EL CONCEPTO DE LIBERTAD EN LA ÉPOCA DE LAS CORTES DE CÁDIZ∗ Antonio Rivera García (Universidad de Murcia) Nos proponemos abordar, en primer lugar, el concepto de libertad que triunfa en las Cortes de Cádiz, y que, por consiguiente, podemos extraer del texto de nuestra primera Constitución. Este concepto es el que se ha impuesto en la Ilustración y en los procesos revolucionarios del siglo anterior. En segundo lugar veremos que el sector moderado presente en las Cortes de Cádiz y, un poco más tarde, el pensamiento de la reacción, hace uso de una noción católica de libertad, radicalmente opuesta al pensamiento revolucionario. Sin duda, esta doble percepción de la libertad se encuentra en la raíz de dos tradiciones políticas muy diversas, que, a menudo, han dividido a los españoles en dos bandos, pero me limitaré en esta ocasión a exponer los rasgos más significativos de las dos concepciones. 1. El concepto revolucionario de libertad 1.1. Definición: la libertad como una facultad de hacer. Los hombres de la revolución española de 1808, y como representantes más señeros voy a aludir constantemente a Canga Argüelles y Flórez Estrada, solían distinguir, de forma similar a la tradición republicana del siglo XVIII, entre la libertad natural y la civil; esto es, entre la absoluta o ilimitada, de la cual gozaban los individuos en el estado de naturaleza que habían popularizado Hobbes y Locke, y la libertad propiamente dicha, la limitada por las leyes. Los liberales, siguiendo a Jeremy ∗ Publicado en el libro M. CHUST, I. FRASQUET (eds.), La Transcendencia del Liberalismo Doceañista en España y en América, Biblioteca Valenciana, 2004, pp. 93-114. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. Bentham, enseguida van a sostener, desde comienzos del siglo XIX, que la libertad más genuina o auténtica es la libertad natural, la que goza el hombre que no está sometido a ninguna ley. De ahí que la utopía liberal coincida con un mundo sin normas jurídicas; y que el gobierno más perfecto sea el que, respetando la libertad e independencia natural del hombre, le hace disfrutar de todas las ventajas sociales. Ahora bien, como ello no es posible, los liberales reconocen la necesidad de sacrificar algún bien individual para gozar de otro bien mayor, el de la seguridad. Sin embargo, los revolucionarios españoles todavía no se han apartado demasiado de la tradición republicana cuando rechazan radicalmente el concepto de libertad natural. Canga Argüelles escribía en 1811 que “el goce de la libertad más absoluta no compensa al hombre los males que le ocasiona la vida aislada y solitaria”;1 y Ramón Salas, un hombre del trienio liberal, recoge en cierta manera el sentir del sector revolucionario cuando señala que el hombre salvaje,2 por ser esclavo de sus necesidades físicas, “no solamente es menos libre que el ciudadano de un pueblo regido por una constitución y leyes liberales, sino también que el hombre sujeto a un gobierno absoluto”.3 De esta manera, el concepto de libertad que nos interesa es el civil, y no el natural. Canga Argüelles define la libertad del hombre en sociedad como “la facultad de hacer con seguridad quanto le pareciere más acomodado a sus deseos, siempre que con ello no dañe a los demás hombres”.4 Parecida es la definición de Flórez Estrada: “La libertad consiste en poder hacer todo lo que a otro no perjudica, y así el ejercicio de los derechos naturales del hombre no tiene otros límites que los que asegura a los demás miembros de la sociedad el disfrutamiento de estos mismos derechos, límites que sólo la ley puede determinar.”5 Para la comisión 1 CANGA ARGÜELLES, J.: Reflexiones sociales y otros escritos, Madrid, CEC, 2000, p. 19. 2 “Podría dividirse la libertad en originaria o natural, y civil o social: la libertad natural es la facultad de hacer lo que se quiere sin otros límites que los que pone la fuerza o resistencia de los objetos externos; la libertad civil es la misma facultad limitada o moderada por las leyes; de modo que la libertad civil es la libertad natural menos las porciones cuyo sacrificio ha creído necesario la ley para obtener y asegurar el fin de la asociación, que es el bienestar o felicidad común.” (SALAS, R. (1821): Lecciones de derecho público constitucional, Madrid, CEC, 1983, p. 52). 3 Ibidem, p. 50 4 CANGA ARGÜELLES, J.: o. c., p. 20. El absolutista Peñalosa ya nos proporciona una definición de esta libertad: “significa en general la idea de poder, según las leyes, disponer de nosotros mismos y de cuanto nos pertenece.” (Cit. en PORTILLO, J. M.: Revolución de nación. Orígenes de la cultura constitucional en España, 1780-1812, Madrid, CEC, 2000, p. 102). 5 Cit. en ibidem, p. 253. 2 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. constitucional encargada de añadir un capítulo sobre los derechos fundamentales, que al final no fue incluido en la Carta Magna, la libertad implicaba la capacidad de “poder hacer todo lo que no perjudica a la sociedad ni ofende a los derechos de otro”. Y el artículo 40 del proyecto de Código civil de 1821, obra a la cual nadie puede negar su vinculación con la cultura constitucional gaditana, desglosaba la libertad civil o propiedad personal en un conjunto de facultades y derechos cuyo objetivo era garantizar a todos los hombres la posibilidad de alcanzar la felicidad.6 En resumen, la libertad civil no coincide con la libertad natural, la que no está limitada por ninguna ley, ni con la libertad moral, la que juzga la autonomía de la voluntad y de las intenciones; sino con el poder, facultad o derecho de hacer lo que se quiere, aunque, desde luego, dentro de los límites establecidos por las leyes;7 leyes que, no obstante, eran la expresión de la voluntad del querer de todos los ciudadanos, de forma que la limitación era más bien una autolimitación. En contraste con esta noción revolucionaria o ilustrada, que identifica libertad y derechos, veremos más tarde que la noción católica identifica la libertad con el deber; y así, mientras la primera nos proporciona una concepción autónoma de la política basada en la soberanía y autolegislación del pueblo, la segunda subordina la voluntad de los ciudadanos a la lex naturalis (Martínez Marina) o al mandato de las clases que en cada momento histórico encarnan el principio de la razón (Donoso Cortés). 1.2. La libertad en relación con la Constitución. La libertad que disfruta el hombre en sociedad puede analizarse, como hace Montesquieu, desde un doble punto de vista: en relación con la Constitución, y en relación con los ciudadanos. Esto es, podemos hacer referencia a las condiciones que debe cumplir el régimen político para garantizar la libertad de sus 6 “Es libertad civil o propiedad personal: 1º., el derecho a conservar la existencia física y moral, y de aumentar sus goces y comodidades; 2.º, el derecho de hacer todo lo que no está prohibido por la ley o por sus emanaciones; 3.º, el derecho de manifestar las opiniones y pensamientos bajo las restricciones y responsabilidad que prescribe la ley; 4.º, el derecho de no ser detenida la persona por ningún individuo ni Autoridad, sino en los casos y por medios que determina la ley; 5.º, el derecho a no ser compelido al cumplimiento de las obligaciones, sino por la Autoridad y por los medios que señaló anteriormente la ley; 6.º, la facultad de reclamar ante el Rey y demás Autoridades competentes, y en su caso ante las Cortes, cualquier transgresión que coarte derechos que concede la ley.” Cf. LORENTE SARIÑENA, M.: Las infracciones a la Constitución de 1812, Madrid, CEC, 1988, pp. 210-211. 7 FLÓREZ ESTRADA, A. (1809): Constitución para la nación española, en Obras de Álvaro Flórez Estrada II, Madrid, BAE, Atlas, 1958, p. 316. 3 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. ciudadanos; o bien a las mismas leyes que regulan los derechos y facultades de los individuos. Con respecto a la primera perspectiva, nuestros revolucionarios reconocen que una Constitución libre debe cumplir básicamente dos requisitos: primero, debe ser expresión de la voluntad de los ciudadanos, lo cual equivale a decir que el pueblo soberano detenta el poder constituyente (autolegislación); y, segundo, debe establecer la separación de poderes como principal medio para conservar la libertad política. Pues bien, estas dos condiciones se cumplen en nuestra Constitución de 1812. 1.2.1. Soberanía nacional: el problema del poder constituyente. Para Canga Argüelles o Flórez Estrada, los dos publicistas que hemos tomado como modelo de revolucionarios, la unión en sociedad es un acto libre de los que la componen (pacto social);8 y la Constitución no es más que la expresión de este pacto social, o sea, la ley solemne que recoge los derechos y deberes de ciudadanos y gobierno.9 En virtud del pacto social, la soberanía o poder constituyente reside “en todos y cada uno de los ciudadanos que componen” el cuerpo social. Este punto de vista revolucionario se impone en las Cortes de Cádiz, como demuestra el artículo 3, que dice así: “la soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales”. El concepto constitucional de nación equivale aquí simplemente al conjunto de los españoles. Son los individuos, y no una nación comprendida en un sentido romántico, o sea, como una realidad cultural superior y transcendente a las personas que la integran en cada momento, quienes se reunen para darse una nueva ley fundamental.10 Los moderados o realistas, capitaneados por Jovellanos, deseaban restar carácter constituyente al sujeto nacional, y que las Cortes se limitaran a restaurar y mejorar la constitución histórica. Lejos de propugnar una ruptura revolucionaria, defendían la vigencia de 8 “Como la unión –escribía Canga Argüelles– en sociedad es un acto libre de los que la componen, sólo ellos podrán señalar las reglas de su conducta.” (o.c., p. 21). 9 Según Flórez Estrada, la Constitución “fija y establece los derechos y deberes del gobierno para con la nación” (o. c., p. 316). Para Canga Argüelles es la “ley solemne con que una nación declara los derechos y los deberes de los hombres, y las obligaciones y derechos de las personas encargadas del gobierno, o sea del cumplimiento de sus pactos” (o. c., p. 23). 10 En este sentido se expresaba un escrito anónimo de 1805, Teoría de una constitución política para España: “la nación española es la reunión de todas las personas que voluntariamente y libremente viven dentro del [...] terreno español”, y, por tanto, contiene “las mismas ideas que la palabra Pueblo.” (Cit. en PORTILLO, J. M.: o. c., p. 153). 4 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. las antiguas leyes fundamentales, en cuyo carácter estamental u orgánico veían un serio obstáculo contra el despotismo.11 Para ese sector partidario de modestas reformas en la Constitución histórica, el de Jovellanos, Capmany o Borrull, la España de las Cortes de Cádiz no era una “nación constituyente” sino una nación constituida, cuya esencia radicaba en la religión católica y en una monarquía de carácter hereditario y estamental. Los moderados añadían, en una línea muy parecida al pensamiento reaccionario expuesto poco más tarde en el Manifiesto de los persas, que la nación no podía modificar los derechos del rey Fernando VII, por cuanto la traslación de poder al príncipe, la translatio imperii, ya había tenido lugar en épocas pasadas. Razón por la cual los diputados de las Cortes debían ser considerados simples depositarios de la soberanía monárquica. Asimismo, los realistas, tras sentenciar que la antigua Constitución se remontaba a la Edad Media, al pacto entre dos sujetos iguales, el príncipe y el resto del cuerpo político, pensaban que la nación no constituía una realidad anterior a la monarquía. Pues sin pacto de gobierno o de dominación no podía hablarse de una comunidad, sino, como señalaba Inguanzo, de una “reunión de hombres en confuso”.12 En cambio, los diputados más revolucionarios o rupturistas negaban, basándose muchos de ellos en los estudios históricos de Martínez Marina, que la Constitución tradicional española siguiera vinculando a las nuevas Cortes. Por ello, a juicio del revolucionario Espiga, el primer artículo de la ley fundamental de 1812 no definía “la nación como constituida, aunque lo esté”, sino “en aquel estado en que, usando de los grandes derechos de establecer las leyes fundamentales, está constituyéndose o, lo que es lo mismo, está mejorando su constitución”.13 La nación, y no el reino de España o los reinos históricos, se convertía ahora en el nuevo titular de la soberanía. El organicismo medieval, según el cual el reino se identificaba con un cuerpo cuya cabeza era el rey y cuyos miembros, los estamentos o los territorios, eran órganos heterogéneos, cedió su lugar a la idea revolucionaria de una nación homogénea compuesta por 11 A pesar de esta apología de las tradiciones constitucionales, los realistas, siguiendo el modelo inglés propuesto por Lord Holland y por el libro Insinuaciones sobre las Cortes del escocés John Allen, deseaban introducir la novedad de dos cámaras: la cámara alta de los privilegiados, donde estarían representados la nobleza y el clero, y la cámara baja de los comunes. Sin embargo, la opción revolucionaria se impuso al final sobre la realista, dado que las Cortes ni fueron estamentales ni se dividieron en dos cámaras. 12 Cit. en PORTILLO, J. M.: o. c., p. 374. 13 Ibidem. 5 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. individuos libres e iguales.14 Las Cortes dejaron de ser una reunión de los tres estamentos o de los distintos territorios históricos y se convirtieron en una reunión de voluntades,15 tal como declaraba el artículo 27 de la Constitución: “Las Cortes son la reunión de todos los diputados que representan la nación, nombrados por los ciudadanos.” Los revolucionarios también subrayaban la anterioridad y superioridad de la nación soberana sobre el monarca, el cual había dejado de ser soberano y se había convertido en un representante sometido a la Constitución.16 Canga Argüelles, en contra de la tradicional teoría patriarcal, escribía a este propósito que “los hombres y no la naturaleza hacen los reyes, y éstos deben a la voluntaria sujeción de aquellos su existencia y poder”.17 Por eso, el monarca ya no continuaba siendo gobernante y rey en virtud de un histórico derecho de sucesión, sino, como exponían unos Preliminares a la constitución para el reino de España de 1810, por elección especial y nombramiento nuevo de la nación. El mismo proyecto de Constitución manifestaba que a la nación soberana le corresponde “adoptar las formas de gobierno que más le convenga”. Y Flórez Estrada, en su Constitución para la nación española, indicaba que cuando ésta se apruebe “será un crimen de estado llamar al rey soberano”, o que éste altere la Constitución, pues no hay más cuerpo soberano que la nación.18 1.2.2. Separación de los poderes políticos. En segundo lugar, la libertad constitucional requiere separación de poderes.19 Flórez Estrada, como Montesquieu, veía en la legislación de Inglaterra el modelo más perfecto de Constitución,20 y utilizaba también el criterio del francés, 14 En opinión de Canga Argüelles, la representación estamental no tenía sentido cuando “todos los individuos de la sociedad, como que son iguales ante la Nación”, disfrutan “sin distinción ni diferencia alguna del derecho de concurrir con sus votos al establecimiento de las leyes”, y pueden “desempeñar las funciones atribuidas a los poderes que componen el gobierno” (o. c, p. 37). 15 DE DIOS, S.: “Corporación y Nación. De las Cortes de Castilla a las Cortes de España”, en AA. VV.: De la Ilustración al Liberalismo. Symposium en honor al profesor Paolo Grossi, Madrid, CEC, 1995, p. 285. 16 El monarca está sometido “a cuanto previene la Constitución” (FLÓREZ ESTRADA, A.: o. c., p. 328). 17 CANGA ARGÜELLES, J.: o. c., p. 28. 18 FLÓREZ ESTRADA, A.: o. c., pp. 322 y 328. 19 Canga Argüelles hablaba de seis poderes esenciales (legislativo, ejecutivo, judicial, defensivo, instructivo y subventivo), y de la necesidad de su absoluta separación (o. c., p. 24), pero casi todos los revolucionarios se centraron en la habitual separación entre los tres primeros. 20 “Si los gobiernos obrasen de buena fe, a falta de luces hubieran consultado y adoptado la política y legislación de las naciones que han sabido ser felices y poderosas. En nuestros días hubiéramos 6 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. la división del poder, para distinguir entre el gobierno libre y el despótico: “el gobierno despótico es el que reune en sí toda la autoridad y poder posible y por lo mismo el más libre será aquel que más divida la autoridad y poder, dejando, sin embargo, el suficiente para que no caiga en el extremo opuesto a que propende todo gobierno libre, a saber: la anarquía, el mayor de los males que puede sufrir toda sociedad.”21 Por supuesto, durante el período revolucionario y constitucional lo que más preocupaba era la reunión despótica de todos los poderes en la persona del monarca. Los revolucionarios españoles veían en esta concentración del poder, en la ausencia de un poder legislativo independiente, la principal causa de las injusticias y extravio del reinado de Carlos IV y –en palabras de Estrada– de su “estúpido privado” Godoy.22 1.3. La libertad en relación con los ciudadanos. Para que la libertad del ciudadano sea completa no sólo se requiere poder constituyente en manos de la nación y separación de poderes; también se precisa que las leyes fundamentales reconozcan todos esos derechos individuales, naturales e inalienables, que ya habían sido sancionados en los Estados Unidos y en Francia por sus famosas Declaraciones.23 1.3.1. La corta Declaración de derechos individuales. El artículo 4 de la Constitución de 1812 contiene un escueto reconocimiento de los derechos individuales: “La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen”. A algunos historiadores estudiado la legislación de Inglaterra y hubiéramos hallado que la perfección de sus artes, el progreso de sus ciencias, el poder de esta nación, en una palabra, que todas las ventajas que disfruta sobre las demás naciones es debido únicamente a la libertad de que gozan sus individuos.” (FLÓREZ ESTRADA, A.: Reflexiones sobre la libertad de imprenta, en Obras de Álvaro Flórez Estrada II, cit., p. 348). 21 Constitución para la nación española, cit., p. 321. 22 Reflexiones sobre la libertad de imprenta, cit., p. 349. “De la falta –escribe Canga– de un cuerpo legislativo estable, que representase a la Nación, ha nacido el recaer en manos del rey estas funciones, porque disueltas las Cortes no había quien desempeñase sus funciones: una vez puestas en sus manos la facultad de hacer las leyes, la execución y la fuerza; se siguió el abuso [...]” (o. c., p. 48). 23 La comisión constitucional española hacía referencia a la necesidad de esa doble libertad en los siguientes términos: “El íntimo enlace, el recíproco apoyo que debe haber en toda la estructura de la Constitución, exige que la libertad civil de los españoles quede no menos afianzada en la ley fundamental del Estado, que lo está ya la libertad política de los ciudadanos.” (Cit. en PORTILLO, J. M.: o. c., p. 424). 7 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. esta declaración no les parece suficiente garantía. No obstante, resulta indudable que la Constitución ordenaba garantizar los derechos individuales; derechos que, a diferencia de la pactada comunidad nacional, se caracterizan por su índole natural, universal o preexistente. Son, por tanto, anteriores a la constitución de la nación y del Estado, como, por lo demás, reconoce el mismo artículo 4 cuando ordena conservarlos y protegerlos, mas no crearlos.24 Ciertamente, los diputados de las Cortes de Cádiz pensaron elaborar, inspirados por las declaraciones francesas de 1789 y 1793, un segundo capítulo del Título I en donde, bajo el encabezamiento “De los españoles, sus derechos y obligaciones”, debía reconocerse “la libertad, la seguridad, la propiedad y la igualdad” como los principales derechos de todo español. Pero, al final, se limitaron a especificar la libertad civil y la propiedad, mientras la seguridad y la igualdad, como aclaraba el proyecto de Código Civil de 1821,25 quedaban englobadas dentro de la fórmula “los demás derechos legítimos”. Desde luego, algunos liberales como Valentín Foronda se quejaron de esta breve referencia,26 mas nunca protestaron porque les pareciera erróneo el artículo 4. En cualquier caso, su localización, dentro del primer título y capítulo, y su efectividad material durante el breve periodo de vigencia de la Constitución, nos obligan a admitir el papel fundamental, básico y determinante que en esta Carta Magna juegan los derechos de los individuos. Por lo demás, el carácter liberal de nuestra Constitución de 1812 resulta evidente cuando notamos que los únicos derechos nombrados expresamente son los dos más genuinos del liberalismo: la libertad civil, que solía desglosarse en libertad de movimiento, libertad personal y, sobre todo, en libertad de imprenta y de comercio, y la propiedad. También el tratamiento de la igualdad resulta propio del pensamiento liberal, pues los constituyentes sólo hicieron referencia a una igualdad formal o legal. Por esta razón, el proyecto de Código civil de 1821 24 Aunque Lord Holland se quejó porque nuestra ley fundamental no establecía las garantías procesales adecuadas para hacer efectivos los derechos y libertades individuales, los españoles sí pudieron reclamar ante diversas instituciones estatales la protección de los derechos subjetivos mencionados de forma tan genérica por el artículo cuarto. 25 El proyecto de Código Civil de 1821, una de las consecuencias de la Constitución gaditana, establecía en su artículo 34 que “la libertad civil, la propiedad, la seguridad judicial y la igualdad legal componen los principales derechos legítimos de los españoles.” De este modo también se expresaba en 1820 el Catecismo político arreglado a la Constitución de la Monarquía española, el cual establecía que, según el artículo 4, los derechos de los españoles son la libertad, la seguridad y la igualdad. 26 FORONDA, V.: Ligeras observaciones sobre el proyecto de la nueva constitución, La Coruña, 1811. 8 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. admitía la amarga verdad de la desigualdad económica, y que todo cuanto podía hacer la ley era “neutralizar el funesto influjo del rico sobre el menesteroso, del superior sobre el dependiente”.27 1.3.2. La legislación penal y las libertades religiosa y de pensamiento. Entre las leyes que garantizan la libertad o los derechos naturales de los individuos es necesario prestar atención a las leyes que regulan los juicios criminales, a la libertad religiosa y a la libertad de pensamiento o de imprenta. Ya Montesquieu decía que “la libertad del ciudadano depende principalmente de que las leyes criminales sean buenas”.28 De acuerdo con esta máxima, Canga Argüelles indica en sus Reflexiones que la libertad dejará de ser una quimera cuando los ciudadanos sólo sean arrestados en los casos previstos por las normas penales; cuando concurran pruebas o documentos fiables, y no meros indicios; y cuando se supriman las penas atroces.29 Todos ellos son principios que, junto al de la inviolabilidad del domicilio o a la prohibición de allanar la casa, recoge la Constitución del 12 en su Título V. En cuanto a la libertad religiosa, la mayoría de los revolucionarios intentaron hacer compatible la tolerancia con el reconocimiento de la confesión católica como religión estatal.30 Pero la Iglesia católica a la que se refería Canga o Flórez Estrada era una Iglesia nacional, sometida a una serie de artículos que garantizaban la fidelidad del clero a los intereses 27 Cit. en LORENTE, M.: o. c., p. 211. Diversas fuentes políticas y jurídicas prueban el tratamiento liberal dado a la igualdad: el diario de sesiones de 16 de junio de 1813 afirma claramente la igualdad ante la ley de todos los españoles; en el número sexto del Duende Político se puede leer que “la igualdad civil delante de la ley no es ni puede ser otra cosa que la protección igual que deben gozar indistintamente todos los ciudadanos”; y, según el artículo 51 del Código civil del trienio liberal, “todos los españoles son iguales ante la ley para reclamar derechos y cumplir obligaciones, sin diferencia de nacimiento, de calidad o de fortuna. Esta igualdad constituye el derecho que se llama igualdad legal”. 28 MONTESQUIEU, Del espíritu de las leyes, Madrid, Tecnos, 1995, p. 129. 29 CANGA ARGÜELLES, J.: o. c., pp. 31-32. 30 Flórez Estrada escribe que “ningún ciudadano será incomodado en su religión, sea la que quiera, pero será castigado como perturbador del sosiego público cualquiera que incomode a sus conciudadanos en el ejercicio de su religión o por sus opiniones religiosas, y el que en público dé culto a otra religión que la católica.” (Constitución para la nación española, o. c., p. 335). En una prudente línea, Canga Argüelles, aun reconociendo que el catolicismo era la religión del Estado, hacía referencia a la posibilidad de examinar si esta religión debía “ser como hasta aquí tan dominante que excluya el exercicio de otras.” (o. c., p. 61). 9 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. estatales antes que a los de Roma.31 En concreto, la nación había de tener la facultad de exigir a la Iglesia católica la aceptación de determinados preceptos relativos a su disciplina exterior, y de revisar las actas de los Concilios antes de su publicación. Según el conde de Toreno, el artículo 12, en donde se establecía el catolicismo como la religión de la nación española, no suponía, a pesar de chocar con los principios de la tolerancia y de la libertad de cultos, un obstáculo insalvable para lograr con el tiempo mayores cotas de libertad religiosa. A su juicio, en las Cortes de Cádiz los diputados más afectos al principio ilustrado de la tolerancia decidieron que lo más prudente era no hurgar en un asunto que levantaría una excesiva oposición entre los sectores más conservadores de España, e impediría la adopción de otras reformas.32 No obstante, para las generaciones posteriores éste sería uno de los puntos más discutibles del liberalismo doceañista. A este respecto, merece la pena contrastar la tesis del conde de Toreno con la opinión del republicano radical Álvaro de Albornoz, quien, un siglo más tarde, señalaba que el gran error de los liberales del 12 fue el negar la libertad religiosa por temor a la guerra civil: “les faltó la cuerda audacia de provocarla oportunamente; al hacer todo lo posible por impedirla, sólo consiguieron retrasarla. Y vino después [se refiere a las guerras carlistas], tarde y con daño, puesto que se encendió en las turbias llamaradas del encono dinástico, y no en las ascuas vivas de la conciencia religiosa”. Además, Albornoz, en la línea de Jellinek, señalaba que la libertad religiosa era el origen de todas las libertades civiles: “Por no haber sido planteado y resuelto a tiempo el problema de la libertad religiosa se hallan –escribía en la década de los veinte– en España sin resolver todos los problemas políticos. La libertad civil no nace de la Revolución, sino de la Reforma”.33 31 Los artículos a los cuales se refería Canga son los necesarios para crear una Iglesia nacional. Por eso señalaba que la Iglesia española únicamente ha de poseer los bienes imprescindibles para la manutención del clero, debiendo enajenar los bienes raíces sobrantes; debe limitar su jurisdicción a los asuntos espirituales o relativos al fuero de la conciencia; debe suprimir el derecho de asilo y otras inmunidades de los clérigos; e incluso ha de admitir que las Cortes reduzcan el excesivo número de eclesiásticos seculares y regulares. Por supuesto, las antiguas regalías, como el patronato real, seguían siendo irrenunciables. Cf. CANGA ARGÜELLES, J.: o. c., pp. 61-62. 32 En un país donde se destruye la Inquisición, donde existe la libertad de imprenta y “se aseguran los derechos políticos y civiles por medio de instituciones generosas” difícilmente podía imponerse el fanatismo y la intolerancia religiosa. Por todo ello –concluye Toreno, fue muy cuerdo “no provocar una discusión en la que hubieran sido vencidos los partidarios de la tolerancia religiosa.” (CONDE DE TORENO: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Madrid, 1872, libro XVIII, p. 385). 33 ALBORNOZ, A.: La tragedia del Estado español, Madrid, Caro Raggio, 1925, pp. 133-134. 10 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. Finalmente, la libertad de imprenta, reconocida por el artículo 371 de la Constitución de Cádiz,34 si bien sólo se refería a materias políticas porque los escritos religiosos debían ser sometidos a la aprobación y licencia de los obispos,35 constituye uno de esos derechos individuales que sirven para conectar la sociedad civil con el Estado. Los publicistas de la época, y en especial Flórez Estrada, en Reflexiones sobre la libertad de imprenta, solían atribuirle tres funciones básicas: la primera consistía en la formación y difusión de la opinión pública; la segunda en controlar e impedir las arbitrariedades de las autoridades públicas, en especial las del ejecutivo;36 y la tercera, en instruir al pueblo y elevar su nivel cultural.37 En principio, esta libertad debería encuadrarse dentro de los derechos civiles. No obstante, también se relaciona indirectamente con el poder legislativo, en cuanto éste tiene la misión, si quiere convertirse en el portavoz de la voluntad popular, de ajustar sus leyes a la variable opinión pública. Si a ello unimos que la publicidad, realizada a través de la imprenta, cumple una función de control de los órganos de gobierno, no resulta extraño que esta libertad contara con una garantía adicional, el artículo 131, que ordenaba a las Cortes su protección. 2. El concepto católico y contrarrevolucionario de libertad. En la época de las Cortes de Cádiz también encontramos presente una concepción católica de libertad. Desde esta posición, la libertad no es una facultad de hacer; más bien coincide con el libre albedrío, esto es, con la potencia de todos los hombres para obedecer o desobedecer la ley natural. Para estos autores católicos, la libertad civil de los revolucionarios sigue siendo absoluta, pues el límite establecido por las leyes, en la medida que éstas dependen de la voluntad de los ciudadanos, no constituye una auténtica limitación del querer individual. En el fondo, la libertad católica se alza contra la idea de autolegislación y soberanía del pueblo, o lo que es lo mismo, contra la 34 “Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones y responsabilidad que establezcan las leyes” (art. 371). 35 “En vano un diputado liberal, el americano Mejía, propuso que fuera suprimida también la censura religiosa. Diputados liberales de la importancia de Argüelles y Muñoz Torrero combatieron la proposición del diputado americano, rechazada casi por unanimidad de los representantes del país.” (ALBORNOZ, A.: o. c., p. 133). 36 Con este propósito, Flórez Estrada aludía a la conveniencia de que los debates constitucionales se hicieran públicos a través de la imprenta, pues veía en las sesiones secretas un nuevo camino para convertir a los diputados en déspotas. 37 PORTILLO, J. M.: o. c., p. 437. 11 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. autonomía completa de la esfera política. Frente a la concepción revolucionaria que acaba relacionando la libertad con el derecho subjetivo y con el autodominio y poder de los ciudadanos, el concepto católico subraya la relación, por paradójica que parezca en principio, de la libertad con el deber, la obediencia o la subordinación. Las obras de Torres Flores, Villanueva, Martínez Marina y, ya entrado el siglo, la de Donoso Cortés, constituyen un buen ejemplo de esta tradición. Me voy a servir de estos cuatro publicistas para reconstruir brevemente la teoría católica de la libertad. A finales del siglo XVIII, José de Torres Flores, en su Disertación sobre la libertad natural jurídica del hombre (1788), distingue dos tipos de libertad, una superior, absoluta y sin límites y otra inferior, circunscrita o limitada. La primera, la infinita, sólo reside en Dios, mientras que la segunda, la limitada, es propia del hombre, pues la acción libre de la criatura está sujeta a la ley que le prescribe su legislador; o en otras palabras, sus actos siempre han de ser justos, rectos y santos. Sólo en los actos indiferentes posibles, aquellos que no son prohibidos u ordenados por leyes divinas o humanas, el hombre goza de la mayor libertad.38 En el segundo y tercer capítulo de la Disertación, el jurista polemiza con los filósofos modernos o libertinos que, como Mably, defienden la “absoluta libertad del hombre”. A esta libertad ilimitada, cuyo origen podría remontarse hasta la libertad cristiana defendida por Lutero,39 opone la católica libertad jurídica y legal; la libertad que, además de estar acotada por la ley Natural, esto es, “por la ley suprema, que el Divino Legislador grabó” en el corazón de cada hombre, lo está 38 TORRES FLORES, J. DE: Disertación sobre la libertad natural jurídica del hombre, León, Universidad de León, 1995, pp. 42-43 y 57. 39 Para los juristas católicos, Lutero, al defender que la libertad del cristiano implica la liberación de toda sujeción debida a la ley, estaría suministrando una base teológica al pensamiento de los filósofos libertinos: “Los enemigos de nuestra sagrada religión todo lo truecan, todo lo confunden y lo que se dice con certeza de una libertad [la del cristiano], lo apropian a aquella, que si gozara de este carácter se opondría al bien de la sociedad, como de facto contradice y repugna aquel principio fundamental que de la libertad social presenta Lutero en su tratado de Libert. Christ. [...]: “... nullo opere, nulla lege Christiano homini opus esse ad salutem, cum per fidem sit liber ab omni lege”. Principio del que los nuevos filósofos de nuestros días han deducido y con sofismas han intentado sostener la libertad absoluta del hombre, que no debe estar sujeto a ninguna ley, permaneciendo todos sin distinción en una perfecta igualdad.” (Ibidem, p. 46). En contraste con esta versión protestante y libertina, el católico Torres Flores sostiene que la libertad espiritual del cristiano, que la liberación de la esclavitud de la culpa o del pecado original, no se tradujo en una absoluta libertad, ya que “Jesucristo libertó a su Pueblo Cristiano, pero no le libertó de la [ley] divina, que obliga siempre y por siempre a toda humana criatura. Esta ley es la que prescribe la sujeción y dependencia que debe haber entre el superior por Naturaleza, o ley, y el inferior. Y de esta prescripción dimana la sujeción a las leyes positivas de los supremos Príncipes terrenos.” (Ibidem, p. 48). 12 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. por la ley civil del príncipe que, de acuerdo con el iusnaturalismo tomista, dimana de la natural. Para Torres Flores, la libertad natural jurídica coincide, en realidad, con el libre albedrío, el cual, a su vez, se identifica con el deber del buen cristiano, dado que “dio el Señor al hombre el libre albedrío para su bien, no para su mal”, para que usase, y no abusase, de la “jurídica legal libertad”.40 Por lo demás, Torres considera que el mayor peligro no procede, como podría pensarse inicialmente, de los autores protestantes o ateos, sino de aquellos católicos que, como Gaetano Filangieri y otros pensadores próximos a los presupuestos jesuíticos, intentaban adaptar la confesión romana al iusnaturalismo protestante de un Heineccius o a la nueva filosofía.41 También el jansenista Joaquín Lorenzo Villanueva, en su Catecismo del Estado según los principios de la religión de 1793, critica la libertad civil de los libertinos o revolucionarios que “se opone a la subordinación a la legítima autoridad, y por otro nombre se llama independencia”. El jansenismo de este primer y contrarrevolucionario Villanueva se puede apreciar en la acentuación de la corrupción original del hombre, en la defensa de la sumisión de la Iglesia a toda autoridad civil, aunque el príncipe sea un tirano, y en el aprecio demostrado en todo su catecismo por Agustín de Hipona. No sólo –escribe Villanueva en el capítulo VII– los discípulos de este padre de la Iglesia son los “mayores defensores de la independencia y soberanía de los príncipes”, sino que, además, Agustín de Hipona es el mayor valedor de “la autoridad divina de las supremas potestades”, de la dependencia de la Iglesia con respecto a la autoridad temporal, y quien más ha luchado por “hacer entender a los miembros del Estado que no tienen poder para desatar el lazo que los une con su cabeza”.42 A 40 Ibidem, p. 52. 41 Ibidem, pp. 94 ss.; pp. 132 ss. 42 En el prólogo del catecismo, Joaquín Lorenzo Villanueva señala que “la Religión no sufre ni puede sufrir en sus miembros independencia de la autoridad temporal: mándales que veneren las potestades, que se sometan a ellas, y las obedezcan en lo que no se opone al orden ni a la voluntad de Dios: y que por conciencia se sujeten a la constitución del Estado [...] tan leales quiere a los Fieles bajo el yugo de un tirano, como en el gobierno de un buen Príncipe.” (Catecismo de Estado, Madrid, Imprenta Real, 1793). Y en el capítulo VIII añade lo siguiente para demostrar la necesaria subordinación de la Iglesia a los mandatos civiles: “Tenían los Príncipes aun en la infidelidad toda la autoridad necesaria para hacerse obedecer en las cosas que de ella dependían. Debían sujetárseles todos, no sólo por temor del castigo, sino obligados por la conciencia. Nadie podía oponerse a su potestad sin resistir al orden y al autor del orden, que es Dios. Y aunque los Príncipes no lo conocían, antes bien eran enemigos declarados de su culto, no por eso dejaban de ser ministros de Dios [...] porque aun cuando los Reyes no hubiesen salido de la noche de la infidelidad, y hubieran perseguido siempre la Fe, no fuera menos digna de respeto la potestad que habían recibido de Dios para gobernar el Estado.” 13 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. este respecto, al clérigo español no le basta con desautorizar a los nuevos filósofos y revolucionarios franceses; como buen jansenista, también rechaza el laxismo católico –y evidentemente está pensando en los jesuitas– que se halla en la raíz de la doctrina que “autoriza al pueblo para juzgar al Príncipe”.43 Mas frente a la libertad revolucionaria o a la de los católicos más laxos se alza tanto la “libertad esencial del hombre que consiste en la naturaleza del libre albedrío”, como “la libertad de servidumbre que se opone a la esclavitud”. Estas dos libertades, libre albedrío y libertad de servidumbre, son las únicas libertades que, según Villanueva, son compatibles con “la sumisión y obediencia de los súbditos a las cabezas del Estado”.44 Las obras de Martínez Marina Discurso sobre el origen de la monarquía (prólogo de la Teoría de las Cortes de 1813) y Principios naturales de la moral, de la política y de la legislación (1824) constituyen otro buen ejemplo de este concepto de libertad católica. Para Marina, la libertad, en contraste con la tradición protestante y con el emergente liberalismo europeo, “no podía en su concepto quedar reducida a una decisión voluntaria de adquisición de una condición política, individual o colectiva. No podía fundamentarse en el verbo querer sino en el verbo deber”. Por tanto, “ser libre no consiste en hacer lo que se quiere, sino lo que se debe y es capaz de contribuir a la consecución de un bien sólido y permanente”.45 La divinidad –concluye Marina– “dio al hombre la razón para conocer el bien, la conciencia para promoverlo, y la libertad para adoptarlo”.46 De este modo, la libertad más natural es un satélite de la razón,47 y el ciudadano goza de ella cuando puede seguir los dictados de la recta razón o lex naturalis. Enseguida veremos que Donoso apenas se aparta de este esquema, y que el ciudadano es libre para obedecer a un gobierno desempeñado por quienes más saben, y, por tanto, se ajustan al derecho natural racional. 43 “[...] algunos Católicos han tenido atrevimiento para enseñar este error [...]: enseñan doctrinas contrarias a la seguridad y a la vida del Príncipe que abusa de su potestad [...] Que el Príncipe legítimo que abusa de su potestad, si amonestado no quiere enmendarse, puede ser depuesto por su pueblo, aun cuando le hubiese jurado obediencia perpetua; y que dada esta sentencia, puede quien quiera ponerla en ejecución.” (Ibidem, cap. VII). 44 Ibidem, cap. I. 45 Cit. en PORTILLO, J. M.: o. c., p. 445. 46 Cit. en ibidem, p. 446. 47 “Quede –escribe Marina en un fragmento de su obra, pues establecido como un principio que la libertad satélite es de la razón, en cuyo torno debe rodar y describir la órbita de sus movimientos, como los satélites en derredor de su astro principal.” (Cit. en ibidem, p. 450). 14 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. Marina no nos habla de libertad natural48 porque se desarrolle plenamente, como piensa Bentham, en el estado natural, allí donde no hay leyes ni deberes sociales, sino porque el hombre ostenta por naturaleza la capacidad suficiente para seguir el derecho natural positivo que, por lo demás, ha de influir materialmente en las Constituciones humanas. Incluso, en caso de contradicción, el deber del hombre católico siempre primará sobre el del ciudadano.49 Por eso, el sabio legislador católico, si desea la paz social, tiene la misión de armonizar la libertad civil con la libertad natural, lo permitido por las leyes del Estado con lo exigido por la ley natural preceptiva. Martínez Marina pertenece a esa tendencia moderada cuyo principal objetivo residía en integrar catolicismo y revolución, Tomás de Aquino y Rousseau. Ya en su Discurso sobre el origen de la monarquía sostenía que había sido el Aquinate quien estableciera, cinco siglos antes que el ginebrino, el contrato como fundamento de la sociedad política.50 Pero probablemente sea Joaquín Lorenzo Villanueva quien, una vez superada su anterior etapa absolutista, nos proporcione con Las angélicas fuentes o el Tomista en las Cortes (Cádiz, 1811) la obra más representativa de esta tendencia.51 48 Para Marina, la libertad es natural “porque precede a todas las instituciones humanas, a todas las leyes positivas, a todos los pactos y convenciones facticias, y a todos los gobiernos políticos; natural, porque es inseparable del hombre y le acompaña en todas las circunstancias y situaciones de su vida.” (Cit. en ibidem, pp. 447-448). 49 “El hombre libre –escribe Martínez Marina en otro fragmento– no siempre puede hacer lo que las leyes positivas no prohiben, pues hay muchas cosas y acciones toleradas y positivas por la ley política, que reprueban y condenan la razón y la moral.” (Cit. en ibidem, p. 449). 50 MARTÍNEZ MARINA, F.: Discurso sobre el origen de la monarquía y sobre la naturaleza del gobierno español, Madrid, CEC, 1988, p. 103. 51 En este libro, en donde el autor recrea una conversación entre un obispo, un fraile y un abogado, el primero de estos personajes, haciéndose eco del pensamiento de Villanueva y basándose en la autoridad de Tomás de Aquino, defendía la labor constitucional de las Cortes de Cádiz. En cambio, el personaje de fray Silvestre, en representación de la escolástica más rancia, temía que “de esas palabras mal entendidas se quiera colegir que Santo Tomás defendió también el contrato social de Rousseau”. Mas no había peligro, pues el obispo de Villanueva no se apartaba de la ortodoxia católica cuando decía que “no le basta a la ley civil ser expresión de la voluntad del legislador, sea quien fuere, sino que además debe ser justa y ordenada al bien común de la sociedad para quien se sanciona” (cit. en PORTILLO, J. M.: o. c., p. 334). Como era de prever, el obispo sólo encontraba en el Evangelio los criterios adecuados para decidir la justicia de la ley. Ahora bien, resultaba muy difícil conciliar catolicismo y liberalismo doceañista mientras la voluntad del soberano estuviera limitada por unas Escrituras cuyos más autorizados intérpretes siempre habían sido los prelados. Villanueva, más allá de su defensa de los cambios constitucionales y de su firme política regalista a favor de la lectura de la Biblia en la lengua del pueblo, y en contra de la Inquisición, del reconocimiento del Papa como obispo universal, del pago de dinero a Roma en concepto de bulas o de las injerencias de la curia papal, acababa otorgando a la Iglesia nacional una influencia decisiva, si bien indirecta, en el nuevo Estado. 15 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. El Donoso Cortés de su etapa liberal o doctrinaria, el de las Lecciones de derecho político de 1836-37, será el último ejemplo que voy a exponer de esta concepción de libertad católica ajena al sentido liberal o ilustrado de la Constitución de Cádiz. Si enunciamos la tesis de Donoso Cortés sin ninguna explicación, puede parecer absurda: la libertad hace al súbdito, y no al soberano. Pero esta completa inversión de la libertad revolucionaria adquiere sentido cuando seguimos la argumentación de Donoso. El liberal doctrinario parte así de la esencial distinción en el ser humano entre razón y voluntad, entre entendimiento y libertad. La inteligencia es universal y sirve para comprender a Dios, al mundo, a los demás hombres y a sí mismo; la voluntad es lo particular de cada ser, lo que lleva a la libertad, pero también al individualismo y al aislamiento. Esta tensión entre razón y voluntad explica el eterno combate entre la autoridad, en la cual se encarna la inteligencia, y la libertad individual generada por la voluntad. Según Donoso, “para la existencia de la sociedad dos condiciones son absolutamente necesarias: que sea posible el Gobierno y que sea posible el súbdito”.52 La misión del gobierno consiste en defender a la sociedad contra las invasiones de la individualidad humana que conduce a la anarquía, sin que ello suponga caer en el despotismo. Pues bien, mientras “la inteligencia hace posible el Gobierno, la libertad hace posible el súbdito”; o en otras palabras, “el hombre manda porque está dotado de inteligencia y obedece porque está dotado de libertad, porque la libertad no es otra cosa que la facultad de obedecer”.53 Una vez más nos encontramos con una noción de libertad afín a nuestra tradición católica, pues coincide con el libre albedrío para obedecer y desobedecer el ordenamiento jurídico creado por los más inteligentes. Digámoslo con las palabras de Donoso Cortés: “un ser libre es el que desobedeciendo puede prestar obediencia, el que prestando obediencia puede desobedecer”;54 el hombre –añade un poco más adelante– “como ser libre, nunca es más que un súbdito sumiso o un súbdito rebelde”.55 Si la inteligencia está relacionada con el mando, y la voluntad o la libertad con la obediencia, lógicamente la soberanía, el mando supremo, no puede localizarse en la voluntad, pues ello 52 DONOSO CORTÉS, J.: Lecciones de derecho político, Madrid, CEC, 1984, p. 64. 53 Ibidem. 54 Ibidem. 55 Ibidem, p. 66. 16 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. significaría fundar la soberanía en la insurrección.56 Y, sin embargo, esto hace tanto el despotismo como el liberalismo democrático o revolucionario: “los que han localizado – vuelvo a citar a Donoso– la soberanía en la voluntad de los pueblos o en la voluntad de los reyes han confundido en el hombre la soberanía con la desobediencia y en los pueblos la soberanía con la insurrección”. Aún más: “todos los hechos que sirvan de base para localizar la soberanía en la voluntad del hombre han de ser forzosamente crímenes morales o crímenes políticos, crímenes públicos o crímenes privados”.57 Donoso Cortés distingue entre la soberanía de derecho y la de hecho, entre la divina y la humana. La soberanía de derecho es ilimitada, absoluta u omnipotente y sólo la posee inicialmente la divinidad. Se caracteriza esta soberanía por su espontaneidad e infalibilidad. La acción del soberano de derecho es espontánea porque mientras el súbdito debe cumplir con un precepto del soberano, la acción de este último no está determinada por ninguna otra norma. Y resulta infalible porque “es ley del mundo moral que todo poder ofrezca al súbdito en su constitución una garantía proporcionada a la importancia de las atribuciones de que se halla revestido”.58 En cambio, la soberanía de hecho, la que existe entre los hombres, es relativa porque la inteligencia humana ni es infalible, sino tan sólo un pálido reflejo de la razón absoluta, ni espontánea, sino un poder sometido a la ley divina. Donoso rechaza de esta forma tanto el derecho divino de los reyes como la revolucionaria soberanía popular, ya que, cuando se atribuye a un sujeto mortal, que carece del don de la infalibilidad, las facultades ilimitadas de la soberanía de derecho, tal gobernante se convierte inevitablemente en un déspota. Pero Donoso también admite en situaciones excepcionales la omnipotencia social, esto es, una soberanía humana semejante a la de Dios. En los períodos de revolución, “cuando los que obedecen se insurreccionan con los que mandan”, “cuando el poder constituido y limitado desaparece de la sociedad”, o “cuando el soberano y el súbdito se confunden”, “un poder omnipotente es entonces necesario para que pueda decir a la revolución como Dios a la mar embravecida: «No pasarás de aquí...».”59 Esta es la situación en la que hace su aparición el dictador soberano, quien, dotado de la mayor potestad, esto es, del poder constituyente, ha de 56 “La voluntad –sentencia Donoso– no es soberana nunca: ni cuando obedece, porque la soberanía no puede fundarse en la obediencia, ni cuando desobedece, porque la soberanía no puede fundarse en la insurrección.” (Ibidem, pp. 65-66). 57 Ibidem, p. 65. 58 Ibidem, p. 67. 17 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. poner fin a la crisis social y devolver a la sociedad a su estado normal. En estos casos, “sólo la victoria confiere el derecho y legitima el poder”, pues el hombre fuerte e inteligente, el dictador soberano provisto de un poder espontáneo, es alguien que las Constituciones no pueden prever.60 Donoso Cortés concluye manifestando, de modo similar a Martínez Marina, que la voluntad debe estar subordinada, ha de obedecer, a la razón. Por ello, el poder soberano de hecho ha de predicarse forzosamente de la inteligencia; o lo que es igual, tan sólo “los más inteligentes tienen derecho a mandar”.61 Esto, a comienzos del siglo XIX, significa que “las clases propietarias, comerciales e industriosas”, en la medida que encarnan el principio de la razón, son quienes deben gobernar. Si ser conservador es –como señalaba Cánovas en un discurso parlamentario de 1872– “defender los intereses de la propiedad en general y los especiales de las clases propietarias”, así como “los intereses de la religión”,62 está claro que la noción de libertad de Donoso, más que liberal, es conservadora. Esta noción católica o conservadora de libertad y de soberanía se acerca bastante al absolutismo expuesto dos décadas antes de las Lecciones de Donoso en el Manifiesto de los Persas. Pues en este famoso texto contrarrevolucionario, la monarquía absoluta “es una obra – leemos en el parágrafo 134– de la razón y de la inteligencia: está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado”. El gobierno absoluto del Manifiesto, en contraste con el decisionismo protestante de Hobbes, es tan limitado como el soberano de 59 Ibidem, p. 71. 60 “Él no pertenece al dominio de las leyes escritas, no pertenece al dominio de las teorías filosóficas; es una protesta contra aquellas leyes y contra estas teorías [...] El poder constituyente no puede localizarse por el legislador ni puede ser formulado por el filósofo, porque no cabe en los libros y rompe el cuadro de las Constituciones.” (Ibidem, p. 72). 61 “[...] pero no todos deberán gozar de derechos iguales, porque no todos están dotados de un grado igual de inteligencia, y no estando dotados todos de un grado igual de inteligencia, no pueden ofrecer todos una misma probabilidad de acierto, un grado igual de garantía. Si esto es así, señores, los más inteligentes tienen derecho a mandar; los menos inteligentes tienen obligación de obedecer.” (Ibidem, p. 70). 62 CÁNOVAS DEL CASTILLO, A.: Diario de Sesiones del Congreso de 11-6-1872, en ESCUDERO, J. M. (estudio y antología): Cánovas. Un hombre para nuestro tiempo, Madrid, Fundación Cánovas del Castillo, 1998, p. 85. También para Cánovas libertad quiere decir libre albedrío, pues sólo así se puede armonizar libertad y orden: “La libertad, que, rectamente interpretada, quiere decir respeto al libre albedrío, de donde se deriva la responsabilidad humana, así como el reconocimiento de la individualidad que aquél constituye en todo hombre y el ejercicio de la actividad espontánea con que Dios nos ha dotado a todos para cumplir altísimos fines peculiares a la par que imprescindibles fines 18 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Antonio Rivera García, El concepto de libertad en la época de las cortes de cádiz. hecho de Donoso, ya que “en un gobierno absoluto las personas son libres, la propiedad de los bienes es tan legítima e inviolable que subsiste aun contra el mismo Soberano que aprueba el ser compelido ante los tribunales, y que su mismo Consejo decida sobre las pretensiones que tienen contra él sus vasallos. El Soberano no puede disponer de la vida de sus súbditos, sino conformarse con el orden de justicia establecido en su Estado”.63 Con este peculiar absolutismo, el Manifiesto de los persas rechaza la unión, tan esencial para la tradición republicana y revolucionaria, de libertad política y derechos naturales del ciudadano. A modo de conclusión, quisiera subrayar que en las páginas anteriores he pretendido poner de relieve que en la época de las Cortes de Cádiz convergen dos tradiciones sobre el concepto de libertad: la revolucionaria, que, a mi juicio, es sancionada por el texto constitucional, y una concepción católica o conservadora, de la cual tenemos una versión liberal moderada, la de Martínez Marina, que conecta con los doctrinarios católicos españoles, y otra absolutista, la del Manifiesto.64 Sin duda, son dos conceptos de libertad que jugarán un papel esencial en la vida política del siglo XIX, e incluso, me atrevería a decir, más allá de él. comunes.” (Extremadura en el reinado de Isabel la católica, Disc. en la Academia de la Historia (1872), cit. en ibidem, p. 109). 63 El Manifiesto de 1814, en DIZ-LOIS, M. C.: El manifiesto de 1814, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1967, p. 265. 64 El manifiesto de los persas utiliza, pese a todo, la Teoría de las Cortes (1813) de Martínez Marina como una de sus principales fuentes históricas. Así lo han visto Miguel Artola y M. C. Diz-Lois (o. c., pp. 146-161). 19