La sociedad disciplinaria en América Latina - Archivo

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Este País 89
Agosto 1998
La sociedad disciplinaria en América Latina
MIGUEL ANGEL CENTENO
La asociación de modernidad con disciplina es general (y explícita en diferentes grados) en la obra de
muchos de los autores clásicos sobre las revoluciones que dieron origen al capitalismo y la democracia: "la
historia de Occidente se caracteriza por una objetivación cada vez mayor y por el disciplinamiento de la
subjetividad y una regulación cada vez más intensa del alma (Van Krieken, 1990, p. 353)". Ser moderno
significa maximizar y optimizar los recursos, economizar e imponer límites racionales a los deseos,
desarrollar una vida "administrada". Esto a su vez depende de la objetivación de individuos que requieren
disciplina política, económica y social. La modernidad implica disciplinar las pasiones políticas para
convertirlas en intereses racionales, transformar la piratería en acumulación competitiva y convertir el
patrocinio de los particulares a las normas civiles. La disciplina implica subyugar las voluntades
individuales a las necesidades de alguna meta colectiva. Esto promueve un proceso de acumulación y facilita la cooperación, ya que el control interno tiene importantes ventajas de eficiencia sobre la imposición
externa de la autoridad.
Mientras que cualquier definición multidimensional de lo que significa ser "moderno" sería
obviamente insatisfactoria, el concepto de disciplina capta muchos de los cambios sociales y psicológicos
que acompañaron a la gran transformación en Occidente, y que supuestamente aún representan la cuestión
central de mucha de la ciencia social contemporánea. Es más importante aún, que cualquier claridad
conceptual que pueda tener el término disciplina, el papel simbólico crucial que ha desempeñado en los
textos clásicos sobre el nacimiento del mundo moderno. Se trate de Marx denostando el taller fabril, de la
predicción temerosa de Weber sobre la aparición de intereses burocráticos, del punto de vista pesimista de
Simmel sobre la mercantilización de las relaciones, del proceso civilizatorio de Elias, de la alarma de la
escuela de Frankfurt sobre la próxima hegemonía de la razón instrumental, o de la sociedad "carcelaria" de
Foucault, se juzga que la modernidad implica una serie de limitaciones, institucionalizadas o intemalizadas.
Pero sean cuales fueren sus otras características, se piensa que la modernidad implica una expansión de
posibilidades económicas y políticas dirigidas, al menos en parte, por un mayor control sobre el mundo
físico y el desarrollo de la autodisciplina socializada.
Hay más textos contemporáneos que no han ignorado este concepto y tampoco se han apartado de
definiciones de la modernidad que lo incluyen. Los textos sobre "transitología", que hoy tienen ya una
década, se refieren a la necesidad de mejorar el mercado y la disciplina democrática. Una de las tareas
principales que enfrenta la economía rusa, por ejemplo, es transformar los hábitos de trabajo de generaciones enteras entrenadas para "pretender que trabajan" (Burawoy y Kratov). El lenguaje del "consenso de
Washington" está atestado de nociones de "disciplina fiscal" y "limitaciones presupuéstales". El atractivo
de regímenes autoritarios capaces de imponer el "amor difícil" suele acompañar a temores de que los
regímenes democráticos no estarían lo suficientemente disciplinados para decir no. El redescubrimiento de
Robert Putnam de la importancia central de la comunidad civil suele parecer que tiene poco que ver con la
democracia per se y más con la eficiencia administrativa y el control social: las comunidades civiles simplemente ayudan a que los trenes proverbiales sean puntuales. Fuera de la academia, la noción de disciplina
ha gozado de un nuevo auge, se trate de llamamientos a "normas más estrictas" en educación, uniformes en
las aulas, o de los llamados del alcalde Guilliani a la instauración de mejores modales públicos.
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Cualquier cosa que se piense sobre la validez del concepto (y del carácter aconsejable de formular
políticas públicas en torno a él) es vital para empezar a entender qué queremos decir con disciplina y
explorar cómo podemos hacer uso de ella. En este ensayo se argumenta que esto es de particular
importancia en el caso de América Latina. Las faltas de disciplina son un tema central en la "leyenda
negra" a la que se han referido varios autores. La suposición del subdesarrollo relativo de una sociedad
disciplinaria en América Latina se ha utilizado para certificar a ese continente como "premoderno" en
cierta medida, o sea, todavía no ha pasado por la transición cultural necesaria y requerida por el
capitalismo industrial y la democracia competitiva. Arguyen que América Latina carece de lo que
podríamos llamar "capital disciplinario", de la capacidad para coordinar o ejercer un esfuerzo concertado
para el cumplimiento de una meta particular. Este punto de vista suele ir acompañado de la negación de
una posible democracia "responsable" en un continente que requiere la continuación de regímenes
proteccionistas.
Estos puntos de vista persisten en las imágenes populares del "mañana", la corrupción y la laxitud
administrativa. Pero también tienen sus equivalentes en los textos académicos. La opinión de que "el
desarrollo es un estado mental" y de que los latinoamericanos están "mal encabezados" tiene una variedad
de exponentes desde Claudio Veliz, Richard
Morse, el primer Howard Wiarda y Lawrence Harrison. No cabe duda de que partes de la teoría de la
modernización también se pueden leer bajo esta luz. El llamado a este tipo de disciplina ha sido el soporte
principal de regímenes burocrático-autoritarios y de sus sucesores tecnocráticos. En el corazón de las
reformas neoliberales está la afirmación de que el mercado global alienta y requiere la disciplina, en este
caso el sacrificio de salarios para los empleados y, a veces, el sacrificio de ganancias inmediatas para los
patronos. La izquierda tampoco ha carecido de personas que aboguen por las transformaciones culturales,
por ejemplo, la fascinación del Che Guevara con la creación de un "hombre nuevo". Se trate del
campesinado o de la burguesía, se juzga que los actores críticos en el proceso de desarrollo carecen de un
impulso necesario, de fortaleza y vigor. Las celebraciones del "milagro" de Asia del Este (antes de fines de
1997) solían citar la supuesta disciplina de esas sociedades y cómo esos hábitos han contribuido al
desarrollo económico de la región. La lasitud "ibérica" no podía tener la esperanza de competir con la
devoción "confuciana". Combinadas con las críticas culturales de mentalités (mentalidades) continentales,
las comparaciones de las dos regiones a veces implicaban que las diferencias en sus desempeños económicos tienen mucho que ver con un déficit latinoamericano de disciplina social.
Más que castigar a la región por esta supuesta falla, en este ensayo nos planteamos una serie de
preguntas interrelacionadas: a) ¿Cómo se ha definido la disciplina en obras clásicas sobre la "gran
transformación" en Europa occidental? b) ¿Cómo podemos empezar a medir la disciplina con fines
comparativos? c) ¿Hay una diferencia "latinoamericana"? Si es así, ¿por qué el continente tomó este giro
diferente? ¿Cómo contribuye la experiencia diferente de la disciplina en América Latina a configurar la
dinámica histórica y social en ese continente? d) ¿Cómo nos ayuda la experiencia latinoamericana a
inspirar la relación entre disciplina y modernidad?
Definición de disciplina
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Una simple definición del diccionario muestra que la disciplina tiene una serie de facetas, cada una de
las cuales corresponde a diferentes preocupaciones clásicas con la aparición de la modernidad. El término
tiene su origen en el latín, disciplina, enseñanza, aprendizaje y está relacionado con el de discipulus,
alumno. Aparece por primera vez en su forma moderna en el siglo xxi con una serie de significados:
castigo, instrucción, aprendizaje (pero en especial de facultades mentales o del carácter moral), el control
obtenido por imponer la obediencia o el orden, o la conducta impuesta o prescrita, o el modelo de
comportamiento y, por último (y tal vez sea lo más importante), el autocontrol.
Estos diversos significados son los que se aplican a los análisis clásicos de la industrialización y al
desarrollo del Estado moderno. Pero a pesar de la importancia central que la disciplina desempeña en gran
parte de este trabajo, nadie ofrece una definición coherente de lo que se quiere decir con el concepto. El
"significado" y las implicaciones del fenómeno son elaboradamente analizadas, pero el contenido del
concepto necesita ser desmenuzado o deducido.
En primer lugar, disciplina implica como es obvio, obediencia. Para Weber, disciplina implica la
"ejecución exacta de la orden recibida, en la que toda crítica personal queda en suspenso
incondicionalmente y el actor está inmutable y exclusivamente determinado para llevar a cabo la orden"
(Economía y sociedad, p. 1149). Esta obediencia debe ser uniforme, basada en "ejercicios habituales y
rutinarios" en vez de en el "éxtasis heroico" o la "devoción personal". Para Foucault, la nueva forma de
obediencia también se caracteriza por una respuesta automática que esencialmente se salta la etapa de la
comprensión (Disciplinne & Punish, p. 166).
El desarrollo de este tipo de obediencia exige la creación de una sociedad de vigilancia. Anthony
Giddens ha elevado la generalidad de la vigilancia a una de las cuatro características que definen la
modernidad y se refiere a ella como quizás la función más importante del Estado-nación moderno
(Consequences of Modernity, p. 57). La nueva forma de poder es simultáneamente "individualizadora y
totalizadora". Es totalizadora en la medida en que es imposible eludirla y está implícita en todos los
aspectos de la vida. Es individualizadora en la medida en que en meollo está en la capacidad de supervisar
y de corregir la conducta personal. Mediante la normalización de la conducta —la definición explícita de lo
que se ha de esperar a través de mecanismos científicos— la identificación de individuas disidentes se
vuelve más fácil. La disciplina moderna trata de descomponer un colectivo social en multiplicidades y
después reorganizarlas en una unidad más eficiente.
Lo que tal vez sea más importante sobre la disciplina moderna no es sólo su omnipresencia, sino la
manera en que se pone en vigor, que implica en primer lugar la transición de lo coercitivo a lo terapeútico.
El interés de la autoridad ya no se limita al castigo del mal comportamiento, sino al estímulo activo de lo
"bueno". Implica el reemplazo de lo que se ha de hacer (mediante la amenaza de coerción) por lo que
debería hacerse (mediante la promesa de lo óptimo). "El mandato tradicional de gobierno varió del deber
pasivo de preservar la justicia a la tarea activa y dinámica de fomentar las energías productivas de la
sociedad y de brindar el marco institucional adecuado para ello (Raeff, p.1226)." La naturaleza del delito
aparece muy diferente en esas circunstancias. Ya no está únicamente restringida a un acto "positivo", a una
trasgresión activa. La no observancia y el desempeño por debajo del nivel también son delictivos. El
castigo no sólo se recibe por desobediencia, sino por no conformidad o incluso por conducta no óptima.
Pero, sin importar el papel crítico que desempeña la vigilancia, la versión moderna de disciplina se
basa más en el yo que en alguna otra exterioridad. En la sociedad contemporánea, "las rejas de la cárcel se
pueden abrir, porque la sociedad se ha convertido en una enorme prisión (Breuer, p. 237)". Es la elevación
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de un súper yo social al nivel de predominio lo que explica la conducta particular organizada de la sociedad
industrial y es ésta la que más caracteriza su distancia de otras formas de vida. El impulso se ha desplazado
"tras bambalinas" y el policía se ha internalizado (van Krieken, 1990). Este proceso es al que John O'Neill
se refiere cuando llama a Weber "un arqueólogo del poder que el hombre (sic) ejerce sobre sí mismo
(1986, p. 43)". Foucault acentúa igualmente esta idea del autocontrol. Por ejemplo, la disciplina tiene la
intención de crear "un cuerpo manipulado por la autoridad en vez de imbuido de espíritus animales (p.
155)". Elias la considera una "moderación de las emociones espontáneas" que surgen de la interdependencia cada vez mayor de la vida moderna que a su vez depende de que cada individuo "regule su conducta
con la más profunda exactitud de acuerdo con las necesidades de esta red" (Civilizing Process, pp. 446448). Como reduce el significado o el control de las "pasiones", la disciplina permite el control mucho más
productivo de los "intereses" desapasionados (Hirschman).
Fue central para este desarrollo el nacimiento de un espíritu de disciplina. Para Foucault, esto implica
el desarrollo de disciplinas académicas y epistemes filosóficas mediante las que se organiza y legitima el
conocimiento contemporáneo sobre el mundo. El conocimiento no es sólo una fuente de poder, sino que el
poder se expresa a través de la dominación de maneras concretas de interactuar con el mundo. Así pues, la
hegemonía de un método positivista en las ciencias sociales (y en consecuencia en la política pública) no
puede evitar que se cree un análisis del mundo más ordenado y restringido. Para Elias, la civilización era
sustancialmente una forma de autoconciencia expresada a través de la conducta y del comportamiento. La
contribución de Weber se centra en la creación de un "espíritu del capitalismo": un ethos en el que el deber
del individuo es aumentar su capital (Protestant Ethic and Spirit of Capitalism). Este nuevo espíritu impone
una disciplina de ahorro y acumulación sobre lo que con anterioridad había sido simple bandolerismo o
consumo conspicuo. La importancia de una nueva ideología del capitalismo ha sido debatida
acaloradamente, pero el nacimiento de una nueva cultura social de limitación está ampliamente aceptada
(Abercrombie, Hill, y Turner, cap. 4).
Precisamente por la aparente desaparición de la coerción, la disciplina moderna se presenta como una
reforma liberadora. La disciplina es el otro lado de la moneda de los derechos legales y de las obligaciones
del ciudadano; la generalización de la disciplina hace posible la de la ciudadanía. La Reforma y la
Ilustración, así como el nacimiento del capitalismo, imponen una nueva serie de limitaciones a la vez que
simultáneamente destruyen las cadenas tradicionales. Enrealidad, el desarrollo de una sociedad
disciplinada exige la eliminación de órdenes sociales y jerarquías formales. Todas las clases sociales han
de ser atraídas a la nueva red de limitaciones (Civilizing Process, pp. 459 y 509). Como las nuevas formas
de disciplina no están tan explícitamente asociadas con quienes sostienen individualmente el poder, éstas
se vuelven mucho más una parte asumida por el orden natural. Se puede confiar en que la sociedad
verdaderamente disciplinaria opera "con efecto casi natural, es decir, alejada de la conciencia histórica y
política" (O'Neill, p. 50). A través de esta normalización, la disciplina se vuelve despolitizada, no se
obedece a nadie más que a sí misma.
La disciplina es la sirvienta social de la acumulación económica del capital. Es general, democrática e
interna. El látigo del supervisor ha sido sustituido por las necesidades de la psique. Los recursos que con
anterioridad se usaban para reforzar o coaccionar ya no pueden estar más productivamente invertidos en
una producción más óptima.
¿El continente ingobernable?
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¿Hasta qué punto podemos hablar de una "disciplina social" en América Latina? ¿Qué indica la
experiencia continental para la validez del concepto? Gran parte del problema con el concepto de disciplina
es la dificultad intrínseca de llegar a una medida común que permita el análisis comparativo. Hay mucho
que decir sobre el valor empírico de la observación anecdótica. Por ejemplo, la simple observación de los
patrones del tráfico es probable que proporcionara jerarquías de disciplina social que serían bastante
congruentes para una serie de observadores. En Caracas no se detienen cuando el semáforo está en rojo, en
Zurich, los peatones se detienen en el semáforo rojo hasta los domingos, cuando no hay coches. También
se podría comparar el estilo marcial de los militares regionales. No cabe duda de que la pomposidad
prusiana de los soldados chilenos es bastante diferente del estilo más relajado de sus equivalentes
mexicanos o venezolanos. También se podrían sugerir conexiones entre los hábitos culturales y la
presencia de un "ethos disciplinario". Se podría sacar mucho, por ejemplo, de la diferencia en preferencias
deportivas (por ejemplo, el balompié de flujo libre versus el fútbol regimentado en Estados Unidos) o de
salud personal (el continuo desconcierto latinoamericano con la manía norteamericana por el ejercicio).
Hay varias dificultades importantes que aparecen de inmediato. En primer lugar, este tipo de medidas
reflejan juicios subjetivos sobre si los fenómenos sociales indican la presencia de disciplina. En segundo
lugar, está el problema obvio de los prejuicios del observador o de la ineludible subjetividad que haría
cualquier tipo de observación difícil cuando no imposible. También está el problema del uso discrecional
de ejemplos que se podrían emplear selectivamente para ilustrar cualquier variedad de posiciones teóricas.
Tal vez sea más preocupante la elección del ámbito del comportamiento. ¿Habría que centrarse en el
comportamiento público o en el privado? ¿Tendríamos que buscar disciplina dentro del hogar o fuera? Por
ejemplo, a pesar del ámbito civil o público aparentemente más caótico del continente, los niños
latinoamericanos se podrían juzgar como mucho mejor portados (¿civilizados?) que sus contrapartes
norteamericanos. El comportamiento público puede que no refleje la "disciplina" o la dominación impuesta
por el género o los papeles patriarcales dentro del hogar. La selección de medidas de disciplina reflejaría
probablemente el interés o los prejuicios del observador. Mucho de lo que podría juzgarse como comportamiento "disciplinado" podría ser simplemente que es congruente con una serie de metas o valores
sociales preordenados. El término disciplina se emplea con demasiada facilidad para significar "aprobado"
en vez de reflejar los atributos más específicos analizados más arriba.
Incluso cuando se compara unidades discrecionales que funcionan para metas limitadas, los juicios de
"capital disciplinario" muchas veces no son más que intentos post facto de disfrazar la incomprensión del
orden causal de los acontecimientos. Al enfrentar una situación en la que no se puede explicar el éxito o el
fracaso con la información al alcance, existe muchas veces la fácil tentación de achacarlo a una cualidad
esencial. Por ejemplo, los equipos atléticos triunfadores que no parece que posean un talento extraordinario
se dice que ganan por su "disciplina". La disciplina ha llegado a estar tan cargada de valores que muchas
veces ha servido como disfraz endeble para comentarios racistas sobre una población en concreto. Los
comentarios despectivos sobre los hábitos de trabajo de razas subalternas y de grupos étnicos son un
fenómeno casi universal. (Asimismo, se juzga de algunos grupos seleccionados que poseen una disciplina
superlativa que por sí sola explica su ascenso.) En vez de producir un análisis social malo, esto sería una
práctica inocua salvo por el hecho de que acarrea connotaciones evaluativas muy fuertes y de que esos
juicios muchas veces "inspiran" las decisiones políticas.
En un esfuerzo inicial he tratado de localizar datos que contribuirían a un cierto "índice disciplinario"
empírico que permitiría un nivel aceptable de rigor en el análisis comparativo y también permitiría el
estudio sistemático de la relación entre disciplina y desarrollo. He reunido datos sobre posibles candidatos
para medir la disciplina social como las tasas de ahorro, la corrupción y los delitos violentos (Cuadro I). El
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modelo era asombrosamente similar en todos esos casos: una variación considerable dentro del continente
sin ningún patrón claro entre las regiones.
Este ejercicio preliminar demuestra la ambigüedad esencial de un principio de "disciplina". La gran
variación encontrada en las medidas realizadas dentro de los países particulares vuelve difícil aceptar una
idea unitaria de "disciplina social". Algunos países son corruptos, pero ahorran. Otros están bastante libres
de delincuencia, pero el movimiento laboral es fuerte. Sólo esto debería hacernos dudar de cualquier idea
cultural determinista de una sociedad disciplinaria "pura".
Los problemas con los datos sirven también para destacar debilidades en cualquier idea de capital
disciplinario en una sociedad definida por territorio o lengua. Vamos a tomar el ejemplo de las tasas de
ahorro. En la superficie, aparecería una medida razonable de frugalidad. Pero, al menos en el caso de
América Latina, los ahorros de la élite pocas veces se reflejan en los datos del país. Cuentas bancarias
secretas pero copiosas en Nueva York o en Zurich puede que sean el producto de toda una vida de ahorro
disciplinado, aunque poco confiable. Las cifras de delitos son igualmente peligrosas pues también pueden
ocultar prácticas sociales significativas. Es muy posible que los delitos en las colonias populares o en las
favelas estén subvaluados. De esta manera, las cifras latinoamericanas puede que estén infravalorando la
cantidad de caos social. Pero es más
Cuadro 1. Indice de disciplina social
Tasa
de Corrupción
ahorro
(óptima 10)
(19881992)
Tasa de delincuencia.
(Por
100,000
en
1984)
Homicidio Violación Robo
Huelgas.
(Persona-días p
fabril)
Allanamiento 1930
de morada
1940
Argentina
3.4
Bolivia
3.4
Brasil
24.7
2.96
Chile
28.8
6.8
5.8
10.6
36.4
10.07
Colombia
21.5
2.73
2.5
4.4
32.8
Costa Rica
4.5
9.9
21.6
82.3
Ecuador
3.19
4.5
5.9
22.8
México
21.9
3.3
Perú
21.2
2.2
12.3
19.3
255.1
Uruguay
16.4
Venezuela
23.8
2.5
9.9
17.4
16.1
Canadá
0.51
0 45
EE.UU.
15.7
7.9
35.7
205.4
1263.7
1.15
1.14
Unión Europea 20.6
1.5
5.4
49.1
1055
Japón
33.5
0.8
1.6
1.8
231.2
Ahorros: re:, World Economic Outlook, 1996. Los datos de EUA, Japón y Europa son los de 1990. Manuel
Agosin, "Savings and Investment in LA", unirnos Review, 1995. Corrupción: Transparency International,
indice de corrupción basado en un sondeo a ejecutivos internacionales.
6
1950
0.94
19.94
1.29
2.76
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Delincuencia: Bureau of Justice Statistics, Informe especial, Tasas intemacionales de delincuencia, mayo
1908. En Tailandia, Colombia, Ecuador, Per) y Venezuela, los homicidios incluyen intentos. Huelgas: B.
R. Mitchell, International Historical Statistics, Americas.
importante aún que la delincuencia por sí misma tal vez no sea un indicio de indisciplina, sino
precisamente lo contrario. El derrumbe aparente del monopolio sobre los medios de violencia en zonas
controladas por los narcotraficantes en Colombia, por ejemplo, se puede ver como falla de la disciplina
social. Pero también es expresión de la creación de empresas multinacionales complejas que trabajan con
un conjunto de reglas que pueden ser tan limitantes como sus equivalentes más formales.
La dispersión de las medidas frustraría cualquier intento de inferencia causal y acentuaría la posibilidad de
confundir causa y efecto. Los "índices" de disciplina pueden ser simplemente medidas de los resultados de
prácticas institucionales y tener poco que ver con los tipos de desarrollos sociales y psicológicos descritos
con anterioridad. Aunque el argumento sobre un vínculo entre las manifestaciones de modernidad y las
instituciones de disciplina puede ser quizá muy convincente, la relación parece ser más de correlación y
que de causalidad. En parte porque desdeñó estas preocupaciones predominantes y en parte porque su
método lo hacía imposible, Foucault no logró establecer una línea clara de causalidad: ¿la disciplina atrae a
la modernidad o viceversa? Weber es un poco más claro. Su trabajo sobre las burocracias indicaría que son
tanto una respuesta funcional a las necesidades de organización como estimulantes del desarrollo. Su
primer trabajo sobre la ética protestante indica por supuesto la primacía de una nueva visión del mundo que
comparte muchas de las características de la disciplina foucaultiana. El trabajo posterior sobre la aparición
del capitalismo evita cuidadosamente cualquier monocausalidad, pero de nuevo aparecería que el
surgimiento de formas institucionales particulares precede a fenómenos modernos como el Estado o los
mercados complejos. Elias tal vez sea más claro cuando parece que contempla la disciplina como la
consecuencia de la complejidad cada vez mayor de las relaciones que requiere el mundo moderno.
Dadas todas estas dificultades, no parece que haya mucha base para cualquier intento de establecer
medidas cuantitativas regionales o culturales de una calidad esencial que pudiéramos definir como
disciplina. La disciplina parecería depender más de los desarrollos institucionales específicos. Por ejemplo,
en vez de explicar niveles de corrupción por referencia a la presencia o ausencia de un "ethos profesional"
en una cultura nacional en concreto, tal vez deseemos explorar el desarrollo de limitaciones institucionales
a la corrupción o el desarrollo de un esprit de corps específico administrativo. En vez de castigar a una
burguesía supuestamente pirata (en el sentido weberiano), podríamos analizar los incentivos institucionales
disponibles para estimular el consumo o la inversión doméstica.
Instituciones disciplinarias
Como lo ponen en claro Weber y Foucault, la disciplina se enseña. Ambos autores acentúan la creación de
lo que Goffman ha denominado "instituciones totales", que desempeñan el papel del Panóptico de
Bentham: "inducir en lo interno un estado de invisibilidad consciente y permanente que asegura el
funcionamiento automático del poder (Disciplinne & Punish, p. 201)". Estas instituciones poseen las
cualidades arquitectónicas y de organización clave que se requiere de ellas para convertirse en máquinas
pedagógicas.
Las cárceles tal vez sean el ejemplo más famoso de este tipo de instituciones puesto que fueron el tema del
libro de Foucault más leído (y legible). Según Foucault, el viraje en la penalogía que tiene lugar a fines del
siglo XVIII y principios del XIX es más que un simple cambio cuantitativo en grados de castigo o tortura.
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Lo que cambia es el "objeto" del castigo, el espíritu por el cuerpo. El caso es reemplazar la vigilancia
constante o el dolor por un proceso de control interno, para enseñar más que castigar. Este implica un
entrenamiento del cuerpo, la normalización de que éste provoque el análisis científico (Salvatore y Aquirre,
1996), En el análisis histórico que se hace en ese libro, hay varios puntos que vale la pena destacar.
Primero, el movimiento penitenciario en América Latina aparece casi un siglo después que su equivalente
en Europa occidental. La regla de la horca y de la cámara de tortura a la Foucault duró mucho más en el
continente. El restablecimiento del imperio de la ley después del caos de las guerras de independencia se
intentó usando medios "tradicionales". Segundo, la penitenciaría fue introducida por los positivistas del
siglo xix y principios del xx, precisamente por aquellos actores de los que Foucault hubiera esperado que
apoyaran nuevas formas de disciplina. Pero téngase en cuenta que esta asociación con un movimiento
político particular hace que sea mucho más difícil la "naturalización" de este fenómeno. La reforma
carcelaria en América Latina también se usó mucho más explícitamente como una manera de controlar a
los pobres, a los que nunca se consideró sujetos para reformar la sociedad en su conjunto. Tercero, la
penitenciaría nunca asumió un papel tan importante en el sistema carcelario de América Latina como en
Europa o en Estados Unidos. En gran parte, como veremos en otros casos, sólo un pequeño número de
"criminales" fueron sometidos a esta nueva forma de control. Por último, hubo una considerable variación
en todo el tiempo que duró la reforma penitenciaria que fue de mediados del siglo xix a los años treinta de
este siglo. Si se contemplan datos contemporáneos, cuando consideramos una tasa delictiva en general
superior, los países latinoamericanos en conjunto parece que ubican una parte relativamente menor de su
población bajo esas formas de control que los países europeos. Además, dado que podría considerarse que
el proceso de disciplinamiento es mucho menos duradero en el continente, también sería de esperar una
tasa mucho más alta de encarcelamiento. Por lo tanto, al menos basándonos en los datos, parecería que las
cárceles no han cumplido el papel de una importante fuerza institucionalizadora para nuevas formas de
disciplina.
Weber vio el origen de las formas modernas de disciplina en la guerra de los antiguos griegos; según él, la
disciplina militar da origen a toda la disciplina (Economy & Society, p. 1155). Los hoplitas griegos y los
legionarios romanos conquistaron la supremacía sobre rivales más "heroicos". Fue la disciplina y no la
pólvora lo que inició la transformación de la guerra (Economy & Society, p. 1155). Foucault reconoce
asimismo el papel crucial que desempeñaron los militares en el desarrollo de la disciplina moderna: "a
fines del siglo XVIII, el soldado se ha convertido en algo que se puede hacer; a partir de una arcilla
informe, un cuerpo inepto, se puede construir la máquina que se necesita; la postura se va corrigiendo poco
a poco; ... `se ha conseguido acabar con el campesino' y darle el `aire de un soldado' (Disciplinne..., p.
135)". A pesar de su reputación para la actividad militar, América Latina no ha involucrado a grandes
números de su población en esta otra "escuela" de disciplina. Siguiendo a Weber, el estilo de guerra
occidental es el punto cumbre histórico de la disciplina moderna, la ausencia de conflictos interestatales en
el continente puede explicar bastante bien su desarrollo institucional y social muy diferente. (Pero dentro
de este patrón continental, observamos de nuevo la interrumpida excepción chilena.) Como en el caso de
otras instituciones, los estudios latinoamericanos han producido algunos análisis excelentes de los militares
como fuerza política (por ejemplo, Stephan, Ronfeldt, Potash), pero el papel social de los militares ha sido
ignorado en buena medida.
Como supimos por las obras hoy clásicas de Thompson y Pollard (entre otros), las fábricas son otro de los
lugares en los que se disciplina a una población con nuevas formas de control cronometrado. El trabajo
fabril es la expresión definitiva de la nueva disciplina puesto que implica silencio, jerarquía y obediencia.
La disciplina del obrero se usó para mantener el control sobre el trabajo, pero también puede verse como
una manera de "mejorar los hábitos morales de los pobres que laboran, para volverlos ordenados, pun8
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tuales, responsables y templados (O'Neill, p. 47)". Los textos publicados indicarían que aunque las fábricas
en América Latina hubieran emprendido algunas de las funciones disciplinarias de los equivalentes del
siglo XIX, esas funciones no incluían extensivamente desarrollos posteriores como el fordismo y el
taylorismo en América Latina. Estos se introdujeron mucho tiempo después con diferencias importantes en
la respuesta de los trabajadores. Por ejemplo, parecería que la resistencia popular a una "disciplina
industrial" solía acentuar la dinámica de clase en vez del asalto cultural y social documentado por los
historiadores de la Europa de los siglos XVIII y XIX. El ludismo no parece que haya sido muy
significativo en América Latina. En general, disponemos de relativamente poco material sobre el conflicto
que acompaña campañas para "racionalizar" el trabajo en América Latina (James, 1981; Winn, 1986). Una
de los frutos más útiles del proceso de "importación" de conceptos teóricos de otras zonas es destacar la
relativa escasez de análisis en sectores sociales concretos o de fenómenos particulares. Antes de formular
un juicio sobre la disciplina social en América Latina, no cabe duda de que necesitamos más investigación
sobre cómo se instituyó ésta en el taller de la fábrica. A pesar de la tradición extraordinaria de historia
laboral en los estudios latinoamericanos, hemos ignorado en buena medida la importancia de la fábrica
como "escuela de disciplina" o lugar de socialización, en oposición a un lugar de conflicto de clases. La
fábrica como institución merece por sí misma, claro, un mayor estudio.
Hay también una larga tradición de reconocimiento del importante papel que desempeñan las escuelas en
inculcar la disciplina. Foucalt acentúa claramente el papel que desempeñan las escuelas primarias y
secundarias (Disciplinne & Punish, p. 138). En el siglo xvnr, la escuela se había convertido en una
"máquina de aprendizaje" (p. 165). Para Foucault, el ejemplo prototípico de la disciplina institucionalizada
es el examen que intenta diferenciar entre los individuos mientras aplica el juicio con las consecuentes
recompensas y castigos. Para Foucault el examen es la superimposición definitiva de las relaciones de
poder y de saber (p. 184). La medición constante permite clasificar a los individuos según el grado en el
que han "aprendido" su disciplina. Y es discutible que la escuela moderna enseñe algo más. Para John
Meyer (1983), por ejemplo, las escuelas sirven para enseñar un orden institucional genérico. El principal
propósito es enseñar a los niños la obediencia, el cumplimiento de las reglas y la aceptación de horarios.
Según Bowles y Gintis (1976), las escuelas sirven para enseñar un ethos capitalista más específico y para
preparar a diferentes sectores de la población para su papel "asignado" en la economía. Como con las
demás instituciones consideradas portadoras de la disciplina moderna, las escuelas latinoamericanas no han
recibido la atención académica que merecen o la que se concede a sus equivalentes en Europa occidental y
en Norteamérica. Esto tal vez cambie. El trabajo de Elsie Rockwell en la Tlaxcala rural (1994) indica que
al menos en México, las escuelas sirvieron de aulas para la disciplina moderna. Pero una vez más
observamos que al menos a nivel de secundaria, los porcentajes de la población expuestos a esta educación
son mucho más bajos. Como en el caso de la fabricación, existe obviamente el peligro de confundir la
disciplina con el desarrollo. A pesar de todo, la posición excepcional (una vez más) de Chile (y Cuba)
podría servir de indicación de un proceso muy diferente de socialización que tiene lugar en esos países.
En vez de tratar de medir la precisión exacta con la que los latinoamericanos podrían seguir órdenes o el
rigor con el que perseguirán una meta, quisiéramos analizar los cambios dentro del continente de las
instituciones asociadas con la disciplina. Es decir, lo que aprenderíamos de esos autores no es tanto una
nueva metateoría con la que explicar el excepcionalismo latinoamericano, sino una nueva agenda de
investigación. Es digno de mención que mientras algunos segmentos de la vida latinoamericana (por
ejemplo, el comercio, la iglesia) han recibido una atención considerable, las instituciones asociadas con la
disciplina y su desarrollo han sido relativamente poco analizadas. Su relación con otros fenómenos sociales
tal vez haya sido estudiada (por ejemplo, las relaciones militares y civiles), pero el impacto social de las
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propias instituciones (por ejemplo, qué enseña el ejército a los reclutas) sigue estando en buena medida por
estudiar.
La otra cara de la obediencia
Si el análisis de la disciplina puede enseñar a los estudios latinoamericanos a ser más conscientes de los
cambios institucionales en el continente, ¿qué es lo que pueden enseñar teorías más generales de la
modernidad usando nociones similares? La experiencia latinoamericana desafía tres supuestos claves en
muchos de los textos sobre disciplina.
En primer lugar, muchos de los textos parten del supuesto de un alto nivel de inclusión social: la sociedad
disciplinaria exige la existencia anterior o el desarrollo paralelo de una noción de sociedad única. Es decir,
para que la disciplina foucaultiana funcione tiene que ser incluyente. El supuesto de la exención
aristocrática o la pasividad o marginalidad de los órdenes inferiores ha desaparecido con la noción de la
soberanía real. Todo está sometido a la totalización de la disciplina a través de la ubicuidad de instituciones
claves. Así
Cuadro 2. Índice de instituciones disciplinarias
rgentina
olivia
rasil
hile
olombia
osta Rica
uba
epública Dominicana
cuador
Salvador
uatemala
éxico
araguay
erú
ruguay
enezuela
stados Unidos
Prisión
Fabricación
Militares
Educación
(Hombres, 1980, por(Porcentaje de la fuerza (Personal
militar(1967-??
Matriculación
100,000)
de trabajo en fábricas en como
secundaria
1980)
porcentaje de la como % de grupo de edad, 19
población)
143
34
0.52
74
20
0.47
37
84
27
0.35
37
16
25
0.91
70
241
23
0.26
52
23
41
29
85
15
74
20
0.41
56
19
29
17
21
97
29
0.17
53
21
0.6
29
138
18
0.65
66
123
0.78
155
28
0.4
54
442
31
1.06
98
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Cárceles: 1980: UN, Compendium of Social Statistics and Indicators, 1988, Cuadro 34. 1992. Marc Mauer,
Americans Behind Bars, The International Use of Incarceration, 1992-1993, Brasil y México 1992, y Perú
1986. Induslda: Banco Mundial, Economic and Social Indicators CD-ROM Database.
Militares: Centeno, The Peaceful Continent?, próxima aparición.
Escuelas: Banco Mundial, Economic and Social Indicators, CD ROM Database,
pues, si Foucault acentúa la disciplina como el "lado oscuro" de la democratización, también se podría
acentuar una forma básica de igualdad como el "lado luminoso" de una sociedad carcelaria. En la sociedad
como una metáfora de la cárcel, los muros internos han caído sólo para volver a ser alzados en la periferia.
Pero en América Latina esos muros continúan e impiden precisamente la normalización de la disciplina
que Focault acentúa. En ninguna parte es esto más evidente que cuando contemplamos niveles relativos de
desigualdad. Es importante recordar que la aparición de la "sociedad disciplinaria" está estrechamente
correlacionada con el aplanamiento al menos formal de las relaciones sociales. No debería extrañar que los
países con los niveles más altos de disciplina, como se ejemplifica en nuestras mediciones, que admitimos
como imperfectas, son también los que tienen niveles más bajos de desigualdad. Los desempeños de Chile,
Costa Rica y Cuba en algunos de los indicadores analizados más arriba, tenderían a apoyar este tipo de
interpretación. El estudio de la relación entre disciplina y desarrollo en América Latina como mejor se
puede llevar a cabo es empezando con el tema de la inclusión en vez de con el de la coerción.
Un segundo supuesto importante es que la disciplina "moderna" ha evolucionado más allá de la coerción.
La imagen crítica en este caso es de una forma de control más sofisticada y desarrollada que ha ido
abandonando la violencia explícita y pública. Hasta el observador más casual de la vida política
latinoamericana puede constatar que las formas de control no se han desarrollado en dirección a formas
menos explícitas de violencia. El símbolo de la autoridad en América Latina no es necesariamente un
policía freudiano interno, sino el policía de motines con perros. La confianza en la población que Foucault
y Weber dan por supuesta no se ha desarrollado en el continente. Paradójicamente, los regímenes políticos
en América Latina pueden ser más explícitamente represivos porque la población no está tan "bien
entrenada". Esta manera de ver las cosas pondría a gran parte de la crítica "ibérica" de cabeza; la cultura
del continente no es esencialmente más autoritaria, sino justo lo contrario. Es precisamente por esta razón
que sería necesario poner en práctica medidas dictatoriales más amplias. Cuando se han enfrentado a la
oposición, los regímenes tampoco se han retirado del uso de las formas "tradicionales" de coerción. La
horca y la exhibición pública de la tortura no han desaparecido del continente. Las diferencias en la forma
de coerción alteran radicalmente las expectativas de disciplina.
Por último, la experiencia latinoamericana muestra la debilidad de una despolitización supuesta de la
disciplina. Foucault yerra cuando supone una despersonalización del poder que normaliza las relaciones
jerárquicas. Nuevas formas de disciplina han sido todo menos normalizadas o despolitizadas en el
continente. En términos económicos, la imposición de la eficiencia, por ejemplo, no ha sido despojada de
sus implicaciones de clase. La jerarquía y el poder en América Latina siguen estando a la vista. La casaescuela y el Ejército representan al Estado, la fábrica al capitalista. La imposición de nuevas órdenes no ha
sido naturalizada ni neutralizada, sino que sigue estando a discusión pública.
Los casos latinoamericanos nos harían poner al menos en duda hasta qué punto se dio la despolitización, o
sea, hasta qué punto el proyecto disciplinario carecía de sujeto. Si éste hubiera sido el caso, entonces la
pregunta clave sería cómo intereses específicos fueron capaces de universalizar sus reivindicaciones. A la
inversa, podemos preguntar por qué la sociedad latinoamericana no ha permitido la ofuscación de intereses.
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Conclusiones
¿Cómo pueden las experiencias de América Latina y la idea de una sociedad disciplinaria inspirarse una en
otra?
Las pruebas preliminares que acabarnos de analizar indicarían que el concepto es amorfo. Medir un
fenómeno corno supuestamente general y central, para una importante transformación histórica, es
demasiado difícil. Las comparaciones entre sociedades aún lo son más. Este ejercicio tendría también que
hacer apreciar la enorme heterogeneidad dentro del continente. Al menos debería hacernos dudar de las
acusaciones simplistas sobre un nexo cultural que en cierta manera falta en el continente. Como podernos
ver por los datos brindados, las explicaciones de asociación favorecerían sin duda desarrollos
institucionales en vez de cualidades esenciales.
También hemos de tener cuidado al asignar una primacía causal a un conjunto de comportamientos
asociados con la "modernidad". Si comparamos nuestras diversas medidas con un índice de desarrollo
humano (como una medida de la modernidad tan buena como cualquier otra), descubrimos que no hay una
clara correlación con la variedad de índices disciplinarios. En realidad, la tan obvia "indisciplina" de
América Latina (al menos en recuentos anecdóticos) existiría en contraste considerable con las múltiples
manifestaciones obvias de "modernidad" que encontramos en todo el continente. ¿Hay un mejor ejemplo
de la arrogancia de la modernidad que la arquitectura de los desarrollistas cincuenta y sesenta? La
experiencia latinoamericana indicaría que la modernidad, medida con cualquier índice posible, no está
necesariamente asociada con la incorporación de una disciplina social. Tanto como se discutió sobre
desarrollo económico en una generación anterior, podemos decir que la disciplina existe en bolsones que
no se extienden a una sociedad mucho más amplia.
A pesar de la precaución obvia con la que desearíamos tratar el concepto, también hay un patrón suficiente
en América Latina que indica que la "disciplina social" podría captar (como lo haría un análisis estadístico
de los factores) un conjunto fundamental de estructuras sociales. Yo sugiero que tanto la ambigüedad,
como cuando aparentemente se encaja con algunas impresiones estereotípicas de esas sociedades, exige
que dediquemos mucha más atención a las fuentes institucionales de la disciplina social.
El autor es investigador de la Universidad de Princeton.
Proyecto de ponencia presentado en la conferencia "El otro espejo: historia comparativa y América
Latina", PLAS, llevada a cabo en la Universidad de Princeton los días 20 y 21 de febrero de este año.
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Traducción: Isabel Vericat.
Banca I
Crisis y gobierno (Fobaproa)
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Las familias mexicanas
Familias y población
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Índice de incursión o excursión
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