COngO | 8 de Junio Que sea lo que sea H a ba mung u [Pídale a un joven que presente esta historia en primera persona.] MISIÓN ADVENTISTA - DIVISIÓN AFRICANA CENTRO -- ORIENTAL M 23 is padres eran cristianos nominales. En mi escuela teníamos una clase de religión semanal. Los maestros nos daban una historia bíblica para que la leyéramos y respondiéramos algunas preguntas. A veces las historias eran confusas, y yo no tenía una Biblia, para leer un poco más sobre ellas. Entonces, un amigo me regaló un Nuevo Testamento. Yo estaba muy feliz, porque ahora podía leer las historias de la Biblia por mi propia cuenta y entender el contexto. La Palabra de Dios se convirtió en un verdadero tesoro para mí. La semilla plantada en mi corazón En una ocasión, un pastor adventista visitó a mis padres. Mi papá lo invitó a entrar, y a nosotros los niños nos pidió que saliéramos a jugar. Pero yo estaba tan curioso que me escondí cerca de la ventana y me puse a espiar lo que hablaban. El pastor explicó que el séptimo día de la semana es el sábado de Dios. El sábado no significaba nada para mí en ese momento, pero las palabras del pastor plantaron una semilla en mi corazón. Un día, cuando tenía doce años, estaba leyendo el Nuevo Testamento y descubrí un texto que me intrigó. Mateo 28:1 dice: “Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana”. Siempre pensé que el domingo era el día del Señor, pero este versículo dice que el séptimo día es el sábado, el día santo de Dios. Les hablé a mis amigos de este versículo, y lo leímos juntos. A ellos también les pareció que, según este versículo, el sábado, el séptimo día de la semana, era el día santo de Dios. Corriendo hacia la iglesia Decidimos visitar una iglesia adventista. El sábado le dijimos a nuestro maestro que nuestros padres nos necesitaban. Entonces, corrimos hacia la iglesia adventista. El servicio ya había comenzado, así que buscamos dónde sentarnos a escuchar el sermón. Me di cuenta de que todos tenían una Biblia y buscaban los textos que el pastor leía. Yo había llevado mi Nuevo Testamento, y también traté de buscar las citas. Un señor que estaba sentado cerca me ayudó. ¡Ese día aprendimos muchas cosas! Acordamos que el próximo sábado iríamos más temprano, para poder asistir también a la Escuela Sabática. Yo estaba tan emocionado por mi descubrimiento que le dije a mi mamá que había ido a la iglesia adventista. —Encontré una iglesia que enseña lo que dice Material adaptado y facilitado por RECURSOS ESCUELA SABÁTICA © www.escuela-sabatica.com Aproximadamente el 40 por ciento de los alumnos en Lukanga no son adventistas. La escuela está ampliando el área de los dormitorios, pero también necesita más aulas, para servir al creciente número de alumnos. Parte de la ofrenda del decimotercer sábado de este trimestre ayudará a construir un nuevo edificio de salones de clase en esta institución. la Biblia —le dije. Le leí Mateo 28:1. Mamá no habló mucho, pero no parecía muy contenta. El siguiente sábado, mis amigos y yo fuimos nuevamente a la iglesia. En la clase de los niños estaban estudiando los Diez Mandamientos. ¡Cuando leimos el cuarto Mandamiento, me pareció clarísimo! ¿Cómo podía haber gente que no lo entendiera? Mis amigos y yo nos propusimos recordar el sábado santo y guardarlo. Confrontación por la fe El lunes, el maestro nos castigó por haber faltado a la escuela. —Hay tiempo para la religión después de que han venido a la escuela —nos dijo. Más tarde, ratifiqué con mis amigos nuestro compromiso de obedecer a Dios. Mi padre se enteró de que yo no había ido a clases para asistir a la iglesia adventis¬ta. Me advirtió que no debía volver nunca más a esa iglesia. Pero yo había encontrado allí a Dios, y mi intención era seguir adorando en ese lugar. Dios me cuidará, pensé. El siguiente sábado, mientras mis amigos y yo caminábamos hacia la iglesia, nos encontramos Otro obstáculo Entonces, las dos escuelas del pueblo decidieron expulsar a los alumnos adventis¬tas. La presión sobre mis amigos era tan grande que dejaron de asistir a la iglesia. Yo trabajé para ayudar a pagar los gastos mientras viví con los miembros de la iglesia. Cuando cumplí 16 años, tomé la decisión de bautizarme. Los miembros de la iglesia me ayudaron muchísimo, y el pastor del distrito pagó los primeros dos años de mis estudios de secundaria. Decidí, entonces, dedicar mi vida a convertirme en un ministro. Terminé la secundaria y actualmente estoy trabajando para graduarme como pastor en la Universidad Adventista de Lukanga, en el oriente del Congo. Doy gracias a Dios porque varios de mis familiares son ahora adventistas, y le pido que mis padres puedan conocer a Cristo y la maravillosa fe que ahora poseo. También oro para que la Universidad Adventista de Lukanga pueda cumplir su misión con los jóvenes para la eternidad. Material adaptado y facilitado por RECURSOS ESCUELA SABÁTICA © www.escuela-sabatica.com r E P Ú B L I c A D E M O c r ÁT I c A D E L c O N G O La Universidad Adventista de Lukanga tiene más de quinientos alumnos, y sigue creciendo. Es la única universidad de habla francesa en África central. con mi papá. Inmediatamente me ordenó que me fuera a la escuela. Cuando le dije respetuosamente que no, me pegó. A veces él sigue pegándome incluso antes de salir de casa, pero no he dejado de ir a la iglesia. Un sábado, mi papá trató de matarme con un cuchillo, pero un vecino intervino y me salvó. En medio de la confusión que siguió, aproveché para escaparme hacia la iglesia. Las palabras de Mateo 10:22 me reconfortaron: “Seréis odiados por todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mateo 10:22). Mi padre finalmente me rechazó, y los miembros de la iglesia me acogieron. A pesar de las dificultades de ese año, pude terminar la escuela con uno de los mejores promedios. www.AdventistMission.org Cápsula informativa 24