Llamaron a la puerta y mis padres miraron el pomo con desazón. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en casa de Suárez, el indiano. « ¿Sabéis lo que está pasando? En Coruña, los militares han declarado el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil. » «¡Santo Cielo ! », se persignó mi madre “ y aquí” , continuó Amalia en voz baja, como si las paredes oyesen, « dicen que el alcalde llamó al capitán de carabineros, pero éste mandó decir que estaba enfermo ». Al día siguiente no me dejaron salir a la calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas (…) Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. Mamá salió para ir a misa, y volvió pálida y entristecida, como si hubiese envejecido en media hora. « Están pasando cosas terribles, Ramón », oí que le decía entre sollozos, a mi padre... Manuel Rivas, ¿Qué me quieres, amor? 1995, Santillana Yo no comprendía nada. ¿Qué pasaba? ¿Cuáles eran esas cosas terribles? Ella no quiso explicarme, pretextando que era demasiado joven para saber. Estoy enojado contra mi madre… Pero, los días siguientes, oí a mis padres que hablaban en voz baja en su habitación. La puerta estaba un poco abierta, lo que me permitió verlos. El estrés les consumía. Mi madre lloraba mucho mientras que mi padre intentaba tranquilizarla. Decían que los militares detenían a muchas personas después haberles pegado. Tenían cardenales, los labios cortados, dientes arrancados. Sin embargo, permanecían orgullosos, con la cabeza alta, escupiendo sangre en la tierra. Los militares los llevaban. ¿Adónde? Nadie lo sabía. Afectado, me fui en puntas de los pies… Esperaba que ellos no me hubieran oído. Me senté sobre una silla de la cocina, la sala principal de la casa. Bebí un gran vaso de leche. ¡No podía no hacer nada! ¡Tenía que verlo con mis propios ojos! Tomé una decisión importante: al día siguiente, cuando mi madre estuviera en el jardín y mi padre en el trabajo, iría a la Plaza Mayor... Pedí informaciones a mis hermanos sobre los acontecimientos pero ellos tampoco quisieron contestarme. Noté que ellos no se miraban a los ojos y que eran muy desagradables uno hacia el otro. Habría querido saber por qué pero sabía que no debía preguntar. Me levanté cuando amanecía. Había pasado la noche en velo. El conflicto aparente entre mis dos hermanos, Federico e Emilio, me preocupaba muchísimo… ¿Por qué se comportaban así? No tardé en comprender… En la plaza mayor, todos los hombres estaban reunidos, pero se veían dos bandos que gritaban uno contra otro: “¡Muerte a los Republicanos! ¡Viva el General Franco ¡Los Republicanos tienen el poder en Madrid! ¡No los Franquistas!, replicó un hombre forzudo.” Los militares, que vigilaban la escena, se llevaron a ese valiente por expresar su opinión. Esa vez vi con mis propios ojos la violencia de la lucha. En efecto, los golpes fueron muy fuertes. Instintivamente, me toqué la mejilla con la mano, el lugar donde el hombre había recibido un golpe fuerte. En ese momento, sentí una mano en mi hombro. “¿Qué haces aquí? ¡Vuelve a casa inmediatamente! - ¿Dónde está Emilio? ¿Por qué no está contigo? ¿Por qué hay tanta gente en la plaza?” Por sola respuesta, Federico me enseñó a mi otro hermano que animaba a los horribles hombres que seguían golpeando a todos los resistentes. Declaró en voz baja: “Franco no pasará.”. Lo entendí como una promesa que se hacía a sí mismo. Desapareció tal una brizna de humo, serpenteando en la muchedumbre. Unas horas después, estaba en mi cama, respirando tranquilamente pero ansioso… Entonces, España estaba dividida y en estado de guerra. Mi hermano Emilio apoyaba a Franco. Mi hermano Federico a los Republicanos. ¡Qué maldición! La familia, mi familia, era como nuestro país: dividida por una herida imborrable. ¿Cómo es posible? El año pasado, nosotros éramos muy felices juntos. Mis dos hermanos jugaban conmigo, ¡juntos! ¡Nos reíamos, juntos! El sol brillaba arriba en el cielo. Los pájaros piaban todo el día. La gente salía a la calle para jugar a las cartas con una gran sonrisa en la cara. No obstante, ahora, el cielo había oscurecido como si conociera el mal que afectaba nuestro país. Los franquistas controlaban la ciudad. Parecía una noche permanente y las ráfagas de viento se llevaban las últimas esperanzas de los republicanos al mismo tiempo que las últimas plumas de las palomas. Numerosos relámpagos llegaban a tierra, destruían unas habitaciones todavía de pie aunque en estado lastimoso. Un olor a muerte reinaba en la ciudad. La sangre impregnaba las piedras de las paredes y del adoquinado. Todo estaba sucio. Nadie salía a la calle. Nos escondíamos lo mejor que podíamos. Mi hermano Emilio se había ido definitivamente de casa y triunfaba al lado del general Franco. Sabíamos gracias a unos informadores que se había alistado como simple soldado pero había subido muy rápidamente los escalones militares. Ahora, era casi la mano derecha del hombre que hacía sufrir el pueblo español. Emilio reinaba constantemente sobre nuestra familia, nos maltrataba cada vez que podía, sobre todo a Federico. Todos los franquistas buscaban a Federico. Y yo también. “Mamá, ¿Dónde está Federico? - Se fue. - Pero, ¿adónde? ¡Me respondes siempre lo mismo desde hace semanas! Me prometió quedarse conmigo. - Mira, ni yo mismo lo sé. - ¿No te dijo nada? - Solo que debía esconderse durante algún tiempo. Pero no te preocupes, querido. Todo irá bien y estoy segura de que piensa en ti.” Así, la guerra me privaba de mis dos hermanos, nos separaba a nosotros que éramos tan unidos. Me daba rabia cada día un poco más y arrastraba cada vez un poco más los pies por las calles de la ciudad, pasando delante de Amelia, la vecina, y Suárez, el indiano. Seguí buscando a Federico. Cada vez que aparecía un hombre, esperaba que fuera él. Pero jamás surgió de la sombra… lo busqué durante muchos días sin conseguir ninguna información. Sin embargo, una noche encontré a un hombre muy muy misterioso. Me condujo a mi hermano... demasiado tarde para salvarlo…Llegamos a un lugar extraño. Estaba lejos de todo. El ambiente era muy pesado. Numerosos hombres estaban alineados delante de un gran hoyo donde yacían cuerpos ensangrentados. Les hacía frente un hombre vestido de militar con un arma de fuego en la mano. Parecían determinados mientras que los hombres amarrados tenían la cabeza alta y miraban fijamente a los ojos de los militares Franquistas. Vi esa escena escondido detrás de unos matorrales. Tuve el tiempo de divisar a mi hermano Federico antes de que el general Franco ordenara “¡disparen!”. Mi hermano recibió en medio de la frente undisparo, como todos los Republicanos. Federico murió el diecinueve de agosto de 1936 con sus compañeros a causa de Franco. Fue vengado a pesar de todo, muchos años después, gracias a la publicación de los poemas que le encantaba escribir, sentado al pie de un árbol, con el sol que se reflejaba en el papel... Lallie TOURMEAU Lycée Paul-Louis Courier, Tours (37)