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 UNA LARGA TRANSICIÓN HACIA LA LIBERTAD
Ensayo sobre la historia política de
Hungría, Polonia y Checoslovaquia
Sergio Arellano Iturriaga
Tesis para optar al grado de Magister en Ciencia Política
con mención en Relaciones Internacionales
Instituto de Ciencia Política
Universidad Católica de Chile
Enero 1996
INTRODUCCIÓN
La milenaria historia de Polonia, Hungría y Checoslovaquia (considerada a partir
del nacimiento de Bohemia) parece consistir en una interminable marcha en pos de algo un tanto
difuso e inasible, mezcla de libertad, soberanía, seguridad y poder nacional, unido a un casi
compulsivo anhelo de definir y consolidar su propio ser. En ocasiones estos pueblos
parecieron haber alcanzado tales metas -como sucedió con la Bohemia de Carlos IV, la
Hungría de Matías Corvino y particularmente la Polonia de los Jagellon-, pero otras
tantas veces acontecimientos generalmente ajenos a su propio control desbarataron una
situación expectante involucrándolos en guerras, sumiéndolos en odiosidades
religiosas, políticas o étnicas y sometiéndolos a déspotas de los más diversos signos.
Una y otra vez estas naciones sucumbieron en la fragmentación o la subyugación, en
medio de un contexto geopolítico casi siempre desfavorable; pero en cada oportunidad
se hizo presente una férrea voluntad de resurgir, movida por un nacionalismo que en su
caso resultó un factor de consolidación más que de autodestrucción sectaria.
Los ciclos de auge y caída de cada uno de estos países han sido diversos
y en ocasiones ellos se han visto situados en bandos opuestos (aunque rara vez
confrontados), pero todos tienen en común la larga búsqueda de su propia quimera. Sin
embargo, los motivos que a nuestro entender justifican -y en cierta forma hacen
necesario- reunir a estas tres (hoy cuatro) naciones en este trabajo son: su nacimiento
casi simultáneo como proyectos nacionales en las últimas dos décadas del siglo X,
después de haber sido el límite natural de la civilización occidental, tierra de bárbaros y
paganos; su común condición de "bisagra" entre oriente y occidente, elemento que ha
sido la condicionante de su evolución histórica y, en fin, los factores que configuran la
hipótesis y la tesis implícitas en este ensayo y, por consiguiente, constituyen el hilo
conductor del mismo. Al respecto, su hipótesis radica en nuestra apreciación en orden a
que los países analizados han vivido desde su nacimiento innumerables procesos de
transición, sin que, en la mayoría de los casos, hayan tenido una definición coherente de
su proyecto nacional, por estar su devenir político más ligado a los intereses de las
potencias circundantes que a los de sus respectivos pueblos. Nuestra tesis, planteada
como conclusión de la retrospectiva histórica -a la manera de Fukuyama- es que la
actual transición tiene una relevancia y una trascendencia de las que carecieron las
anteriores: está dirigida soberanamente por estados democráticos, sin más parámetros
que su propio interés nacional y la necesidad de conducir su propia reinserción en un
mundo profundamente interrelacionado, pero constituido por actores más
independientes que los que conociera cualquier época anterior. Dado que no
compartimos términos tales como "el fin de la historia", no estimamos apropiado hablar
tampoco de "transiciones definitivas", pero sí somos categóricos en sostener que las
transformaciones en curso en cada uno de estos países, con la necesaria incorporación
de sus ricos legados históricos y culturales -que las contingencias del pasado reciente
han convertido en causa nacional- marcarán su futuro próximo y mediato en mayor
medida que cualquier variable externa, y que, sin perjuicio de la innegable confluencia
de factores exógenos fuera de su control, la actual transición depende -más que nunca
antes- de sus propios medios, del éxito o fracaso de sus procesos de
institucionalización, del compromiso que cada uno de sus pueblos asuma respecto de los
caminos elegidos, de la eficacia de las medidas tendientes a generar y desarrollar un
mercado libre, y del resultado de sus gestiones de integración a las entidades regionales
europeas, aspecto este último en el cual obviamente incide en mayor medida la
voluntad de otros actores.
Así definido el contexto, el presente trabajo no está orientado a
profundizar en los procesos institucionales internos de cada una de las naciones, sino
más bien a visualizar desde su formación -sorprendentemente coetánea- los elementos
comunes que han condicionado su historia política y las circunstancias propias de la
evolución de cada cual, las que han forjado países y pueblos claramente diferenciados.
Al cabo de siglos de un desarrollo histórico que pareció seguir siempre
caminos diversos, sin conducir a la hermandad que podría derivarse de la vecindad, pero
tampoco a los frecuentes enfrentamientos que en todas las latitudes han caracterizado
las relaciones entre países de una misma región, en nuestros días sus destinos han
parecido encontrarse: después de experimentar en sus propios territorios las penurias
que ocasionara la mayor conflagración que haya conocido la humanidad, y de quedar
sometidos a una tiranía extranjera que les enajenó su libertad, sus tradiciones y su
forma de vida, húngaros, polacos, checos y eslovacos dan sus primeros y con
frecuencia vacilantes pasos para reinsertarse en Occidente, asimilando sus instituciones
democráticas, reasumiendo sus valores comunes y adaptando sus economías a sistemas
de comercio casi enteramente internacionalizados.
Los sucesos de las últimas décadas, particularmente los de Europa Oriental, nos
han demostrado lo aventurado de hacer vaticinios. Mil años de expectativas y frustraciones
también nos motivan a ser prudentes en materia de pronósticos relativos a los países objeto
de nuestro estudio. Pero al menos parece fuera de dudas que ellos están iniciando una nueva
etapa; que los tres (o más propiamente los cuatro) se encuentran en la fase de la reconstrucción y
la esperanza, en condiciones de simultaneidad que no se habían presentado en su azarosa y larga
historia; y que su destino pareciera depender, en mayor medida que nunca antes, de su propio
esfuerzo, así como de su capacidad de consolidar sus incipientes instituciones democráticas, de
mantener y profundizar la unidad nacional, y de concebir y aplicar políticas coherentes y
compatibles con su proceso de reinserción al mundo occidental, al que indiscutiblemente
pertenecen.
En consecuencia, si bien nuestro trabajo se encuentra necesariamente entroncado
en la historia de estos pueblos de Europa Central, nos hemos propuesto hacer un muy somero
recuento de sus primeros nueve siglos de vida nacional, sin detenernos en los hechos sino en los
elementos constitutivos de su consolidación y desarrollo como naciones, y sin los cuales todo
estudio de su historia política reciente resultaría incompleto desde el momento en que ellos han
sido determinantes en la formación de su cultura y ésta, a su vez, lo es respecto de la orientación
que estos pueblos han tomado en su posicionamiento en el sistema internacional. A partir del
término de la Primera Guerra Mundial optamos por reforzar el énfasis en
acontecimientos y conflictos que tendrían particular gravitación en los dramáticos sucesos de los
últimos cincuenta años, para luego entrar de lleno en los procesos de ocupación y satelización,
intentando no apartarnos de lo que hemos considerado el hilo conductor de este ensayo, que
está conformado por los factores socio políticos propios que constituyen la fisonomía de
cada una de estas repúblicas. Hemos considerado que todo lo anterior conduce a una mejor
comprensión de lo que, en definitiva, es el objeto de análisis: la transformación política
iniciada en los astilleros de Gdansk y luego impulsada y legitimada con la Perestroika, la
transición post comunista y el comienzo de la ardua e impredecible tarea de consolidar estados
libres y dueños de su propio destino.
Enero 1996.
CAPÍTULO I
LOS BASTIONES DEL CRISTIANISMO
Sus primeros estados nacionales se formaron a partir de obispados y
arzobispados creados en las zonas fronterizas del reino de Germania. Más allá de los ríos Elba
y Saale, de los montes de Bohemia y los macizos orientales de los Alpes austríacos, estaban las
aldeas y tribus eslavas y húngaras, cuya conversión interesaba a los señores de Occidente,
más por seguridad que por devoción. Así, entre los siglos VIII y IX surgieron los primeros
obispados, concebidos como bastiones avanzados del cristianismo, los que proyectaron no
sólo su mensaje, sino también aspectos novedosos de una civilización más avanzada, a los
que se unía un tácito respaldo militar. La conversión de jefes checos, polacos y húngaros
involucraba la de sus pueblos, así como la creación de lazos comunes entre conglomerados
con etnias afines.
Ya desde el siglo IX la dinastía alemana se había constituido en heredera
de la corona de los césares, encabezando desde entonces el denominado Sacro Imperio
Romano Germánico. Destinado naturalmente a regir un mundo todavía sin naciones y
temeroso de las derrotas infringidas por los temibles magiares a sus antecesores, el
emperador Otón I, el Grande, centró sus esfuerzos en la preparación militar que en el
año 955 le permitió derrotar de manera definitiva a los belicosos bárbaros en la batalla
de Lechfeld. Treinta años después su nieto, el adolescente Otón III, a quien sus
contemporáneos llamaron "el milagro del mundo", envió tropas de ocupación más allá
de sus fronteras orientales, a lo que más tarde serían estados de Polonia y Hungría.1
En los mismos años se constituía el ducado de Bohemia y era bautizado el
duque Wenceslao, quien después fuera asesinado por su hermano Boleslao y más tarde
canonizado, siendo proclamado patrono de Bohemia. Paradojalmente el mismo Boleslao
-convertido luego de algunos conatos bélicos- estrecharía relaciones con el rey de Germania,
hasta el punto de incorporar plenamente a su ducado al occidente cristiano.2
En la misma época el príncipe eslavo Mieszko transformó a Poznan en centro
de una confederación de tribus situadas entre el Oder y el Vístula, la que fue conocida como
Polska (llanura). Luego de su matrimonio con la hermana de Boleslao, Mieszko recibió el
1 Hubertus Príncipe de Löwenstein. Breve Historia de Alemania. Editorial El Ateneo. Buenos Aires, 1963 2 Henry Bogdan. La Historia de los Países del Este. Javier Vergara Editor S.A. Segunda edición. Buenos Aires 1991. bautismo, favoreciendo la difusión del cristianismo en su territorio. El clero polaco quedó
bajo la guía de la Iglesia germana hasta la fundación del arzobispado de Gniezno en el
año 1000.
Las belicosas tribus húngaras constituían el principal peligro de Germania
por el este y sólo fueron pacificadas tras la cruenta derrota que les infringiera Otón en 955.
A partir de entonces optaron por una vida relativamente sedentaria, recibiendo la influencia
de los eslavos cristianizados. En 985 el jefe Geza se convirtió, recibiendo el nombre de
Esteban, casándose luego con la hija del duque de Baviera. En los años siguientes consolidó su
mando sobre la mayor parte de las tribus, configurando una monarquía feudal a semejanza de
las occidentales. Canonizado, San Esteban llegaría a ser el patrono de Hungría.
Sus sucesores ampliaron sus dominios, estrecharon lazos con Bizancio y, con
motivo de las devastadoras invasiones tártaras -que estuvieron a punto de provocar la
desaparición de los estados húngaro y polaco-, promovieron la inmigración alemana para
repoblar las tierras arrasadas. De esta manera Hungría se constituyó en un puente natural entre
dos culturas. En 1222, siete años después de la Carta Magna de Juan sin Tierra-, el rey Andrés
II, enfrentado a las aspiraciones de la nobleza a su regreso de la Cruzada, dictó la llamada
Bula de Oro, por la cual reconocía a los nobles el derecho a fiscalización y su organización
en una Dieta, además de garantizar los derechos de los hombres libres y de las ciudades reales.
Los estados nacionales de Hungría, Polonia y Bohemia fueron puestos
nuevamente a prueba durante el siglo XIV, en el curso del cual se extinguieron las dinastías
fundadoras, dando lugar a intervenciones extranjeras, particularmente las de Francia y del
Sacro Imperio Romano Germánico. Sin embargo, no se llegó a cuestionar la existencia de
tales estados. Con nuevas dinastías de origen francés, Hungría y Bohemia entraron en su "edad
de oro", mientras Europa Occidental sufría el flagelo de la peste y el comienzo de la Guerra de
los Cien Años. Reyes como Juan el Ciego y Carlos IV introdujeron en Bohemia la cultura
francesa e italiana. El último de los nombrados fue elegido emperador y convirtió al ducado
en el corazón del Santo Imperio. En Polonia, en tanto, el largo reinado de Casimiro III
cohesionó y modernizó el país y las costumbres sociales, pero, al no dejar herederos, fue
sucedido por Luis el Grande de Hungría.
Las desigualdades sociales y el descrédito del Papado crearon el terreno
propicio para los reformadores religiosos. El primero de importancia surgió en Praga en la
persona de Juan Hus, cuya muerte en la hoguera en 1415 provocó una intensa convulsión social
y posteriormente prolongados enfrentamientos entre alemanes y checos, en lo que se conoció
como Guerras Husitas, las que sólo finalizaron en 1436 con el Convenio de Compacta. Al
trágico saldo del sectarismo religioso se agregaría otra consecuencia más sutil, pero decisiva
en el devenir nacional: el patriotismo checo. Tres décadas después, en una nueva cruzada
antihusita, el rey húngaro Matías Corvino les arrebataría Moravia y Silesia, antes de derrotar
al emperador Federico III, anexándose Viena y Estiria.
La poderosa Hungría de Corvino, convertida en "escudo de la cristiandad",
logró detener las conquistas turcas, recuperando Bosnia, Moldavia, Valaquia y Serbia, las
que volvieron al dominio otomano después del fallecimiento del rey conquistador. En 1526
Turquía derrotó a las tropas húngaras en la batalla de Mohacs, imponiendo su dominación
sobre la región oriental del país. El rey Luis II, hijo del conquistador y que también detentaba
el trono de Bohemia, murió por heridas del combate. Las corrientes reformistas luterana y
calvinista entraron con fuerza en el país durante el siglo XVI, en buena medida favorecidas
por los propios turcos en su afán de debilitar a los monarcas Habsburgo. No obstante, éstos
lograron consolidar su dominio en gran parte de Hungría y en Bohemia, en lo que fue "el
punto de partida de un imperio multinacional, respaldado por sus posesiones
germánicas, que podría intentar seriamente la expulsión de los turcos de la cuenca
danubiana".3
3 Bogdan. Op. citada CAPÍTULO II
AUGE Y CAÍDA DE LA POLONIA FEUDAL
En 1436 la hija del rey polaco Luis de Anjou, Hedwige, contrajo
matrimonio con el gran duque de Lituania, de la familia Jagellon, quien tomó el nombre
cristiano de Ladislao, uniendo así ambos estados. Al entrar en el siglo XVI la dinastía
Jagellon había dado estabilidad y prosperidad a Polonia, la que poseía un vasto territorio y
estaba en paz con sus vecinos. Cracovia era la capital cultural del país, y sus teólogos,
matemáticos y astrónomos -entre los cuales se destacó Nicolás Copémico- adquirieron
relevancia mundial. En cuanto a la reforma religiosa, que tantos estragos causó en otras
naciones, Polonia dio un ejemplo de tolerancia, transformándose en un estado
multiconfesional, favoreciendo así el desarrollo del humanismo y las ciencias.
Desde fines del siglo XVI esta nación fue regida por monarquías
electivas, lo que dio enorme poder a la Dieta, transformando de hecho al país en una suerte
de república aristocrática. Pero el poder de la nobleza se vio aún más reforzado en el siglo
XVII por la adopción del "liberum veto", un nuevo principio de derecho público que exigía
la unanimidad de la Dieta para las decisiones importantes y terminó por paralizar al Estado.
En ocasiones esta situación llevó a la formación de confederaciones que intentaban solucionar
las impasses mediante las armas. Ello en momentos en que sus vecinos Prusia, Suecia y
Rusia se transformaban en potencias.
En el siglo siguiente, mientras atravesaba por una insoluble crisis institucional,
Carlos X de Suecia le arrebató Livonia, y más tarde Carlos XII logró, por poco tiempo,
imponerle un nuevo rey, el que sólo pudo ser derrocado por la intervención de Pedro el
Grande de Rusia. Este fue el más favorecido con la Paz de Nystadt en 1721, la que consolidó su
posición en Polonia, franqueándole el paso en su anhelo de establecer contactos directos con
Occidente. Por otra parte, la consolidación del estado prusiano, convertido en reino en 1701,
constituyó en sí misma una amenaza desde el momento en que algunos territorios polacos en
el Báltico impedían la continuidad de las fronteras prusianas.
La estructura feudal de la sociedad polaca se mantuvo con pocas
variaciones hasta mediados del siglo XIX. Unos cinco mil terratenientes detentaban todo el
poder político y los derechos jurídicos, y en general estaban concentrados en torno a dos
familias: los Potocki y los Czartoryski. Esta nobleza se jactaba de sus virtudes bélicas, pero
no mostraba preocupación por la industria o el comercio, dejando éste último en manos de la
importante minoría judía. La fuerza productiva era el campesinado, el que no podía
trasladarse sin pasaporte y se encontraba sujeto a la tierra y a su amo al estilo de la glebae
adscripti, una forma de servidumbre que se remontaba a los fines del Imperio Romano. Y era
precisamente esta modalidad de encubierta esclavitud la que hacía competitivos en el resto de
Europa los precios de los productos agrícolas polacos; pero en política esta situación se
convertiría pronto en una desventaja, ya que los paupérrimos campesinos profesaban un
profundo odio por sus señores y sólo anhelaban cambiar de estado.4 Como el esclavo Calibán
(del drama shakespeareano La Tempestad), al celebrarse el Congreso de Viena la clase rural
de Polonia se encontraba en una disyuntiva crucial y su ansiedad por cambiar de amo la
haría caer en manos de opresores tanto o más insensibles.
Los primeros repartos
Las potencias comenzaron a interesarse a tal punto por los asuntos de Polonia
que a la muerte de Augusto II, en 1733, Francia, Austria y Rusia se enfrentaron en suelo
polaco para imponer un monarca favorable a sus intereses. Su hijo Augusto III pudo reinar
como títere de Rusia, la que estableció como su sucesor al ex favorito de la emperatriz Catalina,
Estanislao Poniatowski. El intento de éste por derogar el liberum veto llevó a una nueva guerra
de potencias, la que culminó en 1772 con el primer reparto de Polonia. Esta continuó una
existencia formal, pero sin soberanía real. Los acontecimientos de Francia en 1789 alentaron al
rey Estanislao a reformar la Constitución para recuperar su poder y reunificar al país, asumiendo
el inevitable conflicto con Rusia, la que esta vez contó con el apoyo de Prusia y Austria. A
su término, las potencias vencedoras se anexaron otras regiones del díscolo Estado. La
persistente resistencia polaca terminó en 1795 con la abdicación de Estanislao y en un tercer
reparto, esta vez definitivo: Polonia dejó de existir.
En 1809 el emperador Napoleón I, influido por la condesa María Waleska,
creó el germen de un futuro estado polaco al instituir el Gran Ducado de Varsovia, regido
por el rey de Sajonia, aunque protegido por un estatuto especial. A la caída de Napoleón, el
Congreso de Viena entregó el Gran Ducado al zar Alejandro, quien aceptó la formación de
una Dieta, la que debía regirse por una Carta entregada por el soberano. Ello no fue obstáculo
para la mantención de un acendrado patriotismo, que se manifestaba especialmente en la
Universidad de Varsovia y en el precario ejército del Gran Ducado. El zar Nicolás I derogó
de hecho la Constitución de Alejandro y suspendió el funcionamiento de la Dieta. Un intento
independentista estimulado nuevamente por sucesos revolucionarios de París, en 1830, fue
duramente reprimido, quedando la Polonia rusa bajo férrea ocupación militar, lo que la
mantendría al margen de las convulsiones de 1848. Sólo a la muerte del absolutista Nicolás, en
1855, los polacos podrían volver a desarrollar alguna de forma de actividad política; pero los
sectores más radicales, agrupados en el Partido Rojo, presionaron por una inmediata
independencia, encontrando eco en sectores de la nobleza y del ejército. La respuesta del
zar fue enérgica: en 1863 sus ejércitos ocuparon Polonia, los disidentes fueron
4 Paul Johnson. El Nacimiento del Mundo Moderno. Javier Vergara Editor. Buenos Aires, 1992 condenados a muerte y sus familias expropiadas. Todos los obispos católicos fueron
deportados a Siberia, en tanto los bienes de la Iglesia fueron secularizados. La enseñanza
del idioma nacional fue proscrita, lo que dio lugar a una fuerte mística patriótica reflejada en
su enseñanza clandestina como resguardo de la identidad nacional.5
Polonia era, a fines del siglo XIX, el país europeo más influenciado por las
ideas de Karl Marx, sustentadas en los postulados de dos grupos clandestinos: la Liga
General de los Trabajadores (Bnud) y el Partido Socialdemócrata, en el cual militaban Rosa
de Luxemburgo y Félix Dzerginski, quien después fundaría la tenebrosa Cheka soviética.
Ambos partidos actuaban en el contexto de la política rusa y postulaban la revolución contra el
zarismo. En 1892 se constituyó en París el Partido Socialista Polaco, el que editó un periódico
(también clandestino) con postulados profundamente nacionalistas, dirigido por José
Pilsudski. Este ideario socialista y nacionalista llenó un vacío que no cubría la izquierda
radical ni el moderado Partido Nacional Demócrata y encontró rápida acogida entre los
trabajadores, para quienes la explotación no era solamente un problema de clases sino de
opresión por una potencia extranjera.
La convulsión interna que se produjo en Rusia en 1904 y 1905, agravada por su
derrota militar ante Japón, indujo a Nicolás II a ofrecer a Polonia una Constitución y una
Duma elegida libremente. Los escépticos socialistas proclamaron la abstención en las
elecciones subsiguientes, pero no encontraron eco en los polacos, quienes votaron masivamente
por los nacional demócratas. Sin embargo, la moderación de éstos se volvió en su contra
cuando en 1907 el zar se negó a cumplir sus promesas de mayor autonomía y quitó
atribuciones a los diputados. Polonia había recuperado en parte la libertad religiosa y de
enseñanza del idioma y cultura nacionales, pero no fue suficiente. La causa de la
independencia había tomado un impulso que no podría ser detenido.
En tanto, el territorio polaco bajo la dominación del Reich debió enfrentar un
lento pero persistente proceso de colonización germana de sus tierras, promovido por
Bismark. En el territorio administrado por Austria, en cambio, la tolerancia de Francisco José
permitió que, primero los nacional demócratas y luego los socialistas, establecieran y
desarrollaran abiertamente sus actividades proselitistas en Galitzia. Tal fue su libertad que
Pilsudski logró incorporar a su partido a oficiales polacos que servían en las filas austríacas,
con los que preparó la lucha decisiva por la independencia, bajo la cobertura de una suerte de
gobierno en el exilio denominado Comisión Provisional de Gobierno.
5 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO III
DE LA PAZ DE WESTFALIA A LA BOHEMIA AUSTRÍACA
En 1618 Fernando II de Habsburgo, a la sazón rey de Bohemia, en su afán
por imponer la unidad religiosa, originó la Guerra de Treinta Años, que comenzó asolando a
la propia Bohemia y luego a todo el Santo Imperio, para finalizar con la Paz de
Westfalia. Esta consagró la fragmentación de Alemania -privando al emperador de
autoridad real- y el derecho de los señores a imponer su religión a sus súbditos. Bohemia
había perdido un quinto de su población, a lo que se agregaron decenas de miles de
protestantes, seguidores del mártir Jan Hus, que debieron exiliarse, abandonando sus bienes.
Por otra parte, recibió una masiva colonización de alemanes católicos expulsados de los
estados protestantes del debilitado Imperio, configurándose así una importante minoría que
jamás se asimilaría por completo a su nueva patria.
Durante los siglos XVIII y XIX destacados intelectuales, tales como el abate
Dobrowski, Jungmann, Palacky y Havlicek, contribuyeron decisivamente a despertar el
nacionalismo checo, iniciando la inusual tradición de liderazgo de la clase intelectual en los
planos social y político, que caracterizaría desde entonces a esta nación. También el siglo
XVIII sería testigo de la creciente toma de importancia del casi aislado pueblo eslovaco, el
que tuvo un explosivo crecimiento -en gran medida provocado por las inmigraciones
forzadas- que contribuyó a crear un espíritu nacionalista. En 1806 Bohemia quedó formalmente
integrada al imperio austríaco, al que de hecho pertenecía desde que los lazos hereditarios la
pusieron bajo la corona de los Habsburgo.
La revolución parisina de 1848 tuvo su primera réplica en Praga,
extendiéndose luego al norte de Italia, Hungría y la propia Viena, obligando al joven
emperador a privarse del ya anciano Metternich. El éxito de los postulados liberales y
nacionalistas dio lugar a una creciente corriente paneslavista, la que a su vez generó la
aspiración de la minoría germana de integrarse a una Gran Alemania, provocando con ello
interminables enfrentamientos.
Sin embargo, el prestigio y el admirable equilibrio entre fuerza y
flexibilidad exhibido por el emperador austríaco estimularon su creciente popularidad en
todos los territorios de su Imperio. En 1871 Francisco José estuvo a punto de ser coronado rey
de Bohemia, con lo que se hubiese cumplido una sentida aspiración del pueblo checo,
pregonada abiertamente por Palacky y su Partido Nacional Checo. Sin embargo, al trascender
la noticia, la minoría alemana se opuso tenazmente, en tanto que eslovenos y rutenos
reclamaron el mismo estatuto de reinos para las regiones en que eran mayoría. Esta
pretensión fue considerada amenazante por los dirigentes húngaros, quienes tenían razones
para temer una nueva explosión étnica en su territorio, lo que hizo abortar el proyecto. El
emperador compensó a los checos dando a su idioma categoría de oficial, aún cuando en las
regiones de mayoría alemana la administración debió ser bilingüe.
Esta frustración fortaleció a los sectores independentistas del Partido de los
Jóvenes Checos. Posteriormente tomaron fuerza otras corrientes partidarias de la ruptura,
Nacional-Socialistas y Realistas, quienes favorecían un acercamiento a los eslovacos y demás
pueblos eslavos. A comienzos del siglo XX un prestigioso profesor de la Universidad de
Praga, Tomás Masaryk, se convertía en líder natural de estos sectores, secundado por el joven
político Eduardo Benes.
CAPÍTULO IV
AUSTRIA Y HUNGRÍA: LA FORMACIÓN DEL IMPERIO
En las últimas décadas del siglo XVII recrudeció la guerra contra los turcos,
cuyas fuerzas estuvieron a punto de ocupar Viena, lo que fue impedido por la resuelta
intervención del rey de Polonia, Juan Sobieski. Gracias a este decisivo respaldo, Leopoldo I
de Habsburgo pudo reaccionar para derrotar al ejército turco en 1699. El sultán debió abandonar
Hungría y Transilvania luego de suscribir la Paz de Karlovici. Hungría quedó bajo la monarquía
Habsburgo, dando nacimiento al Imperio Austro-Húngaro.
Los sucesivos reyes de la casa real austríaca continuaron favoreciendo
activamente el catolicismo, pero para ello optaron por utilizar la persuasión en lugar de la
fuerza en contra de la numerosa minoría protestante, posición que fue eficazmente
secundada por el movimiento de reforma católica dirigido en Hungría por el cardenal
Pazmany.
La relativa tranquilidad política de que disfrutaron los magyares durante su
pertenencia al Imperio no sufrió alteraciones de importancia hasta 1848, con motivo de la
agitación europea que siguió a la caída de Felipe de Orleans en Francia. La Dieta húngara
se negó entonces a reconocer a Fernando de Habsburgo como su emperador, transando
finalmente en que mantuviese el título de rey de Hungría, aunque reconociéndole a ésta su
individualidad al delegar el poder en su hermano Esteban, con el título de virrey. El fervor
nacionalista y el flamante liberalismo húngaro se volvieron pronto en contra de éste, al
surgir en su territorio movimientos independentistas rumanos, serbios, eslovacos y
especialmente croatas. Entre estos últimos la rebelión se generalizó, lo que contribuyó a
debilitar la vocación liberal de la clase política y provocó la destitución del virrey por parte
del emperador, quien con ello pretendió reafirmar en parte su autoridad.
Sin embargo, el poder efectivo quedó en manos del general Kossuth, a quien
los acontecimientos llevaron a defender la independencia total de Hungría. En diciembre de
1848 muere el emperador, siendo sucedido por el casi adolescente Francisco José. Este aceptó
el apoyo que le ofrecía el zar Nicolás, cuyas fuerzas invadieron Hungría por el norte y el
este, permitiendo el victorioso ingreso de las tropas imperiales por el oeste en agosto de 1849.
La consiguiente represión alcanzó tanto a los húngaros como a las combativas minorías
étnicas. Finalmente, aún sin Metternich, la obra del Congreso de Viena pareció quedar
intacta. No obstante, desde entonces las nacionalidades jugarían un papel que sería
determinante en la política exterior de las grandes potencias y condicionaría los
acontecimientos europeos durante los cien años siguientes.6
La severidad inicial mostrada por Francisco José dio paso a un espíritu
liberal, similar que había caracterizado a sus antecesores. En 1860 instituyó un régimen
semifederal, con plena igualdad de los estados comprendidos en el Imperio, los que serían
regidos por Dietas independientes, que a su vez designarían representantes ante el Consejo
Imperial. No menos importante fue la autorización para que los idiomas locales fuesen
considerados oficiales.
El compromiso austro-húngaro de 1867 restableció la antigua
Constitución y consagró la existencia, bajo su corona, de dos estados, con instituciones y
ejércitos propios, en lo que se conoció como dualismo: el imperio austríaco y el reino de
Hungría, después de lo cual Francisco José se coronó rey apostólico de Hungría. Esta se
reconciliaba así con la dinastía y esta lealtad no se rompería hasta la muerte del rey
emperador. Los pueblos austríaco y húngaro mantuvieron invariables sus respectivas
individualidades, pero asimismo cultivaron los elementos de cohesión, particularmente la
obediencia a una corona y a la religión católica. Este último factor se encontraba enraizado en
sus tradiciones nacionales, en términos similares a lo que sucedía en Polonia y Bohemia.
A partir de la instauración del dualismo el principal elemento diferenciador de
los partidos políticos magyares fue su posición frente a las minorías, mostrándose el
Partido Liberal mucho más abierto que el Partido de la Independencia. En 1868 el liberal
Francisco Deak logró que el parlamento húngaro aprobase la Ley de las Nacionalidades,
consagrando la igualdad de todos los habitantes del reino, a quienes se reconocía
posibilidades de acceso a todos los cargos y pleno derecho a constituir agrupaciones políticas.
Al amparo de esta ley nació el Partido Nacional Rumano, que reclamó la autonomía de
Transilvania. Los croatas adoptaron posiciones similares, en tanto que la mayor parte de
los eslovacos sólo aspiraba a una plena integración a la sociedad húngara.
6 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO V
EUROPA EN GUERRA
La Primera Guerra Mundial encontró a la mayoría de los checos
relativamente conformes con su pertenencia al Imperio, en cuyo ejército combatieron lealmente.
Pero en 1916 Masaryk y Benes proclamaron en París el Consejo Nacional Checo, al que se
incorporó luego el oficial eslovaco Milán Stefanik, dando así fuerza a la idea de unir ambas
naciones. La utilización del Consejo por los aliados, aún cuando tuvo fines más bien
publicitarios, involucró un compromiso de contribuir a sus propósitos independentistas, lo
que por cierto se extendió a las entidades polacas formadas en Francia e Inglaterra.
En abril de 1918 se celebró en Roma, por iniciativa de Italia y Francia, el
Congreso de las Nacionalidades Oprimidas, en el cual se anunció el desmembramiento
del Imperio Austro-Húngaro y la emancipación de las nacionalidades eslavas y rumanas.
Con ello el destino de estos pueblos quedó directamente sujeto al resultado de la guerra.
El 18 de octubre Masaryk proclamó en Washington la independencia de
Checoslovaquia, la que fue ratificada al día siguiente por los diputados checos ante el
Parlamento imperial y seguida por masivas manifestaciones populares. Francisco José, quien
días antes había propuesto una Federación de estados autónomos, se allanó de inmediato,
proveyendo las formalidades para consolidar la independencia de la nueva nación. En Praga, el
Consejo Nacional -que gobernaba interinamente desde fines de octubre- proclamó la República
y convocó a una Asamblea Nacional. Esta se reunió el 14 de noviembre, integrada por checos
y eslovacos, pero con exclusión de las importantes minorías. Su primera decisión fue la de
elegir como Presidente de la República de Checoslovaquia a Tomás Masaryk.
En Hungría los sectores partidarios de la independencia eran minoritarios pero
activos. El conde Miguel Karolyi formó a mediados de 1918 un separatista Consejo
Nacional, que inicialmente no pareció tener mayor arraigo. Pero las derrotas que el ejército
imperial experimentó en octubre modificaron sustancialmente el cuadro político:
agrupaciones sindicales protagonizaron graves disturbios, formando consejos obreros y
ocupando edificios oficiales con la ayuda de soldados desertores. Ante ello las autoridades
militares optaron por ponerse a disposición del Consejo Nacional. El 1o de noviembre el
emperador nombraba a Karolyi presidente del Consejo Húngaro mediante una llamada
telefónica. El monarca abdicó al trono imperial el 11 de ese mes, dando origen a la República
Austríaca. Dos días después repitió la ceremonia ante una delegación húngara.
En cuanto a Polonia, Galitzia había llegado a convertirse en su centro
político y Pilsudski en su principal líder. La oficialidad polaca del ejército imperial logró
que se le diferenciara de sus pares austríacos, permitiéndoseles constituir fuerzas militares
propias, las que combatieron bajo bandera polaca. Ello se vio facilitado por el compromiso
contraído a fines de 1916 por los gobiernos alemán y austro-húngaro en orden a autorizar y
promover la formación de una Polonia independiente.
La Revolución Rusa eliminó al principal enemigo de los polacos, el zar, a raíz
de lo cual éstos creyeron inminente la liberación del territorio nacional que se encontraba
bajo tuición rusa, el que a esas alturas estaba controlado por tropas de las potencias centrales,
especialmente alemanas. A partir de entonces su desconfianza se centró en Alemania.
Pilsudski se trasladó a Varsovia, instando a los militares polacos a rehusar ponerse bajo las
órdenes de oficiales alemanes, tras lo cual fue detenido.
En octubre de 1918, ante la inminente victoria aliada, el Consejo de
Regencia proclamó la independencia y formó un gobierno de unión nacional con
participación de socialistas y nacional demócratas. Galitzia y Lublin quedaron bajo control
polaco. En esta última ciudad el socialista Daszynski se proclamó jefe del gobierno
provisional de la República de Polonia, designando como ministro de guerra a Pilsudski,
quien continuaba prisionero de Alemania. Al ser liberado, los gobiernos de Varsovia y de
Lublin le confirieron el mando de sus fuerzas armadas y luego la jefatura del Estado. "Después
de desaparecer durante ciento treinta años, el estado polaco renacía al término de una guerra
durante la cual su territorio sirvió muchas veces de campo de batalla y que terminaba con la
derrota y ruina de las tres potencias que se lo habían repartido en 1772".7
7 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO VI
UNA PAZ INCIERTA
Aunque la caída del zarismo representaba el término de un largo período
histórico de dominación para los polacos y de relativa inquietud para húngaros y checos, ella
dio lugar a un nuevo peligro para su soberanía e integridad, el que en ese momento
difícilmente podía percibirse en toda su magnitud. El flamante régimen bolchevique se
aprestaba a consolidar su autoridad en todos los confines del Imperio Ruso y a penetrar
ideológicamente a las sociedades europeas para luego imponer en ellas la dictadura del
proletariado.
A partir de la revolución bolchevique se hizo cada vez más evidente la
intención del Consejo de Comisarios del Pueblo -que, presidido por Lenin, detentaba el poderde extender la revolución a otras latitudes, posición que había sido vehementemente
pregonada por Trotski. El 2 de marzo de 1919, con participación de simpatizantes de
numerosos países, se inauguró la Tercera Internacional, cuyo primer objetivo sería el de
conquistar para su causa a los socialistas de las potencias derrotadas.
La República de los Consejos. La tensión social existente en Hungría al final de la guerra fue
aprovechada por Bela Kun, quien había pasado largos años detenido en cárceles zaristas y
volvía impregnado de ideas leninistas. En noviembre de 1918 formó el Partido Comunista
Húngaro y dos meses después intentó sublevar a tropas de la guarnición de Budapest, siendo
detenido. Pero el fin del conflicto había alentado también las expectativas de checos y
rumanos, quienes asociados a la Entente y con respaldo francés, dieron -el 21 de marzo de
1919- un ultimátum al gobierno de Karolyi. Este no contaba con tropas idóneas y confiables
ni con un poder político sólido, por lo que recurrió a una maniobra desesperada y de gran
riesgo a fin de inhibir a sus adversarios: entregó el poder a quienes se decían "representantes
del proletariado húngaro". Estos formaron el Consejo de Comisarios del Pueblo, el que estuvo
presidido por Bela Kun e integrado, entre otros, por Matías Rakosi y Eugenio Landler.
Sus primeras medidas fueron rotundas: una reforma agraria radical y sin
contemplaciones, expropiación de bancos e industrias y persecución implacable de oponentes
reales o potenciales, sacerdotes y personas con alguna relevancia, con centenares de
ejecuciones sumarias a cargo de una flamante Cheka húngara. Los países vecinos bloquearon
el comercio con esa nación. Con la colaboración del general Stromfeld, Kun formó el
Ejército Rojo, el que obtuvo cierto éxito ante los checos, pero fue aplastado por los rumanos.
En el sur, en la ciudad de Szeged, bajo ocupación francesa, se constituyó un gobierno
contrarrevolucionario y un "Ejército Nacional" encabezado por el almirante Horthy, quien
fuera jefe de la flota austro-húngara. Ante la aproximación de las tropas rumanas a
Budapest, Kun y sus partidarios huyeron el 1o de agosto, al cabo de 133 días de paroxismo.
Sólo la presión mundial obligó a Rumania a disponer el retiro de sus tropas y milicias de
suelo húngaro, lo que permitió que el 16 de noviembre el ejército de Horthy ingresara a
Budapest para tomar la dirección de un país arruinado y exangüe, que no tuvo la fuerza ni la
influencia para impedir que el Tratado de Trianón le arrebatara dos tercios de su
territorio, en lo que sería el primer legado del comunismo a esa nación.
Al caer la República de los Consejos, Hungría fue gobernada por una
coalición. En las elecciones de 1920 vencieron dos grupos monárquicos: el Partido de los
Pequeños Propietarios, que propiciaba una monarquía nacionalista; y el Partido Nacional
Cristiano, que deseaba la coronación de Carlos de Habsburgo, el ex rey-emperador exiliado
en Suiza. Los países de la Entente se oponían a esta última opción, lo que de hecho la
descartaba. Así se llegó a la fórmula de designar regente al almirante Horthy, quien
comandaba el ejército nacional. A éste le correspondió suscribir el Tratado de Trianón y
aplastar los últimos bastiones de la milicia comunista.
El intento del rey Carlos por recuperar el trono, en octubre de 1921, motivó
su destronamiento oficial por el Parlamento, proclamándose la monarquía electiva. El conde
Bethlen fue jefe de gobierno desde 1921 hasta 1931, período de reconstrucción material y
moral, que finalizó con la gran crisis económica mundial. Esta tuvo efectos fulminantes
en la política interna, registrándose un resurgimiento de la izquierda, incluyendo al
clandestino -aunque poco significativo- Partido Comunista. La extrema derecha tuvo un
crecimiento explosivo, alentado por los sucesivos gobiernos, siendo su expresión más
importante el Partido Cruces Flechadas, de inspiración fascista. Al igual que en
Checoslovaquia y Polonia -y por cierto en toda Europa- el nacionalismo se enseñoreó en
Hungría en perjuicio de las minorías étnicas, si bien la anterior fragmentación de su territorio
había reducido en gran medida la magnitud de este problema, que marcaría las tendencias
políticas de este período y sería determinante en los trágicos acontecimientos que años después
viviría el mundo.
El Tratado de Riga.Muy pronto el nuevo gobierno polaco volvería a considerar a Rusia como su
principal amenaza. Un año después de la Revolución de Octubre, el nuevo e improvisado
Ejército Rojo se lanzó a tomar posesión de los territorios rusos, polacos y bálticos que
austríacos y alemanes abandonaban en las cercanías de sus fronteras, combatiendo la
resistencia de las milicias nacionalistas. El general Pilsudski emprendió una exitosa
contraofensiva a mediados de 1919, pero en abril del año siguiente cometió el error de
respaldar a los independentistas ucranianos y conquistar Kiev, provocando la reacción de
Moscú. Esta vez el Ejército Rojo llegó a las puertas de Varsovia.
Enfrentando a sectores del gobierno polaco y a las potencias occidentales
que presionaban para que ambas naciones llegasen a un acuerdo (que Rusia rechazaba),
Pilsudski reforzó en pocos días sus propias tropas con una multitud de voluntarios y atacó
resueltamente a los rusos, quienes debieron emprender una humillante retirada, en una
acción bélica que se conoció como "el milagro del Vístula". El 12 de marzo de 1921 se
suscribió el Tratado de Riga, que consolidó la independencia de Polonia, aún cuando ahora no
incluía a Lituania.
La Polonia que surgió del Tratado de Riga comenzó su existencia con dos
problemas difíciles de administrar para las autoridades nacionales: la mantención de sus
fronteras resultaba incierta, particularmente del lado de la flamante Unión Soviética; y los
territorios y poblaciones que la integraban habían estado sometidas a distintos regímenes,
instituciones e influencias culturales. Su primer presidente fue el propio general José Pilsudski,
cuyo prestigio le permitió gobernar en forma casi omnímoda. Pero la Constitución de 1921
limitó las facultades presidenciales, por lo que Pilsudski rehusó presentarse a la reelección.
En 1926, luego de dos accidentados gobiernos sin claro liderazgo, el retirado político y
militar encabezó una revuelta que dividió al ejército y causó cientos de víctimas, al cabo de la
cual el gobierno renunció, asumiendo la presidencia el profesor Ignacio Moscicki, estrecho
colaborador de Pilsudski, quien ejerció el poder real desde el Ministerio de Guerra. Una de sus
primeras medidas fue reformar la Constitución para aumentar las prerrogativas del
Presidente, tras lo cual virtualmente ignoró al Parlamento, rodeándose de nacionalistas y
militares incondicionales a su persona. Muchos de sus ex camaradas socialistas se unieron a
los partidos tradicionales para enfrentar la dictadura, pero el esfuerzo terminó con decenas de
dirigentes en prisión y sus derechos cívicos coartados. Las elecciones de 1930 fueron
favorables a Pilsudski, tras lo cual el Ejecutivo mandó sin contrapeso, aumentando la represión
y obligando a los comunistas a huir a la URSS, donde en su mayoría serían asesinados en las
purgas de Stalin. A ia muerte del líder, en 1935, sus aliados militares, carentes de arraigo
popular, optaron por instaurar un estado policial para conservar el control político.
En la nueva República Checoslovaca, la resuelta adhesión de Masaryk y Benes
a la causa de los aliados y las buenas relaciones que establecieron con sus respectivos
gobiernos, permitió que ambos estadistas tuviesen una influencia decisiva en las
negociaciones para el Tratado de Trianón. El flamante estado comprendía: Bohemia y
Moravia, con un tercio de población alemana; Eslovaquia, notablemente aumentada a costa de
Hungría; y la Rutenia carpática, para la cual se acordó un estatuto de autonomía que jamás se
hizo realidad. El 50 por ciento de la población de la flamante república era checo, el 15,5 por
ciento eslovaco y el 23 por ciento alemán, en tanto que el resto estaba repartido entre húngaros,
rutenos y otras etnias.
El auge autoritario. Todos los países de Europa oriental, a excepción de Checoslovaquia,
proscribieron al Partido Comunista, temerosos de la penetración ideológica de la vecina
Unión Soviética. Incluso entrabaron las actividades de los grupos socialistas y organizaciones
sindicales. En Polonia, Hungría y Checoslovaquia se establecieron regímenes autoritarios, y si
bien en este último país pareció no existir mayor temor al comunismo, las minorías fueron
ignoradas cuando no reprimidas, alcanzando esta marginación inclusive a los eslovacos.
La crisis económica de los años 30 golpeó fuertemente a las tres
naciones, favoreciendo la formación de grupos políticos ultra nacionalistas y fascistas
inspirados en Italia y Alemania. A partir de 1933 la política pangermana de Hitler encontró
inmediata acogida entre los alemanes de Checoslovaquia, quienes vieron en ella una
oportunidad de liberarse de un régimen que les prohibía sus manifestaciones culturales,
incluyendo el uso oficial y la enseñanza de su idioma.
Hacia el exterior Checoslovaquia aparecía como una democracia
pluralista, con instituciones similares a las de las naciones occidentales. La Constitución de
1920 contemplaba un poder legislativo radicado en la Asamblea Nacional, integrada por dos
cámaras elegidas por sufragio libre, secreto y universal. Ellas, a su vez, elegían al presidente de
la República -quien detentaba el poder ejecutivo y estaba sometido al control del Parlamentopor un período de siete años. Este cargo quedó en manos de Masaryk hasta su renuncia por
enfermedad en 1935, siendo reemplazado por su discípulo Eduardo Benes, quien gobernó hasta
su dimisión en octubre de 1938, en desacuerdo por los pactos de Munich.
Esta institucionalidad permitía por cierto la representación de las
minorías, pero éstas casi nunca tuvieron fuerza suficiente como para obtener beneficios
concretos. En 1918 Masaryk había convenido en Pittsburg con representantes eslovacos
que esa nación tendría su propia administración y una dieta legislativa, compromiso que
nunca se cumplió. Checoslovaquia se constituyó como estado centralizado y su ejército ocupó
Bratislava y las campiñas eslovacas, nombrándose checos en los principales cargos de
gobierno interior en la "nación hermana", tras lo cual Eslovaquia fue tratado como país
conquistado: ciento setenta mil colonos checos se convirtieron en los principales
beneficiarios de la reforma agraria impuesta en Eslovaquia. Por otra parte, a despecho de su
proclamada tolerancia, el nuevo régimen, dominado por agnósticos, limitó de diversas
maneras la labor de la Iglesia Católica y toleró -o alentó- la destrucción de altares y Vía
Crucis bajo la consigna de reivindicar los postulados de Jan Hus, lo que ofendió las creencias de
la mayoría católica eslovaca. Así, no fue extraño que un sacerdote, el abate Hlinka, formase el
Partido Populista Eslovaco, con postulados autonomistas, recibiendo más de un tercio de la
votación en la primera elección a la que se presentó en 1925, e incrementándola en los
años siguientes hasta obtener un rotundo triunfo en 1938.
La autonomía llegó a ser una aspiración inmensamente mayoritaria,
situación que generó un círculo vicioso al estimular a los checos a aplicar aún mayores
restricciones a los eslovacos, temiendo -como alguna vez confesó Masaryk- "que se separen
de nosotros y se unan a Hungría".8 Por cierto los eslovacos no fueron los únicos en sufrir los
efectos de la centralización y del predominio checo, pero las otras etnias minoritarias no eran
"hermanas" de los checos.
8 "Berliner Tageblat" de 26 de julio de 1930. Citado por H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO VII
HITLER Y EL RÍO REVUELTO DE LAS NACIONALIDADES
La llegada de Hitler al poder en Alemania y su resuelto apoyo a las
minorías germanas en territorios extranjeros indujo a los gobiernos de Europa Oriental a
políticas más liberales en este aspecto.
En los Sudetes checoslovacos el partido alemán de Konrad Heinlen obtuvo
algunas concesiones, pero no logró un estatuto de autonomía similar al otorgado en
Transilvania a esta minoría ni pudo recuperar las tierras expropiadas por la reforma agraria,
por lo cual proclamó su abierta adhesión a los postulados nacional socialistas. Hacia 1938
Hitler se había convertido en el paladín de los derechos de las minorías, hasta el punto en que
todas las etnias subyugadas de Europa volvían sus miradas hacia él.
El fin de Checoslovaquía.Hasta mediados de 1930 Checoslovaquia no parecía inquietarse. Su
poderío militar y su férrea alianza con Francia parecían mantenerla al margen de presiones
internacionales por liberalizar sus políticas hacia las minorías, las que constituían el cuarenta
por ciento de su población. Pero factores internos y externos marcaron el progresivo
deterioro del poderío francés a partir de 1936, en tanto que el Anchluss de 1938 se impuso
como amenaza inminente al sectarismo checo. Los partidos que representaban a las minorías
formaron un bloque opositor que incluyó a los autonomistas eslovacos de Hlinka y monseñor
Tiso, todo lo cual aumentó las presiones sobre el presidente Benes, que había sucedido a
Masaryk.
Pero ni las presiones de Londres y París fueron suficientes para
convencer al gobierno checo de la conveniencia de hacer concesiones. Por el contrario, hizo
un llamado de reservistas a pretexto de movimientos de tropas alemanas en la frontera. Su
tardío intento de conciliación con los alemanes de los Sudetes, en septiembre de 1938, fue
desbaratado por un violento discurso de Hitler en que denunciaba los atropellos checos a sus
compatriotas, reclamando para ellos el derecho a la autodeterminación. Heinien reclamó de
inmediato el derecho de los Sudetes a unirse al Reich.
El premier británico Chamberlain, ansioso por aplacar a Hitler, ofreció
interceder para entregar a Alemania los territorios checoslovacos con mayoría alemana,
arrastrando a esta posición al presidente francés Daladier, lo que culminó con la cesión
acordada en la Conferencia de Munich el 30 de septiembre de 1938, tras lo cual la
Wehrmacht tomó posesión de los Sudetes. El segundo golpe vino desde otro frente: el 2 de
octubre las tropas polacas ocuparon Teschen, poblado por un 40 por ciento de polacos.
Impotente ante el progresivo desmembramiento del país y la traición de sus aliados, el 5 de
octubre Benes renunció y partió a Londres. Al día siguiente el nuevo gobierno, presidido
por Emil Hacha, ofreció estatutos de autonomía a eslovacos y rutenos. La Dieta eslovaca fue
encabezada por monseñor Tiso y la rutena por monseñor Volisin, ambos admiradores del
nacional socialismo. En noviembre un arbitraje solicitado por Hungría -que estuvo a cargo
de los gobiernos alemán e italiano- restituyó a ese país ciento doce mil kilómetros
cuadrados de territorio checoslovaco.
En marzo del año siguiente monseñor Tiso visitó Berlín a invitación de
Hitler y, a su regreso a Bratislava, la Dieta proclamó la independencia de Eslovaquia. A
continuación el propio presidente Hacha fue citado a la capital del Reich, siendo conminado
por Hitler a poner bajo protección alemana lo que quedaba de su territorio. Este tomó el nombre
de Protectorado Alemán de Bohemia-Moravia. Mientras la Wehrmacht procedía a desarmar al
ejército checo, las tropas húngaras ocupaban la Rutenia carpática (que seis años después
pasaría a la URSS). Checoslovaquia había dejado de existir.
La pasividad de las potencias occidentales ante el desmembramiento de
Checoslovaquia sería un factor decisivo en la consecución de la política imperialista alemana y
en la audacia exhibida más tarde por Stalin al someter a su dictado a las naciones liberadas por
su ejército. Entretanto Hungría, agradecida del apoyo de Hitler a sus reivindicaciones, se
convirtió en su fiel aliado, a pesar de la frustrada reticencia del regente Horthy a involucrarse
en el conflicto bélico.
Al iniciarse la II Guerra Mundial, Hungría mantenía escasos contactos con la
Unión Soviética y probablemente el único antecedente histórico que podía considerarse
relevante en sus relaciones se remontaba a 1848, en que las tropas del zar intervinieron para
detener una incipiente rebelión contra Austria. En tanto Polonia se veía a sí misma como un
baluarte avanzado del Occidente cristiano, a lo que unía un ancestral recelo hacia el imperio
ruso, al que percibía como un enemigo natural a pesar de su común calidad de pueblos
eslavos. El joven estado checoslovaco, en cambio, había mantenido desde su nacimiento
relaciones cordiales con el gobierno de Stalin.
Polonia enfrentó su quinto reparto -y sin duda el más trágico- con motivo de
las cláusulas secretas del pacto germano soviético del 23 de agosto de 1939. A la fulminante
ofensiva germana del 1o de septiembre siguió la ocupación soviética iniciada el 17 del mismo
mes, enfrentando a la retaguardia de un ejército diezmado y exhausto. El territorio polaco había
sido durante mil años el campo de batalla de razas incapaces de convivir pacíficamente, de
organizarse y consolidarse como estados independientes. Fue siempre el punto de encuentro y
desencuentro de los imperios de oriente y occidente, tales como Turquía, Austria, Rusia,
Prusia, Francia y Alemania, los que impusieron sucesivas reorganizaciones guiadas por sus
propios intereses y postergando siempre la solución de los problemas nacionales polacos, lo que
originó un poderoso obstáculo interno para una evolución consensuada: el nacionalismo
sectario, alimentado una y otra vez por la frustración de ver truncadas sus aspiraciones por la
opresión extranjera.
Alemania se anexó Posnania, Danzig y Alta Silesia, instituyendo en el resto
del territorio el "Gobierno General de las Provincias Polacas Ocupadas", reduciendo a los
polacos a ciudadanos de segunda clase, obligados a trabajar en labores asignadas por la
autoridad alemana y a bajísimos salarios, mientras la minoría judía era encerrada en ghettos
y más tarde exterminada. Las regiones bajo ocupación soviética fueron derechamente
incorporadas a la URSS, su población fue privada de derechos y un millón y medio de polacos
fueron deportados. Más de doscientos mil morirían encarcelados o ejecutados, entre ellos toda
la oficialidad del ejército. La intelectualidad polaca fue eliminada en ambos sectores.
CAPÍTULO VIII
OCUPACIÓN Y SUBYUGACIÓN
En abril de 1945 el general George C. Patton acampaba con sus tropas a sólo
dos horas de Praga esperando instrucciones para ingresar en la ciudad, cuando recibió
órdenes de retirar sus fuerzas para permitir al Ejército Rojo ocupar la capital checa.
Después de la guerra se restauró la Checoslovaquia de 1938, estimándose
sus pérdidas de capital fijo con motivo del conflicto en US$ 4.000 millones de la época.
Hungría volvió, en términos generales a sus fronteras de 1919, debiendo pagar además fuertes
reparaciones de guerra a la Unión Soviética, con las que sus pérdidas llegaron a US$ 4.500
millones.
La comunización de Polonia."Es nuestro deseo establecer una Polonia independiente y libre". Estas fueron
las palabras empleadas por Stalin en la Conferencia de Yalta, en la que en febrero de 1945
obtuvo el reconocimiento de una esfera de influencia que comprendió a las naciones de
Europa oriental. Polonia recuperó su integridad, pero debió ceder a la URSS sus territorios
orientales, siendo compensada con parte de Alemania. Sus pérdidas de capital fueron de US$
20.000 millones de la época, habiendo perecido el 22 por ciento de su población, incluyendo la
mayor parte de su élite, la que, como hemos visto, fue sistemáticamente diezmada por alemanes
y soviéticos. Con una población agrícola de 60 por ciento, un analfabetismo de 23 por ciento y
prácticamente sin clase dirigente, parecía relativamente fácil para Stalin moldearla a su antojo,
a pesar de la histórica odiosidad que inspiraba Rusia en el pueblo polaco. Este simpatizaba
abiertamente con Occidente y sólo reconocía autoridad moral para gobernarlo a quienes
mantuvieron durante la guerra la bandera de la legalidad y la soberanía con un gobierno en el
exilio instalado primero en París y luego en Londres, el que estuvo presidido por el general
Sikorsky y -después de su muerte en 1943- por el líder del Partido Campesino Wladislaw
Mikolajczyk, con un pequeño pero aguerrido ejército que no cesó de combatir junto a los
aliados.
Entre los motivos para desconfiar de Rusia estaba su largo dominio de
antaño, su participación en los sucesivos repartos (particularmente el de 1939), la masiva
deportación de polacos al comenzar la reciente guerra, el asesinato de líderes políticos que
habían buscado refugio en Moscú -incluida la plana mayor del partido comunista-, la matanza
de miles de oficiales en Katyn y, por sobre todo lo anterior, la maquiavélica pasividad del
ejército soviético ante el sangriento aplastamiento de la sublevación de Varsovia entre
agosto y octubre de 1944. La expoliación que hicieron en un comienzo los nuevos
conquistadores del carbón y otros minerales producidos por ese devastado país acrecentó
aún más el odio popular.
El bando comunista, con menos de 20.000 miembros y sin comunicación con
los exiliados de París y Londres, estaba políticamente dirigido por Wladislaw Gomulka, que
encabezaba un gobierno en el exilio reconocido sólo por Moscú y con sede en la propia capital
rusa, el que se autodenominaba "Unión de Patriotas" y contaba con una reducida milicia
encabezada por el general Rola-Zimiersky. Fueron sus miembros, respaldados por las tropas
soviéticas, quienes asumieron el control del ministerio del Interior y de la policía política,
cometiendo numerosos abusos contra sus adversarios reales o potenciales. En 1946, ante las
quejas norteamericanas, Stalin aseguró al enviado del Presidente Truman que el Kremlin
reprobaba tales actuaciones y que "Polonia vivirá bajo un régimen parlamentario semejante a
los de Checoslovaquia, Bélgica y Holanda".
Y en esos momentos no había muchos motivos para dudar de que así sería, a
pesar de la inquietud que generaba la preminencia comunista en cargos de administración
interior: se había formado un gobierno multipartidario encabezado por Gomulka como
primer ministro y Mikolajczyk como vicepremier, pero en el que la composición de fuerzas y
el arraigo en la ciudadanía favorecía claramente a este último. Por otra parte, las
nacionalizaciones fueron mínimas, ofreciéndose plenas garantías al sector productivo
privado. Sin embargo, en poco tiempo el popular viceprimer ministro se reveló como un pobre
estadista y se jugó por tesis políticas que dividieron a su partido y pusieron a la opinión
pública en su contra. Esto fue aprovechado por los comunistas, quienes bajo la consigna
"paz, pan, trabajo y reconstrucción" formaron un bloque populista dentro del gobierno,
integrando en él a los descontentos y aislando a Mikolajczyk, quien debió cambiar su elevado
cargo por la cartera de Agricultura. Pero eso no dio todo el control al partido de Gomulka. A
mediados de 1947, a pesar de la oposición comunista, la mayoría de gobierno decidió
informar a la ciudadanía que suscribiría el Plan Marshall; pero antes que ello sucediera, los
polacos se enteraron por Radio Moscú que su país había rehusado acogerse a dicho programa
de reconstrucción. Polonia había sido notificada de que su destino seguía en manos de
potencias extranjeras. En octubre del mismo año Mikolajczyk dejó el gobierno y partió al
exilio.
Zbigniev Brzezinski recuerda en su obra "The Soviet Bloc. Unity and
Conflict" que durante el mismo período 1945-1947 unas quince divisiones de ejército y
policía enfrentaron a una débil pero persistente guerrilla, con un saldo de varias decenas de
miles de muertos.
De la sutileza al Golpe de Praga.A diferencia del voluntarioso pero ineficaz líder nacionalista polaco,
durante la fase final de la guerra el checoslovaco Ferenc Benes, jefe indiscutido del gobierno
en el exilio, estaba consciente que la URSS entraría a su país antes que las tropas occidentales,
por lo que sería necesario olvidar todos los agravios, en particular el abierto apoyo brindado
por Stalin a las conquistas alemanas que desmembraron Checoslovaquia. Pero allí la única
fuerza política bien organizada y con cierto arraigo popular era el Partido Comunista. Benes
asumió la presidencia y se entendió desde un comienzo con Stalin, lo que obligó a los
comunistas a moderar su conducta y postergar su embestida hacia el poder.9 No obstante, la
nueva realidad había dejado obsoletos a los partidos históricos, no habían surgido nuevos
líderes y la formación de partidos de importancia tomaría algún tiempo. Así, en las elecciones
de 1946 el Partido Comunista obtuvo el 38 por ciento de la votación, por lo que Benes debió
llamar a su secretario general, Clement Gottwald, a formar gobierno. La presencia en él
como canciller del hijo del fundador de la República, Jan Masaryk, permitió que hacia el
exterior siguiera proyectando una imagen proclive a Occidente. Pero también en este caso el
Plan Marshall fue la prueba de la verdad: sin disidencias aparentes y desatendiendo una
advertencia de Molotov, el gobierno anunció a su pueblo y al mundo que suscribiría dicha
iniciativa. Gottwald y Masaryk fueron citados a Moscú y a su regreso debieron retractarse.
Benes justificó esta decisión en función de su política de no alineamiento, afirmando que
"Checoslovaquia no estará jamás sólo con el este o sólo con el oeste, sino siempre con el este
y el oeste".
En el aspecto económico no pareció haber mayores desaveniencias.
Checoslovaquia adoptó tempranamente el camino del socialismo, nacionalizando en 1945 las
principales industrias, la minería, los bancos, las compañías de seguro y la generalidad de las
empresas que empleaban a más de 150 obreros.
Si bien el partido comunista pareció conformarse con su papel de relativa
preeminencia en el gobierno de coalición, gradualmente los funcionarios de la policía política
del ministerio del Interior, férreamente controlado por el comunista Nosek, enfocaron sus
actuaciones en contra de miembros de otros sectores del propio gobierno, deteniendo a
personas cercanas a ellos y arrancándoles confesiones incriminatorias, lo que en febrero de
1948 impulsó al ministro de Justicia, J. Drtina, a denunciar ante el Parlamento tales
ilegalidades. Su iniciativa fue respaldada por el consejo de ministros. Ante la rotunda negativa
de Nosek y su partido a someterse a una investigación parlamentaria, doce ministros dimitieron
a sus cargos, luego de lo cual el partido comunista activó a las milicias obreras bajo su
control, las que recibieron armas y ocuparon el sector central de Praga. En este ambiente
9 Lazlo Nagy. Democracias Populares. Aymá S.A. Editora. Barcelona, 1969 Gottwald exigió al Presidente que aceptara las renuncias, a lo que Benes se negó, tras lo cual
comenzaron las detenciones de políticos no comunistas.
Numerosos estudiantes, partidarios de Benes, improvisaron una
manifestación pública, la que fue duramente repelida por la policía. Con esta sólida protección,
la milicia obrera ocupó los locales del Partido Social Nacionalista, al que pertenecía el
Presidente. Intimidado, el jefe del Partido Socialista, Lausman, instó a Benes a ceder para
evitar la profundizaron de la crisis. Finalmente éste aceptó las doce renuncias y nombró en
su reemplazo a quienes fueron propuestos por Gottwald. Masaryk permaneció en el
gabinete a petición de Benes. En los días siguientes el nuevo gobierno proclamó el
"proyecto socialista" como programa oficial.
El 27 de febrero se informó que el ex ministro Drtina se había lanzado desde
la ventana de su departamento. No falleció, pero a pesar de sus graves lesiones fue
inmediatamente detenido. El 10 de marzo apareció e! cadáver de Masaryk bajo la ventana
de su residencia. Los funcionarios no comunistas del gobierno fueron exonerados o
simplemente encarcelados. El 30 de mayo se celebraron las primeras elecciones con una
única lista. Días después debieron abandonar el gabinete los miembros no comunistas. El
gobierno dictó una nueva Constitución que Benes se negó firmar, sin que ello evitara su
imposición. El Presidente Benes enfermó y falleció en septiembre.
La temida "liberación". Hacia el final de la guerra, Hungría -al igual que Bulgaria y Rumaniaesperaba el ingreso del Ejército Rojo con justificada angustia: aunque el régimen del regente
Horthy había intentado evitarlo, finalmente se había visto obligado a participar con varias
divisiones en la invasión nazi a Rusia, las que fueron ubicadas en la primera línea de fuego,
siendo virtualmente aniquiladas. No favoreció a Hungría el tardío intento de deserción por
parte de Horthy, el que terminó con su detención y relegación a Berlín y con la imposición
de un gobierno dirigido por el partido pronazi Cruces Flechadas, el que reactivó la
persecución de opositores internos, pero no tuvo posibilidades de defender eficazmente las
fronteras. El Ejército Rojo encontró escasa resistencia, por lo que pasó en pocos días de los
combates a la eliminación física de los simpatizantes nazis. Posteriormente la burocracia
soviética se abocó a justificar, bajo distintos conceptos, la imposición de contribuciones
económicas, que en 1946 alcanzaron el 65 por ciento de la producción total del país y lo
condujeron a "una inflación que constituyó un record mundial absoluto en la historia de las
monedas". 10 Probablemente por ello las expropiaciones de industrias no superaron
inicialmente el 37 por ciento y en la agricultura prácticamente no existieron.
10 L. Nagy. Op. citada El partido comunista húngaro era insignificante, lo que quedó en
evidencia en las elecciones de noviembre de 1945, por lo que no pudo hacer mayores
exigencias en el gobierno multipartidario de post guerra, el que fue presidido por el general
Bela Miklos. Sin embargo, como sucedió en otros países del este, los mayoritarios partidos de
los Pequeños Propietarios y Socialista no tuvieron más opción que ceder a su presión -con el
tácito pero imponente respaldo del ejército de ocupación-, concediéndoles el ministerio del
Interior y la dirección de la policía política conocida como A.V.O. Resulta paradojal que
tan estratégico ministerio haya sido ocupado en ese período crucial por dos hombres que
una década más tarde serían ejecutados por traición por sus propios camaradas: Imre Nagy y
Laszlo Rajk.11
Desde esta posición de fuerza, el partido comunista se abocó a una
implacable campaña para denunciar la infiltración fascista en el partido de los Pequeños
Propietarios, el que por sí sólo contaba con la mayoría absoluta de la votación nacional. Esta
estrategia culminó en unos pocos meses con la detención y posterior deportación a la Unión
Soviética del secretario general de dicho partido, Bela Kovacs, seguida de la destitución de
facto del Primer Ministro Ferenc Nagy y de 48 diputados de su partido.
Pero, a pesar de la casi total neutralización de sus principales adversarios
y del férreo control que ejercieron sobre el proceso electoral de 1947, los comunistas sólo
llegaron al 22 por ciento de la votación, después de lo cual intensificaron la persecución
indiscriminada de opositores y miembros de partidos aliados en el gobierno.
Unos años después el mentor de esta depuración, el secretario general del
partido comunista, Matyas Rakosi, explicaba en un artículo que la estrategia seguida para
obtener el poder total en condiciones tan adversas pasaba por hacerse del control absoluto de la
policía política, amparada por el ministerio del Interior, agregando que "era la única
institución en que nos reservábamos la dirección absoluta, rechazando categóricamente
compartirla con los otros partidos de la coalición según la proporción de nuestras respectivas
fuerzas".12
11 L. Nagy. Op. citada 12 L. Nagy. Op. citada CAPÍTULO IX
DE LA DOMINACIÓN A LA SATELIZACIÓN
¿Por qué Occidente mostró tanta mansedumbre frente a semejantes actos de
fuerza? ¿Por qué los líderes de un Occidente victorioso concedieron en Yalta a una potencia
que temían y detestaban una esfera de influencia que involucraba naciones que formaban
parte de su tradición histórica y cultural? Ciertamente lo primero es ubicarse en el nuevo
contexto del momento: la poderosa Alemania -un poder natural de contención hacia el
Oriente a partir de la caída del Imperio Austro Húngaro- estaba destruida y desacreditada,
Francia carecía por entonces de peso internacional, Gran Bretaña estaba debilitada y había
cedido el liderazgo a los Estados Unidos, nación que había acrecentado su poder relativo
después de cada una de las grandes conflagraciones, pero cuyos sucesivos gobiernos
continuaban incapaces de comprender el sutil juego de poderes, tradiciones e intereses en que
se basaba la política exterior europea. El enfermo presidente Roosevelt no contaba con
capacidad física y emocional suficiente para enfrentar la arrolladora fuerza de un Stalin
engrandecido por haber convertido una catastrófica derrota en una victoria apoteósica y
dotada con un suculento botín (aunque tempranamente olvidó la abundante ayuda económica
occidental), además de la constante propagación del ideario marxista. El recuerdo de las
atroces purgas no fue suficiente para que el mandatario norteamericano desconfiase de falsas
declaraciones de principios formuladas por el líder soviético, tales como: "Existen
denominadores comunes en materia moral, sin los cuales las naciones no pueden coexistir".
Pero la Unión Soviética padecía de una terrible angustia: el miedo obsesivo de un ataque
proveniente del oeste, de verse nuevamente rodeada y sofocada. "Fueron consideraciones de
seguridad, en gran parte justificadas, las que dieron origen al imperialismo preventivo de la
URSS. Añadamos que los otros 'grandes' comprendían y aceptaban lo justificado de esta
angustia. Esta comprensión explica, sin excusarla, su aparente pusilanimidad ante las
reivindicaciones y exigencias de garantías de los soviéticos".13 Pero ese imperialismo
preventivo, "aplicado de manera brutal y excesiva, no solamente le enajenó la simpatía de los
pueblos que se encontraban en su zona de influencia, sino que obligó a los occidentales, y en
primer lugar a Norteamérica, que era la única que tenía los medios para hacerlo, a movilizar
todas las fuerzas para refrenar, contener la expansión inquietante de su aliada, y construir
alrededor de ella un dispositivo de seguridad, un cordón sanitario mucho más temible de lo que
la URSS hubiese podido temer de sus enemigos".14
13 L. Nagy. Op. citada 14 L. Nagy. Op. citada En los años inmediatamente posteriores esta área de influencia se
transformó en un sólido bloque de satélites junto a una potencia rectora. Y cada nuevo
paso de Moscú, así como cada medida reactiva de Washington profundizaba el abismo entre
ambos colosos. Así hemos visto que el Plan Marshall, en lugar de apartar de la URSS a los
países del este, consolidó su dependencia. Por cierto que la creación del Kominform a fines de
1947 enrareció definitivamente las relaciones entre los ex aliados, dando comienzo de hecho a
la guerra fría. A partir de entonces toda Europa oriental sufrió "una profunda transformación
que aparentemente anulaba las separaciones históricas, económicas y políticas del pasado.
Esta conversión revolucionaria obligada puso fin a la formación espontánea de
sociedades históricas, sustituyéndola por un proceso conscientemente elegido de construcción
de un futuro preciso: la sociedad sin clases del comunismo. No se disimuló el verdadero plan
del proyecto socialista, y en lo sucesivo se llamó al pan, pan, y al vino, vino. Se declaró sin
rodeos lo que se deseaba, sin tolerar la menor oposición: conseguir el paraíso de una sociedad
sin clases ni explotación, gracias a la planificación científica basada en la centralización de
la propiedad de los principales medios de producción, incluidas las tierras que (en algunas
naciones) acababan de ser 'irrevocablemente' repartidas entre unos campesinos que desde
hacía muchos siglos habían esperado ese momento".15 1948 sería llamado "el año del viraje
decisivo".
Un discurso del dirigente búlgaro G. Dimitrov en el Congreso de su
partido, publicado en Pravda de Moscú el 21 de diciembre de 1948, resulta muy explícito
sobre las sociedades que se pretendía construir:
"El carácter de una democracia popular se define en cuatro rasgos esenciales:
a)
El Estado democrático popular es la autoridad de las masas trabajadoras, la autoridad
de la inmensa mayoría de la nación, dirigida por la clase obrera, lo que significa:
1.- Que la autoridad de los capitalistas y grandes propietarios es abolida y que se instituye la
autoridad de las masas trabajadoras de las ciudades y del campo bajo la dirección de la
clase obrera, que tiene un papel dominante dentro del Estado y en la vida social.
2.- Que el Estado sirve de instrumento de lucha de las masas trabajadoras contra los
explotadores, contra todos los esfuerzos y todas la tendencias para restablecer el régimen
capitalista y el poder de la burguesía.
b)
El Estado democrático popular es un Estado del período de transición, cuya razón de
ser es asegurar el desarrollo del país por la vía del socialismo. Ello significa que, a pesar de la
abolición de la autoridad de los capitalistas y de los grandes propietarios, y de la apropiación
de sus bienes por el pueblo, los fundamentos económicos del capitalismo no han sido todavía
15 L. Nagy. Op. citada liquidados. Los elementos capitalistas existen todavía y se desarrollan, intentando restablecer
la esclavitud capitalista. De ello resulta que el progreso hacia el socialismo no es posible más
que a condición de sostener una lucha de clases sin compromiso contra los elementos
capitalistas hasta su total liquidación.
El Estado democrático popular se construye en colaboración y con la amistad
del país del socialismo, la Unión Soviética. La condición para el desarrollo de nuestra
democracia popular reside en el mantenimiento y refuerzo de lazos estrechos, de una sincera
colaboración, de la ayuda mutua y amistad entre nuestros países y la gran Unión Soviética.
Cualquier tendencia hacia el debilitamiento de la colaboración con la Unión Soviética está
dirigida contra los mismos fundamentos de la existencia de la democracia popular en nuestro
país.
El Estado democrático popular forma parte del campo democrático
antiimperialista. Solamente alineándose dentro del campo democrático unificado, a cuyo
frente se encuentra el poderoso Estado soviético, podrá asegurar cualquier democracia
popular su independencia y su seguridad contra la agresión de las fuerzas
imperialistas".16
De esta manera, siguiendo a Fermandois, podemos comprobar cómo el
totalitarismo desafiaba al consensus iuris, asumiendo la representación de la fuente de la ley.
"El totalitarismo se devela, de esta forma, como la presunción de representar el absoluto de la
vida humana, siempre en desarrollo hacia un futuro..." "El hombre se encuentra en la
realidad en la medida en que se subordina a las exigencias del proyecto, el que adquiere
así un grado ontológico supremo". Como observaba Löwenthal, se intentó transformar a
la sociedad a partir del Estado.17
Y por cierto la herramienta clave fue el terror. Marcuse definía el terror como
"la aplicación metódica y centralizada de una violencia imprevisible, y no sólo en una situación
excepcional sino también en una situación normal". En el estado soviético y en las naciones
satélites "el terror tiene una doble naturaleza: tecnológica y política. Por un lado se castiga la
ineficacia y la falta de rendimiento a nivel técnico y empresarial, y por otro se sanciona cualquier
clase de inconformismo: actitudes sospechosas y peligrosas. Ambas formas se hallan
mutuamente relacionadas, hasta el punto de que con alguna frecuencia se juzga la eficacia según
criterios políticos. Sin embargo, con la supresión de toda oposición organizada y con el
afianzamiento de la administración totalitaria, el terror tiende a hacerse predominantemente
tecnológico..." "Las fórmulas completamente estereotipadas de las acusaciones políticas, que ni
siquiera pretenden ya ser racionales, plausibles y coherentes, pueden servir muy bien para
ocultar la razón real de las inculpaciones: las discrepancias en torno a la oportunidad y
16 L. Nagy. Op. citada 17 Joaquín Fermandois. La Noción del Totalitarismo. Editorial Universitaria. Santiago, 1979 modalidades de aplicación de medidas administrativas sobre cuya sustancia las partes en
conflicto están de acuerdo".18
El cambio social.Desde el punto de vista económico el objetivo de estos estados
refundados era la maximalización del bienestar por medio de la planificación. Esta por su
parte requería dos condiciones previas: la colectivización de la agricultura y la
nacionalización de la industria, aspectos que fueron profundizados a partir de 1948.
Moscú presionó fuertemente hacia el fomento de la industria pesada, la que
suponía un uso intensivo de mano de obra. A su vez ello pasaba por acelerar el proceso de
colectivización agrícola, tema de por sí explosivo en naciones que, como Polonia, Hungría y
otros, tenían muy elevadas poblaciones campesinas. A ello se unían las seguridades que desde
1945 habían ofrecido los dirigentes comunistas en orden a respetar la propiedad privada de
la tierra en tanto no se tratare de latifundios.
Esta situación demoró hasta 1950 el inicio de la colectivización en gran
escala, la que debió ser acompañada de una fuerte represión. Los campesinos que habían sido
propietarios fueron forzadamente desplazados y convertidos en obreros industriales,
generándose en ellos una sorda amargura que, férreamente neutralizada y aplacada por el
recuerdo de la trágica colectivización soviética, no llegó a convertirse en rebelión.
Este drástico cambio en las formas de vida de los países de Europa Oriental,
en sus estructuras sociales, en sus estímulos vitales, y en fin, en todo aquello que constituía
la esencia de su ser nacional, tradiciones, costumbres, valores, libertades, lealtades, gustos y
opciones, determinaba inexorablemente un nuevo futuro, que ya no sería forjado por los
pueblos involucrados en él, sino por fuerzas exógenas. La voluntad de un hombre -que a miles
de kilómetros de distancia manejaba la porción del mundo que se le había concedido como en
un tablero de ajedrez- sería más decisiva en la vida de cada polaco, cada húngaro, cada
checoslovaco, que su propia voluntad, y aún que la de toda su comunidad. Los niveles de
vida cayeron significativamente. Los deseos del consumidor fueron simplemente
despreciados. Los graves desequilibrios internos que esta situación generó, así como los
conflictos históricos derivados de los nacionalismos, sólo fueron aplacados gracias al
omnipresente poder soviético, cuyas embajadas se constituyeron en gobiernos de facto. El
político eslovaco Anton Smutny escribía en el semanario Novo Slovo: "Debemos aplicar los
principios bolcheviques, hacer caso omiso de las relaciones familiares y personales y no tener
en cuenta más que los intereses del partido, de la clase obrera". Pero también la percepción
18 Herbert Marcuse. El Marxismo Soviético. Alianza Editorial. Segunda edición. Madrid, 1969 de tales intereses variaba según quien condujera ese bloque monolítico e inflexible que era el
Partido, único exponente de la voluntad de la clase obrera.
Como observara Michael Bernhard, "incluso en las anteriores dictaduras
de Pilsudski en Polonia y Horthy en Hungría la sociedad civil pudo mantener y defender
algo de su autonomía. En ambos países hubo ejercicio del periodismo, aunque sujeto a la
censura, pero no una prensa oficial en el sentido soviético o nazi. En aquellos casos los
parlamentos y los partidos políticos continuaron jugando un importante rol en el sistema.
Esas fueron dictaduras, pero no dictaduras capaces de inspirar el término totalitario".19 El
estalinismo "es el reductio ad absurdum del aserto de Descartes, por el cual los humanos
nos podemos convertir en los amos y poseedores de la naturaleza, según un sueño que
todavía en 1961 encontró un confiado eco en el texto de un autor húngaro (Mihaly Vaci),
quien dijo que el socialismo estaba a punto de hacer las maniobras finales para la conquista
definitiva del mundo material".20
Giuseppe di Palma observa que "todas la dictaduras tratan de controlar la
información que sus sociedades reciben en consideración de sí mismas y de sus políticas,
presentes y pasadas. Todas la dictaduras tratan de impedir que la sociedad pueda operar
como fuente independiente de tal información. La mayoría lo hacen por conveniencia
circunstancial, apelando a situaciones de excepción. Algunas invocan la necesidad de un
balance más adecuado entre estado y sociedad. Pero sólo el comunismo (como el nazismo
y el fascismo en el pasado) reclama el monopolio cognitivo como el fundamento de su
verdad superior".21
El propio Engels viene a corroborar estas apreciaciones en su definición
de la lógica dialéctica, consideradas la piedra angular de la teoría marxista. Para el
coautor del Manifiesto dialéctica es "la ciencia de las leyes generales del movimiento y
del desarrollo de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento".22
Las primeras purgas.Y, como antes en la Unión Soviética, comenzó a distinguirse entre comunistas
buenos y malos. Estos últimos fueron calificados de traidores, de "titoistas" -en alusión al
díscolo gobernante yugoslavo- y consiguientemente perseguidos y eliminados. Esa fue la
19 Michael Bernhard. Civil Society and Democratic Transition in East Europe. Political Science Quarterly, Vol.
108, N° 2. Published by the Academy of Political Science. Montpelier, Vermont, USA. 1993 20 Gale Stokes. Enseñanzas de las Revoluciones de 1989 en el Este de Europa. Problemas Internacionales, Vol. XL, N° 5. Washington DC, USA, 1991 21 Giuseppe di Palma. Legitimation from the top to Civil Society. Politic Cultural Change in Eastern Europe. World Politics 44, N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA, 1991 22 Citado por H. Marcuse. Op. citada suerte del diligente Ministro del Interior de 1945 en Hungría, Laszlo Rajk, ahorcado junto a
sus "cómplices" a instancias del feroz Matyas Rakosi. Luego corrió la misma suerte un ex
presidente del consejo de ministros, Traitcho Kostov y sus colaboradores más cercanos, así
como varios jefes militares. En Polonia la purga alcanzó nada menos que a Wladislaw
Gomulka, quien fue arrestado en mayo de 1950, manteniéndosele detenido sin juicio
mientras se celebraba el llamado "proceso de los generales", dentro del cual se le habría
pretendido involucrar; pero ese paso no se dio. En Checoslovaquia las depuraciones
fueron iniciadas por Rudolf Slansky, quien detuvo al canciller Clementis en calidad de
jefe de la supuesta conspiración titoista. Curiosamente Slansky fue arrestado meses después,
en un vuelco antisionista impuesto por Stalin, y condenado a muerte en el mismo proceso de
varias de sus víctimas, entre ellas el propio Clementis. Este sería el período que Jean Paul
Sartre denominaría "de la imbecilidad y el terror".23
23 L. Nagy. Op. citada CAPÍTULO X
EL FIN DEL ESTALINISMO
El 6 de marzo de 1953 muere Stalin -en medio de arrebatos paranoicos que
costaron la vida a varios de sus médicos- y en su lugar queda una troika que sufriría varias
modificaciones, pero cuya cabeza visible parecía ser Malenkov. En Moscú se inició, casi de
inmediato, una nueva purga, pero esta vez contra dirigentes que parecían cercanos al ex dictador,
tales como Beria, Kamarov, Kabulev y muchos otros. La rápida eliminación física de tan
selectos criminales no prestigiaba mayormente al nuevo gobierno, pero pareció una señal
de cambio que pronto tendría efectos en la Europa sometida. En junio del mismo año se
produjeron en Berlín manifestaciones obreras que encontraron una pronta solidaridad de
otros estamentos sociales, por lo que se fue generando un clima de rebelión que excedía en
mucho las reivindicaciones sectoriales del primer momento, situación que la historia
contemporánea ha mostrado una y otra vez en países sometidos a regímenes dictatoriales.
La efervescencia se extendió -aunque en menor medida- a Checoslovaquia y Polonia, siendo
rápidamente aplacada. En febrero de 1955 Malenkov fue derrocado, en un golpe cupular que
fue equivocadamente interpretado en las naciones este europeas. Tras la destitución de
Malenkov el poder pasó a la dupla Bulganin-Kruschev, la que en pocos meses se diluyó para
quedar éste último como número uno del Kremlin. El 14 de mayo el flamante gobernante
sorprende al mundo al inaugurar la alianza militar con los ocho países comunistas europeos
conocida como Pacto de Varsovia. Ello sucedió en momentos en que el mundo esperaba otra
cosa, una señal de transformación interior como condición previa para avanzar hacia la
distensión exterior. Pero varios miembros de la cúpula soviética, incluido el propio
Kruschev, estaban dispuestos a entregar esa señal, no sólo a Occidente sino, por sobre todo,
a su propio pueblo. La oportunidad la brindó el XX Congreso del Partido Comunista de la
URSS, celebrado entre el 14 y el 25 de febrero de 1956: 1.600 delegados escucharon
estupefactos enumerar las atrocidades cometidas por el otrora intocable Josef Stalin, el
constructor de la Unión Soviética, el vencedor del Reich, quien esta vez fue calificado de
"aventurero sanguinario, cruel y estúpido" y "Calígula del Kremlin".24 Los "duros" que
sobrevivían, amparados por Molotov, debieron replegarse sin que el ex dictador encontrara
defensores.
La Unión Soviética, y particularmente sus naciones satélites, enfrentaron
perceptiblemente, a partir de ese momento, una triple crisis, conforme lo destaca el autor
Laszlo Nagy: una crisis moral, una crisis ideológica y una crisis de autoridad. "Y todo ello en
tres niveles: el individual, el nacional y el internacional. La crisis moral afectaría
24 L. Nagy. Op. citada principalmente a los individuos, conmocionados por las revelaciones hechas sobre el carácter
falso e inhumano de un sistema que, sin embargo, se les había presentado hasta entonces
como el mejor posible, mientras que la crisis ideológica y la de autoridad amenazaban al
mismo tiempo el equilibrio interior de los países comunistas y la supervivencia del campo
socialista. Y, lo que es peor aún, la desestalinización no solamente comprometía al socialismo
como doctrina, como ideología y como principio estatal, sino que, además, debilitaba a un
tiempo los medios capaces de restaurar la autoridad moral, el orden interno y la unidad
internacional del campo socialista".25
Rakosi vs. Nagy.Mientras los analistas aseguraban que tales señales de relajamiento darían
lugar a un pronto endurecimiento, el líder húngaro Matyas Rakosi y sus más cercanos
colaboradores fueron convocados al Kremlin, donde fueron duramente reprendidos, recibiendo
órdenes perentorias de entregar sus cargos a un nuevo gobierno, el que debía ser dirigido por el
hasta entonces marginado fundador del partido Imre Nagy.
El nuevo gobernante no era tampoco muy querido por sus indiferentes y
resignados compatriotas, quienes recordaban el papel que jugara entre 1945 y 1947. Por lo
mismo se vieron sorprendidos cuando Nagy anunció diversas medidas de liberalización
económica, mayor tolerancia para las actividades agrícolas y una amplia amnistía para
decenas de miles de presos políticos. Pero los "apparatchiki" rakosistas procuraron por todos
los medios boicotear esta apertura, actitud que sólo pudo ser atenuada por la intervención de
delegados soviéticos en el Congreso del PC húngaro celebrado en mayo de 1954.
Sin embargo, el gobierno de Imre Nagy subsistiría sólo hasta febrero de 1955,
en que coincidieron la exoneración de Malenkov en el Kremlin con una seria enfermedad de
Nagy. A fines del mes siguiente el propio Rakosi anunciaría la proscripción política de este
último por "desviación de derecha", siendo por consiguiente excluido del Politburó por
segunda vez en su vida política. A fines de 1955 Nagy fue expulsado del partido para
desalentar a sectores intelectuales que reclamaban la mantención de los espacios que, de
manera efímera, habían obtenido. Al reiniciarse la desestalinización, en febrero del año
siguiente, el ya recuperado Nagy se convirtió en un impensado líder popular, a pesar de lo
cual supo mantener un prudente silencio. La posición de Rakosi se hizo cada vez más
inconfortable: pasaba alternativamente de discursos conciliadores y decretos de amnistía a
distintas formas de represión, lo que terminó por privarle del respeto de sus propios
camaradas. En la antesala de una inminente purga interna, el Kremlin envió al habilidoso
Anastas Mikoyan a destituirlo. Pero en su lugar quedó otro estalinista de la vieja guardia: Ernö
25 L. Nagy. Op. citada Gerö, quien sería incapaz de entender y descomprimir el profundo conflicto que se estaba
incubando en la sociedad húngara, del cual ni el propio partido estaba incólume.
En Checoslovaquia la muerte de Gottwald, a los pocos días de fallecer Stalin,
ofreció una excelente coyuntura para iniciar un cambio sin traumas; pero la cúpula del partido
no tenía intenciones de cambiar nada. El opaco estalinista Antonin Novotny tomó la
dirección del Partido, a partir de la cual impuso su voluntad al presidente Zapotocky. A fines
de 1953 hubo algunos disturbios, pero fueron neutralizados con una dosis de represión y otra
de compromisos menores.
La temeridad de Gomulka.El gobierno polaco de Bierut sólo hizo concesiones formales, tras las cuales
acentuó la represión, hasta el punto de arrestar al cardenal Wysinski y ejecutar a
diecinueve militares de alto rango. Pero la desaparición de Beria había provocado el retiro de
numerosos agentes soviéticos que prestaban funciones en la policía política y, con ello,
disminuyó la cohesión de ésta. Sus crueles procedimientos fueron conocidos por los polacos
luego de la deserción a Occidente del coronel Swiatrlo, cuyas declaraciones fueron
profusamente transmitidas a través de Radio Europa Libre. En medio de un generalizado
descrédito, el ministerio de Seguridad fue suprimido en diciembre de 1954, aunque sus
funciones fueron asumidas por un comité de bajo perfil. Desde entonces se dieron tímidos
pasos hacia una relativa liberalización, entre los cuales estuvo la excarcelación del
vilipendiado Gomulka, cuyo mayor pecado había estado en sus referencias a una "vía
polaca hacia el socialismo", tesis que pareció legitimarse con la reconciliación entre el
Kremlin y la Yugoslavia de Tito.
La muerte de Bierut en Moscú, dos semanas después del XX Congreso,
alimentó las expectativas de cambio. Temeroso de que la situación escapara a su control, el
propio Kruschev concurrió a Varsovia para participar en la designación de sucesor, impidiendo
la elección de Zambrovski por su origen judío y respaldando -paradojal pero prudentementeal estalinista Ochab para llevar a cabo la desestalinización. Esta comenzó en abril de 1956 con
una amnistía a 35.000 presos políticos, cifra que no pasaba de la mitad de los existentes.
Fueron nuevamente los trabajadores quienes pusieron a prueba al nuevo
gobierno. En el mes de junio la empresa Stalin (!) de Poznan inició una huelga por demandas
salariales, enviando una delegación a Varsovia, la que se entrevistó con el Ministro de
Industria. Este los amenazó con enviar los tanques si salían a la calle. La difusión de esta
amenaza, junto a rumores de detención de los delegados, desató la ira de los obreros de
Poznan y de gran parte de su población, lo que dio lugar a una manifestación que en pocas
horas se convirtió en insurrección, con ataques a sedes del partido, linchamiento de
funcionarios y liberación de prisioneros, con un saldo superior a cincuenta muertos. Las
duras medidas anunciadas inicialmente dieron paso a fórmulas de compromiso y ofertas
de mayor democratización; pero los acontecimientos parecían ya fuera de control,
generalizándose la idea de un cambio drástico en la conducción. El 19 de octubre se inició el
Congreso del Partido Comunista, el que reincorporó apresuradamente a Gomulka y otros
líderes desplazados y aceptó la renuncia del Politburó. Esa tarde Varsovia recibió la inusitada
visita de Kruschev, Molotov, Mikoyan, Kaganovich y una docena de generales y almirantes
soviéticos, mientras el contingente militar soviético estacionado en Polonia iniciaba
ejercicios en las cercanías de la capital, en tanto que obreros y estudiantes se organizaban para
defenderse de la inminente agresión.
El propio Gomulka enfrentó a Kruschev después de recibir un informe sobre
el movimiento de tropas soviéticas, advirtiéndole temerariamente que si no detenía el ingreso
de blindados a Varsovia daría a conocer la situación al pueblo polaco. Sorprendentemente la
amenaza de transparencia intimidó al líder ruso, quien ordenó detener el avance. El
súbitamente popular Gomulka fue elegido sin oposición como primer secretario, después de
haber responsabilizado al gobierno y al partido de la crisis que comenzara en Poznan, sin
perjuicio de reiterar su adhesión al comunismo y la inalterable amistad con la Unión
Soviética. En los días siguientes el flamante gobernante adoptó medidas que acentuaron su
popularidad: una nueva ley electoral, liberación del cardenal Wysinski y regreso a su país de
los numerosos consejeros soviéticos agregados al Ejército y a la Policía. Sin embargo, en los
años venideros Gomulka demostraría una y otra vez que su adhesión a Moscú no era un mero
discurso; por el contrario, pronto se convertiría en incondicionalidad.
Hungría, 1956.Los acontecimientos de Poznan y el Congreso del 19 y 20 octubre en Polonia
fueron el detonante de la crisis húngara, que estalló dramáticamente el día 23. La diferencia
estuvo en que mientras en Polonia el partido comunista se puso a la cabeza del movimiento de
reivindicaciones, en Hungría el gobierno enfrentó brutalmente a los cientos de miles de
manifestantes que voceaban el nombre de quien en 1946 dirigiera el aplastamiento de sus
aliados demócratas: el doblemente proscrito Imre Nagy. A la represión de la policía de
seguridad, la A.V.O., siguió la acción del Ejército en las calles de Budapest, pero sus tropas
comenzaron a pasarse masivamente al bando rebelde, ante lo cual Ernö Gerö optó por
solicitar secretamente la intervención soviética para defender el régimen.
En medio de ese paroxismo, se probó una vez más que la unidad monolítica
del partido era más aparente que real cuando de su propio seno surgió el clamor para rehabilitar
a Nagy, quien fue convocado esa misma noche para formar gobierno junto al también
defenestrado Janos Kadar, quien asumió la dirección del partido. Sus primeras medidas
estuvieron orientadas a bajar la presión popular: disolución de la policía política,
autorización de existencia de otros partidos, liberación de los presos políticos incluido el
cardenal Mindszenty y eliminación de la censura de prensa. La visita de Mikoyan a Budapest
en esos días permite deducir que el Kremlin estuvo de acuerdo con tales reformas, en cuanto
permitían conservar a Hungría en la órbita soviética. Pero el político ruso no fue informado del
paso que vendría a continuación: el retiro del Pacto de Varsovia y la declaración de
neutralidad. El 31 de octubre Hungría se enteró del avance de tropas soviéticas hacia sus
fronteras, mientras en todas las latitudes surgía una corriente de simpatía hacia el nuevo
régimen, la que se manifestaba incluso en la prensa china, polaca y yugoslava.26
Pero el 1 de noviembre un nuevo frente de conflicto conmocionó al mundo
con la amenaza de una guerra generalizada. Estalló la crisis del Canal de Suez, en la que los
aliados franco-anglo-israelíes hicieron su voluntad ante una Unión Soviética que se limitó a
enérgicas protestas. Esta situación, junto a la desaparición de las primeras planas de la
incipiente revolución húngara, resultó desastrosa para el gobierno de Nagy. Los intentos
para que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas propusiera medidas de emergencia
tendientes a preservar la soberanía húngara se estrellaron con la indiferencia del gobierno
norteamericano, el que ostensiblemente prefirió considerar la crisis como "un asunto de
familia", manteniéndola al margen del ya álgido conflicto este-oeste. Entretanto, Pekín viraba
en 180 grados su posición para exigir el fin de "la aventura contrarrevolucionaria". Al
interior del país, con una pobre evaluación de los peligros que enfrentaba la hasta entonces
exitosa revolución, los flamantes partidos de derecha cayeron en un prematuro triunfalismo,
llegando al extremo de negar legitimidad al nuevo gobierno, calificando a sus integrantes
como "sucesores del régimen derrocado", posición a la que adhirió el propio cardenal
Mindszenty.
La primera reacción del Kremlin pareció tranquilizadora: envió una delegación
militar a discutir las modalidades del retiro de las tropas soviéticas acantonadas en Hungría.
Después de una reunión de presentaciones en la sede de gobierno, las comisiones
negociadoras de ambos países iniciaron sus deliberaciones en el cuartel soviético situado
cerca de la capital.
Hasta allí llegó, en la medianoche del 3 de noviembre, un pelotón
comandado por el general Serov, jefe de la policía secreta de la URSS, el cual detuvo a los
delegados húngaros, entre los cuales estaban los ministros de Estado y de Defensa.
Paralelamente ingresaban a Budapest y otras ciudades varias divisiones blindadas soviéticas. A
pesar de las desesperadas solicitudes radiales de auxilio formuladas por Nagy y de la heroica
resistencia de civiles y militares húngaros, al cabo de cinco días la invasión estaba consumada.
Janos Kadar, quien había desaparecido sin explicaciones de Budapest antes de llegar la
representación soviética, ingresó a la ciudad en un furgón militar soviético y fue
literalmente instalado en el poder, luego de lo cual condenó enérgicamente "la traición de
26 L. Nagy. Op. citada Imre Nagy" a la causa socialista, asegurando que "se pretendía instaurar el sistema más
reaccionario de las dictaduras burguesas, la dictadura fascista".27
Así, "en octubre de 1956 el llamado campo socialista no se parecía, sino muy
remotamente, al bloque monolítico legado cuarenta y cuatro meses antes por Stalin".28
27 H. Bogdan. Op. citada 28 L. Nagy. Op. citada CAPÍTULO XI
AJUSTES EN LAS CÚPULAS
Pero ya no era posible regresar al estalinismo sin poner en peligro la
hegemonía comunista. "La megalomanía de los planes quinquenales conducía la economía de
los países del Este al borde del abismo; el retraso de la agricultura y del consumo
comprometía la ejecución de los planes incluso en los sectores prioritarios; la lucha de
clases artificialmente mantenida en el interior y la guerra fría en el exterior imponían a los
pueblos una carga insoportable de sufrimientos y renuncias. Era preciso que aquello
cambiase." "El único modo de salvar al socialismo vacilante era entonces frenar su
construcción, moderando el ritmo de la industrialización y corrigiendo los defectos de los
planes. No se trataba, evidentemente, de renunciar a las bases propias del régimen
socialista, sino de remediar sus imperfecciones más chocantes, sobre todo una de ellas: el
desprecio al consumidor".29
Por ello se comenzaron a introducir reformas en el sector industrial,
sacrificando las exigencias de una industria pesada excesivamente onerosa en favor de la
producción de bienes de consumo; se liquidaron las ineficientes sociedades mixtas; se
revisaron los leoninos tratados comerciales impuestos por la Unión Soviética y se
implementaron líneas de crédito para financiar las reformas industriales. Esta última medida
probablemente perseguía también compensar a los satélites por la expoliación a que fueron
sometidos por la URSS entre 1945 y 1956, la que ha sido estimada en unos 20.000 millones
de dólares de la época.30 Por otra parte, la reconciliación con Yugoslavia vino a sellar la
legitimación del "camino propio", lo que involucraba una cierta autonomía a los gobiernos
nacionales. En la misma línea se puso fin al bilateralismo, privilegiándose desde entonces las
consultas multilaterales, en las que la iniciativa ya no pertenecía necesariamente al Kremlin.
Pero este camino no estaba exento de riesgos. Para congraciarse con sus
adversarios Kruschev fue gradualmente sacando del limbo político a destacados miembros de
la vieja guardia estalinista y otros dirigentes que había desplazado en su ascenso hacia el poder,
tales como Molotov, Malenkov, Vorochilov, Kaganovich y Bulganin entre otros. Pero no
obtuvo el reconocimiento que esperaba: a mediados de 1957 éstos lograron una ocasional
mayoría en el Presidium y exigieron la dimisión de Kruschev, quien logró volcar la
situación en su favor gracias a la decidida intervención de Mikoyan, Suslov y del legendario
mariscal Shukov, la que culminó con la denuncia pública del que fue calificado de "grupo
29 L. Nagy. Op. citada 30 L. Nagy. Op. citada antipartido". El éxito soviético en realinear a Polonia y a Hungría, así como la victoria del
sector "liberal" del Kremlin, se vieron coronados por las hazañas espaciales con que la
URSS asombró al mundo a fines de 1957. En este contexto se celebró en Moscú el 40°
aniversario de la Revolución de Octubre, con la asistencia de los líderes de 68 partidos
comunistas, incluidos todos los que detentaban el poder. Aunque el mariscal Tito se
autoexcluyó por la presencia de China, ésta última se sumó al reconocimiento del liderazgo
soviético, aunque la declaración final admitió la existencia de diferentes caminos hacia la
construcción del socialismo, con lo que se puso definitivo fin al concepto centralista
estaliniano, dando lugar a la fase que Palmiro Togliatti bautizó -en forma exagerada- como
"policéntrica". Pero esta aparente cohesión ocultaba las sombras que habían dejado "los dos
octubres" de Europa Oriental: el pueblo húngaro no olvidaría la sangrienta invasión; los
polacos no tardarían en comprobar que la mayoría de sus aspiraciones había sido
traicionada; Occidente había perdido la confianza en el líder soviético, y China se volvería a
distanciar ante los infructuosos intentos del Kremlin por ganarse la voluntad de las
potencias occidentales.
En 1964 Nikita Kruschev fue derrocado, o más bien "aplastado por su
insostenible papel de equilibrista entre dos épocas del comunismo", lo que hizo temer una
vuelta al pasado, pero, en términos generales, ello no sucedió. En tanto, "al final de la era
kruschevista las democracias populares europeas no se ocupaban ya de la construcción
entusiasta y desinteresada de un porvenir mejor para las generaciones futuras, sino
solamente de un acondicionamiento aceptable del presente".31
El XXIII Congreso del P.C.U.S. fue calificado por un cronista ruso como "el
primer Congreso no histórico del Partido comunista soviético". Los nuevos jerarcas, los
ingenieros Brezhnev y Kosygin evidenciaron su intención de no modificar la línea seguida
hasta entonces y de manejarse estrictamente dentro de los márgenes del realismo.
La fase de recomposición de liderazgos.Janos Kadar se propuso desde un comienzo profundizar la liberalización de la
economía, pero sin brindar ningún espacio de libertad política. En febrero de 1957 Imre
Nagy fue expulsado del Partido junto a Rakosi y Gerö, y la corriente revisionista conocida
como comunismo nacional fue calificada de "hermana gemela del nacional socialismo". A
pesar de la escasa credibilidad del gobierno, ese año se registró cierto mejoramiento en los
niveles de vida, lo que fue hábilmente publicitado por Kadar, quien se sintió suficientemente
consolidado como para ordenar la ejecución de Nagy y sus colaboradores en junio del
año siguiente. Durante los años 1959 y 1960 se profundizaría la colectivización de la
agricultura -que en 1956 había sufrido un importante retroceso al hacerse voluntaria la
31 L. Nagy. Op. citada pertenencia a las granjas colectivas-, pero al mismo tiempo se inició un gradual proceso de
relajación, con medidas tales como amnistía de presos políticos, término de las detenciones
administrativas y de los campos de concentración, disolución de los tribunales populares y
una relativa apertura del mercado de trabajo para quienes no pertenecían al Partido. Hacia
1964 el odiado Kadar había convertido a Hungría en la más liberal de las democracias
populares, con una dirección coherente que no tuvo dificultades en sobrevivir a la caída de
Kruschev.
Polonia consolidó su obediencia a Moscú, pero durante 1957 se registró un
significativo incremento comercial con Occidente, se permitió la propiedad privada
agrícola, se introdujo una dosis de autogestión obrera en la industria, se autorizaron las
huelgas, mejoraron las relaciones con la Iglesia, disminuyó el régimen de terror y se
concedieron libertades en el plano artístico y cultural. Por otra parte, en su afán por consolidar
el liderazgo comunista, la URSS liberó a más de 100.000 polacos detenidos en su territorio y
condonó la deuda contraída por Polonia antes de 1956, la que ascendía a 500 millones de
dólares. Sin embargo el pueblo esperaba más libertades. Las manifestaciones, las protestas
obreras y la actividad política opositora continuaron, en tanto que la prensa se abrió a la
crítica y al análisis sobre la recomposición de la sociedad polaca, por lo que el régimen puso
rápida marcha atrás: se suprimieron conquistas laborales como el derecho a huelga y la
autogestión, se cerraron medios de difusión, se restableció la censura, se clausuraron clubes
de intelectuales y recrudeció el distanciamiento con la iglesia católica. Y el contraste con su
apertura hacia el exterior pronto quedó en evidencia: una publicitada visita de Kruschev en
1959 transcurrió en medio de la indiferencia colectiva, en tanto que, diez días después, el
presidente Nixon era entusiastamente recibido por más de 250.000 personas.
Entre 1962 y 1964, en una nueva y sorprendente voltereta, Gomulka se dedicó
a depurar al gobierno y al partido de quienes fueran sus aliados durante la crisis de 1956,
rigidizó la economía y neutralizó resueltamente cualquier intento de disidencia. Para
incrementar la obtención de divisas no tuvo inconvenientes en aumentar la exportación de
productos agrícolas a costa de un menor consumo local.
La primavera de Praga.El checo Antonin Novotny eludió diestramente las presiones para suavizar su
opresivo régimen, invocando como pretexto lo sucedido en Polonia y Hungría. Al morir el
presidente Zapotochky, en noviembre de 1957, asumió ese cargo junto a la dirección del
partido. Mantuvo una permanente crítica a la "vía polaca" y enfatizó la prioridad de la
industria pesada sobre la producción de bienes de consumo, incluidos los agrícolas. En
julio de 1960 dictó una nueva Constitución que transformó a Checoslovaquia de
democracia popular en República Socialista, la segunda del mundo con esa denominación. En
tanto la colectivización abarcó el 88 por ciento de las tierras cultivables. El segundo hombre
de su régimen, el "liberal" Rudolf Barak, fue detenido y condenado a quince años de cárcel
como "responsable de la lentitud de la desestalinización".32 Pero en 1963 el descontento de
los ignorados eslovacos y algunos sectores del partido, así como de respetados intelectuales,
comenzó a manifestarse abiertamente. Para conjurar una crisis, Novotny se vio obligado a
sacrificar a algunos fieles aliados, aceptó la nominación del liberal eslovaco Alexander Dubcek
como primer secretario del partido eslovaco y rehabilitó en forma póstuma a Clementis,
Slansky y otros dirigentes sacrificados en años anteriores. Se levantó la censura a las obras de
Kafka y se liberó al arzobispo de Praga, encarcelado desde 1949. Por último, para detener la
caída vertical de los indicadores económicos, se debieron adoptar medidas liberalizadoras en
ese plano, de las cuales Novotny se presentó como entusiasta artífice.
Sin embargo la agitación continuó extendiéndose lenta pero
inexorablemente, en especial entre intelectuales como Havel, Kohut, Vaculik y muchos
otros, quienes enfrentaron con entereza todas las formas de represión, logrando crear
conciencia nacional de la incapacidad del gobierno para entregar soluciones reales. El
antisemitismo que caracterizó generalmente a las democracias populares también se volvió
contra el gobierno cuando el escritor Mnacko huyó hacia Israel, donde denunció la
persecución de intelectuales judíos en su patria, siendo respaldado por el Congreso de
Escritores celebrado en Praga en junio de 1967.33
Los nuevos intentos de reprimir a los intelectuales chocaron con la
resuelta oposición de Dubcek, quien encabezaba de hecho el ala liberal. En un último intento
por recuperar el control, Novotny cometió su peor error: con el apoyo del general Sejna,
programó un golpe de fuerza que se llevaría a cabo durante las fiestas de fin de año, pero el
intento abortó después que la conspiración fue denunciada a Dubcek por el ministro de
Defensa, general Dzur. Novotny entendió que la posesión de la fuerza ya no le bastaba:
ofreció una "autocrítica limitada" al Presidium y pidió el apoyo de Brezhnev, sin obtenerlo.
El 5 de enero de 1968 fue obligado a entregar la dirección del Partido a Dubcek y en marzo
la presidencia al general Svoboda.
El 5 de marzo Alexander Dubcek adoptó una medida trascendental e
inusitada: eliminó la censura de prensa, dando paso a un debate político franco y abierto que
la mayor parte de los checoslovacos no habían presenciado jamás. La Iglesia destituyó al
abate Plohjar de sus funciones en el Movimiento de la Paz del Clero Católico, organización
cripto-comunista, y comenzó a ejercer una plena libertad de culto. El gobierno rehabilitó a
los sacerdotes condenados, incluidos los obispos recluidos, los que asumieron el control de sus
antiguas diócesis.
En el mes de abril el Comité Central proclamó oficialmente el
reposicionamiento del partido, señalando que "su objetivo no es convertirse en
32 L. Nagy. Op. citada 33 H. Bogdan. Op. citada administrador universal de la sociedad ni trabar toda la vida social con sus directivas. La
política del partido no debe en absoluto engendrar en los ciudadanos no comunistas el
sentimiento de que el partido los lesiona en sus derechos y en su libertad". Así se inauguraba
"el socialismo con rostro humano", que sería la base de sustentación de la Primavera de Praga,
cuyos autores habían sido hombres de probada lealtad a Moscú, con directa participación en
el golpe de 1948 (como eran los casos de Sbovoda y el presidente de la Asamblea Nacional,
José Smrkovsky) y que, al menos, no habían despertado sospechas durante la etapa
estalinista. La prensa soviética y de las restantes democracias populares reaccionó primero
con estupor y luego con duras críticas y poco veladas advertencias a "los elementos
antisocialistas que atacan al partido".34
En los meses siguientes el nivel de la discusión interna se sobrecalentó
demasiado, haciendo temer por la estabilidad del sistema, lo que obligó a Dubcek y
Smrkovsky a insistir en que no se tolerarían excesos. Pero ya era muy difícil controlar la
dinámica propia de un proceso que había generado una fuerte mística colectiva, alimentada de
frustraciones y expectativas largamente contenidas. La experiencia de Hungría, doce años
antes, pudo servir de lección, pero el pueblo y sus verdaderos líderes -la clase intelectual- no
temían ser imprudentes. La libertad parecía demasiado cerca como para quedarse a medio
camino. El "Manifiesto de las mil palabras", elaborado en la Sociedad de Escritores y
ampliamente difundido, planteó la imposibilidad que el Estado socialista, el partido y
los dirigentes comunistas pudiesen conducir al país a un régimen liberal, por lo que éstos
no podían considerarse aliados sino adversarios que debían ser derrotados. Ante la ausencia
de corrientes cívicas independientes y de una clase media consolidada, los intelectuales
checoslovacos asumieron la tarea de cuestionar el socialismo real y legitimar los postulados
democráticos.
La inesperada negativa de Rumania a condenar la experiencia checoslovaca
llevó a Moscú a constituir el Grupo de los Cinco, integrado por los restantes miembros del
Pacto de Varsovia. Estos señalaron en julio que no podrían aceptar "que Checoslovaquia
se vea en peligro de ser separada de la comunidad socialista. Ese es un problema de todos los
comunistas".35 La categórica negativa de Dubcek a la existencia de tal peligro no fue tomada
en cuenta: a fines del mismo mes una delegación soviética del más alto nivel, encabezada
por el propio Brezhnev, se reunió en la frontera de ambos países con los máximos dirigentes
checoslovacos en un ambiente de confrontación. Durante los primeros días de agosto el
Kremlin contemplaría inquieto la que sería la última provocación de Dubcek: con diferencia
de pocos días visitaron Praga Tito y Ceausescu, siendo recibidos triunfalmente. Era obvio que
Brezhnev temiera la pronta formación de una Pequeña Entente dentro del bloque socialista.
La noche del 20 al 21 de agosto de 1968 las fuerzas del Pacto de Varsovia
entraron a Checoslovaquia desde todas las direcciones, la Fuerza Aérea soviética tomó el
34 Pravda.Edición de 13 de abril de 1968. Citado por H. Bogdan. Op. citada 35 H. Bogdan. Op. citada control de los aeropuertos y desembarcó tropas que ocuparían en pocas horas los principales
edificios del gobierno y del partido. Estos no habían adoptado precauciones de ningún
tipo, aunque no podían dejar de conocer las concentraciones de tropas en sus fronteras.
Dubcek, Smrkovsky y Cernik fueron arrestados y enviados a Moscú, mientras en el país se
producían escasas, aunque temerarias, manifestaciones de repudio, que culminaron poco
después con la dramática autoinmolación del estudiante Jan Palak en la Plaza de San
Wenceslao. En el Kremlin Dubcek debió suscribir una burda autocrítica, siendo formalmente
mantenido en su cargo hasta abril de 1969, en que asumió otro eslovaco, Gustav Husak. El
ejército soviético se mantendría en suelo checoslovaco hasta el derrumbe del comunismo.
CAPÍTULOXII
TRANSICIÓN DENTRO DEL SISTEMA
En la década de los 70 la distensión provocaría un cambio de mentalidad en las
poblaciones de las naciones de Europa oriental, alimentado por el efecto de la inevitable
inercia del pensamiento libre, el que, aún sin manifestarse públicamente, se consolidó
definitivamente en los círculos intelectuales, que en Checoslovaquia continuaron siendo
adalides de una prudente pero inclaudicable oposición. En los años 60 se habían comenzado a
generar corrientes disidentes en el seno de los partidos comunistas, "las que fueron en
esencia una forma de cuestionamiento moral, orientadas a producir grietas en el partido
oficial, señalándole como debía actuar e instando por un socialismo más humano". Contra la
corriente libertaria que afloraba en la sociedad, "a partir de 1968 los disidentes marxistas
fueron marginados de los partidos o forzados a dejarlos. Algunos de ellos continuarían su labor
crítica desde fuera del partido y aún del marxismo, a menudo fundados en valores liberales
o tradicionales" (M. Bernhard).
Por otra parte, gradual y prudentemente la Iglesia Católica fue
recuperando su presencia social. Los Acuerdos de Helsinki en 1975 fueron la
justificación de varios comités de defensa de los derechos humanos y de nuevas formas de
oposición política por parte de disidentes y reformistas, quienes dejaron de hacer sugerencias
a las autoridades para concentrar sus esfuerzos en desarrollar formas de resistencia.
"Uno de los primeros teóricos en promover esta nueva posición fue el filósofo
polaco exiliado Leszek Kolakowski, quien conservaba gran influencia en los círculos
intelectuales de su país. En su ensayo 'Esperanza y Desesperanza' rompió con el
prevaleciente pesimismo acerca de la posibilidad de un cambio político democrático en
Europa del este después de la normalización soviética en Checoslovaquia". "Kolakowski
consideraba que el sistema podía ser reformado desarrollando formas de resistencia social que
explotaran las contradicciones del sistema, para lo cual planteó orientaciones reformistas
basadas en la convicción de que era posible generar un proceso de presión efectiva, gradual y
parcial, ejercida en una perspectiva de largo plazo, y que apuntara a la liberación social y
nacional".36 Entre sus seguidores se destacaron Jacek Kuron y Adam Michnik, quienes
asumieron el desafío de una estrategia gradual de largo plazo con la fundación, en 1977, de
la combatiente agrupación KOR (Comité de Defensa Obrera).
36 M. Bernhard. Op. citada Su equivalente checoslovaco fue la famosa Carta 77, suscrita por más de 500
personalidades de la cultura -entre los cuales se encontraba el joven escritor Vaclav Havelque exigía a las autoridades libertad de conciencia y opinión. En mayor o menor medida, la
respuesta fue siempre la represión, pese a lo cual los disidentes no cesaron en su laboriosa
tarea de horadar el sistema, normalmente sin más armas que el testimonio personal. En ese
espíritu fue redactada la carta que Havel envió a Gustav Husak en esos días: "Nunca sabremos
cuándo se cuela una minúscula chispa de conocimiento en la gama de las pocas células del
cerebro que, por así decirlo, están adaptadas para que el organismo cobre conciencia de sí
mismo, y logra iluminar de pronto el camino para toda la sociedad, tal vez sin que ésta se de
cuenta de cómo fue que llegó a ver ese camino".37
El impacto de Solidaridad. En diciembre de 1970, ante un súbito incremento de los precios en medio de
una galopante crisis económica, se produjeron huelgas en toda la costa polaca del Báltico, las
que Gomulka enfrentó con el ejército, con un saldo de decenas de víctimas. Sin embargo el
movimiento no cesó. En los astilleros Lenin de Gdansk se formó un comité de huelga
presidido por el electricista Lech Walesa. El resto del país sólo tuvo una versión trucada y
tardía de lo sucedido a través de un comunicado oficial que responsabilizaba de los hechos a
"vagos y marginados".
La consecuencia inmediata fue la destitución de Gomulka por el Politburó, el
que se reunió sin siquiera citarlo, informando que se encontraba enfermo e incapacitado
de continuar en sus funciones. En su reemplazo fue designado el ex minero Edward Gierek,
quien fue un celoso continuador de la línea política de su antecesor, aplicando la misma
receta represiva a la agitación laboral de los años siguientes.
Particularmente trascendente resultaron las huelgas registradas en 1976,
dirigidas de manera inteligente y estructurada, con planteamientos que se encontraban a
medio camino entre lo social y lo político. La importancia de este movimiento en los
acontecimientos de la década siguiente ha sido destacada por analistas como Michael
Bernhard: "El primer paso en la autoliberación de la sociedad civil en Polonia fue la
exitosa implementación de una estrategia de resistencia resueltamente opositora -y no
disidente- como respuesta a la represión de los movimientos laborales de junio de 1976. El
actor social más importante en la creación de esta oposición fue el Comité de Defensa de los
Trabajadores, KOR, que se concentró específicamente en ayudar a las víctimas de la
represión estatal durante las huelgas". Por otra parte, el KOR "desempeñó un rol crucial al
crear una prensa clandestina o samizdat, con circulación regular".38
37 Citado por G. Stokes. Op. citada 38 M. Bernhard. Op. citada Esta entidad alentó a muchos polacos a formar y participar en
organizaciones similares, las que normalmente mantuvieron estrecha vinculación con el
Comité, lo que contribuyó decisivamente a consolidar una oposición activa al régimen, la que
en el período previo a las huelgas de 1980 se había incrementado en términos sin
precedentes en el bloque soviético. Por otra parte, este sorprendente desarrollo
organizacional "dio lugar a una capacidad de autodefensa que forzó al aparato estatal a
tolerar su existencia." "Hacia fines de los 70 la proliferación de variadas organizaciones y
movimientos, su dispersión geográfica, la creciente participación social en sus actividades y la
amplia cobertura de la prensa clandestina habían ampliado el espacio público en Polonia,
y los actores involucrados en él se posicionaron como una base potencial para una sociedad
civil reconstituida".39
La reanudación del diálogo con la Iglesia Católica proporcionó al
gobierno un período de relativa distensión, pero la situación económica continuó
deteriorándose, profundizándose un conflicto social que nunca intentó seriamente resolver.
La escasez, el mercado negro y los ostensibles privilegios de la nomenklatura local,
junto a la constante persecución de toda expresión de disidencia, propagaron el
descontento a todo el país, en tanto la Iglesia, legitimada ahora por el propio régimen, adquiría
un inesperado liderazgo en la adversidad, bajo la sólida conducción del excarcelado
cardenal Wyszinski.
La elección del cardenal Wojtila como Papa en 1978 no sólo reafirmó la
autoridad de la iglesia local, sino que fijó la atención mundial en la situación polaca. Juan
Pablo II demostraría tener clara conciencia de ello. Dos meses después de su investidura
efectuó una visita a su patria, siendo acogido triunfalmente. Las autoridades, obligadas a
mostrar un respeto reverencial a quien desde el obispado de Cracovia se había constituido en
un incómodo y constante crítico de su gestión, debieron escuchar impasibles sus mensajes en
favor de la libertad religiosa y de respeto a los derechos humanos. Desde entonces la Iglesia
polaca mantuvo la presión en favor de mayores libertades públicas, intensificándola en los
momentos más álgidos. Así, a comienzos de 1980, después de numerosas detenciones de
dirigentes obreros e intelectuales, el episcopado pidió "la suspensión de las persecuciones
contra quienes tienen puntos de vista diferentes", previendo que tales represalias podrían
crear tensiones sociales.40
Sin embargo, las nuevas fronteras del espacio público no fueron
formalmente reconocidas por el Estado y el partido hasta que los movimientos laborales del
verano de 1980 forzaron a las autoridades a aceptar su pliego de veintiuna demandas
mediante el Acuerdo de Gdansk, lo que implicó reconocer la autonomía de las organizaciones
39 M. Bernhard. Op. citada 40 H. Bogdan. Op. citada opositoras. "Sólo a partir de entonces podemos hablar de reconstitución de la sociedad civil
polaca".41
Y la espiral continuó: a comienzos de julio el gobierno anunció
incrementos de precios, lo que provocó de inmediato la huelga de la empresa de tractores
Ursus, seguida de los astilleros de Gdansk. A fines del mes había unas cien empresas
paralizadas, ante un Gierek que se negaba a dar marcha atrás, pero que no se resolvía a adoptar
las medidas que diez años antes habían precipitado la caída de Gomulka. En agosto el paro se
extendió a todas las actividades de la economía, suspendiéndose incluso los servicios de
transportes.
Pero, a diferencia de las restantes naciones satélites -y por cierto de la propia
Unión Soviética-, "Polonia exhibía una historia de desafíos al gobierno comunista, lo que
dejaba el terreno abonado para el nacimiento de una organización contestataria".42
El comité de huelga de Gdansk llevó sus exigencias más allá de las
reivindicaciones económicas: constituyó el sindicato interempresas Solidaridad, exigió
irrestricta libertad religiosa y transmisión de misas por radio. Los días domingos, reunidos
en gigantescas concentraciones bajo retratos del Papa, los trabajadores escuchaban la misa
impartida por decenas de sacerdotes. Los primeros días de octubre comenzó la
concentración de tropas soviéticas en la frontera polaca y la prensa de los países
comunistas fue casi unánime (con excepción de la húngara y la yugoslava) en condenar estos
sucesos. El 5 de octubre Gierek fue depuesto y el diálogo sucedió a sus poco creíbles
amenazas. El 31 de octubre el gobierno, representado por un nuevo ministro del Interior -el
liberal Pinkowski- aceptó la mediación de la Iglesia para solucionar el conflicto y accedió a la
mayoría de las demandas.
Las consecuencias de esta crisis transformarían de manera irreversible las
relaciones futuras entre las tres partes involucradas. La Iglesia se convertía en interlocutor
válido -y necesario- en el tratamiento de los conflictos sociales. La efectividad y
convocatoria demostradas por los obreros de Gdansk, ahora agrupados en Solidaridad,
erosionó seriamente el sindicalismo oficial, el que resultó desacreditado ante su base y ante el
país, perdiendo la conducción y representación de la clase obrera. El régimen se había
desnaturalizado al perder un elemento de su propia esencia, como era el respaldo de los
trabajadores, supuestamente la clase privilegiada del sistema comunista y en favor de la cual
gobernaba el partido que decía existir para representar sus intereses. Este dilema fue
comprendido por la cúpula partidista, la que también tomó nota que una nueva
confrontación con actores fortalecidos, bien organizados y de sólida raigambre popular,
41 M. Bernhard. Op. citada 42 Russell Bova. Political Dynamic of the Post Communist Transition. World Politics, Vol 44, N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA. 1991 pondría en peligro la subsistencia del sistema, el que no podría ser salvaguardado sin el
empleo de una represión que por ahora parecía políticamente vedada.
El problema económico estaba lejos de ser resuelto: algunos clientes
comerciales de Polonia evidenciaban síntomas recesivos que auguraban una contracción del
mercado para sus productos, en circunstancias que el país debía continuar adquiriendo
aquellos bienes de consumo cuya producción había sido desincentivada en las últimas
décadas. La deuda externa ya resultaba preocupante en momentos en que las tasas de interés se
incrementaban y al Estado se le hacía imposible seguir subsidiando los precios internos. En
tales circunstancias el gobierno no parecía tener otra opción que aumentar los precios y
disminuir el consumo interno, con el consiguiente riesgo político. El hecho de que la oferta
estuviese concentrada en el Estado no hacía más que agravar esta situación, dejándolo sin
pretextos válidos ni chivos expiatorios a los cuales echar mano. La remoción de Gierek y su
equipo, en razón de "los problemas cardíacos" que afectaban al primer secretario, llevó al
cargo de primer secretario al centrista Stanislaw Kania y a la cabeza del gobierno quedó el
pragmático general Jaruzelski para dar garantías a Moscú y comprometer al Ejército en su
gestión. Ambos quedaron flanqueados por reconocidos liberales del Partido, como el ya
mencionado Pinkowski.
El sindicato Solidaridad se extendió por todo el país, generando una iniciativa
similar entre los campesinos, Solidaridad Rural. Debió por cierto dar una dura batalla legal y
judicial antes de obtener el reconocimiento oficial, contando en todo momento con el
resuelto apoyo de Juan Pablo II, quien desde el Vaticano insistía en el derecho de los
trabajadores polacos a organizarse libremente. Por otra parte, de manera casi imperceptible,
los postulados de la organización evolucionaron más allá de las reivindicaciones
sociales, transformando al movimiento que encabezaba en una "revolución moral", según lo
bautizó Andrzej Gwiazda. "Lo que todos teníamos presente no era sólo el pan, la mantequilla
y los embutidos", decía el programa de Solidaridad, "sino también la justicia, la
democracia, la verdad, la legalidad, la dignidad humana, la libertad de creencias y la
restitución de la república".43
El impresionante poder de movilización de Solidaridad preocupó a los
gobernantes de las restantes repúblicas de la órbita soviética y, particularmente, al propio
Kremlin. En una misiva enviada por el PCUS a su congénere polaco se le prevenía ante "la
contrarrevolución que se oculta en el seno de Solidaridad" y se citaba una frase de Brezhnev:
"No dejaremos perjudicar a la Polonia socialista y no abandonaremos en la desgracia a un
país hermano".
Kania respondió que reconocía el peligro, precisando que no había mejores
alternativas a la línea de renovación socialista y que "el poder del Estado y la dirección del
43 Citado por G. Stokes. Op. citada partido están decididos a defender al socialismo hasta el fin, pero que Solidaridad y la Iglesia
tienen también cabida en el proceso de evolución".44
Alexis de Tocqueville sostenía que la revolución no está necesariamente
condicionada a que la situación de un país empeore. Por, el contrario, cuando se abre un
pequeño espacio de libertad suele producirse una explosión de expectativas, que fue
precisamente lo que sucedió en la Polonia de 1980: "Sucede que un pueblo que había
soportado sin quejarse, como si no las notase, las leyes más agobiantes, las rechaza
violentamente en cuanto su peso se aligera".
El cardenal Josef Glemp (que sucedió a Wyszinski luego de su
fallecimiento) y los dirigentes de Solidaridad insistían al pueblo en la necesidad de mantener
actitudes moderadas, pero pronto fueron sobrepasados: las mujeres de Lodz coparon las calles
al grito de "¡Tenemos hambre!", siendo imitadas en Sceczin, Kutno, Wroclaw y finalmente
Varsovia, donde la adhesión de los transportistas paralizó a la ciudad, mientras tipógrafos y
linotipistas impedían la publicación de los periódicos comunistas. La dirección del
multitudinario sindicato comenzó a ser cuestionada por sus bases, acusada de "demasiado
conciliadora"; pero algo análogo sucedió en el seno del Partido Comunista, cuyo Comité
Central destituyó a Kania -en octubre de 1981- designando en su lugar al jefe de gobierno, el
general Jaruzelski. Contra lo esperado, éste invitó a Walesa y Glemp a formalizar el
"entendimiento nacional" que la Iglesia había estado solicitando. Los acuerdos se
suscribieron el 18 de noviembre. En los días siguientes, en medio del clima de mutua
confianza que así se forjó, los polacos presenciarían asombrados el retorno a la represión.45
Cuatro días después de suscrito el acuerdo fue detenido el jefe del KOR y
algunos dirigentes de Solidaridad, acusados de conspiración. A continuación el Parlamento
confirió al gobierno poderes de excepción para "oponerse eficazmente a las acciones
destructivas que arruinan al país y a su economía, amenazando al Estado Socialista..." La
noche del 12 al 13 de diciembre el ejército tomó el control de todo el país; los tanques ocuparon
Varsovia y otras ciudades, mientras Jaruzelski anunciaba la implantación del estado de sitio,
la formación de un Consejo Militar de Salvación Nacional y la detención de los dirigentes de
Solidaridad, a los que se agregaron -para mantener una imagen "centrista"- Gierek y sus
partidarios. Polonia fue aislada del mundo, lo que no impidió que el mariscal ruso Kulikov
llegara a colaborar en la operación. Las empresas más importantes, así como el transporte,
fueron ocupadas militarmente y la resistencia fue combatida a sangre y fuego. Jaruzelski
había destruido el diálogo y la esperanza, así como la imagen que de su persona y del Ejército
tenían los polacos, pero probablemente había evitado con ello una invasión de fuerzas
extranjeras.
44 H. Bogdan. Op. citada 45 H. Bogdan. Op. citada "Si bien la declaración de la ley marcial interrumpió transitoriamente el
proceso de reconstitución de la sociedad civil, en definitiva su intento fracasó, por cuanto las
fuerzas sociales de la desinstitucionalizada sociedad civil fueron capaces de organizar un
amplio movimiento de autodefensa". No obstante, éste no obtendría legalidad hasta fines de
1988.46
La tenacidad del cardenal Glemp para mantener una posición
negociadora -muy resistida dentro de la propia Iglesia-, así como las constantes
manifestaciones populares, condujeron al levantamiento del estado de sitio, seguido de la
liberación de Walesa y todos los detenidos a fines de 1982. De inmediato se restableció el
equilibrio político del año anterior, pero ahora Solidaridad y la Iglesia habían consolidado su
arraigo y su poder. A esta última el asesinato del padre Popieluszko por funcionarios de
gobierno le proporcionó un mártir que realzó su influencia, la que se reforzó todavía más con
otras dos visitas de Juan Pablo II.
La disminución de la producción industrial a partir de 1980, una deuda
externa que en 1988 llegaría a 39.200 millones de dólares47 y una inflación que alcanzó su
punto máximo en 1982 con un 300% anual constituían la apremiante realidad de Polonia. A
ello se unía la desmedrada situación de la economía soviética, su principal mercado y
proveedor, y que, por añadidura, establecía arbitrariamente los precios de las materias
primas que le proporcionaba. Aunque esta situación afectaba también a los restantes países
este europeos, la economía de Polonia era la más vulnerable junto a Rumania y Bulgaria. Este
cuadro hacía indispensable adoptar drásticas reformas económicas, pero para que ellas
fueran viables Jaruzelski tendría a dar un paso al que se resistía. No parecía existir otra
alternativa que entenderse con Walesa, ahora auroleado por el Premio Nobel de la Paz.
46 M. Bernhard. Op. citada 47 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO XIII
PERESTROIKA: EL COMIENZO DEL FIN
A la muerte de Brezhnev, en noviembre de 1982, se inició un período de
señales equívocas, en el que virtualmente la Unión Soviética no exhibió una política clara hacia
sus satélites. Esta ambigüedad dejó a los gobernantes de Europa del este una relativa libertad
para desarrollar políticas propias, las que fueron desde la rigidez de un Husak hasta la
liberalización de un Kadar. La elevación al máximo liderazgo del flexible ex jefe del KGB,
Yuri Andropov, dio esperanzas a los más liberales, pero falleció antes de consolidarse en la
compleja nomenklatura moscovita, quedando en su lugar el conservador Constantin
Chernenko. Este sobrevivió pocos meses a su nombramiento, siendo sucedido -en marzo
de 1985- por el miembro más joven del Politburó y ex protegido de Andropov, Mikhail
Gorbachev.
El nuevo gobernante arrebató de inmediato las funciones de mayor
responsabilidad a quienes habían sido colaboradores de Brezhnev, entre los cuales estaba el
antiguo canciller Andrei Gromyko, quien fue reemplazado por el georgiano Eduard
Chevarnadze. Por otra parte, "Gorbachev pareció darse cuenta que una sociedad de alta
complejidad no puede ser manejada eficientemente desde un único centro de autoridad
política y económica; aunque esta lógica, por sí sola, no es predictiva de democracia o de
un efectivo pluralismo".48
La economía soviética estaba en una situación crítica; la infraestructura vial y
fabril estaban seriamente disminuidas por falta de mantención y modernización; la
calidad de vida del pueblo era propia de un país subdesarrollado; la gigantesca burocracia
adolecía de incompetencia y corrupción; el enorme gasto militar consumía recursos que
debían incrementar la pobre tasa de inversión; la URSS mantenía prioridades propias de un
período pre bélico, con una elevada capacidad técnica en materias bélicas y aeroespaciales,
en tanto que los bajos niveles de la educación, la investigación y el avance tecnológico
orientados al bien común sumían a la gran potencia en el estancamiento, hasta el punto en
que no podía obtener adecuado provecho de su riqueza petrolera; el descontento popular era
perceptible y estaba dando lugar a manifestaciones nacionalistas que por décadas habían
sido silenciadas.
48 Andrew C. Janos. Social Science Communism and the Dynamics of Political Change. World Politics. Vol. 44, N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA. 1991 Frente a este cuadro, Gorbachev estimó que había que dar pasos
significativos hacia la distensión, de manera de liberar recursos del sector militar hacia el
desarrollo y las industrias de bienes de consumo, lo cual significaba ni más ni menos que un
cambio radical en las políticas que regían a la Unión Soviética desde su fundación. Este
proceso -que requería de gran audacia y de un poder político que no parecía tan evidente- fue
denominado Perestroika.
En esta magna tarea Gorbachev no deseaba arriesgarse a depender de la
voluntad del Comité Central, en el que el sector conservador seguía siendo poderoso, por lo
que buscó el respaldo popular, inaugurando así un estilo de gobierno inédito en los
regímenes comunistas. Por primera vez desde la Revolución de Octubre la política salió de los
salones del Kremlin, las intrigas palaciegas perdieron fuerza y se intentó dar a los asuntos
públicos una transparencia hasta entonces desconocida en la Rusia milenaria, la que se
constituyó en otra consigna de esta nueva época: la Glasnost.
Si bien ese era el mensaje, su aplicación no estaba exenta de dificultades ni libre
de oposición interna, por lo que el comportamiento de Gorbachev resultó contradictorio
durante los dos primeros años de su administración. Los pueblos de Europa Oriental estaban
desconcertados, tal como sucedía a los observadores occidentales. Por cierto no se podía
descartar que esta declarada apertura fuese una nueva maniobra distractiva soviética,
facilitada por el innegable carisma del nuevo líder. "Gorbachev declaraba que la glasnost era
una condición sine qua non para una exitosa perestroika. A su vez, consideraba que una
exitosa perestroika era condición sine qua non para que la Unión Soviética mantuviese un
estatus de potencia en la competitiva economía política mundial".49
Otros autores afirman que Gorbachev tenía otras motivaciones para dar paso a
la liberalización en su órbita europea: "La decisión de Gorbachev, lógica pero radical y
peligrosa, de abandonar la posición soviética en la Europa Oriental y Central, y aún en
Alemania, era imprevisible. Estos sacrificios estaban destinados a salvar lo que él consideraba
esencial: un gobierno de partido único reformado en la Unión Soviética misma, que a la larga
resultó inviable. Lo que comenzó como un esfuerzo para reconstruir el sistema comunista bajo
un gobierno de partido único que fuera democrático y respetuoso de la ley terminó por destruir
el sistema. Gorbachev resultó ser el Alexander Kerensky de la nueva revolución rusa, el
moderado a quien derrocó la radicalización de su revolución. También se tambaleó el imperio
transcaucásico y asiático que los zares habían creado en los siglos dieciocho y diecinueve y que
los bolcheviques habían heredado. Los vestigios de la ideología internacionalista fueron barridos
con pasión y alivio".50
49 André Gunder Frank. La Revolución de Europa Oriental de 1989. Nueva Sociedad N° 108. Editorial Texto. Caracas, Venezuela. 1990 50 William Pfaff. La Ira de las Naciones; la civilización y las furias del nacionalismo. Editorial Andrés Bello. Santiago, Chile. 1994 Mientras la glasnost no involucró un aumento significativo en los flujos de
información y libertad, fue Gorbachev quien mantuvo su mano sobre la válvula de control.
"Por consiguiente, como señalaron numerosos observadores occidentales y soviéticos, la
glasnost tenía poco en común con la idea occidental de 'libertad de información' e incluso
menos con las nociones occidentales de gobierno democrático y constitucional". La
liberalización estuvo lejos de ser una auténtica democratización. Al respecto, Russell Bova
recuerda que, "como mínimo, la democracia involucra tanto la existencia de medios para
dar representación a diversos intereses en el gobierno, como de mecanismos para sujetar a
los gobernantes a la voluntad popular, incluyendo los medios que permitan su remoción
pacífica".51
Una de las consecuencias más trascendentes (y menos deseadas) de la
perestroika fue la de relativizar la ideología. "En la sociedad soviética la ideología cumplía
con singular eficacia el rol integrador. Esta función fue deliberadamente reforzada por la
penetración de la ideología en todos los sectores de la sociedad".52 Inevitablemente se produjo
un vacío al faltar un factor que, en palabras de Leszek Kolakovski, desempeñaba la importante
función social de "organizar los valores de una clase o grupo humano". "La ideología no
opera en el ámbito de la racionalidad o de la ciencia, sino que lo hace preferentemente en el
plano de las emociones y creencias; y si bien los valores pueden estar sustentados en sólidas
bases racionales, su efectividad práctica depende de la adhesión emocional, de la fe colectiva
que ellos logren suscitar. Por esta razón, la organización ideológica de los valores que un
determinado grupo comparte es necesaria para mantener la cohesión interna entre sus
miembros, ya que alimenta en ellos su sentido psicológico de pertenencia, su sociabilidad.
El quiebre de la ideología implica, entonces, el rompimiento de lazos sociales fundamentales
para la pervivencia del grupo. Pero además implica despojar a éste de su suelo de creencias,
como diría Ortega y Gasset. Y cuando la fe se pierde se despierta el espíritu crítico y entonces
nacen las dudas y recelos".53
La perestroika en Europa Oriental.A pesar de las grandes diferencias existentes entre la sociedad soviética y las
de Europa Oriental, el papel de la ideología como elemento integrador resultaba también
evidente en estas últimas; no porque hubiese sido asumida por la población, sino porque
constituía el fundamento de todos los programas y metas, la savia que alimentaba y justificaba
el sistema. Por ello, cuando se perdió el respeto hacia la ideología, "siguieron las actitudes
colectivas de escepticismo y desconfianza respecto del sistema y sus autoridades, la pérdida
51 R. Bova. Op. citada 52 Carlos Miranda. El Fin de la URSS; la glasnost y sus efectos. Estudios Públicos N° 48. Centro de Estudios Públicos. Santiago, Chile. 1992 53 C. Miranda. Op. citada de credibilidad en la palabra oficial, y el hábito de la 'doble lectura' de las declaraciones,
ejercicio inevitable una vez que se ha tomado conciencia de la brecha que separa lo que las
autoridades dicen y la realidad a la que supuestamente aluden".54
A partir 1987 Gorbachev se propuso influir en la liberalización de las
democracias populares. En su visita a Praga en abril de 1987 instó públicamente al régimen a
introducir reformas en medio de la frialdad oficial, pero el pueblo le brindó una acogida hasta
entonces desconocida para un jerarca soviético. En diciembre Gustav Husak debió dejar la
jefatura del gobierno, aunque mantuvo su cargo en el partido. Sin embargo, su reemplazante
fue Milos Jakes, un conocido "duro", quien se encargó de desbaratar las expectativas de
quienes esperaban un cambio, exonerando a los pocos liberales que ocupaban cargos
intermedios. Como había sucedido diez años antes, fueron los intelectuales -firmantes de
la Carta 77- quienes asumieron las acciones de protesta ante la relativa pasividad del
resto de la ciudadanía. Pero esta vez la detención de Havel y otros dirigentes concitó el apoyo
de numerosos sacerdotes de la Iglesia Católica y del propio cardenal Tomasek, en un cambio
de la tantas veces frustrada estrategia que tradicionalmente habían mantenido para
apaciguar al gobierno.
En la ya muy reformada Hungría el ambiente creado por la perestroika hizo
renacer la efervescencia política, facilitada precisamente por la mayor libertad relativa de que
disfrutaba esa nación. En octubre de 1987, con motivo de la conmemoración de los 21 años
de la revolución y el consecuente golpe, hubo distintas formas de protesta, en las cuales se
recordó la "traición" de Kadar, a quien de nada le sirvió haber transformado a Hungría en la
economía más abierta y sólida de Europa Oriental. En junio de 1987 fue reemplazado en su
cargo de gobierno por un conocido adversario de los cambios, Karoly Grosz, quien sin
embargo era ante todo un pragmático.
El pleno del partido, celebrado en mayo del año siguiente, fue dominado por
una flamante mayoría opositora a Kadar, planteándose abiertamente la conveniencia de su
renuncia a la dirección partidista. El viejo político fue reemplazado por el mismo
Karoly Grosz, quien desde el gobierno había profundizado la apertura de la economía
hacia Occidente. Su cargo anterior fue ocupado por el liberal Miklos Nemeth. El llamado
"milagro húngaro" de los años 70 había dejado una deuda externa de casi 18 mil millones de
dólares, la más alta por habitante de Europa del este, lo que hacía necesario aplicar políticas de
austeridad, con su inherente secuela de impopularidad. Sin duda el estigmatizado Kadar no
hubiese sido el más indicado para llevarlas a cabo.
La reforma fiscal y la implantación del impuesto al valor agregado
incidieron fuertemente en los precios internos. Sin tener nada más que ofrecer, Grosz
accedió a las exigencias del Frente Popular Patriótico, organización partidista que representaba
54 C. Miranda. Op. citada las posiciones más liberales desde que la presidía Imre Pozsgay: flexibilizó la censura de
prensa y permitió la libre salida del país, se dictó una ley que autorizaba la formación de
asociaciones políticas independientes y se suscribieron acuerdos comerciales con la
Comunidad Económica Europea. En septiembre de 1988 se constituyó el Foro
Democrático, integrado por intelectuales ampliamente conocidos; luego siguió la Federación
de Jóvenes Demócratas y, por último, la refundación de los partidos históricos. La Iglesia
Católica, hasta entonces más bien discreta en el debate público, comenzó a reclamar
abiertamente la total libertad de culto y el levantamiento de la prohibición imperante para las
disueltas órdenes religiosas.55
Para Jaruzelski el advenimiento de Gorbachev no fue gravitante, aún cuando
parecía improbable que ante una nueva crisis política el Ejército Rojo adoptara actitudes
amenazantes. Para eludir acuerdos con Solidaridad el gobierno efectuó un referéndum que
registró una abstención superior al 50 por ciento. Lo mismo sucedió en dos elecciones
celebradas en 1988, en medio de huelgas y manifestaciones. Algún papel debió jugar la
visita de Gorbachev en julio en la solicitud formulada a la Iglesia para mediar con Walesa,
quien inició la ronda de reuniones con el ministro del Interior el 31 de agosto. A principios de
1989 se formó una "mesa redonda", en que gobierno y sindicalistas "decidirían las reformas a
incorporar al sistema político y al derecho sindical para instaurar una verdadera democracia en
Polonia, lo único capaz de recuperar una economía totalmente desarticulada. El humilde
electricista de los astilleros navales de Gdansk se convertía en el interlocutor insoslayable
del poder comunista. Solidaridad salía de la prueba más poderosa que nunca".56
La incontrolable glasnost.Así, la perestroika autogeneró su propia dinámica, produciendo
resultados muy lejanos a los previstos y deseados. "Es una exageración suponer que
Gorbachev había perdido todo el control sobre los eventos, pero es igualmente exagerado
sostener que el desarrollo de los acontecimientos en la URSS transcurrió conforme a los
designios de Gorbachev. A fines de 1989 Gorbachev estaba todavía resistiendo el clamor para
eliminar el rol gobernante que la Constitución soviética confería al Partido Comunista y para
crear un sistema político multipartidista".
"Sin duda Gorbachev desconocía lo que Tocqueville consideraba una de las
reglas más invariables que ha regido la historia de las sociedades: las fuerzas de la democracia
crecen tras cada nueva concesión y sus exigencias se incrementan con su nuevo poder". Por
otra parte, "las revelaciones desatadas en el marco de la glasnost, en vez de elevar la moral
pública, tendieron más bien a intensificar el escepticismo y los oscuros presagios de la
población. Y con esta actitud se allanó el camino para el paso hacia otras etapas en el
55 H. Bogdan. Op. citada 56 R. Bova. Op. citada proceso de apertura: el cuestionamiento del sistema que había permitido y hecho posible
los males denunciados". "La perestroika debía nutrirse de las revelaciones proporcionadas
por la glasnost. Pero desde el momento en que esta excedió los límites prefijados, la
perestroika comenzó a desdibujarse y sus proclamados objetivos se volvieron crecientemente
difusos."
De esta forma, "la libertad de expresión demostró su enorme poder al
contribuir decisivamente a derrotar a una de las dictaduras más opresivas que registra la
historia".57
Quizá el mayor error de Gorbachev estuvo en su intento de liberalizar un
sistema totalitario sin pretender reemplazarlo. Por lo mismo, como dijo Jean Francois
Revel, "fue iluso al querer democratizar la Unión Soviética impidiendo su división, por cuanto
el ligamento que la mantenía unida era el comunismo".58
De cualquier manera, resulta destacable la incuestionable voluntad del
presidente soviético de devolver su soberanía a los satélites. "Cualquiera que vaya a ser la
valuación final sobre Mikail Gorbachev, ya sea que se le considere el Alejandro II de
nuestros días -que empezó como reformador y terminó como conservador- o el Kemal
Atatürk -que cambió por completo el rumbo de su país-, no parece haber mucha duda de que
su decisión de dejar en libertad al este de Europa fue original, inesperada (tal vez incluso para
él mismo) y difícil".59
57 C. Miranda. Op. citada 58 Citado por C. Miranda. Op. citada 59 G. Stokes. Op. citada CAPÍTULO XIV
LA CAÍDA DEL IMPERIO
Otro de los efectos no deseados de la Perestroika fue el despertar del
nacionalismo en las naciones que conformaban la Unión Soviética, con todo el potencial
destructivo que ha llevado a autores como John Lewis Gaddis a calificarlo como "la principal
fuerza de fragmentación".60 Desde la milenaria unión con Ucrania hasta la espuria ocupación de
los países bálticos, el imperio ruso-soviético se fue configurando en base a invasiones en
que nada tuvo que ver la voluntad de los pueblos, los cuales conservaron sus costumbres,
religión y formas de vida, reafirmando por otra parte su individualidad transmitiendo a través de
las generaciones sus tradiciones históricas y culturales. Las forzadas y crueles emigraciones
impuestas por Stalin para eliminar focos de resistencia al régimen y rusificar a las restantes
naciones de la URSS, en el contexto de un proceso de "arquitectura social" de dimensiones
que la humanidad desconocía hasta entonces (y que incluyó la eliminación de los kulaks), sólo
produjo la paz propia del terror, que involucra las conductas pero no alcanza a los espíritus. Por
el contrario, el agravio queda en la memoria histórica de los pueblos subyugados con
una intensidad que transforma la reivindicación en un objetivo nacional irrenunciable. En
diciembre de 1986 se produjeron en Kazajstan graves disturbios nacionalistas que se
prolongaron por casi dos semanas antes de ser reprimidos. Las características del régimen
soviético permitieron silenciar estos hechos hasta 1988, cuando las repúblicas bálticas ya
proclamaban sus propósitos independentistas. Al año siguiente el mismo espíritu tomaría
fuerza en Armenia, Georgia y en las poblaciones musulmanas de Tadjikistan y Azerbaijan.
Este cuestionamiento en el propio territorio soviético, además
relativamente tolerado, constituyó para los pueblos de Europa del este una clara señal de que
su destino ahora estaba en sus manos, la que se vio reforzada por el poco glorioso retiro de
Afganistán y por las elecciones rusas de 1989, de un grado de pluralismo que jamás se había
permitido ninguna democracia popular.
Al analizar los hechos ocurridos durante 1989, Gale Stokes afirma que "a
principios de 1989 la mayoría de los especialistas reconocía los peligros políticos y
económicos que encaraban los regímenes comunistas del este de Europa. La deuda externa, la
pérdida de legitimidad, el debilitamiento del apoyo de la Unión Soviética y la patología de la
60 John Lewis Gaddis. Toward the Post Cold War World. Foreign Affairs. Vol. 70, N° 2. 1991 planificación central eran sólo las deficiencias más obvias y conocidas de la región. Sin
embargo, esas debilidades no parecieron socavar de modo apreciable la capacidad de casi
todos los gobiernos de Europa Oriental para mantener el control de sus sociedades. No
obstante, al cabo de un año el este de Europa ya era imposible de reconocer".61
Polonia: la primera ficha del dominó.Como hemos visto, a fines de 1988 ocurrió un hecho sin precedentes en el
bloque comunista: la intensificación de los movimientos huelguísticos en Polonia, en medio
de una grave crisis económica, obligó al régimen a entablar negociaciones con Solidaridad
bajo una amplia agenda que incluyó aspectos políticos estructurales, lo que a estas alturas ya no
representaba un riesgo de invasión externa, dada la ampliación del margen de maniobra
otorgada por Gorbachev. En abril de 1989, el régimen polaco accedió -sorprendiendo al
mundo- a convocar a elecciones libres al cabo de los siguientes sesenta días.
En los comicios celebrados en junio de 1989 -las primeras elecciones libres
desde 1945- la oposición liderada por Solidaridad (actuando de hecho como partido) obtuvo
un éxito rotundo, conquistando 99 de los 100 asientos del Senado (el restante era un candidato
local independiente) y los 161 escaños en disputa de la Asamblea. "Sorprendidos por la
magnitud de este éxito, los líderes de Solidaridad lamentaron que el electorado hubiese
llegado tan lejos, por cuanto esa victoria obligaba a la organización a asumir actitudes
políticas audaces para satisfacer las esperanzas emergentes, y temían que ello provocase la
abrupta caída del régimen. El problema es que ni el gobierno ni Solidaridad estaban preparados
para un resultado tan desproporcionado. El acuerdo de abril había tenido como objetivo dar
a Solidaridad una voz en el Parlamento y no legitimar su pretensión de ser la voz del pueblo
polaco".62 Por ello no sorprendió que, a instancias de Walesa, se posibilitara que Jaruzelski
obtuviese un mandato presidencial al no presentarle contendor. El nuevo Parlamento eligió
primer ministro al moderado asesor de Walesa, Tadeusz Mazowiecki, quien se transformó en
el primer gobernante contemporáneo no comunista del este europeo, tras lo cual "sobrepasó
los objetivos originales del movimiento para abocarse al pleno restablecimiento de la
democracia parlamentaria. De esta manera, en Polonia se dio una relación única entre
reconstitución de la sociedad civil y democratización".63
En diciembre una enmienda constitucional suprimió del nombre oficial los
adjetivos "popular" y "socialista", con lo cual el país retomó su nombre de República de
61 G. Stokes. Op. citada 62 Timur Kuran. Now Out of Never. The Element of Surprise in the East European Revolution of 1989. World Politics. Vol. 44 N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA. 1991 63 M. Bernhard. Op. citada Polonia. En enero de 1990 los comunistas cambiaban la denominación de su partido por la de
Partido Socialdemócrata.
En tanto, el gobierno soviético, con un margen de acción cada vez más
disminuido y sin un mensaje claro que transmitir, "había expresado -en febrero de 1989- su
esperanza de que las reformas irreversibles que se veían venir en Polonia se pudiesen mantener
dentro de las fronteras del sistema socialista". Teniendo en consideración la derrota del
comunismo en las elecciones de junio, en agosto "Gorbachev aconsejó a Rakowski, jefe
del Partido Comunista polaco, comprometerse constructivamente en un gobierno de
coalición con la oposición burguesa. El jefe del KGB, Krjutschkow, confirmó que
solidarizaba con el nuevo primer ministro Tadeus Mazoviecki".64
La fuerza de la disidencia.Bernhard afirma que la gran diferencia entre la evolución política de
Polonia y Hungría durante la dominación comunista radica en que, mientras en la primera
nació y se consolidó una oposición al margen de las estructuras partidistas, en Hungría la
mayor presión para introducir cambios provino de miembros del partido único, los que
conformaron una disidencia que, aunque cíclica, nunca desapareció por completo, y
precisamente alcanzó su mayor preeminencia antes y durante la crisis políticas de 1956 y
1989. "Los comunistas polacos se vieron forzados a ceder ante las demandas de movimientos
bien organizados en un espacio público ampliamente liberado, en tanto que los
comunistas reformistas húngaros intervinieron para prevenir tal evolución.65
El propio Kadar había impulsado una reforma económica inédita en el mundo
socialista, la que tuvo entre sus bases el desarrollo de un mercado medianamente libre. Pero
hacia fines de los ochenta la crisis económica llevó a dirigentes como Imre Pozgay, Reszo
Nyers y Miklos Nemeth a concluir que el estancamiento en que el país se encontraba no podría
ser superado si la dominante ala conservadora continuaba imponiendo limitaciones al mercado
y a las iniciativas individuales. Por ello "la reforma política emergió como un pre
requisito para la solución de las dificultades económicas".66
La oposición antipartido sólo comenzó a gestarse a partir de 1986, mucho
después que la polaca, con un menor desarrollo y circunscrita a la capital. Sin embargo,
precedió a los movimientos opositores de los restantes países del este. Sus componentes más
activos no fueron los trabajadores sino intelectuales de orientación liberal o social demócrata,
64 Rainer Gepperth. El Fracaso del Comunismo en Europa Oriental y en la Unión Soviética. Impacto Ideológico y vuelo político. Estudios Públicos N° 48. Centro de Estudios Públicos. Santiago, Chile. 1992 65 M. Bernhard. Op. citada 66 M. Bernhard. Op. citada los que obtuvieron éxito en el campo de las publicaciones clandestinas, tanto en la edición de
libros como periódicos. En los años 70 habían surgido varias organizaciones independientes
menores, con una composición marcadamente intelectual, las que mantuvieron vivas las
inquietudes libertarias en un contexto más bien privado. La más importante de ellas fue
Dialogas, la que adquirió cierta presencia mediante pequeños actos testimoniales y estableció
relaciones con grupos pacifistas occidentales. Dialogus tuvo un rol protagónico en la
organización de manifestaciones conmemorativas de los eventos históricos de 1848 y 1956.
En septiembre de 1987 se fundó el Foro Democrático Húngaro, al que se
sumaron otras organizaciones independientes, entre las cuales alcanzó importancia la Liga de
Jóvenes Demócratas (FIDESZ). El Foro se constituyó rápidamente en una suerte de partido,
aglutinando a diversos sectores sociales y las más variadas corrientes de pensamiento,
extendiendo su influencia a las provincias. Sus principales objetivos políticos fueron un
sistema multipartidista, una economía de mercado mixta, la autonomía de entidades
comunitarias tales como cooperativas, granjas y sindicatos, y mayores atribuciones a los
gobiernos provinciales.
Esta incipiente oposición, lejos de unificar al partido comunista, estimuló a los
disidentes a incrementar sus exigencias, amparados en la mayor tolerancia obtenida al
debilitarse el control soviético. Así, la propuesta de establecer una democracia parlamentaria
surgió del seno del propio partido. Los reformistas estructuraron una organización y una
plataforma política independientes y alentaron abiertamente el desarrollo de una oposición
extrapartidista, cuya existencia legitimaba y daba fuerza a sus propios planteamientos.
Por ello, a juicio de Bernhard, "el partido actuó como catalizador en la reconstrucción de la
sociedad civil".
Los primeros contactos informales entre el régimen y las organizaciones
opositoras no fueron traumáticos ni forzados, como fue el caso polaco. Algunos de ellos se
produjeron a fines de 1987 e involucraron a grupos todavía poco articulados. Durante el
año siguiente fueron reconstituidos los partidos históricos de los Pequeños Propietarios y
Social Demócrata, en un nuevo contexto en el cual el partido comunista perdía gradual y
ostensiblemente su rol controlador sin siquiera intentar obstruir el desarrollo de la
oposición política.
La reevaluación de la revolución de 1956 fue un factor clave, tanto para la lucha
interna dentro del partido como para la movilización de la sociedad húngara. Imre Nagy, el
líder ejecutado por orden del propio Kadar, fue exhumado y luego honrado con un imponente
funeral en junio de 1989, lo que marcó la reivindicación del frustrado intento libertario, así
como el repudio al dominio soviético y a las políticas represivas (por entonces casi
desterradas) del presidente Kadar. No fue coincidencia que ese mismo mes culminaran las
negociaciones con el acuerdo de efectuar elecciones libres en la primavera de 1990.
Nemeth, el jefe del gobierno húngaro, optó desde el comienzo de su gestión
por desentenderse de los equilibrios internos entre las corrientes de su partido. En una virtual
sociedad con Imre Pozsgay, dirigió a grandes pasos la reestructuración institucional hacia la
democracia. El Parlamento levantó, en enero de 1989, todos los obstáculos que trababan el
ejercicio de la libertad de asociación, reunión y expresión. Rainer Gepperth asegura que "la
revolución evolutiva en Hungría fue apoyada por Gorbachev al aprobar éste, de hecho, la
introducción de un sistema pluripartidista en una reunión sostenida con el entonces
ministro-presidente Nemeth el 3 de marzo de 1989".67 El 15 de marzo una gigantesca
marcha conmemoró la revolución de 1848 (contra la corona austríaca, frustrada por la
intervención rusa), aunque todos los manifestantes tenían clara conciencia de estar celebrando
la recuperación de la democracia.
En las elecciones distritales celebradas ese año los candidatos
comunistas obtuvieron pobrísimos resultados, mientras el Foro Democrático alcanzaba
porcentajes cercanos al 70% y en los sectores rurales resurgían los partidos históricos. La
Alianza de Demócratas Libres ocupó un lejano segundo lugar. En octubre el Partido Socialista
Obrero Húngaro (comunista) reemplazó su nombre por el de Partido Socialista Húngaro, el
que fue abruptamente abandonado por quienes se aferraban a sus frustrados sueños. Ese
mismo mes se modificó la Constitución, retirando el calificativo de "Popular" al nombre
oficial, el que quedó como República de Hungría. El régimen institucional sería la democracia
representativa basada en el multipartidismo.
La rápida evolución húngara llamó la atención de los analistas. Así, Welsh
destaca que "mientras en Polonia las fuerzas políticas acordaron una apertura gradual basada
en el poder compartido, la oposición húngara optó por una inmediata transición a la democracia
sin acuerdos formales para compartir el poder".68
A comienzos de 1990 comenzó el retiro de las tropas soviéticas
acantonadas en suelo húngaro. En mayo se inició el desmantelamiento de la "cortina de
hierro" que franqueaba la frontera con Austria, dando lugar a un masivo éxodo de alemanes
orientales, los que, haciendo uso de su derecho a visitar Hungría, cruzaron la frontera
austríaca o se asilaron en la embajada de la RFA en Budapest. Con esta medida Hungría
contribuiría decisivamente a precipitar la caída del régimen de la llamada República
Democrática Alemana.
La revolución de terciopelo. -
67 R. Gepperth. Op. citada 68 Helga A. Welsh. Political Transition Processes in Central and Eastern Europe. Comparative Politics. Vol. 26, N° 4. Published by The City University of New York, USA. 1994 En Checoslovaquia los sectores opositores carecían de capacidad de
movilización social y no estaban muy arraigados en la población, aún cuando contaban con
su respeto y una silenciosa admiración. Después de las grandes manifestaciones de 1968 y su
feroz aplastamiento, la sociedad checoslovaca pareció haber optado por la resignación y la
desesperanza. La vida se volvió más gris que nunca antes en la post guerra. Sin embargo, fue
precisamente la sistemática represión que ejerció el gobierno de Husak en los años
posteriores a la invasión soviética la que impulsó a un grupo de intelectuales a suscribir la
Carta 77. Esta se consolidó como un hito histórico y las actividades que desde entonces llevó
a cabo el grupo que tomó su nombre se constituyeron en los primeros pasos hacia una
abierta oposición, aunque inicialmente su énfasis radicó en la protección de los derechos
humanos y en el respeto a los acuerdos de Helsinki, tema que les permitió trabar relaciones
con diversas organizaciones occidentales y editar algunas publicaciones de circulación
restringida. Aunque Carta 77 no aspiraba a transformarse en un movimiento de masas, sus
firmantes fueron objeto de una fuerte represión, que reforzó el aislamiento del grupo y dejó
al país a la zaga de sus vecinos de Europa Central en lo referente a reconstitución de la
sociedad civil. Para proteger a los firmantes de la Carta surgió un nuevo movimiento,
denominado "Comité para la Defensa de los Injustamente Perseguidos".
El presidente checoslovaco Gustav Husak y el primer secretario Milos Jakes
lograron, mediante el uso de la fuerza y del control de la prensa, que las sucesivas
manifestaciones de intelectuales no se extendieran al resto de la población.
Paradojalmente, el primero de los numerosos actos multitudinarios que seguirían contó con la
anuencia del gobierno, siendo su motivo la conmemoración de los cincuenta años del asesinato
de un dirigente estudiantil por los nazis. Pero en enero de 1989 una multitud de estudiantes
-cuya generación no había tenido participación en la Primavera de Praga, ocurrida veinte años
antes- protagonizó mitines que duraron cinco días, en homenaje al autoinmolado Jan
Palach. Había comenzado "la revolución de terciopelo".
En febrero se condenó a Vaclav Havel a purgar una pena de nueve meses
de cárcel "por incitación a cometer actos ilegales", lo que provocó tal repulsa internacional que
tres meses después el gobierno debió liberarlo. En junio el propio Havel, junto a 1.800
escritores, artistas y universitarios, reunidos en el naciente Foro Cívico, reivindicaba los
planteamientos de la Carta 77, exigiendo la liberación de los presos políticos, el derecho de
asociación, el fin de la represión, la autorización de movimientos cívicos y sindicatos
independientes, libertad de expresión y de culto y término de la censura. El 4 de agosto el
cardenal Tomasek pidió al gobierno que reconociera a la oposición y se ofreció como
mediador, ante lo cual Husak respondió con más detenciones.
En octubre Havel fue nuevamente detenido, pero esta vez hubo reacción
popular: más de diez mil personas se instalaron en la Plaza San Wenceslao solicitando su
liberación. Ante un régimen que consideraba la rigidez como expresión de su fuerza, el
levantamiento de las restricciones para salir del país, decretado el 14 de noviembre, fue
percibido como un signo de debilitamiento. En Praga y Bratislava la población salió
espontáneamente a las calles a reclamar mayores libertades. La consiguiente represión
policial exacerbó aún más los ánimos de un pueblo que contemplaba impotente cómo sus
vecinos avanzaban con paso seguro hacia la democracia que a ellos se le negaba. El Foro
Cívico instó al pueblo a efectuar manifestaciones cada tres días, en las cuales intervenían
Havel, Dubcek y conocidos personajes de la cultura. En tanto, los opositores eslovacos
formaron el movimiento "Público contra la Violencia".
El 24 de noviembre dimitieron Milos Jakes y los integrantes del buró político
del partido. Seguidamente el ministro Adamec ofreció al Foro Cívico algunas carteras en el
gabinete. Pero ya era demasiado tarde para soluciones de compromiso. Las
manifestaciones se hicieron permanentes y culminaron el día 27 con una huelga general de
dos horas, acatada en todo el país, a la que siguió el reemplazo de Adamec por el reformista
Wlarian Caifa. El 29 el Parlamento dictó una ley que suprimía el unipartidismo, mientras se
cursaban nuevas invitaciones a personalidades opositoras para asumir ministerios, las que
fueron nuevamente desechadas. Finalmente el Foro Cívico accedió, a condición de que se
nombrara un gabinete de entendimiento nacional en que los comunistas fuesen minoría.
Husak no tuvo más remedio que aceptar. En la mañana del 10 de diciembre tomó
juramento al nuevo ministerio y esa misma tarde renunció a su cargo en medio de
multitudinarias celebraciones, mientras el nuevo gobierno ordenaba el desmantelamiento
de la "cortina de hierro" en la frontera austríaca y la disolución de la policía política. El 28 de
diciembre un Parlamento intimidado y superado por los vertiginosos acontecimientos de ese
mes, nombraba presidente de esa corporación a Alexander Dubcek. Al día siguiente, por
unanimidad, elegía a Vaclav Havel presidente de la República.
Por cierto el nuevo gobierno aportó lo suyo en la caída del dictador
alemán Erich Honecker, al acoger y facilitar la huida de los germanos orientales a Alemania
Federal.
CAPÍTULO XV
LOS FACTORES DE LA TRANSFORMACIÓN
Una incómoda sorpresa.La caída de los socialismos reales puso en tela de juicio la capacidad de análisis y
pronóstico de la investigación política, por cuanto hasta mediados de 1989 nada indicaba que la
crisis que experimentaban los países este europeos era terminal. Ciertamente los controles se
habían relajado en el antaño férreo bloque oriental, el margen de decisión se había ampliado
notablemente para los gobiernos de la región, y en la mayoría de estas naciones se apreciaban
crecientes grados de apertura política, pero el estrepitoso derrumbe del sistema se constituyó en
el mayor factor de cuestionamiento que haya conocido la ciencia política. "La enseñanza final
de 1989 consistió en recordarnos algo que en el plano intelectual ya sabíamos: que el futuro a
corto plazo no se puede predecir. La sencilla moraleja es que no importa cuántos datos lleguemos a
acumular sobre los sistemas complejos, siempre habrá factores de incertidumbre que alterarán
de modo radical el resultado. El único augurio que podemos hacer con plena confianza
es que la sorpresa nos espera".69 Pfaff acota que "se barrió con la arrogante convicción
-producto de la ilustración- de que los asuntos humanos y las posibilidades humanas se
pueden dominar mediante un análisis científico y someter totalmente al control
racional.70
Por otra parte, el pronóstico político no puede asimilarse a la predicción, atendida
la complejidad de los fenómenos sociales y la incidencia que pueden alcanzar medidas puntuales
adoptadas por algún gobierno y que adquieran una incidencia insospechada, como sucedió con la
apertura de fronteras dispuesta por Hungría. No obstante, parece válido concluir que en lo sucesivo
los estudios estratégicos deberán conceder mayor importancia a los factores intangibles.
En su ensayo "The Power of the Powerless", escrito en 1979, Vaclav Havel
reconocía las dificultades para organizar una oposición con posibilidades de derribar a cualquiera
de los regímenes del este de Europa. Sin embargo, no por ello los consideraba invencibles: "Ellos
podrían ser derribados por un movimiento social, una explosión de descontento civil o un
69 G. Stokes. Op. citada 70 William Pfaff. Redefining World Power. Foreign Affairs. Vol 70, N° 1. 1991 conflicto desatado en el interior de las aparentemente monolíticas estructuras de poder".71
Pero ni entonces ni una década después los analistas políticos fueron capaces de prever la caída
del comunismo. El propio Havel manifestaba su desconfianza hacia las políticas de Gorbachev y
hacia las aparentes diferencias que éste tenía con Husak. Por su parte, en noviembre de
1989 el opositor checo Jan Urban calificaba la iniciativa de convocar a elecciones libres
como "una propuesta utópica y sin esperanza". Al cabo de unos días todos celebraban el fin de
la dictadura comunista (T. Kuran).72
La ciencia política ante el nuevo escenario.Stokes considera que "la enseñanza más importante de 1989 -por la cual
ese año ya se puede añadir a la corta lista de fechas que los estudiantes deben aprender como
los hitos de la era moderna (las otras son 1789, 1848 y 1945)- es que el segundo de los dos grandes
experimentos del siglo XX fracasó". El mismo autor cita al reformador soviético Yuri Afanasyev:
"Hemos hecho una aportación importante. Le hemos enseñado al mundo lo que no debe
hacer".73
La debacle de los regímenes comunistas nos pone ahora ante otro desafío,
como es el de adentrarnos en los elementos estructurales de la transformación, teniendo en
consideración que ellos no sólo involucran la política interior de los estados. "No incluir
en el análisis la nueva política exterior de los estados en transformación significaría
desconocer que la reorientación internacional, la búsqueda de nuevos socios y aliados,
cumplen una función trascendental en la política interior".74 Pero, a su vez, los elementos
condicionantes de las políticas exteriores se encuentran estrechamente vinculados a la historia,
circunstancias geográficas y, en gran medida, a la identidad que cada nación tiene o cree tener
como factor inherente a su ser nacional.
Desde esta última perspectiva, los países en estudio (junto a Croacia y Eslovenia)
integran lo que en el idioma alemán se denomina la "Mittelosteuropa", o Europa centro-este. Su
ubicación geográfica y sus raíces históricas los acercan casi naturalmente a sus vecinos
occidentales, dado lo cual perciben como legítimas y lógicas sus aspiraciones de incorporarse a la
Unión Europea o a la OTAN, entidades que, por su parte, se encuentran más proclives a un
acercamiento hacia estos "hermanos temporalmente alejados" que con naciones que
tradicionalmente privilegiaron sus raíces eslavas o que se mantuvieron, a lo largo de los siglos,
dócilmente sometidas a los imperios ruso o turco.
71 Citado por T. Kuran. Op. citada 72 T. Kuran. Op. citada 73 G. Stokes. Op. citada 74 Dieter Bingen. Elementos Estructurales del Proceso de Transformación Política en los Estados de Europa Este-Centro
y Europa Suroriental. Revista Contribuciones a Ciencias Sociales, julio-septiembre. Universidad de Málaga, España.
1994 Antes hicimos referencia a la llamada "revolución moral" desencadenada durante
la década de los 80 por Solidaridad. Utilizando el mismo referente, Stokes acota que "la
privación económica no fue lo que lanzó a la gente a las calles en el este de Europa en
noviembre y diciembre de 1989. Las penurias económicas ya las habían padecido por largo
tiempo y la situación no era tan grave en países como Checoslovaquia y Bulgaria. Los
impulsó su humillación, su disgusto ante la falsedad de sus gobiernos, así como su deseo de
libertad. Por esa razón, cuando se produjo la caída, asumieron el poder los partidarios más
denodados de vivir de acuerdo con la verdad, es decir, los líderes de la cultura, entre los cuales
había músicos, historiadores, filósofos, sociólogos y dramaturgos".75 Para André Gunder
Frank "la demanda democrática fue de tan largo y profundo alcance como para expandir el
significado de la democracia misma". La demanda y la participación democráticas terminaron por
expandir los confines institucionales de la democracia político-parlamentaria y de la
democracia económica, "por ejemplo, a través del rechazo a los privilegios y la corrupción de la
nomenklatura".76
Dieter Bingen formula una interesante reflexión sobre las circunstancias de las
actuales transformaciones, aunque su conclusión resulta más bien pesimista. Al respecto, afirma
que "los ciudadanos de la Europa postcomunista son autores del cambio y sus víctimas al
mismo tiempo. El precio social y psíquico moral, extraordinariamente elevado, que estas
sociedades debieron pagar para recuperar la libertad y la democracia reconocen fundamentalmente
las siguientes causas:
-las sociedades están creando estructuras democráticas sobre las ruinas de un sistema
agotado y no sobre la base de conquistas cívicas de generaciones anteriores, como ocurrió en
la parte occidental del continente;
-las sociedades se vieron obligadas a destruir el viejo orden, superar nuevos problemas,
provocados por la "primavera popular" de Europa del este y, al mismo tiempo, construir un
nuevo orden. Todos los órdenes de la vida política y social debieron rediseñarse en forma
simultánea. Esto excluye a priori el cumplimiento de una condición fundamental para
el éxito del cambio de sistemas, a saber, que la democracia gane en credibilidad con el
surgimiento de una economía eficiente, un sistema jurídico sólido y una sociedad civil
consciente de sus deberes. La democracia se está desarrollando en un vacío. Además, en esta
parte de Europa, la democracia era hasta el momento una categoría meramente teórica,
conocida sólo de los tratados académicos".77
El mismo autor agrega que "la fuerza que impulsó el cambio de sistema fue la
idea transnacional de la libertad individual, de la vigencia de los derechos humanos y cívicos,
del pluralismo político y de la economía de mercado". Nosotros añadiremos que el despliegue de
esa fuerza fue posible sólo en tanto finalizó la incontrarrestable presión imperial soviética, ya que
75 G. Stokes. Op. citada 76 A. Gunder Frank. Op. citada 77 D. Bingen. Op. citada ninguna fuerza moral ni deseo de libertad o prosperidad habría podido imponerse en el seno de un
sistema omnipotente, que durante décadas controló exitosamente cada aspecto de la vida política,
social y económica de los pueblos.
Sin embargo, la herencia postcomunista hace extraordinariamente difícil la
instauración de la democracia: ninguna dictadura contemporánea fue tan devastadora con relación
al organismo social, tanto por su larga duración, como por la implacable planificación política y
económica que caracterizó a los regímenes estalinistas y postestalinistas. La virtual
inexistencia de propiedad privada sobre bienes de capital y el resignado sometimiento a un
Estado que, aunque relativizaba todos los derechos, al menos garantizaba un empleo, se
constituyeron en importantes obstáculos para el proceso democratizador. Por lo mismo, como
destaca Bingen, "luego de la lucha de clases de los comunistas, sólo existe una sociedad civil en
estado embrionario, la que no está en condiciones de estabilizar en forma decisiva una
nueva sociedad abierta".
De la euforia al desafío de cambiar.Hungría, Polonia y Checoslovaquia se reencontraron jubilosamente con la
democracia y con las políticas de mercado. Pero su funcionamiento fue más complejo de lo previsto:
las nuevas instituciones no operaban con tanta fluidez como lo hacían en Occidente; las leyes del
mercado afectaron seriamente los índices de empleo; la acelerada privatización condujo a
desequilibrios que pueblos formados en el mito de la igualdad no podían menos que rechazar. Nada
de esto ha hecho peligrar las conquistas democráticas, pero la nostalgia de la seguridad, sacrificada
en aras de la libertad, ha impuesto un relativo freno a los ambiciosos programas de reformas.
Los jóvenes partidos, impotentes para articular los intereses de sus representados
y proyectar adecuadamente sus proyectos de sociedad, no han sido capaces de consolidar la
arrolladora fuerza con que surgieron, cayendo en intrascendentes rencillas, en las que con
frecuencia se han perdido de vista los grandes objetivos que un día movilizaron a las masas
bajo sus banderas. "Los nuevos líderes políticos tienen poca experiencia administrativa, trabajan
con parlamentos divididos y partidos sin programas definidos. Cada país tiene que
encontrar su propia fórmula para iniciar los cambios institucionales, sin destruir lo
positivo del pasado. No pueden eliminar los intereses y hábitos formados bajo medio siglo
de control comunista".78
Frente a ellos se erigieron sorpresivamente como alternativa los sectores más
reformistas de la vieja guardia comunista, quienes abjuraron del marxismo leninismo, pero
conservaron su destreza política y capacidad de organización. Polonia, Hungría y Eslovaquia -al
igual que Letonia y Lituania- eligieron libremente gobiernos mayoritariamente integrados por ex
78 Claudio
Pomerlau. Los cambios en Europa del Este: el estado de las naciones. Revista de Ciencia Política,
Universidad Católica de Chile. Vol XIII N° 1-2. Santiago 1991 comunistas, los que, no obstante su pasado, han probado la sinceridad de su conversión al no
revertir las reformas, aunque disminuyendo su intensidad. En un comienzo, las nuevas
opciones políticas se habían proyectado muy distanciadas del oprobioso sistema del cual acababan
de liberarse, y enfatizando el sentimiento nacional como contraposición al vasallaje, lo que había
dejado transitoriamente fuera del juego a los ex comunistas. Paradojalmente esta élite, sólidamente
formada al amparo del poder -pero sin el estigma de haber llegado a ocupar altas posicionesvino a proporcionar el equilibrio que sociedades políticamente inmaduras necesitaban
para perfeccionar sus nacientes instituciones.
Sólo la República Checa, bajo el liderazgo del talentoso Vaclav Havel, ha podido
enfrentar este difícil proceso sin confundirse, quizá porque se trata de un estadista que
"convence y mueve a sus compatriotas más por sus ideas y valores que las acompañan que por su
pasión".79 Por cierto ello no ha impedido la formación de un bloque de izquierda con preminencia
comunista, que cuenta con 35 parlamentarios de un total de 200.
La estructuración social legada por las democracias populares se caracteriza
por una clase media poco hilvanada, compuesta fundamentalmente por ex burócratas y
profesionales que tuvieron, en general, algún grado de vinculación con las fenecidas dictaduras, así
como por un pequeño pero influyente segmento intelectual. Entre las naciones analizadas sólo
Hungría cuenta con una clase media de relativa importancia, surgida de la actividad comercial
impulsada por Kadar.
En este cuadro social el rol protagónico en los procesos de transformación pertenece
a los trabajadores. Pero, como afirma Bingen, los comunistas crearon una clase trabajadora al
estilo del siglo XIX, "que encontró su lugar en gigantescos emporios combinados de
siderurgia, minería y de la industria pesada". "Adaptar estos trabajadores, con su especial
formación, su visión del mundo y su mentalidad, a las profundas transformaciones en el sistema
económico es algo sumamente difícil. La clase obrera postcomunista parece, por lo tanto,
particularmente propensa a manipulaciones demagógicas cuando ve amenazados su nivel de vida y
sus puestos de trabajo".80
Ello explica, en parte, que los actuales dirigentes políticos exhiban un mensaje
por momentos poco responsable, demagógico e incluso autodestructivo con respecto a las
organizaciones que ellos mismos representan. La organización Solidaridad es
probablemente la mejor demostración de este aserto: siendo la única e incuestionada fuerza
política y social de Polonia, después de asumir el control del gobierno se formaron en su seno
focos opositores y surgieron distintos proyectos y estrategias. Su líder Lech Walesa, en un intento
por reafirmar su autoridad personal, provocó la caída de su hasta entonces camarada
Tadeusz Mazowiecki. En medio de la fragmentación del otrora poderoso sindicato, Walesa
logró imponer su candidatura presidencial, pero no pudo impedir que todas las facciones de
79 C. Pomerlau. Op. citada 80 D. Bingen. Op. citada Solidaridad fuesen estrepitosamente derrotadas por los flamantes socialistas democráticos, los
únicos que pudieron mostrar alguna coherencia y disciplina ante un electorado hastiado de
mezquinas e interminables reyertas.
Nacionalismo: ¿factor de unidad o fragmentación?
No caben dudas que el sentido nacional desempeñó un papel de importancia
en la liberación de los países del este. No podía ser de otra manera en naciones con una historia
milenaria plegada de orgullosas tradiciones, las que por varias décadas fueron aplacadas por un
proyecto totalizador y foráneo. Ciertamente esta forma de nacionalismo vino a reforzar la identidad y
las raíces de pueblos que gustosos hurgaron en su historia para reencontrar su ser nacional y
reivindicar sus propios valores para transformarse de dóciles satélites en actores
independientes de un mundo fuertemente interrelacionado, en el que los bloques de poder
carecen de sentido. Pero esta búsqueda retrospectiva de la identidad perdida (o al menos diluida) no
está exenta de peligros: bien lo saben los húngaros, cuyo país fue jibarizado en beneficio de sus
vecinos bajo pretexto de amparar a las minorías étnicas.
Los analistas coinciden en otorgar un papel al nacionalismo en la caída del
comunismo. "El nacionalismo y la etnicidad fueron también factores en todos los movimientos
sociales de la Europa del Este. El nacionalismo (aunque fuera sólo 'en contra de los rusos') y los
problemas étnicos ayudaron a movilizar gente hacia y dentro de todos estos movimientos sociales y
luego a definir algunas de sus demandas".81 Por lo demás, como asevera Istvan Deak, "en los
últimos 150 años regímenes liberales, conservadores, democráticos, autoritarios, fascistas y
bolcheviques han regido en Europa del este. Pero todos ellos, así como las ideologías que los
sustentaban, han sido efímeros. Lo que sí ha sido permanente es el nacionalismo".82
Coincidimos con William Pfaff en su afirmación de que el nacionalismo
es inherentemente absurdo. "¿Por qué el accidente -afortunado o infortunado- de haber
nacido en Estados Unidos, Albania, Escocia o las islas Fiji debe imponer lealtades que
rijan una vida individual y estructuren una sociedad al extremo de ponerla en conflicto
formal con otras? Pero, para bien o para mal, ese orgullo nacional puede en ocasiones
constituirse en la fuerza capaz de derribar a un tirano o restaurar la perdida liberta de un
grupo humano. El mismo Pfaff recuerda que, durante sus 123 años de inexistencia
territorial, "la nación polaca sobrevivió en la mente de los polacos que vivían en lo que
había sido la Polonia histórica y en el exilio de París y otras partes. Cuando por
segunda vez dejó de poseer una existencia nacional independiente, durante la Segunda
Guerra Mundial, se crearon escuelas clandestinas, al igual que en los años de la
Partición, así como universidades (llamadas 'universidades volantes' porque el ámbito
81 A. Gunder Frank. Op. citada 82 Istvan Deak. Nationalism in the Soviet Bloc. Uncovering Eastern Europe's Dark History. Orbis, a journal of World Affairs. Vol. 34, N° 1. Published by The Foreign Policy Research Institute. Philadelphia, USA. 1990 físico de las clases estaba sometido a cambios imprevistos) e incluso instituciones
clandestinas de administración civil y de justicia, con el objeto de afirmar la existencia
política de una nación polaca a pesar de su inexistencia formal". "Cuando Lech Walesa
llegó a Presidente de la República Polaca no comunista en 1990, no recibió las
investiduras de su cargo del general Jaruzelski, su predecesor como Presidente de la
República Popular Polaca, sino del anciano jefe de estado del gobierno polaco en el
exilio, que estaba instalado en París y se mudó a Londres en 1941".83
La Polonia postcomunista inicia su reinserción internacional ratificando la validez
de los tratados frente a eventuales expectativas alemanas de recuperar los territorios perdidos,
pero también debe desautorizar a los nostálgicos del paneslavismo, que fue la centenaria
justificación de la dominación rusa. Estos se agrupan en la Confederación para una Polonia
Independiente, fundada en 1979 por el periodista Leszek Moczulski y que constituye el más
antiguo partido no comunista del país. Con una votación superior al siete por ciento, la
Confederación muestra señales de antisemitismo y xenofobia, en tanto proclama su respaldo
a grupos nacionalistas pro polacos de Ucrania, Bielorrusia y los estados bálticos. Para potenciarse
ha pactado alianzas con el Partido de Acción Católica, otra importante agrupación de carácter casi
integrista y que apela a los "valores nacionales polacos" y advierte contra el hegemonismo
alemán. Y por cierto el relativo éxito de estos partidos ha llevado a varios de los
restantes a tomar algunas de sus banderas y sumarse al populismo nacionalista.84
¿Y Checoslovaquia? Aquí el recuerdo del pasado precomunista reactivó el recelo
de los eslovacos frente al espíritu colonialista que evidenciaron los checos durante los veinticinco
años de existencia de la Checoslovaquia independiente. Ni el mismo Alexander Dubceck,
prematuramente desaparecido, pudo contrarrestar esta desconfianza, hábilmente explotada por el
rudo populista Vladimir Meciar, quien logró imponer su peculiar personalidad ante su pueblo en
una relación de amor-odio que ha sabido manejar con un permanente despliegue de retórica
nacionalista.
La aparentemente irreversible división de la joven nación dejó, por un lado, a una
República Checa dirigida, como antaño, por un intelectual dotado de prestigio y credibilidad, con
orden interno y un prudente programa de reformas económicas que la comienzan a situar, sin
mayores dificultades, entre los países occidentales y respaldan la apreciación de su primer
ministro, Vaclav Klaus, en cuanto a haber cruzado el Rubicón en el plano de la transformación
económica. De otra parte, está la rústica Eslovaquia, económicamente más desmedrada y
políticamente poco predecible, pero que probablemente se verá beneficiada ante cualquier paso
hacia la integración con Occidente dado por sus vecinos checos. Hay otra minoría, claro, que ha
sido y puede volver a ser fuente de problemas: los alemanes de los sudetes, región que fue
virtualmente depurada de checos durante la Segunda Guerra, y cuyos habitantes han sufrido el
83 W. Pfaff. La Ira de las Naciones. Ibid. anterior 84 Stephen R.
Bowers. Ethnic Politics in Eastern Europe. Conflict Studies N° 248. Published by the Research
Institute for the Study of Conflict and Terrorism. London, UK. 1992 aislamiento y la desconfianza durante los últimos cincuenta años; pero el espíritu integracionista
y la necesidad de mantener buenas relaciones con Alemania han convencido al gobierno de las
bondades de mantener con las minorías un diálogo que permita mostrar hacia el
exterior una consecuente integración interna.
En todo caso, es indiscutible que la situación actual es la mejor de los últimos
dos siglos. "Puede ser cruel, pero los cambios producidos en el siglo XX en el mosaico étnico de
Europa Oriental podrían ser la clave para mejores relaciones entre los estados de la región.
Aunque logrados al precio de increíble sufrimiento, estos cambios han disminuido drásticamente
el número de minorías étnicas, y con ello el número de potenciales conflictos." Por otra parte, "los
pueblos de Europa Oriental han probado reiteradamente que sus corazones y mentes están con
Occidente y con el liberalismo occidental. Todos los reformadores del este europeo consideran a
Europa Occidental y a los Estados Unidos como sus modelos políticos y económicos". Este
común propósito pone en un segundo plano las rivalidades regionales y "crea las condiciones para
que los pueblos de Europa del este puedan trascender sus patrones históricos y encontrar
armonía entre ellos mismos".85
Las políticas seguidas por los nuevos gobiernos parece confirmar la efectividad
de tales apreciaciones. Si bien los problemas que representan las minorías en las naciones del
llamado este-centro del continente está lejos de ser conflictivo, la historia le ha impuesto a las
mayorías, y consecuentemente a los gobiernos, conductas liberales y tolerantes. Al respecto son
destacables las concesiones otorgadas por el gobierno eslovaco a su minoría húngara, a pesar de
la reticencia mostrada luego de la declaración de independencia. Por otra parte, Polonia y
Hungría son las repúblicas étnicamente más homogéneas de Europa Oriental, con un 95 y un 93
por ciento respectivamente de ciudadanos con sangre sin componente extranjero.86
En resumen, los países estudiados no presentan por ahora (ni en un futuro previsible)
problemas de nacionalismos exacerbados, como tampoco de focos autodestructivos basados en
minorías oprimidas o en intolerancia étnica o religiosa. Por tal motivo, en la disyuntiva
entre patriotismo y nacionalismo planteada por Baradat, nos inclinamos a calificar a los pueblos de
la "Mittelosteuropa" como altamente patriotas, pero escasamente nacionalistas, a diferencia de lo
que sucede en Yugoslavia o, en menor medida, en Rumania, Bulgaria, los países bálticos y en
cierto modo en Albania, en los cuales la fuerza de una identificación étnica se ha visto
intensificada por la ausencia de otros factores de unidad.87 Precisamente esta circunstancia,
situada en un contexto geográfico e histórico propicio, es la que debiera permitir que estas
naciones hagan realidad la consigna de algunos de sus nuevos partidos en orden a "caminar
hacia Europa", aún cuando puede que este camino pase por la integración económica antes que
la militar, dando así la razón a Havel sobre las pretensiones de Walesa.
85 I. Deak. Op. citada 86 S. R. Bowers. Op. citada 87 Leon Baradat. Political Ideologies. Prentice-­‐Hall, Inc. New Jersey, USA. 1992 El trasfondo de 1989."El fracaso más determinante del socialismo real en Europa del este y la Unión
Soviética fue el fallar en la competencia económica con Occidente. Las economías
centralizadas habían alcanzado un éxito relativo a través de su crecimiento absoluto forzado. La
industria pesada y, en algunos países, la agroindustria en gran escala florecieron. Se brindó y
aseguró servicios sociales, pero no así servicios individuales. Del mismo modo se tornó evidente
que estas rígidas economías no eran capaces de promover un crecimiento intensivo. Fue
precisamente durante la reciente revolución tecnológica, particularmente la
computarización en Occidente y en los países de reciente industrialización del este asiático
que las economías centralizadas de la Unión Soviética y Europa del este no pudieron estar a la
altura, perdiendo terreno en términos relativos y absolutos. Este fue el punto de partida
más determinante para estos movimientos sociales y revoluciones". "El fracaso de la
economía socialista, como el de muchas economías capitalistas y mixtas, está marcado sobre
todo por su incapacidad para competir en el mercado internacional".88
Pero la competencia también se hizo insostenible en el piano de la tecnología
bélica. A comienzos de los ochenta la iniciativa de defensa estratégica conocida como "Guerra de
las Galaxias", impulsada por el presidente Reagan, obligó a Moscú a redoblar sus esfuerzos en un
vano propósito de igualarse con Occidente, en especial con los Estados Unidos. Para ello
naturalmente exigió a las naciones satélites que compartieran la pesada carga, lo que no hizo más
que agravar la ya disminuida situación de los pueblos este europeos. Por cierto éstos anhelaban
mayores espacios de libertad y sentían auténtica nostalgia por sus tradiciones perdidas y por un
modo de vida que en su mayoría ni siquiera conocieron, pero que formaba parte de sus
irrenunciables valores culturales; pero el factor que gatilló la agitación popular fue netamente
económico, aún cuando es preciso reconocer que ella operó en un ambiente favorable ante el
aflojamiento de la presión soviética registrado durante la última mitad de la década.
Así, impulsadas por la crisis y la pérdida de confianza, "las revoluciones de 1989
se iniciaron pacíficamente como profundos y vastos movimientos sociales. Alcanzaron el éxito
más rápidamente de lo que esperaban sus protagonistas al poner a funcionar una democracia
civil en una sociedad civil para alcanzar la liberación. Finalmente la teoría del dominó,
temida en otras ocasiones en que no operó, esta vez funcionó, aunque más bien de manera
inesperada. En parte se debió a que los movimientos sociales no sufrieron represión armada
desde el interior o el exterior, exceptuado el caso de Rumania". "Las revoluciones de 1989 en
Europa del este fueron hechas por movimientos sociales pacíficos que perseguían y consiguieron
la caída de gobiernos y del erosionado poder estatal, que la mayoría de ellos mismos no deseaba
88 A. Gunder Frank. Op. citada reemplazar. En presencia de un vacío de poder estatal, los movimientos sociales de Europa del este
se vieron obligados a (re)organizarse para ejercer el poder del Estado. Lech Walesa declaró
que el error más grande cometido por Solidaridad fue haber asumido el gobierno, pero
no tuvo alternativa".89
Probablemente si las motivaciones populares se hubiesen circunscrito a
aspiraciones económicas sus resultados no hubiesen pasado de rectificaciones o aún cambios de
gobierno, pero sin la caída de los regímenes comunistas. Sin embargo, el subconsciente colectivo
y la claridad conceptual de algunos de sus líderes, unidos a la inesperada pasividad encontrada en
el adversario, transformaron al movimiento en revolución, cobrando insospechada importancia
valores que por décadas habían sido supeditadas a las prioridades materiales hasta el punto de
haberse convertido en virtuales abstracciones, tales como la libertad, la dignidad y la soberanía
nacional. Sólo entonces los subyugados ciudadanos de Europa Oriental volvieron a exigir que se
restaurase aquello que habían perdido, todo lo que alguna vez había formado parte de su ser
nacional. "De hecho es una peculiaridad del comunismo, su único logro en la historia, haber
destruido todo lo que funcionaba en las sociedades tradicionales -pre democráticas y pre
industriales, o semi democráticas y semi industriales- y haber erradicado al mismo tiempo todo el
potencial para el desarrollo moderno que esas sociedades hubiesen tenido si ellas no hubiesen sido
esterilizadas por el comunismo".90
Aunque los principales disidentes llevaban un largo tiempo luchando por
postulados que para la gran masa parecían demasiado lejanos, "la crisis del comunismo
y la revitalización de la sociedad vindicaron a la disidencia y ampliaron su atractivo popular.
Esta mantuvo viva su movilización intelectual eligiendo transparencia sobre conspiración, y
definiendo como objetivo la recuperación de la verdad. Y como la recuperación de la verdad
está inextricablemente relacionada con el resurgimiento de la esfera del debate público y
con la transparencia del gobierno, las revoluciones este europeas pueden considerarse como
revoluciones en su más puro significado de 'retorno': un esfuerzo de las sociedades este europeas
para apropiarse y reapropiarse distintivamente de ideas y principios occidentales de los
cuales habían sido privadas por el comunismo. También representaron la recuperación de las
identidades nacionales negadas por el 'olvido generalizado' del comunismo".91
La perspectiva de la rebelión nacionalista es planteada por Pfaff: "Lo que sucedió
en la Europa sovietizada consistió ante todo en una serie de levantamientos profundamente
nacionalistas contra la opresión extranjera, realizados por pueblos que por cierto deseaban ser
prósperos, democráticos, incluso capitalistas, y reencontrarse con una comunidad occidental
cultural, además de política, de la cual los habían aislado, pero que principalmente deseaban
desembarazarse de la ocupación soviética y sus agentes y liberarse para ser ellos mismos, lo cual
89 A. Gunder Frank. Op. citada 90 Jean-­‐Francois Revel. Resurrecting Democracy in Eastern Europe. Orbis, a journal of World Affairs. Vol. 35, N° 3. Published by The Foreign Policy Research Institute. Philadelphia, USA. 1993 91 G. di Palma. Op. citada implicaba, lógicamente, la posibilidad de que en muchos casos volvieran a un pasado de gobierno
no democrático sino autoritario, intolerante ante las diferencias religiosas y étnicas, y agresivo hacia
sus vecinos". El mismo autor destaca la incidencia de los valores éticos en los movimientos
sociales de Europa del este: "Una faceta notable de la gran liberación de 1989 fue su aspecto de
victoria moral: la energía moral había inspirado la forma de disidencia política y material y la
resistencia que minó y al fin pulverizó la autoridad comunista. Esta fuerza moral constituía un
elemento significativo en la legitimidad de los nuevos líderes que al principio afrontaban el legado
de intolerancia y conflicto de la Europa balcánica y central, así como los estragos morales causados
por cuarenta años de comunismo. Como lo expresó el presidente Vaclav Havel en su discurso del
Año Nuevo de 1990, en lo que entonces aún era la República Checoslovaca, era una legado de
'enfermedad moral... de decir una cosa y pensar otra... una triste herencia que debemos aceptar
como algo que nos hemos infligido a nosotros mismos".92
Jean Francois Revel compara la situación post comunismo de Europa Oriental con
la transición española de 1976 a 1980: "Cuando Franco desapareció, lo único dictatorial que
sobrevivía en la sociedad española era la organización cupular del Estado. La sociedad civil ya
estaba democratizada; la clase media, industrializada y cosmopolita, había incorporado el know
how europeo durante el extraordinario salto económico de los sesenta. La industria española
había sido renovada y la cultura española estaba abierta a todo el mundo".93 Ciertamente ese no
era el caso de los europeos del este, quienes a comienzos de 1990 recién comenzaban a atisbar un
mundo al que se sentían ajenos, posicionados en una mentalidad anclada en los años cincuenta.
Los pueblos de los países satélites ahora se comparaban con aquellos de
las naciones occidentales, con cuyos niveles de vida no estaban tan diferenciados antes de la guerra, y
se preguntaban cuál sería ahora su situación si se hubiesen mantenido vinculados a aquella parte
del mundo de la cual siempre se sintieron parte integrante. No se trataba de idealizar el pasado ni
de perder conciencia que, en general, en la década del 40 sus sociedades eran más bien
tradicionales. Pero, como expresa Revel, "la sociedad tradicional está pobremente
industrializada, pero tiene su agricultura (que aunque poco productiva tiene su coherencia y
su know how) y una artesanía sofisticada y variada, capaz de elaborar objetos a menudo de
gran calidad. La transición a la modernidad tiene lugar sobre bases fuertes. En el caso del
comunismo, sin embargo, la milenaria base de know how ha sido destruida y el know how de
granjas e industrias modernas no ha sido adquirido".94
En ese contexto, y asumiendo que se encontraban ya en medio de una revolución,
naturalmente se buscó la opción liberal, en tanto se percibía como el sistema que había dado
prosperidad a Europa Occidental. "Durante el invierno de 1989-1990 el punto de vista
prevaleciente fue que el leninismo, junto con otros movimientos revolucionarios, se había
agotado y que el futuro pertenecía a las élites liberales con proyectos racionales de economías de
92 W. Pfaff. La ira de las naciones. Ibid. anterior 93 J. F. Revel. Op. citada 94 J. F. Revel. Op. citada mercado y pluralismo político".95 Sin embargo, no era fácil encontrar un auténtico referente liberal
en medios políticamente congelados por más de cuatro décadas, ya que "la imposibilidad de
modernización política durante el régimen comunista rigidizó la mentalidad de las organizaciones
oficiales, pero en especial impidió la normal evolución del pensamiento de derecha, el que surgió
anquilosado y defendiendo intereses sociales y religiosos propios de la primera mitad del siglo.
Sus postulados enfatizan valores tales como la nacionalidad, el honor y la moralidad, en términos
más propios de sociedades homogéneas y poco diferenciadas, lo que no corresponde a la
realidad de nuestros tiempos. El falso supuesto sobre las condiciones de la sociedad
contemporánea quita validez como proyecto a las soluciones proclamadas por estos sectores". Así,
al caer el comunismo, "las sociedades se encontraron sin un foco político con el cual se pudieran
sentir cómodas. Los nuevos partidos eran construcciones cupulares de intelectuales. Casi
hipnóticamente, la gente se volvió hacia las personalidades, virtualmente sin considerar sus
programas políticos, invistiéndolas así de una suerte de supra estatus político".96 Vaclav Havel
fue el mejor ejemplo de este aserto: se le reconocía una enorme autoridad moral, la que fue
suficiente para llevarlo a la presidencia. Una vez en el cargo, respaldó sus iniciativas
utilizando su carisma y sus habilidades como comunicador.
En el otro extremo está el populista eslovaco Vladimir Meciar, quien exhibe
un ambiguo discurso social-capitalista de fuerte connotación nacionalista, pero que está muy lejos
de constituir un programa de gobierno. Como agrega Schöpflin, "la dificultad que ocasiona el
investir a personas de demasiada autoridad es que se tiende a debilitar el efectivo funcionamiento
de las instituciones, aunque pueden ser útiles como forma de canalizar frustraciones
acumuladas e incertidumbres en las comunidades políticamente inmaduras".
Los personalismos y la falta de consistencia ideológica de los partidos y grupos
políticos surgidos con motivo de la revolución de 1989 han constituido una seria dificultad
para elaborar programas coherentes y motivar al pueblo en pos de proyectos y objetivos
realistas y creíbles. Ello no sorprende si se tiene en consideración que "la mayor parte de los
movimientos sociales que asumieron roles protagónicos en los países del este de Europa son
consciente y explícitamente antipartido", según observa Gunder Frank. Como ejemplo de ello cita
el caso del Foro Cívico checo, el que "tiene una organización suelta, sin un programa central, sin
reglamentos". El mismo autor cita a uno de los fundadores de una organización política húngara,
quien define a su agrupación como "una tendencia teórica y no un partido. Por el contrario, se
trata de una organización antipartido desde la base de la sociedad".97
95 A. C. Janos. Op. citada George Schöpflin. Post Communism: Constructing New Democracies in Central Europe. International Affairs. Vol. 67, N° 2. The Royal Institute of International Affairs. Cambridge University Press, UK. 1991 97 A. Gunder Frank. Op. citada 96
CAPÍTULO XVI
EL INICIO DE UNA NUEVA TRANSICIÓN
George Schöpflin señala que "el problema central del post comunismo es la
brecha entre formas democráticas y sustancia real. La democracia supone un conjunto de
valores para gobernantes y gobernados, que involucra autolimitación, compromiso y negociación,
condiciones que los estados y sociedades post comunistas no pueden adquirir de la noche a la
mañana, sino como resultado de varios años de práctica". Por otra parte, los problemas
inherentes a la falta de un sistema establecido de partidos ha tenido su precio. La falta de
tradición e identificación partidistas, de programas de partido y de una estructura
institucionalizada han sido importantes obstáculos para un eficiente proceso de decisiones. "Estos
problemas son particularmente significativos, por cuanto las estructuras de gobierno en
Europa Oriental están basadas en el modelo de los sistemas parlamentarios de Europa
Occidental, los que se apoyan fuertemente en la identificación con los partidos y en la disciplina
partidista. Un efectivo proceso de toma de decisiones sólo es posible con el respaldo de
una mayoría parlamentaria".98
En las naciones que han vivido bajo regímenes marxistas los conceptos de derecha e
izquierda tienen connotaciones distintas a las que se les confiere en Occidente. La calidad
de la política es diferente, como también lo son las respuestas populares a los desafíos políticos,
las que suelen conceder similar importancia a los criterios de orden moral o nacional que a
sus propios intereses económicos, que fueron homogeneizados y atomizados bajo el dictado
comunista. "La esencia del problema es que la modernización de estas sociedades bajo el
comunismo fue parcial y distorsionada, con las complejidades y características propias de
sociedades occidentales bloqueadas por el poder comunista". Se destruyeron las instituciones y
relaciones de solidaridad y lealtad que diferencian a una sociedad de un simple conjunto de
individuos. El Estado llegó a ser algo remoto y abstracto. Y el término del sistema comunista no
cambió esta percepción. "Sin embargo, a falta de otras organizaciones sociales, en los estados
post comunistas se mantienen criterios estatistas, hasta el punto en que impera la idea que el
estado puede construir una sociedad moderna, lo que reviste serios peligros. Después de todo ese
fue el proyecto intentado en los siglos XIX y XX antes del comunismo".99
98 H. A. Welsh. Op. citada 99 G. Schöpflin. Op. citada Pero el poco tiempo transcurrido desde la recuperación de la
democracia, junto al consiguiente proceso de decantación de los elementos críticos propios de una
transición inesperada, ha permitido que los paradigmas históricos pierdan progresivamente
la fuerza social que se les reconoció inicialmente para dar lugar a desordenados intentos grupales
de posicionamiento, con su inevitable secuela de fragmentación política. Así, a partir de 1991, la
transición entró en una nueva etapa en la mayoría de los países del este. "Los grupos y
organizaciones políticas sintieron la presión para desarrollar sus propios perfiles políticos y sus
propias estructuras partidistas. Los slogans debían ser reemplazados por programas
políticos sustantivos y transformados en acciones. Los conflictos de intereses salieron a la
superficie y surgió competencia orientada a la obtención de poder personal y de grupos. En estas
circunstancias, proliferaron los partidos y se incrementó la competencia entre ellos, contribuyendo
a prematuras elecciones en la mayoría de los casos. En el otoño de 1991 había en Polonia más de
cien partidos políticos. El alto grado de fragmentación partidista ocasionó intransigencia y
limitaciones, lo que a su vez minó el consenso de las élites, una variable clave en la
consolidación democrática".100
Para Helga Welsh "la transición a la democracia es también una transición
en los modos de resolución de conflictos. La primera etapa en la transición a la democracia está
caracterizada por la evolución de formas de imposición a otras de intensa negociación y
compromiso. Una vez que la transición entra en su etapa de consolidación, la negociación y el
compromiso declinan en favor de modelos más competitivos de resolución de conflictos".
La primavera económica de Praga.El gobierno checo se puede jactar de haber dado los pasos más difíciles en el
proceso transformador, como son la liberación de precios y del comercio exterior, la
privatización, las reformas tributaria y monetaria y la dictación de una ley de quiebras,
entre otros. Para bien o para mal, se definió también su relación con Eslovaquia al consolidarse
la separación de ambos estados.
Sin traumas ni apresuramientos, pero sacando resuelto partido del consenso
nacional en favor de los cambios, se han privatizado unas mil quinientas empresas estatales.
Actualmente el sector privado aporta cerca del 90 por ciento del producto de la República Checa,
su tasa de inflación es la más baja del mundo postcomunista, con una media mensual
inferior al 1%, su situación fiscal es equilibrada, su moneda es estable, su tasa de
desempleo -de 3,1%- es de las más bajas de Europa y mantiene un bajo endeudamiento
externo.101 Por otra parte, resulta impresionante el grado de aceptación popular de las reformas, a
pesar de las consecuencias sociales que inevitablemente han ocasionado. Ello deja en claro la
100 H. A. Welsh. Op. citada 101 Franz-Josef
Reuter y Jan Senkyr. El Gobierno de Praga, pionero entre los países de Europa Central y Oriental.
Revista Contribuciones a Ciencias Sociales, julio-septiembre. Universidad de Málaga, España. 1994 capacidad de persuasión de la dirigencia checa y la confianza que el pueblo ha depositado en
ella, lo que a su vez contribuye a explicar el éxito obtenido.
Para su canciller, Josef Zieleniec, la división de la federación
checoslovaca, a comienzos de 1993, dio lugar a una nueva situación geopolítica, dentro
de la cual la meta de participar en el proceso de integración europea se hace, para el Estado
Checo, más importante y urgente. "En tal sentido habrá un cierto cambio en las prioridades
políticas respecto del pasado con una orientación occidental claramente mayor". El objetivo
declarado del gobierno es ingresar a la Comunidad Europea antes del año 2000. En cuanto a la
OTAN, aún cuando Havel y Klaus han hecho saber su aspiración de integrarse a ella, esta no es
más que una prioridad estratégica de largo plazo y se ha negado a unirse a Varsovia y Budapest en
sus exigencias de garantías para el período de transición, conformándose con participar en el
proyecto preparatorio conocido como Partnership for Peace. Estas y otras diferencias con sus
vecinos condujeron al primer ministro checo a anunciar el término de la cooperación
política con los integrantes del grupo de Visegrad (Eslovaquia, Hungría y Polonia), lo que apunta
a acelerar su propio proceso de integración económica con Europa occidental.
Por ahora, el gobierno está sustentado en una sólida mayoría de 105 sobre 200
bancas parlamentarias, integrada por cuatro partidos, a la que se agregan circunstancialmente
miembros de grupos opositores que cubren una amplia gama de extremo a extremo. La única
amenaza visible que enfrenta la coalición es la proveniente de KDU-CSL (Unión Cristiana
y Democrática-Partido Popular), agrupación que exige la devolución de los bienes expropiados a
la Iglesia Católica, a lo cual se opone el mayoritario Partido Democrático, integrante de la
coalición oficialista. Sin embargo ha sido la propia Iglesia la que, preocupada por su deteriorada
imagen, ha intentado poner fin a la disputa, afirmando no estar interesada en que se le restituyan
todos los bienes. En todo caso, las encuestas revelan que más del 70 por ciento de la población se
opone a tal devolución.
El relativo éxito que la República Checa está obteniendo en su proceso de
modernización no desmiente en forma alguna las aseveraciones de Schöpflin acerca de la falta de
madurez política de las sociedades post comunistas. Más bien viene a confirmar otro de los
asertos de dicho autor relativo al rol del liderazgo, cuya preponderancia es precisamente una
característica de las sociedades con sistemas políticos precarios o en transición. De ahí el
vaticinio de Shöpflin: "En los próximos años el liderazgo será un factor clave para
determinar si los distintos países del este de Europa serán capaces de lograr una transición
rápida".
La adolescencia política de Polonia.Nunca Polonia conoció una verdadera democracia. Por eso, al reivindicar su
pasado, puede alimentar su autoestima con gloriosas gestas o con acontecimientos que sirven como
valiosos hitos y referentes de su legitimidad como nación y como factores de identidad, pero lo
más cercano a la institucionalidad democrática se encuentra en el advenimiento del mariscal
Josef Pilsudski, finalizada la Primera Guerra Mundial, el que fue seguido de una abierta dictadura,
aún cuando ella fue respaldada por una mayoría ciudadana. Por ello no puede extrañar que el
líder indiscutido de la primera fase postcomunista, Lech Walesa, emplee una retórica que, en
opinión del propio Adam Michnik, uno de los fundadores de Solidaridad, se acerca más a la
tradición autoritaria personalista de Pilsudski que a las formas democráticas que caracterizaron
a este último movimiento.
El camino para transformar el mercado se visualiza largo y difícil. Las cifras que
sucesivamente han entregado los numerosos gobiernos a partir de 1990 son recibidas con
desconfianza, ya que parecen influidas por los objetivos políticos del momento. "El sector
privado sigue creciendo, aunque con poca coordinación y sin poder político. La clase obrera
tiene mucho más poder y organización política".102 Ante los intentos de partidarios y adversarios
por delimitar las atribuciones del presidente Walesa ante sus constantes pugnas con el gobierno
socialista, éste parece preferir la indefinición, confiado en que a la larga prevalecerá su carisma y
liderazgo: "No estoy en favor de tos conceptos clásicos presidenciales, ni el francés, ni el italiano,
ni el americano. Lo haré a mi manera. Quiero sorprender a todo el mundo".
La Iglesia Católica desempeñó, como hemos visto, un papel protagónico
durante las últimas décadas de gobierno marxista; pero la democratización del país la obligó a
redefinir su rol en la sociedad. Si hubiese pretendido mantener el poder político que adquirió
durante los años ochenta, se hubiese arriesgado a inminentes divisiones en su seno, tanto más
cuanto que la fragmentación de Solidaridad la habría obligado a definirse ante cada una de las
escisiones que ese movimiento ha experimentado. Por otra parte, partidos y líderes políticos se
relacionan con los sectores eclesiásticos de manera diferente a la utilizada en cualquier etapa
anterior del presente siglo. La jerarquía ha debido extremar sus esfuerzos para evitar el
efecto de la inercia en materia de intervención política, aún cuando esto le ha significado una
evidente pérdida de presencia social; pero a ningún observador imparcial le pueden caber dudas
que esta prescindencia será, en definitiva, la mejor garantía de su propia sobrevivencia.
En cuanto a los peligros de un rebrote nacionalista, parece poco probable que los
antes mencionados resquemores hacia Alemania cobren fuerza mientras ésta última esté regida
democráticamente y priorice su complejo proceso de reunificación cultural, económica y social.
Pero desde el Báltico surge un atractivo llamado para restaurar la Polonia de los Jagellon: en
Lituania existe una activa minoría polaca, la que constituye un 7,7 por ciento de la población;
sólo en Vilna habitan 160.000 miembros de esta importante comunidad, quienes han tenido
conflictos con las autoridades ante la abolición de sus consejos étnicos locales y porque
consideran que la ampliación del radio urbano de la capital está orientada a disminuir su
influencia. Hasta ahora los gobiernos lituano y polaco han sabido desactivar las tensiones mediante
102 C. Pomerlau. Op. citada reuniones de sus ministros de Relaciones Exteriores, entre las cuales se destaca la de octubre de
1991, que culminó con una declaración conjunta que reconoce los derechos de las minorías a
salvaguardar sus valores culturales y religiosos, así como a ser educadas en sus
lenguajes de origen.103
La serenidad de una nación golpeada.Las últimas generaciones de húngaros se han formado en la adversidad. El fin de
la Primera Guerra Mundial representó para ellos la amputación de la mayor parte de su
territorio, convirtiéndose en uno de los países más pequeños del este europeo, con las únicas
excepciones de Bulgaria y Albania. Los únicos centros urbanos que se le permitió
conservar fueron Buda y Pest, que en su conjunto forman la ciudad capital. Su casi obligada
alianza con la Alemania nazi, junto a su posición geográfica, la dejaron a merced del imperio
soviético al finalizar la guerra. Sufrió estoicamente el estalinismo y la alienación de sus valores y
tradiciones, incluyendo una sangrienta invasión ante su breve aproximación a la libertad. Pero
paradojalmente, Janos Kadar, el restaurador del comunismo amenazado en 1956, se convirtió en
un innovador respecto de las políticas económicas que la URSS había impuesto hasta entonces en
las naciones del este, lo que permitió la creación de un incipiente mercado y, por sobre todo, de una
clase media con mentalidad proclive al cambio y abierta a la iniciativa individual. Asimismo,
dio lugar a una clase comunista más libertaria que las existentes en los restantes satélites, la
que no sólo no tuvo inconvenientes en precipitar la caída de Kadar sino que -una parte
significativa de ella- colaboró activamente desde la primera fase de la democratización.
El régimen parlamentario establecido a partir de 1989 tuvo como eje al Foro
Democrático, organización política formada apresuradamente durante el ocaso del régimen marxista
por intelectuales y sectores medios sin un ideario definido. En las primeras elecciones los
comunistas "duros" no obtuvieron representación, en tanto que el mayoritario sector disidente,
agrupado en el nuevo Partido Socialista, sólo alcanzaba el 12 por ciento de los votos. Sin embargo,
como fundadamente lo anticipara Pomerlau en 1991, los socialistas contaban con una notable
trayectoria y con una conducta reciente que garantizaba la autenticidad de su conversión, por lo
cual su peso político les otorgaba una proyección muy superior a ese 12 por ciento, lo que quedó
demostrado en las elecciones siguientes.104
No obstante, en la Hungría de hoy no se cuestiona el régimen parlamentario,
el que parece tan consolidado como el congreso unicameral. La Iglesia Católica está lejos de
contar con el poder que ostentó durante el Imperio, en que estuvo invariablemente
identificada con la aristocracia primero y con partidos reaccionarios y fascistas después. Por otra
parte, "una vez superado el episodio del cardenal Minkszenty, la Iglesia apoyó el estado
comunista, hasta en los conflictos con sectores católicos progresistas y pacifistas, como el
103 S. R. Bowers. Op. citada 104 C. Pomerlau. Op. citada grupo Bilanyista. A pesar de su extraordinaria libertad, la jerarquía húngara no se ha
dirigido (como lo hacen los obispos y pastores de Polonia y Checoslovaquia) a los grandes
problemas sociales y a su nuevo rol en la sociedad".105
En el disminuido territorio húngaro de nuestros tiempos no se vislumbran los
conflictos nacionalistas de antaño, pero en Rumania, República Checa, Yugoslavia
(particularmente en Serbia), Eslovaquia, e incluso en Ucrania, existen importantes minorías de
cultura húngara que constituyen un recordatorio de la grandeza de comienzos de siglo y
suman más de tres millones de personas que no han olvidado sus orígenes. En este
sentido, los frecuentes conflictos entre el gobierno rumano y las comunidades húngaras de
Transilvania, así como una extensión del actual conflicto yugoslavo, podrían incentivar la
injerencia del gobierno de Budapest. De hecho, éste reiteradamente ha pedido a las Naciones
Unidas investigar las violaciones a los derechos humanos por parte de autoridades
rumanas, las que no pueden olvidar que el movimiento que derrocó a Ceaucescu fue iniciado
por Laszlo Tokes, un pastor de la colectividad húngara en Transilvania. La Unión Democrática
Húngara de Rumania celebró su primer congreso en abril de 1990, en la ciudad de Oradea (a 17
kilómetros de la frontera magyar), y desde entonces ha intentado dificultosamente mantener su
presencia política evitando provocar el aislamiento de la comunidad que representa.106
Teniendo buen cuidado de no condicionar sus relaciones con otros estados al
tratamiento de las minorías, el gobierno húngaro formó un Secretariado para Húngaros
Expatriados, el que ha intentado promover la idea de "derechos colectivos" para sus connacionales
más allá de sus fronteras a fin de prever eventuales conflictos, proposición que ha sido bien acogida
por Rusia y Ucrania, pero tajantemente rechazada por Rumania y Eslovaquia, estados que no
ocultan su temor ante eventuales reivindicaciones territoriales húngaras.107
105 C. Pomerlau. Op. citada 106 S. R. Bowers. Op. citada 107 J. B. Wright. Security and Co-operation in Europe. The view from the East. Conflict Studies N° 263. Published by
the Research Institute for the Study of Conflict and Terrorism. London, UK. 1993 CAPÍTULO XVII
LA COMPLEJA INSERCIÓN EN OCCIDENTE
"Uno de los costos más altos del estalinismo en el este de Europa fue que, por su
causa, esas poblaciones quedaron excluidas de la coyuntura que hizo posible encontrar nuevas
soluciones en el oeste. En 1989 muchos europeos del este salieron de su época devastadora, de
obsesiones grotescas, llenos de expectativas entusiastas y con un cúmulo de ideas del pasado que
habían sido suprimidas por 40 años", afirma Stokes. Agrega, no obstante, que "esto no significa
que les vaya a ser imposible crear estructuras para contener sus propias pasiones, pues -a
diferencia de 1918- la existencia de la CE ejercerá una presión constante sobre ellos para que se
apeguen a la democracia y el mercado".108
Las dificultades de la adaptación económica.Jean Francois Revel considera que la recomposición democrática es la clave para
la recomposición económica. "El comunismo no era un sistema económico; era un sistema
político que necesitó destruir la economía existente. Por tanto, la solución general está sobre
cualquier otro aspecto de carácter político. Todo aquello que permanezca conectado a la
organización comunista debe ser eliminado como un obstáculo absoluto para la reconstrucción
económica". Habiendo así definido su prioridad conceptual, agrega: "El problema de construir
una economía de mercado en una sociedad nacida del comunismo es un problema económico sin
ninguna analogía en el pasado. Es único y debemos considerarlo como tal. Para los países que
salieron del comunismo la cuestión es aprender de nuevo cómo usar la inversión y el crédito, más
allá de la satisfacción de sus necesidades superficiales".109
Pero las complejidades llegan todavía más lejos. Los vaivenes
electorales de los últimos dos años demuestran que existe un obvio riesgo político vinculado
a las transformaciones económicas. La aplicación de una economía de mercado en sociedades
habituadas a la protección y tutela del estado se confronta con la carencia de actores
idóneos y con la falta de capitales nacionales, con lo que la economía corre el riesgo de
extranjerizarse y desarrollarse inorgánicamente en un marco insuficientemente regulado, con
pocos instrumentos legales de protección social y en un medio concientizado durante cuarenta
108 G. Stokes. Op. citada 109 J. F. Revel. Op. citada años en la desconfianza hacia el capitalismo. Por eso nos inclinamos a compartir las aprensiones
de André Gunder Frank: "El alejamiento del socialismo de las economías de Europa
Oriental, su creciente mercadorización y su mayor integración a la competencia del mercado
mundial se produce a continuación de su reciente fracaso y en un momento en que se agrava su
propia debilidad económica. Esto plantea grandes peligros económicos y políticos. La crisis se
profundiza y la correspondiente mercadorización arrojará como resultado mayor escasez, más
desempleo, inflación desatada y el descalabro del estado benefactor. La reestructuración
significa una dislocación económica transitoria de diferentes grados y formas". Por otra parte, "la
corrupción y los privilegios basados en el gobierno de los partidos comunistas pueden ser
eliminados, pero la privatización y la mercadorización engendran otra polarización económica y
social, la del ingreso y la condición entre las clases, grupos étnicos y regiones. De este modo, el
sueño de unirse a Europa Occidental tal vez se haga realidad sólo para unos pocos".110
La seguridad y los foros regionales,Los países de Europa oriental no cuentan con experiencia que les ayude a esbozar
sus propios acuerdos de seguridad, motivo por el cual, cuando dejó de existir el Pacto de
Varsovia, en abril de 1991, aquellas entraron en una especie de limbo en materias de
seguridad, desde el cual han tenido que emerger sin mayores garantías de parte de las
potencias occidentales. Todo ello en momentos en que efectuaban importantes cortes a sus
presupuestos militares conforme a lo estipulado en el Tratado de Fuerzas Convencionales en
Europa (CFE) y en que enfrentaban procesos de depuración en sus Fuerzas Armadas, cuya
oficialidad era mayoritariamente de militancia comunista.111
Naturalmente la primera medida de seguridad que debieron adoptar tos
respectivos gobiernos fue la de asumir un estricto control de sus instituciones armadas,
acostumbradas a la incondicionalidad al antiguo régimen. Polonia optó por "civilizar" el Ministerio
de Defensa, introduciendo además una drástica separación entre materias administrativas y
militares, dejando estas últimas bajo dependencia directa o indirecta de las decisiones adoptadas en el
área administrativa, en la cual quedaron los aspectos logísticos. Abolido el sistema de
"comisarios", se privó al Ejército de toda injerencia en el resguardo de las fronteras, para lo cual se
formó una nueva fuerza denominada Gendarmería Nacional. Un Departamento de Educación
lleva a cabo la labor de contrarrestar la formación leninista de los cuerpos armados.112
Si bien varias de las medidas adoptadas por Polonia han sido en cierta forma
aplicadas en otras naciones del este, cada una de ellas ha incorporado elementos propios de su
realidad. Así, en Checoslovaquia la purga comenzó con una invitación a los militares más
comprometidos a renunciar voluntariamente, anunciando que si entre quienes permanecieran en las
110 A. Gunder Frank. Op. citada 111 J. B. Wright. Op. citada 112 J. B. Wright. Op. citada filas se detectaban oficiales que hubiesen aprobado la invasión de 1968, ellos serían tratados
como traidores.113
La recientemente segregada Eslovaquia enfrenta otro tipo de problemas.
Su contingente fue considerado por el Pacto de Varsovia como "escalón de apoyo", su
entrenamiento fue deficiente y su equipamiento e infraestructura insuficientes para un ejército
nacional. Su oficialidad careció de preparación estratégica como para diseñar planes de defensa
o de combate.
Hungría comenzó a proclamar políticas de neutralidad desde 1988, como
reacción a la incertidumbre que experimentaba el este europeo ante la ambigua política
exterior de Gorbachev. Consecuente con su proposición de formar un corredor neutral desde los
Balcanes hasta Europa central, desmilitarizó su frontera con Austria y anunció una
política de "transparencia" en relación a sus movimientos de tropas. En Occidente voces tan
autorizadas como Henry Kissinger respaldaron la idea de la neutralidad, involucrando en ella a
Hungría, Polonia y Checoslovaquia. Pero desde todos los sectores políticos de estas últimas
naciones surgió el rechazo: ellas no volverían a convertirse en la "zona amortiguador" de
Europa.
El camino más lógico para negociar su incorporación a la OTAN hubiese sido un
entendimiento previo entre estos tres países, pero, si realmente se intentó seriamente, al parecer la
tarea se desechó, sea por su complejidad o -lo que es más probable- por el interés de cada uno de
ellos (particularmente Checoslovaquia y luego la República Checa) de diferenciarse de sus
vecinos en sus contactos con Occidente. Sin embargo se produjeron entre ellos algunos
acercamientos, en los que se priorizó la cooperación en aspectos regionales específicos, respaldada
por acuerdos y declaraciones de buena vecindad. Gradualmente comenzaron a incorporar cuerpos
legales utilizados por la Comunidad Europea e iniciaron una sostenida concientización interna
acerca de las bondades del sistema político y de vida occidental, destacando sus ancestrales lazos
con las naciones del oeste europeo. Por cierto nunca faltaron los escépticos que hacían
notar lo improbable que sería su aceptación en la OTAN o en la CE, considerando que Occidente
se resistiría a aislar a Rusia.114 Pronto ésta demostraría que tampoco se encontraba dispuesta
a aceptarlo.
Hubo asimismo otros motivos que constituían una traba para un acercamiento
franco entre estos estados, y ellos provenían de resentimientos generados mientras formaban parte
del Pacto de Varsovia. Recordemos que, en importante medida, el nivel de relaciones entre los
satélites era el fijado por Moscú, lo que no sólo sucedía en el plano militar sino también en el
seno del Consejo para Asistencia Económica Recíproca (COMECON), cuya autoridad estaba
igualmente centralizada. Sin embargo, algunas de las decisiones de ambos organismos solían
producir roces entre los gobiernos y, lo que es más importante, resentimientos duraderos entre los
113 J. B. Wright. Op. citada 114 J. B. Wright.
Op. citada pueblos. Ese fue el caso de la ocupación por tropas polacas de la región norte de
Bohemia luego de la invasión de 1968. Las diferencias sobre el tratamiento de las minorías
húngaras en Eslovaquia fueron otro factor de conflicto, al que se añadieron las discrepancias acerca
del financiamiento de una controvertida represa en el Danubio.115
No obstante, a partir de abril de 1990 las tres repúblicas comenzaron a reunirse
con relativa regularidad, conformando lo que se ha denominado el Grupo (o el Triángulo) de
Visgrad, que es actualmente la instancia multinacional más importante de Europa de
este, aunque ha habido otros intentos, generalmente promovidos por gobiernos occidentales,
como es la "Iniciativa Italiana", con Italia, Eslovenia, Hungría y Polonia; y los encuentros entre
Austria, Hungría, Eslovenia, Croacia y Eslovaquia. También ha habido encuentros entre
Eslovaquia, Rumania y Serbia, en los que probablemente el énfasis se pone en el tratamiento de
las minorías húngaras que habitan esos tres países. Aunque Visgrad no está preferentemente
orientado a cuestiones de seguridad, durante la crisis que se vivió en agosto de 1991 con el fallido
golpe de Moscú sus miembros se reunieron de manera casi natural para formar un frente común
ante una eventual amenaza o presión a alguno de ellos, como también para prever un éxodo
masivo desde territorio soviético. Desde entonces el tema de la protección de sus fronteras ha
estado presente en sus agendas.
La permanencia del Grupo de Visgrad ha costado a sus integrantes no pocas
críticas de sus vecinos, entre los cuales Rumania y Bulgaria se han mostrado más molestos,
aduciendo que se trata de un intento de orientación conjunta hacia Occidente a costa de
distanciarse de los países balcánicos, los que quedarían aislados frente a las alianzas estratégicas
que en el futuro adquieran presencia en la región. En el plano militar tales temores parecen
infundados, teniendo en consideración que la antes referida Asociación para la Paz, que se
vislumbra como la antesala de la OTAN, ya ha acogido a todos los países este europeos; pero
Visgrad ha dado a sus miembros alguna ventaja en sus relaciones con la Comunidad Europea desde
que, en octubre de 1992, se iniciaron encuentros ministeriales regulares entre los países de la CE
y de Visgrad, aunque hasta la fecha ellas no han conducido a ofertas formales de
incorporación. En todo caso, su acuerdo para crear un área de libre comercio, suscrito en
diciembre de 1992, fue calificado por la Comunidad como un valioso paso hacia el libre
comercio pan-europeo.116
Sin embargo, Visgrad es reconocida más bien como una "iniciativa ad hoc" que una
institución, por cuanto no posee sede, ni secretariado, ni bases de funcionamiento. Incluso sus
integrantes generalmente parecen preferir los contactos bilaterales que los multilaterales. Lo que sí
han dejado claro es que su pertenencia a este grupo involucra aspectos de identidad e intereses
comunes. Eso lo pudo comprobar Ucrania, cuando a comienzos de 1992 le fue rechazada su
solicitud de incorporación, por cuanto su proclamada neutralidad resultaba incompatible con la
aspiración de los países miembros de ingresar a la CE y a la OTAN.
115 J. B. Wright.
Op. citada 116 J. B. Wright. Op. citada Otra instancia de cooperación regional es la que ha reunido a Italia y Austria con
Hungría, las repúblicas checa y eslovaca, y Polonia, a los que se unen como observadores Eslovenia
y Croacia. Este grupo, relativamente informal, es conocido como Iniciativa Centro Europea.
Considerado por algunos como un bloque que pretende contrarrestar la influencia alemana en la
región, mantiene no menos de doce equipos de trabajo en sesión permanente, evaluando
constantemente nuevas áreas de cooperación. Recientemente se ha incorporado Suecia como
observador, en tanto que Rumania y Bulgaria están en vías de hacerlo.
Por cierto estas instancias multinacionales no impiden que cada nación explote
sus propias ventajas en otras latitudes, como lo hace Polonia con los estados bálticos en materias
de comercio y medio ambiente, además de buscar la formalización de acuerdos bilaterales
con Rusia y Alemania. Y no sólo Polonia ha estrechado sus relaciones con Alemania: la primera
visita de Vaclav Havel como presidente fue precisamente a Bonn. En este sentido Hungría ha
llegado más lejos al suscribir un acuerdo para consultas regulares sobre diversas materias, además
de promover la creación de una "euro región" con los estados germanos de Bavaria y BadenWurttemberg, los que ya han abierto oficinas de información en Budapest. La comunidad
alemana de Hungría, con más de 200.000 miembros, cuenta con un estatus especial de protección y
un número de oficiales del Ejército húngaro reciben entrenamiento en Alemania (además de
otros en el Reino Unido). Las inversiones alemanas en estos países van en constante aumento,
por ahora con una clara preferencia por la República Checa, pero se considera que su campo de
expansión es casi ilimitado.117
La difícil reinserción.Ferenc Gazdag, director del Instituto de Estudios Estratégicos y de Defensa de
Budapest, afirmaba en un artículo publicado en diciembre de 1992 en la revista de la OTAN que
los procesos de inserción muchas veces pasan por alto una dificultad que está presente en
todos los países del este, como es la contradicción entre algunos de los planes esbozados y
la sensibilidad de tos pueblos involucrados. En efecto, las dos principales precondiciones de la
Comunidad Europea son la progresiva introducción de instituciones democráticas y la
estabilidad. Sin embargo, en el este resulta evidente que precisamente la democratización
ha erosionado la estabilidad de que disfrutaban cuando carecían de libertad, por lo que la
democracia ya no aparece como la panacea que idealizaron por tanto tiempo.
Por otra parte, aún no parece claro si la CE optará por la ampliación o la
profundización. Para J. B. Wright la pregunta crucial es: ¿Tiene la Comunidad Europea la
capacidad para absorber un número casi ilimitado de nuevos miembros? Si es así sus integrantes
podrían alcanzar una cifra cercana a treinta. ¿En qué forma afectaría esta pluralidad al movimiento
117 J. B. Wright.
Op. citada hacia la integración europea? Si se resuelve discriminar entre los diversos postulantes, ¿cómo se
enfrentará el precio político y el impacto económico que representará el virtual aislamiento de los
excluidos?
Pero todavía hay más definiciones pendientes. ¿Podrá separarse la integración
económica de la estratégica? El propio secretario general de la OTAN ha instado a "vigorosos
esfuerzos para vincular la seguridad de Europa central y oriental a la de Europa occidental", pero,
ante las aprensiones rusas, algunos cancilleres han pedido que por ahora se priorice la
inserción económica. Sin embargo el primer ministro polaco plantea: "Una vez que
ingresemos a le CE no es concebible que quedemos al margen de las estructuras de seguridad
europeas".
Los países del este enfrentan otra disyuntiva, no menos compleja. El analista
Ralf Dahrendorf destaca que no existen teorías que permitan conducir, ni siquiera
comprender, la transición desde el socialismo a la sociedad abierta. Los países en
estudio han dado importantes pasos en el campo de la privatización (aún cuando Eslovaquia
marcha muy atrás) pero, con motivo del cambio de sistema, en mayor o menor medida todos han
debido enfrentar la profundización de la crisis económica que ya experimentaban. No es
políticamente fácil exigir paciencia o capacidad de adaptación cuando se pierde la perspectiva de
alcanzar objetivos económicos de corto plazo. Ello explica los vuelcos producidos en éstas y otras
naciones de Europa Oriental. Pero, a su vez, estos cambios son señales dirigidas a los
reformadores radicales y a los gobiernos de Occidente, en cuanto dejan establecido que la
conservación de la democracia recuperada (o instaurada) pasa por resguardar los equilibrios
sociales fundamentales. Puede que así la completa integración se haga más lenta, pero sin duda
será más segura. Al menos ahora parece contarse con un buen modelo de progreso prudente con
relativo control de los desajustes, como sucede en la República Checa. Es probable que la
diferenciación que ésta ha logrado establecer obligue a la CE a efectuar discriminaciones objetivas
basadas en el desempeño. A su vez, los logros de quienes lideren el proceso de integración se
constituirán en los mejores estímulos para los que vayan a la zaga.
CONCLUSIÓN
La cultura griega y la institucionalidad romana son reconocidas como la
base de lo que hoy se conoce como civilización occidental. Ambas fueron proyectadas
a su esfera de influencia por la Roma de los césares primero y más tarde por Bizancio
y, particularmente, por el Sacro Imperio Romano Germánico, sucesor del Imperio de
Occidente. Como ya hemos dicho, la vocación de éste era la de extender sus valores, su
religión y su forma de vida a los restantes pueblos, entendiendo que con ello daba
cumplimiento a la voluntad de Dios y continuidad a la historia del hombre. Al
conquistar los habitantes de Europa Central utilizando simultáneamente la cruz y la
espada -en la visión de entonces y en la proyección del subconsciente colectivo de sus
pueblos- se selló su pertenencia al Imperio y al cristianismo o, en otras palabras, a la
civilización occidental, circunstancia que ningún acontecimiento posterior podría
modificar de manera permanente, por cuanto sería desde entonces y para siempre un
elemento de identidad (y más tarde del ser nacional) de esas comunidades. Se
trastocarían sus fronteras, se les impondrían sistemas totalizantes, se supeditarían sus
intereses nacionales a proyectos de dominación mundial, pero una y otra vez
prevalecerían aquellos valores que invasores y dictadores parecen incapaces de
reconocer. Las bases culturales en que las naciones se originan, se desarrollan y se
consolidan son virtualmente indestructibles. Tarde o temprano los pueblos recuperan su
memoria histórica, con lo positivo y lo negativo que ella involucra, para recuperar lo
que reconoce como propio. Entonces, como soñaba Havel hace dos décadas, el
organismo cobra conciencia de sí mismo, en tanto la chispa de conocimiento que se ha
colado en aquél ilumina el camino para toda la sociedad.
Sosteníamos en la Introducción que la actual transición tiene una
relevancia y una trascendencia de que carecieron las anteriores, fundamentalmente por
estar dirigida por gobiernos democráticos y soberanos, sin más parámetros que su
propio interés nacional y la necesidad de posicionarse en un mundo profundamente
interrelacionado, pero constituido por actores más independientes que los que
conociera cualquier época anterior. A estas alturas pensamos que estos elementos
resultan evidentes y no pareciera haber dos opiniones a su respecto.
Pero también sosteníamos que las transformaciones en curso serán más
determinantes para estas naciones que cualquier variable externa, por lo que -sin
desconocer la importancia de factores exógenos- su futuro aparece más bien
condicionado al éxito o fracaso de sus propios procesos institucionales y económicos
en actual desarrollo. Y aquí nos exponemos a entrar en el delicado terreno de las
predicciones.
Pensamos que cuando un ensayista se involucra en un tema determinado
gradualmente pierde en objetividad lo que gana en profundidad. Ciertamente tiene una
opinión formada antes de abordarlo y ésta ubica de antemano su trabajo en una
perspectiva, pero ella no afecta -o no debiera afectar- su capacidad para considerar y
evaluar los hechos que dan forma al objeto de su análisis. No obstante, resulta más
difícil mantener una académica objetividad cuando se llega al final de un trabajo
efectuado en retrospectiva histórica y que comprende acontecimientos políticos en
actual desarrollo, porque la investigación puede llevar a algún grado de identificación
con el objeto de estudio, especialmente si este está conformado por pueblos duramente
golpeados que se asoman a la esperanza. Por otra parte, resulta difícil concluir un
trabajo de esta naturaleza sin un pronóstico, especialmente si sostenemos la tesis de que
este proceso de transición es más profundo y está destinado a tener efectos más
permanentes que los derivados de anteriores períodos coyunturales.
Hecha esta salvedad, opto por el bando de los optimistas. Estoy
convencido que los pueblos y los gobiernos de Hungría, Polonia, la República Checa y
Eslovaquia no desean ni aceptarían una vuelta al pasado, lo que por lo demás ya no es
viable; que valoran fuertemente su recuperada libertad; que se sienten parte integrante
de la civilización occidental y se identifican con sus tradiciones culturales y, por sobre
todo, que tienen una incuestionable voluntad política de consolidarse como actores
independientes de un sistema mundial interactivo. A pesar de las vicisitudes que
deberán experimentar, de la sensación de inestabilidad que genera la ausencia del
estado protector y de la enorme responsabilidad que involucra la libertad, no tenemos
dudas que perseverarán en el camino escogido.
Por otra parte, observamos que los "fantasmas" de nuestros días no
parecen afectar a estas naciones. El choque cultural descrito por Huntington está para
ellos hoy más lejano que ayer, cuando sus valores estaban supeditados al dictado
foráneo. Si tenemos en cuenta los factores con que John Lewis Gaddis diferencia a las
fuerzas de integración y las de fragmentación en el sistema internacional
contemporáneo, parece evidente que la generalidad de la clase política de los países
estudiados se encuentra plenamente ubicada en el primer sector: se han establecido
sólidos vínculos comunicacionales con el resto del continente; se mantienen activas
negociaciones para ingresar a la Comunidad Europea en el más breve plazo, a lo cual
ningún sector interno significativo se ha opuesto; todas las tendencias políticas
representadas en los respectivos parlamentos coinciden en la conveniencia de sumarse
a organizaciones internacionales de seguridad, como lo demuestra su incuestionada
afiliación a la Asociación para la Paz; las cuatro naciones se muestran permeables a las
ideas libertarias en términos que han transformado en pocos años el espíritu de sus
pueblos; y por último, se trata de países pacíficos, que han asumido que sus pasadas
pérdidas territoriales son irreversibles, por cuanto (a excepción de grupos nacionalistas
focalizados) no desean arriesgarse a revivir las tragedias que abundantemente exhibe su
historia. Ya no hay un enemigo que amenace su supervivencia ni un peligro que ponga
en riesgo sus libertades o sus valores nacionales, sino por el contrario, una Europa
igualmente pacífica y sin hegemonías en su seno se dispone a acogerlos en sus cuerpos
multinacionales. Ya no existen las grandes causas que impulsaban a los países europeos
a entregar la sangre de sus hijos para cambiar el statu-quo. Hoy sus gobiernos buscan la
integración y la colaboración internacional como medios para dar felicidad a sus
pueblos, y estos eligen y evalúan a sus líderes en directa relación a la eficacia
demostrada en mejorar su calidad de vida. Este fin de siglo encuentra a estas milenarias
naciones, en mayor medida que nunca antes, como dueñas de su propio destino, el que
está ahora supeditado primordialmente a su propio esfuerzo.
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