Como si la luna

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Como si la luna
Y
o hago de cuenta que acá no pasó nada. Siempre
hago de cuenta que no pasa nada. Al menos esta
vez queda whisky para esperar. Un vaso, dos medidas, no
puede tardar mucho más. No quiero contarlo porque es
difícil de decir. Hay cosas en las que dejo de creer en el
preciso momento de decirlas. Pierden fuerza. Las incubo,
sin saberlo, nacen, crecen, envejecen, y al decirlas, mueren.
Analía no puede tardar mucho más. En un rato tendría
que llegar. Va a abrir la puerta y va a preguntarme qué
hago esperándola despierto a esta hora. Que cómo es posible que todavía no me haya ido a dormir.
En momentos así me pongo a pensar en Rocío, pero lo cierto
es que no lo hice mientras esperaba que Analía volviera.
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Rocío se me aparece de una forma o de otra, no puedo prevenir esos momentos, pero me gusta cuando pasa. Si hubiera
podido elegir, mientras esperaba a Analía me hubiese puesto
a pensar en Rocío. Lo hice otras veces, lo hago ahora, y no sé
si lo seguiré haciendo, espero que sí. No lo hice mientras esperaba con el vaso de whisky, lo hago ahora mientras escribo
que esperaba con el vaso de whisky. De haber podido pensar
en Rocío, entonces no habría esperado, porque son cosas que
no se pueden hacer al mismo tiempo, una espera dulce no es
una espera. La fe, el amor y la esperanza se encuentran en
la espera, dice Eliot, pero Eliot no habla de pensamientos, o
sí.Yo, ahora me acuerdo de Rocío. De la hamaca en el árbol,
y del pasto verde rodeando el árbol, abrazando la hamaca y
a Rocío. Va adelante y atrás y el envión le vuela un poco la
pollera.Y ahí está alguien igual a mí a los diez años mirando su vaivén. Un patio, una hamaca, un árbol, dos personas.
Nunca hubo más que esa hamaca. Alguien muy parecido a
mí de diez años golpea una rama contra el suelo cada vez
que pasa cerca, adelante y atrás, un golpe en el suelo cada
vez. El sol se está yendo y los grandes también. Llaman
de adentro, es hora de irse y el sol que no se va y Rocío se
balancea y la rama contra el suelo y lo único que se espera,
es que el día dure un poco más. Y Rocío frena, apoya los
pies y le hace un lugar. Hay bastante para los dos, para dos
de esa edad. Con los años el cuerpo crece, la hamaca no, y
el lugar no alcanza.
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No puede tardar mucho más en venir, en cualquier momento llega, va a entrar y me va a ver acá sentado, esperando. Me voy a ocupar de poner cara de poker. Cuando
tome nota de que me limito a mirarla sin decir nada, va a
decir que es insoportable este olor a cigarrillo. Insoportable, además, mezclado con tu olor a alcohol. Son las cuatro
de la mañana, eso le voy a decir. Te dije que volvería tarde,
dirá. Estoy harto de estas cosas, diré. ¿Qué cosas?, va a preguntar, y allí, en ese momento, terminará todo. Ella querrá
ir a la pieza, poniendo su mejor cara de enojada (le sale tan
bien que debería haber sido actriz) y va a dar un portazo.
El portazo, seguro. Pero no, no esta vez, no va a salirse con
la suya.Va a tener que escucharme. O trae pruebas de algo
o se acabó, basta. La semana pasada con la excusa del tatuaje también llegó de madrugada, con cara de cansada y olor
a alcohol. A la mañana siguiente (ingenuo de mí que la esperé durmiendo) se limitó a decir que se había suspendido
su turno, nada más, sin dar mayores explicaciones. Que el
olor a alcohol no eran más que ideas mías, que no había
tomado absolutamente nada. Absolutamente, dijo, eso lo
recuerdo bien. No hay nada para tomar en esos lugares,
¿qué te pensás?, agregó. No le creo. Lo cierto es que no le
creo, pero igual hago como si nada.
Y me acuerdo: te voy a contar una cosa, dice Rocío en la
hamaca, y esa cosa suena a secreto y si las cosas suenan a
secreto entonces van bien. Ella se corre el pelo detrás de la
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oreja y se acerca más, para hablar. Como si algún insecto
pudiera escucharnos. Con el sol que se va, el patio parece
dormirse y por primera vez el cielo llama la atención. No
las estrellas, no, esta vez llamará la luna. Ella dice: tengo
algo pero tiene que quedar entre nosotros. Que no se entere
mi papá. A él no le gustan estas cosas, y a ningún padre le
gustan los secretos de sus hijas. Rocío saca un tatuaje, un
sticker de esos lavables, que con agua se adhieren a la piel;
agua, que en el patio, no hay.
Basta, eso fue hasta hoy. Se terminó acá. Esta noche no voy
a dormirme, voy a esperarla despierto, queda whisky para
acompañar. Debería haberla seguido, hubiera evitado este
momento. Qué importa la hora a la que vuelva y la excusa
que traiga esta vez si yo sé que nadie puede tener el negocio abierto de madrugada. ¿Qué es esto, Nueva York? No,
señor. Bastaría con haberla seguido unos pasos, pero me
pareció imprudente. Ahora tendría que agarrar esas llaves,
sacar el auto y seguirla, ¿pero adónde? No, puede que llegue en cualquier momento y yo tengo que estar acá para
verla llegar. Tengo que esperar a que regrese. Tengo que
esperar.Va a volver, no tiene valor para tanto.
Rocío dice que necesita ayuda con el tatuaje. Se lo tiene que
pegar en donde nadie lo vea. No puede verlo mi papá. Me
tenés que ayudar, le dice Rocío a alguien muy parecido a mí
de diez años que se dispone a escuchar. Cualquier cosa que
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no sea salir de esta hamaca, piensa él. Me tenés que ayudar
a pegármelo acá, dice y señala la pierna, arriba de la rodilla, donde alcanza la pollera. La levanta un poco, no más
de lo necesario, y alguien muy parecido a mí de diez años
se arrodilla frente a ella y es feliz. Detrás está la luna. El
cielo negro, la luna blanca, el césped verde también perlado
de rocío y alguien muy parecido a mí lleno de estrellas. La
hamaca ya no importa.
Hay marcas que son sólo mías. Marcas que no quiero compartir con nadie. Comparto mi whisky, sí, pero jamás mi
vaso. No me enseñaron ni quise aprender. Hay cosas que
son sólo mías y compartirlas sería quedarme sin nada en el
mundo. No digo que esté mal compartir, no, pero asusta.
Rocío pega el tatuaje en su pierna y de adentro llaman, nos
tenemos que ir. Humedece los dedos con su boca y moja un
poco el tatuaje, y de adentro es tarde nos tenemos que ir. Alguien muy parecido a mí de diez años ayuda con sus dedos,
también con la boca y pide permiso porque cree mejor pasar
la lengua por la zona a aplicar, y de adentro vamos, vamos,
que se hace tarde, nos tenemos que ir. Él la mira y espera
una señal, ella toma su pierna con las dos manos haciéndole
un lugar, ella mira la luna y él pasa la lengua por el papel,
ella suelta su pierna y alcanza a tocar la oreja de él. Se miran y él frota con fuerza para que la marca sea fuerte, para
que dure, no para siempre pero sí hasta la próxima vez, y
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adentro dale que nos vamos, nos tenemos que ir. Por suerte
a Rocío le gustó cómo quedó, saludó, soltó la rama y corrió
adentro hasta la próxima vez.
Son las dos de la mañana y otra vez no vuelve. No sé
por qué me hace estas cosas con lo que la quiero, debería
juntar el valor para encararme de frente y decir las cosas
tal cual son. No inventar que le harían un tatuaje en la
madrugada, por favor. Si hasta me mostró el dibujo que
se haría, una luna tribal, tenía todo muy bien pensado,
y a la luna no sé decirle que no. Lo cierto es que le creí
cuando dijo que se tatuaría la pierna. La luna y su pierna.
No sé por qué, pero le creí. Si hasta le mentí que estaba
de acuerdo con esa idea, nadie me había preguntado, y es
lógico, es su cuerpo, no el mío. Yo en el mío tengo mis
marcas, lo dije, pero no se ven, de algunas estoy orgulloso
y otras me dan vergüenza, incluso mostrar las marcas de mi
orgullo es lo que más vergüenza me da. Prefiero reservarlas
todas para mí. Y entonces ella trajo el dibujo que se haría
y me lo mostró. De acuerdo, dije. Hice como si no pasara
nada.Y se fue, la semana pasada, a marcar su piel. Después
apareció con la piel sin dibujar, o con dibujos que no se
notaban, marcas que quedaron entre nosotros.Y yo le tuve
que creer. Igual que le vuelvo a creer ahora.
Hay personas que uno debería volver a ver. A Rocío el tatuaje seguramente se le esfumó, pero la hamaca, el árbol, el
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patio, la luna seguirán ahí, sin ella que creció y se fue de la
historia y sin alguien muy parecido a mí de diez años al
que llamaron de adentro, se hace tarde, nos tenemos que ir.
La historia no es nuestra y el árbol lo sabe. La luna y el árbol son los personajes, en cambio nosotros fuimos o seremos.
La luna es. Igual que Rocío.
Al enterarme de que no había tatuajes tuve la alegría del
que sabe que la razón está de su lado. No se había tatuado, pero entonces, a qué carajo había salido en medio de
la madrugada. No puedo asegurarlo, pero cuando volvió
olía a alcohol. Al día siguiente me dijo que no, que se
había suspendido, y que tenía nueva fecha, para hoy, pero
hoy las cosas van a ser diferentes. Estoy terminando mi
tercera copa de whisky cuando escucho girar la llave. Por
su modo de abrir, hace todos los esfuerzos para no despertarme, pretende que otra vez esté durmiendo y ella
dando vueltas por la ciudad. Esto se termina hoy mismo; la
tensión en la mano me hace temer por el futuro del vaso.
Su alegría al verme despierto me desconcierta. Pero
no me impide poner cara de que nada ha pasado. Deja sus
cosas y levanta la pollera para mostrar el tatuaje. Me gusta.
Me gusta muchísimo, le digo y suspiro, y la verdad es que
esta vez es cierto. Le queda justo y me gusta sentir la intimidad de que la luna esté entre nosotros, ahí donde sólo
yo pueda verla. Pero las lunas son blancas y eso lo sé. No
se lo digo. La luna está y sólo a un necio puede importarle
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tener razón. Nos abrazamos, nos besamos, me pide que
tenga cuidado en no tocarle la pierna, que va a estar sensible por unos días, dice. Igual que yo, pienso.
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