El goce efectivo de los derechos de las mujeres: una deuda pendiente

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El goce efectivo
de los derechos de las mujeres:
una deuda pendiente
Nuestra articulista invitada contextualiza desde una concepción crítica de la política subyacente el modelo deliberativo,
los avances y desafíos del pleno reconocimiento, así como la
ampliación y protección de los derechos de las mujeres. Este
análisis contribuye a la interpretación de los retos a los que se
enfrentan las mujeres en el proceso actual de la justicia transicional en Colombia.
especial
L
Olga Amparo Sánchez G.
Casa de la Mujer
[email protected]
as condiciones habilitantes o los obstáculos para el goce de la igualdad y la autonomía por parte de las mujeres se encuentran en íntima
relación con el debate por el reconocimiento, la ampliación y la protección de sus derechos, debate que se ha dado en la esfera pública, en el
sentido habermasiano, entendida dicha esfera como el foro en el cual las
sociedades modernas llevan a cabo la participación política por medio de
la comunicación verbal. Es allí donde la ciudadanía delibera sobre problemas comunes, en un espacio institucionalizado de interacción discursiva.
Es un espacio conceptualmente distinto del Estado, es un lugar para la
producción y circulación de discursos que, en principio, pueden ser críticos
frente al Estado. En términos habermasianos, es también conceptualmente
distinto de la economía oficial; no es un espacio para las relaciones de
mercado sino más bien para las relaciones discursivas, un foro para debatir
y deliberar más que para comprar y vender. Por consiguiente, este concepto
de la esfera pública nos permite mantener presentes las distinciones entre
los aparatos de Estado, los mercados y las asociaciones democráticas.
La conceptualización de la esfera pública planteada por Habermas es
útil para analizar lo avanzado, retrocedido y ganado en lo referente a los
derechos de las mujeres; no obstante, hay que tener presente que ésta se
basa en un número importante de exclusiones.
Se promueve para la esfera pública un estilo austero, de expresión y
comportamiento «racional», «virtuoso» y «viril». Nancy Fraser, una de sus
críticas, sostiene que el modelo liberal de la esfera pública burguesa, tal
como lo describe Habermas, no es adecuado para una crítica de los límites de la actual democracia existente en las sociedades del capitalismo
tardío. Afirma que una concepción adecuada de la esfera pública exige
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La conceptualización de la esfera pública
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planteada por Habermas es útil
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para analizar lo avanzado, retrocedido y ganado en lo referente a los
derechos de las mujeres; no obstante, hay que tener presente que
ésta se basa en un número im- correo de brujas
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portante de exclusiones.
no sólo poner en suspenso la desigualdad social,
sino eliminarla. Es preferible una multiplicidad
de públicos a una sola esfera pública, tanto en
sociedades estratificadas como en sociedades
igualitarias. Una concepción sostenible de la esfera pública debe propiciar la inclusión, no la exclusión, de los intereses y asuntos que la ideología
burguesa machista rotula como «privados» y trata como
inadmisibles. Una concepción defendible ha de permitir la
existencia tanto de públicos fuertes como de públicos débiles, y
debería contribuir a la teorización de las relaciones entre ellos1.
Con los argumentos planteados por Fraser se exige a la teoría crítica
de las democracias existentes tareas correlativas, tales como las siguientes: a) hacer visibles las maneras en las que la desigualdad social contamina la deliberación entre los públicos en las sociedades del capitalismo
tardío; b) mostrar cómo afecta la desigualdad a las relaciones entre los
públicos en estas mismas sociedades, de qué modo estos públicos obtienen poder o se segmentan, y cómo algunos se ven involuntariamente aislados y subordinados a otros; c) denunciar en qué forma la rotulación de
algunos asuntos e intereses «privados» limita el rango de problemas, y de
aproximaciones, que las sociedades contemporáneas pueden controvertir
de modo amplio, y d) mostrar el carácter excesivamente débil de algunas
esferas públicas en las sociedades del capitalismo tardío.
Para la deliberación pública, las mujeres llegamos con una historia
de exclusión, de no reconocimiento como sujetos de derechos, de desventajas sociales y políticas, de concepciones patriarcales sobre lo que se
considera de interés colectivo. Además, en el debate discursivo, al público
de los varones se le ha considerado tradicionalmente un público fuerte.
En el debate discursivo se generan tensiones con el público de los
varones y con públicos de mujeres que se «consideran más débiles», librándose una lucha de intereses y de visiones. Tales factores han incidido
en el reconocimiento y la vigencia de los derechos de las mujeres, así
como en la construcción de condiciones habilitantes para su disfrute,
ampliación, promoción y protección.
Las mujeres: de lo privado y lo público
Teniendo como marco general la hipótesis de que el reconocimiento y
la ampliación de los derechos humanos de las mujeres se han dado en
la esfera pública en el sentido habermasiano, también es un hecho que
gracias a la lucha de las mujeres el reconocimiento de sus derechos se
ha extendido a lo privado. Pero tanto en lo público como en lo privado
existen limitantes políticas, económicas y culturales que impiden su disfrute pleno.
Ahora bien, en el discurso político lo privado y lo público son términos que se usan con frecuencia para deslegitimar ciertos intereses, ideas
y asuntos, y para valorizar otros. En este sentido, lo planteado por Fraser
es de utilidad para la comprensión del reconocimiento y la vigencia de los
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derechos de las mujeres. La autora plantea dos significados de «privado»,
que se emplean a menudo ideológicamente para delimitar las fronteras
de la esfera pública, de modo que ponen en desventaja a grupos sociales
subordinados: el significado relativo a la vida doméstica o personal, incluyendo la vida sexual, y el significado relativo a la propiedad privada en
la economía de mercado. Cada uno de ellos se encuentra en el centro de
una retórica de la privacidad que se ha usado históricamente para restringir el universo de la confrontación pública legítima, al igual que para
legitimar el abuso y la violación de los derechos de las mujeres.
El primer significado no incluye en el debate público algunos temas
e intereses, haciendo de ellos algo personal o familiar, presentándolos
como asuntos domésticos-privados o familiares-personales, y distinguiéndolos de los asuntos públicos y políticos. La violencia contra las
mujeres es un ejemplo de este primer significado: es un asunto que se
considera familiar-personal o, en el mejor de los casos, doméstico. No
ha logrado trascender, a pesar de los ingentes esfuerzos de las mujeres
por buscar un espacio en el debate público y lograr que ésta se considere
un problema de violación de derechos humanos; a su vez, han de exigir
leyes que las protejan y subrayar la necesaria intervención del Estado y la
sociedad para erradicarla.
El segundo significado busca excluir del debate público algunos
temas e intereses, dándoles un carácter económico. Dichos asuntos se
representan como imperativos personales del mercado, prerrogativas de
la propiedad «privada», para distinguirlos de los asuntos públicos en espacios discursivos especializados, y al hacerlo, protegerlos de un debate y
una confrontación más amplia, lo cual resulta ventajoso para los grupos
e individuos dominantes y desventajoso para sus subordinados. Esto demuestra que incluso después de que a las mujeres, las personas de color
y los trabajadores les han reconocido formalmente sus derechos, su disfrute puede llegar a ser obstaculizado por concepciones de la privacidad
económica y doméstica que delimitan el alcance del debate2.
La justicia y la inclusión
La
inclusión de
las mujeres es posible
si existe una fuerte voluntad
política que se comprometa
decididamente con políticas de
redistribución y reconocimiento, cuyo
propósito ha de ser otorgar presencia
en el imaginario cultural y en
las prácticas sociales a las
diferencias.
Para que la igualdad y la autonomía sean una realidad cotidiana
en la vida de las mujeres, es necesario que las sociedades se
pongan en la tarea de superar las injusticias y las exclusiones. Retomando los aportes de Nancy Fraser, existen
dos concepciones amplias de la injusticia analíticamente diferentes: injusticia económica e injusticia cultural.
En la práctica, las dos se entrecruzan, de modo que se
refuerzan mutuamente de manera dialéctica, lo que a
menudo da como resultado un círculo vicioso de subordinación cultural y económica. La solución para la injusticia
económica es algún tipo de reestructuración sociopolítica:
redistribución del ingreso, reorganización de la división del
trabajo, transformación de otras estructuras económicas básicas; es decir, redistribución.
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La solución para la injusticia cultural implica un cambio simbólico,
transformación de patrones sociales de representación, interpretación y
comunicación; en otras palabras, reconocimiento. Las soluciones de redistribución presuponen, por lo general, una concepción básica implícita
de reconocimiento. Por su parte, las soluciones relativas al reconocimiento entrañan algunas veces concepciones implícitas de redistribución3.
«Las exigencias de reconocimiento asumen a menudo la forma de un
llamado de atención a la especificidad putativa de algún grupo, cuando
no la crean efectivamente mediante su actuación, y luego, la afirmación
de su valor. Por esta razón, tienden a promover la diferenciación de los
grupos. Las exigencias de redistribución, por el contrario, abogan con
frecuencia por la abolición de los arreglos económicos que sirven de soporte a la especificidad de los grupos. El resultado es que las políticas de
reconocimiento y las de redistribución parecen a menudo tener objetivos
contradictorios. Mientras que las primeras tienden a promover la diferenciación de los grupos, las segundas tienden a socavarla. Por consiguiente,
los dos tipos de exigencia se ubican en mutua tensión: pueden interferirse e incluso obrar uno en contra otro»4.
El dilema de la redistribución-reconocimiento es real. No existe ninguna estrategia teórica clara que permita disolverlo o resolverlo por completo. Lo mejor que se puede hacer es suavizar el dilema, encontrando
aproximaciones que minimicen los conflictos entre distribución y reconocimiento, en aquellos casos en que se persiguen simultáneamente5.
La inclusión de las mujeres es posible si existe una fuerte voluntad
política que se comprometa decididamente con políticas de redistribución y reconocimiento, cuyo propósito ha de ser otorgar presencia en el
imaginario cultural y en las prácticas sociales a las diferencias. Conceder
este reconocimiento no puede ni debe diluir la responsabilidad de distribuir bienes, servicios y derechos.
Y desde una postura acorde con un Estado social de derecho democrático —planteado en la Constitución del 91, el que tiene como
propósito político la consecución de la justicia y la inclusión—, es deber
del Estado colombiano el logro de la justicia para las mujeres y para
los grupos y colectivos poblacionales tradicionalmente excluidos, en
su doble dimensión: distribución y reconocimiento. Esto es, debe garantizar la universalidad de los derechos fundamentales y la justicia,
posibilitando y creando condiciones de igualdad para todos los sectores
de la población que por su condición de sexo/género, étnica o regional
han sido excluidos del ejercicio pleno de la ciudadanía y del disfrute de
los derechos fundamentales.
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Notas
1. Nancy Fraser (1997). Iustitia interrupta. Reflexiones críticas desde la posición «postsocialista». Bogotá: Siglo de Varones Editores, Universidad de los Andes, Facultad de Derecho, pp. 136-137.
2. Ibíd., pp. 126-137.
3. Ibíd., pp. 20-23.
4.Ibíd., p. 25.
5.Ibíd., pp. 41-44.
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