EL DEBER MORAL DE LOS PARTIDARIOS DE UNA SOCIEDAD LIBRE Hernán Larraín F. Senador Un delgado hilo hace de conductor en las reformas que impulsa el actual Gobierno. Desde la reforma tributaria y la educacional, la propuesta de “Nueva Constitución”, así como en la que se proyecta para la salud, el trabajo, la previsión y en los derechos de agua, todas apuntan en la misma dirección: un sello ideológico de fuerte contenido estatizante que procura reducir la participación del sector privado e incrementar sustancialmente la injerencia del aparato público. Ya no se trata de la revolución de inspiración marxista que procura la expropiación de los medios de producción para su control estatal. El intento es más sofisticado aunque tiene alguna similitud: es el Estado el que debe tener la conducción de la nación, sin la participación real de las personas o sociedades a través de las cuales éstas se expresan u organizan, lo que lleva a restringir el rol de los particulares a ámbitos circunscritos y en la forma que les autoriza la ley. La regla básica es que las actividades centrales las dirigen y desarrollan los órganos del Estado y, excepcionalmente, los particulares, cuando la ley así lo permite, y ello debe hacerse del modo que se señala en el orden normativo. Cuando el Presidente del PPD señaló que no era una aplanadora lo que venía con la Nueva Mayoría sino que una retroexcavadora para remover los cimientos del modelo social imperante, causó escozor en el seno del oficialismo y verdadera ira en la oposición. Pero más allá de la emocionalidad de las reacciones, el mensaje no era una mera “cuña de prensa” sino que una acertada formulación de lo que significaba el sentido del Programa de Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet. Ya no estamos frente al gobierno de inspiración social demócrata que lideró antes Bachelet, como en forma previa lo habían hecho Aylwin, Frei y Lagos, sino ante uno que incluso reniega de ese pasado para reformular un proyecto que apunta más allá y que intenta instalar en Chile un modelo neo socialista donde la preeminencia de lo público es su núcleo central, y su objetivo específico es el igualitarismo social. Estimulados por las movilizaciones de 2011 y ante el evidente desgaste de la Concertación el 2013, unieron fuerzas de un variado origen en torno a la Nueva Mayoría, que incluía al Partido Comunista y otras de izquierda, bajo la sombra de Michelle Bachelet y de su Programa de Gobierno. Inadvertidamente, parecía algo más de lo mismo, pero al correr de los primeros meses de la nueva Administración, ha quedado en evidencia de que estamos frente a un proyecto político de otra naturaleza. Es la nueva izquierda que avanza sin contención, a pesar de las críticas internas y de los resultados adversos en los sondeos de opinión pública. Los hitos del cambio fundacional. El inicio del nuevo gobierno quedó marcado con el anuncio de realizar tres grandes reformas que marcaban los ejes de su Programa: la reforma tributaria, la reforma educacional y la reforma constitucional. La primera en iniciar su trámite legislativo fue la tributaria. La reacción ciudadana, de las Pymes y de la oposición, permitieron corregir en parte el proyecto, pero quedó consignado su espíritu inicial de mayor control público y su baja disposición a introducirle cambios al proyecto, especialmente en el monto total a recaudar. Luego vino la Reforma Educacional que se orientó a la educación particular subvencionada (EPS) y no a lograr una educación de calidad, especialmente en la educación pública (municipal). Bajo el pretexto de terminar con el “negocio” de la educación y otros aspectos secundarios, se desató una campaña en contra de la EPS que no logra esconder la voluntad de reducirla a su más mínima expresión, porque el verdadero fin que muchos persiguen es que toda la educación sea pública. No fue un “error” empezar amenazando la existencia de la EPS sino parte esencial del proyecto, cuyo claro sello ideológico empieza a repetirse en el programa de reformas. Un sello que empieza a cobrar cuerpo: el sentimiento anti empresarial A raíz de la discusión sobre la conveniencia de que el sector privado pueda tener una retribución económica en su proyecto escolar, el discurso oficialista ha etiquetado como “lucro” toda posibilidad de que algún privado obtenga utilidades en un proyecto educacional si éste es financiado con recursos públicos. La expresión “lucro” se presenta como una forma negativa de tener ingresos, un cierto abuso de parte del emprendedor. La filosofía procura satanizar toda actividad privada que, financiada por ingresos fiscales, genere utilidades. Desde luego en la educación, pero ese es un primer caso que luego se aplicará a otros ámbitos. El camino en las demás reformas La Reforma Constitucional no tuvo espacio para darse a conocer. La reacción social y política que provocaron las reformas tributaria y educacional, obligó al Gobierno a postergar la presentación de la Nueva Constitución y a olvidarse por ahora de la Asamblea Constituyente como camino para impulsarla. Pero no ha logrado detener el estudio de otros proyectos reformistas que reproducen el ideario neo socialista. Así, la reforma de la salud se concentra en el segmento de las Isapres, que representa el 20% de los beneficiarios de la salud en Chile (el 80% se atiende por los servicios estatales de Fonasa). La previsión también se halla bajo escrutinio. Son muchos los que quisieran terminar con el sistema de las Afp y en ámbitos del Gobierno no se oculta su simpatía con esa idea. Se ha anunciado la presentación de una Afp estatal, aunque se señala que ésta sólo será la primera medida en este ámbito, para así dejar tranquilos a quienes quieren volver al sistema de reparto, de manejo público. En el ámbito laboral la Agenda se está estructurando con la finalidad de fortalecer el rol de los sindicatos en las empresas, aumentando su fuerza interna y su capacidad negociadora, eliminando trabas al ejercicio del derecho a la huelga, reponiendo la lógica del conflicto de clases sin atención a las consecuencias que pueda tener en la subsistencia de la propia fuente de trabajo, que será monitoreado por una Dirección del Trabajo poderosa. El afán estatizante no se detiene y se proyecta también en el área de los derechos de agua. Aunque estos están considerados como de dominio público en nuestra Constitución, la existencia de derechos de aprovechamiento de aguas que son de dominio particular y que permiten la acción emprendedora en la agricultura, la minería, la industria y en muchos otros sectores, se ve amenazada por el proyecto de modificación del Código de Aguas ingresado por el Gobierno hace algunas semanas en la Cámara de Diputados. El fantasma ideológico del neo socialismo recorre toda la obra que impulsa el Gobierno. El candado del nuevo modelo: el cambio del sistema electoral La percepción ciudadana ha ido generando un creciente rechazo a las propuestas en marcha. De ello dan cuenta las diversas encuestas que se han conocido en el último tiempo (Adimark, Plaza Cadem, etc). Pero con todo lo que eso significa, no han detenido el proceso. Ello porque el Gobierno sabe que no va a poder lograr todos los cambios de inmediato o en un solo período de gobierno y su estrategia parece apuntar a avanzar lo más que se pueda en estos primeros dos años de gestión, para luego calmar las aguas (una política de “bonos” por ejemplo podría ayudar a la causa) y esperar concluir el proceso en un nuevo gobierno. Con ese fin han dispuesto un cambio al sistema electoral que les permitiría, de aprobarse como lo despachó la Cámara de Diputados, ponerle candado al cambio del modelo, por el expediente de asegurar el respaldo político que necesitarían. El sistema propuesto –traje a la medida- le regala alrededor de 10 parlamentarios gratis a la Nueva Mayoría, para así garantizar el control de las Cámaras y, con ello, la posibilidad de continuar el camino de los cambios estructurales donde esta Administración lo deje. Oposición Política y Social a los proyectos impulsados por el Gobierno La puesta en marcha de este proceso no ha sido fácil ni sin obstáculos. A la oposición política existente se sumó muy luego una naciente y ruidosa oposición social. En efecto, los partidos y actores políticos opositores, de distinto modo y, hay que admitirlo, en forma desorganizada y poco eficaz, han ido planteando una y otra vez sus diferencias con las distintas reformas estructurales que promueve el Gobierno. Sin embargo, la fuerza de sus acciones se ha potenciada por esos grupos sociales espontáneos y masivos que, con numerosas movilizaciones desatadas por diversos gremios y sectores, fueron impactando en las reformas propuestas. Esta verdadera oposición social, que algunos intentan desconocer inútil y torpemente, ha permitido generar un frente que paraliza y a ratos asusta la acción oficialista. Las inquietudes se advierten en el seno de la propia Nueva Mayoría, donde las grietas empiezan a emerger. En el intento tributario fue clave la opinión de destacados ex ministros y expertos de la antigua Concertación que levantaron dudas y objeciones sobre la calidad del proyecto y de lo nefasto de algunos de sus contenidos. Tales aspectos se han replicado en el caso de la reforma educacional donde las interrogantes han merecido duros cuestionamientos en el seno de la Democracia Cristiana, aunque todavía es débil e insuficiente para modificar en forma sustancial el proyecto, particularmente porque, de nuevo, no se aprecia el tema de fondo que está en juego: la instalación de un modelo neo socialista. En verdad, ni siquiera las críticas internacionales que el Gobierno está recibiendo del exterior parecen amilanarlo. Se ha dicho que su gestión refleja para Chile “la nueva mediocridad” (Financial Times) o que “el milagro chileno está en reversa” (Wall Street Journal), pero tienen como única respuesta la descalificación de sus críticos. Con todo, han tenido mejor suerte que la calificación dada a las marchas sociales o críticas especializadas nacionales, etiquetadas como “campaña del terror”, algo que recuerda la infantil actitud de querer tapar el sol con una mano. Una realidad crítica que exige una nueva narrativa, un relato El éxito electoral de la Nueva Mayoría descansa centralmente en Michelle Bachelet y su liderazgo, pero se asienta en una realidad social compleja y en pleno proceso de cambio. El desarrollo alcanzado en las últimas tres décadas ha permitido a muchos salir de la pobreza e incorporarse a una gran clase media que empieza a tomar cuerpo en Chile. Con ello han aparecido nuevas aspiraciones y exigencias que difieren cualitativamente de las anteriores. No es suficiente acceder a la educación o tener una vivienda: se quiere educación de calidad y una vivienda digna en tamaño y características. Proyectado socialmente, ello configura demandas que no son acogidas por el sistema en su forma actual. No basta ya con superar la pobreza, hoy se demanda una sociedad inclusiva que permita a todos acceder a bienes y servicios de calidades mínimas y, más todavía, a ser parte activa en la configuración y desarrollo de la agenda país. Inclusión, calidad y participación son los ejes del nuevo orden que se está instalando y que deben ser parte de todo relato político. La Nueva Mayoría ha sido la primera en intentar asumirlo, pero recurriendo a una narrativa antigua y fracasada que sólo alcanza éxitos iniciales porque aprovecha electoralmente el factor de las desigualdades del modelo en aplicación (que no cambió en nada durante los 20 años de la Concertación), sin resolver la cuestión de fondo. Los fracasos cosechados por esta opción no han impedido volver a intentar el sueño de la hegemonía de lo público en la conducción social, endiosando al Estado, aunque sea contrariando la porfiada historia. Han leído mal el mensaje del malestar ciudadano del último tiempo y resulta una sorpresa que la Presidenta Michelle Bachelet, que tiene sensibilidad y conexión con la gente, aparezca tan alejada de la realidad contingente. La errada propuesta oficialista no debe impedir enfrentarla con claridad y atacando el núcleo ideológico que la constituye, algo que los detractores de este nuevo socialismo no han sabido hacer, quedándose en la coyuntura cotidiana y de corto plazo, sin autocrítica y sin cambiar el discurso. La oposición no ha sido capaz de formular una respuesta actualizada. El modelo de sociedad libre y abierta ha traído consigo éxitos notorios que han beneficiado a millones, pero existen aspectos críticos y negativos que son reveladores de que su aplicación mecánica no se hace cargo de las nuevas inquietudes sociales ni resuelve los abusos e injusticias que se producen. Hay brechas sociales muy profundas que no se superan con el chorreo; existe un crecimiento económico que ha generado diferencias muy abrumadoras producto de la concentración económica y de la falta de competencia; son muchas las personas que miran el desarrollo en marcha, pero no son ni se sienten parte de él; el “clasismo” no deja espacios suficientes a la “meritocracia”; el malestar se generaliza porque las expectativas superan los logros. Sin embargo, ¿se desprende de ello que se necesita un nuevo modelo o más bien se trata de hacerle ajustes profundos? La Nueva Mayoría cree en lo primero, impulsando el neo socialismo. Pero entiende mal la realidad social, no es “más Estado” lo que se requiere. Tampoco lo es la visión ortodoxa de algunos que propician “más mercado”. No, a ambos se les debe responder desde una concepción fundada en el rol central de las personas y la sociedad organizada en la conducción social. No se trata de cambiar el modelo sino de corregirlo, lo que supone sentar sus bases desde la libertad, pero trascendiéndola. Se requieren interacciones que incorporen de modo decisivo otros valores como una mayor justicia e igualdad (entendida no como igualdad de resultados: todos debemos ser iguales; sino que como igualdad de oportunidades: todos partimos desde el mismo acceso básico y esencial a bienes y servicios sociales de calidades mínimas), para así lograr las condiciones que permitan generar una sociedad más inclusiva y con mayor sentido humano. No es justo que aún el futuro dependa de la cuna, ni es libre quien no tiene acceso a una educación de calidad. Ni el Estado ni el mercado son la única respuesta, ni mucho menos son excluyentes. Más que ideologías se requiere de mucho sentido común, espacio para la libertad de emprender como único camino para alcanzar un verdadero desarrollo económico, dentro de un sentido de lo justo que comprometa la participación de la sociedad entera. Es bajo estas premisas que se debe mirar el cuadro político actual y construir un relato desde el prisma de la oposición. Un llamado a la acción La necesidad de responder a las nuevas necesidades y exigencias sociales es inescapable para el mundo político. La desconfianza que le tiene la ciudadanía no sólo tiene que ver con la distancia entre su realidad y el discurso político, sino que con la convicción pública en cuanto a que los políticos sólo se preocupan de sus intereses, que profitan de privilegios injustificados y extremos, y que se desenvuelven en la opacidad. Los conflictos y la crispación del actual momento se explican precisamente porque parecen estar en juego sus intereses y no los de la gente. Asumir una nueva actitud y un nuevo discurso es esencial para la supervivencia de la política. La Nueva Mayoría, o al menos una parte, lo ha hecho siguiendo un programa que se asienta en un denominador común de claro contenido ideológico. El debate de los próximos días en su interior deberá arrojar luces respecto de la continuidad del conglomerado, lo que sólo tiene sentido si persevera en el sustento de nueva izquierda que lo inspira y le da sentido al proyecto. Las voces que han surgido al interior de la Democracia Cristiana, que reclaman su propia identidad, tienen que decantar y mostrar si están o no con este predicamento. Este partido, otrora el más grande del país, lleva muchos años subsumido en una alianza que ha justificado por cuestiones contingentes e históricas pero que, por el tiempo transcurrido, parecieran haber afectado su columna vertebral. Tomar una definición será medular para su futuro y el de la Nueva Mayoría. La DC tiene la oportunidad de demostrar que no es un perro sin dientes, que ladra mucho pero que no muerde. Sin embargo, quién más difícil tiene esta tarea es la oposición. Como ya se ha dicho, luego de los resultados de las elecciones recientes, no sólo quedó en un estado de debilidad total, sino que dividida, sin liderazgo y sin proyecto compartido. Se mantiene por la inercia de muchos años de trabajo conjunto de los dos partidos que han sido los ejes de la coalición: la Udi y Rn, y en algo se alimenta de los errores y desvaríos del actual Gobierno. Pero ni siquiera esto le ha reportado beneficios ya que el creciente rechazo a la Nueva Mayoría no se traduce en una mayor aprobación a la oposición. La tarea por delante es de naturaleza política y no se puede pensar que las movilizaciones sociales que han surgido les corresponda o deban enfrentar con coherencia y de modo sistemático la amenaza que oscurece el panorama nacional. La pregunta entonces es: ¿qué es la oposición, quienes la integran y cuál es su proyecto? La sola formulación de esta pregunta ya es indicio de la inquietud de fondo: no existe oposición real, sólo esfuerzos individuales y a ratos colectivos por muchos de los que no son parte del gobierno. Acciones como las del movimiento Amplitud, desgajado de Rn y auto declarado de centroderecha, cuando llega a acuerdos con el Gobierno o con Fuerza Pública de Andrés Velasco, sirven para acreditar que está instalado el camino propio y las opciones personalistas. En este escenario, resulta impostergable tomar conciencia de lo que está en juego: un Gobierno empeñado en sacar adelante una Agenda que contiene un nuevo proyecto de carácter estatizante contra viento y marea, y a pesar de las disidencias internas o de la oposición social. La falta de poder de la oposición política no justifica no hacer nada. Por el contrario, admitiendo que no se tiene la fuerza necesaria, ante un proyecto ideológico de las características del que está en marcha, que pone en riesgo los avances alcanzados en treinta años y que intenta llevar al país a oscuro destino, resulta impostergable actuar. Tenemos que formular una “Hoja de Ruta” que incluya la rearticulación de la oposición de un modo institucional, en forma amplia y generosa, sin exclusiones, que se comprometa a definir un nuevo proyecto y que cree las condiciones para gatillar el liderazgo que encabece las próximas elecciones presidenciales. Las directivas de los partidos mencionados y de los movimientos que constituyen la centroderecha, así como los centros de estudios afines, tienen la responsabilidad. En lo inmediato, urge la unidad para impedir que se ponga un candado a los cambios refundacionales vía un sistema electoral hecho a la medida de la Nueva Mayoría, y para impedir que el frenazo económico consolide una situación de pérdida económica y laboral que pueda significar para muchos un retroceso en sus vidas, saliendo de los niveles de la clase media alcanzados, para volver a una de pobreza y vulnerabilidad que no se merecen. Luchar por que Chile alcance un desarrollo inclusivo, que logre el compromiso con un modelo de justicia en libertad, bajo un orden democrático, participativo y transparente, sustentado en valores éticos, se constituye en el desafío más fuerte y apasionante del momento. A este proceso hago un llamado, con la convicción de que asumirlo por los partidarios de una sociedad libre constituye un imperativo moral.