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Los 10 pecados capitales del jefe
Manuel Pimentel (05-09-2007)
Publicado en: Edición Impresa - Opinión
Si usted lee este periódico, existe una alta probabilidad de que tenga personas
a su cargo. Es usted un jefe. Y, a buen seguro, también tendrá jefes a los que
reportar. Toda organización precisa de una compleja cadena jerárquica para
funcionar y la calidad de los jefes determinará su eficacia y viabilidad. Y toda
esta obviedad viene a cuento por un manuscrito que acabo de leer. El autor es
Leo Farache, y su título el mismo que encabeza este artículo. La más
importante tarea del editor es discernir de entre los cientos de textos que llegan
a la editorial cuáles merecen la pena ser editados y cuáles no. Para mi alegría,
este manual práctico para jefes es de los que deben estar pronto en los
anaqueles de las librerías. Divertido, práctico, te hace pensar en los
comportamientos de los sucesivos jefes que hemos tenido, al tiempo que te
cuestiona tu propia calidad como responsable de personas.
Pero vamos a lo que a usted le interesa. ¿Cuáles son estos 10 pecados
capitales de los que todo jefe debe alejarse? El primero de todos, que el jefe no
ejerza como tal. Es decir que no mande, o que, por el contrario, mande
demasiado. Por el conocido principio de Peter de que todos ascendemos hasta
alcanzar nuestro máximo nivel de incompetencia, muchos de los que fueron
eficaces compañeros degeneran al alcanzar puestos de mayor responsabilidad
para convertirse en malos jefes. Para mandar, hay que saber delegar. La
esencia del mando radica en la delegación de funciones y tareas a un tercero, al
que debe proporcionarle las herramientas adecuadas y al que controla y evalúa.
Cuando un jefe no manda, la indecisión comienza a rodar hacia abajo para
convertirse en una gran bola de nieve con mezcla de incertidumbre, tedio y
desmotivación.
El segundo pecado capital lo cometen los jefes que mandan, pero no lideran.
Toman decisiones, pero son incapaces de convertirlas en algo que los demás
compartan. Existen jefes muy pecadores que parecen empeñados en
distanciarse de sus subordinados, lo que hace imposible su liderazgo. Una de
las características del líder es su capacidad para crear un equipo. Consigue que
el conjunto esté por encima de la suma de las individualidades.
El tercero: El jefe es muy prepotente, lo que suele coincidir con que no es muy
educado, no es muy humano, o no es muy honrado, que de todo hay en la viña
del señor.
El cuarto pecado capital lo cometen aquellos jefes que oyen, pero no escuchan.
Escuchar lo que no se quiere oír es incómodo, difícil, pero necesario. El buen
jefe que sabe escuchar obtiene valiosa información que le hace cuestionarse
decisiones y formas de funcionamiento: tendrá más probabilidades de acierto.
No escuchar mata. La empresa que no escucha a sus trabajadores,
proveedores y clientes, muere.
Quinto pecado: el jefe pierde su propio control. Grave. Ya escribió Albert
Einstein que dar ejemplo no es la principal manera de influir en los demás: es la
única manera. Aquellos jefes que anteponen los resultados concretos a hacer
las cosas bien, cometen el sexto de los pecados capitales. Transmitir que uno
quiere hacer las cosas bien, tiene mucho más fundamento que definir el objetivo
en una cifra nominal e imponérselo a los demás. En la carrera por la calidad no
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05/09/2007
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existe línea de meta, nos recuerda Kearns.
Séptimo pecado capital: el jefe no despide a los empleados o directivos
perjudiciales. De obvio, no precisa de adorno ni explicación.
El jefe que no piensa antes que nada en los clientes es culpable del octavo
pecado capital. Aunque todas las empresas dicen orientarse al cliente, el jefe
es, en muchas ocasiones, el principal entorpecedor de este noble propósito.
Noveno pecado capital: el jefe tiene miedo, o el jefe divide… y pierde. El miedo
paraliza a las personas y organizaciones. Y, lo que es aún más grave, el miedo
a los posibles competidores internos obsesionan a los malos jefes, más
pendientes de sobrevivir que de la eficacia de su gestión.
El décimo de los pecados: el jefe es injusto. Justicia es el deber de dar a cada
cual lo suyo, tarea nada fácil en el seno de una empresa.
Todos los jefes pecamos. El libro de Leo Farache nos ayudará en nuestro acto
de contrición y penitencia. Gracias por facilitarnos la salvación.
© Cinco Días | Prisacom S.A.
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