Las teorías de H. Brunner y C. Sánchez Albornoz, sobre los orígenes del feudalismo E l origen de la sociedad medieval y de sus instituciones, concretamente las de la época medieval, ha planteado siempre grandes problemas a la hora de su estudio e interpretación. Múltiples historiadores han expuesto sus teorías sobre los mismos, intentando aportar una explicación satisfactoria. Entre éstos tenemos al historiador alemán Heinrich Brunner, el cual ha tratado de explicar los orígenes del «feudo». Para Brunner sus orígenes hay que buscarlos en la época de la monarquía merovingia. Sus monarcas frecuentemente acudían a la concesión de tierras en «precario», es decir, por un tiempo determinado, a sus nobles a fin de tenerles contentos y fieles. Estas concesiones, como ya hemos dicho, transmitían a sus propietarios una posesión temporal, que no podía ser enajenada sin permiso del propietario y volvía a revertir a éste. Esta práctica también fue seguida por los propietarios de los grandes dominios, especialmente la Iglesia. Con el tiempo estas concesiones empezaron a llamarse «beneficia», ya que representaban una utilidad o beneficio a sus poseedores. Según Brunner al producirse la invasión de Francia por los musulmanes en el siglo VIII, éstos lo hicieron a caballo, lo que les confería una movilidad y una superioridad militar sobre los francos. Para remediar esto, Carlos Martel tuvo que crear un ejército de caballería de parecidas características al musulmán. Como las disposiciones de la Corona estaban prácticamente agotadas, tuvo que recurrir a incautar las de la Iglesia. De este modo tuvo la cantidad de tierras suficientes para poder pagar con concesiones de las mismas a todos los jinetes que acudían a las campañas contra los musulmanes. No se trató de una expoliación de los dominios eclesiásticos, ya que éstos continuaron siendo de su posesión, sino de una concesión en «precario» de los mismos. Según Brunner la aceptación de esta práctica se fue generalizando y, a partir de entonces los grandes magnates recurrieron a este método cuando se trataba de pagar los servicios de las gentes ligadas a ellos por los vínculos de fidelidad. A esta teoría de Brunner, replica Sánchez Albornoz demostrando que la caballería árabe no era lo suficientemente importante como para obligar a Carlos Martel a crear un ejército, de sus mismas características, para oponérsele. Sánchez Albornoz demostró, recurriendo a las fuentes árabes, que el ejército que entró en España fue esencialmente de infantería, y aunque posteriormente poseyera una fuerte caballería, ésta era todavía muy escasa en la época de Carlos Martel. Concluye dicho historiador diciendo que el problema de los orígenes del feudalismo es muy complejo y no puede explicarse solamente en base a un hecho circunstancial. Quedan por explicar muchos aspectos de la sociedad, y su origen debe de estar, sin duda alguna, en la constante evolución de la misma desde la época del Bajo Imperio, en todo lo concerniente al orden económico, social y político. CABALLERÍA Y LUCHAS FEUDALES Usamos aquí el término «caballería», no en cuanto a una de las partes que integran el ejército, sino a la institución u orden de la caballería, formada por los miembros a ella pertenecientes. Nuestras principales fuentes para el estudio de esa institución, son los poemas épicos romanceados, escritos todos en lengua vernácula, ya que iban dirigidos a un público que pudiera entenderlos. La caballería representa un código de conducta válido para todos sus miembros, desde el más noble hasta el más humilde. Los valores fundamentales que lo presidían, eran: la fidelidad, el cumplimiento de los deberes militares y el honor. Posteriormente, con el transcurso del tiempo y al estar la sociedad más civilizada y cristianizada, imperaron también las ideas de protección al débil e indefenso y la cortesía hacia las damas. La Iglesia influyó grandemente en el espíritu caballeresco, dirigiendo los afanes guerreros de sus miembros hacia las empresas de defensa de la fe cristiana frente a sus enemigos los mahometanos. Resultado de esta acción fueron las Cruzadas. Pese a todo, la caballería conservó su caracter militar y guerrero, siendo la lucha la principal ocupación de sus miembros. La guerra privada y de venganza, fue la principal ocupación de la nobleza altomedieval y a ella dirigió todos sus afanes. Estas guerras, casi siempre efectuadas por la clase noble y celosamente guardadas por ella como un privilegio, se efectuaron casi siempre a caballo. En la mayor parte de ellas las masas de campesinos no intervenían para nada, asistiendo impotentes al destrozo de sus cosechas, cuando el escenario de las mismas se establecía en sus tierras. Los elementos más responsables e instruídos de la sociedad, especialmente la Iglesia, comprendieron que muchos de los males de la sociedad de la época provenían precisamente de esa sucesión constante de luchas estériles, que sembraban de inestabilidad todas las regiones. Por ello, y para paliar los desastres, ya que no estaba en sus manos el evitarlos, se recurrió a la creación de dos instituciones de gran importancia: La Paz de Dios y la Tregua de Dios. La primera estaba dirigida a la protección de las personas y bienes eclesiásticos, de los pobres y peregrinos caminantes, mercaderes, etc. El quebrantamiento de la misma estaba penado con la excomunión. Por la Tregua de Dios se prohibía cualquier acto de violencia en determinados lugares y fechas, como en los fines de semana, en las fiestas religiosas, en ciertas estaciones del año, etc. Numerosos Concilios y Sínodos eclesiásticos se preocuparon de la proclamación de estas instituciones. En Cataluña uno de sus principales defensores fue el abad Oliba, obispo de Vich. Estas medidas, aunque no suprimieron el problema, representaron un paliativo bastante importante del mismo. Otra de las ocupaciones preferidas de los caballeros, y en estrecha relación con su carácter guerrero, fueron los torneos. Estos se celebraban con ocasión de grandes fiestas y eran un remedio, muchas veces cruentos, de las guerras reales, razón por la cual fueron prohibidos por la Iglesia en 1179, aunque con escasos o nulos resultados, ya que su celebración era una de las distracciones particulares de los monarcas.