La Venus de Milo

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Marca de Radio – 09.02.13
La Venus de Milo
Eduardo Aliverti
La Argentina transmitida de estos días es suculenta en eso de jugar a que me
importa lo que no me importa, o a presentar como importante lo que carece de interés
superlativo. Es una estratagema que está lejos de incumbir sólo a la política. Por
supuesto, esta columna trata exclusivamente de ese aspecto: (algunos de) los juegos
de la política y, por cierto, el modo en que, además de la clase dirigente, la sociedad se
presta o no a ellos. Veámosla en el orden de importancia que cada quien quiera darle.
Se firmó un acuerdo de precios, por 60 días, con algunas cadenas comerciales. La
oposición -aun contra lo que sostienen todas las cámaras empresariales firmantesprefiere llamarlo “control” porque de esa forma, si fracasa, le queda el campo orégano
para hablar del fiasco de una decisión gubernamental. Si, en cambio, aceptara el
término “acuerdo”, el fracaso sería atribuible a los empresarios mucho antes que al
Gobierno. Y eso es algo que la oposición, comenzando por la mediática, no aceptará
bajo ninguna circunstancia. La inflación es uno de los muy pocos resortes de crítica
aceptable con que cuenta la franja opositora, pero la responsabilidad de quienes
forman los precios es obscenamente ocultada. La derecha político-dirigencial
propiamente dicha lo hace por razones ideológicas y la prensa, además, porque vive de
la publicidad que pautan las empresas. En la cínica lógica de ambos bandos, los precios
suben porque los precios suben. O porque el Estado emite moneda a lo pavote y
genera presión en la demanda de productos, al haber más plata circulante y estar los
bolsillos llenos para consumir. Si lo primero no resiste el menor análisis, lo segundo
menos que menos. Parece mentira que a esta altura del campeonato deba insistirse en
refutar a los Alsogaray redivivos, y en memorar las consecuencias catastróficas que los
modelos de restricción monetaria produjeron en la economía: altri tempi, en la local; y
en plena vigencia en la Europa sujetada por Alemania, que rebosa de planes de ajuste,
desocupados y exclusión. Como si fuese poco, también suena increíble tener que
remarcar la contradicción entre las causas que sostienen y los resultados que objetan.
Por un lado, si “la gente” tiene plata y presiona sobre el consumo significa que tan mal
no andará la economía cuando, al revés de los ’90, esos bolsillos bien surtidos no
responden a un esquema de endeudamiento feroz, luego traducido en el remate de
empresas públicas y el vuelco de esos fondos al apetito clasemediero. Pero por otra
parte, como no se siente o cree que haya tal bonanza en los ingresos populares y ahí
están, a la vista, las furibundas críticas del periodismo, el sindicalismo opositor y los
economistas del establishment, resulta entonces que la plata inflacionaria no está en “la
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gente” sino en la gente que forma los precios. En síntesis, segura o muy
probablemente, el Gobierno no cree que su acuerdo o control sirva para corregir
engendros estructurales, cuyo origen remite a las oligopolizadas e intactas cadenas de
producción. Unas 20 empresas controlan el 80 por ciento de la generación alimentaria y
de los productos de limpieza. Las que comercializan vienen después. El aroma es a que
se quiere ganar tiempo, rumbo tal vez a medidas profundas que no se conocen. Pero
en el turno de la oposición, lo que cuestiona no es eso sino que lo hace por el
cuestionamiento mismo. ¿Qué propone? Sabrá Dios. O, mejor, lo que propondría no
debe expresarse por la impopularidad que conlleva. El juego queda así entre uno que
patea para adelante haciendo que importa lo que no es más que una fugacidad, con el
riesgo de que le salga entre inocuo y muy mal; y otro que presume de hacer críticas
medulares, cuando sólo especula con el fracaso que la propia oposición promoverá
(apenas a horas de anunciado el acuerdo con los hipermercados, Clarín ubicó, en título
central de portada, que ya empezaban a escasear productos. Un dechado de prontitud
periodística).
Otros ejemplos interesantes son las fallidas negociaciones con los británicos y el
arreglo con Irán por la investigación del atentado a la AMIA. Los ingleses no quieren
negociar absolutamente nada, incluso desde antes de que la victoria en la guerra les
concediera el derecho de facto. Entre la política de “seducción” a los kelpers durante el
sultanato menemista, con los ositos Winnie Poo del entonces canciller Guido Di Tella, y
la de confrontación ensayada por este Gobierno, se intentaron todas las vías. Y alguna
otra que pudo ambicionarse, tampoco habría dado frutos. El Reino Unido tiene la
ventaja alevosa de su potencia militar y sanseacabó. Sentarlo a una mesa de
negociación sólo ocurrirá, si es que ocurre, cuando Argentina disponga de una fuerza
similar en el tablero geopolítico, gracias a la importancia económica que pueda adquirir
y a que el respaldo regional tenga acciones concretas contra los intereses británicos.
Hasta tanto, toda labor que se acometa podrá ser comprensible y conveniente en
función de no dar descanso, pero siendo conscientes de que en Londres no se moverá
un pelo. Este “como si” que le es adjudicable al oficialismo en cuanto a Malvinas (como
si fuera a importarle a los ingleses que un núcleo de intelectuales y referentes
internacionales apoyen los reclamos argentinos; como si los conmovieran declaraciones
o pronunciamientos solidarios de algunos organismos, y numerosos etcéteras por el
estilo) tiene más valor representativo todavía frente al gataflorismo interminable de la
oposición, y de porciones de la comunidad judía -de sus entidades dirigentes, sobre
todo- a raíz del acuerdo con Irán. Tras casi veinte años de una impunidad atroz por el
atentado a la AMIA, proporcionales a lo lejísimo y hasta inalcanzable de la posibilidad
de hacer justicia, al menos se obtuvo que se interrogue a los acusados y pueda llegarse
a la verdad. Esa verdad, como ya sucedió en otros juicios así denominados que en
principio no tenían efectos penales, es completamente la única puerta que podría
conducir a una esperanza de justicia. Sin embargo, el deporte del me opongo porque
me opongo, cualesquiera sean los caminos tomados o por tomar, impide – a unos por
especulación política y a otros por su eterna y entendible frustración- sumarse a un
compromiso mutuo que por fin permite una luz. Demasiado tenue, si se quiere. Pero
movida única. La Presidenta lo explicó con creces en una cadena nacional novedosa,
que a la brillantez de su oratoria con la mirada fija a cámara, en la máxima
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escenografía institucional, le agregó una edición de archivo impecable (tienta decirlo: el
tipo de cadena nacional que auténticamente sirve. En esta oportunidad, no hubo
argumentos para imputarle un uso inadecuado y desmedido). Igual, nada sirve al
“como si” de quienes, tratándose de medidas oficiales, totalizan el prejuzgamiento. Para
el caso y nuevamente, como si dispusieran de una alternativa mejor. Eso no es análisis.
Es provocación.
Pero nada emparda al juego de que la Argentina vive crispada si es que, en lugar
de traducir “crispación” como el retorno del debate político encendido, se lo hace en la
acepción de que estamos por matarnos. Y de que el inspirador excluyente es el
Gobierno. Por hoy, déjese aparte que nunca, jamás, se vivió una etapa en que las
figuras oficialistas -y la jefa de Estado en particular- hayan sufrido los insultos públicos
padecidos por esta gestión. Sólo podría acercársele el clima de 2001/2002, con la
pequeña diferencia de que se daba en un país estallado. Vayamos mejor a la
insoportable frivolidad de juzgar que algunos hechos son demostrativos del peligro
tremendo habido o por haber. Y a través de dos episodios que los medios vienen de
agitar hasta el sopor, más allá de la simple condena que debe cargárseles. Diez o veinte
pelotudos, en un barco, putearon a un funcionario de Economía. Y a un periodista
opositor, en un bar, no quisieron atenderlo por considerarlo persona no grata. Casi toda
la semana con eso, en casi todos los programas de radio y televisión, con las
repercusiones en casi todos los noticieros y columnas de opinión, con plumas alarmadas
y caras de necesidad de laxante, como si se estuviera al borde de enfrentamientos
civiles desesperantes. En el costado kirchnerista hubo abusos de insistencia con que las
agresiones parten de enfrente. Pero enfrente, como única profundidad ideológica, dicen
que así estamos.
Vaya el chascarrillo de que la Venus de Milo empezó comiéndose las uñas. Alguna
gente debería reflexionar si acaso no sería capaz de terminar igual, de tanto hacerse
problema por motivos que, encima, son más inventados que reales.
MARCA DE RADIO, sábado 9 de febrero de 2013.
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