REVISTA VIRTUAL VIA INVENIENDI ET IUDICANDI "CAMINO DEL HALLAZGO Y DEL JUICIO" http://www.usta.edu.co/programas/derecho/revista_inveniendi/revista/imgs/HTML/revistavirtual/ E-MAIL: [email protected] RELACIONES DEL DERECHO PENAL CON OTROS SABERES PENALES Autor: GLORIA LUCÍA BERNAL ACEVEDO DOCENTE Investigadora Universidad Santo Tomás Bogotá, Julio de 2006. FECHA DE RECEPCIÓN: 14 DE AGOSTO DE 2006 FECHA DE APROBACIÓN: 28 DE AGOSTO DE 2006 1. Introducción Este ensayo académico pretende ser una guía para abordar el tema de las relaciones del derecho penal con otros saberes penales pero, antes de abordarlo, detengámonos un momento para reflexionar sobre la realidad inmersa tras el Derecho Penal. Por un instante imaginemos, aquel terror que sentimos con la idea de estar en prisión, pues no todos conocemos una cárcel, así sea como simples visitantes. También sobre lo que significaría para cada uno de nosotros perder nuestra libertad, no poder continuar con nuestra vida cotidiana, sentirnos enjaulados, por decirlo de alguna manera, vernos privados de la compañía de nuestro entorno familiar y social, la imposibilidad de trabajar, de salir simplemente a caminar cerca de nuestra casa. Si fuéramos detenidos, sólo como hipótesis, pensemos en qué cosas nos llevarían a justificar, a aceptar esta limitación extrema en nuestras vidas que nos lleva al borde de la fatalidad. Algunos interrogantes Los primeros interrogantes que pasarían por nuestra mente serían: ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué estoy aquí? ¿Para qué me encierran? Y si se tratara de un ser querido, si imagináramos que a uno de ustedes que están interesados en estudiar el derecho penal, un día, ya no como cualquier otro, fuera aprehendido dicho ser a quien se le sindica por ejemplo, de prevaricato, de peculado, de hurto, de violación, ¿Qué interrogantes pasarían por vuestra mente? ¿En qué aspectos cambiaría su vida y vuestra vida? ¿Qué esperaríamos de un abogado defensor? Es así como podemos ver el derecho penal, como un instrumento de “control”, y en particular de control social. De esta manera es como sentimos la inmensidad de su estructura, que si volvemos al esquema que se dibujó en la parte introductoria de este texto, podemos ver cómo el derecho penal es sistema de control institucional que comprende toda la actividad legislativa, investigativa-judicial y penitenciaria, que señala las conductas consideradas delictivas y a quien las realiza, se le impone una sanción punitiva. Dimensionando su estructura y comprendiendo su razón de ser, dentro de una sociedad moderna occidental constituida en Estado social y democrático de derecho, aclamaremos la necesidad de su mínima intervención, de cautela en la utilización del derecho penal, en oposición a discursos político-criminales de incremento de penas cada vez más severas y de conductas consideradas como punibles. En otras palabras, el derecho penal como mecanismo de control social es aquel sistema institucional de mínima intervención que determina y describe las acciones delictivas y que establece una sanción consistente en una pena o una medida de seguridad. Este mecanismo de control social puede verse desde una óptica positiva integradora o, desde un posición negativa intimidatoria, dependiendo si integramos la norma como pauta de comportamiento o, si por el contrario, la motivación para comportarnos conforme a las reglas sociales se da por el miedo a la sanción penal. Con frecuencia se expone que en las sociedades democráticas, en los estados sociales y democráticos de derecho, el derecho penal no tiene una función de mero control social, de control y dominación, sino que su finalidad es proteger de ataques graves, valores sociales específicos como la vida, la integridad personal, entre muchos otros, que son indispensables en la convivencia social. Estos conceptos no son excluyentes, por el contrario, se trata de que nos controlemos con parámetros democráticos pues, no podemos permitir que el derecho penal se constituya en un instrumento deshumanizante que rinde pleitesía al autoritarismo de Estado. 2. Concepto de Derecho Penal. Saliéndonos de este viso teleológico y pasando a un concepto general de derecho penal, se afirma por la doctrina que éste implica dos entidades diferentes: Por un lado, la legislación penal y por el otro, el sistema de interpretación de esa legislación. El primero es el conjunto de leyes que traducen normas que pretenden tutelar bienes jurídicos y precisan el alcance de su tutela, cuya violación se llama “delito”, y aspira a que tenga como consecuencia una coerción jurídica particularmente grave, que procura evitar la comisión de nuevos delitos por parte del autor. El segundo, es decir, el saber del derecho penal, es el sistema de comprensión o de interpretación de la legislación penal.1 1 Cfr. RAUL EUGENIO ZAFFARONI. Manual de derecho penal, Cárdenas editor y distribuidor, 1994, Pág. 42. Tenemos entonces un sistema penal, no solo como legislación penal sino también como Ente Institucional judicial y administrativo, que cobija tres momentos o estadios por así decirlo. Un estadio legislativo en el que se conminan conductas denominadas delictivas que tienen aparejadas unas consecuencias jurídicas, sea penas o medidas de seguridad, dependiendo si el sujeto es imputable o no. Una instancia de determinación de la consecuencia jurídica, monto y clase, que es eminentemente judicial y, por último, un momento de ejecución de esa sanción conforme al régimen penitenciario. Vemos pues, que el derecho penal hace parte de una instancia de control social formal institucionalizado donde entran en juego las tres ramas del poder público creando un sistema penal de enormes proporciones. Debido a sus enormes proporciones y dimensiones que afectan el derecho a la libertad. Debemos precisar su razón de ser, su fundamento y sus límites para darle su verdadero alcance y evitar así, que se extienda más allá de lo necesario. El derecho penal debe entrar en juego cuando no exista una manera diversa de solucionar o mediar en el conflicto social. Se trata de minimizar la existencia del derecho penal, de utilizarlo como último recurso de control para mantener el orden social. Ahora, en un plano eminentemente formal, es decir, sin entrar a analizar las tareas y funciones que le incumben, el derecho penal es: Un conjunto de normas positivizadas por una ley, que describen comportamientos tenidos por intolerables o graves a los que amenaza con una pena o, en determinados casos, con una medida de seguridad 2 Una rama, parcela o sector del Derecho u ordenamiento jurídico general; concretamente, el conjunto de normas jurídicas que prevén delitos y determinadas circunstancias del delincuente y les 2 l. GONZALO QUINTERO OLIVARES. Curso de derecho penal, Barcelona, Editorial cedecs, 1997. Pág. asignan, como consecuencias jurídicas, penas o medidas de seguridad; 3o aquella rama del ordenamiento jurídico estatal, que se caracteriza porque la consecuencia derivada de la violación de sus preceptos es la pena. 4 Pero este plano formal nos aparta del enfoque global que se pretende dar al derecho penal en este texto académico. El Derecho Penal hace parte del ordenamiento jurídico general, como un sistema normativo institucional de control social que hace presencia en el ordenamiento político, económico y social, desplazando cualquier mecanismo para-institucional o de violencia privada que, para infortunio nuestro, ha desbordado las estructuras jurídicopenales. El derecho penal como sistema normativo institucional de control social Controlar nos da la idea de limitar, regular, mandar, ordenar, prohibir que, cuando están referidos a un control social, hacemos referencia a los recursos de que dispone una sociedad para lograr que sus miembros actúen conforme a reglas y principios preestablecidos. Se insiste en que la sociedad moderna presenta una estructura de orden, de poder (político y económico), con grupos que dominan y grupos que son dominados; sectores más cercanos o más lejanos a los centros de decisión, en los cuales se distinguen grados de centralización y marginación que establecen múltiples formas de control social. Al investigar la estructura de poder nos 3 DIEGO-MANUEL LUZÓN PEÑA. Curso de derecho penal parte general I. Editorial universitas, s.a. 1996 pág.48. 4 ALFONSO REYES ECHANDÍA. Derecho Penal, parte general. Bogotá, Universidad Externado de Colombia. 1979, pág. 10. explicamos el control social e, inversamente, al analizar éste, se nos esclarece la naturaleza de la primera. 5 Este orden de poder en las sociedades, en sus diversos modelos de Estado, aún en las de corte social y democrático de derecho, necesariamente en la estructura del orden jurídico general, se propicia grados de centralización y de marginación que hacen permeable en las estructuras legislativas, incluso judiciales y aún, en las administrativas del ámbito penal, intereses particulares. No existe asepsia en el ordenamiento jurídico, él está contaminado por el momento histórico, la estructura económico-social, el modelo de estado, las concepciones ideológicas y las corrientes del pensamiento. Como podemos haber sentido alguna vez, el ámbito de control social es amplísimo y no siempre evidente, pues representa conduce a la conformidad, todo fenómeno que que garantiza el orden social, incluyendo las influencias de la familia, la escuela, las costumbres, los preceptos religiosos, las normas jurídicas, las autoridades de todo orden, valiéndose desde los medios más difusos y encubiertos, hasta los más explícitos, como es el sistema penal. Y también a veces sentimos que hasta nuestro pensamiento se limita, pues la exclusión de la actitud crítica y la formación de la actitud de conformismo se realiza por las instancias de control que nos interiorizan la disciplina social. Con miras a lograr esa disciplina social, se afirma en el pensamiento criminológico que, tanto en la familia como en la escuela y en la fábrica, las relaciones de sus integrantes se polarizan, con base en la fuerza de la autoridad y la actitud disciplinada de la sumisión. Es en la familia donde se concreta la autoridad del Estado y forma al individuo atomizado de la sociedad burguesa para que se sujete a su papel social, donde su ego individual 5 ZAFFARONI. Op. Cit., pág. 22. adquiere un carácter abstracto e inaccesible. La escuela está relacionada con las exigencias sociales de profesionalización, determinadas según la pertenencia a cada clase social. Es, por supuesto, en la instancia laboral donde se determinarán los demás tipos de poder económico, social y político 6. A su vez, los medios de comunicación de masas orientan para producir la ideología de la mentalidad media, dirigida a la conformación de este esquema social de disciplina. La religión también ejerce un control social intenso en la medida en que entra en juego aspectos morales muy fuertes que se ven representados en el temor al castigo por el haber actuado mal según los parámetros establecidos por la creencia en Dios. El estudio del control social tiene sus raíces en el trabajo del sociólogo Max Weber. Dicho control se considera a menudo como todo aquello que conduce a la conformidad, a las normas. Otros lo ven como la amplia representación de los mecanismos regulados, puestos sobre los miembros de la sociedad. En fin, el control social mira cuál comportamiento humano debe ser considerado extravagante. Los mecanismos de control social se pueden adoptar como leyes, normas, valores éticos, morales, costumbres. Podemos ver la teoría del control social desde dos perspectivas: una, en la que encontramos el control formal generado por instituciones como la familia, la Iglesia, los establecimientos educativos, los organismos gubernamentales, legislativos y judiciales del Estado, entre otros. Y otra, la perspectiva cultural, donde están los sistemas informales de control que ayudan a explicar por qué se conforman los individuos y que de manera difusa crean hábitos colectivos de conducta, como son los usos y las costumbres, hasta la forma en el vestir está inmerso aspectos de control informal que permiten segregar a quien no sigue los parámetros establecidos por la media. 6 TERESA MIRALLES. Pensamiento criminológico II. Bogotá, Editorial Temis, 1983, pág. 40. Las instancias de control social informal serán eficientes cuando nos convirtamos en sujetos aceptados y gratificados socialmente, con una gran autoestima, cuando aceptemos lo que la sociedad nos impone a lo largo de nuestras vidas, cuando sea motivo de orgullo que en nuestro colegio no hubiéramos obtenido reprobación en conducta y disciplina, cuando no quebrantemos las reglas establecidas o, de hacerlo, sería poco frecuente. Cuando estos mecanismos fallan, entra en funcionamiento el conjunto de instancias formales de control, que reproducen las mismas exigencias de poder que las instancias informales, pero de modo coercitivo, ya que se rigen por normas laborales, administrativas y penales. Y es aquí donde comenzamos a escuchar conceptos como inadaptado, desviado, antisocial, delincuente, loco, demente, peligroso, entre otros. No perdamos de vista otro aspecto de nuestra realidad: las esferas del control basado en la violencia privada. Mi maestro en penal general ha insistido en que, dentro del conjunto de instrumentos dirigidos a presionar a las personas para obtener de ellas conformidad de su comportamiento con ciertas reglas de conducta, se encuentra el derecho penal como mecanismo de control social, que dispone las más drásticas sanciones penales del orden social para los comportamientos socialmente más intolerables. Dentro de este ámbito del derecho penal se lleva a cabo el control social de dos formas: Un control punitivo institucionalizado a través de agencias estatales denominado sistema penal, y otro mediante el control social no institucionalizado, parainstitucional, subterráneo, a través de conductas ilícitas, tal como sucede en los países latinoamericanos en los que operan grupos guerrilleros, paramilitares y de justicia privada.7 7 FERNANDO VELÁSQUEZ VELÁSQUEZ. Manual de derecho penal , Bogotá, Segunda edición, Editorial Temis, 2004, pág. 4. Podríamos decir entonces, que este control social formal institucionalizado, denominado derecho penal, cobija varios aspectos. Sería como si nos hiciéramos a la idea de un pulpo en el que cada tentáculo tiene que desarrollar un papel. Así, tendríamos: La ley penal emitida por el Órgano Legislativo en la que se establece el catálogo de prohibiciones y de procedimientos o, excepcionalmente por el Presidente mediante facultades especiales que le otorga el Congreso; la instancia judicial, que, en nuestro medio, tiene varios brazos representados en la policía judicial, los fiscales, los jueces y los abogados; las instancias de control de los procuradores, personeros y contralores; y la instancia administrativa, la cárcel, destinada a la ejecución de la pena privativa de libertad. Es pues el Ente Institucional Penal el que ESTABLECE las conductas consideradas como punibles, el que DETERMINA una sanción a quien ha sido señalado responsable de realizar dicho comportamiento y el que EJECUTA dicha sanción penal que, en los atentados más graves, implica la privación de la libertad, como sanción más drástica con que cuenta el ordenamiento jurídico en general. ¿Por qué nos estremecemos cuando nos hablan del derecho penal? Tal vez porque ya dimensionamos su poder y su estructura, porque ahora podemos simplemente decir: Derecho penal, es el derecho a la pena. Esto es, la pena es la esencia del derecho penal, la pena es el arma que posee el Estado para hacer temer al infractor, como el castigo del padre, hace temer al hijo o también, podemos entender la pena como una invitación al ciudadano de abstenerse de realizar dichos comportamiento, así como la ternura del padre, educa al hijo. La pena por excelencia en el derecho penal, es la prisión, el encierro, el horror de limitar nuestros pasos a unos cuantos metros sobre el universo. Es precisamente este tipo de sanción que implica la posibilidad de perder la libertad, lo que hace que ingresemos en el ámbito de lo penal, en su laberinto. Es esta característica de ser coercitiva la que deslinda el derecho penal de los otros mecanismos de control social de índole jurídico. Lo propio del derecho penal es que su sanción penal que es coercitiva. El derecho penal en un Estado social y democrático de Derecho se cimienta en tres principios fundamentales a saber: dignidad humana, protección de bienes jurídicos y mínima intervención. Sobre esa base estructural tripartita se construye un derecho penal que está delimitado por tres peculiaridades: Coercitivo, fragmentario y subsidiario. Cada principio base en que está cimentado el derecho penal, determina la forma de sus características así: Dignidad humana-coercitivo, protección de bienes jurídicos-fragmentario y mínima intervención-subsidiario. Partamos de una premisa: el derecho penal es peculiar por ser coactivo, en razón a sus sanciones que son punitivas, que reviste la estricta forma de una pena que únicamente los organismos judiciales, pueden imponer como reacción ante el delito cometido. La coactividad constituye un atributo que pertenece a su propia naturaleza, pues sólo por transgredir una norma, al realizar el comportamiento descrito en la ley penal, podemos ver limitada nuestra libertad, hasta el punto de llegar a estar en prisión o en un establecimiento psiquiátrico. Pero esa coercitividad no puede estar alejada del principio de dignidad humana y, en tal sentido, no es posible conminar sanciones penales que atenten contra la dignidad humana como la pena de muerte, el destierro, los castigos físicos, las penas crueles e inhumanas. Este carácter coercitivo inherente en las sanciones penales se enfatiza al afirmarse por la doctrina que, si las normas del derecho penal estuvieran privadas de esta característica, se resolverían en la más aparatosa y falsa proclamación de principios programáticos de orientación del comportamiento humano en sociedad, privados de las más elementales condiciones de eficacia jurídica y, con ella, de utilidad social.8 Si le conferimos otra premisa esencial al derecho penal que lo deslinda de las otras ramas del ordenamiento jurídico, debemos hacer referencia a su carácter fragmentario, ya que en él sólo se protegen los más relevantes bienes y valores sociales frente a los ataques graves que son intolerables, y que constituyen el supremo garantizador de lo que se ha denominado los bienes jurídicos. Es un fragmento, del todo, en el que encontramos los derechos, deberes y bienes que permiten la coexistencia social. Pero sólo se protegen aquellos bienes y valores indispensables para la convivencia social, pues si esto no fuera así, tendríamos que establecer una sociedad donde todo fuera penalizado y en este sentido esta característica está fundada en la base del principio de selección de bienes jurídicos que permite identificar qué es lo que protege el derecho penal. Si todos nuestros comportamientos tuvieran que regirse por el derecho penal, imaginémonos, por ejemplo, escribir en la pared de un vecino en la que le decimos que es maravilloso ver las estrellas, enamorarse de alguien prohibido, que incitamos a la apología de la infidelidad, que se ama a alguien del mismo sexo, en fin, podríamos llenarnos de ejemplos, si esos comportamientos irrespetuosos, escandalosos y muchos otros que la imaginación puede concretar, acarrearían una sanción penal, nuestra vida sería insoportable y tendríamos que estar inmersos en procesos penales. 8 Cfr. MIGUEL POLAINO NAVARRETE. Derecho penal, parte general. Tomo I. Editorial bosch. 1996. Pág. 118. Es por ello que el derecho penal sólo tutela los bienes y valores fundamentales para mantener el orden social propio en nuestro caso, de un Estado Social y Democrático de Derecho que permite el respeto a la diversidad y al libre desarrollo de la personalidad. Como es fragmentario se debe tutelar bajo el manto de lo penal, sólo los bienes jurídicos trascendentales. Esta premisa nos dice también que el ataque a esos bienes, denominados bienes jurídicos, debe ser grave e intolerable. De no ser así, tendríamos que llegar a sancionar con una pena privativa de la libertad a quien, por ejemplo, nos hurte un paquete de cigarrillos, o a quien nos dañe el libro de derecho penal o de política criminal, que más nos gusta. En esas categorías dogmáticas que estructuran la conducta punible no podemos pensar sólo en lo formal, debemos internarnos en lo material, sobre todo cuando se trata de valorar si hubo o no, afectación al bien jurídico. Si esa afectación es muy leve, lejana o inexistente, no se estructura la antijuridicidad material y por tanto, no podemos pregonar un reproche, así el comportamiento encuadre en la descripción típica. En este sentido se debe precisar que la conducta es punible si se dan todos y cada una de las categoría o estamentos dogmáticos referidos a la tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad. Es aquí el lugar en el cual, podemos comprender el carácter fragmentario del derecho penal, en el sentido de entender que no basta la sola afectación o peligro de afectación en la lesión al bien jurídico, sino la afectación grave e intolerable o el grado de potencialidad de peligro, para ese bien jurídico. En tercer término le otorgamos al derecho un carácter subsidiario, que hace referencia a la propia gravedad de la reacción jurídico penal. Formalmente hablando, es subsidiario porque su legitimación depende sólo de que entre en juego en defecto de los otros recursos jurídicos del Estado, al no bastar los controles extra-penales, ya que el derecho penal debe actuar sólo en último lugar como última razón. Por su enorme gravedad o daño, la sanción penal no sólo ha de ser el último recurso jurídico, sino también el último o extremo recurso social. No se trata de llenarnos de delitos maximizando el derecho penal, existen otros controles diversos de índole cultural y formal extrapenal, que permitan alejar al derecho penal cuando, el conflicto, lo podemos llevar a otras instancias judiciales o cuando puede ser absuelto, en forma prejudicial, a través de la conciliación, por ejemplo. También debemos estipular la pena mínima necesaria para evitar la violencia institucional excesiva que se aleje de su estructura ontológica de ser un instrumento extremo y, por su gravedad, de última intervención, dejando sólo para delitos muy graves la pena de prisión y utilizar otras sanciones que no implique la pérdida de la libertad como la multa o el trabajo social. Esta característica está elevada sobre el cimiento de la mínima intervención y por lo tanto al ser subsidiario el derecho penal, no podemos acudir a él cuando nuestro deudor no nos ha pagado, o cuando alguien nos incumple un contrato de compraventa, o cuando no nos pagan el canon de arrendamiento, e incluso, podríamos ir pensando que quien demanda la obtención de una cuota alimentaria, debe acudir a la instancia civil, para que se le reconozca u ordene la prestación de alimentos y si, quien los debe legalmente, se sustrae de ellos sin justa causa, entraría en juego el derecho penal. Se trata de minimizar el catálogo de delitos y de penas. 3. Relaciones del derecho penal con otros saberes penales Las relaciones del derecho penal con otras áreas del saber penal como la criminología, la política criminal e incluso la criminalística, ha tendido dos grandes períodos. En un comienzo, si ubicamos el origen de la criminología en el siglo XIX, época en la que se desarrollaron las ideas positivistas representadas en Lobroso, Ferri y Garófalo, existía una integración de la ciencia penal en la que las demás áreas del saber penal quedaban subordinadas a la dogmática penal. La escuela positivista del derecho penal, en Italia, pretendió reunir todo el saber penal en una sola disciplina, a la que llamó sociología criminal, dentro de la cual quedaba incluido el derecho penal como un mero acápite. Se afirma por la doctrina que en Alemania la escuela sociológica reunió todas las disciplinas atinentes al saber penal en la denominada ciencia total del derecho; dentro de ella se agrupaba la dogmática jurídico penal, es decir, el derecho penal como ciencia, la criminología, como el estudio empírico del fenómeno criminal, y la política criminal, que revela cuál derecho debe regir. Fueron tales ideas las que hablaron de una enciclopedia de las ciencias penales. Esta reunión de disciplinas heterogéneas, hizo énfasis en dos de ellas; en la ciencia penal, cuyo objeto de conocimiento es la norma penal y su método el normativo deductivo, y en la criminología, cuyo objeto de estudio es la fenomenología criminal y su método el empírico inductivo; convirtiendo a la criminología positiva, en un saber auxiliar y dependiente de la ciencia penal. En verdad, semejante tentativa enciclopédica ha sido superada no sólo porque el positivismo cumplió su papel histórico, sino porque nadie sostiene ya la existencia de una ciencia sin método y objeto únicos.9 Con posterioridad, con el desarrollo de las ideas funcionalistas en el siglo XX, al generar una crisis en el esquema etiológico apartándose de un concepto meramente causal y resaltando el concepto referido a la interconexión del 9 Cfr. FERNANDO VELÁSQUEZ VELÁSQUEZ. Derecho Penal, Bogotá. Editorial Temis. 1995. Pág. 79. funcionamiento, se avanza en el desarrollo de los saberes penales logrando superar la subordinación en la que se encontraban. El derecho penal y la criminología, estudian el delito, al delincuente y la pena. La criminología advierte al penalista cuál es la realidad que él va a establecer como hecho delictivo, y es por ello que se ha buscado una visión integradora al problema penal de lo normativo y lo criminológico. Estas relaciones no son totales y por ello se afirma que sólo pueden ser fragmentarias, aunque algunos piensan que la integración no es un camino imposible. Hoy día, la criminología ha tomado aspectos dogmáticos refiriéndose a la víctima para poder dar cabida a la victimología. Siendo fieles a nuestro gráfico presentado en la parte introductoria de este texto, la política criminal podemos considerarla como el centro del problema penal toda vez que ella, determina los parámetros políticos que rigen lo penal y para ello debe impregnarse de los principios filosóficos, normativos y sociológicos que regulan la conducta punible, la imposición de una sanción penal y su ejecución. Indudablemente la criminología y la victimología como ciencias sociales auxiliares del derecho penal, prestan su apoyo a la política criminal, considerada por algún sector de la doctrina, como ciencia auxiliar del derecho penal. Esta concepción predominante en la doctrina no encaja con nuestro esquema, por eso nos gustaría darles a la criminología y a la victimología el nombre de disciplinas interconectadas con el derecho penal cuyo núcleo central es la política criminal. No creemos que la criminología, la victimología posean un carácter científico, es más, son disciplinas sociales que con relación a lo penal, están impregnadas del matiz ideológico que estructura la política criminal que delimita al sistema penal como uno de los instrumentos con que cuenta el Estado, para ejercer el control social formal. Apartándonos por un momento del esquema de relación del derecho penal con otros saberes penales que ha trabajado la doctrina penal, podemos enunciar que la política criminal ha irradiado en forma directa cada una de las disciplinas, áreas y asignaturas que están comprometidas en el sistema penal en relación al proceso de imposición de la sanción penal a quien ha realizado una conducta delictiva. La fase de la conminación y ejecución, corresponden a entes diversos del ámbito judicial, aunque no dejan de estar conectados con el sistema penal si lo ubicamos en sus estadios legislativo, judicial y penitenciario. La política criminal ha irradiado los principios y fundamentos que explican la razón de ser del sistema penal, en este sentido hoy día la teoría de la pena dentro de una concepción político criminal, no puede entenderse sino dentro del marco de la prevención general y especial positiva integradora. El fundamento del derecho penal ha pasado en su desarrollo por concepciones expiatorias, retribucionistas absolutas y de prevención general y especial de corte negativo o intimidatorio, todas ellas dentro de un contexto filosófico e histórico concreto, para dar paso dentro de un Estado social y democrático de derecho a posiciones de mínima intervención o última ratio. En relación a la esfera dogmática referida a la escuelas del delito, igualmente la política criminal le ha dado un giro definitivo a dicha estructura de pensamiento que se enfrascó en determinar el contenido de cada una de las categorías dogmática de tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad. Fue así como la escuela causalista cobijó dentro de lo meramente objetivo desde la misma acción hasta la antijuridicidad, reservando en la sede de la culpabilidad, lo aspectos subjetivos referidos al conocimiento y voluntad de querer realizar el comportamiento típico de forma antijurídica, fuera de manera doloso, culposa o preterintencional. El finalismo se opuso a dicho esquema estructurando uno contrario en el que se ubica el aspecto subjetivo desde la acción misma y reservando lo objetivo en sede de culpabilidad. Esta discusión y pugna entre escuelas generó un aislamiento de la realidad respecto a derechos fundamentales de la persona y ha conllevado al surgimiento de diversas corrientes funcionalistas enmarcadas dentro de la política criminal en la que se rescató la necesidad de la sanción penal y por tanto los principios y fines tanto de la pena como de las medidas de seguridad. Obviamente en la esfera sociológica en la que encuadramos la criminología, la política criminal moderna, también ha impregnado un giro importante respecto a dos puntos, el primero referido a la criminología crítica que al cuestionar los procesos de criminalización tanto primaria como secundaria y al integrar los Tratados y Convenios Internacionales de Derecho Humanos ha delimitado el catálogo de conductas punibles ya sea ampliando su cobertura a la tutela de bienes jurídicos que antes no se hacía o descriminalizando comportamientos que deben quedar por fuera del ordenamiento jurídico penal y, por el otro lado, la criminología al impregnarse de postulados dogmáticos modernos, ha fijado su atención en la víctima más que en el delincuente, quien fuera incluso en épocas positivistas, su objeto de estudio. De igual manera la política criminal moderna en relación a la interconexión entre la esfera ideológica y dogmática ha modificado los sistemas procesales de índole penal en la búsqueda de la aplicación del principio de oportunidad. En punto de los sistema procesales se han conocido dos grandes sistemas: El acusatorio que tiene como base que la pretensión acusatoria, defensiva y juzgadora radique en cabezas diferentes, mientras que en el inquisitivo radica en una misma, en el juez cuando aplica el principio de investigación integral. El sistema procesal mixto francés que integró aspectos del sistema inquisitivo con el acusatorio, pretende que la fase de instrucción sea inquisitiva y la fase del juzgamiento acusatoria. Hoy día predomina un sistema procesal político criminal garantista de corte acusatorio que permite incluso, a quien posee la titularidad de la acción penal, de no impetrarla cuando por ejemplo, la sanción penal no sea necesaria o cuando su finalidad es insignificante, entre otras. Es decir, político criminalmente hoy día podemos abstenernos de iniciar una acción penal así se haya realizado la comisión de una conducta punible y tengamos conocimiento de quien es su autor. Dentro de la aplicación de técnicas investigativas también la política criminal ha delimitado su aplicación al indicar controles de legalidad tanto formal como sustancial con relación al respecto a la dignidad humana. Por ello se ha consagrado controles de legalidad de los procedimientos criminalísticos para la obtención de muestras del sindicado e incluso de la víctima cuando se niegan a otorgar su consentimiento. La criminalística, término empleado por Gross, no la trataremos como lo hace algún sector de la doctrina como ciencia auxiliar del derecho penal, toda vez que ella, al estar constituida por un conjunto de conocimientos y técnicas utilizados para averiguar y esclarecer el delito, descubrir el delincuente y aportar pruebas sobre la existencia del delito y la responsabilidad del acusado, es integrante del derecho probatorio y por lo tanto, es un saber específicamente referido al derecho procesal penal. No significa lo anterior que su importancia sea menor, todo lo contrario, hoy día es fundamental en el desarrollo de las funciones de investigación penal, como todo un conjunto de procedimientos científicos que soportan dicha labor. Entre estas técnicas encontramos la dactiloscopia, la fotografía, la topografía, la balística, entre otros. Todo lo anterior bajo los procedimientos que han de observarse en la recolección y preservación de las pruebas físicas o elementos materiales de prueba adquiridos en el transcurso de la investigación criminal. Se habla entonces de la cadena de custodia que es el procedimiento que garantiza la autenticidad de los elementos materiales de prueba recolectados y examinados, asegurando que pertenecen al caso investigado, sin confusión, adulteración o sustracción. Debemos precisar que no existe unanimidad en cuanto a la ubicación de la criminalística, la doctrina ha destacado que, aunque un sector niega el carácter científico de la criminalística, y la considera simplemente un conjunto de técnicas policiales, otro sector la trata como una ciencia instrumental o auxiliar del derecho penal y del procesal penal. Lo cierto es que está compuesta por un conjunto de conocimientos y métodos muy diversos, que dependen de la clase de delitos que se trate de averiguar, con métodos como la dactiloscopia, técnicas genéticas para identificar por el DNA la identidad del delincuente o de la víctima, la balística y armamentística, conocimientos de economía y contabilidad para esclarecer delitos patrimoniales o económicos, y psicología del testimonio, entre muchos otros.10 Siguiendo este orden, veremos la relación del derecho penal con otros saberes penales referidos a la criminología, a la victimología y a la política criminal de manera más detallada y específica. Dejamos de lado por ser materia de estudio de la parte segunda del penal general, a la dogmática, así como el estudio del catálogo de conductas punibles que corresponde al del penal especial y, por las mismas razones, al derecho procesal penal con su aspecto criminalístico de índole probatorio. Con la Criminología. En relación a las teorías criminológicas y su desarrollo actual, debemos precisar que van desde aquellas que tienen como objeto de estudio el delito, considerado como fenómeno natural y, el delincuente, como protagonista de él y sujeto de la pena, hasta aquellas integradas por la moderna criminología, que han abandonado la búsqueda de las causas del delito para concentrarse en las respuestas respecto a la criminalidad. Estas concepciones poseen un momento histórico y filosófico determinado que es importante hacer referencia a ellos. 10 Cfr. DIEGO MANUEL LUZÓN PEÑA, Curso de derecho penal parte general. Editorial Universitas, S.A. 1996, Pág. 111. Sobre el tema del nacimiento de la criminología, se ha reconocido por los mismos estudiosos de este tema que Beccaria fue el primero en formular los principios de la criminología clásica en el siglo XVIII, aunque muchos autores prefieren situar sus orígenes en el positivismo del siglo XIX, cuando el antropólogo francés Topinard inventó el nombre de criminología. Por ello que, algunos sostienen que los fundadores de la criminología han sido Cesare Lombroso, Enrico Ferri y Rafael Garófalo. Se afirma en la doctrina que, mientras que el derecho penal se preocupa por la definición normativa de la criminalidad como forma de poder del Estado, la criminología estudia cómo surgen en el interior del sistema esos procesos de definición. Ambos conforman una unidad normativa y empírica. Por ello la criminología surge como una disciplina crítica respecto del derecho penal, que cuestiona qué se entiende por delito, cuestiona sus bases mínimas y por consiguiente la deslegitimación del poder de definición.11 Existen en la criminología varias escuelas. Podemos encontrar la criminología del llamado paradigma etiológico, que es aquella que sólo estaba interesada en encontrar las causas del delito, etiología es el estudio sobre las causas de las cosas, por eso era propicia para el positivismo naturalista, que pretendió establecer las causas de la criminalidad. En estas causas podemos encontrar explicaciones de carácter biológico que describen la criminalidad con base en la constitución orgánica y morfológica del hombre, las de carácter psicológico, que analizan el delito a partir de la personalidad criminal, antropológicas culturales, que estudian las subculturas y 11 Cfr. JUAN BUSTOS RAMÍREZ, HERNÁN HORMAZÁBAL MALARÉE. Lecciones de derecho penal. Volumen I. Editorial Trotta. 1997. Pág. 24. el origen de la desviación, y las sociológicas, que tratan de explicar el delito con base en el análisis global de la sociedad. Surgen las teorías de la anomia, de la asociación diferencial, del conflicto social y del etiquetamiento, entre otras. El pensamiento iluminista con Cesare Beccaria (1738-1794) y Jeremy Bentham (1748-1832), impulsaron un sistema criminal moderno de la justicia, donde era necesario definir el delito y garantizar la igualdad de todos ante la ley. Luego pasamos al pensamiento positivista sobre la pena y el delito, con su dogma fundamental de la invariabilidad de las leyes naturales, donde debemos, en el plano criminólogico, recordar los estudios de Cesare Lombroso (1835-1909), Enrique Ferri (1856-1926) y Raffaele Garófalo (1851-1934), corrientes se desarrollaron a finales del siglo XIX. Luego vivimos el funcionalismo, en la mitad del siglo XX, que está estrechamente ligado al positivismo, justificando la existencia de las cosas, en tanto ellas tienen una utilidad, incorporando a la sociología el criterio del utilitarismo social. Por ello en este siglo se convirtió en el intento más serio de establecer una sociedad única y universalmente válida. Esta corriente puso de manifiesto que la criminalidad no estaba ligada a causas, sino que se debía a disfunciones del sistema y sostuvo que la criminalidad no era privativa de un solo estrato social, el de los más desfavorecidos. De todas maneras el funcionalismo constituye un gran avance frente al positivismo, pues el concepto de función nos permite percibir la sociedad como un proceso y en él, no se trata de analizar los hechos aisladamente sino, con relación a todo un sistema, aunque, respecto a lo criminal, sigue como un fenómeno objetivo impregnado de una aparente neutralidad que olvida su carácter político. La criminología moderna hizo énfasis en este carácter político, ella surgió por influencia de las diversas corrientes sociológicas, en los años 50-60 del siglo XX, primero en EE.UU (Garfinkel, Goffman, Erikson y Schur), y luego en Inglaterra, Europa y Latinoamérica. Su objeto de estudio es la criminalidad y el control social considerados como un solo proceso social, surgidos desde los mecanismos de definición políticos y jurídicos de una sociedad dada. Aquí la criminología se convierte en una sociología de los procesos de criminalización, al explicar cómo se construye la criminalidad abarcando los controles formales e informales, pues no sólo la ley penal, el proceso penal y la cárcel, inciden en la cuestión criminal, también lo hacen los medios de comunicación y la economía, entre otros. Determinar qué es criminal es una cuestión de poder. Cuando se señala al delincuente se está ejerciendo un poder que, como todo poder, sirve a unos intereses políticos. Entonces, la criminología pasaría a constituirse en una crítica al poder, a los procesos de constatación de éste por parte de las instituciones legislativas, administrativas y judiciales y, al mismo tiempo es una forma crítica de ver los procesos de criminalización y de establecer sus límites. Durante la segunda mitad del siglo XX, en los años 70, surgieron las posiciones marxistas (Taylor, Walton y Young) debe precisarse que ni Marx, ni Engels, como tampoco los grandes pensadores marxistas como Lenin, Gramsci o Mao, estudiaron el problema penal como para que se pudiera hablar de una teoría materialista de la desviación, pues las teorías marxistas se centran en las clases sociales, la relación entre la estructura y superestructura y el paso de una sociedad capitalista a una socialista. Sin embargo, en ella se pueden encontrar las bases que sitúan la criminología en la encrucijada de la lucha de clases, como expresión del poder y explotación de la burguesía sobre el proletariado, con lo cual surge la tendencia a considerar la criminalidad como una forma de disidencia política. Lo que hay que resaltar en estas posturas es que puso en el centro de la discusión el carácter político, y algunos criminólogos críticos, han intentado hacer una revisión de la criminología basados en el marxismo. El propósito de la propuesta de Taylor, Walton y Young es sostener que el proceso de la transformación de la criminología en “teoría radical de la desviación” da origen a una posibilidad teórica y práctica diversa. Los objetivos perseguidos con la teoría radical de la desviación o criminología crítica se han clarificado ahora hasta el punto de que el teórico radical de la desviación no puede ya conformarse con desmitificar la criminología tradicional, orientada hacia lo correccional. La meta de una criminología plenamente crítica debe consistir en trascender las teorías estructurales abstractas o idealistas que en la actualidad conforman el ámbito de discusión de la teoría de la desviación. 12 La oposición a la criminología ortodoxa estaba dada por su explicación frente a la criminalidad cimentada en patologías sociales o individuales del delincuente. Igualmente su caracterización del orden social como consensual y monolítico que posee una minoría de individuos, delincuentes, al margen de la sociedad, desconociendo la diversidad cultural. También se caracterizó la teoría de la desviación por su contraposición a políticas correccionalistas dando paso a posturas críticas no sólo frente a las instituciones de derecho penal y penitenciaria, sino incluso frente a toda institución de control social incluso las siquiátricas. Así pues, esta tendencia criminológica ofreció una explicación más amplia de la génesis del crimen y fomentó una teoría transaccional del fenómeno social del crimen. 12 Cfr. IAN TAYLOR, PAUL WALTON, JOCK YOUNG. Criminología Crítica. Ediciones Siglo XXI, segunda edición, 1981, Pág. 21-88 Partiendo de la teoría marxista cuyo análisis social parte de la raíz del hombre que es el hombre mismo, que es inseparable de la sociedad, deducen que para el análisis del delito se requiere que se examine la posición del hombre en sociedad en su contexto histórico. No se trataba de obtener una sociología que sirviera a todas los tipos de sociedad, sino de una criminología específica que corresponda a la sociedad de un determinado período histórico. Así entonces, la criminología no puede olvidar los rasgos históricamente específicos de su objeto de estudio y que las relaciones jurídicas deben entenderse como originadas en la producción material de la sociedad, para formular una posición en que las relaciones legales y criminales se vinculan con las transformaciones materiales de la sociedad, y dependen de ella. Los criminólogos críticos insisten en que la selección que se produce tanto en la criminalización primaria, la que surge en los procesos legislativos en los que se conminan los delitos y las sanciones penales, como en la secundaria, que consiste en atribuir una conducta definida como desviada a una persona a la que los órganos judiciales sentencian y etiquetan como delincuente. Ambos procesos de criminalización, no son puramente aleatorios, sino que obedecen a parámetros político-criminales y al ser el derecho penal un instrumento de control social, las conductas delictivas que se seleccionan no siempre representan los intereses de quienes no detentan el poder político y económico. En nuestro país Emiro Sandoval Huertas, víctima del holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá en 1985, fue un exponente de estas ideas críticas. Él resaltó que la inclusión de conductas en las normas penales, las facilidades para el procedimiento y la severidad de las sanciones, no están directamente vinculadas con el eventual daño social de los comportamientos, sino inversamente relacionadas con las posibilidades concretas que tienen los grupos dominantes para realizar las conductas que se cometen. 13 En desarrollo de estas corrientes criminológicas encontramos las posiciones abolicionistas, que pretenden la desaparición total o parcial del sistema penal y tratan de lograr formas pacíficas para solucionar el conflicto social, que deben surgir de las mismas relaciones entre los individuos, a los cuales se les otorga autonomía para ello. Podemos encontrar sus antecedentes en las teorías anarquistas, socialistas y comunistas, y entre sus expositores encontramos a Louk Hulsman, quien propugna la supresión integral del sistema penal, pues para él el sistema penal no funciona de acuerdo con los principios que quieren legitimarlo, es denigrante y estigmatizante, y por tanto debe ocupar un lugar modesto dentro de la sociedad. El autor se cuestiona si la máquina penal sirve realmente toda vez que la crisis que se vive no tiene visos de arreglarla nadie y menos el sistema penal con la creación de leyes todos los días y menos con la implantación de penas más fuertes, invita el autor a buscar otras alternativas pues no se puede seguir catalogando a las personas en buenas y malas, ni tampoco se puede esperar que el sistema penal haga el milagro de arreglar el conflicto. Critica el proceso penal por falta de humanidad y degradante para la persona afectada y la administración de justicia no apunta hacia objetivos externos sino hacia objetivos internos para asegurar su propia supervivencia. La prisión la considera un castigo corporal en el cual el penado además de perder su libertad, pierde su empleo si lo tenia, su casa, su familia, es alejado de lo que ha conocido y amado. La prisión es un sufrimiento carente de sentido. 13 Cfr. EMIRO SANDOVAL HUERTAS. Sistema penal y criminología crítica. Bogotá. Editorial Temis. 1989, Pág. 32 De igual manera cuestiona el concepto de delito que varía en el espacio y en el tiempo, de manera que lo delictivo en un contexto, se considera aceptable en otro. Señala que existe la cifra oscura de la criminalidad configurada por hechos punibles que las víctimas se abstienen de denunciar, el sistema penal no funciona y el mismo fabrica culpables que son sometidos al estigma del proceso penal con su correspondiente rechazo social. En definitiva, afirma que el sistema penal produce efectos totalmente contrarios a los que se quisiera obtener, lo que se obtiene es que el sistema endurezca al reo en sus relaciones con el orden social, con lo que se hace de él una nueva víctima. Concluye que es preciso abolir el sistema penal. 14 Se ha afirmado que la criminología critica no es un movimiento homogéneo en el que se pueden identificar tres tendencias: la postura abolicionista, el derecho penal mínimo y el nuevo realismo. Esta última tendencia ha considerado la criminalidad como un problema real que afecta sobre todo a las clases más débiles de la sociedad. 15 Recordemos que la criminología clásica positivista estaba subordinada al derecho penal pero, como ya habíamos precisado, la criminología en la actualidad se orienta a un estudio crítico del propio derecho penal en cuanto forma de definición y control de la criminalidad. Por ello su relación no puede ser de subordinación. Los autores han precisado de manera muy clara la autonomía de ambas disciplinas y al mismo tiempo su interdependencia recíproca. Es importante aclarar como lo hace la doctrina especializada que, el derecho penal es supuesto indispensable de la criminología. Sin derecho penal no sería 14 Cfr. LOUK HULSMAN. Sistema penal y seguridad ciudadana. Hacia una alternativa. Editorial Ariel Derecho, Barcelona, 1984, Pág. 44-81 15 JESÚS ANTONIO MUÑOZ GÓMEZ. El concepto de pena. Un análisis desde la criminología crítica. Ediciones Forum Pacis, Bogotá 1992, Pág. 13. posible concebir la criminología. Ésta surge en razón a que, a través de un mecanismo institucional y formal, como es la norma penal, una organización social determinada fija objetivos de protección y con ello determina qué es delito y quién es delincuente, y al mismo tiempo una forma especial de reacción social.16 Con la Victimología. Para hablar de esta disciplina, que algunos penalistas la consideran una posición en la que desembocó la criminología crítica, es decir, una criminología vista desde la víctima y no desde el infractor. La victimología en sus orígenes estudiaba al sujeto pasivo del delito con miras a la protección de sus derechos. Se desarrolló bajo los parámetros del pensamiento positivista estudiando la predisposición de algunas personas a ser víctimas. Se reconoce como el precursor de la victimología a Israel Benajamín Mendelshon, por sus trabajos publicados en 1937 y 1946, en los que define la victimología como la ciencia sobre la víctimas y victimidad. Se clasificaron a las víctimas en las enteramente inocentes, que nada aportó para desencadenar la situación criminal, la víctima de culpabilidad menor, que por un acto poco reflexivo causa su propia victimización, la víctima tan culpables como el infractor, abarca los que cometen suicidio, la eutanasia y por último, las víctimas más culpables que el infractor como la víctima provocadora y la imprudente. Esta visión tradicional de la victimología ha sido criticada por la doctrina toda vez que ella se basa en el estudio de la personalidad de la víctima bajo aspectos biológicos, psicológicos y sociológicos, pues es casi considerar a la victima como responsable. 16 Cfr. JUAN BUSTOS RAMÍREZ y OTROS. Pensamiento criminológico I. Bogotá. Editorial Temis. 1983. Pág. 24. Con el auge del funcionalismo se amplió la visión respecto a la victimología, argumentándose que la principal causa estaba en el desequilibrio de la relación Estado-Sociedad. Como componentes de esta ciencia o disciplina, estaba el estudio de la estadística de criminalidad y el estudio del aspecto psicológico de las víctimas, ocupándose de los procesos de victimización que se originan al interior de las estructuras y sistemas sociales. Se habla de la nueva victimología a partir de los años 1980 que a la par con el desarrollo de la criminología crítica, se preocupa por las necesidades y por los derechos de las víctimas y se le quita ese manto de semi-responsabilidad que se le pretendió dar en la victimología tradicional. En el programa que formula la victimología se asume las bases fundamentales del derecho penal y de la criminología, pero las transforma radicalmente. Sigue hablando de delito y de pena, como el derecho penal; pero en ambos vocablos introduce dos realidades muy distintas, casi totalmente otras. Mantiene algunas nociones que ha recibido de la criminología, como la urgencia de conocer al delincuente y resocializarlo; pero las supera en sus puntos clave, pues las observa desde otra perspectiva. Se afirma que la victimología da vuelta de campana al concepto de crimen heredado del derecho penal tradicional, y al de sujeto pasivo del delito tal como lo recibe de la criminología 17 En la doctrina actual, se considera que sólo pueden ser víctimas las personas naturales, no las personas jurídicas, aunque algunos sectores de la doctrina, incluyen a las personas jurídicas. La corriente predominante sólo acepta como víctima a las personas naturales porque sólo ellas pueden sentir dolor y sufrimiento. Las personas jurídicas pueden ser perjudicados con el ilícito y demandar la reparación de ellos. 17 ANTONIO BERISTAIN, Nuevas soluciones victimológicas. Centro de Estudios de Política Criminal y Ciencias Penales, México, 1999, Pág. 22. En la categoría de victima, el profesor Borja incluye no sólo al sujeto pasivo, sino también al perjudicado, como persona que indirectamente reciben económica o moralmente, esos efectos perniciosos del hecho punible, toda vez que no siempre coincide el sujeto pasivo el delito con el sujeto de la acción. Respecto a la categoría de perjudicado, persona que sin ser sujeto pasivo del delito ni de la acción, recibe las consecuencias dañinas, de tal suerte que tiene derecho al resarcimiento civil de los perjuicios ocasionados. Desde una perspectiva válida para la victimología y la política criminal entiende por víctima, aquella persona física que sufre directa o indirectamente, en su persona, bienes o derechos, los perjuicios derivados de la perpetración del hecho delictivo, sea como titular del bien jurídico protegido (sujeto pasivo, ofendido o agraviado), sea como paciente sobre el que se despliega la acción ilícita (sujeto de la acción), sea como ciudadano que ve mermado cualquier otro interés que pueda ser evaluado moral y económicamente (perjuidicado). 18 En el desarrollo de esta disciplina, la doctrina ha tratado de darle un carácter científico a la victimología capaz de llevarla frente a las demás ciencias sociales, como una disciplina autónoma e independiente impregnándole un matiz humanista. En el camino por la construcción de sociedades más justas y humanas, en la que se pretende superar la impunidad, se ha considera imprescindible asumir una opción preferencial por los derechos humanos de las víctimas de toda barbarie, entendiendo que éstas son parte integral y protagonista de la vida en sociedad, particularmente en sociedades sometidas a procesos intensos de victimación, tal como ocurre en América Latina.19 18 EMILIANO BORJA, ensayos de Derecho Penal y Política Criminal. Editorial jurídica continental, San José, 2001 Pág. 254. 19 JULIO ANDRÉS SANPEDRO ARRUBLA. La humanización del proceso penal. Una propuesta desde la victimología. Editorial Legis, Bogotá, 2003, Pág. 74. Actualmente se está hablando de la victidogmática toda vez que no se concibe que la dogmática sea sólo con referencia al sujeto activo olvidando a la víctima, en su interrelación permite individualizar el comportamiento agente-víctima que pueda llegar a restringir el ámbito de aplicación del derecho penal. Como ejemplo de la victidogmática se hace referencia a que en los códigos penales se apela a figuras de la legítima defensa o del estado de necesidad que comportan situaciones de la vida real en donde el individuo debe optar por razones de supervivencia. Otro mecanismo que ha mostrado su capacidad para integrar postulados victimológicos es la imputación objetiva que, con relación a los delitos culposos, en los que se ha desarrollado una teoría de la concurrencias de culpas, permite resolver las situaciones, en que, además de la imprudencia del autor, cabe advertir también una imprudencia de la víctima. 20 También se ha enunciado una antropología recreadora desde la victimización que implica una concepción del delito que mira a la víctima y la sanción penal orientadas a fines preventivos que exige incluso la cooperación de la víctima. Se trata de una justicia restaurativa para alejar el concepto de venganza en la sanción penal que trate no de mirar al pasado y retribuir, sino hacia el futuro observando tanto al delincuente como a la víctima en su realidad social. Por lo tanto, la criminología recreativa coloca en el centro de su campo a la persona en cuanto recreadora. Recreadora de sí misma y de la realidad social. Recreadora siempre, también cuando delinque, y también cuando sufre una victimización. Cabe la reconstrucción desde las víctimas y desde el delincuente, no “contra” el delincuente; aunque a los procesalistas les agrada tanto el empleo continuo de a palabra versus. Tanto el delincuente como las víctimas, según el discurso del derecho penal restaurador, se les reconoce 20 Cfr. MARISOL PALACIO. Contribuciones de la victimología al sistema penal. Ediciones Jurídicas Gustavo Ibáñez, Bogotá, 2001 Pág54-56. algunos roles restauradores ya durante el proceso, y más aún en su sentencia.21 Con la Política criminal. Frente a un conflicto social, podemos pedir al Estado social y democrático de derecho que, antes que nada, desarrolle una política social que conduzca a prevenir o solucionar los conflictos y, sólo en último término, optar por definirlo como criminal, esto es un matiz de la política criminal moderna que propugna por la minimización del derecho penal. Cuando así se hace, se está ejerciendo una opción política que desencadena el sistema penal, al hacerlo se ingresa a la esfera de la política criminal. Siguiendo con el esquema que venimos desarrollando desde el inicio de este trabajo, en la política criminal confluye en la base, la estructura económicosocial-política en la que brota el conflicto social. Para tomar decisiones frente al conflicto debe ingresar los principios que delimitan el derecho penal, que en un Estado social y democrático de derecho están enmarcados dentro de parámetros de mínima intervención. Decisión que se materializa en la normatividad jurídico-penal, procedimental y penitenciaria. Es por lo ello que la política criminal es el centro nuclear del derecho penal. Observando las políticas criminales de un Estado, se vislumbra su normatividad y su estructura social. A cada modelo de Estado y a cada momento histórico, corresponde una política criminal definida. En estados imperialistas y autoritarios, prima una política criminal de máxima intervención del derecho penal. Entre más codificaciones se tenga en una sociedad, más conflictos sociales refleja en su interior. 21 Cfr. ANTONIO BERISTAIN IPIÑA. Jurídicas. Criminología, victimología y cárceles. Tomo I. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, 1996 Pág. 269 La doctrina ha definido la política criminal como aquel aspecto del control penal que tiene relación con el poder del Estado para caracterizar un conflicto social como criminal. 22 En un sentido amplio, puede entenderse la política criminal como la política jurídica en el ámbito de la justicia penal y, en un sentido estricto, como la disciplina que se ocupa de configurar el derecho penal de la forma más eficaz posible, para que pueda cumplir con su tarea de proteger la sociedad. Se fija por ello en las causas del delito e intenta comprobar la eficacia de las sanciones penales, pondera los límites, hasta los que puede extender el legislador el derecho penal para coartar lo menos posible la libertad y garantías ciudadanas. Además, discute cómo deben redactarse los tipos penales de manera correcta, y comprueba si el derecho penal material se halla construido de tal manera que pueda verificarse y realizarse en el proceso penal23 Así, la decisión político-criminal frente al conflicto social, hace definir o no, una conducta criminal en la legislación penal. La ley penal es el reflejo de fiel de la política criminal. Podríamos atrevernos a afirmar que es la política criminal la que engendra el derecho penal como un sistema institucional de control social. La validez de la normatividad penal, para algún sector de la doctrina, proviene de la política criminal, no de sí misma. En esta medida, las normas deben revisarse constantemente desde la realidad social, de ahí que propugnen porque el derecho penal no sea ajeno a la criminología, clamando por una permanente interacción entre la criminología, la política criminal y el derecho penal. 22 23 Cfr. JUAN BUSTOS RAMÍREZ, HERNÁN HORMAZÁBAL MALAREE. Lecciones...Pág. 29 Cfr. FERNANDO VELÁSQUEZ VELÁQUEZ, Manual de Derecho Penal, segunda edición, Pág. 17. Pensemos en una política criminal extrema que consigne penas demasiado severas, como sucede en algunas legislaciones penales, el monto de las sanciones penales, no es solamente un aspecto meramente cuantitativo, existe también razones cualitativas soportadas en políticas generales de Estado. Pero también podemos pensar en una política criminal que no permite criminalizar conductas consideradas delitos en otras legislaciones, como el incesto, por ejemplo. Estas reflexiones reafirman la conexión que existe entre la sociedad y la normatividad con los principios filosóficos. Recordemos lo que decíamos sobre el derecho penal fragmentario y subsidiario. Y no sólo respecto a la consagración de casos penales cabe hacer esta precisión, sino también respecto a los procedimientos penales y de ejecución que se establecen para determinados delitos, en los que se recortan las garantías penales y procesales. Es por ello que la política criminal tiene que jugar un papel preponderante en su relación con el derecho penal. Es el centro nuclear. A veces toleramos e incluso propugnamos por un derecho penal de máxima intervención en la idea de encontrar en él, la solución a los conflictos sociales, como el terrorismo, por ejemplo. Se clama por el exceso de penas o por penas desproporcionadas, por la disminución de garantías penales y procesales, tal vez porque pensamos que solo cobijarán a los delincuentes y no a los ciudadanos de bien. Cuando se codifica bajo estos conceptos, se hace bajo los parámetros de la política criminal de máxima intervención. Sucede con frecuencia que algunas descripciones delictivas no deberían estar codificadas como punibles toda vez que sólo protegen una determinada moral, como la bigamia o el incesto, o pensemos en parámetros ortodoxos como el señalar una edad biológica y no mental, nos referimos al acceso carnal abusivo con menor de 14 años cuando el menor no sólo consciente, sino que propicia y desea la relación sexual. El criminalizar estas conductas o el descriminalizarlas, obedece a la política criminal, al ser una opción de carácter político frente a la utilización o no, del derecho penal como mecanismo de control social. De igual manera, cuando se establecen procedimientos especiales para la investigación y juzgamiento del sindicado, o cuando se amplían las garantías y los derechos del procesado, se está obedeciendo a la política criminal. Cuando se establecen normas penitenciarias de máxima o de mínima seguridad, se está acudiendo a la política criminal. Toda legislación penal, independiente del tipo de sociedad, de la forma de gobierno, del incremento del conflicto social, del aumento de la criminalidad, debe ser cuidadosa con los procedimientos severos pues, no siempre a quien se le sigue un proceso penal, es el responsable de la conducta o siéndolo, puede haber estado inmerso en una casual que excluya su responsabilidad. Y también suele suceder que es más tormentoso el proceso penal que concluye en una absolución, que si se hubiera condenado con una sanción menor. En ocasiones se presenta que, tras un proceso penal, la sanción que se va a imponer carece de sentido o finalidad. La política criminal también ha impregnado a la dogmática moderna, así lo ha sostenido la doctrina al proclamar por la adopción, en un plano político-criminal, de una perspectiva garantista que conduce al cultivo de la dogmática como disciplina penal fundamental, como medio para la aplicación segura, racional e igualitaria del Derecho penal, que pretende resolver los problemas de ésta en forma adecuada a la materia, en el marco de ciertas determinaciones políticocriminales de fines y con ausencia de contradicciones sistemáticas. A este nuevo estado de cosas ha contribuido la obra programática de Roxin quien proclama por la necesidad de un sistema abierto del derecho penal, tanto al problema como a las consideraciones valorativas, entre las que se incluyen las consistentes en valorar las nuevas aportaciones de las diversas ciencias sociales.24 La política criminal como centro nuclear del sistema penal, como cimiento de la legislación penal, debe estar acorde con la política general del Estado al cual le sirve. Así entonces, en un Estado social y democrático de derecho debe estructurarse una política criminal de respecto a la dignidad humana, fundamentada en la necesidad de proteger a través del derecho penal, sólo aquellos bienes fundamentales para la coexistencia del orden social, sujetarlo a parámetros de mínima intervención, a principios de legalidad, igualdad, favorabilidad, entre otros y, muy particularmente a parámetros preventivos y no meramente represivos. No debe perder de vista la condición humana la cual, puede hacer innecesaria la aplicación de una sanción penal, pese a haberse realizado una ilicitud. Pero, de igual manera hoy día, se debe involucrar en esta política criminal a la víctima, sus derechos que no deben desconocerse. Se trata de establecer parámetros equilibrados que permitan, a los sujetos inmersos en el conflicto penal, igualdad en la tutela de sus derechos y garantías sin olvidar la condición humana tanto de la víctima como del procesado. Como decíamos a cada modelo de Estado corresponde una política criminal, así entonces, retomando las corrientes del pensamiento referidas en la dinámica de lo penal, es decir, el oscurantismo, el iluminismo, el positivismo y el funcionalismo, sin perder de vista su contexto histórico, podemos delimitar las características fundamentales de la política del Estado con relación a lo criminal. 24 Cfr. JESÚS-MARÍA SILVA SÁNCHEZ. Aproximación al derecho penal contemporáneo. Barcelona. Bosch Editor S.A. 1992. Pág.43-47. El oscurantismo medieval estuvo acompañado de una política criminal inquisidora en el que el acusado no era sujeto procesal, sino objeto del mismo, en el que se crearon Tribunales con juzgadores permanentes y profesionales que poseían poderes absolutamente amplios que imponían penas privativas de la libertad o de muerte y que se apoyaban en pruebas secretas y procedimientos de tortura. Una política criminal que otorgaba poderes absolutos al monarca quien determinaba qué comportamiento era delictivo a su antojo, que otorgó a la pena una función de expiación de las culpas y castigo purificador. El poder legitimante estaba dado en una concepción metajurídica y divina que le otorgaba al Rey o monarca, como representen de Dios, poderes que le permitían imponer la justicia divina en la tierra, poderes que no se podían cuestionar porque de hacerlo, se dudaba de la existencia de Dios. El iluminismo impregnó a la política criminal de postulados liberales de respeto al individuo procesado que le rodearon de garantías, buscó procedimientos en los que la acción penal fuera popular y se garantizara el derecho a la libertad y al debido proceso. Los delitos fueron consagrados previamente en leyes escritas que se daban a conocer, se postuló el principio de legalidad y el debido proceso que evitaba la arbitrariedad y los abusos de poder. Una política criminal que pretendiendo garantizar la seguridad jurídica a través de las codificaciones en cada una de las áreas del derecho que permitieron su difusión a todos los ciudadanos. Aparecieron los primeros códigos como el Código penal francés de 1810 y el Código penal de Baviera en 1813. En esta época se otorgó al derecho penal funciones no sólo de retribución sino también, de prevención, lo cual conllevó a un vuelco en la política criminal que ya no miraba hacia el pasado sino hacia el futuro. Lo que pretende el derecho penal en una concepción ético social utilitaria, es prevenir delitos a través de la intimidación al ciudadano. El positivismo impregnó a la política criminal parámetros de máxima intervención que condujeron a consagraciones legislativas peligrosistas en las que se sancionaron al individuo por lo que era y no por lo que hacía. Fue así como se llegó a posiciones de exterminio incluso de razas como la judía como la tesis expuesta el 20 de enero de 1942 por el representante de Hitler que consistió en muerte inmediata para todos los incapacitados para el trabajo, trabajos forzados para los aptos bajo condiciones que los llevaran a la muerte por agotamiento, para la liquidación inmediata se ordenó la utilización del gas en los campos de exterminio, y los fusilamientos en masa. Políticas criminales que legitimaron estados expansionistas y militaristas tanto de derecha como de izquierda. El funcionalismo con su cimiento sociológico en un marco histórico de reconstrucción en la postguerra que permitieron el surgimiento de estados con una política social y democrática, irradiaron al derecho penal y por tanto a la política criminal con postulados garantistas modernos de corte constitucional y bajo la parámetros de los Tratados y Convenios Internacionales de respeto a los derechos humanos. En la época moderna se postula un derecho penal de mínima intervención no sólo en la consagración de conductas delictivas sino también, de penas excesivas y arbitrarias incluso, se centra la razón del derecho penal en la función de la pena a tal punto que si ella no es necesaria o no tiene razón de ser, no ha de imponerse. En la dogmática actual se propugna por observar cada categoría sin dejar de lado la repercusión de la sanción penal en el contexto social. Se trata de reordenar los conceptos dogmáticos tomando como punto de partida la pena y no como punto de llegada, como sucedió en sus inicios. Dicha dogmática como lo hemos referido en la parte introductoria de este texto, está entrelazada con los principios que delimitan el derecho penal, así como en los procedimientos y en la forma de ejecución de la sanción, todo ello tiene interconexiones que confluyen en la política criminal como centro medular de todo el sistema penal. No existe legislación penal, proceso de determinación de responsabilidad penal y ejecución de la sanción que no esté determinada e irradiada por la política criminal. Para el maestro de habla hispana en política criminal moderna, la función principal de ella es establecer los modelos de prevención y de lucha contra el crimen. La Política Criminal, ambas con mayúsculas como le gusta resaltar al autor, se limita a sí misma en esa tarea de combatir la delincuencia, respetando los derechos y libertades de los ciudadanos. Pero que duda cabe que dentro de las medidas más relevantes para combatir el crimen, se encuentra la propia legislación penal. El correcto entendimiento de la misma para llevar a cabo las funciones político-criminales concretas, vendrá otorgado por la dogmática penal. 25 Es indudable pues, las relaciones existentes entre la política criminal y el derecho penal aún en sus aspectos dogmáticos referidos a las escuelas del delito pues ellas surgen al impregnarse de corrientes filosóficas de la época y de postulados ideológicos del modelo de Estado. Así pues, en la escuela clásica del derecho penal se fundamentó, como ya lo hemos mencionado, en el concepto del libre albedrío y de la retribución como fin de la pena. Las corrientes positivistas desarrolladas con mayor énfasis dentro del derecho penal a comienzos del siglo XX se fundamentaron en conceptos peligrosistas que, tras los fines de la pena de prevención especial como resocialización, éstos se concibieron dentro de parámetros negativos e incluso de inocuización. Y, en la actualidad, de cara al siglo XXI, se erige una tendencia que irradia a la dogmática dentro de postulados políticos criminales que permiten invertir las categorías dogmáticas, por decirlo de algún modo, partiendo ya no de la acción típica, antijurídica y culpable, sino de los fines de las sanciones penales, de la pena y de las medidas de seguridad, desde un concepto integrador y positivo. Si retomamos nuestro esquema, vemos que la política criminal es la política del Estado frente a la criminalidad y dependiendo del modelo de Estado, son las políticas que se establecen. Igualmente dicha política está irradiando y a la vez 25 EMILIANO BORJA JIMÉNEZ. Curso de política criminal. Editorial Tirant lo blanch. Valencia, 2003, Pág. 35 retoma de ellos, los fundamentos que estructuran y legitiman la existencia del sistema penal, tanto en su fase de conminación, imposición y ejecución de la sanción penal. El ciudadano común puede participar en la política criminal estando atento a la regulación que del conflicto social hace el sistema penal, en este sentido debe ser crítico con relación a los cambios legislativos de todo orden, sin olvidar jamás que debe respetarse la dignidad humana sea cual sea el delito y sea quien sea el delincuente. Debe vigilar porque se establezcan parámetros que permitan igualdad en la tutela de los derechos y garantías tanto de la víctima como del procesado y así mismo que la ejecución de la sanción sea limitada lo máximo a la estricta privación de la libertad. Ahora bien, en relación a la tarea de la política criminal de reducir los índices de criminalidad, no cabe duda que dentro de las medidas más relevantes para combatir el crimen, se encuentra la propia legislación penal y los procedimientos que en ella se establecen para la investigación y juzgamiento de los delitos. Aunque de igual manera, no cabe duda también, que esta política criminal no puede estar aislada de otras políticas de índole social, económica, cultural y educativa del Estado frente al conflicto social. De igual manera el ciudadano puede colaborar para reducir los índices de criminalidad, interiorizando las políticas de prevención que el Estado pretende con el derecho penal acogiendo un comportamiento acorde con las expectativas de conducta que el conglomerado social espera de cada uno de sus ciudadanos. Ampliando las vías para la resolución de los conflictos por medio de la conciliación y el diálogo. Obviamente que la responsabilidad de disminuir la criminalidad le corresponde al Estado pero, hoy día, como lo advierte el doctor Arboleda Ripoll, a partir de la lucha contra el crimen, debe hacerse referencia a los planos que corresponde: estado-nación-globalización. La política criminal en América Latina se ha indicado que ha estado marcada por el desfase entre norma y realidad, desfase entre lo proclamado y lo practicado, entre el modelo oficial y el modelo aplicado. Desde los propios marcos constitucionales en los que se consagran regímenes de libertades públicas y garantías fundamentales, para desplazarlos permanentemente por regímenes de excepción, hasta los sistemas contravencionales que pretenden anticiparse al delito, convirtiéndose finalmente en vasos comunicantes del sistema penal a través de la estigmatización y la acentuación de la marginalidad.26 Existe pues, una fisura entre la realidad social y la norma jurídica que en marcos filosóficos, sociológicos y jurídicos, han tratado de aminorar buscando que la norma irradie la realidad social o, viceversa, que la dinámica social determine la norma. La realidad de la fisura es que es utópico pretender que las disposiciones normativas coincidan con la realidad social o, que la realidad social, esté comprendida con exactitud y asepsia en la norma jurídica. Se debe estar al tanto de mantener una visión crítica del derecho penal y, ello es posible, si no perdemos de vista la interacción entre Persona, Estado y Sociedad de que hemos hablado en la parte introductoria que, en relación con el derecho penal, integra lo filosófico, lo dogmático y lo sociológico confluyendo en la política criminal moderna, cuyo punto de partida y de llegada es: la dignidad humana, en todo el sentido y extensión de la palabra para todos los actores en el conflicto. Continuando con las advertencias del doctor Arboleda Ripoll, en este sentido la política criminal de la globalización se presenta como eminentemente práctica; orientada a proporcionar una respuesta uniforme o armónica a la criminalidad transnacional. Se busca la construcción de un sistema penal supranacional, pero la armonización legislativa por sí sola no asegura la 26 FERNANDO TOCORA. Política criminal en América Latina. Ediciones librería el profesional. Bogotá, 1990, Pág. 17 homogeneidad, además, compromete la construcción dogmática que ya no partirá en su elaboración de un autor individual, sino de actos llevados a cabo por organizaciones criminales. Se estima que la base ontológica de construcción del sistema dogmático debe estar conformada por conceptos y criterios normativos, cuyo contenido se derivaría de finalidades políticocriminales, que no solo comprenden razones de utilitarismo social y eficacia empírica, sino contenidos axiológicos de reconocimiento y respeto a la dignidad humana. En este contexto considera relevante el papel de los valores constitucionales al ser coincidentes con las de la generalidad de las naciones de occidente, y que en ese sentido corresponderían a un modelo cultural, en referencia al cual debe ser pensada la globalización. El reto será, sin duda, como llegar a una plena globalización, sin que ello implique tener que arrasar con el legado histórico que implica un derecho penal de racionalidad y humanización en su ejercicio.27 El terrorismo ha sido un fenómeno de criminalidad que surgió a comienzos del siglo XX en postulados anarquistas que pretendían eliminar la existencia misma del Estado. Estos movimientos utilizaron la violencia que a la par, era también el arma de los gobiernos de extrema derecha e izquierda que, como decíamos, desembocaron en las guerras mundiales. Tras la reconstrucción y surgimiento de Estados social democráticos, subsisten movimientos terroristas que ya no sólo actúan en su territorio sino que transcienden las fronteras a través de armas y métodos cada vez más sofisticados. A su vez, en las últimas décadas, también han surgido en diversos Estados grupos para-institucionales que pretenden eliminar focos delincuenciales. También en la actualidad, se propugna por la creación legislaciones extremas y especiales para frenar esta criminalidad organizada que posee una poder de destrucción alarmante. 27 Cfr. FERNANDO ARBOLEDA RIPOLL. Política criminal derivada de los valores de la Constitución en Sentido y Contenidos del Sistema Penal en la Globalización, Ediciones jurídicas Gustavo Ibáñez, Bogotá, 2000, Pág. 255-269 Dentro de este panorama el terrorismo, que ha conmocionado al mundo con los últimos acontecimientos como el ataque a las torres gemelas, ha desbordado las fronteras para ingresar en los márgenes de la globalización como una criminalidad transnacional que, a la vez, ha servido para que los Estados propongan una solución político criminal que en nuestro medio cobije la cultura occidental. Insistimos nuevamente, no puede retrocederse en la dinámica del derecho penal y en la historia generando legislaciones que desconozcan los más elementales derechos y garantías procesales pues, de hacerlo, el efecto podría revertirse. El desarrollo de la humanidad debe seguir su curso, ir hacia adelante en búsqueda de la seguridad jurídica, de la protección a los derechos humanos y de la convivencia pacífica. Este punto es interminable en su discusión, por eso el tema seguirá abierto, sólo restaría unirnos al concepto doctrinal de que parece ser que ahora todo es válido en la lucha contra el terrorismo, aplicándose una nueva política de seguridad nacional fuertemente represiva de esas garantías. Esa no es la vía más adecuada para combatir el problema. Pues corremos el riesgo de retroceder de nuevo en la historia de la lucha por la libertad. Corremos el riesgo de transformar el terrorismo subversivo en terrorismo de Estado.28 28 EMILIANO BORJA, Curso de política criminal..., Pág. 274.