Bogotá, octubre 17 de 2014 Señor, doctor Álvaro Uribe Vélez

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Bogotá, octubre 17 de 2014
Señor, doctor
Álvaro Uribe Vélez
Expresidente de la República
Ciudad
Señor Presidente:
He seguido con todo cuidado y mucho interés los hechos, noticias y comentarios relacionados
con su posición frente a la paz y los sucesos acaecidos en momentos de la búsqueda de un
intercambio humanitario durante su segundo cuatrienio presidencial, particularmente en la
época en que ocupó el cargo de Ministro de Defensa el actual Presidente de la República.
Como aspiro a que esta carta se de a conocer a la opinión nacional, es oportuno recordar que
poco hemos coincidido en materia política. Asumí una muy conocida oposición a sus gobiernos.
En ocasiones llegó a ser muy crudo nuestro distanciamiento. Sin embargo siempre tuvimos
presente que habíamos sido colegas de legislatura en el Senado de la República en donde la
relación fue totalmente respetuosa.
No obstante encontrarnos en polos opuestos, golpeé su puerta en varias oportunidades
buscando fórmulas que permitieran convertir en realidad el intercambio humanitario. Todas
las veces fui atendido con pleno respeto e interés de parte suya. Comprendí, aunque no lo
compartía, el alcance de lo que usted llamaba “inamovibles”. Entre estos, había dos que yo
recuerde: que los guerrilleros puestos en libertad se radicaran en Francia, o que se vincularan
a programas de reinserción con la cooperación de la iglesia católica. Siempre manifestó sus
reservas; como hoy las tiene y manifiesta respecto del proceso que se sigue con las FARC-EP,
en La Habana, Cuba. Reconozco que ello es así. Ingenuo no soy. Sin embargo también encuentro
que no es que usted haya sido y sea un enemigo cerril o grosero de la paz, como no lo fue del
intercambio humanitario, sino que advierte su visión de un deber-ser de la paz, que incluye unos
inamovibles que según usted deben ser tenidos en cuenta en procesos de reconciliación
nacional.
Por habernos encontrado de nuevo en más de una ocasión, la última vez, hace apenas unos
quince días, sé que mantiene esa línea de pensamiento. Como sé que conoce mi posición porque
las veces que nos hemos visto le he comentado mis experiencias en La Habana, que como bien
sabe por habérselo informado personalmente, han sido producto de varias visitas.
Refiriéndome de nuevo a mis pasos por Palacio, recordará usted que todas las veces me
acompañó a su despacho el doctor José Guerra de la Espriella. En una oportunidad, hizo
presencia el doctor Luis Carlos Restrepo, Alto Comisionado para la Paz. Precisamente la vez que
me manifestó usted su aceptación del intercambio humanitario. Tanto como para haber
asumido las riendas del asunto: Instruyó al doctor Restrepo para que pusiera en conocimiento
del Vicepresidente, doctor Francisco Santos, su posición; le pidió igualmente que me llevara a
donde el Alcalde de Bogotá, señor Luis Eduardo Garzón, hoy Ministro del Trabajo, para
enterarlo, y nos solicitó que luego hiciéramos presencia en el Ministerio de Defensa para
informar de todo al doctor Juan Manuel Santos.
Estos acontecimientos tuvieron lugar en la última semana de agosto de 2006. El día exacto no
lo recuerdo pero no sería difícil establecerlo. Tengo muy presente, eso sí, que con el doctor
Restrepo salí de sus despacho hacia las cinco de la tarde a cumplir la agenda trazada. Ya iniciada
la noche entramos al despacho del Ministro Santos. Para mi sorpresa se encontraba allí el
Ministro del Interior, Carlos Holguín Sardi quien podrá dar testimonio de lo que a continuación
relato.
La cabecera de la mesa la presidió el ministro del ramo doctor Santos. A su izquierda, también
en la cabecera, se situó el Ministro Holguín. Al costado izquierdo de la mesa, y en su orden, se
encontraban el Comandante General de las Fuerzas Armadas, el Comandante del Ejército, el
Comandante de la Armada, el Comandante de la Fuerza Aérea y finalmente el Comandante de
la Policía Nacional. En el costado derecho de la mesa nos ubicamos el doctor Restrepo y yo.
Otros funcionarios acompañaban a los ya mencionados.
El doctor Restrepo me solicitó que informara a los presentes sobre el propósito de nuestra
presencia. Así lo hice. Desde un comienzo adiviné que el doctor Santos no se encontraba
cómodo con lo que se estaba planteando; tampoco se sentía a sus anchas con mi presencia. Me
fue fácil adivinarlo porque habíamos coincidido en el pasado en labores de mutuo interés.
Además, apenas unas semanas atrás me había solicitado que lo defendiera en sesión especial
de la Comisión Primera del Senado toda vez que se había presentado una moción de censura en
su contra por aquello de la llamada “conspiración” supuestamente acaecida durante la
administración Samper. Supongo que usted tuvo presente el hecho en el momento. También
había estado yo en la Fiscalía General de la Nación con el propósito de rendir testimonio a favor
del Ministro Santos ya que pesaba sobre él una investigación penal relacionada con lo
mencionado anteriormente. Sin embargo, no obstante la demostración de mi clara solidaridad
para con él en diversos momentos, la noche de la sesión de marras el Ministro Santos apenas se
limitó a saludarme de forma protocolaria. Respecto del tema que nos convocaba, no tuvo a
bien hacerme comentario alguno sobre nada de lo expuesto. Su intervención se redujo a
referirse a los avances de la fuerza pública en materia de defensa y a pedir el concepto sobre lo
dicho a cada unos de los generales presentes, en el mismo orden que ya indiqué. Estos fueron
francos al hacer observaciones propias de su competencia y rango, siempre advirtiendo su
lealtad para con el Presidente de la República y manifestando su acatamiento a la orden que
eventualmente se les impartiera. El señor Ministro del Interior doctor Holguín intervino para
advertir que era evidente que se trataba de una decisión para ser atendida. Su posición fue clara.
Terminada la reunión nos despedimos el doctor Restrepo y yo, y nos retiramos.
Luis Carlos Restrepo me condujo en su vehículo oficial hasta mi apartamento. En el camino
resaltó la importancia de lo ocurrido. Me hizo un reconocimiento que agradecí. Como quiera
que usted, doctor Uribe, me había encomendado la tarea de redactar un comunicado a fin darle
al país la nueva en rueda de prensa que yo debía convocar a la mañana siguiente, el Alto
Comisionado me trasmitía algunas insinuaciones para yo tener en cuenta y me recomendaba
que convocara los medios a primera hora.
Mi reacción fue muy distinta a la de Luis Carlos Restrepo. Le puse de presente mi percepción de
lo que acabábamos de presenciar en el despacho ministerial; interpreté la actitud del titular de
la cartera de Defensa, y le anticipé que recibiría una llamada de él (Restrepo) a primera hora
para solicitarme que desmontara la rueda de prensa. “Santos se atraviesa esta noche” -le
advertí. Y dicho y hecho: a las seis de la mañana del día siguiente sonó el teléfono. Era el doctor
Luis Carlos. “Sucedió lo que anticipaste” -me dijo. “Desmonta la rueda de prensa” -agregó, y así
lo hice.
Le refresco y comento lo anterior porque no hay nada que produzca mayor daño que las
verdades a medias. Mucho más cuando hay tanto en juego. Por esto le confieso que lo que
pretendo con esta ya larga misiva es ayudar a completar historias salidas a la luz pública en los
últimos días; es que sin duda le hacen falta piezas a un rompecabezas que se viene armando y
que por la forma que está tomando puede causar mayor polarización y daño, cosa funesta para
la suerte del país. Y porque como se lo he manifestado más de una vez, la paz es con todos. Eso
lo incluye a usted. Y para estos efectos hay que poner de presente que es necesario reconocerle
a cada quien lo que le corresponde sin consideración de miramientos o posiciones personales.
Usted es una pieza clave de la realidad nacional que no se pude subestimar.
Y como soy testigo directo de lo que viene sucediendo en La Habana y de las desgracias que
innecesariamente acontecen en Colombia en materia de derramamiento de sangre, quiero
invitarlo de la manera más comedida a que le haga eco a la solicitud de las víctimas en el sentido
de llamar la atención sobre la necesidad de parar ya mismo la contienda armada a fin de ponerle
fin a las matanzas que prosiguen sin sentido alguno. Apelo al mismo espíritu que lo acompañó
durante los episodios de nuestras conversaciones sobre el intercambio humanitario arriba
recordados. Ya en cierto momento la idea que le propongo ocupó su mente.
Una comisión mixta (expertos internacionales y locales), tendría a su cuidado la vigilancia del
cese de operaciones de guerra. No me cabe entrar en detalle de cómo podría operar y cómo
podría ser el camino para lograr lo insinuado porque la definición de esas mecánicas
corresponden a otras instancias.
Creo conocerlo a usted y sé de lo que es capaz. Ayude en el propósito expuesto, doctor Uribe. Si
se suma a este anhelo de los que más sufren, su voz tendrá repercusiones significativas. De
ninguna manera implica esto que no pueda proseguir exponiendo sus tesis sobre la paz o sobre
lo que se vaya acordando, así el gobierno no lo convoque para trasmitirle lo que viene
adelantando por no querer reconocer aún que la reconciliación nacional tiene que ser una
política de Estado y por lo tanto no excluyente.
Hoy es importante trasmitirle al país una visión diferente de la que se viene planteando. No más
víctimas; no más sangre; no más atrocidades, es el llamado de la hora.
Me suscribo atentamente.
Álvaro Leyva Durán
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