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PRÓLOGO
El sueño de la razón produce monstruos.
Grabado N.º 43 de los Caprichos.
FRANCISCO DE GOYA
Al abrigo de las sombras, en la periferia del umbral de
la luz que proyectaba la diosa Razón en la Inglaterra enciclopedista del siglo XVIII, surge un movimiento literario, filosófico y estético opuesto y que presentará batalla al
pensamiento dominante de la Ilustración y a sus preceptos orientados hacia una visión del mundo desproporcionadamente racional, verosímil, científica y pedagógica. Un
cambio de sensibilidad que acontece en todos los estratos
sociales, donde el gusto por lo siniestro, lo sobrenatural y
las facetas más oscuras de la naturaleza humana toma carta de preponderancia en perjuicio de los cánones de orden
y sobriedad que propugnaba el Neoclasicismo.
El relato o la novela gótica, tal y como hoy los conocemos, tienen su origen en ese periodo, donde se exploran los
argumentos, personajes y atmósferas que permiten transmitir el horror, el misterio y la conmoción en el lector. Una
nueva escuela literaria que se complace en exacerbar las
pasiones y los estados de ánimo más enfermizos, donde se
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redescubren los excesos de la imaginación y la fascinación
por el binomio terror/placer, así como se eleva a los altares
la concepción de que el espanto también puede ser sublime.
La iconografía de la que se sirve este subgénero literario se localiza en entornos y arquetipos que hoy forman
parte del imaginario colectivo: paisajes tétricos y melancólicos, castillos y monasterios medievales, pactos diabólicos, espectros, ruinas desoladas, amenazas sobrenaturales,
criptas y cementerios bañados por la luz de la luna, todo
ello en ocasiones aderezado por un larvado erotismo. De
paternidad anglosajona, tal y como hemos señalado antes,
no es posible entender el género gótico en particular —y
el de terror en general— sin remitirnos a su texto fundacional: El castillo de Otranto (1764), de Horace Walpole.
Esta obra proporcionó una sólida base conceptual sobre la
que escritores de diferentes nacionalidades desarrollarían,
con mayor o menor fidelidad a la fórmula original, una
amplia corriente creativa, entre cuyas obras emblemáticas
podemos citar: Vathek (1786), de William Beckford; Los
misterios de Udolfo (1794), de Ann Radcliffe; El Monje
(1796), de Matthew G. Lewis o Manuscrito encontrado en
Zaragoza (1804), del polaco Jan Potocki.
Como podemos comprobar, el éxito sin paliativos de este
género entre el público hizo que se extendiese y se popularizase, traspasando fronteras, revitalizándose y adquiriendo
unas características propias que se adaptaban a las del contexto sociocultural y la idiosincrasia de cada país de acogida.
Con respecto a el «caso español», a pesar de que la
historiografía oficial y los círculos críticos y académicos
han desmentido durante décadas la existencia de una narrativa gótica propia en nuestro país, la presente antología viene a demostrar —en consonancia con estudios
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más recientes de autores como David Roas y Miriam
López-Santos—, que realmente hubo una corriente literaria del género gótico en España, con conciencia propia de género, en la que incluso escritores españoles de
resonante nombre internacional adaptaron y enriquecieron los moldes originales anglosajones y alemanes hasta
configurar un corpus genuinamente hispano, sin perder
de vista la premisa inicial de estremecer al lector a través
del horror, la angustia y la conmoción más intensa.
De este modo, el libro que el lector tiene ahora entre
sus manos recoge una selección de quince relatos auténticamente góticos, en el estricto sentido del término
(no «fantásticos» ni «maravillosos»), de autores españoles publicados entre los siglos XIX y XX. Una compilación
que reúne los mejores textos sobre el género que incluye piezas clásicas como Los tesoros de la Alhambra, de Serafín Estébanez Calderón o El castillo del espectro, de
Eugenio de Ochoa, donde el tono legendario, las ambientaciones o las presencias fantasmales nos remiten a
los tópicos iniciales del más primigenio horror gótico.
Un particular y oscuro pacto de un bandido con el diablo es el protagonista de Dompareli, Bocanegra, de Agustín Pérez Zaragoza. Las atmósferas opresivas y tenebrosas de los monasterios y las abadías medievales, tan
afines a la sensibilidad gótica, están presentes en dos relatos: por un lado, en Los maitines de Navidad. Tradición
monástica, de José Soler de la Fuente; por otro, en uno
de más brillantes relatos europeos, y, sin duda, uno de
los tres más destacados del romanticismo español: El
Miserere, de Gustavo Adolfo Bécquer, donde la música
y la vida después de la muerte componen una grandiosa
sinfonía de lo macabro.
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La evolución del gótico español se hace patente en relatos como Eximente, de Emilia Pardo Bazán, donde la
autora se adentra en el género mediante mecanismos más
sutiles y modernos, sumergiendo al lector en las pesadillas
angustiosas de la mente del protagonista de su historia.
Un homenaje de Frankenstein o el moderno Prometeo, la inmortal obra de Mary W. Shelley, tiene su espacio en la
breve, enigmática y desconocida obra de Álvaro Gil de
Sanz Lo que puede la ciencia. Ecos de Poe se dejan ver en
el clásico La mujer alta, de Pedro Antonio de Alarcón, cita
ineludible de toda antología que se precie, que combina
las historias de fantasmas inglesas con la leyenda de las
legendarias portadoras de muerte del folclore nacional.
Entre otras más, dos obras semidesconocidas de dos
genios de nuestra lengua coronan esta antología: Tristán, el sepulturero, de Vicente Blasco Ibáñez y Una industria que vive de la muerte. Episodio musical del cólera,
de Benito Pérez Galdós, esta última la única incursión en
el campo del horror del maestro del realismo español.
Dicho esto, nuestro deseo es que este libro arroje luz
sobre el lector y le ofrezca una panorámica lo más completa
posible de lo que la ficción gótica ha supuesto y supone a
la historia de las letras españolas. Un género menospreciado y olvidado en nuestro país cuya calidad, sin embargo,
nada tiene que envidiar a otras muestras hermanas publicadas en el continente europeo y Norteamérica, y que, al
contrario que las nuestras, disfrutan de un prestigio sin tacha. Esperamos sinceramente que la cara más oscura, frenética y excesiva de la imaginación española ocupe lo más
pronto posible el destacado lugar que con justicia merece.
Mientras tanto, que el lector disfrute de su legado.
LOS EDITORES
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