quien posea alma sensitiva o
apetitiva29, y así el animal, el niño y el hombre, actúan por ella. La voluntad se dirá,
tanto de la capacidad general de actuar como los vivientes sensibles actúan, así como
al fin de la acción, y en este sentido también de todos los vivientes sensibles. Por otro
lado, la elección, será un tipo particular de acto voluntario, donde se opta por los
medios adecuados para lograr el fin, y será así sólo posible para los hombres
sensatos, que con conocimiento de lo que cae dentro de sus posibilidades hacer,
deliberan y deciden. Estas posibilidades son siempre reales, y no importa ya lo que
deseaba el puro apetito.
La voluntad se presenta, entonces, no como la obstrucción a un deseo, sino
que como una facultad general. En filosofía, esta es la idea que ha dominado,
fijándose la voluntad como el motor pseudo-intelectual de la acción autónoma, sin
embargo este concepto filosófico experimenta una evolución que muestra cómo se ha
vuelto un estrato blindado a cualquier cuestionamiento, una sustancialización de una
26
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ed. Cit. Libro II, III
Para toda esta parte, Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ed. Cit. Libro II, V
28
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ed. Cit. Libro III, I
29
Si se da al menos un sentido, se da el deseo. Aristóteles, Acerca del alma. Ed. Cit. Libro II,
capítulo III
27
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Érika Molina García
parte del intelecto humano, que nos distingue de los animales, y que se encontraría en
una estratificación derivada de los esquemas aristotélicos, entre la pura racionalidad,
que no tiene relevancia alguna, por así decirlo, pues no tiene expresión práctica, y la
pura inclinación natural inmediata. De la voluntad, en cuanto parte del alma,
tendríamos que decir, siguiendo a Aristóteles, que tiene afectos, facultades y hábitos.
No obstante, no buscaremos en el presente corolarios a partir de lo dicho por el
estagirita, a través de la especulativa mezcla de conceptos. Nos quedaremos con su
noción de emoción, como una buena pero parcial definición, y por otra parte, para
usarla como contraste, con la noción vaga y común de voluntad.
Con el tiempo, la relación en que puso Aristóteles a la voluntad con el intelecto
práctico, que es una cierta relación, y no una relación total, pues recordemos que para
Aristóteles existe el acto voluntario que no es elección, es decir que no incluye
deliberación o consulta al intelecto práctico30, llevó a un debate acerca de cuán
subordinada se encuentra la voluntad al intelecto, tomado este como una normativa
fija de la acción. Esta disputa tiene sentido sólo si se dota al intelecto de aspectos que
Aristóteles le reconoce sólo al apetito. Si bien podríamos decir que todo para
Aristóteles tiende a un bien como su fin, aún la actividad contemplativa, sólo el apetito
tiene su fin en un bien, o lo que se estima que es un bien, al cual debe dirigirse con un
movimiento local. El rol del intelecto, como hemos visto, aquí, es sólo presentar las
posibilidades de la estimación que llevará a ese movimiento. El apetito aristotélico, de
cuyo lugar se ha hecho dueña la idea de voluntad desde la misma Ética a Nicómaco,
gracias justamente a que tiene a disposición las alternativas que el intelecto le
presenta, gracias a ese conocimiento y no sin él, es libre arbitrio, esto es, aristotélica y
sencillamente, elección. Si se piensa que el intelecto contiene la norma determinada
de la acción, y constriñe la voluntad a seguirla, y no que la faculta a través de sus
apreciaciones para ser libre, se llega a una clase de intelectualismo; si, del otro
extremo, se considera que la voluntad nada tiene de intelectual, se cae en un
voluntarismo.
Para Aristóteles, cualquiera sea la opción que toma la voluntad o apetito, ésta
ha de encontrarse, si se ha incurrido en una elección propiamente tal, entre las
opciones ofrecidas por el intelecto práctico, o al menos en relación a éstas, es decir,
con consciencia de que se está contrariando lo que dicta la buena razón. Si, por el
contrario, se actúa por ignorancia de lo que la intelección ofrecería, o por un mal
funcionamiento de ésta, ocurre que hay un tipo de violencia, en cuyo caso, se tratará
de un acto no-voluntario, o involuntario, si es que se toma posterior consciencia de ese
acto como un error, arrepintiéndose el actor. Al desligar al libre arbitrio de su relación
con el intelecto, en cualquiera de las dos formas de extremismo, es decir, desde el
voluntarismo o desde el intelectualismo extremos, se puede llegar a pensar esta
libertad como una estructura vacía, nula, si no se halla determinada por una
preferencia de origen intelectual, instintivo, o divino31. En este sentido toda
determinación se malentiende como externa, como una causalidad coactiva.
Ahora, si consideramos no sólo a Aristóteles, sino que le damos algo de validez
a las posturas posteriores que contraponen voluntad a instintos (intelectualistas), o
voluntad a intelecto ¿Qué lugar tiene la emoción en dichas dicotomías? Ninguno, o,
mejor dicho, es aquí donde se busca abandonar cada vez más la problemática de la
emoción, o tratarla, ni siquiera subsidiariamente como Aristóteles, sino que con el
protagonismo de lo que es rechazado. Si es que tiene un lugar, es del lado de los
instintos, es decir, de aquellas reacciones naturales, que, aunque con dificultad, se
debe intentar superar, sobre el supuesto de que son meros impulsos primitivos e
ininteligentes, y por ello muchas veces, inadecuados en las pomposas situaciones
30
31
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ed. Cit. Libro V, VIII
Problema del asno de Buridán.
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sociales en que vivimos. Esta es la visión vulgar, e incluso, la de la ciencia positivista.
La idea se ha concretizado, en un lugar físico del cerebro, el lugar más oscuro y
encerrado, ahí, en la parte límbica de nuestra mente, donde está guardada toda
nuestra animalidad. Las emociones serían sólo una especie de evolución, una
sofisticación de esos instintos, por ejemplo, del “instinto de defensa”, que puede haber
evolucionado en las elaboradas técnicas inconscientes de defensa que plantea el
psicoanálisis, como la racionalización. La posibilidad de que la emoción sea un acto
inteligente por sí misma parece descartada, y si es que es entrenada y condicionada,
se supone que ese es un control venido desde fuera, desde el hábito o la racionalidad.
En la Suma Teológica, Santo Tomás se refiere a la posición de las emociones
en el hombre y en Dios. Indica insistentemente, primero, que Dios no tiene pasiones,
luego, que las pasiones son, al igual que las virtudes, parte del apetito sensitivo, el
cual se opone al apetito intelectual, y que Dios no las posee más que
metafóricamente. Lo único que Dios posee en un sentido metafórico y también real,
perteneciente a la vida activa del hombre, es la voluntad. La razón es lo que diviniza al
hombre, La razón en el hombre es lo que contribuye a hacerle dominador y no sujeto a
dominio32. Se trata, así, de una cuestión de poder. El hombre se ha sentido flagelado,
doblegado por sus instintos; sino, recordemos cómo Descartes (1596-1650) se sentía
profundamente decepcionado y traicionado por el testimonio de sus sentidos.
Desde la primera meditación se observa cómo Descartes, tal como cualquier
persona prudente no se fía más de quien lo ha engañado una vez, desconfía de todo
lo que ha tenido por verdadero gracias a los sentidos. Estos tendrán tan poco peso
para él, que podrán ser marginados por completo como fuente de verdad. Para lo
único que servirán será para una frágil sabiduría práctica, y en cambio su rol en el
conocimiento de las cosas, quedará anulado. Su suspicacia llegará al punto de
desconfiar de su vigilia y de su naturaleza, puesto que no tendría mayores razones
para tener por más verdaderas las sensaciones que tiene despierto que las que tiene
en los sueños, ni para no creer que ha sido creado de tal modo que se engañe hasta
en las cosas que le parecen más ciertas. En sus propias palabras expresa cómo llegó
a dicho punto: “varias experiencias vinieron a echar por tierra el crédito que a mis
sentidos había yo concedido”33. Estas experiencias están ejemplificadas a lo largo de
todas las Meditaciones, desde el trozo de cera de la segunda meditación. Sólo
después de descubrir su criterio de verdad (el cogito), y de establecer la existencia de
un Dios no engañador, podrá recuperar con fundamentos suficientes la confianza en el
testimonio sensible, aunque jamás les sea dada ninguna importancia teórica.
Así, en la medida en que se haga una asociación fuerte entre los sentidos
corporales y la emoción, ésta será igualmente desacreditada y vilipendiada, pues sólo
la Razón había sido fiel, sólo ella no había mentido, al menos hasta ese momento.
Desde el propio Aristóteles, existe una súper-valorización de la vida contemplativa, y
con ella, del orden, del entendimiento, de la claridad y la distinción, sobre la vida
activa34, con todo su nec-ocio, y con él, sobre las emociones. Pero el sentido de la
valorización es diferente. En efecto, Aristóteles mismo dice que la voluntad es de
naturaleza racional, y que el apetito y los impulsos de naturaleza irracional35, pero esto
no es sino porque observa la marca antrópica en el intelecto; se fascina con los
razonamientos, las formas, los cálculos, y por ello medita sobre las esencias y las
definiciones de los entes, y especula sobre los asuntos matemáticos y los procesos
naturales, pero no es que recurra al entendimiento tras enfadarse con partes de su
32
De Aquino, Tomás. Suma Teológica. Ediciones de La editorial católica, S. A., Madrid, 1959.
Cuestión 96. Artículo 2. Respuesta. p. 656.
33
Descartes, René. Discurso del método. Meditaciones Metafísicas. Ed. Cit. Meditación sexta.
34
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Ed. Cit. Libro X, VII
35
Aristóteles, Acerca del alma. Ed. Cit. Libro III, capítulo IX
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vida a las que lo considera opuesto; al menos no parece que sea así. Aristóteles
observa los fenómenos y concluye una actualidad intelectual del cosmos, no parte
poniéndose los lentes intelectuales. De ahí, que el lugar que da en su sistema de
pensamiento a la vida activa, que se rige en todo caso, por la razón, no sea nulo, sino
que es siempre el comienzo de sus investigaciones, y a veces, como es el caso de la
ética, constituyente de una gran parte de éstas. Esto es también, quizás, lo que le
permite tratar sin recelo, aunque no le interesaran mucho en sí mismas, de las
emociones. Aristóteles parte de lo más cercano, y esto es, lo que los sentidos,
funcionando correctamente, le muestran; la percepción de los sensibles propios es
siempre verdadera…36, esto significa, que en la medida en que cada sentido perciba lo
que le corresponde percibir, le aportará un dato infalible a partir del cual meditar.
Así, el intelecto, posicionado ya desde Grecia37 como el orden y dinámica de la
totalidad, presente en la naturaleza de cada ente, se convierte en un atributo del Dios
cristiano, superior a los pobres dioses griegos, que, sujetos a todas las pasiones
habidas y por haber, caían una y otra vez en las cegueras de la ira, la envidia y la falta
de calma. Este atributo intelectual, explicativo, sosegado y seguro, de Dios, fue el que
más interesó a los padres de la iglesia y a los filósofos modernos, que encontraban en
él a su propio padre, a un padre ideal. Es de notar, que constantemente podemos ver,
cómo existe una relación, por lo pronto, muy simple, entre racionalidad e
irracionalidad, y un determinado estado emocional; la primera, siempre con la calma, y
la segunda, con la agitación.
Pero no olvidemos que Aristóteles nada decía de superar la sensibilidad, o algo
por el estilo. Si es que interpretamos la priorización de la vida contemplativa, como una
superación de algo, entonces tendremos que decir que se ha de superar todo lo que
tenga que ver con la vida activa, en el sentido de comenzar a vivir de otra manera;
esto es, por supuesto y como él indica, dejar las pasiones fuertes de las mocedades,
pero también al intelecto práctico empleado en aquellas etapas de la vida, pues queda
obsoleto. Pero, lo cierto es que la asociación entre la sensibilidad y la emoción no es
jamás justificada, sino que sólo supuesta, a mí parecer, sobre la base de esta primacía
de la vida contemplativa, talvez sobre otra base, pero el hecho es que se presume, se
cree y no se cuestiona. Es sobre esta base, que las emociones son rechazadas, en un
mismo paquete con las sensaciones falseadoras y los vehementes instintos.
Pero nosotros, en nuestro recorrido aristotélico, nada hemos vislumbrado
semejante a una familiaridad indisoluble entre las emociones y las sensaciones. Si es
que hay una conexión, es el uso de la palabra dolor, asociado a la tristeza, y de la
palabra placer asociada al gozo, uso que hay de hecho en Aristóteles, pero ni aún
esas palabras, deben llevarnos inequívocamente a pensar en la sensibilidad, puesto
que puede tratarse perfectamente de una falta de vocabulario, que permanece, pues
¿Quién negaría que la tristeza sea como un dolor, o una especie de dolor? Pero
también ¿Quién podría afirmar que es un dolor del mismo tipo que el dolor físico?
¿Quién podría indicar dónde le duele la muerte de alguien? Talvez algunos se lleven la
36
…y se da en todos los animales. Aristóteles, Acerca del alma. Ed. Cit. Libro III, capítulo III
Sumemos este argumento al dado por Husserl en Crisis (Husserl, Edmund. La crisis de las
ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Una introducción a la filosofía
fenomenológica. Traducido del alemán por Jacobo Muñoz y Salvador Mas. Título original: Die
Krisis der europäischen Wissenschaften un die transzendentale Phänomenologie. Editorial
Crítica Barcelona, 1991), para explicar muchos de los vicios de la significación de las ciencias
para la vida cotidiana. Fundamentalmente, Husserl desarrolla en qué consiste éste intelecto, no
sólo como creencia metafísica o constituyente cosmológico, sino que como pretensión
metodológica. Sobre la base de un cosmos racional, con el cual el hombre comparte aquél
rasgo, es posible esperar que a través de sucesivos procesos de idealización, se llegue a una
axiomatización total de todos los aspectos de la vida; este es el ideal de las ciencias, fundado
en una suplantación de sentido.
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mano al corazón. Son meras cuestiones de falta de lenguaje, y cómo no, si en la
medida en que no hay preocupación por un tema, los vocablos respectivos y cada vez
más adecuados no pueden surgir.
Si es que hay una familiaridad en Aristóteles, es entre todas las partes del
alma; el hecho de que se diga que desde el estrato sensible del alma surgen muchas
particularidades, no significa que esas particularidades no se mantengan para el
estrato intelectual del alma, pues, los estratos del alma son acumulativos. Además, si
hay alguna separación, es, como he dicho, entre estilos de vida, no hay un corte
tajante entre elementos de la vida; no se trata de que si se vive contemplativamente no
se vaya a vivir activamente, sino de que si se opta por la vida contemplativa,
evidentemente unos aspectos de nuestra vida total se potenciarán y otros se
truncarán. El viviente que tiene afectos, es aquél que necesariamente tiene también,
sentidos, y crecimiento, entre otras muchas cosas, y no se puede deshacer de ni una
de ellas.
No hay más razón para relacionar con los sentidos a la emoción, que al
intelecto, al menos en el hombre. Si se piensa en Dios, y en todas las paradójicas
cualidades que debe tener, ya entonces es preciso para él que carezca de sensación,
de pasión, de hábitos, y de cualquier otro rasgo que conlleve imprecisión e
irregularidad. Luego, si se concibe al hombre, como criatura de Dios, hecha a
semejanza de él, entonces es posible, que se caiga en las asociaciones que hemos
visto. Es así, como, ni desde el punto de vista de las partes del alma, ni desde el punto
de vista de las actitudes de vida, existe una separación entre los sentidos y el
intelecto, ni así, entre las emociones y el intelecto, al menos en Aristóteles. Ahora, el
que, por distintas circunstancias no se haya tratado demasiado el tema de la emoción,
no es del todo perjudicial para nuestro estudio, y más bien, hemos de sacarle algún
provecho. Hasta ahora nos hemos encontrado con una sola definición: la emoción es
un movimiento, una alteración, algo que hay, funciona en, o le pasa al alma. A partir de
esa definición, se ha dicho que es de una parte específica del alma humana, o de una
parte específica del alma o de la vida en general: la vida sensible. Luego, las opiniones
ante su existencia y su tratamiento, sobre su utilidad para la vida o la filosofía, son
variadas. Pero, en fin, la definición sigue siendo una, que enriquecida con lo que
hemos dicho anteriormente, quedaría así:
La emoción es un movimiento anímico, no local, hacia fuera, que es efecto de
toda situación experimentada, y de toda acción efectuada, por el hombre38. En este
sentido, es también causa de las acciones, al menos de las posteriores a la
experiencia emotiva primera que fue efecto, porque en el futuro se rehuirá la pena y se
buscará la alegría, causando movimientos, no necesariamente locales. Así la emoción
quedará como una modulación de la acción, que se despliega en dos sentidos, en el
sentido de ser un fin buscado o evadido, y en el sentido de ser un tono general en el
cual se realiza la acción, que es, además, perfectible, siendo objeto de un
entrenamiento habitual, aunque presente a veces una fuerte resistencia a hacerlo; esto
prueba que es un efecto no necesario, alejándose así de la idea del puro instinto. Por
tanto no llamamos emoción, por ejemplo, a un espasmódico movimiento venido de la
alteración extrema por un temple histérico, que produce que golpeemos a alguien; de
partida, ese efecto no es una acción. Las acciones son aquellas producidas por una
elección. Así, si continuamos con las categorizaciones vistas hasta aquí, en la acción
se daría una combinación de algo pre-deliberación –la emoción- y algo
postdeliberación –elección-, que la emoción ya habría determinado.
De la posibilidad del entrenamiento de la emoción, por otro lado, o mejor dicho
del deseo de hacerlo, podemos derivar una relevancia suya en la acción, la
38
No quedó claro, y no era el objetivo, si los vivientes que no participan de la facultad
intelectual, aunque tengan deseo, tengan emociones.
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modulación que hace de ésta, puesto que por algo es deseable cambiarla o
manipularla. ¿Resultará, acaso, a algunos odiosa la emoción sólo porque les recuerda
la existencia de una parte de ellos que quieren olvidar, o más bien se les hará
detestable en sí misma? Diré que lo segundo, puesto que la emoción puede
condicionar el carácter de la acción, al punto de contrariar toda consideración racional,
o incluso llegando a la inactividad, como ocurre en las penas inmovilizadoras, y es
esto lo que, sin hacer asociación alguna, seguramente provoca fastidio; esto, en la
emoción en cuanto tono general de la acción y no en cuanto mero fin perseguido, pues
resulta más importante la determinación causal-contextual que hace la emoción de la
acción, que la, por así decirlo, causal-teleológica, en vistas de que existe la figura, por
ejemplo, del sacrificio, donde no importa el sufrimiento que se sepa se va a padecer.
La posibilidad de esta figura está justamente dada por la presencia de ciertas
emociones que superan un mal pronóstico, y permiten que la acción se efectúe de
todas maneras.
Pero entonces, se empieza a desdibujar el límite entre la emoción y el apetito,
pues era el apetito, el que podía desmarcarse de las opciones razonables, y mover de
todos modos. Es lo que ocurre, en efecto, en muchas doctrinas contemporáneas,
donde el apetito no juega más un rol importante, puesto que no se trata ya de
descomponer el alma, ni de continuar postulándola, ni siquiera de poner en duda su
existencia. Es en este sentido en que es posible conseguir con la emoción un ámbito
más abarcador incluso que el de la mera pasión, ya que no hemos referido a todas las
partes del alma, donde la pasión en cuanto ámbito obviamente saldrá ganando (pues
en ella caben desde la teoría de la potencia y el acto, hasta las pasiones del alma, en
su sentido emocional). Hablando sólo del hombre, si la emoción está siempre
presente, en alguna de sus formas, abarcará todos los demás fenómenos, y tendrá
luego que disputar con otro ámbito co-originario, si es que lo hay, la primacía en la
vida humana. En esta dirección van los planteamientos contemporáneos. En el último
tiempo, han quedado atrás muchos debates, y entre los nuevos problemas, la emoción
ha aparecido como tema, conservada como en una cápsula, casi imperturbada con el
paso de los años, a diferencia de muchos otros términos filosóficos.
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