Sopar 211 castellà ok

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211 Cena hora europea
Recuerar las humanidades
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15 de Mayo de 2014
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RECUPERAR LAS HUMANIDADES
ÁMBITO MARIA CORRAL
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PONENTES
JAUME AYMAR RAGOLTA
Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramon Llull
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JORDI CRAVEN-BARTLE LAMOTE
Doctor en Medicina. Profesor de la UAB
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MARIA DEL MAR ESTEVE RÀFOLS
Doctora en Pedagogía. Directora de la Escuela de Epiqueia
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GREGORIO LURI MEDRANO
Pedagogo y filósofo
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APORTACIONES EN EL COLOQUIO
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RECUPERAR LAS HUMANIDADES
Ámbito María Corral
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Ya desde las escuelas de la Grecia clásica hasta el origen de las
universidades, cuando el saber se aplicaba principalmente al conocimiento
filosófico, antropológico, teológico e histórico, también las humanidades
ocupaban un lugar especial en las matemáticas, la geografía o la geometría,
etc., englobadas en el trivium y en el quadrivium. Recordemos, por ejemplo, lo
que se leía en el dintel de la puerta de la escuela pitagórica: «Que no entre
nadie que no sea geómetra». Se valoraba el papel del docente y su capacidad
intelectual, aquella que le permitía ofrecer respuestas serias y profundas a la
dimensión del saber. Los llamados estudios técnicos tenían otro tratamiento,
puesto que hasta no hace mucho tiempo se englobaban en las escuelas
técnicas y en las escuelas técnicas superiores para así distinguir que se
encontraban en otra área del saber.
La creación de facultades intentó dar un nivel igualitario a todas las ciencias
llamadas superiores. Afortunadamente, esto no quiere decir que las ciencias
humanistas hayan muerto. Facultades y escuelas velan hoy todavía para que
se sigan cultivando.
En las últimas décadas, tanto en la formación escolar como en la universitaria,
se ha incrementado la dimensión tecnológica y lo mismo ha sucedido en otros
campos de la ciencia, lo que ha causado un progreso espectacular, como
también ha sucedido en muchas otras áreas de la cultura. Pero sí podemos
constatar, no obstante, que ha disminuido el apoyo a las humanidades. Es
cierto que los nuevos elementos tecnológicos han llegado a modificar nuestros
hábitos y formas de vida, incorporando movilidad, conectividad, intercambio de
datos y la misma comunicación en nuestra vida cotidiana, enriqueciéndola
también, por otra parte. Evidentemente, los avances tecnológicos deben
incorporarse a todo, pero al mismo tiempo se debe contar también con la sólida
base que aportan las humanidades.
La utilización de la avalancha de información que llega a cualquier persona
conectada a la red debería permitirnos abrir las puertas, para entrar sin miedo a
recuperar la dimensión humanizada de la tecnología. Esta debe enriquecerse
mediante la aportación de las humanidades, que ayudan a comprender la
transversalidad del saber y además, a integrar una interdependencia ligada por
las ciencias humanas: filosofía, antropología, psicología, ética, estética,
historia, sociología, etc. Si faltan estas disciplinas, el saber se empobrece.
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Sería reduccionista quedarnos impresionados ante los avances científicos
amparados por el desarrollo de las dimensiones prácticas y teóricas que se
pueden alcanzar mediante los nuevos elementos que aportan la informática y
el trabajo digital. Asimismo se detecta una dimensión también científica que
debe ayudar a superar ese vacío ocasionado por la falta de elementos que den
sentido a la vida tanto personal como social y también contribuir a una solidez
del saber. La ciencia puede alcanzar un alto nivel en lo que respecta a la
utilización de datos, conectándolos y almacenándolos…; pero no debe faltar la
capacidad de realizar una fundada reflexión que ayude a comprender el porqué
de un bien intelectual con espíritu crítico, capaz de relacionar los elementos de
las diversas ciencias y de hacer disfrutar de un saber compartido que abarque
desde la dimensión más existencial hasta la más trascendente.
El 16 de enero se presentó el manifiesto Humanidades con futuro, promovido
por el Institut d’Estudis Catalans y la Facultat de Teologia de Catalunya, al que
se adhirieron aproximadamente cuatrocientos intelectuales, entre profesores y
diversas instituciones culturales y académicas, que consideraban la formación
humanística como la premisa necesaria para lograr la construcción de una
sociedad con sentido. El manifiesto explicita como «la merma de la cultura
humanística conlleva el empobrecimiento del pensamiento, la precariedad del
discurso ético y la pérdida de cohesión de nuestra civilización». Esta
advertencia reclama la urgencia de «salir del analfabetismo funcional y
simbólico, que deja grandes huecos en el sistema de referencias personales y
colectivas y permite sumisiones y manipulaciones».
Frente a esta realidad resulta necesario volver a cuestionar el sentido auténtico
de las humanidades para recuperar esa fuerza intelectual que nos ayude a
ofrecer respuestas certeras a la ciencia, a la cultura y a la ya tan avanzada
tecnología.
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JAUME AYMAR RAGOLTA
Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramon Llull
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Xavier Antich en un artículo del pasado lunes en La Vanguardia titulado "La
filosofía y la vida" recordaba el diálogo del prólogo de El Quijote en el que
Cervantes imagina una conversación entre los caballos Babieca y Rocinante.
El primero le dice «metafísico estáis » y el otro le contesta: «es que no como»
Esta conversación, decía Antich, sugiere un tópico habitual: la sospecha de que
la metafísica y, con ella, la filosofía, constituye un tipo de reflexión extraña,
alejada de la vida y de sus necesidades y que sólo aparece cuando las cosas
no van bien. Algo parecido a lo que dice otro tópico según el cual es preciso
primum vivere, deinde filosofare, primero vivir (y por lo tanto, comer) y después
filosofar). Pienso que en esta Cena Hora Europea, tan concurrida, donde
iremos comiendo y al mismo tiempo reflexionando, unos en voz alta y otros
mientras comen, cabe destacar la superación evidente de este tópico dualista,
que refleja que es posible comer y al mismo tiempo reflexionar. Diría, incluso,
que es necesario. Este es el espíritu de lo que llamamos coloquio o más
popularmente, sobremesa. En los refectorios de los monasterios esta
experiencia se vivía y se vive cotidianamente: un monje lee y los otros comen.
Pero en todos los hogares deberíamos comer y conversar, sin prisa, ya que la
comida es una experiencia comunitaria, es una experiencia de comunión.
Las palabras de Rocinante también expresan una idea que se encuentra
ampliamente extendida; que la metafísica en concreto y la filosofía en general
son algo incomprensible por definición. Como decíamos, la historia intenta
aportar claridad a unas circunstancias que son difíciles y la filosofía hace difícil
unas circunstancias que son claras. Recuerdo una anécdota muy celebrada de
cuando el maestro José Ortega y Gasset fue presentado al torero El Gallo y
éste le preguntó: «¿Y a qué se dedica?». «A la filosofía», le respondió. «Ah...»
–dijo El Gallo– «es que desde luego hay gente pa tó». Creo que después de
esta respuesta El Gallo y Ortega se hicieron muy amigos.
La filosofía, el amor a la sabiduría, es la primera de las humanidades. La
concurrida asistencia a esta cena, además, demuestra que el tema de las
humanidades interesa y mueve a las personas. ¿Por qué? Porque
popularmente existe el convencimiento de que corremos el riesgo de
deshumanizarnos y por ello oír hablar de humanidades, de entrada, es oír
hablar de algo que nos interesa y que, por lo tanto, impide que nos
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deshumanicemos. Ésta es un poco la creencia más extendida. Todas las
humanidades están estrechamente unidas a la filosofía. Como dice el Dr. Puig
Giralt, también es posible pensar desde la literatura, desde el arte, desde la
historia, desde las bellas artes, desde todo lo que convencionalmente
llamamos humanidades.
En Barcelona acabamos de tener un ejemplo del interés popular por la filosofía
y las humanidades que además caminan unidas. Me refiero a la visita del
monje budista zen, Thich Nhat Hanh, poeta y activista por la paz, icono viviente
de la resistencia pacífica en Vietnam, amigo de Martin Luther King y nominado
al Premio Nobel de la Paz. Este sabio y sonriente anciano concentró a miles de
personas, –más de tres mil trescientas– en el Fórum y también en unos cursos
que impartió cerca del Arco de Triunfo. Para mí, una presencia tan
multitudinaria, aún con todos los matices que se quieran hacer, es un signo de
la añoranza y el interés que existe por la filosofía, ni que sea por su práctica. Si
en lugar de meditación, ponemos reflexión, si en lugar de respiración pausada
ponemos la necesidad de tomar conciencia de la propia contingencia; si
entendemos que la compasión debe fundamentarse en la ética, veremos que
hoy, existe, una profunda necesidad de parar y reflexionar, de en definitiva,
filosofar.
Históricamente, se produjo una peligrosa escisión entre conocimientos y
sabiduría. Tengamos en cuenta que hoy se habla de una sociedad del
conocimiento, pero no se habla de una «sociedad de la sabiduría». La
sabiduría es lo que queda en el poso de nuestra existencia cuando ya hemos
olvidado todo lo que creíamos saber. Uno se acuerda de muy pocas cosas de
sus estudios. En realidad; se acuerda de experiencias básicas, de lo que más
le impactó: se acuerda, sobre todo, del testimonio o la influencia de
determinados maestros. Sócrates decía: «los otros hombres se creen que
saben algo, yo sólo sé que no sé nada». Ciertamente, se trata de una
ignorancia tal vez, retórica, pero tiene su núcleo de certeza: sólo de la
conciencia de que no sé nada o de que no sé nada bien, debería nacer la
búsqueda apasionada de la Verdad, que en el fondo es la Sabiduría.
Por eso es muy preocupante la ley Wert, que margina la filosofía y de manera
especial, la historia de la filosofía en la enseñanza secundaria y en el
bachillerato.
En el transcurso de la historia, hemos asistido a una progresiva
compartimentación del saber. Ya está bien compartimentar el saber, pero es
que esta compartimentación ha ido acompañada también de una escisión.
Quisiera reflexionar sobre una de estas escisiones.
Primero: Todos hemos oído hablar y la tarjeta de la cena también se refiere a
ello del trivium y el quadrivium. Esto en sí, ya era una primera división de las
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diferentes sabidurías. Esta división ya se encuentra en Boecio y en las
instituciones que compuso Casiodoro para sus monjes entre los siglos V y VI. El
trivium era la triple vía o camino que conducía a la elocuencia y comprendía la
gramática, la dialéctica y la retórica, es decir, las artes que hoy llamaríamos
letras humanas o humanidades. Y el quadrivium, abarcaba las ciencias puras:
la aritmética, la geometría, la astronomía y la música. Todas ellas eran
representadas además por sus correspondientes musas, pero ciertamente para
llegar a una plenitud era preciso haber cultivado todas las disciplinas. La
reunión de estos siete conocimientos que se llamaban «artes liberales»,
formaban la universidad de la ciencia y poseer a la vez el trivium o el
quadrivium se consideraba el mayor esfuerzo del entendimiento humano. Dalí
pintó La última cena (1955, óleo sobre tela; 167 x 268 cm.; National Gallery of
Art, Washington) y sostenía que se trataba de una «cosmogonía aritmética y
filosófica» ¿Lo recuerdan? La cúpula del cenáculo es medio dodecaedro. Dalí
sabía que ya Platón había asociado este poliedro al universo, debido a que se
creía que la sustancia de los cuerpos celestes era diferente de la de los
cuerpos que rodean al hombre; por tanto, si había cuatro elementos (tierra,
fuego, agua y aire) y cinco poliedros, el quinto (el dodecaedro) correspondería
a la sustancia de la que estaban hechos los cuerpos celestes. El excéntrico
Dalí era un pensador y un humanista.
Segundo: En su origen los studia humanitatis del humanismo renacentista, la
sabiduría humanística o las letras humanas, se contraponían a las letras
divinas. Pero yo me pregunto: ¿Existe una contraposición entre lo humano y lo
divino? En el cristianismo es evidente que no. Lo divino se ha hecho humano y
lo humano está llamado a divinizarse. Por lo tanto, el edificio de las
humanidades para ser completo debe estar coronado por la teología. Y esto va
más allá de determinadas creencias o convencimientos. De hecho, un
agnóstico puede estudiar perfectamente teología. Disponemos del cercano
ejemplo de Alemania, en donde la teología entra normalmente dentro de los
estudios reglados.
Tercera disociación: La universidad napoleónica encaminaba por una vía a la
universidad y por otra, a la academia. La universidad, dedicada a la
enseñanza; la academia, a la investigación. Ciertamente, es diferente enseñar
a investigar, pero sin investigación no hay enseñanza posible. ¿De qué sirve la
investigación si no se enseña lo que se ha encontrado? Por ello, hemos visto
cómo la universidad se ha ido llenando de gente joven y la academia o las
academias, de gente anciana. ¿No sería necesario que ambas volvieran a
dialogar?
El término «letras» se mantuvo vivo hasta hace pocos años cuando se hablaba
de «filosofía y letras», como temáticas inseparables. La Universidad de
Barcelona tenía (y tiene aún) dos grandes claustros; uno de ciencias y otro de
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letras, pero el edificio era sólo uno. Y la presencia de mujeres en estos estudios
de Filosofía y Letras era mayoritaria. Las chicas que estudiaban exactas eran
rara avis. Una pregunta habitual era: «¿tú qué estudias, ciencias o letras?».
Pero, poco a poco, sin embargo, tal disociación provocó que la filosofía
terminara yendo por un lado y las letras, por otro. Apareció entonces, la
filosofía pura, las filologías, las ciencias de la educación, la geografía y la
historia. Hoy, además y dentro del amplio abanico de las humanidades se
sitúan también las ciencias de la comunicación.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de humanidades? Creo que se trata
de un término vivo que ha ido evolucionando a lo largo de la historia. Pero yo lo
resumiría diciendo que humanidades es el cultivo de la sabiduría que nos hace
más humanos. Se da un mínimo de saber global entre todos aquellos que se
cultivan entre las diversas ciencias, para conocer mutuamente los respectivos
códigos de lenguaje y establecer así un auténtico diálogo entre todas las ramas
del conocimiento. Es la transversalidad y la interdisciplinariedad que promueve,
por ejemplo, la Universitas Albertiana con el asesoramiento de la cual se
celebran estas Cenas Hora Europea. Pero, para ser ciertamente transversales
e interdisciplinares, debemos conocer el código concreto de las diversas
disciplinas. Sólo así podremos llegar a entender.
Como decía Alfredo Rubio, promotor de estas cenas-coloquio, ¡necesitamos
volver al saber de síntesis! Que esta cena con la presencia y la participación de
todos vosotros sea una bella anticipación. Muchas gracias.
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JORDI CRAVEN-BARTLE LAMOTE
Doctor en Medicina. Profesor UAB
¿Qué quiere decirnos Beethoven con los compases con que comienza su
quinta sinfonía? ¿Quiere hablarnos sobre la desgracia, el destino inexorable, la
muerte, el miedo, la amargura o la soledad...? O, como dice alguno de sus
biógrafos, ¿es acaso toda una referencia al texto de Schindler sobre el destino
que llama a la puerta y que nos viene a avisar de que se acerca un momento
terrible, como el que le llegó a él con su sordera, que le impediría escuchar su
propia obra? ¿O quizás quiere decirnos algo mucho más sencillo? Como
afirmaba, el gran Czerny, su discípulo y biógrafo, que estrenó un concierto para
piano llamado El Emperador y que decía que, en realidad, el compositor
percibió estas notas en la partitura de un escribano que cantaba mientras
paseaba por el Prater, el parque de Viena. En cualquier caso, la sordera ya le
empezaba a desesperar y le provocaba toda una especie de furia creativa: una
mezcla de tristeza, rabia e impotencia, perfectamente aplicable a nuestros días,
en los que el destino está llamando a la puerta para hacernos pagar los errores
pasados; los gastos y la irresponsabilidad de los últimos años.
Dicho de la mejor manera posible, es obvio que algo no supimos hacer bien en
cuanto a nuestra manera de organizarnos como sociedad y hoy en día no nos
queda otro remedio que encajar los golpes del destino. Hemos llegado a un
altísimo grado de especialización y sofisticación dejando a un lado la referencia
al fin último de toda actuación humana. Las técnica –cuántas veces no lo
hemos escuchado decir a filósofos, y sobre todo, a expertos en ética–, ha
adelantado a los valores. Esta economía globalizada nuestra se ha erigido en
un monstruo, como el Leviathan de Hobbes, que escapa al control de aquellos
a los que debería servir. Hemos observado, admirados, el crecimiento del
mercado económico hasta descubrir que los grandes productos financieros no
eran más que estafas piramidales y que en realidad existía una desconexión
absoluta entre el activo financiero y su referente real. Todo ello, además,
mientras varias entidades financieras manipulaban los índices de referencia
para engañar a la población. Ante tanta complejidad técnica, resulta necesario
recuperar los valores primordiales que deben guiar toda actividad humana.
Debemos recuperar las humanidades en su sentido más amplio; en el sentido
de la sabiduría más que en el de la erudición, para que todos los gestores ya
sean públicos o privados entiendan y asuman que no estamos al servicio de la
técnica ni de las finanzas y que no se pueden admitir fórmulas financieras que
bajo el nombre de préstamos por el progreso nos conviertan, de hecho, en
esclavos tanto a nosotros como a nuestros hijos. Todo ello, además, para
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devolver intereses, que son usura como los que tienen atado a nuestro país.
No hay progreso si no está fundamentado en el crecimiento del respeto a los
valores de la persona humana.
Hace poco, dieron por televisión la noticia de dos barcos que se hundieron y, lo
más curioso, es que la primera persona que salió a toda prisa del barco para
salvarse fue el capitán. Siempre nos habían dicho que, en caso de desgracia,
el capitán es el último que debe abandonar el barco porque es el responsable
de la seguridad de todos los viajeros y cuenta con su confianza. Esto nos lleva
a pensar que quizás este capitán de barco, que probablemente haya aprendido
más técnica que nunca y que seguro sabe mucho de transmisiones,
comunicación, astronomía, meteorología, mecánica... es decir, que debe saber
de todo y disponer de conocimientos técnicos increíbles, quizás no pasó por el
trivium y el quadrivium porque, de haberlo hecho, probablemente habría
pensado que tenía determinados compromisos éticos con respecto a sus
pasajeros. Tal vez ahora, que enseñamos tanta técnica y transmitimos tantos
conocimientos, olvidamos enseñar lo más esencial y primordial; aquella
formación que podríamos presentar como todo un proceso de conocimiento o
bien como un camino de sabiduría y de crecimiento personal. Si tenemos la
necesidad de replantearnos lo que hemos priorizado como sociedad a pesar de
haber asistido al gran desarrollo del conocimiento científico y de la tecnología,
es porque el mundo de los hechos ha pasado por delante del mundo de los
valores. En el pasado, sin embargo, cuando pasábamos tanto tiempo
pensando en los valores y dejábamos la realidad a un lado, quizás nos
situábamos en el otro extremo.
Sin embargo, ahora, cuando veo como un médico joven llega a nuestro servicio
para aprender oncología, observo que está mejor formado que nunca. Debe
tener muy buenas valoraciones académicas para poder estudiar Medicina y
hacer el MIR. Posee, ciertamente, muchos conocimientos y sin embargo,
cuando lo dejo en la consulta lo más frecuente es que reciba al paciente detrás
del ordenador y que se esconda detrás de la máquina para ver toda la
información que se ha reunido sobre ese paciente; información que es más de
la que nunca hubiéramos podido imaginar, puesto que ya disponemos de todas
las radiografías, las pruebas, los TAC y los últimos tratamientos que le han sido
aplicados. Sin embargo, se le olvida un detalle muy importante –y por
desgracia, esto ocurre demasiado a menudo–, como es el de levantar la
cabeza y mirar al enfermo a los ojos. Fue entonces, cuando descubrí que lo
primero que tenía que enseñar no era una técnica o un oficio, ni incluso, una
profesión sino que debía enseñar algo sobre el trivium y el quadrivium, sobre el
comienzo de todo, para así hacer entender que lo primero que debe hacer una
persona cuando ve que otra se le acerca es mirarla a la cara y mostrar un
interés por sus valores, por el diálogo, por la aproximación y el conocimiento.
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La preocupación que hoy ha motivado el tema de la cena no viene de ahora, es
antigua y como yo no soy filósofo ni tampoco pedagogo, aunque si sea
profesor de la Facultad de Medicina, podría decirse que lo que me
correspondería sería tan sólo enseñar la parte más técnica: qué es el cáncer y
cómo se cura. Tuve la gran suerte de tener un profesor de oncología que era
un gran humanista, el Dr. Subias. Y él me hizo ver muy pronto la gran cantidad
de limitaciones que tenemos los médicos a la hora de acercarnos a una
persona que sufre si no utilizamos las humanidades como base de nuestro
conocimiento. Gracias a él, me adentré en el camino de la ética. Hace veintidós
años que pasé a ser discípulo del Dr. Francisco Abel, que me admitió en su
Instituto de Bioética y este proceso me llevó a investigar en muchas bibliotecas.
Y, posteriormente, gracias a la habilidad de saber utilizar Internet, una
herramienta que, poco a poco, todos hemos ido adquiriendo, he buscado en la
red el tema de la cena. Me parecía que teníamos que hacer unas cuantas
referencias a la preocupación creciente de nuestra sociedad en torno a este
tema. Si navegamos un poco por Internet, veremos que el 4 de febrero de
1984, el profesor John William Carrington presentaba en la Universidad de
Tennessee, Estados Unidos, en una ciudad que se llama Chattanooga, un libro
titulado, Political society and the humanities y escribió unas veinticinco páginas
bajo un lema o título que coincide con el de la cena: The recovery of the
humanities. En este escrito da todas las bases filosóficas de por qué, antes que
ningún progreso científico y tecnológico, debemos buscar una forma de
sabiduría –ya lo han dicho los que me han precedido– y no, una forma de
erudición. Una forma de aproximarse al ser humano que lo sitúe a él, como
prioridad porque toda técnica y toda sabiduría, si no está al servicio del
hombre, es falsa en sí misma. Últimamente hemos asistido a la decepción de
nuestros profesores universitarios. Tras la lectura del libro de Jordi Llovet,
Adiós a la Universidad. El eclipse de las humanidades (2011) nos quedamos
todos como horrorizados. Es un libro que realmente aterra. Estremece ver
cómo un profesor que ha pasado toda su vida en la universidad, se siente tan
desencantado, que decide pedir la jubilación anticipada porque ve que aquel no
es el camino. El mundo de la sabiduría se debe priorizar por delante de la
enseñanza del mundo científico y del mundo de los hechos. En este sentido,
aconsejo que lean un artículo de Remei Margarit: «Recuperar las
humanidades», publicado el 28 de Marzo de 2012 en La Vanguardia, que dice:
«La filosofía nos muestra la temporalidad de nuestra estancia en la tierra y
relativiza el poder y la gloria, presentándolo más como una pérdida de tiempo
que no otra cosa; nos pone los pies en el suelo con la convicción de que lo
mejor que tiene el ser humano es el tiempo y que lo mejor es no perderlo con
futilidades que no llevan a ninguna parte; el tiempo y la relación con los demás,
ya sean contemporáneos o bien se trate de obras que han dejado los que nos
han precedido». ¡Cuánta belleza y qué maravilla! Es cierto que la técnica nos
hace la vida más fácil pero no todo es tan sencillo porque el trabajo de crearse
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los propios valores es algo que sólo puede hacer uno mismo y para ello, se
necesita tiempo –como también se precisa para aprender a crear o para
enseñar a los niños a crear– y serenidad, como la que contagian los escritos de
los pensadores o las obras de tantos artistas; en definitiva las de todas esas
personas que han dedicado su tiempo a pensar y que han sabido
transformarnos desde muy jóvenes. ¡Qué palabras tan hermosas!
Debemos saber ver, sin embargo, una lección en el camino vital que han
trazado unos cuantos de los que nos escuchan. Hoy nos acompaña el Dr.
Salvador Giner, que fue el primero en firmar el manifiesto del 16 de enero de
2013, Unas humanidades con futuro. Él y otras personas: Armand Puig, Rafael
Argullol, Agustín Borrell, Victoria Camps, Lluís Font, David Jou, Jordi Llovet,
Xavier Morlans, Perico Pastor, Francesc Torralba y Mariàngela Vilallonga
crearon entre todos un manifiesto que es muy diferente del libro de Llovet que,
aunque tiene toda la razón, nos deja de lo más tristes. En cambio, el manifiesto
de Giner y compañía nos llena de esperanza: «Las lenguas, la literatura, la
filosofía, la historia y las artes son los pilares fundamentales de la civilización y
la cultura. Por ello, es imprescindible garantizar que todo el mundo sepa hablar,
leer y escribir correctamente». No podemos menospreciar los grandes valores
de la literatura universal, entendida como patrimonio de la Humanidad. «La
Universidad debe combinar la especialización con una consideración global de
los saberes [...]; las humanidades deben procurar establecer alianzas
estratégicas con la ciencias, con las tecnologías y con el mundo de la
comunicación». Los medios de comunicación también deben ser incorporados
en este camino de progreso para la recuperación de las humanidades.
Verdaderamente, qué diferente mensaje y cómo nos llena de esperanza el
hecho de que profesores de nuestra universidad, la catalana, realicen un
manifiesto que sea toda una guía para recuperar la esperanza.
En este sentido, también quisiera dar las gracias a la Universidad de
Barcelona, de la que fui discípulo en una época en la que en mi carné de
estudiante, constaba el lema de la institución. Decía: «Universitas perfundet
omnia luce». El caso es que pensábamos que era Universitas lo que daba al
lema su perfil de tolerancia y que lo más importante era que la Universidad de
Barcelona se dedicaba a difundir el conocimiento. La luce era el símbolo del
conocimiento. Resulta, sin embargo, que hace unos años se recuperó el
antiguo lema que había desaparecido durante el franquismo, porque contenía
una palabra que no era aceptable en aquella época. De hecho, todos los que
durante muchos años fuimos discípulos de la Universidad de Barcelona,
desconocíamos el auténtico lema. Quien «perfundet omnia luce» no es
Universitas, es Libertas; es la libertad la que nos hace crecer para poder
aproximarnos al conocimiento. Sin embargo, es esta misma libertad la que nos
empuja a regalarla, como sucede a veces con quien da su vida por un ideal.
Son tantas las personas que estáis aquí, ahora escuchándome, que habéis
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entregado vuestra vida a las humanidades, que son, en definitiva, los valores
que guían vuestra actuación. ¿Cuántos de los que estáis aquí escuchando
humildemente podríais dar lecciones sobre cómo las humanidades –un valor
más de entre los muchos que os guían– han dirigido el sentido de vuestra
vida? Creo, que lo que tenemos que recuperar, también lo ha dicho uno de mis
predecesores, es la sabiduría, pero la sabiduría práctica, entendida como la
mejor manera de hacer lo que es correcto. Practical wisdom es un libro de
Barry Schwartz publicado este año que dice que una persona sabia conoce sus
objetivos y trata de servir a las necesidades de la gente porque sabe que lo
primordial es servir y es ser útil.
Mi profesor, el Dr. Subias me decía: «recuerde siempre que medeo, que es la
raíz etimológica de médico, no quiere decir mandar, quiere decir cuidar y que
usted hace de terapeuta, que viene de therapeio y este verbo no significa ni
diagnosticar ni mandar tratamientos, significa servir; no es un buen médico
quien no sabe cuidar y quien no sabe servir. Una persona sabia sabe cómo
equilibrar los objetivos que están en conflicto, interpretando las normas y
principios a la luz de las particularidades de cada contexto. La persona sabia
es perceptiva, sabe leer el contexto social y sabe cómo moverse más allá del
blanco y negro de las reglas, porque puede ver el gris de cada situación. La
persona sabia sabe asumir la perspectiva del otro y no impone sólo su visión
sino que se pone en el lugar del otro y hace que las emociones se alíen con la
razón para acercarse a las personas que lo rodean. En definitiva la persona
sabia, sabe que la finalidad primordial de todo, es entender al ser humano.
Antes de estudiar medicina estuve tres años –tuve esa suerte– en el camino de
las letras y cuando llevaba ya tres, traduciendo a Homero, le pregunté a mi
profesor de griego de qué me serviría todo aquello, puesto que no le sabía
encontrar la utilidad. «Usted ahora no lo sabe» –me dijo–«pero un día
entenderá que detrás de la tragedia griega se encuentra el más profundo de los
sentidos: aceptar nuestra propia adversidad, saber mirar cara a cara los
problemas del camino de la vida y sabernos enfrentar al revés del sufrimiento
con la dignidad de Héctor cuando sale a las puertas de Troya para enfrentarse
con Aquiles; él sabe que perderá la vida porque así lo han querido los dioses
del Olimpo, pero acude igualmente por una cuestión de dignidad».
Con esta misma dignidad, hoy sale publicado en La Contra de La Vanguardia,
la entrevista a una amiga nuestra, del Dr. Forcada y mía, que fue a un hospital
de Chad, en el que trabaja el Dr. Màrius Ubach y con quien nosotros hemos
intentado realizar algunos proyectos. Su esposa, Isabel Rodríguez, dice así en
la entrevista: «Con los años mi cuerpo decae, pero mi espíritu crece». Yo creo
que con esta frase ya se resume todo lo que quería decirles. Con los años nos
debilitamos y a veces, el camino de la vida nos puede resultar muy difícil, pero
sin embargo, el espíritu crece. Crece, gracias al conocimiento de los valores
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que nos han dejado las personas que nos han precedido. Yo acompañé el Dr.
Forcada –porque él me lo pidió–, a ver al Dr. Alfredo Rubio en la Clínica de la
Alianza cuando éste ya tenía la enfermedad que padecía, en un estado muy
avanzado. Le llevábamos los resultados de unas pruebas que le habían hecho
para comentarle el pronóstico. A veces, ese pronóstico que hace el médico
viene a ser como el vaticinio que hacía el oráculo de Delfos y que recoge la
tragedia griega. A menudo, los médicos nos convertimos en oráculos. Él nos
preguntó cuál era el vaticinio y el Dr. Forcada le respondió –ya que yo sólo le
acompañaba– cuál era el resultado real de las biopsias; el Dr. Rubio entendió
perfectamente lo que aquello significaba. Él era un gran médico y, además, era
profesor de medicina y sabía qué querían decir las cuatro palabras que le
dirigió el Dr. Forcada. ¿Qué hizo? ¿Se desesperó? No. Él era de esas
personas que habían entendido que quería decir todo eso de las humanidades
y sabía aceptar que, a veces, el cuerpo decae, pero el espíritu crece. Y así lo
demostró, porque dijo: «Estoy preparado». No dijo nada más. «Que así sea,
estoy preparado. Estoy preparado para pasar por el camino difícil del
sufrimiento y lo haré con dignidad». A todos aquellos que nos han enseñado a
pasar por estos caminos difíciles con dignidad y que alguna vez nos han
enseñado también, que debemos levantar la cabeza por encima de los
ordenadores para mirar a los ojos de las personas que tenemos delante,
muchas gracias.
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MARÍA DEL MAR ESTEVE RÀFOLS
Doctora en pedagogía. Directora de la Escuela Epiqueia
Me han invitado hoy para hablar de un tema que me gusta y que me interesa
mucho: «Recuperar las humanidades». Y concretamente, se me ha pedido que
hable sobre las humanidades en la escuela. Por ello, realizaré mi exposición
sobre la escuela, los niños y la educación. Comenzaré mi intervención con una
pregunta: «¿Qué sería de una escuela sin música, sin literatura, sin poesía, sin
artes plásticas?», «¿Qué sería de una escuela sin lenguaje, sin narración?».
Para mí, una escuela sin canto, sin lectura, sin pinceles, sin cuadros es una
escuela vacía; algo así como una carcasa pero sin latido, sin alma.
Actualmente, sin embargo, muy a menudo esta dimensión artística y
humanística –que yo englobo en una sola–, queda a veces relegada al aula del
especialista; a unas horas de clase que imparte el especialista. Desde una
visión que considero estrecha de miras respecto a lo que es útil, esta
dimensión se añade sólo como un complemento recreativo a una educación
práctica, útil e instrumental. Más adelante ya hablaremos de cómo concebir el
concepto de utilidad de otra manera.
Hoy expondré en una especie de lista –aunque no sea del todo completa– por
qué una escuela sin artes ni humanidades para mí no es escuela. El arte y las
humanidades permiten a los niños y niñas entrar en contacto con la aventura
humana, con la aventura de hombres y mujeres que han intentado reflejar con
palabras la realidad; entenderla, buscarle un sentido, trascender con la
imaginación y la creatividad e incluso, transformarla. Al mismo tiempo, este
contacto con la tradición del arte y las humanidades es el humus, el alimento,
la base para la expresión genuina de cada uno de los niños y su fuente de
creatividad. El vínculo con la tradición les abre una especie de pista de
lenguajes, de formas, de caminos, de temas, etc., que potencien la expresión y
la creatividad personales.
En la escuela se separa demasiado a menudo la lectura del arte de la creación
artística. Es decir, la recepción y la comprensión de la tradición con la lectura
de la creación artística personal de los niños y niñas. Y desde mi punto de
vista, ambas deberían ir muy ligadas; deberían ir siempre de la mano. Leer y
memorizar poemas debe llevarnos a crear versos nuevos y a inventar
metáforas; que la lectura nos invite a escribir, que los cómics nos lleven a
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esbozar viñetas, que la contemplación de las grandes obras de arte nos
acompañe en el trazo del dibujo o las pinceladas.
De hecho, la reacción más espontánea de los niños a la hora de entrar en
contacto con el arte y las humanidades no son el análisis ni la crítica sino la
recreación. Si conocen el autor del ciclo de novelas sobre Narnia, C. S. Lewis,
verán que tiene un libro muy interesante y valioso llamado Un experimento de
crítica literaria, libro que les recomiendo. En esta obra el autor explica cómo
leer novelas, mirar cuadros o escuchar música. La transversalidad es lo que
caracteriza nuestra actitud ante la recepción del arte. Es decir, leer se asemeja
a mirar obras de arte, lo que, a su vez, se parece a escuchar música. Una de
las cosas que dice C. S. Lewis es que no recomienda el ejercicio de la crítica
para niños y jóvenes sino más bien la parodia y la imitación, que son en
definitiva formas de recreación.
Para ligar aún más la recepción del arte con la creatividad, ahora quisiera
comentar que todos los niños y niñas son a la vez «creaturas» de cultura y
creadores de cultura. Todos nosotros somos fruto de una cultura; de una forma
u otra, somos producto de una cultura. A la vez, sin embargo, somos agentes
activos y los niños, también lo son. Seguramente alguien podría decir que se
encuentran en una etapa en la que lo esencial es recibir más que producir. Yo
creo que se trata de una cuestión antropológica porque siempre se dan las dos
dimensiones; la de ser «creaturas» y creadores de cultura. La cultura tiene una
vertiente objetiva: las obras de arte que hay en los museos, los libros en la
literatura, la historia, etc. Al mismo tiempo, sin embargo, también tiene una
vertiente subjetiva: todas aquellas capacidades que desarrolla el ser humano
por el hecho de formar parte de una comunidad cultural y social. E incluso
podríamos añadir que la cultura también tiene una vertiente inter-subjetiva. Por
lo tanto, lo que se precisa en la escuela es trabajar tanto la dimensión objetiva
como subjetiva de la cultura: el desarrollo de las capacidades de los niños.
Se trata, sin duda, de profundizar en el niño como «creatura» de cultura, pero
también, como creador de cultura. En la escuela no sólo separamos el arte –la
creación artística– de su lectura sino que, de vez en cuando, también
realizamos una tarea de lectura del arte que encierra las obras en una única
interpretación o que convierte la obra en el tema central del libro de texto que
hay que memorizar y estudiar. Por ejemplo, a través de los controles de lectura
literaria. Yo creo que con esto encerramos toda la potencialidad evocadora del
arte. Y eso no quiere decir que el arte no implique exigencia, comprensión, o
que todo valga..., no. Mi opinión, sin embargo, es que encerrar el arte con
controles de lectura o terminar un libro con un control de lectura es matar al
alma de la literatura. Porque en literatura, por definición, la lectura valiosa es la
lectura placentera. Nosotros tenemos que intentar acompañar a los niños y
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niñas hacia la lectura valiosa, hacia la lectura placentera; un placer difícil –pues
no todos los placeres son fáciles– pero en definitiva, un placer.
Debemos tener presente que en la escuela no buscamos la erudición sino que
buscamos que se genere una experiencia; que se encienda un fuego, como
decía Montaigne. Porque si conseguimos encenderlo, siempre lo podremos
alimentar y vivificar y al menos, siempre quedarán las brasas. ¿Qué
necesitamos para que el arte y las humanidades estén presentes en la escuela
de una manera adecuada? Yo diría que necesitamos tres cosas. Sobre todo
necesitamos –como ha destacado antes Jaume Aymar– que los maestros den
testimonio de su experiencia artística y humanística. No es necesario que los
maestros que trabajamos con niños seamos eruditos. Sin embargo, debemos
haber tenido una experiencia estética. Por ejemplo, contar con momentos
vividos, simples pero potentes. Por ejemplo, experimentar la vivencia de un rato
de lectura en el aula, cuando el maestro esté leyendo su libro, su novela,
ofreciendo así todo un testimonio de lectura a los niños. En momentos como
éste, es importante que el maestro no esté adelantando trabajo, corrigiendo
ejercicios o arreglando una estantería, sino que esté con el libro, que se haga
presente junto a él. O, por ejemplo, hablemos de aquel maestro que sepa leer
de forma entusiasta una buena novela a sus alumnos o recitarles un poema de
memoria, unos versos que él sienta, viva y haya hecho suyos. Son muchos los
ejemplos que me vienen ahora a la cabeza con respecto a las experiencias a
las que se refería antes Jaume Aymar.
Por tanto, el primer elemento imprescindible para que la sabiduría humanística
y artística esté presente en la escuela es que los maestros la consideren parte
de su experiencia, todo un saber vivido por ellos. El segundo aspecto que
precisamos tener en cuenta es que estas disciplinas se hallen presentes en
toda la escuela, que no estén confinadas al aula del especialista o al curso que
imparta un determinado profesor. Es necesario que se hagan presentes en
todas partes, que estén en la atmósfera, que se respiren. Sabemos que hay
ciertas cosas en la vida que hemos respirado desde siempre, que no nos han
sido inyectadas sino que las hemos olido y han traspaso los poros de nuestra
piel. Por lo tanto, es necesario que las artes y las humanidades estén en el
ambiente, en los espacios e incluso en los objetos. Ahora, por ejemplo,
valoramos más, que una escuela tenga muchos ordenadores o aparatos
digitales que no que tenga piano. Debemos fijarnos en cómo son las
bibliotecas, en cómo tenemos hecha la selección de cuentos y novelas, en
cómo están ordenados los libros y cuál es la actitud con la que acuden los
niños. Incluso, debemos prestar atención a los objetos y crear un tiempo y un
espacio para ellos. Lo más definitivo que necesitamos, además, es llegar a
entender que la utilidad de la educación no se mide tan sólo mediante pruebas
objetivas o acumulando sabiduría técnica y científica –aunque sea muy
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importante– sino que se mide con otros elementos que a pesar de ser más
intangibles tienen una importancia fundamental.
La filósofa Martha Nussbaum publicó un libro titulado El cultivo de la
humanidad, en el que casi al principio encontramos una frase que lo encabeza
y que es una cita de Séneca. Dice así: «mientras vivamos, mientras estemos
entre los seres humanos, será necesario que cultivemos nuestra humanidad».
Jaume Aymar también se refería a esto anteriormente. Todo el arte y la
sabiduría humanística nos permiten cultivar la propia humanidad; la nuestra y la
de los demás. Cabe destacar que nos hallamos ante una paradoja porque lo
que parece en principio, poco útil –el arte y las humanidades– es, de hecho, un
espacio privilegiado de profunda maduración de aspectos que revisten una
importancia capital, como lo es la atención. En la lectura, por ejemplo, se
trabaja extraordinariamente la atención. No puedes leer y hacer otra cosa a la
vez. Es de las pocas actividades que no te permite realizar otra al mismo
tiempo. Además, en la lectura también se trabaja la riqueza del lenguaje y del
pensamiento, la creatividad, el criterio y la empatía con los demás. Para
conseguir que todo esto tome cuerpo en la escuela, la principal tarea que
tenemos por delante es la formación de maestros. Necesitamos generar en la
mayoría de estudiantes de magisterio una experiencia –no una teoría– que
quizás muchos no han vivido antes.
Quisiera leerles ahora, una cita del intelectual George Steiner en la que se
plantea qué es lo que necesitamos para cultivar las humanidades: «Lo que
necesitamos no son programas de humanidades, escuelas de escritura
creativa, programas de crítica literaria, etc.; ya existen. Lo que necesitamos son
lugares. Por ejemplo, una mesa con unas sillas alrededor, en donde podamos
aprender a leer, pero a leer juntos». Esto es lo que nos conviene hacer con los
estudiantes de magisterio; volver a recuperar un determinado sentido de la
lectura, de la lectura del arte para que más adelante ellos puedan transmitirla a
sus alumnos. Por último, también quería mencionar una frase que considero
muy acertada del mismo Steiner; para mí, todo un referente en este tema.
Cuando se le plantea qué es lo que nos aportan las humanidades o cuál puede
ser la ventaja que tenga una persona, que en la escuela haya tenido, por
ejemplo, el gran privilegio de escuchar un piano o de leer buena literatura,
Steiner responde que esa persona tendrá siempre una salvaguarda contra el
vacío. Y yo creo que raramente podemos ofrecer algo más valioso que esto y,
aún más, si tenemos en cuenta los tiempos que corren. Gracias.
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GREGORIO LURI MEDRANO
Pedagogo y filósofo
¿Qué es el humanismo?
Comenzaré diciendo lo que creo que no es... En mi opinión el humanismo no
tiene nada que ver con la beatería cultural. No es humanista quien se reclina
ante los clásicos o quien se comporta como aquel estoico que compró, por una
fortuna, la lámpara de aceite de Epicteto, creyendo que de esta manera
iluminaría mejor su inteligencia. No es humanista quien se dedica a incluir en
su discurso eruditas citas de Platón, de Plutarco o de Petrarca. El humanismo
no es una actividad decorativa. No somos humanistas por el hecho de llevar
flores a la tumba de Goethe. Eso ya lo hizo Goebbels, por ejemplo.
Deberíamos no olvidarnos nunca de la admiración que los nazis sintieron por
Grecia. Las SS dispusieron de todo un batallón de arqueólogos que realizó
excavaciones en Olimpia y Alfred Bäumler citaba a Séneca para justificar el
exterminio de los enfermos mentales. «¿Cómo es posible –le pregunta Karl
Jaspers a Hannah Arendt– que en 1933 pudiera aparecer en Berlín un libro
titulado Platón y Hitler?». En verdad, es precisamente porque estos excesos
sucedieron realmente y porque con ellos se originó una clara perversión del
legado de los clásicos y sabemos que la degradación es siempre una de
nuestras posibilidades de futuro.
¿Qué es, pues, el humanismo? El humanismo es como el sacramento que
cuida del posible humano que llevamos dentro como si de un boceto se tratase.
Este sacramento requiere, para ser posible, un cierto dominio de la atención,
del cuidado de los límites, del reconocimiento de la excelencia y de la
educación del deseo.
El dominio de la atención
El humanismo es indisociable de la educación de la mirada atenta hacia
aquello mejor que podemos llegar a ser.
La manera humanista de educar la atención ha sido la lectura y aún más
concretamente la lectura lenta, porque la buena literatura no nos entrega sus
secretos de forma gratuita o sin esfuerzo, sino que precisa de un hábito de
concentración. Nietzsche, que se consideraba a sí mismo un maestro de la
lectura lenta, ponía a las vacas como modelo a imitar, porque el buen lector
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sabe mascullar, da importancia a los detalles y mastica los dilemas de la
escritura. El buen lector no tiene prisa, no lee en diagonal, sino que avanza y
retrocede a medida que la propia comprensión le impone un ritmo de lectura.
Nos preocupamos mucho por la cantidad de libros que leen los niños, pero a
menudo ignoramos cómo los leen. Posiblemente nos falta una didáctica de la
lectura lenta, que sería en definitiva una enseñanza de la atención profunda.
Actualmente los profesores se quejan, con frecuencia, de una pérdida
progresiva de la capacidad de atención de sus alumnos. Sin embargo,
deberían saber que en realidad tan sólo disponemos de dos instrumentos para
educar la atención: los fármacos y los libros. En algunos casos la opción
farmacológica puede ser recomendable, pero evidentemente la lectura es
recomendable en todos los casos y además no tiene contraindicaciones.
Educación de la atención y conocimiento de uno mismo son como las dos
caras de una moneda. El núcleo del humanismo se encuentra recogido en la
famosa inscripción del templo de Delfos, en Grecia: Gnothi seautón 'conócete a
ti mismo'. Pero ¿qué significa en realidad conocerse a sí mismo? No quiere
decir mirarse uno como en un espejo, de forma diáfana y transparente, para
decirse: «ya me conozco, yo soy así». Nunca nos tenemos ante nuestros
propios ojos como un objeto acabado. El conocimiento de uno mismo empieza
por el cuidado del propio ejercicio de conocimiento de uno mismo. En esto
radica precisamente lo que los filósofos griegos llamaban psyché therapeia (la
terapia del alma) y los latinos como ‘cuidado de sí’ .
El cuidado de los límites
Si buscamos en una enciclopedia el nombre de una cosa encontramos una
definición, pero si lo que buscamos es una persona lo que encontramos es una
biografía. Y una biografía no se cierra más que biológicamente. Nunca
podremos decir, pues, «ya he cerrado mi biografía, ya me he construido
definitivamente a mí mismo».
Recordemos el verso de Horacio: «naturam expelles furca, tamen usque
recurret», por mucho que luchemos contra la naturaleza intentando mantenerla
controlada dentro de ciertos límites la naturaleza siempre se reserva la última
palabra. El humanismo es el cuidado de los límites de nuestra biografía con
insistente atención. Siguiendo una tradición que comienza en Platón y que se
prolonga hasta el filósofo checo Jan Patocka, cuidar el alma significa
proporcionarle experiencias de orden y de límite siguiendo los caminos de lo
bello, lo bueno y lo justo. El alma manifiesta una tendencia espontánea hacia la
fluidez y a dejarse arrastrar por el devenir de las cosas. Cuidarla implica
establecer metas que orienten su flujo y que la mantengan en la reflexividad.
Cuidarla significa proporcionarle experiencias de orden, de fronteras; facilitarle,
por ejemplo, la experiencia de mantener la palabra dada, sin pretender
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satisfacerla con el disfrute de la belleza fácil. El cuidado del alma es un
permanente ejercicio de limpieza de la vulgaridad que llevamos adherida al
alma.
Toda la filosofía antigua es una reflexión sobre el límite del ser. Ciertamente es
así incluso en el caso de los epicúreos, que siempre defendieron que el placer
sensato era bien delimitado. Sólo una escuela se negó a reflexionar sobre el
límite: el escepticismo. El escepticismo antiguo está convencido de que nada
permanece estable y fijo por naturaleza y que, por ello, nada puede ser
definido, por lo que coherentemente con respecto a sus creencias, se acaba
recluyendo en el silencio. Por esta misma razón el escepticismo absoluto se
presenta, de manera paradójica, como uno de los límites de la filosofía (el otro
límite es el dogmatismo).
El reconocimiento de la excelencia
Dado que no vivimos aislados, conferir al alma experiencias de límites significa
también proporcionarle modelos dignos de ser imitados. Ésta es la dimensión
política del cuidado de sí que es lo que, al fin y al cabo, nos plantea Aristóteles
en su magnífica Ética a Nicómaco. Aristóteles nos anima a vernos a nosotros
mismos como arqueros que apuntan a un blanco. La actitud ética tiene que ver
con el mantenimiento de esta tensión cinética potencial. Pero para convertirse
en seres éticos hay que saber dar en la diana. Sin embargo, Aristóteles no
habla ni de blanco ni de diana, sino de un hito. La diana de nuestra flecha es la
meta del hombre sensato, dice. Pero ¿cómo reconocemos al hombre sensato?
Siguiendo la dirección de los ojos de nuestros conciudadanos, nos contesta. El
hombre sensato es aquel que constituye todo un ejemplo de hombre sensato
para una comunidad que considera el sentido común como uno de sus
principales valores.
El cuidado de uno mismo es indisociable del cuidado de nuestra comunidad.
Políticamente somos siempre hitos potenciales para las personas que nos
rodean y las personas que nos rodean son oportunidades ejemplares para
nosotros.
Se conoce una anécdota sobre Sócrates, que ha sido transmitida por Apuleyo,
según la cual, una vez que estaba discutiendo con un grupo de jóvenes, se dio
cuenta de que todos intervenían con preguntas y respuestas, excepto uno, que
permanecía en silencio. Entonces, Sócrates se dirigió a él y le dijo: «Habla para
que te vea». Es decir: no seas una estatua delante de mí, muéstrame ejemplo
de tu implicación en el diálogo, sé un hito para mí.
El Sefer Saasouim o Libro de las enseñanzas deleitables fue escrito por el
judío barcelonés Joseph ben Sabarra en la segunda parte del siglo XII. Narra el
viaje de su autor en compañía del diablo por tierras de Sefarad. Esta es una de
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las muchas y deleitables sabidurías que recoge: «Alguien preguntó a un
maestro de moral quién le había enseñado todo lo que sabía. Observo a los
vagos y hago lo contrario, contestó. Un poco más adelante Sabarra caracteriza
a los vagos por dos rasgos: su incontinencia verbal y la fragilidad de su
atención».
Lo que llamamos cultura occidental ha sido posible porque Occidente ha
querido darse a sí mismo determinados modelos de excelencia que
permanecen vivos en la literatura. En este sentido, la cultura clásica nos será
útil mientras nos proporcione modelos que nos ayuden a aspirar a la mejor
versión de nosotros mismos. En esta aspiración se encuentra el fundamento de
la vida moral, porque mantenerse en un estado de letargo por desconocimiento
de lo que podemos llegar a ser, significa mutilar nuestra existencia. En el
décimo aniversario de la muerte de Borges, su amiga Susan Sontag escribió:
«Los libros no son tan sólo la arbitraria suma de nuestros sueños y nuestra
memoria, sino que nos ofrecen también un modelo de auto
trascendencia» (Letter to Borges).
Escribe Plutarco en sus Consejos sobre Política que en una ocasión los
atenienses pillaron a un mensajero de su peor enemigo, el invasor Filipo de
Macedonia, y le descubrieron una carta que Filipo dirigía a su mujer, Olimpia.
Sin embargo decidieron no abrirla porque consideraron que no era de su
incumbencia conocer las comunicaciones entre un hombre y su mujer. ¿Cómo
es que todavía nos conmueve esta historia de hace casi 2.500 años? Podemos
decir que este comportamiento es excepcional y lo es, efectivamente. Pero esta
excepcionalidad nos muestra una de las muchas posibilidades de ser hombre.
En la excepcionalidad del gesto hay una invitación a la emulación. Pero para
responderla, debemos tener educada la atención y el apetito.
En las Cuestiones naturales, cuando Séneca habla de Alejandro Magno, dice
que aunque hizo en realidad muchas cosas admirables, mató a Calístenes, que
era la persona que quería ponerle límites y de la que no soportaba sus
recriminaciones. Es indudable que Alejandro fue un gran personaje histórico
que además mató a miles y miles de persas, pero no obstante su historia ha
quedado marcada para siempre por lo de Calístenes. Mató a Darío, liberando a
los griegos del peligro ancestral de los persas, pero también mató a Calístenes.
Creó un imperio como nunca se había visto otro igual, pero mató a Calístenes.
En definitiva, nos dice Séneca, Alejandro fue muy grande, sí, pero no fue lo
suficientemente grande como para convertirse en un modelo para nosotros.
La educación del deseo
Este fenómeno cultural tan extraño que llamamos posmodernidad, no es, en
definitiva, más que una voluntad de jugar con los límites. Digamos que la
posmodernidad se interroga obsesivamente por el ser del límite y como no lo
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encuentra cree que toda delimitación es arbitraria. En la posmodernidad, como
se ha dicho de forma muy plástica, todo es fluido todo es líquido. La pregunta
de los antiguos era otra: era sobre el límite del ser. Podemos claramente
afirmar que si no hay límites, no hay fines y por consiguiente, tampoco
entonces se originan posibilidades de educar la atención.
Ciertamente, hay algo de inestable en todo lo que nos rodea. «Queremos
captar las cosas, pero no están quietas», decía Platón. Si buscamos sabiduría
es precisamente porque ésta huye de nuestro alcance. No sabríamos qué es lo
que buscamos si no fuera porque podemos intuir lo que nos falta. Caminamos
tras algo que intuimos como muy valioso, pero que, como no tenemos, no
podemos utilizar. La inestabilidad de lo que nos rodea no se presenta siempre
de la misma manera. Es indudable que ha habido un gran progreso en
conocimientos científicos y tecnológicos que nos permite entender mejor la
realidad, pero no es menos indudable que este progreso no ha ido
acompañado de una profundización similar en el conocimiento de nuestra
alma. Si ahora mismo Sócrates entrara por esa puerta y viera lo que estamos
haciendo aquí, se quedaría admirado por la tecnología que nos rodea, pero
podría participar activamente en nuestros debates en el seno de la actual
sociedad terapéutica. Debemos reflexionar sobre la diferencia entre lo que
podemos denominar como saber medible (científico y técnico) y saber sensato
(el saber propio de las cosas humanas), porque su heterogeneidad nos insinúa
algo que es de la mayor importancia: sea cual sea el Todo, para nosotros, se
encuentra formado por dos partes: la de las cosas humanas y la de las cosas
científicas y cada parte debe ser comprendida de acuerdo con su específica
naturaleza. Por esta razón, por ejemplo, el saber que ha hecho posible la
bomba atómica no puede ser el mismo que decida sobre su uso. Tal vez, si
todavía podemos ser socráticos es porque quizás la sabiduría comienza allí
donde tomamos conciencia de nuestra ignorancia en lo que atañe a las cosas
humanas. El humanismo es el tratamiento propio y específico, de las cosas
humanas.
¿Cuál es la diferencia más clara que se da entre las cosas humanas con
respecto a las no humanas? Lo diré en pocas palabras: las no humanas se
dejan explicar por sus causas eficientes, mientras que a ninguno de nosotros
nos explicará nada un hueso de Atapuerca. A nosotros lo que nos explica son
nuestros fines y por ello, lo que mejor nos explica es la claridad de nuestras
aspiraciones.
Ante esta necesidad de diáfanas aspiraciones que nos definan a nosotros
mismos en ese cuidado de nosotros mismos, se entiende con más precisión la
relevancia del humanismo como sacramento del cuidado de nuestra alma,
mediante la atención, la educación del deseo y el reconocimiento de la
excelencia.
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El humanismo sabe y eso sólo lo sabe él, que la respuesta a los enigmas
humanos no se encuentra en los huesos de Atapuerca. Por eso mismo es
esencial ofrecer a nuestros jóvenes motivos de estudio que trasciendan más
allá de esos huesos de Atapuerca.
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Aportación de Salvador Giner
Vivimos en el siglo XXI y parece actualmente como si las humanidades
ocuparan un lugar precario e inseguro, dado que por causa de toda una serie
de razones económicas, políticas, de estructura social y de oportunidades, la
tendencia que rige en las universidades, en los lugares de aprendizaje superior
y también en las escuelas es la de tener ocupada la mente con otras cosas, no
sólo con lo relacionado con la ciencia sino también y en gran medida con la
tecnología. Todo esto sucede además en las escuelas de negocios que
tienden, evidentemente, a la economía aplicada, al provecho económico, a la
creación de directivos y al surgimiento de un determinado tipo de ser humano
que todos conocemos, aunque no quiero generalizar pues, como en todo,
también se dan excepciones.
El manifiesto está dirigido a la ciudadanía. Si bien cualquiera puede apuntarse
a él, en realidad, fue un pequeño esfuerzo local. Las reuniones tuvieron lugar
en la sede del Institut d’Estudis Catalans y alguna, como la última, en el
Seminario, en la Facultad de Teología. Fue así como logramos un manifiesto en
el que expresamos nuestra preocupación al no poder concebir qué tipo de
mundo tendríamos si llegara el día en que no se cultivaran las humanidades.
Ciertamente y aún cuando a veces resultan difíciles de definir, todos sabemos
de qué hablamos al referirnos a ellas. Hablamos de historia, del conocimiento
del arte, de un conocimiento mínimo de filosofía o por lo menos, de esa
filosofía occidental, que posee una extraordinaria tradición y que ha sido,
digamos, la espina dorsal de nuestra ciencia y de nuestra filosofía, de la moral
y de la ética occidental.
Existen toda una serie de tradiciones –básicamente la de Atenas y la de
Jerusalén– que se unificaron, por ejemplo, en San Agustín y que desde
entonces, han dado paso a esa tradición que pasando por el Renacimiento y
por el racionalismo de Descartes y Spinoza ha llegado también hasta hoy. Todo
ello, se ha constituido como el gran centro del pensamiento occidental sin
menospreciar, no obstante, a ninguna otra cultura en el mundo, como, por
ejemplo, la budista, la hindú o la china. Restringiéndonos, pero, a la nuestra,
contamos con una inmensa tradición que hace que no podamos imaginarnos
cómo sería el mundo sin su existencia. La tradición occidental se basa
claramente en el espíritu crítico, en el espíritu analítico, en sopesar los dogmas
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y en aceptar en cierta medida –y pienso, por ejemplo, ahora en San Agustín o
en Santo Tomás– un número de dogmas que convivan en un diálogo abierto y
en una actitud racional. Creo que, sin duda, uno de los grandes pensadores
racionales es Santo Tomás y también, en cierto modo, San Agustín; realmente,
por tanto, existe una inmensa tradición y es por ello que unos cuantos
catalanes, algunos de ellos catedráticos de física nuclear o de matemáticas…
hemos realizado este manifiesto.
Actualmente, surgen en todas partes reflexiones de este tipo y por eso cabe
destacar que nuestro manifiesto no tiene ninguna pretensión. Pero las
personas que trabajamos con la cultura debemos hacer un esfuerzo para
reivindicar la cultura humanística y con ello demostrar que es fácil acceder a
ella, para poner de manifiesto que ésta no es prohibitiva ni excluyente. Yo, que
soy un gran aficionado a la obra de Montaigne, lo leo en francés, tal vez porque
aprendí ese idioma de pequeño, pero debo decir que curiosamente los
Ensayos de Montaigne son textos transparentes, elegantes, y maravillosos en
todos los sentidos y que, por ello, no son difíciles de asimilar. Recientemente
un traductor valenciano, Vicent Alonso, los ha traducido al catalán y ha
realizado un magnífico trabajo, por lo que yo creo que actualmente ya no son
algo prohibitivo.
Os he citado como ejemplo los Ensayos de Montaigne que, además, ya
tenemos en catalán, aunque el francés es una lengua facilísima porque, como
todo el mundo sabe no deja de ser un dialecto del catalán. En resumen, quiero
decir con esto, que las humanidades sí que se encuentran a nuestro alcance.
La paradoja, sin embargo, es que tengamos que reivindicar algo que debería
ser obvio y que, además, admite tantas visiones diferentes. Existe un
humanismo cristiano de la misma forma que existe un humanismo marxista,
aunque ahora ciertamente se encuentre más muerto que nunca porque ya no
hay marxistas y a los que quedan hay que buscarlos casi con lupa.
Para terminar, quiero deciros que el humanismo no puede concebirse tan sólo
en la antigüedad, aunque todos hemos hablando de la época griega, yo el
primero. Creo que el humanismo también estaba bien vivo durante el siglo XVIII.
Se escribía entonces con gran transparencia. Si leéis a Voltaire, que era tan
anticristiano y/o anticatólico, comprobaréis no obstante que difícilmente puede
refutarse lo que dice. Uno de los grandes pensadores católicos tradicionales
como fue Montesquieu, quizás el más grande pensador del siglo XVIII –y no os
digo que leáis L'esprit des lois, 'El espíritu de las leyes', que es un libro
extraordinario, fantástico, pero bastante largo y que si yo he leído ha sido
porque mi profesión es estudiar la historia de las ideas–tiene las Lettres
persanes, las Cartas persas, que son tan divertidas que cualquier estudiante de
primer curso que tenga una mínima capacidad lectora, puede leerlas. Y yo,
incluso sería partidario –aunque esto no lo hemos hecho constar en el
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manifiesto–, de que en algunos lugares como en la Facultad de Medicina, la
Facultad de Física y la de Pedagogía, evidentemente y por decirlo en francés,
cela va sans dire, existiera una disciplina dedicada a la historia de las ideas
occidentales.
Conocemos todos el país y cómo funciona la universidad, pero suponiendo que
esto se hiciera con rigor, con seriedad, como se hace ya en Alemania, donde
permiten que una persona que estudia tecnología también pueda estudiar una
asignatura de otra disciplina, funcionaría; o sino tal como hacían en una
universidad británica a la que asistí, donde te permitían coger una unidad de
fuera de tu facultad y muchos estudiantes cogían –y hablo desde la experiencia
de haber estado en una universidad británica muy antigua– lo que se
denominaba el free ninth, es decir, la novena parte libre; una asignatura de las
nueve que tiene una carrera, porque allí hay pocas, de asignaturas, ya que los
ingenieros o médicos ingleses no tienen más de treinta o cuarenta asignaturas
en toda la carrera. No. Ellos disponen de otra estructura universitaria, mucho
más razonable y racional, que son dos cosas diferentes y muchos se
matriculaban a esta asignatura. Alerta, sin embargo, porque no resultaba más
suave o más fácil sino que era como todas las demás.
Si alguna vez llegáramos a este nivel, creo que habríamos hecho un recorrido
muy firme hacia la recuperación –como dice el díptico de hoy– de las
humanidades, lo cual es una tarea urgente y necesaria, porque pensad tan sólo
en que si nos alejáramos de ellas, si las olvidáramos, qué tipo de mundo nos
esperaría. Muchas gracias.
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APORTACIONES EN EL COLOQUIO
● Quisiera formular una pregunta a Gregorio Luri en lo que concierne al ámbito
de la educación. Cuando hablábamos de las humanidades como de este
conocimiento del límite y como de la posibilidad del hombre de hacer lo mejor o
lo peor, entiendo que nos referíamos a una humanidad proactiva, a la
capacidad de decidir y por lo tanto, de responsabilizarse y comprometerse con
las decisiones tomadas. Me gustaría que pudiera ampliar su explicación en lo
que se refiere a los aspectos de posibilidad y de decisión. (Ignasi Batlle)
«Ya lo decía explícitamente el antiguo Cicerón, “allá donde viva la ética,
selección”. Uno no puede mantener en reserva el comportamiento ético, no
existe un depósito donde conservar la bondad, la autoestima o cualquier virtud
y/o la capacidad de elección. Ahora bien, la ética juega un papel esencial en la
forma en que lo ordenamos todo, ya que, de hecho, es el orden del
comportamiento lo importante; no es otra cosa. Sin embargo otro aspecto, que
podemos considerar es la comprensión, la teoría. La teoría, no obstante, no
siempre tiene que encajar necesariamente con la ética. A veces, incluso
necesitamos una ética de compromiso porque no tenemos las ideas lo
suficientemente claras al actuar. Mientras que la práctica es inmediata, directa
y exige una respuesta instantánea, los problemas teóricos son siempre mucho
más vastos e incluso rebasan nuestra capacidad de comprensión. Por eso
subrayaba que los aspectos humanos sólo representan una pequeña parte,
muy específica, dentro de un todo. En el laboratorio, en cambio, uno puede
decidir si realizar o no un experimento y comprobar enseguida el resultado.
»En lo que concierne a los aspectos prácticos, cuando uno se propone actuar,
a menudo se introduce repentinamente en una variable incontrolada que le
obliga a tomar una decisión en ese mismo momento. Descartes también lo
decía clara y llanamente. Cuando llega el momento de actuar, debemos tener
unas normas muy claras. Y a veces, incluso, yo creo que debemos tener
normas –y lo que ahora diré sé que es polémico aunque es lo que pienso– aún
sin poder fundamentarlas teóricamente. Aquí ya encontramos elementos de
confianza, de estima y de toda clase. Le respondo ahora a la pregunta que me
hacía. Sí. La ética sólo vive en la acción. Sin embargo, existe una parte teórica
en la dimensión humana que no se halla ligada necesariamente a la acción,
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sino que pertenece a otro ámbito. Y, en mi opinión, esta ambivalencia del ser
humano es, precisamente, lo que le aporta su problemática riqueza». (G. L.)
«Concretamente, respondería a la pregunta recordando una frase de
Aristóteles: “Lo más práctico es una buena teoría”. Quizás hemos establecido
excesivos dualismos. ¿Con qué nos encontramos? ¿Cuál es el contexto social?
Entre los profesores presentes hoy aquí, a menudo hemos comentado que
existe una anomia, una ausencia de normas. Este es un hecho incuestionable.
Probablemente, como dice Gregorio Luri, no siempre es necesario que las
normas sean fundamentadas. ¿Cómo le enseñas hoy en día a un adolescente
que es mejor ser solidario que no serlo? El te contestará: “¿Por qué?” Si no
sabemos justificarlo, si no tenemos suficiente capacidad de respuesta, no lo
tenemos nada fácil. Y la anomia puede crecer. Resulta cierto, en lo que
respecta a los temas éticos, que evidentemente, existe la dimensión más
testimonial, la de llegar a creérselo; creer que si finalmente disponemos de
normas es para lograr ser más felices. Por tanto, deben existir unas normas,
aún cuando sean mínimas, porque la anomia no conduce a la felicidad. El reto,
sin embargo, que supone intentar humanizar un difícil contexto, no resulta nada
sencillo. Me parece que era Edgar Morin quien decía que debemos reconocer
la complejidad de la realidad y la realidad de la complejidad. Ante situaciones
complejas, no hay respuestas simples; las respuestas también son complejas».
(J. A.)
● Nos han convocado bajo el lema de Recuperar las humanidades, un título
poderoso que consigue llamar la atención. Sin embargo, no me satisface del
todo porque pienso que no plantea suficientemente bien la cuestión. Creo, sin
embargo, que la intención que subyace es magnífica. Estuve presente en el
acto del Instituto d’Estudis Catalans, en el que se presentó el manifiesto al que
antes se refería el profesor Giner y estoy totalmente de acuerdo con ese
espíritu. Sin embargo, explicaré, porque encuentro insuficiente este lema.
Recuperar significa volver a tener lo que se ha perdido y, en cierto sentido,
puede entenderse como una consigna de defensa. Porque parece que se
quiera decir y socialmente puede ser interpretado así, que los que se dedican a
las humanidades han perdido oportunidades o tienen por ejemplo, menos
horas de clase, etc. Se trataría, por lo tanto, de que volvieran a ocupar su
parcela de poder o bien de que recuperaran de nuevo su presencia en el
mundo de la enseñanza. Aún así, creo que con esto no basta aunque
considero también que es una formulación lógica, una petición de lo más
humana e incluso quisiera que se cumpliera. Con todo, la encuentro
insuficiente, porque creo no debería plantearse la recuperación del número de
horas o del número de cátedras y/o de plazas de instituto sino que debería
repensarse todo. Sería preciso cambiar la dinámica siguiendo la línea de
pensamiento del Dr. Craven –su razonamiento me ha impactado mucho–
cuando dice que hay que enseñar al estudiante de medicina o al médico a
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mirar al paciente a los ojos. Esto, podemos afirmar que no es cuestión de
horas, no se trata de decir: «ahora destinaremos cuatro horas más al estudio
de la medicina o de la investigación». No, aunque habría que partir de la idea
de recuperar, no debería plantearse esta cuestión desde una postura
defensiva. Correspondería ofrecer una discusión ideológica y un
replanteamiento de las prioridades de nuestra sociedad, sobre todo en lo que
concierne a la educación. O sea, no se trata de cómo repartirse las horas sino
de establecer toda una escala de prioridades: ¿qué es lo más importante y qué
lo es menos? ¿Qué debemos dejar de lado? Tengo la impresión de que la
historia de la humanidad está repleta de literatos y que cada vez hay más. Me
explico; si uno se dedica a estudiar a los escritores hispanoamericanos
contemporáneos, olvida con ello, el estudio de la Edad media o el de épocas
más antiguas. Esto ocurre a todos los niveles en el ámbito del conocimiento y,
por lo tanto, es inevitable que unas materias desplacen a otras según sea el
criterio prioritario. Parto de la base de que el ser humano es limitado en cuanto
a su capacidad intelectual y en cuanto también al número de horas que puede
destinar a aprender o a reflexionar y no estoy hablando únicamente de adquirir
conocimientos. Así pues, creo que el replanteamiento debería encaminarse en
este sentido. Lo que hace falta es decidir a qué o a qué temas dedicamos más
esfuerzo y qué debemos en cambio, pasar por alto. No se trata, pues, de
promover una recuperación puramente reivindicativa que implique dedicar más
tiempo a las humanidades o que reclame que éstas tengan una mayor
presencia en la enseñanza. (Ignasi Farreres)
● Son muchas las ideas, reflexiones y preguntas que a lo largo de la noche las
distintas intervenciones me han suscitado y que quiero dirigir a los ponentes.
Cuando Mar Esteve explicaba su actividad con los niños, encaminada hacia
una formación ni exclusivamente científica ni totalmente humanística, sino
holística, he recordado como en el año 2010, en París, un científico nos
comentaba sus últimos progresos. Yo, le pregunté si lo que nos estaba
contando le había supuesto muchas horas de trabajo o esfuerzo. Le pedí que
me explicara el proceso de aprendizaje y formación que había seguido desde
prácticamente su etapa en el jardín de infancia hasta llegar a acumular todos
aquellos conocimientos. Pero no fue capaz de darme una respuesta. Más
tarde, otro de los asistentes a la conversación volvió a hacerle una pregunta
similar, relacionada esta vez con el bachillerato francés; ¿qué había querido
estudiar un par de años antes de la universidad? Al año siguiente volví a
participar en una conversación con el profesor Étienne. Cuando me di a
conocer, me dijo si yo no era el que le había preguntado sobre su educación,
porque a lo largo del año le habían interpelado en más de dos ocasiones sobre
esa misma cuestión. Por esto, yo me pregunto cuál es el camino que han
seguido los que ya han terminado su formación –ya no hablamos de ciencias ni
de letras sino de completar el trivium y el quadrivium– para llegar a alcanzar un
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vivir y un saber plenos. Porque creo que del ejemplo de los sabios siempre
podemos extraer un aprendizaje. Quisiera hacer una reflexión a propósito de lo
que ha comentado Jordi Craven cuando nos ha hablado del problema
financiero y sobre la perspectiva de que viviremos esclavizados, por lo menos,
durante dos generaciones. ¿En qué pensaban los llamados gurús de la ciencia
económica cuando planificaron todo esto? Porque, por lo que veo, obraron con
una total ausencia de valores a la hora de originar toda esa debacle de las
subprimes. Ésta es una pregunta que quiero dejar en el aire. Los hechos han
pasado por delante de los valores y ésta es la consecuencia para una sociedad
a la que sólo le interesan los resultados. Y podemos ligar esto a la pregunta
anterior de cómo se ha podido llegar a esta situación.
La técnica no nos facilita las cosas sino que nos convierte en usuarios y en
esclavos de las tecnologías. Porque, de hecho, la técnica sólo pertenece al
científico, al investigador o al inventor que ha estudiado y/o creado una
máquina y que ha encontrado aquel procedimiento que nos ahorrará a todos
trabajo. Por último y a propósito de la argumentación final de Gregorio Luri
sobre la precaria situación de las humanidades y en lo que respecta al hecho
de que hayan sido reemplazadas por otras disciplinas, quiero plantear la
cuestión de si acaso son las mismas humanidades las responsables de este
estado de cosas o si bien todo es consecuencia del intento de implantarlas en
un ambiente científico y técnico. Porque, claro, sobre este tema creo que he
proporcionado algunas claves sobre cómo poder dar el salto hacia la
recuperación del sabio de la Edad Media, del Renacimiento, porque nos hemos
separado tanto de él, que ahora volvemos a necesitar a ese hombre sabio, más
que nada debido a esa pérdida del humanismo que se ha ido denunciando.
(Antoni Monferrer)
«Bueno, he escuchado todas las observaciones y aunque estoy de acuerdo
con todas en general, no sé bien como seguir abordando el tema... Sí que
resulta cierta esa idea de pérdida de una visión más global del ser humano y
en la pedagogía, por ejemplo, nos hemos ido separando de la filosofía. La
pedagogía del arte ha quedado como algo esquelético, en cierto sentido y por
lo tanto sí que se origina también aquí la voluntad de buscar una aproximación
al ser humano que no sea sólo desde la especialización o desde la
atomización, sino que implique al ser humano que se piensa a sí mismo, en la
línea de lo que hablaba antes Gregorio Luri sobre el conocimiento de uno
mismo o la búsqueda de uno mismo. Creo que las humanidades se enmarcan
en esto: no entender la educación sólo como una suma de elementos, sino
situarlas en la constatación de que hay un aspecto nuclear que tiene que ver
con una visión global del ser humano que se piensa a sí mismo, que se
entiende a sí mismo. Y, claro, el arte, las humanidades, ya en la escuela,
permiten por ejemplo que se conozcan vertientes o facetas que, si el arte o la
literatura no estuvieran presentes en las aulas, tal vez no surgirían nunca,
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como la finitud, la dificultad, la adversidad... De alguna manera, son como la
puerta de las dimensiones del alma también en la escuela y por lo tanto, estoy
muy de acuerdo con esto». (M. E.)
● Quisiera hacer una interpretación de esta decantación entre las humanidades
y el mundo científico y técnico y mi lectura quiere ser ideológica. Creo que
detrás de este arrinconamiento del mundo humanístico subyace una estructura
ideológica que lo empuja. Quizás esto sea reducirlo todo demasiado, pero aún
así me parece que el mundo científico y técnico es más insensible frente a los
poderes. A este mundo para el que lo más importante es la praxis científica,
estrictamente hablando, ya le va bien la situación, porque de hecho es aliado
del poder. En cambio, uno de los objetivos de las humanidades es construir
discurso y saber cuánto cuesta realmente construir discurso, cuánto cuesta
tener ideas originales e impactantes, la solución acaba pasando por arrinconar
las humanidades. Tenemos alumnos que estudian muy poco de filosofía, de
historia o de literatura y que sobre todo las viven poco. Porque no se trata
simplemente de leer a Platón sino de leer a Platón y tener una opinión, ya sea
ésta favorable o desfavorable. Todo ello, construye discurso, de tal manera que
el pensamiento acaba actuando en contra de los poderes.
Pondré algunos ejemplos: una señora como Ada Colau tiene discurso; puede
gustar o no, y a los poderes les gusta bien poco, pero tiene discurso. Y no sólo
tiene discurso sino que, además, se implica. Es decir, una cosa es tener
discurso y todos podemos tenerlo en un momento dado y otra implicarse,
comprometerse con este discurso. Una persona como el profesor universitario
madrileño Pablo Iglesias, del movimiento Podemos, tiene discurso y tiene
discurso porque ha estudiado humanidades; no porque haya estudiado en un
mundo más específico o técnico, por más admirable que éste sea, sino porque
ha estudiado historia, ha leído literatura, se ha implicado en la sociología. Una
persona como Teresa Forcades tiene discurso, y ¡qué discurso más trasgresor!
Nos hace pensar en un discurso nuevo. A mí me parece que las humanidades
sirven precisamente para eso, para que las generaciones nuevas tengan
discurso, guste éste o no. En el mundo político, por ejemplo, los representantes
de la CUP tienen discurso y se creen lo que dicen y todo esto es gracias a las
humanidades. ¿Qué pasaría si las humanidades, en este mundo de la ESO,
desaparecieran del todo? Yo soy profesor y veo lo que está pasando: lo que
hace la ley Wert es verter agua al fuego de las humanidades; así, siguiendo por
este camino, lo que lograremos es que haya generaciones ESO sin discurso y
nos habremos convertido en un pueblo doblemente insensible. Si ahora ya lo
somos bastante con la generación BUP y COU, con la generación ESO lo
seremos aún más; no pasaremos de ser unos títeres, me parece a mí, de los
poderes establecidos. Querría que comentarais más ampliamente este tema de
la dialéctica que se origina entre ciencia, humanidades e ideología. (Norbert
Botella)
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● Si no me equivoco, has elogiado el hecho de tener discurso. Pero yo creo
que lo más importante es saber si el discurso es correcto. Porque, a ver, yo
siento un enorme respeto por Ada Colau, Teresa Forcades y la CUP, que tú has
mencionado y que es un grupo político con representación en el Parlamento.
Todos ellos son personas a las que respeto mucho. Ahora bien, la cuestión no
es ésta, sino saber que en realidad tener discurso no representa nada, porque
Hitler tenía discurso, los fascistas tenían discurso, Stalin tenía discurso. Tener
discurso no quiere decir nada, porque lo más importante es la verdad. Lo que
conviene es saber qué dice este discurso. ¿Fomenta la fraternidad? (Eso que
ahora llaman solidaridad porque hay que decir las cosas por otro nombre y así
todo el mundo contento.) Se debe hacer un análisis del discurso. Y perdonad
ahora si he dicho algo que hacemos y que ya resulta clásico entre los
sociólogos, como es que lo de que el discurso lo analizamos porque damos por
supuesto que todo el mundo lo tiene. Incluso la gente que parece que no lo
tenga, a pesar de todo tienen el discurso de no tener: el de la confusión mental,
algo muy corriente entre los políticos de este país. No obstante, también hay
otros, afortunadamente, que tienen las ideas muy claras. Es decir, se debe
analizar el discurso. ¿Cómo era aquella expresión latina? «Amicus Plato sed
magis amica veritas». Platón, que tanto ha sido citado, porque yo hoy he oído
su nombre más que el de cualquier otro sabio, sí que es amigo nuestro, lo cual
me llena de satisfacción, pero la verdad es incluso mucho más amiga. Por eso
creo que el discurso, por sí mismo, no garantiza nada. (Salvador Giner)
● He apuntado aquí una frase que no conocía pero que me ha gustado mucho,
cuando Sócrates dijo a un alumno que no hablaba: «Habla para que te vea».
Hoy, como es el primer día que vengo a cenar con ustedes, me levanto para
que me vean, satisfecho de haber encontrado un colectivo de personas como
el suyo.
A mí, por ejemplo, me gusta mucho el cine. Y a la vista de este coloquio, del
cual yo no sabía muy bien sobre qué tema trataría, dado que me invitaron muy
gentilmente ayer, me vienen a la cabeza tres películas que tienen algún punto
en común. Una de Woody Allen, en la que en una de las secuencias cómicas,
sale y dice: «¿Qué será de mí, si mi rabino, que era un hombre experto en
temas de felicidad, se ha suicidado?» Esto me hace pensar en mi situación, ya
que yo soy profesor y ahora estoy de baja por burn-out, el síndrome de estar
quemado. Si bien resulta que tengo gran esperanza en la juventud y aprecio
mucho a mis alumnos, veo que ellos no me entienden. Y eso que hablamos el
mismo idioma. Pero no me entienden. Además, mantenemos muchas
discusiones, porque yo todavía creo, soy hombre de humanidades y creo, que
el poder del razonamiento debe prevalecer. Sin embargo, no es culpa de ellos,
es culpa nuestra.
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Una segunda película, que a mí me cogió siendo más joven, es La lista de
Schindler. En una escena de la película, al lado de unas mesas y sillas
plegables, se observa como los guardias sitúan a todos los judíos en fila y
hacen que cada uno de ellos explique cuáles son sus capacidades o
habilidades. Un venerable y erudito anciano, al ser interpelado por uno de los
oficiales, que le dice que en base a lo que responda, sellará su tarjeta,
decidiendo así su destino, explica, que es profesor de filosofía e historia y que,
además, enseña música. Y entonces el funcionario nazi coge un sello y
estampa en su tarjeta: «No apto». O sea, hacia el crematorio. No sé si esto
será el futuro que queremos nosotros, pero a mí es un poco el miedo que me
está entrando.
Y, en cuanto a la tercera, no me gustaría terminar como nos lo pinta Ray
Bradbury en su Fahrenheit 451, llevado magistralmente al cine por François
Truffaut, viviendo en un mundo en el que todos tengamos que aprendernos
íntegramente un libro de memoria y habitar en un bosque, escondiéndonos de
los bomberos, porque el simple hecho de tener libros sea considerado un acto
podríamos decir, reprobable o reaccionario para una sociedad que cree que ha
llegado al punto culminante de su civilización. En mi opinión, esta preservación
de los libros gracias a la estrategia de memorizarlos vendría a ser la última
manifestación de la biblioteca de Alejandría. (Luis Tena)
«Tengo la sensación de que se nos quedan tantas cosas en el tintero, tantas,
que debo intentar establecer algunos límites e intentaré hacerlo contándoles
una anécdota. En una época determinada entre las dos guerras mundiales, en
la ciudad de Viena, un grupo de la Guardia Roja asaltó un diario de la ciudad.
Quien dirigía el asalto era el hermano de un periodista que era el encargado de
la sección de economía y que en ese momento se encontraba de guardia en
las oficinas. Cuando intentaron apropiarse del diario, el periodista les preguntó
cuál era el motivo. Y le contestaron que evidentemente, como eran portavoces
del capitalismo, ellos, en plena revolución no podían consentir durante su
revolución, que el periódico siguiera funcionando. El periodista viendo que no
podía enfrentarse a ellos por la fuerza, finalmente les cedió la entrada pero, no
obstante, le dijo a su hermano: “Pues esta noche escribiré a mamá”. ¿Cuál es
nuestro problema? Saber dónde está mamá. Nuestro problema es que nos
sabemos donde está mamá. Porque resulta evidente que la sabiduría que ha
dado lugar a la bomba atómica no es la misma sabiduría que puede decidir
sobre su utilización. Pero aquí no estamos anunciando una solución sino un
problema, porque no tenemos ese saber que pueda decidir su uso, sino que
tenemos una pluralidad de saberes en pugna. Claramente ésta es la situación,
la de nuestro mundo. ¿Cómo enfrentarnos a las urgencias del presente cuando
lo que tenemos es un conflicto axiológico entre diferentes visiones del mundo,
que reviste a todo de gran complejidad? ¿Qué podemos hacer en este caso?
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Pues no lo sé, pero una de las cosas que seguro que no hay que hacer, es
dimitir.
»Pienso que las humanidades, como siempre, tienen una capacidad muy
limitada. Esta limitación, sin embargo, es realmente decisiva. ¿Qué nos pueden
proporcionar positivamente y no como reacción, las humanidades? Bien,
ciertamente sin humanidades no entenderíamos el paisaje contemporáneo. En
el fondo, la cultura occidental se podría resumir como un diálogo entre
diferentes y grandes personalidades. Si vamos al Museo Picasso, veremos a
Picasso dialogando con Velázquez y a éste con otros. Consideremos, por
ejemplo, ese gran diálogo que se establece en el Ulises de Joyce. Digamos
que una persona culta es aquella que es capaz de entender algo de este
diálogo. ¿Qué nos sugiere toda esta conversación ininterrumpida a lo largo de
los siglos? Este diálogo no nos proporciona ni recetas ni fórmulas mágicas,
pero sí que nos pone de manifiesto cuáles son los grandes problemas de la
condición humana y la debilidad de ésta. Los problemas reales con los que nos
tenemos que enfrentar. Somos débiles, tenemos más problemas que
respuestas a los problemas y hay una situación ante la que, como la ciencia
avanza a toda velocidad y la moral, en cambio, no lo hace al mismo ritmo, la
propia pluralidad social provoca que aún resulte más difícil ofrecer respuestas.
Por ello, el no saber, la conciencia del no saber, es más urgente que nunca.
Dicho de otro modo, Sócrates es ahora mismo, más contemporáneo nuestro
que nunca. Por otra parte, diría además que, ante tal complejidad, se da otro
aspecto a tener en consideración que resulta urgente e imprescindible. Su
nombre correcto es, piedad. Existe algo inmenso, de tal enormidad que se nos
escapa y ante esto podemos llegar a tener incluso una sensación de rechazo,
de abuso o de piedad (y no me refiero estrictamente a una piedad religiosa). Es
entonces cuando la conciencia del no saber que nos aporta el gran diálogo,
más la prisa que tenemos en solucionar problemas y el hecho de darnos
cuenta de que no podemos tener respuesta para todo, nos impulsa a ser
humildes. Todo ello nos deja en una precaria situación, pero precisamente y en
mi opinión es la vivencia de esta precariedad la que supone la mejor aportación
a las humanidades». (G. L.)
«Quería intervenir, ligando un poco mi intervención a lo que ha manifestado,
Gregorio Luri sobre lo de que las humanidades crean discurso. Yo creo que no
se puede ir hacia las humanidades pensando que sirven para crear discurso,
porque esto supone como una perversión de la aproximación a las
humanidades, por decirlo de alguna manera. Resulta evidente que el hecho de
acercarnos a las humanidades, puede convertirnos en personas de cabeza e
ideas ordenadas, capaces de decir lo que pensamos y capaces de proyectarlo
hacia los demás; en definitiva, convertirnos en individuos críticos con la
realidad y al servicio de las utopías. No obstante, si profundizamos en las
humanidades tan sólo para fabricarnos un discurso, las estaríamos
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instrumentalizando. Por ejemplo, probablemente un publicista podría estudiar
humanidades sólo para tener discurso, para tener buenas ideas o para ser
creativo. Pero yo creo que la entrada a las humanidades debe ser por otra
puerta, aún siendo verdad que pueden proporcionarnos un determinado
discurso. En este sentido, estaría de acuerdo y de hecho, ya lo ha dicho
Gregorio Luri, en que quizás de discursos hay muchos; ciertamente tenemos
un montón de discursos. Lo que resulta más relevador, no obstante, es llegar a
tomar conciencia de esa limitación, de esa fragilidad, de ese sentirte superado
por las circunstancias y de la capacidad de resistencia que a esto opongamos.
Posiblemente, esto sea aún más elocuente que el mero hecho de tener
discurso. No quiero decir con esto que la mayoría de discursos no revistan de
gran valor pero hay que reconocer que subyace cierto grado de perversidad en
los discursos elocuentes.
»En lo que respecta al tema de buscar lo nuevo o buscar lo más rompedor,
estaría de acuerdo con lo manifestado antes, sobre que si entrara Sócrates
aquí podríamos compartir muchas cosas con él. En educación, por ejemplo;
esa manía por la innovación a tantos niveles provoca, en ocasiones, que
olvidemos lo que es intemporal y creo que eso es lo más importante. En
cambio, es en el aspecto que menos se profundiza, porque la mayoría de las
veces vamos detrás de la ultima innovación tecnológica, metodológica, o
terminológica. Por lo tanto, en muchas ocasiones el discurso de la novedad,
nos ciega y no nos permite ver los fundamentos o bases». (M.E.)
● Seguiré con el discurso crítico de Mar Esteve, ligándolo a la reflexión del Sr.
Farreres sobre el lema de «recuperar las humanidades» y tomando como base
alguna de las ideas que se han presentado hoy en esta mesa. Creo que los
artículos de Martha Nussbaum, el libro de Jordi Llovet, los artículos de Remei
Margarit en La Vanguardia y otros, contribuyen mucho a despertar la
conciencia en la sociedad, sobre la necesidad de recuperar las humanidades,
pero creo que todavía influye más la reacción –y ahora me centro en el ámbito
universitario– de los mismos estudiantes. Hace poco, se publicó una noticia en
La Vanguardia que me impactó y que me parece que es muy adecuada
aportarla hoy como ejemplo: la reacción de los estudiantes de Economía que
se quejan del currículum de las materias, por el hecho de que no tienen la
asignatura de Historia de la Economía, no ya humanidades, sino Historia de la
Economía y me parece que este tipo de reacciones que proceden de los
propios estudiantes y que demuestran que son conscientes de encontrarse
frente a grandes carencias, precisamente, en el terreno de las humanidades,
es lo que puede ayudar más a despertar la conciencia en la sociedad y a
valorar mejor este lema de «recuperar las humanidades». (Silvia Coll Vinent.)
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● Yo, que es la primera vez que acudo a estas cenas, estoy encantada porque
durante dos horas he oído hablar correctamente y esto es algo muy difícil de
encontrar, ya no sólo por la forma sino por el contenido. Soy una gran
admiradora de la técnica y de la ciencia, no vengo del mundo de la filosofía ni
mucho menos pero pienso, sin embargo, que no son dos compartimentos
estancos, tal como se ha dicho; lo que sí que considero cierto es que la técnica
y la ciencia aparentemente están ganando terreno y por ello, se trata de una
cuestión de entrar en otra dinámica. Esta otra dinámica sería que el mundo de
las humanidades, intentara realmente entrar dentro de este mundo de la
técnica y la técnica, a su vez, en el mundo de las humanidades, porque
realmente si sólo se origina lo primero, resultará muy difícil que se produzca un
verdadero cambio. Diría que se sucede aquí algo semejante a un mecanismo
de adaptación, que es lo que nos ha hecho existir hasta ahora. Sin adaptación,
no hay progreso ni futuro posible. Contamos con la gran burbuja de la técnica y
con la otra más pequeña de las humanidades y creo que esa burbuja de las
humanidades debe hacerse más grande y entrar en el mundo de la técnica.
Para acabar, me gustaría contarles una anécdota que aconteció durante una
charla a la que asistí casualmente y en la que la persona que la ofrecía, una
señora, creo que antropóloga, divertida y muy culta, aseveraba que se
dedicaba a cosas inútiles porque reflexionaba sobre antropología y
arqueología. Pero que claramente sin estas cosas inútiles no se puede hacer
nada útil, como también sucede a la inversa: no se puede hacer nada inútil sin
cosas útiles. (Lourdes Tejedor)
● Tan sólo quería matizar que antes hablaba de ideología y de la desigualdad
entre ciencias y letras. En el mundo de la ideología existe un discurso. El
poder, en todas sus formas, tiene un discurso dominante que genera también
otros discursos en contra. Lo que yo defendía, eran esos otros discursos.
Obviamente, lo ideal sería que el discurso estuviera al servicio de la verdad,
pero deberíamos ponernos de acuerdo sobre qué es la verdad, la verdad
dialéctica y dinámica del día a día y seguramente no nos pondríamos nunca de
acuerdo. Celebro que haya personas que tengan discurso y que se encuentren
comprometidas con el propio discurso, ya que cabe destacar que éstas son dos
de las finalidades, de las humanidades. Y que además lo hagan visible, algo
que cuesta aún mucho más porque se trata de un discurso del contrapoder y
sin las humanidades este discurso no sería posible. (Norbert Botella)
«Siempre aprendemos muchas cosas en estos coloquios. Me gustaría hacer
una reflexión sobre el tema que ha puesto Norbert sobre la mesa: la relación de
las humanidades con el poder. Esta controversia, podemos encontrarla en
muchas películas y también en la película real del debate de Unamuno y Millán
Astray, trágico debate que tuvo lugar en Salamanca durante la inauguración del
curso del 36, con el “venceréis pero no convenceréis”. Recuerdo ahora
también, aquella imagen de la violinista muerta en la estación, en la película El
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pianista y se me ocurre pensar que en la dictadura de Varela lo primero que se
prohibió fue el Doctorado en Filosofía. Tal grado de simetría entre los diferentes
poderes, resulta evidente y es bien fácil de entender; la destrucción de los
budas por parte de los talibanes, la quema de la renovada biblioteca de
Alejandría. Es decir, con la razón de la fuerza, querer acallar la fuerza de la
razón. Este conflicto continúa aún vigente. Por otro lado y a propósito de esto,
se me ocurre una pregunta, un tanto retórica, sin respuesta, porque ya no
tenemos tiempo para debatirla y que es la siguiente: “¿Dónde están los
intelectuales catalanes en este momento crucial? ¿Dónde están los
intelectuales en el momento de iluminar todo el proceso soberanista?”
Seguramente en esta mesa. Muchas gracias». (J. A.)
«Bueno, también yo quiero decir que me he sentido muy a gusto y que he
escuchado cosas muy interesantes. Respecto a lo que tú respondías, estoy de
acuerdo en que el pensamiento, las humanidades, evidentemente, son un
elemento de tensión con respecto a los poderes establecidos, estoy totalmente
de acuerdo y pienso de hecho que se trata de cosas que parecen ser obvias.
»Por último, algo que antes ha planteado Jaume sobre cómo decirle a un
adolescente que debe ser solidario, quisiera comentar que vamos muy mal si
se lo hemos de acabar diciendo, porque algo así en realidad debe ya venirle
desde otro ámbito. Pero en todo caso, y ya que hablamos de las humanidades,
quisiera hacer una defensa de ellas en este sentido. Esto no es algo tan claro
sino más bien algo así como un acto de fe, ya que verdaderamente ha existido
mucha gente a lo largo de la historia que ha hecho grandes barbaridades y
que, sin embargo, eran personas muy ilustradas, aficionados a escuchar
grandes conciertos o a leer poesía. Y es algo muy inquietante, porque no está
tan claro que lo de ser cultos nos haga más buenos; ahora bien, yo creo que si
uno tiene claro por qué está haciendo aquello o por qué está leyendo tal o cual
poema, si es consciente que una operación tiene una determinada finalidad,
esto querrá decir que el arte y las humanidades son un camino para educar la
convivencia y la fraternidad». (M. E.)
«Últimamente se han encontrado dos párrafos de dos poemas que no se
conocían de una poetisa griega del siglo VI a.C., una mujer que además era
lesbiana, Safo. Resulta sorprendente que al leerlos te emociones y
simplemente, para dejar constancia, querría leer un fragmento de Safo. Citaré
los versos en castellano:
»“Pues te miro tan sólo y al punto mi voz enmudece”. Se trata de un
sentimiento que nos es familiar, lo conocemos, nos identificamos con ello y esta
capacidad de reconocernos a nosotros en una mujer del siglo VI a.C, es
humanismo. Esto quiere decir, en definitiva, que ciertas cosas permanecen,
perduran a lo largo del tiempo y que no terminan sepultadas por las modas y
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eso es lo que tenemos que recuperar; pero no para salvar a Safo sino para
salvarnos a nosotros mismos, para entendernos a nosotros mismos». (G. L.)
«Aprovecho esta oportunidad para apuntar lo que he aprendido, entre otras
muchas cosas, de las palabras que han dicho ustedes y mis compañeros. La
primera y más importante, lo que no debe ser recuperar las humanidades: no
debe ser recuperar una forma de erudición o de retórica que sirva para que el
estafador, el que quería vender preferentes en un banco, tenga a mano todo un
repertorio de citas históricas, para convencer más fácilmente a aquel pobre
anciano de invertir en su entidad todos los ahorros de su retiro. Tal vez, si
hubiera estudiado ese tipo de trivium, podría engatusar mejor a su víctima, pero
yo creo que hemos confundido los títulos de la mesa. Lo ha expresado
perfectamente el Dr. Aymar, con una frase: “Hemos de entender las
humanidades como un cultivo de la sabiduría para tratar de ser más humanos”.
Quiere decir que lo que nos ha legado la humanidad, más que el conocimiento
o esta erudición es una forma de discernimiento que nos ayuda a discernir, en
los conflictos de valores, cuáles son los primeros. Fíjense que durante la
Revolución Francesa se ponen por delante tres valores: “Liberté, Égalité,
Fraternité”. Está muy bien, pero siempre me he quedado muy sorprendido
preguntándome dónde está la justicia. Claro, como que podían ir cortando la
cabeza a todos los que les molestaran, con no destacar el valor de la justicia ya
estaba el tema resuelto.
»No nos hemos dado cuenta de que en nuestros bancos o en las empresas
inmobiliarias no existía este principio del thérapeio, del que os comentaba que
algún maestro me enseñó. “Usted ha venido a servir” nos decía en los comités
de ética. Señores, todos somos servidores, los más humildes de todos, de los
que sufren. Si las humanidades quieren decir eso, pues apuntémonos, pero si
implican ser más retóricos, para poderlas utilizar en función de valores que no
sabemos discernir, nos hemos equivocado del todo. Esto puede trascender o
extrapolarse a importantes aspectos también de la educación, como lo que
pasó en las escuelas alemanas después de la Segunda Guerra Mundial. El
valor de la obediencia, tan fundamental en la escuela alemana, fue contestado,
y a mí me llamaba la atención que cuando salía con los escolapios íbamos,
como debía ser, los niños de los escolapios a buscar a las escolapias, todas de
uniforme y yo, que ya era un poco revolucionario, un día fui con un amigo un
poco más allá, hacia la escuela alemana, y encontré a esta señora que se
sienta hoy a mi lado. Y pensé que era un colegio de poca clase porque no
llevaban uniforme. Y cuando les pregunté si es que eran un poco pobres, ella
me dijo: “no, me respondió ella que había hecho el Abitur, pero es que después
de la guerra aprendimos que las escuelas debían enseñar que la obediencia
debida no es prioritaria, no es un principio prioritario”. Si las humanidades que
debemos recuperar nos enseñan que al director del banco, cuando le dicen
que coloque las preferentes a todo cliente posible, tenga una formación que le
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diga que la obediencia no es un principio fundamental, esta cena habrá tenido
todo el sentido que los que la han organizado le querían dar». (J. C.)
● Bien, creo que con las conclusiones que han presentado los ponentes ya se
nos ha dicho todo sobre qué son las humanidades. Recuerdo que hace
algunos años, una persona al hacerme una entrevista, me dijo: «Tú eres un
medieval». Y me enfadé un poco porque me pregunté el motivo por el cual me
decía aquello. Y me aclaró: «Sí, porque eres de aquellos que hacen de todo,
que entiendes de todo; o sea, un humanista». Bueno, tal vez sí que no debí
enfadarme tanto porque me adjudicase aquel calificativo. Quizás ya lo habéis
dicho anteriormente, no se trata de ponernos etiquetas o de tener una
determinada formación cultural que nos permita autodenominarnos
humanistas. El humanismo, en realidad, es un estilo y es de eso precisamente
de lo que hemos hablado en esta cena. Es de lo que nos hablaba nuestro
amigo, el Dr. Sobies tal y como vosotros habéis comentado también; esa
cordura, ese vivir, ser y hacer en la vida con conocimiento y con el que uno no
se queda sólo en lo más fundamental, lo necesario o suficiente, sino que se
origina toda una estructura que seguramente provoca que la persona sea más
feliz. Quizás porque tiene mayores inquietudes, tal vez, porque no se conforma
con quedarse quieto, con las migajas o con el desgaste de cada día. Fijaos
bien cuando hablamos de ese juicio o conocimiento, porque éste se aprende
también y no surge como una especie de inspiración. No se puede decir
alegremente: «Estos tienen juicio». No. Este grupo es juicioso porque lo ha
respirado así gracias a los maestros, los libros, la universidad, la familia, la
religión, etc. Ellos han sabido tejer en su corazón una serie de actitudes que
hace que todo lo que puedan hacer, vivir, aprender o saber quede en esa red
humana que seguramente hace que la vida tenga un poco más de calidad y
que sobre todo, sea más útil a los demás para que éstos puedan ser más
felices. Permitidme que recuerde cuando el Dr.Jaume Aymar nos decía que
cuando el monje budista zen comenzó su parlamento ante unas tres mil
personas lo hizo así: «¿Estáis vivos? ¡Qué suerte! ¡Sentíos contentos,
pensadlo!». Realmente este comienzo es de un estilo, diría yo, de verdadera
ciencia humanística. A veces solemos empezar por el final y, sin embargo,
aquel hombre les instaba a empezar por el principio porque quizás así
entenderían muchas más cosas. Es un estilo humanístico al que yo me apunto
y con el que en cierto modo, en el Ámbito siempre hemos trabajado. Deseamos
que estas cenas, como ya ha dicho el Dr. Craven, sean verdaderamente una
escuela real de estilo humanístico. Muchas gracias a todos por sus
aportaciones y por su colaboración. (Josep M. Forcada)
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