UNA LARGA TRANSICIÓN HACIA LA LIBERTAD Ensayo sobre la historia política de Hungría, Polonia y Checoslovaquia Sergio Arellano Iturriaga Tesis para optar al grado de Magister en Ciencia Política con mención en Relaciones Internacionales Instituto de Ciencia Política Universidad Católica de Chile Enero 1996 INTRODUCCIÓN La milenaria historia de Polonia, Hungría y Checoslovaquia (considerada a partir del nacimiento de Bohemia) parece consistir en una interminable marcha en pos de algo un tanto difuso e inasible, mezcla de libertad, soberanía, seguridad y poder nacional, unido a un casi compulsivo anhelo de definir y consolidar su propio ser. En ocasiones estos pueblos parecieron haber alcanzado tales metas -como sucedió con la Bohemia de Carlos IV, la Hungría de Matías Corvino y particularmente la Polonia de los Jagellon-, pero otras tantas veces acontecimientos generalmente ajenos a su propio control desbarataron una situación expectante involucrándolos en guerras, sumiéndolos en odiosidades religiosas, políticas o étnicas y sometiéndolos a déspotas de los más diversos signos. Una y otra vez estas naciones sucumbieron en la fragmentación o la subyugación, en medio de un contexto geopolítico casi siempre desfavorable; pero en cada oportunidad se hizo presente una férrea voluntad de resurgir, movida por un nacionalismo que en su caso resultó un factor de consolidación más que de autodestrucción sectaria. Los ciclos de auge y caída de cada uno de estos países han sido diversos y en ocasiones ellos se han visto situados en bandos opuestos (aunque rara vez confrontados), pero todos tienen en común la larga búsqueda de su propia quimera. Sin embargo, los motivos que a nuestro entender justifican -y en cierta forma hacen necesario- reunir a estas tres (hoy cuatro) naciones en este trabajo son: su nacimiento casi simultáneo como proyectos nacionales en las últimas dos décadas del siglo X, después de haber sido el límite natural de la civilización occidental, tierra de bárbaros y paganos; su común condición de "bisagra" entre oriente y occidente, elemento que ha sido la condicionante de su evolución histórica y, en fin, los factores que configuran la hipótesis y la tesis implícitas en este ensayo y, por consiguiente, constituyen el hilo conductor del mismo. Al respecto, su hipótesis radica en nuestra apreciación en orden a que los países analizados han vivido desde su nacimiento innumerables procesos de transición, sin que, en la mayoría de los casos, hayan tenido una definición coherente de su proyecto nacional, por estar su devenir político más ligado a los intereses de las potencias circundantes que a los de sus respectivos pueblos. Nuestra tesis, planteada como conclusión de la retrospectiva histórica -a la manera de Fukuyama- es que la actual transición tiene una relevancia y una trascendencia de las que carecieron las anteriores: está dirigida soberanamente por estados democráticos, sin más parámetros que su propio interés nacional y la necesidad de conducir su propia reinserción en un mundo profundamente interrelacionado, pero constituido por actores más independientes que los que conociera cualquier época anterior. Dado que no compartimos términos tales como "el fin de la historia", no estimamos apropiado hablar tampoco de "transiciones definitivas", pero sí somos categóricos en sostener que las transformaciones en curso en cada uno de estos países, con la necesaria incorporación de sus ricos legados históricos y culturales -que las contingencias del pasado reciente han convertido en causa nacional- marcarán su futuro próximo y mediato en mayor medida que cualquier variable externa, y que, sin perjuicio de la innegable confluencia de factores exógenos fuera de su control, la actual transición depende -más que nunca antes- de sus propios medios, del éxito o fracaso de sus procesos de institucionalización, del compromiso que cada uno de sus pueblos asuma respecto de los caminos elegidos, de la eficacia de las medidas tendientes a generar y desarrollar un mercado libre, y del resultado de sus gestiones de integración a las entidades regionales europeas, aspecto este último en el cual obviamente incide en mayor medida la voluntad de otros actores. Así definido el contexto, el presente trabajo no está orientado a profundizar en los procesos institucionales internos de cada una de las naciones, sino más bien a visualizar desde su formación -sorprendentemente coetánea- los elementos comunes que han condicionado su historia política y las circunstancias propias de la evolución de cada cual, las que han forjado países y pueblos claramente diferenciados. Al cabo de siglos de un desarrollo histórico que pareció seguir siempre caminos diversos, sin conducir a la hermandad que podría derivarse de la vecindad, pero tampoco a los frecuentes enfrentamientos que en todas las latitudes han caracterizado las relaciones entre países de una misma región, en nuestros días sus destinos han parecido encontrarse: después de experimentar en sus propios territorios las penurias que ocasionara la mayor conflagración que haya conocido la humanidad, y de quedar sometidos a una tiranía extranjera que les enajenó su libertad, sus tradiciones y su forma de vida, húngaros, polacos, checos y eslovacos dan sus primeros y con frecuencia vacilantes pasos para reinsertarse en Occidente, asimilando sus instituciones democráticas, reasumiendo sus valores comunes y adaptando sus economías a sistemas de comercio casi enteramente internacionalizados. Los sucesos de las últimas décadas, particularmente los de Europa Oriental, nos han demostrado lo aventurado de hacer vaticinios. Mil años de expectativas y frustraciones también nos motivan a ser prudentes en materia de pronósticos relativos a los países objeto de nuestro estudio. Pero al menos parece fuera de dudas que ellos están iniciando una nueva etapa; que los tres (o más propiamente los cuatro) se encuentran en la fase de la reconstrucción y la esperanza, en condiciones de simultaneidad que no se habían presentado en su azarosa y larga historia; y que su destino pareciera depender, en mayor medida que nunca antes, de su propio esfuerzo, así como de su capacidad de consolidar sus incipientes instituciones democráticas, de mantener y profundizar la unidad nacional, y de concebir y aplicar políticas coherentes y compatibles con su proceso de reinserción al mundo occidental, al que indiscutiblemente pertenecen. En consecuencia, si bien nuestro trabajo se encuentra necesariamente entroncado en la historia de estos pueblos de Europa Central, nos hemos propuesto hacer un muy somero recuento de sus primeros nueve siglos de vida nacional, sin detenernos en los hechos sino en los elementos constitutivos de su consolidación y desarrollo como naciones, y sin los cuales todo estudio de su historia política reciente resultaría incompleto desde el momento en que ellos han sido determinantes en la formación de su cultura y ésta, a su vez, lo es respecto de la orientación que estos pueblos han tomado en su posicionamiento en el sistema internacional. A partir del término de la Primera Guerra Mundial optamos por reforzar el énfasis en acontecimientos y conflictos que tendrían particular gravitación en los dramáticos sucesos de los últimos cincuenta años, para luego entrar de lleno en los procesos de ocupación y satelización, intentando no apartarnos de lo que hemos considerado el hilo conductor de este ensayo, que está conformado por los factores socio políticos propios que constituyen la fisonomía de cada una de estas repúblicas. Hemos considerado que todo lo anterior conduce a una mejor comprensión de lo que, en definitiva, es el objeto de análisis: la transformación política iniciada en los astilleros de Gdansk y luego impulsada y legitimada con la Perestroika, la transición post comunista y el comienzo de la ardua e impredecible tarea de consolidar estados libres y dueños de su propio destino. Enero 1996. CAPÍTULO I LOS BASTIONES DEL CRISTIANISMO Sus primeros estados nacionales se formaron a partir de obispados y arzobispados creados en las zonas fronterizas del reino de Germania. Más allá de los ríos Elba y Saale, de los montes de Bohemia y los macizos orientales de los Alpes austríacos, estaban las aldeas y tribus eslavas y húngaras, cuya conversión interesaba a los señores de Occidente, más por seguridad que por devoción. Así, entre los siglos VIII y IX surgieron los primeros obispados, concebidos como bastiones avanzados del cristianismo, los que proyectaron no sólo su mensaje, sino también aspectos novedosos de una civilización más avanzada, a los que se unía un tácito respaldo militar. La conversión de jefes checos, polacos y húngaros involucraba la de sus pueblos, así como la creación de lazos comunes entre conglomerados con etnias afines. Ya desde el siglo IX la dinastía alemana se había constituido en heredera de la corona de los césares, encabezando desde entonces el denominado Sacro Imperio Romano Germánico. Destinado naturalmente a regir un mundo todavía sin naciones y temeroso de las derrotas infringidas por los temibles magiares a sus antecesores, el emperador Otón I, el Grande, centró sus esfuerzos en la preparación militar que en el año 955 le permitió derrotar de manera definitiva a los belicosos bárbaros en la batalla de Lechfeld. Treinta años después su nieto, el adolescente Otón III, a quien sus contemporáneos llamaron "el milagro del mundo", envió tropas de ocupación más allá de sus fronteras orientales, a lo que más tarde serían estados de Polonia y Hungría.1 En los mismos años se constituía el ducado de Bohemia y era bautizado el duque Wenceslao, quien después fuera asesinado por su hermano Boleslao y más tarde canonizado, siendo proclamado patrono de Bohemia. Paradojalmente el mismo Boleslao -convertido luego de algunos conatos bélicos- estrecharía relaciones con el rey de Germania, hasta el punto de incorporar plenamente a su ducado al occidente cristiano.2 En la misma época el príncipe eslavo Mieszko transformó a Poznan en centro de una confederación de tribus situadas entre el Oder y el Vístula, la que fue conocida como Polska (llanura). Luego de su matrimonio con la hermana de Boleslao, Mieszko recibió el 1 Hubertus Príncipe de Löwenstein. Breve Historia de Alemania. Editorial El Ateneo. Buenos Aires, 1963 2 Henry Bogdan. La Historia de los Países del Este. Javier Vergara Editor S.A. Segunda edición. Buenos Aires 1991. bautismo, favoreciendo la difusión del cristianismo en su territorio. El clero polaco quedó bajo la guía de la Iglesia germana hasta la fundación del arzobispado de Gniezno en el año 1000. Las belicosas tribus húngaras constituían el principal peligro de Germania por el este y sólo fueron pacificadas tras la cruenta derrota que les infringiera Otón en 955. A partir de entonces optaron por una vida relativamente sedentaria, recibiendo la influencia de los eslavos cristianizados. En 985 el jefe Geza se convirtió, recibiendo el nombre de Esteban, casándose luego con la hija del duque de Baviera. En los años siguientes consolidó su mando sobre la mayor parte de las tribus, configurando una monarquía feudal a semejanza de las occidentales. Canonizado, San Esteban llegaría a ser el patrono de Hungría. Sus sucesores ampliaron sus dominios, estrecharon lazos con Bizancio y, con motivo de las devastadoras invasiones tártaras -que estuvieron a punto de provocar la desaparición de los estados húngaro y polaco-, promovieron la inmigración alemana para repoblar las tierras arrasadas. De esta manera Hungría se constituyó en un puente natural entre dos culturas. En 1222, siete años después de la Carta Magna de Juan sin Tierra-, el rey Andrés II, enfrentado a las aspiraciones de la nobleza a su regreso de la Cruzada, dictó la llamada Bula de Oro, por la cual reconocía a los nobles el derecho a fiscalización y su organización en una Dieta, además de garantizar los derechos de los hombres libres y de las ciudades reales. Los estados nacionales de Hungría, Polonia y Bohemia fueron puestos nuevamente a prueba durante el siglo XIV, en el curso del cual se extinguieron las dinastías fundadoras, dando lugar a intervenciones extranjeras, particularmente las de Francia y del Sacro Imperio Romano Germánico. Sin embargo, no se llegó a cuestionar la existencia de tales estados. Con nuevas dinastías de origen francés, Hungría y Bohemia entraron en su "edad de oro", mientras Europa Occidental sufría el flagelo de la peste y el comienzo de la Guerra de los Cien Años. Reyes como Juan el Ciego y Carlos IV introdujeron en Bohemia la cultura francesa e italiana. El último de los nombrados fue elegido emperador y convirtió al ducado en el corazón del Santo Imperio. En Polonia, en tanto, el largo reinado de Casimiro III cohesionó y modernizó el país y las costumbres sociales, pero, al no dejar herederos, fue sucedido por Luis el Grande de Hungría. Las desigualdades sociales y el descrédito del Papado crearon el terreno propicio para los reformadores religiosos. El primero de importancia surgió en Praga en la persona de Juan Hus, cuya muerte en la hoguera en 1415 provocó una intensa convulsión social y posteriormente prolongados enfrentamientos entre alemanes y checos, en lo que se conoció como Guerras Husitas, las que sólo finalizaron en 1436 con el Convenio de Compacta. Al trágico saldo del sectarismo religioso se agregaría otra consecuencia más sutil, pero decisiva en el devenir nacional: el patriotismo checo. Tres décadas después, en una nueva cruzada antihusita, el rey húngaro Matías Corvino les arrebataría Moravia y Silesia, antes de derrotar al emperador Federico III, anexándose Viena y Estiria. La poderosa Hungría de Corvino, convertida en "escudo de la cristiandad", logró detener las conquistas turcas, recuperando Bosnia, Moldavia, Valaquia y Serbia, las que volvieron al dominio otomano después del fallecimiento del rey conquistador. En 1526 Turquía derrotó a las tropas húngaras en la batalla de Mohacs, imponiendo su dominación sobre la región oriental del país. El rey Luis II, hijo del conquistador y que también detentaba el trono de Bohemia, murió por heridas del combate. Las corrientes reformistas luterana y calvinista entraron con fuerza en el país durante el siglo XVI, en buena medida favorecidas por los propios turcos en su afán de debilitar a los monarcas Habsburgo. No obstante, éstos lograron consolidar su dominio en gran parte de Hungría y en Bohemia, en lo que fue "el punto de partida de un imperio multinacional, respaldado por sus posesiones germánicas, que podría intentar seriamente la expulsión de los turcos de la cuenca danubiana".3 3 Bogdan. Op. citada CAPÍTULO II AUGE Y CAÍDA DE LA POLONIA FEUDAL En 1436 la hija del rey polaco Luis de Anjou, Hedwige, contrajo matrimonio con el gran duque de Lituania, de la familia Jagellon, quien tomó el nombre cristiano de Ladislao, uniendo así ambos estados. Al entrar en el siglo XVI la dinastía Jagellon había dado estabilidad y prosperidad a Polonia, la que poseía un vasto territorio y estaba en paz con sus vecinos. Cracovia era la capital cultural del país, y sus teólogos, matemáticos y astrónomos -entre los cuales se destacó Nicolás Copémico- adquirieron relevancia mundial. En cuanto a la reforma religiosa, que tantos estragos causó en otras naciones, Polonia dio un ejemplo de tolerancia, transformándose en un estado multiconfesional, favoreciendo así el desarrollo del humanismo y las ciencias. Desde fines del siglo XVI esta nación fue regida por monarquías electivas, lo que dio enorme poder a la Dieta, transformando de hecho al país en una suerte de república aristocrática. Pero el poder de la nobleza se vio aún más reforzado en el siglo XVII por la adopción del "liberum veto", un nuevo principio de derecho público que exigía la unanimidad de la Dieta para las decisiones importantes y terminó por paralizar al Estado. En ocasiones esta situación llevó a la formación de confederaciones que intentaban solucionar las impasses mediante las armas. Ello en momentos en que sus vecinos Prusia, Suecia y Rusia se transformaban en potencias. En el siglo siguiente, mientras atravesaba por una insoluble crisis institucional, Carlos X de Suecia le arrebató Livonia, y más tarde Carlos XII logró, por poco tiempo, imponerle un nuevo rey, el que sólo pudo ser derrocado por la intervención de Pedro el Grande de Rusia. Este fue el más favorecido con la Paz de Nystadt en 1721, la que consolidó su posición en Polonia, franqueándole el paso en su anhelo de establecer contactos directos con Occidente. Por otra parte, la consolidación del estado prusiano, convertido en reino en 1701, constituyó en sí misma una amenaza desde el momento en que algunos territorios polacos en el Báltico impedían la continuidad de las fronteras prusianas. La estructura feudal de la sociedad polaca se mantuvo con pocas variaciones hasta mediados del siglo XIX. Unos cinco mil terratenientes detentaban todo el poder político y los derechos jurídicos, y en general estaban concentrados en torno a dos familias: los Potocki y los Czartoryski. Esta nobleza se jactaba de sus virtudes bélicas, pero no mostraba preocupación por la industria o el comercio, dejando éste último en manos de la importante minoría judía. La fuerza productiva era el campesinado, el que no podía trasladarse sin pasaporte y se encontraba sujeto a la tierra y a su amo al estilo de la glebae adscripti, una forma de servidumbre que se remontaba a los fines del Imperio Romano. Y era precisamente esta modalidad de encubierta esclavitud la que hacía competitivos en el resto de Europa los precios de los productos agrícolas polacos; pero en política esta situación se convertiría pronto en una desventaja, ya que los paupérrimos campesinos profesaban un profundo odio por sus señores y sólo anhelaban cambiar de estado.4 Como el esclavo Calibán (del drama shakespeareano La Tempestad), al celebrarse el Congreso de Viena la clase rural de Polonia se encontraba en una disyuntiva crucial y su ansiedad por cambiar de amo la haría caer en manos de opresores tanto o más insensibles. Los primeros repartos Las potencias comenzaron a interesarse a tal punto por los asuntos de Polonia que a la muerte de Augusto II, en 1733, Francia, Austria y Rusia se enfrentaron en suelo polaco para imponer un monarca favorable a sus intereses. Su hijo Augusto III pudo reinar como títere de Rusia, la que estableció como su sucesor al ex favorito de la emperatriz Catalina, Estanislao Poniatowski. El intento de éste por derogar el liberum veto llevó a una nueva guerra de potencias, la que culminó en 1772 con el primer reparto de Polonia. Esta continuó una existencia formal, pero sin soberanía real. Los acontecimientos de Francia en 1789 alentaron al rey Estanislao a reformar la Constitución para recuperar su poder y reunificar al país, asumiendo el inevitable conflicto con Rusia, la que esta vez contó con el apoyo de Prusia y Austria. A su término, las potencias vencedoras se anexaron otras regiones del díscolo Estado. La persistente resistencia polaca terminó en 1795 con la abdicación de Estanislao y en un tercer reparto, esta vez definitivo: Polonia dejó de existir. En 1809 el emperador Napoleón I, influido por la condesa María Waleska, creó el germen de un futuro estado polaco al instituir el Gran Ducado de Varsovia, regido por el rey de Sajonia, aunque protegido por un estatuto especial. A la caída de Napoleón, el Congreso de Viena entregó el Gran Ducado al zar Alejandro, quien aceptó la formación de una Dieta, la que debía regirse por una Carta entregada por el soberano. Ello no fue obstáculo para la mantención de un acendrado patriotismo, que se manifestaba especialmente en la Universidad de Varsovia y en el precario ejército del Gran Ducado. El zar Nicolás I derogó de hecho la Constitución de Alejandro y suspendió el funcionamiento de la Dieta. Un intento independentista estimulado nuevamente por sucesos revolucionarios de París, en 1830, fue duramente reprimido, quedando la Polonia rusa bajo férrea ocupación militar, lo que la mantendría al margen de las convulsiones de 1848. Sólo a la muerte del absolutista Nicolás, en 1855, los polacos podrían volver a desarrollar alguna de forma de actividad política; pero los sectores más radicales, agrupados en el Partido Rojo, presionaron por una inmediata independencia, encontrando eco en sectores de la nobleza y del ejército. La respuesta del zar fue enérgica: en 1863 sus ejércitos ocuparon Polonia, los disidentes fueron 4 Paul Johnson. El Nacimiento del Mundo Moderno. Javier Vergara Editor. Buenos Aires, 1992 condenados a muerte y sus familias expropiadas. Todos los obispos católicos fueron deportados a Siberia, en tanto los bienes de la Iglesia fueron secularizados. La enseñanza del idioma nacional fue proscrita, lo que dio lugar a una fuerte mística patriótica reflejada en su enseñanza clandestina como resguardo de la identidad nacional.5 Polonia era, a fines del siglo XIX, el país europeo más influenciado por las ideas de Karl Marx, sustentadas en los postulados de dos grupos clandestinos: la Liga General de los Trabajadores (Bnud) y el Partido Socialdemócrata, en el cual militaban Rosa de Luxemburgo y Félix Dzerginski, quien después fundaría la tenebrosa Cheka soviética. Ambos partidos actuaban en el contexto de la política rusa y postulaban la revolución contra el zarismo. En 1892 se constituyó en París el Partido Socialista Polaco, el que editó un periódico (también clandestino) con postulados profundamente nacionalistas, dirigido por José Pilsudski. Este ideario socialista y nacionalista llenó un vacío que no cubría la izquierda radical ni el moderado Partido Nacional Demócrata y encontró rápida acogida entre los trabajadores, para quienes la explotación no era solamente un problema de clases sino de opresión por una potencia extranjera. La convulsión interna que se produjo en Rusia en 1904 y 1905, agravada por su derrota militar ante Japón, indujo a Nicolás II a ofrecer a Polonia una Constitución y una Duma elegida libremente. Los escépticos socialistas proclamaron la abstención en las elecciones subsiguientes, pero no encontraron eco en los polacos, quienes votaron masivamente por los nacional demócratas. Sin embargo, la moderación de éstos se volvió en su contra cuando en 1907 el zar se negó a cumplir sus promesas de mayor autonomía y quitó atribuciones a los diputados. Polonia había recuperado en parte la libertad religiosa y de enseñanza del idioma y cultura nacionales, pero no fue suficiente. La causa de la independencia había tomado un impulso que no podría ser detenido. En tanto, el territorio polaco bajo la dominación del Reich debió enfrentar un lento pero persistente proceso de colonización germana de sus tierras, promovido por Bismark. En el territorio administrado por Austria, en cambio, la tolerancia de Francisco José permitió que, primero los nacional demócratas y luego los socialistas, establecieran y desarrollaran abiertamente sus actividades proselitistas en Galitzia. Tal fue su libertad que Pilsudski logró incorporar a su partido a oficiales polacos que servían en las filas austríacas, con los que preparó la lucha decisiva por la independencia, bajo la cobertura de una suerte de gobierno en el exilio denominado Comisión Provisional de Gobierno. 5 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO III DE LA PAZ DE WESTFALIA A LA BOHEMIA AUSTRÍACA En 1618 Fernando II de Habsburgo, a la sazón rey de Bohemia, en su afán por imponer la unidad religiosa, originó la Guerra de Treinta Años, que comenzó asolando a la propia Bohemia y luego a todo el Santo Imperio, para finalizar con la Paz de Westfalia. Esta consagró la fragmentación de Alemania -privando al emperador de autoridad real- y el derecho de los señores a imponer su religión a sus súbditos. Bohemia había perdido un quinto de su población, a lo que se agregaron decenas de miles de protestantes, seguidores del mártir Jan Hus, que debieron exiliarse, abandonando sus bienes. Por otra parte, recibió una masiva colonización de alemanes católicos expulsados de los estados protestantes del debilitado Imperio, configurándose así una importante minoría que jamás se asimilaría por completo a su nueva patria. Durante los siglos XVIII y XIX destacados intelectuales, tales como el abate Dobrowski, Jungmann, Palacky y Havlicek, contribuyeron decisivamente a despertar el nacionalismo checo, iniciando la inusual tradición de liderazgo de la clase intelectual en los planos social y político, que caracterizaría desde entonces a esta nación. También el siglo XVIII sería testigo de la creciente toma de importancia del casi aislado pueblo eslovaco, el que tuvo un explosivo crecimiento -en gran medida provocado por las inmigraciones forzadas- que contribuyó a crear un espíritu nacionalista. En 1806 Bohemia quedó formalmente integrada al imperio austríaco, al que de hecho pertenecía desde que los lazos hereditarios la pusieron bajo la corona de los Habsburgo. La revolución parisina de 1848 tuvo su primera réplica en Praga, extendiéndose luego al norte de Italia, Hungría y la propia Viena, obligando al joven emperador a privarse del ya anciano Metternich. El éxito de los postulados liberales y nacionalistas dio lugar a una creciente corriente paneslavista, la que a su vez generó la aspiración de la minoría germana de integrarse a una Gran Alemania, provocando con ello interminables enfrentamientos. Sin embargo, el prestigio y el admirable equilibrio entre fuerza y flexibilidad exhibido por el emperador austríaco estimularon su creciente popularidad en todos los territorios de su Imperio. En 1871 Francisco José estuvo a punto de ser coronado rey de Bohemia, con lo que se hubiese cumplido una sentida aspiración del pueblo checo, pregonada abiertamente por Palacky y su Partido Nacional Checo. Sin embargo, al trascender la noticia, la minoría alemana se opuso tenazmente, en tanto que eslovenos y rutenos reclamaron el mismo estatuto de reinos para las regiones en que eran mayoría. Esta pretensión fue considerada amenazante por los dirigentes húngaros, quienes tenían razones para temer una nueva explosión étnica en su territorio, lo que hizo abortar el proyecto. El emperador compensó a los checos dando a su idioma categoría de oficial, aún cuando en las regiones de mayoría alemana la administración debió ser bilingüe. Esta frustración fortaleció a los sectores independentistas del Partido de los Jóvenes Checos. Posteriormente tomaron fuerza otras corrientes partidarias de la ruptura, Nacional-Socialistas y Realistas, quienes favorecían un acercamiento a los eslovacos y demás pueblos eslavos. A comienzos del siglo XX un prestigioso profesor de la Universidad de Praga, Tomás Masaryk, se convertía en líder natural de estos sectores, secundado por el joven político Eduardo Benes. CAPÍTULO IV AUSTRIA Y HUNGRÍA: LA FORMACIÓN DEL IMPERIO En las últimas décadas del siglo XVII recrudeció la guerra contra los turcos, cuyas fuerzas estuvieron a punto de ocupar Viena, lo que fue impedido por la resuelta intervención del rey de Polonia, Juan Sobieski. Gracias a este decisivo respaldo, Leopoldo I de Habsburgo pudo reaccionar para derrotar al ejército turco en 1699. El sultán debió abandonar Hungría y Transilvania luego de suscribir la Paz de Karlovici. Hungría quedó bajo la monarquía Habsburgo, dando nacimiento al Imperio Austro-Húngaro. Los sucesivos reyes de la casa real austríaca continuaron favoreciendo activamente el catolicismo, pero para ello optaron por utilizar la persuasión en lugar de la fuerza en contra de la numerosa minoría protestante, posición que fue eficazmente secundada por el movimiento de reforma católica dirigido en Hungría por el cardenal Pazmany. La relativa tranquilidad política de que disfrutaron los magyares durante su pertenencia al Imperio no sufrió alteraciones de importancia hasta 1848, con motivo de la agitación europea que siguió a la caída de Felipe de Orleans en Francia. La Dieta húngara se negó entonces a reconocer a Fernando de Habsburgo como su emperador, transando finalmente en que mantuviese el título de rey de Hungría, aunque reconociéndole a ésta su individualidad al delegar el poder en su hermano Esteban, con el título de virrey. El fervor nacionalista y el flamante liberalismo húngaro se volvieron pronto en contra de éste, al surgir en su territorio movimientos independentistas rumanos, serbios, eslovacos y especialmente croatas. Entre estos últimos la rebelión se generalizó, lo que contribuyó a debilitar la vocación liberal de la clase política y provocó la destitución del virrey por parte del emperador, quien con ello pretendió reafirmar en parte su autoridad. Sin embargo, el poder efectivo quedó en manos del general Kossuth, a quien los acontecimientos llevaron a defender la independencia total de Hungría. En diciembre de 1848 muere el emperador, siendo sucedido por el casi adolescente Francisco José. Este aceptó el apoyo que le ofrecía el zar Nicolás, cuyas fuerzas invadieron Hungría por el norte y el este, permitiendo el victorioso ingreso de las tropas imperiales por el oeste en agosto de 1849. La consiguiente represión alcanzó tanto a los húngaros como a las combativas minorías étnicas. Finalmente, aún sin Metternich, la obra del Congreso de Viena pareció quedar intacta. No obstante, desde entonces las nacionalidades jugarían un papel que sería determinante en la política exterior de las grandes potencias y condicionaría los acontecimientos europeos durante los cien años siguientes.6 La severidad inicial mostrada por Francisco José dio paso a un espíritu liberal, similar que había caracterizado a sus antecesores. En 1860 instituyó un régimen semifederal, con plena igualdad de los estados comprendidos en el Imperio, los que serían regidos por Dietas independientes, que a su vez designarían representantes ante el Consejo Imperial. No menos importante fue la autorización para que los idiomas locales fuesen considerados oficiales. El compromiso austro-húngaro de 1867 restableció la antigua Constitución y consagró la existencia, bajo su corona, de dos estados, con instituciones y ejércitos propios, en lo que se conoció como dualismo: el imperio austríaco y el reino de Hungría, después de lo cual Francisco José se coronó rey apostólico de Hungría. Esta se reconciliaba así con la dinastía y esta lealtad no se rompería hasta la muerte del rey emperador. Los pueblos austríaco y húngaro mantuvieron invariables sus respectivas individualidades, pero asimismo cultivaron los elementos de cohesión, particularmente la obediencia a una corona y a la religión católica. Este último factor se encontraba enraizado en sus tradiciones nacionales, en términos similares a lo que sucedía en Polonia y Bohemia. A partir de la instauración del dualismo el principal elemento diferenciador de los partidos políticos magyares fue su posición frente a las minorías, mostrándose el Partido Liberal mucho más abierto que el Partido de la Independencia. En 1868 el liberal Francisco Deak logró que el parlamento húngaro aprobase la Ley de las Nacionalidades, consagrando la igualdad de todos los habitantes del reino, a quienes se reconocía posibilidades de acceso a todos los cargos y pleno derecho a constituir agrupaciones políticas. Al amparo de esta ley nació el Partido Nacional Rumano, que reclamó la autonomía de Transilvania. Los croatas adoptaron posiciones similares, en tanto que la mayor parte de los eslovacos sólo aspiraba a una plena integración a la sociedad húngara. 6 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO V EUROPA EN GUERRA La Primera Guerra Mundial encontró a la mayoría de los checos relativamente conformes con su pertenencia al Imperio, en cuyo ejército combatieron lealmente. Pero en 1916 Masaryk y Benes proclamaron en París el Consejo Nacional Checo, al que se incorporó luego el oficial eslovaco Milán Stefanik, dando así fuerza a la idea de unir ambas naciones. La utilización del Consejo por los aliados, aún cuando tuvo fines más bien publicitarios, involucró un compromiso de contribuir a sus propósitos independentistas, lo que por cierto se extendió a las entidades polacas formadas en Francia e Inglaterra. En abril de 1918 se celebró en Roma, por iniciativa de Italia y Francia, el Congreso de las Nacionalidades Oprimidas, en el cual se anunció el desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro y la emancipación de las nacionalidades eslavas y rumanas. Con ello el destino de estos pueblos quedó directamente sujeto al resultado de la guerra. El 18 de octubre Masaryk proclamó en Washington la independencia de Checoslovaquia, la que fue ratificada al día siguiente por los diputados checos ante el Parlamento imperial y seguida por masivas manifestaciones populares. Francisco José, quien días antes había propuesto una Federación de estados autónomos, se allanó de inmediato, proveyendo las formalidades para consolidar la independencia de la nueva nación. En Praga, el Consejo Nacional -que gobernaba interinamente desde fines de octubre- proclamó la República y convocó a una Asamblea Nacional. Esta se reunió el 14 de noviembre, integrada por checos y eslovacos, pero con exclusión de las importantes minorías. Su primera decisión fue la de elegir como Presidente de la República de Checoslovaquia a Tomás Masaryk. En Hungría los sectores partidarios de la independencia eran minoritarios pero activos. El conde Miguel Karolyi formó a mediados de 1918 un separatista Consejo Nacional, que inicialmente no pareció tener mayor arraigo. Pero las derrotas que el ejército imperial experimentó en octubre modificaron sustancialmente el cuadro político: agrupaciones sindicales protagonizaron graves disturbios, formando consejos obreros y ocupando edificios oficiales con la ayuda de soldados desertores. Ante ello las autoridades militares optaron por ponerse a disposición del Consejo Nacional. El 1o de noviembre el emperador nombraba a Karolyi presidente del Consejo Húngaro mediante una llamada telefónica. El monarca abdicó al trono imperial el 11 de ese mes, dando origen a la República Austríaca. Dos días después repitió la ceremonia ante una delegación húngara. En cuanto a Polonia, Galitzia había llegado a convertirse en su centro político y Pilsudski en su principal líder. La oficialidad polaca del ejército imperial logró que se le diferenciara de sus pares austríacos, permitiéndoseles constituir fuerzas militares propias, las que combatieron bajo bandera polaca. Ello se vio facilitado por el compromiso contraído a fines de 1916 por los gobiernos alemán y austro-húngaro en orden a autorizar y promover la formación de una Polonia independiente. La Revolución Rusa eliminó al principal enemigo de los polacos, el zar, a raíz de lo cual éstos creyeron inminente la liberación del territorio nacional que se encontraba bajo tuición rusa, el que a esas alturas estaba controlado por tropas de las potencias centrales, especialmente alemanas. A partir de entonces su desconfianza se centró en Alemania. Pilsudski se trasladó a Varsovia, instando a los militares polacos a rehusar ponerse bajo las órdenes de oficiales alemanes, tras lo cual fue detenido. En octubre de 1918, ante la inminente victoria aliada, el Consejo de Regencia proclamó la independencia y formó un gobierno de unión nacional con participación de socialistas y nacional demócratas. Galitzia y Lublin quedaron bajo control polaco. En esta última ciudad el socialista Daszynski se proclamó jefe del gobierno provisional de la República de Polonia, designando como ministro de guerra a Pilsudski, quien continuaba prisionero de Alemania. Al ser liberado, los gobiernos de Varsovia y de Lublin le confirieron el mando de sus fuerzas armadas y luego la jefatura del Estado. "Después de desaparecer durante ciento treinta años, el estado polaco renacía al término de una guerra durante la cual su territorio sirvió muchas veces de campo de batalla y que terminaba con la derrota y ruina de las tres potencias que se lo habían repartido en 1772".7 7 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO VI UNA PAZ INCIERTA Aunque la caída del zarismo representaba el término de un largo período histórico de dominación para los polacos y de relativa inquietud para húngaros y checos, ella dio lugar a un nuevo peligro para su soberanía e integridad, el que en ese momento difícilmente podía percibirse en toda su magnitud. El flamante régimen bolchevique se aprestaba a consolidar su autoridad en todos los confines del Imperio Ruso y a penetrar ideológicamente a las sociedades europeas para luego imponer en ellas la dictadura del proletariado. A partir de la revolución bolchevique se hizo cada vez más evidente la intención del Consejo de Comisarios del Pueblo -que, presidido por Lenin, detentaba el poderde extender la revolución a otras latitudes, posición que había sido vehementemente pregonada por Trotski. El 2 de marzo de 1919, con participación de simpatizantes de numerosos países, se inauguró la Tercera Internacional, cuyo primer objetivo sería el de conquistar para su causa a los socialistas de las potencias derrotadas. La República de los Consejos. La tensión social existente en Hungría al final de la guerra fue aprovechada por Bela Kun, quien había pasado largos años detenido en cárceles zaristas y volvía impregnado de ideas leninistas. En noviembre de 1918 formó el Partido Comunista Húngaro y dos meses después intentó sublevar a tropas de la guarnición de Budapest, siendo detenido. Pero el fin del conflicto había alentado también las expectativas de checos y rumanos, quienes asociados a la Entente y con respaldo francés, dieron -el 21 de marzo de 1919- un ultimátum al gobierno de Karolyi. Este no contaba con tropas idóneas y confiables ni con un poder político sólido, por lo que recurrió a una maniobra desesperada y de gran riesgo a fin de inhibir a sus adversarios: entregó el poder a quienes se decían "representantes del proletariado húngaro". Estos formaron el Consejo de Comisarios del Pueblo, el que estuvo presidido por Bela Kun e integrado, entre otros, por Matías Rakosi y Eugenio Landler. Sus primeras medidas fueron rotundas: una reforma agraria radical y sin contemplaciones, expropiación de bancos e industrias y persecución implacable de oponentes reales o potenciales, sacerdotes y personas con alguna relevancia, con centenares de ejecuciones sumarias a cargo de una flamante Cheka húngara. Los países vecinos bloquearon el comercio con esa nación. Con la colaboración del general Stromfeld, Kun formó el Ejército Rojo, el que obtuvo cierto éxito ante los checos, pero fue aplastado por los rumanos. En el sur, en la ciudad de Szeged, bajo ocupación francesa, se constituyó un gobierno contrarrevolucionario y un "Ejército Nacional" encabezado por el almirante Horthy, quien fuera jefe de la flota austro-húngara. Ante la aproximación de las tropas rumanas a Budapest, Kun y sus partidarios huyeron el 1o de agosto, al cabo de 133 días de paroxismo. Sólo la presión mundial obligó a Rumania a disponer el retiro de sus tropas y milicias de suelo húngaro, lo que permitió que el 16 de noviembre el ejército de Horthy ingresara a Budapest para tomar la dirección de un país arruinado y exangüe, que no tuvo la fuerza ni la influencia para impedir que el Tratado de Trianón le arrebatara dos tercios de su territorio, en lo que sería el primer legado del comunismo a esa nación. Al caer la República de los Consejos, Hungría fue gobernada por una coalición. En las elecciones de 1920 vencieron dos grupos monárquicos: el Partido de los Pequeños Propietarios, que propiciaba una monarquía nacionalista; y el Partido Nacional Cristiano, que deseaba la coronación de Carlos de Habsburgo, el ex rey-emperador exiliado en Suiza. Los países de la Entente se oponían a esta última opción, lo que de hecho la descartaba. Así se llegó a la fórmula de designar regente al almirante Horthy, quien comandaba el ejército nacional. A éste le correspondió suscribir el Tratado de Trianón y aplastar los últimos bastiones de la milicia comunista. El intento del rey Carlos por recuperar el trono, en octubre de 1921, motivó su destronamiento oficial por el Parlamento, proclamándose la monarquía electiva. El conde Bethlen fue jefe de gobierno desde 1921 hasta 1931, período de reconstrucción material y moral, que finalizó con la gran crisis económica mundial. Esta tuvo efectos fulminantes en la política interna, registrándose un resurgimiento de la izquierda, incluyendo al clandestino -aunque poco significativo- Partido Comunista. La extrema derecha tuvo un crecimiento explosivo, alentado por los sucesivos gobiernos, siendo su expresión más importante el Partido Cruces Flechadas, de inspiración fascista. Al igual que en Checoslovaquia y Polonia -y por cierto en toda Europa- el nacionalismo se enseñoreó en Hungría en perjuicio de las minorías étnicas, si bien la anterior fragmentación de su territorio había reducido en gran medida la magnitud de este problema, que marcaría las tendencias políticas de este período y sería determinante en los trágicos acontecimientos que años después viviría el mundo. El Tratado de Riga.Muy pronto el nuevo gobierno polaco volvería a considerar a Rusia como su principal amenaza. Un año después de la Revolución de Octubre, el nuevo e improvisado Ejército Rojo se lanzó a tomar posesión de los territorios rusos, polacos y bálticos que austríacos y alemanes abandonaban en las cercanías de sus fronteras, combatiendo la resistencia de las milicias nacionalistas. El general Pilsudski emprendió una exitosa contraofensiva a mediados de 1919, pero en abril del año siguiente cometió el error de respaldar a los independentistas ucranianos y conquistar Kiev, provocando la reacción de Moscú. Esta vez el Ejército Rojo llegó a las puertas de Varsovia. Enfrentando a sectores del gobierno polaco y a las potencias occidentales que presionaban para que ambas naciones llegasen a un acuerdo (que Rusia rechazaba), Pilsudski reforzó en pocos días sus propias tropas con una multitud de voluntarios y atacó resueltamente a los rusos, quienes debieron emprender una humillante retirada, en una acción bélica que se conoció como "el milagro del Vístula". El 12 de marzo de 1921 se suscribió el Tratado de Riga, que consolidó la independencia de Polonia, aún cuando ahora no incluía a Lituania. La Polonia que surgió del Tratado de Riga comenzó su existencia con dos problemas difíciles de administrar para las autoridades nacionales: la mantención de sus fronteras resultaba incierta, particularmente del lado de la flamante Unión Soviética; y los territorios y poblaciones que la integraban habían estado sometidas a distintos regímenes, instituciones e influencias culturales. Su primer presidente fue el propio general José Pilsudski, cuyo prestigio le permitió gobernar en forma casi omnímoda. Pero la Constitución de 1921 limitó las facultades presidenciales, por lo que Pilsudski rehusó presentarse a la reelección. En 1926, luego de dos accidentados gobiernos sin claro liderazgo, el retirado político y militar encabezó una revuelta que dividió al ejército y causó cientos de víctimas, al cabo de la cual el gobierno renunció, asumiendo la presidencia el profesor Ignacio Moscicki, estrecho colaborador de Pilsudski, quien ejerció el poder real desde el Ministerio de Guerra. Una de sus primeras medidas fue reformar la Constitución para aumentar las prerrogativas del Presidente, tras lo cual virtualmente ignoró al Parlamento, rodeándose de nacionalistas y militares incondicionales a su persona. Muchos de sus ex camaradas socialistas se unieron a los partidos tradicionales para enfrentar la dictadura, pero el esfuerzo terminó con decenas de dirigentes en prisión y sus derechos cívicos coartados. Las elecciones de 1930 fueron favorables a Pilsudski, tras lo cual el Ejecutivo mandó sin contrapeso, aumentando la represión y obligando a los comunistas a huir a la URSS, donde en su mayoría serían asesinados en las purgas de Stalin. A ia muerte del líder, en 1935, sus aliados militares, carentes de arraigo popular, optaron por instaurar un estado policial para conservar el control político. En la nueva República Checoslovaca, la resuelta adhesión de Masaryk y Benes a la causa de los aliados y las buenas relaciones que establecieron con sus respectivos gobiernos, permitió que ambos estadistas tuviesen una influencia decisiva en las negociaciones para el Tratado de Trianón. El flamante estado comprendía: Bohemia y Moravia, con un tercio de población alemana; Eslovaquia, notablemente aumentada a costa de Hungría; y la Rutenia carpática, para la cual se acordó un estatuto de autonomía que jamás se hizo realidad. El 50 por ciento de la población de la flamante república era checo, el 15,5 por ciento eslovaco y el 23 por ciento alemán, en tanto que el resto estaba repartido entre húngaros, rutenos y otras etnias. El auge autoritario. Todos los países de Europa oriental, a excepción de Checoslovaquia, proscribieron al Partido Comunista, temerosos de la penetración ideológica de la vecina Unión Soviética. Incluso entrabaron las actividades de los grupos socialistas y organizaciones sindicales. En Polonia, Hungría y Checoslovaquia se establecieron regímenes autoritarios, y si bien en este último país pareció no existir mayor temor al comunismo, las minorías fueron ignoradas cuando no reprimidas, alcanzando esta marginación inclusive a los eslovacos. La crisis económica de los años 30 golpeó fuertemente a las tres naciones, favoreciendo la formación de grupos políticos ultra nacionalistas y fascistas inspirados en Italia y Alemania. A partir de 1933 la política pangermana de Hitler encontró inmediata acogida entre los alemanes de Checoslovaquia, quienes vieron en ella una oportunidad de liberarse de un régimen que les prohibía sus manifestaciones culturales, incluyendo el uso oficial y la enseñanza de su idioma. Hacia el exterior Checoslovaquia aparecía como una democracia pluralista, con instituciones similares a las de las naciones occidentales. La Constitución de 1920 contemplaba un poder legislativo radicado en la Asamblea Nacional, integrada por dos cámaras elegidas por sufragio libre, secreto y universal. Ellas, a su vez, elegían al presidente de la República -quien detentaba el poder ejecutivo y estaba sometido al control del Parlamentopor un período de siete años. Este cargo quedó en manos de Masaryk hasta su renuncia por enfermedad en 1935, siendo reemplazado por su discípulo Eduardo Benes, quien gobernó hasta su dimisión en octubre de 1938, en desacuerdo por los pactos de Munich. Esta institucionalidad permitía por cierto la representación de las minorías, pero éstas casi nunca tuvieron fuerza suficiente como para obtener beneficios concretos. En 1918 Masaryk había convenido en Pittsburg con representantes eslovacos que esa nación tendría su propia administración y una dieta legislativa, compromiso que nunca se cumplió. Checoslovaquia se constituyó como estado centralizado y su ejército ocupó Bratislava y las campiñas eslovacas, nombrándose checos en los principales cargos de gobierno interior en la "nación hermana", tras lo cual Eslovaquia fue tratado como país conquistado: ciento setenta mil colonos checos se convirtieron en los principales beneficiarios de la reforma agraria impuesta en Eslovaquia. Por otra parte, a despecho de su proclamada tolerancia, el nuevo régimen, dominado por agnósticos, limitó de diversas maneras la labor de la Iglesia Católica y toleró -o alentó- la destrucción de altares y Vía Crucis bajo la consigna de reivindicar los postulados de Jan Hus, lo que ofendió las creencias de la mayoría católica eslovaca. Así, no fue extraño que un sacerdote, el abate Hlinka, formase el Partido Populista Eslovaco, con postulados autonomistas, recibiendo más de un tercio de la votación en la primera elección a la que se presentó en 1925, e incrementándola en los años siguientes hasta obtener un rotundo triunfo en 1938. La autonomía llegó a ser una aspiración inmensamente mayoritaria, situación que generó un círculo vicioso al estimular a los checos a aplicar aún mayores restricciones a los eslovacos, temiendo -como alguna vez confesó Masaryk- "que se separen de nosotros y se unan a Hungría".8 Por cierto los eslovacos no fueron los únicos en sufrir los efectos de la centralización y del predominio checo, pero las otras etnias minoritarias no eran "hermanas" de los checos. 8 "Berliner Tageblat" de 26 de julio de 1930. Citado por H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO VII HITLER Y EL RÍO REVUELTO DE LAS NACIONALIDADES La llegada de Hitler al poder en Alemania y su resuelto apoyo a las minorías germanas en territorios extranjeros indujo a los gobiernos de Europa Oriental a políticas más liberales en este aspecto. En los Sudetes checoslovacos el partido alemán de Konrad Heinlen obtuvo algunas concesiones, pero no logró un estatuto de autonomía similar al otorgado en Transilvania a esta minoría ni pudo recuperar las tierras expropiadas por la reforma agraria, por lo cual proclamó su abierta adhesión a los postulados nacional socialistas. Hacia 1938 Hitler se había convertido en el paladín de los derechos de las minorías, hasta el punto en que todas las etnias subyugadas de Europa volvían sus miradas hacia él. El fin de Checoslovaquía.Hasta mediados de 1930 Checoslovaquia no parecía inquietarse. Su poderío militar y su férrea alianza con Francia parecían mantenerla al margen de presiones internacionales por liberalizar sus políticas hacia las minorías, las que constituían el cuarenta por ciento de su población. Pero factores internos y externos marcaron el progresivo deterioro del poderío francés a partir de 1936, en tanto que el Anchluss de 1938 se impuso como amenaza inminente al sectarismo checo. Los partidos que representaban a las minorías formaron un bloque opositor que incluyó a los autonomistas eslovacos de Hlinka y monseñor Tiso, todo lo cual aumentó las presiones sobre el presidente Benes, que había sucedido a Masaryk. Pero ni las presiones de Londres y París fueron suficientes para convencer al gobierno checo de la conveniencia de hacer concesiones. Por el contrario, hizo un llamado de reservistas a pretexto de movimientos de tropas alemanas en la frontera. Su tardío intento de conciliación con los alemanes de los Sudetes, en septiembre de 1938, fue desbaratado por un violento discurso de Hitler en que denunciaba los atropellos checos a sus compatriotas, reclamando para ellos el derecho a la autodeterminación. Heinien reclamó de inmediato el derecho de los Sudetes a unirse al Reich. El premier británico Chamberlain, ansioso por aplacar a Hitler, ofreció interceder para entregar a Alemania los territorios checoslovacos con mayoría alemana, arrastrando a esta posición al presidente francés Daladier, lo que culminó con la cesión acordada en la Conferencia de Munich el 30 de septiembre de 1938, tras lo cual la Wehrmacht tomó posesión de los Sudetes. El segundo golpe vino desde otro frente: el 2 de octubre las tropas polacas ocuparon Teschen, poblado por un 40 por ciento de polacos. Impotente ante el progresivo desmembramiento del país y la traición de sus aliados, el 5 de octubre Benes renunció y partió a Londres. Al día siguiente el nuevo gobierno, presidido por Emil Hacha, ofreció estatutos de autonomía a eslovacos y rutenos. La Dieta eslovaca fue encabezada por monseñor Tiso y la rutena por monseñor Volisin, ambos admiradores del nacional socialismo. En noviembre un arbitraje solicitado por Hungría -que estuvo a cargo de los gobiernos alemán e italiano- restituyó a ese país ciento doce mil kilómetros cuadrados de territorio checoslovaco. En marzo del año siguiente monseñor Tiso visitó Berlín a invitación de Hitler y, a su regreso a Bratislava, la Dieta proclamó la independencia de Eslovaquia. A continuación el propio presidente Hacha fue citado a la capital del Reich, siendo conminado por Hitler a poner bajo protección alemana lo que quedaba de su territorio. Este tomó el nombre de Protectorado Alemán de Bohemia-Moravia. Mientras la Wehrmacht procedía a desarmar al ejército checo, las tropas húngaras ocupaban la Rutenia carpática (que seis años después pasaría a la URSS). Checoslovaquia había dejado de existir. La pasividad de las potencias occidentales ante el desmembramiento de Checoslovaquia sería un factor decisivo en la consecución de la política imperialista alemana y en la audacia exhibida más tarde por Stalin al someter a su dictado a las naciones liberadas por su ejército. Entretanto Hungría, agradecida del apoyo de Hitler a sus reivindicaciones, se convirtió en su fiel aliado, a pesar de la frustrada reticencia del regente Horthy a involucrarse en el conflicto bélico. Al iniciarse la II Guerra Mundial, Hungría mantenía escasos contactos con la Unión Soviética y probablemente el único antecedente histórico que podía considerarse relevante en sus relaciones se remontaba a 1848, en que las tropas del zar intervinieron para detener una incipiente rebelión contra Austria. En tanto Polonia se veía a sí misma como un baluarte avanzado del Occidente cristiano, a lo que unía un ancestral recelo hacia el imperio ruso, al que percibía como un enemigo natural a pesar de su común calidad de pueblos eslavos. El joven estado checoslovaco, en cambio, había mantenido desde su nacimiento relaciones cordiales con el gobierno de Stalin. Polonia enfrentó su quinto reparto -y sin duda el más trágico- con motivo de las cláusulas secretas del pacto germano soviético del 23 de agosto de 1939. A la fulminante ofensiva germana del 1o de septiembre siguió la ocupación soviética iniciada el 17 del mismo mes, enfrentando a la retaguardia de un ejército diezmado y exhausto. El territorio polaco había sido durante mil años el campo de batalla de razas incapaces de convivir pacíficamente, de organizarse y consolidarse como estados independientes. Fue siempre el punto de encuentro y desencuentro de los imperios de oriente y occidente, tales como Turquía, Austria, Rusia, Prusia, Francia y Alemania, los que impusieron sucesivas reorganizaciones guiadas por sus propios intereses y postergando siempre la solución de los problemas nacionales polacos, lo que originó un poderoso obstáculo interno para una evolución consensuada: el nacionalismo sectario, alimentado una y otra vez por la frustración de ver truncadas sus aspiraciones por la opresión extranjera. Alemania se anexó Posnania, Danzig y Alta Silesia, instituyendo en el resto del territorio el "Gobierno General de las Provincias Polacas Ocupadas", reduciendo a los polacos a ciudadanos de segunda clase, obligados a trabajar en labores asignadas por la autoridad alemana y a bajísimos salarios, mientras la minoría judía era encerrada en ghettos y más tarde exterminada. Las regiones bajo ocupación soviética fueron derechamente incorporadas a la URSS, su población fue privada de derechos y un millón y medio de polacos fueron deportados. Más de doscientos mil morirían encarcelados o ejecutados, entre ellos toda la oficialidad del ejército. La intelectualidad polaca fue eliminada en ambos sectores. CAPÍTULO VIII OCUPACIÓN Y SUBYUGACIÓN En abril de 1945 el general George C. Patton acampaba con sus tropas a sólo dos horas de Praga esperando instrucciones para ingresar en la ciudad, cuando recibió órdenes de retirar sus fuerzas para permitir al Ejército Rojo ocupar la capital checa. Después de la guerra se restauró la Checoslovaquia de 1938, estimándose sus pérdidas de capital fijo con motivo del conflicto en US$ 4.000 millones de la época. Hungría volvió, en términos generales a sus fronteras de 1919, debiendo pagar además fuertes reparaciones de guerra a la Unión Soviética, con las que sus pérdidas llegaron a US$ 4.500 millones. La comunización de Polonia."Es nuestro deseo establecer una Polonia independiente y libre". Estas fueron las palabras empleadas por Stalin en la Conferencia de Yalta, en la que en febrero de 1945 obtuvo el reconocimiento de una esfera de influencia que comprendió a las naciones de Europa oriental. Polonia recuperó su integridad, pero debió ceder a la URSS sus territorios orientales, siendo compensada con parte de Alemania. Sus pérdidas de capital fueron de US$ 20.000 millones de la época, habiendo perecido el 22 por ciento de su población, incluyendo la mayor parte de su élite, la que, como hemos visto, fue sistemáticamente diezmada por alemanes y soviéticos. Con una población agrícola de 60 por ciento, un analfabetismo de 23 por ciento y prácticamente sin clase dirigente, parecía relativamente fácil para Stalin moldearla a su antojo, a pesar de la histórica odiosidad que inspiraba Rusia en el pueblo polaco. Este simpatizaba abiertamente con Occidente y sólo reconocía autoridad moral para gobernarlo a quienes mantuvieron durante la guerra la bandera de la legalidad y la soberanía con un gobierno en el exilio instalado primero en París y luego en Londres, el que estuvo presidido por el general Sikorsky y -después de su muerte en 1943- por el líder del Partido Campesino Wladislaw Mikolajczyk, con un pequeño pero aguerrido ejército que no cesó de combatir junto a los aliados. Entre los motivos para desconfiar de Rusia estaba su largo dominio de antaño, su participación en los sucesivos repartos (particularmente el de 1939), la masiva deportación de polacos al comenzar la reciente guerra, el asesinato de líderes políticos que habían buscado refugio en Moscú -incluida la plana mayor del partido comunista-, la matanza de miles de oficiales en Katyn y, por sobre todo lo anterior, la maquiavélica pasividad del ejército soviético ante el sangriento aplastamiento de la sublevación de Varsovia entre agosto y octubre de 1944. La expoliación que hicieron en un comienzo los nuevos conquistadores del carbón y otros minerales producidos por ese devastado país acrecentó aún más el odio popular. El bando comunista, con menos de 20.000 miembros y sin comunicación con los exiliados de París y Londres, estaba políticamente dirigido por Wladislaw Gomulka, que encabezaba un gobierno en el exilio reconocido sólo por Moscú y con sede en la propia capital rusa, el que se autodenominaba "Unión de Patriotas" y contaba con una reducida milicia encabezada por el general Rola-Zimiersky. Fueron sus miembros, respaldados por las tropas soviéticas, quienes asumieron el control del ministerio del Interior y de la policía política, cometiendo numerosos abusos contra sus adversarios reales o potenciales. En 1946, ante las quejas norteamericanas, Stalin aseguró al enviado del Presidente Truman que el Kremlin reprobaba tales actuaciones y que "Polonia vivirá bajo un régimen parlamentario semejante a los de Checoslovaquia, Bélgica y Holanda". Y en esos momentos no había muchos motivos para dudar de que así sería, a pesar de la inquietud que generaba la preminencia comunista en cargos de administración interior: se había formado un gobierno multipartidario encabezado por Gomulka como primer ministro y Mikolajczyk como vicepremier, pero en el que la composición de fuerzas y el arraigo en la ciudadanía favorecía claramente a este último. Por otra parte, las nacionalizaciones fueron mínimas, ofreciéndose plenas garantías al sector productivo privado. Sin embargo, en poco tiempo el popular viceprimer ministro se reveló como un pobre estadista y se jugó por tesis políticas que dividieron a su partido y pusieron a la opinión pública en su contra. Esto fue aprovechado por los comunistas, quienes bajo la consigna "paz, pan, trabajo y reconstrucción" formaron un bloque populista dentro del gobierno, integrando en él a los descontentos y aislando a Mikolajczyk, quien debió cambiar su elevado cargo por la cartera de Agricultura. Pero eso no dio todo el control al partido de Gomulka. A mediados de 1947, a pesar de la oposición comunista, la mayoría de gobierno decidió informar a la ciudadanía que suscribiría el Plan Marshall; pero antes que ello sucediera, los polacos se enteraron por Radio Moscú que su país había rehusado acogerse a dicho programa de reconstrucción. Polonia había sido notificada de que su destino seguía en manos de potencias extranjeras. En octubre del mismo año Mikolajczyk dejó el gobierno y partió al exilio. Zbigniev Brzezinski recuerda en su obra "The Soviet Bloc. Unity and Conflict" que durante el mismo período 1945-1947 unas quince divisiones de ejército y policía enfrentaron a una débil pero persistente guerrilla, con un saldo de varias decenas de miles de muertos. De la sutileza al Golpe de Praga.A diferencia del voluntarioso pero ineficaz líder nacionalista polaco, durante la fase final de la guerra el checoslovaco Ferenc Benes, jefe indiscutido del gobierno en el exilio, estaba consciente que la URSS entraría a su país antes que las tropas occidentales, por lo que sería necesario olvidar todos los agravios, en particular el abierto apoyo brindado por Stalin a las conquistas alemanas que desmembraron Checoslovaquia. Pero allí la única fuerza política bien organizada y con cierto arraigo popular era el Partido Comunista. Benes asumió la presidencia y se entendió desde un comienzo con Stalin, lo que obligó a los comunistas a moderar su conducta y postergar su embestida hacia el poder.9 No obstante, la nueva realidad había dejado obsoletos a los partidos históricos, no habían surgido nuevos líderes y la formación de partidos de importancia tomaría algún tiempo. Así, en las elecciones de 1946 el Partido Comunista obtuvo el 38 por ciento de la votación, por lo que Benes debió llamar a su secretario general, Clement Gottwald, a formar gobierno. La presencia en él como canciller del hijo del fundador de la República, Jan Masaryk, permitió que hacia el exterior siguiera proyectando una imagen proclive a Occidente. Pero también en este caso el Plan Marshall fue la prueba de la verdad: sin disidencias aparentes y desatendiendo una advertencia de Molotov, el gobierno anunció a su pueblo y al mundo que suscribiría dicha iniciativa. Gottwald y Masaryk fueron citados a Moscú y a su regreso debieron retractarse. Benes justificó esta decisión en función de su política de no alineamiento, afirmando que "Checoslovaquia no estará jamás sólo con el este o sólo con el oeste, sino siempre con el este y el oeste". En el aspecto económico no pareció haber mayores desaveniencias. Checoslovaquia adoptó tempranamente el camino del socialismo, nacionalizando en 1945 las principales industrias, la minería, los bancos, las compañías de seguro y la generalidad de las empresas que empleaban a más de 150 obreros. Si bien el partido comunista pareció conformarse con su papel de relativa preeminencia en el gobierno de coalición, gradualmente los funcionarios de la policía política del ministerio del Interior, férreamente controlado por el comunista Nosek, enfocaron sus actuaciones en contra de miembros de otros sectores del propio gobierno, deteniendo a personas cercanas a ellos y arrancándoles confesiones incriminatorias, lo que en febrero de 1948 impulsó al ministro de Justicia, J. Drtina, a denunciar ante el Parlamento tales ilegalidades. Su iniciativa fue respaldada por el consejo de ministros. Ante la rotunda negativa de Nosek y su partido a someterse a una investigación parlamentaria, doce ministros dimitieron a sus cargos, luego de lo cual el partido comunista activó a las milicias obreras bajo su control, las que recibieron armas y ocuparon el sector central de Praga. En este ambiente 9 Lazlo Nagy. Democracias Populares. Aymá S.A. Editora. Barcelona, 1969 Gottwald exigió al Presidente que aceptara las renuncias, a lo que Benes se negó, tras lo cual comenzaron las detenciones de políticos no comunistas. Numerosos estudiantes, partidarios de Benes, improvisaron una manifestación pública, la que fue duramente repelida por la policía. Con esta sólida protección, la milicia obrera ocupó los locales del Partido Social Nacionalista, al que pertenecía el Presidente. Intimidado, el jefe del Partido Socialista, Lausman, instó a Benes a ceder para evitar la profundizaron de la crisis. Finalmente éste aceptó las doce renuncias y nombró en su reemplazo a quienes fueron propuestos por Gottwald. Masaryk permaneció en el gabinete a petición de Benes. En los días siguientes el nuevo gobierno proclamó el "proyecto socialista" como programa oficial. El 27 de febrero se informó que el ex ministro Drtina se había lanzado desde la ventana de su departamento. No falleció, pero a pesar de sus graves lesiones fue inmediatamente detenido. El 10 de marzo apareció e! cadáver de Masaryk bajo la ventana de su residencia. Los funcionarios no comunistas del gobierno fueron exonerados o simplemente encarcelados. El 30 de mayo se celebraron las primeras elecciones con una única lista. Días después debieron abandonar el gabinete los miembros no comunistas. El gobierno dictó una nueva Constitución que Benes se negó firmar, sin que ello evitara su imposición. El Presidente Benes enfermó y falleció en septiembre. La temida "liberación". Hacia el final de la guerra, Hungría -al igual que Bulgaria y Rumaniaesperaba el ingreso del Ejército Rojo con justificada angustia: aunque el régimen del regente Horthy había intentado evitarlo, finalmente se había visto obligado a participar con varias divisiones en la invasión nazi a Rusia, las que fueron ubicadas en la primera línea de fuego, siendo virtualmente aniquiladas. No favoreció a Hungría el tardío intento de deserción por parte de Horthy, el que terminó con su detención y relegación a Berlín y con la imposición de un gobierno dirigido por el partido pronazi Cruces Flechadas, el que reactivó la persecución de opositores internos, pero no tuvo posibilidades de defender eficazmente las fronteras. El Ejército Rojo encontró escasa resistencia, por lo que pasó en pocos días de los combates a la eliminación física de los simpatizantes nazis. Posteriormente la burocracia soviética se abocó a justificar, bajo distintos conceptos, la imposición de contribuciones económicas, que en 1946 alcanzaron el 65 por ciento de la producción total del país y lo condujeron a "una inflación que constituyó un record mundial absoluto en la historia de las monedas". 10 Probablemente por ello las expropiaciones de industrias no superaron inicialmente el 37 por ciento y en la agricultura prácticamente no existieron. 10 L. Nagy. Op. citada El partido comunista húngaro era insignificante, lo que quedó en evidencia en las elecciones de noviembre de 1945, por lo que no pudo hacer mayores exigencias en el gobierno multipartidario de post guerra, el que fue presidido por el general Bela Miklos. Sin embargo, como sucedió en otros países del este, los mayoritarios partidos de los Pequeños Propietarios y Socialista no tuvieron más opción que ceder a su presión -con el tácito pero imponente respaldo del ejército de ocupación-, concediéndoles el ministerio del Interior y la dirección de la policía política conocida como A.V.O. Resulta paradojal que tan estratégico ministerio haya sido ocupado en ese período crucial por dos hombres que una década más tarde serían ejecutados por traición por sus propios camaradas: Imre Nagy y Laszlo Rajk.11 Desde esta posición de fuerza, el partido comunista se abocó a una implacable campaña para denunciar la infiltración fascista en el partido de los Pequeños Propietarios, el que por sí sólo contaba con la mayoría absoluta de la votación nacional. Esta estrategia culminó en unos pocos meses con la detención y posterior deportación a la Unión Soviética del secretario general de dicho partido, Bela Kovacs, seguida de la destitución de facto del Primer Ministro Ferenc Nagy y de 48 diputados de su partido. Pero, a pesar de la casi total neutralización de sus principales adversarios y del férreo control que ejercieron sobre el proceso electoral de 1947, los comunistas sólo llegaron al 22 por ciento de la votación, después de lo cual intensificaron la persecución indiscriminada de opositores y miembros de partidos aliados en el gobierno. Unos años después el mentor de esta depuración, el secretario general del partido comunista, Matyas Rakosi, explicaba en un artículo que la estrategia seguida para obtener el poder total en condiciones tan adversas pasaba por hacerse del control absoluto de la policía política, amparada por el ministerio del Interior, agregando que "era la única institución en que nos reservábamos la dirección absoluta, rechazando categóricamente compartirla con los otros partidos de la coalición según la proporción de nuestras respectivas fuerzas".12 11 L. Nagy. Op. citada 12 L. Nagy. Op. citada CAPÍTULO IX DE LA DOMINACIÓN A LA SATELIZACIÓN ¿Por qué Occidente mostró tanta mansedumbre frente a semejantes actos de fuerza? ¿Por qué los líderes de un Occidente victorioso concedieron en Yalta a una potencia que temían y detestaban una esfera de influencia que involucraba naciones que formaban parte de su tradición histórica y cultural? Ciertamente lo primero es ubicarse en el nuevo contexto del momento: la poderosa Alemania -un poder natural de contención hacia el Oriente a partir de la caída del Imperio Austro Húngaro- estaba destruida y desacreditada, Francia carecía por entonces de peso internacional, Gran Bretaña estaba debilitada y había cedido el liderazgo a los Estados Unidos, nación que había acrecentado su poder relativo después de cada una de las grandes conflagraciones, pero cuyos sucesivos gobiernos continuaban incapaces de comprender el sutil juego de poderes, tradiciones e intereses en que se basaba la política exterior europea. El enfermo presidente Roosevelt no contaba con capacidad física y emocional suficiente para enfrentar la arrolladora fuerza de un Stalin engrandecido por haber convertido una catastrófica derrota en una victoria apoteósica y dotada con un suculento botín (aunque tempranamente olvidó la abundante ayuda económica occidental), además de la constante propagación del ideario marxista. El recuerdo de las atroces purgas no fue suficiente para que el mandatario norteamericano desconfiase de falsas declaraciones de principios formuladas por el líder soviético, tales como: "Existen denominadores comunes en materia moral, sin los cuales las naciones no pueden coexistir". Pero la Unión Soviética padecía de una terrible angustia: el miedo obsesivo de un ataque proveniente del oeste, de verse nuevamente rodeada y sofocada. "Fueron consideraciones de seguridad, en gran parte justificadas, las que dieron origen al imperialismo preventivo de la URSS. Añadamos que los otros 'grandes' comprendían y aceptaban lo justificado de esta angustia. Esta comprensión explica, sin excusarla, su aparente pusilanimidad ante las reivindicaciones y exigencias de garantías de los soviéticos".13 Pero ese imperialismo preventivo, "aplicado de manera brutal y excesiva, no solamente le enajenó la simpatía de los pueblos que se encontraban en su zona de influencia, sino que obligó a los occidentales, y en primer lugar a Norteamérica, que era la única que tenía los medios para hacerlo, a movilizar todas las fuerzas para refrenar, contener la expansión inquietante de su aliada, y construir alrededor de ella un dispositivo de seguridad, un cordón sanitario mucho más temible de lo que la URSS hubiese podido temer de sus enemigos".14 13 L. Nagy. Op. citada 14 L. Nagy. Op. citada En los años inmediatamente posteriores esta área de influencia se transformó en un sólido bloque de satélites junto a una potencia rectora. Y cada nuevo paso de Moscú, así como cada medida reactiva de Washington profundizaba el abismo entre ambos colosos. Así hemos visto que el Plan Marshall, en lugar de apartar de la URSS a los países del este, consolidó su dependencia. Por cierto que la creación del Kominform a fines de 1947 enrareció definitivamente las relaciones entre los ex aliados, dando comienzo de hecho a la guerra fría. A partir de entonces toda Europa oriental sufrió "una profunda transformación que aparentemente anulaba las separaciones históricas, económicas y políticas del pasado. Esta conversión revolucionaria obligada puso fin a la formación espontánea de sociedades históricas, sustituyéndola por un proceso conscientemente elegido de construcción de un futuro preciso: la sociedad sin clases del comunismo. No se disimuló el verdadero plan del proyecto socialista, y en lo sucesivo se llamó al pan, pan, y al vino, vino. Se declaró sin rodeos lo que se deseaba, sin tolerar la menor oposición: conseguir el paraíso de una sociedad sin clases ni explotación, gracias a la planificación científica basada en la centralización de la propiedad de los principales medios de producción, incluidas las tierras que (en algunas naciones) acababan de ser 'irrevocablemente' repartidas entre unos campesinos que desde hacía muchos siglos habían esperado ese momento".15 1948 sería llamado "el año del viraje decisivo". Un discurso del dirigente búlgaro G. Dimitrov en el Congreso de su partido, publicado en Pravda de Moscú el 21 de diciembre de 1948, resulta muy explícito sobre las sociedades que se pretendía construir: "El carácter de una democracia popular se define en cuatro rasgos esenciales: a) El Estado democrático popular es la autoridad de las masas trabajadoras, la autoridad de la inmensa mayoría de la nación, dirigida por la clase obrera, lo que significa: 1.- Que la autoridad de los capitalistas y grandes propietarios es abolida y que se instituye la autoridad de las masas trabajadoras de las ciudades y del campo bajo la dirección de la clase obrera, que tiene un papel dominante dentro del Estado y en la vida social. 2.- Que el Estado sirve de instrumento de lucha de las masas trabajadoras contra los explotadores, contra todos los esfuerzos y todas la tendencias para restablecer el régimen capitalista y el poder de la burguesía. b) El Estado democrático popular es un Estado del período de transición, cuya razón de ser es asegurar el desarrollo del país por la vía del socialismo. Ello significa que, a pesar de la abolición de la autoridad de los capitalistas y de los grandes propietarios, y de la apropiación de sus bienes por el pueblo, los fundamentos económicos del capitalismo no han sido todavía 15 L. Nagy. Op. citada liquidados. Los elementos capitalistas existen todavía y se desarrollan, intentando restablecer la esclavitud capitalista. De ello resulta que el progreso hacia el socialismo no es posible más que a condición de sostener una lucha de clases sin compromiso contra los elementos capitalistas hasta su total liquidación. El Estado democrático popular se construye en colaboración y con la amistad del país del socialismo, la Unión Soviética. La condición para el desarrollo de nuestra democracia popular reside en el mantenimiento y refuerzo de lazos estrechos, de una sincera colaboración, de la ayuda mutua y amistad entre nuestros países y la gran Unión Soviética. Cualquier tendencia hacia el debilitamiento de la colaboración con la Unión Soviética está dirigida contra los mismos fundamentos de la existencia de la democracia popular en nuestro país. El Estado democrático popular forma parte del campo democrático antiimperialista. Solamente alineándose dentro del campo democrático unificado, a cuyo frente se encuentra el poderoso Estado soviético, podrá asegurar cualquier democracia popular su independencia y su seguridad contra la agresión de las fuerzas imperialistas".16 De esta manera, siguiendo a Fermandois, podemos comprobar cómo el totalitarismo desafiaba al consensus iuris, asumiendo la representación de la fuente de la ley. "El totalitarismo se devela, de esta forma, como la presunción de representar el absoluto de la vida humana, siempre en desarrollo hacia un futuro..." "El hombre se encuentra en la realidad en la medida en que se subordina a las exigencias del proyecto, el que adquiere así un grado ontológico supremo". Como observaba Löwenthal, se intentó transformar a la sociedad a partir del Estado.17 Y por cierto la herramienta clave fue el terror. Marcuse definía el terror como "la aplicación metódica y centralizada de una violencia imprevisible, y no sólo en una situación excepcional sino también en una situación normal". En el estado soviético y en las naciones satélites "el terror tiene una doble naturaleza: tecnológica y política. Por un lado se castiga la ineficacia y la falta de rendimiento a nivel técnico y empresarial, y por otro se sanciona cualquier clase de inconformismo: actitudes sospechosas y peligrosas. Ambas formas se hallan mutuamente relacionadas, hasta el punto de que con alguna frecuencia se juzga la eficacia según criterios políticos. Sin embargo, con la supresión de toda oposición organizada y con el afianzamiento de la administración totalitaria, el terror tiende a hacerse predominantemente tecnológico..." "Las fórmulas completamente estereotipadas de las acusaciones políticas, que ni siquiera pretenden ya ser racionales, plausibles y coherentes, pueden servir muy bien para ocultar la razón real de las inculpaciones: las discrepancias en torno a la oportunidad y 16 L. Nagy. Op. citada 17 Joaquín Fermandois. La Noción del Totalitarismo. Editorial Universitaria. Santiago, 1979 modalidades de aplicación de medidas administrativas sobre cuya sustancia las partes en conflicto están de acuerdo".18 El cambio social.Desde el punto de vista económico el objetivo de estos estados refundados era la maximalización del bienestar por medio de la planificación. Esta por su parte requería dos condiciones previas: la colectivización de la agricultura y la nacionalización de la industria, aspectos que fueron profundizados a partir de 1948. Moscú presionó fuertemente hacia el fomento de la industria pesada, la que suponía un uso intensivo de mano de obra. A su vez ello pasaba por acelerar el proceso de colectivización agrícola, tema de por sí explosivo en naciones que, como Polonia, Hungría y otros, tenían muy elevadas poblaciones campesinas. A ello se unían las seguridades que desde 1945 habían ofrecido los dirigentes comunistas en orden a respetar la propiedad privada de la tierra en tanto no se tratare de latifundios. Esta situación demoró hasta 1950 el inicio de la colectivización en gran escala, la que debió ser acompañada de una fuerte represión. Los campesinos que habían sido propietarios fueron forzadamente desplazados y convertidos en obreros industriales, generándose en ellos una sorda amargura que, férreamente neutralizada y aplacada por el recuerdo de la trágica colectivización soviética, no llegó a convertirse en rebelión. Este drástico cambio en las formas de vida de los países de Europa Oriental, en sus estructuras sociales, en sus estímulos vitales, y en fin, en todo aquello que constituía la esencia de su ser nacional, tradiciones, costumbres, valores, libertades, lealtades, gustos y opciones, determinaba inexorablemente un nuevo futuro, que ya no sería forjado por los pueblos involucrados en él, sino por fuerzas exógenas. La voluntad de un hombre -que a miles de kilómetros de distancia manejaba la porción del mundo que se le había concedido como en un tablero de ajedrez- sería más decisiva en la vida de cada polaco, cada húngaro, cada checoslovaco, que su propia voluntad, y aún que la de toda su comunidad. Los niveles de vida cayeron significativamente. Los deseos del consumidor fueron simplemente despreciados. Los graves desequilibrios internos que esta situación generó, así como los conflictos históricos derivados de los nacionalismos, sólo fueron aplacados gracias al omnipresente poder soviético, cuyas embajadas se constituyeron en gobiernos de facto. El político eslovaco Anton Smutny escribía en el semanario Novo Slovo: "Debemos aplicar los principios bolcheviques, hacer caso omiso de las relaciones familiares y personales y no tener en cuenta más que los intereses del partido, de la clase obrera". Pero también la percepción 18 Herbert Marcuse. El Marxismo Soviético. Alianza Editorial. Segunda edición. Madrid, 1969 de tales intereses variaba según quien condujera ese bloque monolítico e inflexible que era el Partido, único exponente de la voluntad de la clase obrera. Como observara Michael Bernhard, "incluso en las anteriores dictaduras de Pilsudski en Polonia y Horthy en Hungría la sociedad civil pudo mantener y defender algo de su autonomía. En ambos países hubo ejercicio del periodismo, aunque sujeto a la censura, pero no una prensa oficial en el sentido soviético o nazi. En aquellos casos los parlamentos y los partidos políticos continuaron jugando un importante rol en el sistema. Esas fueron dictaduras, pero no dictaduras capaces de inspirar el término totalitario".19 El estalinismo "es el reductio ad absurdum del aserto de Descartes, por el cual los humanos nos podemos convertir en los amos y poseedores de la naturaleza, según un sueño que todavía en 1961 encontró un confiado eco en el texto de un autor húngaro (Mihaly Vaci), quien dijo que el socialismo estaba a punto de hacer las maniobras finales para la conquista definitiva del mundo material".20 Giuseppe di Palma observa que "todas la dictaduras tratan de controlar la información que sus sociedades reciben en consideración de sí mismas y de sus políticas, presentes y pasadas. Todas la dictaduras tratan de impedir que la sociedad pueda operar como fuente independiente de tal información. La mayoría lo hacen por conveniencia circunstancial, apelando a situaciones de excepción. Algunas invocan la necesidad de un balance más adecuado entre estado y sociedad. Pero sólo el comunismo (como el nazismo y el fascismo en el pasado) reclama el monopolio cognitivo como el fundamento de su verdad superior".21 El propio Engels viene a corroborar estas apreciaciones en su definición de la lógica dialéctica, consideradas la piedra angular de la teoría marxista. Para el coautor del Manifiesto dialéctica es "la ciencia de las leyes generales del movimiento y del desarrollo de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento".22 Las primeras purgas.Y, como antes en la Unión Soviética, comenzó a distinguirse entre comunistas buenos y malos. Estos últimos fueron calificados de traidores, de "titoistas" -en alusión al díscolo gobernante yugoslavo- y consiguientemente perseguidos y eliminados. Esa fue la 19 Michael Bernhard. Civil Society and Democratic Transition in East Europe. Political Science Quarterly, Vol. 108, N° 2. Published by the Academy of Political Science. Montpelier, Vermont, USA. 1993 20 Gale Stokes. Enseñanzas de las Revoluciones de 1989 en el Este de Europa. Problemas Internacionales, Vol. XL, N° 5. Washington DC, USA, 1991 21 Giuseppe di Palma. Legitimation from the top to Civil Society. Politic Cultural Change in Eastern Europe. World Politics 44, N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA, 1991 22 Citado por H. Marcuse. Op. citada suerte del diligente Ministro del Interior de 1945 en Hungría, Laszlo Rajk, ahorcado junto a sus "cómplices" a instancias del feroz Matyas Rakosi. Luego corrió la misma suerte un ex presidente del consejo de ministros, Traitcho Kostov y sus colaboradores más cercanos, así como varios jefes militares. En Polonia la purga alcanzó nada menos que a Wladislaw Gomulka, quien fue arrestado en mayo de 1950, manteniéndosele detenido sin juicio mientras se celebraba el llamado "proceso de los generales", dentro del cual se le habría pretendido involucrar; pero ese paso no se dio. En Checoslovaquia las depuraciones fueron iniciadas por Rudolf Slansky, quien detuvo al canciller Clementis en calidad de jefe de la supuesta conspiración titoista. Curiosamente Slansky fue arrestado meses después, en un vuelco antisionista impuesto por Stalin, y condenado a muerte en el mismo proceso de varias de sus víctimas, entre ellas el propio Clementis. Este sería el período que Jean Paul Sartre denominaría "de la imbecilidad y el terror".23 23 L. Nagy. Op. citada CAPÍTULO X EL FIN DEL ESTALINISMO El 6 de marzo de 1953 muere Stalin -en medio de arrebatos paranoicos que costaron la vida a varios de sus médicos- y en su lugar queda una troika que sufriría varias modificaciones, pero cuya cabeza visible parecía ser Malenkov. En Moscú se inició, casi de inmediato, una nueva purga, pero esta vez contra dirigentes que parecían cercanos al ex dictador, tales como Beria, Kamarov, Kabulev y muchos otros. La rápida eliminación física de tan selectos criminales no prestigiaba mayormente al nuevo gobierno, pero pareció una señal de cambio que pronto tendría efectos en la Europa sometida. En junio del mismo año se produjeron en Berlín manifestaciones obreras que encontraron una pronta solidaridad de otros estamentos sociales, por lo que se fue generando un clima de rebelión que excedía en mucho las reivindicaciones sectoriales del primer momento, situación que la historia contemporánea ha mostrado una y otra vez en países sometidos a regímenes dictatoriales. La efervescencia se extendió -aunque en menor medida- a Checoslovaquia y Polonia, siendo rápidamente aplacada. En febrero de 1955 Malenkov fue derrocado, en un golpe cupular que fue equivocadamente interpretado en las naciones este europeas. Tras la destitución de Malenkov el poder pasó a la dupla Bulganin-Kruschev, la que en pocos meses se diluyó para quedar éste último como número uno del Kremlin. El 14 de mayo el flamante gobernante sorprende al mundo al inaugurar la alianza militar con los ocho países comunistas europeos conocida como Pacto de Varsovia. Ello sucedió en momentos en que el mundo esperaba otra cosa, una señal de transformación interior como condición previa para avanzar hacia la distensión exterior. Pero varios miembros de la cúpula soviética, incluido el propio Kruschev, estaban dispuestos a entregar esa señal, no sólo a Occidente sino, por sobre todo, a su propio pueblo. La oportunidad la brindó el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, celebrado entre el 14 y el 25 de febrero de 1956: 1.600 delegados escucharon estupefactos enumerar las atrocidades cometidas por el otrora intocable Josef Stalin, el constructor de la Unión Soviética, el vencedor del Reich, quien esta vez fue calificado de "aventurero sanguinario, cruel y estúpido" y "Calígula del Kremlin".24 Los "duros" que sobrevivían, amparados por Molotov, debieron replegarse sin que el ex dictador encontrara defensores. La Unión Soviética, y particularmente sus naciones satélites, enfrentaron perceptiblemente, a partir de ese momento, una triple crisis, conforme lo destaca el autor Laszlo Nagy: una crisis moral, una crisis ideológica y una crisis de autoridad. "Y todo ello en tres niveles: el individual, el nacional y el internacional. La crisis moral afectaría 24 L. Nagy. Op. citada principalmente a los individuos, conmocionados por las revelaciones hechas sobre el carácter falso e inhumano de un sistema que, sin embargo, se les había presentado hasta entonces como el mejor posible, mientras que la crisis ideológica y la de autoridad amenazaban al mismo tiempo el equilibrio interior de los países comunistas y la supervivencia del campo socialista. Y, lo que es peor aún, la desestalinización no solamente comprometía al socialismo como doctrina, como ideología y como principio estatal, sino que, además, debilitaba a un tiempo los medios capaces de restaurar la autoridad moral, el orden interno y la unidad internacional del campo socialista".25 Rakosi vs. Nagy.Mientras los analistas aseguraban que tales señales de relajamiento darían lugar a un pronto endurecimiento, el líder húngaro Matyas Rakosi y sus más cercanos colaboradores fueron convocados al Kremlin, donde fueron duramente reprendidos, recibiendo órdenes perentorias de entregar sus cargos a un nuevo gobierno, el que debía ser dirigido por el hasta entonces marginado fundador del partido Imre Nagy. El nuevo gobernante no era tampoco muy querido por sus indiferentes y resignados compatriotas, quienes recordaban el papel que jugara entre 1945 y 1947. Por lo mismo se vieron sorprendidos cuando Nagy anunció diversas medidas de liberalización económica, mayor tolerancia para las actividades agrícolas y una amplia amnistía para decenas de miles de presos políticos. Pero los "apparatchiki" rakosistas procuraron por todos los medios boicotear esta apertura, actitud que sólo pudo ser atenuada por la intervención de delegados soviéticos en el Congreso del PC húngaro celebrado en mayo de 1954. Sin embargo, el gobierno de Imre Nagy subsistiría sólo hasta febrero de 1955, en que coincidieron la exoneración de Malenkov en el Kremlin con una seria enfermedad de Nagy. A fines del mes siguiente el propio Rakosi anunciaría la proscripción política de este último por "desviación de derecha", siendo por consiguiente excluido del Politburó por segunda vez en su vida política. A fines de 1955 Nagy fue expulsado del partido para desalentar a sectores intelectuales que reclamaban la mantención de los espacios que, de manera efímera, habían obtenido. Al reiniciarse la desestalinización, en febrero del año siguiente, el ya recuperado Nagy se convirtió en un impensado líder popular, a pesar de lo cual supo mantener un prudente silencio. La posición de Rakosi se hizo cada vez más inconfortable: pasaba alternativamente de discursos conciliadores y decretos de amnistía a distintas formas de represión, lo que terminó por privarle del respeto de sus propios camaradas. En la antesala de una inminente purga interna, el Kremlin envió al habilidoso Anastas Mikoyan a destituirlo. Pero en su lugar quedó otro estalinista de la vieja guardia: Ernö 25 L. Nagy. Op. citada Gerö, quien sería incapaz de entender y descomprimir el profundo conflicto que se estaba incubando en la sociedad húngara, del cual ni el propio partido estaba incólume. En Checoslovaquia la muerte de Gottwald, a los pocos días de fallecer Stalin, ofreció una excelente coyuntura para iniciar un cambio sin traumas; pero la cúpula del partido no tenía intenciones de cambiar nada. El opaco estalinista Antonin Novotny tomó la dirección del Partido, a partir de la cual impuso su voluntad al presidente Zapotocky. A fines de 1953 hubo algunos disturbios, pero fueron neutralizados con una dosis de represión y otra de compromisos menores. La temeridad de Gomulka.El gobierno polaco de Bierut sólo hizo concesiones formales, tras las cuales acentuó la represión, hasta el punto de arrestar al cardenal Wysinski y ejecutar a diecinueve militares de alto rango. Pero la desaparición de Beria había provocado el retiro de numerosos agentes soviéticos que prestaban funciones en la policía política y, con ello, disminuyó la cohesión de ésta. Sus crueles procedimientos fueron conocidos por los polacos luego de la deserción a Occidente del coronel Swiatrlo, cuyas declaraciones fueron profusamente transmitidas a través de Radio Europa Libre. En medio de un generalizado descrédito, el ministerio de Seguridad fue suprimido en diciembre de 1954, aunque sus funciones fueron asumidas por un comité de bajo perfil. Desde entonces se dieron tímidos pasos hacia una relativa liberalización, entre los cuales estuvo la excarcelación del vilipendiado Gomulka, cuyo mayor pecado había estado en sus referencias a una "vía polaca hacia el socialismo", tesis que pareció legitimarse con la reconciliación entre el Kremlin y la Yugoslavia de Tito. La muerte de Bierut en Moscú, dos semanas después del XX Congreso, alimentó las expectativas de cambio. Temeroso de que la situación escapara a su control, el propio Kruschev concurrió a Varsovia para participar en la designación de sucesor, impidiendo la elección de Zambrovski por su origen judío y respaldando -paradojal pero prudentementeal estalinista Ochab para llevar a cabo la desestalinización. Esta comenzó en abril de 1956 con una amnistía a 35.000 presos políticos, cifra que no pasaba de la mitad de los existentes. Fueron nuevamente los trabajadores quienes pusieron a prueba al nuevo gobierno. En el mes de junio la empresa Stalin (!) de Poznan inició una huelga por demandas salariales, enviando una delegación a Varsovia, la que se entrevistó con el Ministro de Industria. Este los amenazó con enviar los tanques si salían a la calle. La difusión de esta amenaza, junto a rumores de detención de los delegados, desató la ira de los obreros de Poznan y de gran parte de su población, lo que dio lugar a una manifestación que en pocas horas se convirtió en insurrección, con ataques a sedes del partido, linchamiento de funcionarios y liberación de prisioneros, con un saldo superior a cincuenta muertos. Las duras medidas anunciadas inicialmente dieron paso a fórmulas de compromiso y ofertas de mayor democratización; pero los acontecimientos parecían ya fuera de control, generalizándose la idea de un cambio drástico en la conducción. El 19 de octubre se inició el Congreso del Partido Comunista, el que reincorporó apresuradamente a Gomulka y otros líderes desplazados y aceptó la renuncia del Politburó. Esa tarde Varsovia recibió la inusitada visita de Kruschev, Molotov, Mikoyan, Kaganovich y una docena de generales y almirantes soviéticos, mientras el contingente militar soviético estacionado en Polonia iniciaba ejercicios en las cercanías de la capital, en tanto que obreros y estudiantes se organizaban para defenderse de la inminente agresión. El propio Gomulka enfrentó a Kruschev después de recibir un informe sobre el movimiento de tropas soviéticas, advirtiéndole temerariamente que si no detenía el ingreso de blindados a Varsovia daría a conocer la situación al pueblo polaco. Sorprendentemente la amenaza de transparencia intimidó al líder ruso, quien ordenó detener el avance. El súbitamente popular Gomulka fue elegido sin oposición como primer secretario, después de haber responsabilizado al gobierno y al partido de la crisis que comenzara en Poznan, sin perjuicio de reiterar su adhesión al comunismo y la inalterable amistad con la Unión Soviética. En los días siguientes el flamante gobernante adoptó medidas que acentuaron su popularidad: una nueva ley electoral, liberación del cardenal Wysinski y regreso a su país de los numerosos consejeros soviéticos agregados al Ejército y a la Policía. Sin embargo, en los años venideros Gomulka demostraría una y otra vez que su adhesión a Moscú no era un mero discurso; por el contrario, pronto se convertiría en incondicionalidad. Hungría, 1956.Los acontecimientos de Poznan y el Congreso del 19 y 20 octubre en Polonia fueron el detonante de la crisis húngara, que estalló dramáticamente el día 23. La diferencia estuvo en que mientras en Polonia el partido comunista se puso a la cabeza del movimiento de reivindicaciones, en Hungría el gobierno enfrentó brutalmente a los cientos de miles de manifestantes que voceaban el nombre de quien en 1946 dirigiera el aplastamiento de sus aliados demócratas: el doblemente proscrito Imre Nagy. A la represión de la policía de seguridad, la A.V.O., siguió la acción del Ejército en las calles de Budapest, pero sus tropas comenzaron a pasarse masivamente al bando rebelde, ante lo cual Ernö Gerö optó por solicitar secretamente la intervención soviética para defender el régimen. En medio de ese paroxismo, se probó una vez más que la unidad monolítica del partido era más aparente que real cuando de su propio seno surgió el clamor para rehabilitar a Nagy, quien fue convocado esa misma noche para formar gobierno junto al también defenestrado Janos Kadar, quien asumió la dirección del partido. Sus primeras medidas estuvieron orientadas a bajar la presión popular: disolución de la policía política, autorización de existencia de otros partidos, liberación de los presos políticos incluido el cardenal Mindszenty y eliminación de la censura de prensa. La visita de Mikoyan a Budapest en esos días permite deducir que el Kremlin estuvo de acuerdo con tales reformas, en cuanto permitían conservar a Hungría en la órbita soviética. Pero el político ruso no fue informado del paso que vendría a continuación: el retiro del Pacto de Varsovia y la declaración de neutralidad. El 31 de octubre Hungría se enteró del avance de tropas soviéticas hacia sus fronteras, mientras en todas las latitudes surgía una corriente de simpatía hacia el nuevo régimen, la que se manifestaba incluso en la prensa china, polaca y yugoslava.26 Pero el 1 de noviembre un nuevo frente de conflicto conmocionó al mundo con la amenaza de una guerra generalizada. Estalló la crisis del Canal de Suez, en la que los aliados franco-anglo-israelíes hicieron su voluntad ante una Unión Soviética que se limitó a enérgicas protestas. Esta situación, junto a la desaparición de las primeras planas de la incipiente revolución húngara, resultó desastrosa para el gobierno de Nagy. Los intentos para que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas propusiera medidas de emergencia tendientes a preservar la soberanía húngara se estrellaron con la indiferencia del gobierno norteamericano, el que ostensiblemente prefirió considerar la crisis como "un asunto de familia", manteniéndola al margen del ya álgido conflicto este-oeste. Entretanto, Pekín viraba en 180 grados su posición para exigir el fin de "la aventura contrarrevolucionaria". Al interior del país, con una pobre evaluación de los peligros que enfrentaba la hasta entonces exitosa revolución, los flamantes partidos de derecha cayeron en un prematuro triunfalismo, llegando al extremo de negar legitimidad al nuevo gobierno, calificando a sus integrantes como "sucesores del régimen derrocado", posición a la que adhirió el propio cardenal Mindszenty. La primera reacción del Kremlin pareció tranquilizadora: envió una delegación militar a discutir las modalidades del retiro de las tropas soviéticas acantonadas en Hungría. Después de una reunión de presentaciones en la sede de gobierno, las comisiones negociadoras de ambos países iniciaron sus deliberaciones en el cuartel soviético situado cerca de la capital. Hasta allí llegó, en la medianoche del 3 de noviembre, un pelotón comandado por el general Serov, jefe de la policía secreta de la URSS, el cual detuvo a los delegados húngaros, entre los cuales estaban los ministros de Estado y de Defensa. Paralelamente ingresaban a Budapest y otras ciudades varias divisiones blindadas soviéticas. A pesar de las desesperadas solicitudes radiales de auxilio formuladas por Nagy y de la heroica resistencia de civiles y militares húngaros, al cabo de cinco días la invasión estaba consumada. Janos Kadar, quien había desaparecido sin explicaciones de Budapest antes de llegar la representación soviética, ingresó a la ciudad en un furgón militar soviético y fue literalmente instalado en el poder, luego de lo cual condenó enérgicamente "la traición de 26 L. Nagy. Op. citada Imre Nagy" a la causa socialista, asegurando que "se pretendía instaurar el sistema más reaccionario de las dictaduras burguesas, la dictadura fascista".27 Así, "en octubre de 1956 el llamado campo socialista no se parecía, sino muy remotamente, al bloque monolítico legado cuarenta y cuatro meses antes por Stalin".28 27 H. Bogdan. Op. citada 28 L. Nagy. Op. citada CAPÍTULO XI AJUSTES EN LAS CÚPULAS Pero ya no era posible regresar al estalinismo sin poner en peligro la hegemonía comunista. "La megalomanía de los planes quinquenales conducía la economía de los países del Este al borde del abismo; el retraso de la agricultura y del consumo comprometía la ejecución de los planes incluso en los sectores prioritarios; la lucha de clases artificialmente mantenida en el interior y la guerra fría en el exterior imponían a los pueblos una carga insoportable de sufrimientos y renuncias. Era preciso que aquello cambiase." "El único modo de salvar al socialismo vacilante era entonces frenar su construcción, moderando el ritmo de la industrialización y corrigiendo los defectos de los planes. No se trataba, evidentemente, de renunciar a las bases propias del régimen socialista, sino de remediar sus imperfecciones más chocantes, sobre todo una de ellas: el desprecio al consumidor".29 Por ello se comenzaron a introducir reformas en el sector industrial, sacrificando las exigencias de una industria pesada excesivamente onerosa en favor de la producción de bienes de consumo; se liquidaron las ineficientes sociedades mixtas; se revisaron los leoninos tratados comerciales impuestos por la Unión Soviética y se implementaron líneas de crédito para financiar las reformas industriales. Esta última medida probablemente perseguía también compensar a los satélites por la expoliación a que fueron sometidos por la URSS entre 1945 y 1956, la que ha sido estimada en unos 20.000 millones de dólares de la época.30 Por otra parte, la reconciliación con Yugoslavia vino a sellar la legitimación del "camino propio", lo que involucraba una cierta autonomía a los gobiernos nacionales. En la misma línea se puso fin al bilateralismo, privilegiándose desde entonces las consultas multilaterales, en las que la iniciativa ya no pertenecía necesariamente al Kremlin. Pero este camino no estaba exento de riesgos. Para congraciarse con sus adversarios Kruschev fue gradualmente sacando del limbo político a destacados miembros de la vieja guardia estalinista y otros dirigentes que había desplazado en su ascenso hacia el poder, tales como Molotov, Malenkov, Vorochilov, Kaganovich y Bulganin entre otros. Pero no obtuvo el reconocimiento que esperaba: a mediados de 1957 éstos lograron una ocasional mayoría en el Presidium y exigieron la dimisión de Kruschev, quien logró volcar la situación en su favor gracias a la decidida intervención de Mikoyan, Suslov y del legendario mariscal Shukov, la que culminó con la denuncia pública del que fue calificado de "grupo 29 L. Nagy. Op. citada 30 L. Nagy. Op. citada antipartido". El éxito soviético en realinear a Polonia y a Hungría, así como la victoria del sector "liberal" del Kremlin, se vieron coronados por las hazañas espaciales con que la URSS asombró al mundo a fines de 1957. En este contexto se celebró en Moscú el 40° aniversario de la Revolución de Octubre, con la asistencia de los líderes de 68 partidos comunistas, incluidos todos los que detentaban el poder. Aunque el mariscal Tito se autoexcluyó por la presencia de China, ésta última se sumó al reconocimiento del liderazgo soviético, aunque la declaración final admitió la existencia de diferentes caminos hacia la construcción del socialismo, con lo que se puso definitivo fin al concepto centralista estaliniano, dando lugar a la fase que Palmiro Togliatti bautizó -en forma exagerada- como "policéntrica". Pero esta aparente cohesión ocultaba las sombras que habían dejado "los dos octubres" de Europa Oriental: el pueblo húngaro no olvidaría la sangrienta invasión; los polacos no tardarían en comprobar que la mayoría de sus aspiraciones había sido traicionada; Occidente había perdido la confianza en el líder soviético, y China se volvería a distanciar ante los infructuosos intentos del Kremlin por ganarse la voluntad de las potencias occidentales. En 1964 Nikita Kruschev fue derrocado, o más bien "aplastado por su insostenible papel de equilibrista entre dos épocas del comunismo", lo que hizo temer una vuelta al pasado, pero, en términos generales, ello no sucedió. En tanto, "al final de la era kruschevista las democracias populares europeas no se ocupaban ya de la construcción entusiasta y desinteresada de un porvenir mejor para las generaciones futuras, sino solamente de un acondicionamiento aceptable del presente".31 El XXIII Congreso del P.C.U.S. fue calificado por un cronista ruso como "el primer Congreso no histórico del Partido comunista soviético". Los nuevos jerarcas, los ingenieros Brezhnev y Kosygin evidenciaron su intención de no modificar la línea seguida hasta entonces y de manejarse estrictamente dentro de los márgenes del realismo. La fase de recomposición de liderazgos.Janos Kadar se propuso desde un comienzo profundizar la liberalización de la economía, pero sin brindar ningún espacio de libertad política. En febrero de 1957 Imre Nagy fue expulsado del Partido junto a Rakosi y Gerö, y la corriente revisionista conocida como comunismo nacional fue calificada de "hermana gemela del nacional socialismo". A pesar de la escasa credibilidad del gobierno, ese año se registró cierto mejoramiento en los niveles de vida, lo que fue hábilmente publicitado por Kadar, quien se sintió suficientemente consolidado como para ordenar la ejecución de Nagy y sus colaboradores en junio del año siguiente. Durante los años 1959 y 1960 se profundizaría la colectivización de la agricultura -que en 1956 había sufrido un importante retroceso al hacerse voluntaria la 31 L. Nagy. Op. citada pertenencia a las granjas colectivas-, pero al mismo tiempo se inició un gradual proceso de relajación, con medidas tales como amnistía de presos políticos, término de las detenciones administrativas y de los campos de concentración, disolución de los tribunales populares y una relativa apertura del mercado de trabajo para quienes no pertenecían al Partido. Hacia 1964 el odiado Kadar había convertido a Hungría en la más liberal de las democracias populares, con una dirección coherente que no tuvo dificultades en sobrevivir a la caída de Kruschev. Polonia consolidó su obediencia a Moscú, pero durante 1957 se registró un significativo incremento comercial con Occidente, se permitió la propiedad privada agrícola, se introdujo una dosis de autogestión obrera en la industria, se autorizaron las huelgas, mejoraron las relaciones con la Iglesia, disminuyó el régimen de terror y se concedieron libertades en el plano artístico y cultural. Por otra parte, en su afán por consolidar el liderazgo comunista, la URSS liberó a más de 100.000 polacos detenidos en su territorio y condonó la deuda contraída por Polonia antes de 1956, la que ascendía a 500 millones de dólares. Sin embargo el pueblo esperaba más libertades. Las manifestaciones, las protestas obreras y la actividad política opositora continuaron, en tanto que la prensa se abrió a la crítica y al análisis sobre la recomposición de la sociedad polaca, por lo que el régimen puso rápida marcha atrás: se suprimieron conquistas laborales como el derecho a huelga y la autogestión, se cerraron medios de difusión, se restableció la censura, se clausuraron clubes de intelectuales y recrudeció el distanciamiento con la iglesia católica. Y el contraste con su apertura hacia el exterior pronto quedó en evidencia: una publicitada visita de Kruschev en 1959 transcurrió en medio de la indiferencia colectiva, en tanto que, diez días después, el presidente Nixon era entusiastamente recibido por más de 250.000 personas. Entre 1962 y 1964, en una nueva y sorprendente voltereta, Gomulka se dedicó a depurar al gobierno y al partido de quienes fueran sus aliados durante la crisis de 1956, rigidizó la economía y neutralizó resueltamente cualquier intento de disidencia. Para incrementar la obtención de divisas no tuvo inconvenientes en aumentar la exportación de productos agrícolas a costa de un menor consumo local. La primavera de Praga.El checo Antonin Novotny eludió diestramente las presiones para suavizar su opresivo régimen, invocando como pretexto lo sucedido en Polonia y Hungría. Al morir el presidente Zapotochky, en noviembre de 1957, asumió ese cargo junto a la dirección del partido. Mantuvo una permanente crítica a la "vía polaca" y enfatizó la prioridad de la industria pesada sobre la producción de bienes de consumo, incluidos los agrícolas. En julio de 1960 dictó una nueva Constitución que transformó a Checoslovaquia de democracia popular en República Socialista, la segunda del mundo con esa denominación. En tanto la colectivización abarcó el 88 por ciento de las tierras cultivables. El segundo hombre de su régimen, el "liberal" Rudolf Barak, fue detenido y condenado a quince años de cárcel como "responsable de la lentitud de la desestalinización".32 Pero en 1963 el descontento de los ignorados eslovacos y algunos sectores del partido, así como de respetados intelectuales, comenzó a manifestarse abiertamente. Para conjurar una crisis, Novotny se vio obligado a sacrificar a algunos fieles aliados, aceptó la nominación del liberal eslovaco Alexander Dubcek como primer secretario del partido eslovaco y rehabilitó en forma póstuma a Clementis, Slansky y otros dirigentes sacrificados en años anteriores. Se levantó la censura a las obras de Kafka y se liberó al arzobispo de Praga, encarcelado desde 1949. Por último, para detener la caída vertical de los indicadores económicos, se debieron adoptar medidas liberalizadoras en ese plano, de las cuales Novotny se presentó como entusiasta artífice. Sin embargo la agitación continuó extendiéndose lenta pero inexorablemente, en especial entre intelectuales como Havel, Kohut, Vaculik y muchos otros, quienes enfrentaron con entereza todas las formas de represión, logrando crear conciencia nacional de la incapacidad del gobierno para entregar soluciones reales. El antisemitismo que caracterizó generalmente a las democracias populares también se volvió contra el gobierno cuando el escritor Mnacko huyó hacia Israel, donde denunció la persecución de intelectuales judíos en su patria, siendo respaldado por el Congreso de Escritores celebrado en Praga en junio de 1967.33 Los nuevos intentos de reprimir a los intelectuales chocaron con la resuelta oposición de Dubcek, quien encabezaba de hecho el ala liberal. En un último intento por recuperar el control, Novotny cometió su peor error: con el apoyo del general Sejna, programó un golpe de fuerza que se llevaría a cabo durante las fiestas de fin de año, pero el intento abortó después que la conspiración fue denunciada a Dubcek por el ministro de Defensa, general Dzur. Novotny entendió que la posesión de la fuerza ya no le bastaba: ofreció una "autocrítica limitada" al Presidium y pidió el apoyo de Brezhnev, sin obtenerlo. El 5 de enero de 1968 fue obligado a entregar la dirección del Partido a Dubcek y en marzo la presidencia al general Svoboda. El 5 de marzo Alexander Dubcek adoptó una medida trascendental e inusitada: eliminó la censura de prensa, dando paso a un debate político franco y abierto que la mayor parte de los checoslovacos no habían presenciado jamás. La Iglesia destituyó al abate Plohjar de sus funciones en el Movimiento de la Paz del Clero Católico, organización cripto-comunista, y comenzó a ejercer una plena libertad de culto. El gobierno rehabilitó a los sacerdotes condenados, incluidos los obispos recluidos, los que asumieron el control de sus antiguas diócesis. En el mes de abril el Comité Central proclamó oficialmente el reposicionamiento del partido, señalando que "su objetivo no es convertirse en 32 L. Nagy. Op. citada 33 H. Bogdan. Op. citada administrador universal de la sociedad ni trabar toda la vida social con sus directivas. La política del partido no debe en absoluto engendrar en los ciudadanos no comunistas el sentimiento de que el partido los lesiona en sus derechos y en su libertad". Así se inauguraba "el socialismo con rostro humano", que sería la base de sustentación de la Primavera de Praga, cuyos autores habían sido hombres de probada lealtad a Moscú, con directa participación en el golpe de 1948 (como eran los casos de Sbovoda y el presidente de la Asamblea Nacional, José Smrkovsky) y que, al menos, no habían despertado sospechas durante la etapa estalinista. La prensa soviética y de las restantes democracias populares reaccionó primero con estupor y luego con duras críticas y poco veladas advertencias a "los elementos antisocialistas que atacan al partido".34 En los meses siguientes el nivel de la discusión interna se sobrecalentó demasiado, haciendo temer por la estabilidad del sistema, lo que obligó a Dubcek y Smrkovsky a insistir en que no se tolerarían excesos. Pero ya era muy difícil controlar la dinámica propia de un proceso que había generado una fuerte mística colectiva, alimentada de frustraciones y expectativas largamente contenidas. La experiencia de Hungría, doce años antes, pudo servir de lección, pero el pueblo y sus verdaderos líderes -la clase intelectual- no temían ser imprudentes. La libertad parecía demasiado cerca como para quedarse a medio camino. El "Manifiesto de las mil palabras", elaborado en la Sociedad de Escritores y ampliamente difundido, planteó la imposibilidad que el Estado socialista, el partido y los dirigentes comunistas pudiesen conducir al país a un régimen liberal, por lo que éstos no podían considerarse aliados sino adversarios que debían ser derrotados. Ante la ausencia de corrientes cívicas independientes y de una clase media consolidada, los intelectuales checoslovacos asumieron la tarea de cuestionar el socialismo real y legitimar los postulados democráticos. La inesperada negativa de Rumania a condenar la experiencia checoslovaca llevó a Moscú a constituir el Grupo de los Cinco, integrado por los restantes miembros del Pacto de Varsovia. Estos señalaron en julio que no podrían aceptar "que Checoslovaquia se vea en peligro de ser separada de la comunidad socialista. Ese es un problema de todos los comunistas".35 La categórica negativa de Dubcek a la existencia de tal peligro no fue tomada en cuenta: a fines del mismo mes una delegación soviética del más alto nivel, encabezada por el propio Brezhnev, se reunió en la frontera de ambos países con los máximos dirigentes checoslovacos en un ambiente de confrontación. Durante los primeros días de agosto el Kremlin contemplaría inquieto la que sería la última provocación de Dubcek: con diferencia de pocos días visitaron Praga Tito y Ceausescu, siendo recibidos triunfalmente. Era obvio que Brezhnev temiera la pronta formación de una Pequeña Entente dentro del bloque socialista. La noche del 20 al 21 de agosto de 1968 las fuerzas del Pacto de Varsovia entraron a Checoslovaquia desde todas las direcciones, la Fuerza Aérea soviética tomó el 34 Pravda.Edición de 13 de abril de 1968. Citado por H. Bogdan. Op. citada 35 H. Bogdan. Op. citada control de los aeropuertos y desembarcó tropas que ocuparían en pocas horas los principales edificios del gobierno y del partido. Estos no habían adoptado precauciones de ningún tipo, aunque no podían dejar de conocer las concentraciones de tropas en sus fronteras. Dubcek, Smrkovsky y Cernik fueron arrestados y enviados a Moscú, mientras en el país se producían escasas, aunque temerarias, manifestaciones de repudio, que culminaron poco después con la dramática autoinmolación del estudiante Jan Palak en la Plaza de San Wenceslao. En el Kremlin Dubcek debió suscribir una burda autocrítica, siendo formalmente mantenido en su cargo hasta abril de 1969, en que asumió otro eslovaco, Gustav Husak. El ejército soviético se mantendría en suelo checoslovaco hasta el derrumbe del comunismo. CAPÍTULOXII TRANSICIÓN DENTRO DEL SISTEMA En la década de los 70 la distensión provocaría un cambio de mentalidad en las poblaciones de las naciones de Europa oriental, alimentado por el efecto de la inevitable inercia del pensamiento libre, el que, aún sin manifestarse públicamente, se consolidó definitivamente en los círculos intelectuales, que en Checoslovaquia continuaron siendo adalides de una prudente pero inclaudicable oposición. En los años 60 se habían comenzado a generar corrientes disidentes en el seno de los partidos comunistas, "las que fueron en esencia una forma de cuestionamiento moral, orientadas a producir grietas en el partido oficial, señalándole como debía actuar e instando por un socialismo más humano". Contra la corriente libertaria que afloraba en la sociedad, "a partir de 1968 los disidentes marxistas fueron marginados de los partidos o forzados a dejarlos. Algunos de ellos continuarían su labor crítica desde fuera del partido y aún del marxismo, a menudo fundados en valores liberales o tradicionales" (M. Bernhard). Por otra parte, gradual y prudentemente la Iglesia Católica fue recuperando su presencia social. Los Acuerdos de Helsinki en 1975 fueron la justificación de varios comités de defensa de los derechos humanos y de nuevas formas de oposición política por parte de disidentes y reformistas, quienes dejaron de hacer sugerencias a las autoridades para concentrar sus esfuerzos en desarrollar formas de resistencia. "Uno de los primeros teóricos en promover esta nueva posición fue el filósofo polaco exiliado Leszek Kolakowski, quien conservaba gran influencia en los círculos intelectuales de su país. En su ensayo 'Esperanza y Desesperanza' rompió con el prevaleciente pesimismo acerca de la posibilidad de un cambio político democrático en Europa del este después de la normalización soviética en Checoslovaquia". "Kolakowski consideraba que el sistema podía ser reformado desarrollando formas de resistencia social que explotaran las contradicciones del sistema, para lo cual planteó orientaciones reformistas basadas en la convicción de que era posible generar un proceso de presión efectiva, gradual y parcial, ejercida en una perspectiva de largo plazo, y que apuntara a la liberación social y nacional".36 Entre sus seguidores se destacaron Jacek Kuron y Adam Michnik, quienes asumieron el desafío de una estrategia gradual de largo plazo con la fundación, en 1977, de la combatiente agrupación KOR (Comité de Defensa Obrera). 36 M. Bernhard. Op. citada Su equivalente checoslovaco fue la famosa Carta 77, suscrita por más de 500 personalidades de la cultura -entre los cuales se encontraba el joven escritor Vaclav Havelque exigía a las autoridades libertad de conciencia y opinión. En mayor o menor medida, la respuesta fue siempre la represión, pese a lo cual los disidentes no cesaron en su laboriosa tarea de horadar el sistema, normalmente sin más armas que el testimonio personal. En ese espíritu fue redactada la carta que Havel envió a Gustav Husak en esos días: "Nunca sabremos cuándo se cuela una minúscula chispa de conocimiento en la gama de las pocas células del cerebro que, por así decirlo, están adaptadas para que el organismo cobre conciencia de sí mismo, y logra iluminar de pronto el camino para toda la sociedad, tal vez sin que ésta se de cuenta de cómo fue que llegó a ver ese camino".37 El impacto de Solidaridad. En diciembre de 1970, ante un súbito incremento de los precios en medio de una galopante crisis económica, se produjeron huelgas en toda la costa polaca del Báltico, las que Gomulka enfrentó con el ejército, con un saldo de decenas de víctimas. Sin embargo el movimiento no cesó. En los astilleros Lenin de Gdansk se formó un comité de huelga presidido por el electricista Lech Walesa. El resto del país sólo tuvo una versión trucada y tardía de lo sucedido a través de un comunicado oficial que responsabilizaba de los hechos a "vagos y marginados". La consecuencia inmediata fue la destitución de Gomulka por el Politburó, el que se reunió sin siquiera citarlo, informando que se encontraba enfermo e incapacitado de continuar en sus funciones. En su reemplazo fue designado el ex minero Edward Gierek, quien fue un celoso continuador de la línea política de su antecesor, aplicando la misma receta represiva a la agitación laboral de los años siguientes. Particularmente trascendente resultaron las huelgas registradas en 1976, dirigidas de manera inteligente y estructurada, con planteamientos que se encontraban a medio camino entre lo social y lo político. La importancia de este movimiento en los acontecimientos de la década siguiente ha sido destacada por analistas como Michael Bernhard: "El primer paso en la autoliberación de la sociedad civil en Polonia fue la exitosa implementación de una estrategia de resistencia resueltamente opositora -y no disidente- como respuesta a la represión de los movimientos laborales de junio de 1976. El actor social más importante en la creación de esta oposición fue el Comité de Defensa de los Trabajadores, KOR, que se concentró específicamente en ayudar a las víctimas de la represión estatal durante las huelgas". Por otra parte, el KOR "desempeñó un rol crucial al crear una prensa clandestina o samizdat, con circulación regular".38 37 Citado por G. Stokes. Op. citada 38 M. Bernhard. Op. citada Esta entidad alentó a muchos polacos a formar y participar en organizaciones similares, las que normalmente mantuvieron estrecha vinculación con el Comité, lo que contribuyó decisivamente a consolidar una oposición activa al régimen, la que en el período previo a las huelgas de 1980 se había incrementado en términos sin precedentes en el bloque soviético. Por otra parte, este sorprendente desarrollo organizacional "dio lugar a una capacidad de autodefensa que forzó al aparato estatal a tolerar su existencia." "Hacia fines de los 70 la proliferación de variadas organizaciones y movimientos, su dispersión geográfica, la creciente participación social en sus actividades y la amplia cobertura de la prensa clandestina habían ampliado el espacio público en Polonia, y los actores involucrados en él se posicionaron como una base potencial para una sociedad civil reconstituida".39 La reanudación del diálogo con la Iglesia Católica proporcionó al gobierno un período de relativa distensión, pero la situación económica continuó deteriorándose, profundizándose un conflicto social que nunca intentó seriamente resolver. La escasez, el mercado negro y los ostensibles privilegios de la nomenklatura local, junto a la constante persecución de toda expresión de disidencia, propagaron el descontento a todo el país, en tanto la Iglesia, legitimada ahora por el propio régimen, adquiría un inesperado liderazgo en la adversidad, bajo la sólida conducción del excarcelado cardenal Wyszinski. La elección del cardenal Wojtila como Papa en 1978 no sólo reafirmó la autoridad de la iglesia local, sino que fijó la atención mundial en la situación polaca. Juan Pablo II demostraría tener clara conciencia de ello. Dos meses después de su investidura efectuó una visita a su patria, siendo acogido triunfalmente. Las autoridades, obligadas a mostrar un respeto reverencial a quien desde el obispado de Cracovia se había constituido en un incómodo y constante crítico de su gestión, debieron escuchar impasibles sus mensajes en favor de la libertad religiosa y de respeto a los derechos humanos. Desde entonces la Iglesia polaca mantuvo la presión en favor de mayores libertades públicas, intensificándola en los momentos más álgidos. Así, a comienzos de 1980, después de numerosas detenciones de dirigentes obreros e intelectuales, el episcopado pidió "la suspensión de las persecuciones contra quienes tienen puntos de vista diferentes", previendo que tales represalias podrían crear tensiones sociales.40 Sin embargo, las nuevas fronteras del espacio público no fueron formalmente reconocidas por el Estado y el partido hasta que los movimientos laborales del verano de 1980 forzaron a las autoridades a aceptar su pliego de veintiuna demandas mediante el Acuerdo de Gdansk, lo que implicó reconocer la autonomía de las organizaciones 39 M. Bernhard. Op. citada 40 H. Bogdan. Op. citada opositoras. "Sólo a partir de entonces podemos hablar de reconstitución de la sociedad civil polaca".41 Y la espiral continuó: a comienzos de julio el gobierno anunció incrementos de precios, lo que provocó de inmediato la huelga de la empresa de tractores Ursus, seguida de los astilleros de Gdansk. A fines del mes había unas cien empresas paralizadas, ante un Gierek que se negaba a dar marcha atrás, pero que no se resolvía a adoptar las medidas que diez años antes habían precipitado la caída de Gomulka. En agosto el paro se extendió a todas las actividades de la economía, suspendiéndose incluso los servicios de transportes. Pero, a diferencia de las restantes naciones satélites -y por cierto de la propia Unión Soviética-, "Polonia exhibía una historia de desafíos al gobierno comunista, lo que dejaba el terreno abonado para el nacimiento de una organización contestataria".42 El comité de huelga de Gdansk llevó sus exigencias más allá de las reivindicaciones económicas: constituyó el sindicato interempresas Solidaridad, exigió irrestricta libertad religiosa y transmisión de misas por radio. Los días domingos, reunidos en gigantescas concentraciones bajo retratos del Papa, los trabajadores escuchaban la misa impartida por decenas de sacerdotes. Los primeros días de octubre comenzó la concentración de tropas soviéticas en la frontera polaca y la prensa de los países comunistas fue casi unánime (con excepción de la húngara y la yugoslava) en condenar estos sucesos. El 5 de octubre Gierek fue depuesto y el diálogo sucedió a sus poco creíbles amenazas. El 31 de octubre el gobierno, representado por un nuevo ministro del Interior -el liberal Pinkowski- aceptó la mediación de la Iglesia para solucionar el conflicto y accedió a la mayoría de las demandas. Las consecuencias de esta crisis transformarían de manera irreversible las relaciones futuras entre las tres partes involucradas. La Iglesia se convertía en interlocutor válido -y necesario- en el tratamiento de los conflictos sociales. La efectividad y convocatoria demostradas por los obreros de Gdansk, ahora agrupados en Solidaridad, erosionó seriamente el sindicalismo oficial, el que resultó desacreditado ante su base y ante el país, perdiendo la conducción y representación de la clase obrera. El régimen se había desnaturalizado al perder un elemento de su propia esencia, como era el respaldo de los trabajadores, supuestamente la clase privilegiada del sistema comunista y en favor de la cual gobernaba el partido que decía existir para representar sus intereses. Este dilema fue comprendido por la cúpula partidista, la que también tomó nota que una nueva confrontación con actores fortalecidos, bien organizados y de sólida raigambre popular, 41 M. Bernhard. Op. citada 42 Russell Bova. Political Dynamic of the Post Communist Transition. World Politics, Vol 44, N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA. 1991 pondría en peligro la subsistencia del sistema, el que no podría ser salvaguardado sin el empleo de una represión que por ahora parecía políticamente vedada. El problema económico estaba lejos de ser resuelto: algunos clientes comerciales de Polonia evidenciaban síntomas recesivos que auguraban una contracción del mercado para sus productos, en circunstancias que el país debía continuar adquiriendo aquellos bienes de consumo cuya producción había sido desincentivada en las últimas décadas. La deuda externa ya resultaba preocupante en momentos en que las tasas de interés se incrementaban y al Estado se le hacía imposible seguir subsidiando los precios internos. En tales circunstancias el gobierno no parecía tener otra opción que aumentar los precios y disminuir el consumo interno, con el consiguiente riesgo político. El hecho de que la oferta estuviese concentrada en el Estado no hacía más que agravar esta situación, dejándolo sin pretextos válidos ni chivos expiatorios a los cuales echar mano. La remoción de Gierek y su equipo, en razón de "los problemas cardíacos" que afectaban al primer secretario, llevó al cargo de primer secretario al centrista Stanislaw Kania y a la cabeza del gobierno quedó el pragmático general Jaruzelski para dar garantías a Moscú y comprometer al Ejército en su gestión. Ambos quedaron flanqueados por reconocidos liberales del Partido, como el ya mencionado Pinkowski. El sindicato Solidaridad se extendió por todo el país, generando una iniciativa similar entre los campesinos, Solidaridad Rural. Debió por cierto dar una dura batalla legal y judicial antes de obtener el reconocimiento oficial, contando en todo momento con el resuelto apoyo de Juan Pablo II, quien desde el Vaticano insistía en el derecho de los trabajadores polacos a organizarse libremente. Por otra parte, de manera casi imperceptible, los postulados de la organización evolucionaron más allá de las reivindicaciones sociales, transformando al movimiento que encabezaba en una "revolución moral", según lo bautizó Andrzej Gwiazda. "Lo que todos teníamos presente no era sólo el pan, la mantequilla y los embutidos", decía el programa de Solidaridad, "sino también la justicia, la democracia, la verdad, la legalidad, la dignidad humana, la libertad de creencias y la restitución de la república".43 El impresionante poder de movilización de Solidaridad preocupó a los gobernantes de las restantes repúblicas de la órbita soviética y, particularmente, al propio Kremlin. En una misiva enviada por el PCUS a su congénere polaco se le prevenía ante "la contrarrevolución que se oculta en el seno de Solidaridad" y se citaba una frase de Brezhnev: "No dejaremos perjudicar a la Polonia socialista y no abandonaremos en la desgracia a un país hermano". Kania respondió que reconocía el peligro, precisando que no había mejores alternativas a la línea de renovación socialista y que "el poder del Estado y la dirección del 43 Citado por G. Stokes. Op. citada partido están decididos a defender al socialismo hasta el fin, pero que Solidaridad y la Iglesia tienen también cabida en el proceso de evolución".44 Alexis de Tocqueville sostenía que la revolución no está necesariamente condicionada a que la situación de un país empeore. Por, el contrario, cuando se abre un pequeño espacio de libertad suele producirse una explosión de expectativas, que fue precisamente lo que sucedió en la Polonia de 1980: "Sucede que un pueblo que había soportado sin quejarse, como si no las notase, las leyes más agobiantes, las rechaza violentamente en cuanto su peso se aligera". El cardenal Josef Glemp (que sucedió a Wyszinski luego de su fallecimiento) y los dirigentes de Solidaridad insistían al pueblo en la necesidad de mantener actitudes moderadas, pero pronto fueron sobrepasados: las mujeres de Lodz coparon las calles al grito de "¡Tenemos hambre!", siendo imitadas en Sceczin, Kutno, Wroclaw y finalmente Varsovia, donde la adhesión de los transportistas paralizó a la ciudad, mientras tipógrafos y linotipistas impedían la publicación de los periódicos comunistas. La dirección del multitudinario sindicato comenzó a ser cuestionada por sus bases, acusada de "demasiado conciliadora"; pero algo análogo sucedió en el seno del Partido Comunista, cuyo Comité Central destituyó a Kania -en octubre de 1981- designando en su lugar al jefe de gobierno, el general Jaruzelski. Contra lo esperado, éste invitó a Walesa y Glemp a formalizar el "entendimiento nacional" que la Iglesia había estado solicitando. Los acuerdos se suscribieron el 18 de noviembre. En los días siguientes, en medio del clima de mutua confianza que así se forjó, los polacos presenciarían asombrados el retorno a la represión.45 Cuatro días después de suscrito el acuerdo fue detenido el jefe del KOR y algunos dirigentes de Solidaridad, acusados de conspiración. A continuación el Parlamento confirió al gobierno poderes de excepción para "oponerse eficazmente a las acciones destructivas que arruinan al país y a su economía, amenazando al Estado Socialista..." La noche del 12 al 13 de diciembre el ejército tomó el control de todo el país; los tanques ocuparon Varsovia y otras ciudades, mientras Jaruzelski anunciaba la implantación del estado de sitio, la formación de un Consejo Militar de Salvación Nacional y la detención de los dirigentes de Solidaridad, a los que se agregaron -para mantener una imagen "centrista"- Gierek y sus partidarios. Polonia fue aislada del mundo, lo que no impidió que el mariscal ruso Kulikov llegara a colaborar en la operación. Las empresas más importantes, así como el transporte, fueron ocupadas militarmente y la resistencia fue combatida a sangre y fuego. Jaruzelski había destruido el diálogo y la esperanza, así como la imagen que de su persona y del Ejército tenían los polacos, pero probablemente había evitado con ello una invasión de fuerzas extranjeras. 44 H. Bogdan. Op. citada 45 H. Bogdan. Op. citada "Si bien la declaración de la ley marcial interrumpió transitoriamente el proceso de reconstitución de la sociedad civil, en definitiva su intento fracasó, por cuanto las fuerzas sociales de la desinstitucionalizada sociedad civil fueron capaces de organizar un amplio movimiento de autodefensa". No obstante, éste no obtendría legalidad hasta fines de 1988.46 La tenacidad del cardenal Glemp para mantener una posición negociadora -muy resistida dentro de la propia Iglesia-, así como las constantes manifestaciones populares, condujeron al levantamiento del estado de sitio, seguido de la liberación de Walesa y todos los detenidos a fines de 1982. De inmediato se restableció el equilibrio político del año anterior, pero ahora Solidaridad y la Iglesia habían consolidado su arraigo y su poder. A esta última el asesinato del padre Popieluszko por funcionarios de gobierno le proporcionó un mártir que realzó su influencia, la que se reforzó todavía más con otras dos visitas de Juan Pablo II. La disminución de la producción industrial a partir de 1980, una deuda externa que en 1988 llegaría a 39.200 millones de dólares47 y una inflación que alcanzó su punto máximo en 1982 con un 300% anual constituían la apremiante realidad de Polonia. A ello se unía la desmedrada situación de la economía soviética, su principal mercado y proveedor, y que, por añadidura, establecía arbitrariamente los precios de las materias primas que le proporcionaba. Aunque esta situación afectaba también a los restantes países este europeos, la economía de Polonia era la más vulnerable junto a Rumania y Bulgaria. Este cuadro hacía indispensable adoptar drásticas reformas económicas, pero para que ellas fueran viables Jaruzelski tendría a dar un paso al que se resistía. No parecía existir otra alternativa que entenderse con Walesa, ahora auroleado por el Premio Nobel de la Paz. 46 M. Bernhard. Op. citada 47 H. Bogdan. Op. citada CAPÍTULO XIII PERESTROIKA: EL COMIENZO DEL FIN A la muerte de Brezhnev, en noviembre de 1982, se inició un período de señales equívocas, en el que virtualmente la Unión Soviética no exhibió una política clara hacia sus satélites. Esta ambigüedad dejó a los gobernantes de Europa del este una relativa libertad para desarrollar políticas propias, las que fueron desde la rigidez de un Husak hasta la liberalización de un Kadar. La elevación al máximo liderazgo del flexible ex jefe del KGB, Yuri Andropov, dio esperanzas a los más liberales, pero falleció antes de consolidarse en la compleja nomenklatura moscovita, quedando en su lugar el conservador Constantin Chernenko. Este sobrevivió pocos meses a su nombramiento, siendo sucedido -en marzo de 1985- por el miembro más joven del Politburó y ex protegido de Andropov, Mikhail Gorbachev. El nuevo gobernante arrebató de inmediato las funciones de mayor responsabilidad a quienes habían sido colaboradores de Brezhnev, entre los cuales estaba el antiguo canciller Andrei Gromyko, quien fue reemplazado por el georgiano Eduard Chevarnadze. Por otra parte, "Gorbachev pareció darse cuenta que una sociedad de alta complejidad no puede ser manejada eficientemente desde un único centro de autoridad política y económica; aunque esta lógica, por sí sola, no es predictiva de democracia o de un efectivo pluralismo".48 La economía soviética estaba en una situación crítica; la infraestructura vial y fabril estaban seriamente disminuidas por falta de mantención y modernización; la calidad de vida del pueblo era propia de un país subdesarrollado; la gigantesca burocracia adolecía de incompetencia y corrupción; el enorme gasto militar consumía recursos que debían incrementar la pobre tasa de inversión; la URSS mantenía prioridades propias de un período pre bélico, con una elevada capacidad técnica en materias bélicas y aeroespaciales, en tanto que los bajos niveles de la educación, la investigación y el avance tecnológico orientados al bien común sumían a la gran potencia en el estancamiento, hasta el punto en que no podía obtener adecuado provecho de su riqueza petrolera; el descontento popular era perceptible y estaba dando lugar a manifestaciones nacionalistas que por décadas habían sido silenciadas. 48 Andrew C. Janos. Social Science Communism and the Dynamics of Political Change. World Politics. Vol. 44, N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA. 1991 Frente a este cuadro, Gorbachev estimó que había que dar pasos significativos hacia la distensión, de manera de liberar recursos del sector militar hacia el desarrollo y las industrias de bienes de consumo, lo cual significaba ni más ni menos que un cambio radical en las políticas que regían a la Unión Soviética desde su fundación. Este proceso -que requería de gran audacia y de un poder político que no parecía tan evidente- fue denominado Perestroika. En esta magna tarea Gorbachev no deseaba arriesgarse a depender de la voluntad del Comité Central, en el que el sector conservador seguía siendo poderoso, por lo que buscó el respaldo popular, inaugurando así un estilo de gobierno inédito en los regímenes comunistas. Por primera vez desde la Revolución de Octubre la política salió de los salones del Kremlin, las intrigas palaciegas perdieron fuerza y se intentó dar a los asuntos públicos una transparencia hasta entonces desconocida en la Rusia milenaria, la que se constituyó en otra consigna de esta nueva época: la Glasnost. Si bien ese era el mensaje, su aplicación no estaba exenta de dificultades ni libre de oposición interna, por lo que el comportamiento de Gorbachev resultó contradictorio durante los dos primeros años de su administración. Los pueblos de Europa Oriental estaban desconcertados, tal como sucedía a los observadores occidentales. Por cierto no se podía descartar que esta declarada apertura fuese una nueva maniobra distractiva soviética, facilitada por el innegable carisma del nuevo líder. "Gorbachev declaraba que la glasnost era una condición sine qua non para una exitosa perestroika. A su vez, consideraba que una exitosa perestroika era condición sine qua non para que la Unión Soviética mantuviese un estatus de potencia en la competitiva economía política mundial".49 Otros autores afirman que Gorbachev tenía otras motivaciones para dar paso a la liberalización en su órbita europea: "La decisión de Gorbachev, lógica pero radical y peligrosa, de abandonar la posición soviética en la Europa Oriental y Central, y aún en Alemania, era imprevisible. Estos sacrificios estaban destinados a salvar lo que él consideraba esencial: un gobierno de partido único reformado en la Unión Soviética misma, que a la larga resultó inviable. Lo que comenzó como un esfuerzo para reconstruir el sistema comunista bajo un gobierno de partido único que fuera democrático y respetuoso de la ley terminó por destruir el sistema. Gorbachev resultó ser el Alexander Kerensky de la nueva revolución rusa, el moderado a quien derrocó la radicalización de su revolución. También se tambaleó el imperio transcaucásico y asiático que los zares habían creado en los siglos dieciocho y diecinueve y que los bolcheviques habían heredado. Los vestigios de la ideología internacionalista fueron barridos con pasión y alivio".50 49 André Gunder Frank. La Revolución de Europa Oriental de 1989. Nueva Sociedad N° 108. Editorial Texto. Caracas, Venezuela. 1990 50 William Pfaff. La Ira de las Naciones; la civilización y las furias del nacionalismo. Editorial Andrés Bello. Santiago, Chile. 1994 Mientras la glasnost no involucró un aumento significativo en los flujos de información y libertad, fue Gorbachev quien mantuvo su mano sobre la válvula de control. "Por consiguiente, como señalaron numerosos observadores occidentales y soviéticos, la glasnost tenía poco en común con la idea occidental de 'libertad de información' e incluso menos con las nociones occidentales de gobierno democrático y constitucional". La liberalización estuvo lejos de ser una auténtica democratización. Al respecto, Russell Bova recuerda que, "como mínimo, la democracia involucra tanto la existencia de medios para dar representación a diversos intereses en el gobierno, como de mecanismos para sujetar a los gobernantes a la voluntad popular, incluyendo los medios que permitan su remoción pacífica".51 Una de las consecuencias más trascendentes (y menos deseadas) de la perestroika fue la de relativizar la ideología. "En la sociedad soviética la ideología cumplía con singular eficacia el rol integrador. Esta función fue deliberadamente reforzada por la penetración de la ideología en todos los sectores de la sociedad".52 Inevitablemente se produjo un vacío al faltar un factor que, en palabras de Leszek Kolakovski, desempeñaba la importante función social de "organizar los valores de una clase o grupo humano". "La ideología no opera en el ámbito de la racionalidad o de la ciencia, sino que lo hace preferentemente en el plano de las emociones y creencias; y si bien los valores pueden estar sustentados en sólidas bases racionales, su efectividad práctica depende de la adhesión emocional, de la fe colectiva que ellos logren suscitar. Por esta razón, la organización ideológica de los valores que un determinado grupo comparte es necesaria para mantener la cohesión interna entre sus miembros, ya que alimenta en ellos su sentido psicológico de pertenencia, su sociabilidad. El quiebre de la ideología implica, entonces, el rompimiento de lazos sociales fundamentales para la pervivencia del grupo. Pero además implica despojar a éste de su suelo de creencias, como diría Ortega y Gasset. Y cuando la fe se pierde se despierta el espíritu crítico y entonces nacen las dudas y recelos".53 La perestroika en Europa Oriental.A pesar de las grandes diferencias existentes entre la sociedad soviética y las de Europa Oriental, el papel de la ideología como elemento integrador resultaba también evidente en estas últimas; no porque hubiese sido asumida por la población, sino porque constituía el fundamento de todos los programas y metas, la savia que alimentaba y justificaba el sistema. Por ello, cuando se perdió el respeto hacia la ideología, "siguieron las actitudes colectivas de escepticismo y desconfianza respecto del sistema y sus autoridades, la pérdida 51 R. Bova. Op. citada 52 Carlos Miranda. El Fin de la URSS; la glasnost y sus efectos. Estudios Públicos N° 48. Centro de Estudios Públicos. Santiago, Chile. 1992 53 C. Miranda. Op. citada de credibilidad en la palabra oficial, y el hábito de la 'doble lectura' de las declaraciones, ejercicio inevitable una vez que se ha tomado conciencia de la brecha que separa lo que las autoridades dicen y la realidad a la que supuestamente aluden".54 A partir 1987 Gorbachev se propuso influir en la liberalización de las democracias populares. En su visita a Praga en abril de 1987 instó públicamente al régimen a introducir reformas en medio de la frialdad oficial, pero el pueblo le brindó una acogida hasta entonces desconocida para un jerarca soviético. En diciembre Gustav Husak debió dejar la jefatura del gobierno, aunque mantuvo su cargo en el partido. Sin embargo, su reemplazante fue Milos Jakes, un conocido "duro", quien se encargó de desbaratar las expectativas de quienes esperaban un cambio, exonerando a los pocos liberales que ocupaban cargos intermedios. Como había sucedido diez años antes, fueron los intelectuales -firmantes de la Carta 77- quienes asumieron las acciones de protesta ante la relativa pasividad del resto de la ciudadanía. Pero esta vez la detención de Havel y otros dirigentes concitó el apoyo de numerosos sacerdotes de la Iglesia Católica y del propio cardenal Tomasek, en un cambio de la tantas veces frustrada estrategia que tradicionalmente habían mantenido para apaciguar al gobierno. En la ya muy reformada Hungría el ambiente creado por la perestroika hizo renacer la efervescencia política, facilitada precisamente por la mayor libertad relativa de que disfrutaba esa nación. En octubre de 1987, con motivo de la conmemoración de los 21 años de la revolución y el consecuente golpe, hubo distintas formas de protesta, en las cuales se recordó la "traición" de Kadar, a quien de nada le sirvió haber transformado a Hungría en la economía más abierta y sólida de Europa Oriental. En junio de 1987 fue reemplazado en su cargo de gobierno por un conocido adversario de los cambios, Karoly Grosz, quien sin embargo era ante todo un pragmático. El pleno del partido, celebrado en mayo del año siguiente, fue dominado por una flamante mayoría opositora a Kadar, planteándose abiertamente la conveniencia de su renuncia a la dirección partidista. El viejo político fue reemplazado por el mismo Karoly Grosz, quien desde el gobierno había profundizado la apertura de la economía hacia Occidente. Su cargo anterior fue ocupado por el liberal Miklos Nemeth. El llamado "milagro húngaro" de los años 70 había dejado una deuda externa de casi 18 mil millones de dólares, la más alta por habitante de Europa del este, lo que hacía necesario aplicar políticas de austeridad, con su inherente secuela de impopularidad. Sin duda el estigmatizado Kadar no hubiese sido el más indicado para llevarlas a cabo. La reforma fiscal y la implantación del impuesto al valor agregado incidieron fuertemente en los precios internos. Sin tener nada más que ofrecer, Grosz accedió a las exigencias del Frente Popular Patriótico, organización partidista que representaba 54 C. Miranda. Op. citada las posiciones más liberales desde que la presidía Imre Pozsgay: flexibilizó la censura de prensa y permitió la libre salida del país, se dictó una ley que autorizaba la formación de asociaciones políticas independientes y se suscribieron acuerdos comerciales con la Comunidad Económica Europea. En septiembre de 1988 se constituyó el Foro Democrático, integrado por intelectuales ampliamente conocidos; luego siguió la Federación de Jóvenes Demócratas y, por último, la refundación de los partidos históricos. La Iglesia Católica, hasta entonces más bien discreta en el debate público, comenzó a reclamar abiertamente la total libertad de culto y el levantamiento de la prohibición imperante para las disueltas órdenes religiosas.55 Para Jaruzelski el advenimiento de Gorbachev no fue gravitante, aún cuando parecía improbable que ante una nueva crisis política el Ejército Rojo adoptara actitudes amenazantes. Para eludir acuerdos con Solidaridad el gobierno efectuó un referéndum que registró una abstención superior al 50 por ciento. Lo mismo sucedió en dos elecciones celebradas en 1988, en medio de huelgas y manifestaciones. Algún papel debió jugar la visita de Gorbachev en julio en la solicitud formulada a la Iglesia para mediar con Walesa, quien inició la ronda de reuniones con el ministro del Interior el 31 de agosto. A principios de 1989 se formó una "mesa redonda", en que gobierno y sindicalistas "decidirían las reformas a incorporar al sistema político y al derecho sindical para instaurar una verdadera democracia en Polonia, lo único capaz de recuperar una economía totalmente desarticulada. El humilde electricista de los astilleros navales de Gdansk se convertía en el interlocutor insoslayable del poder comunista. Solidaridad salía de la prueba más poderosa que nunca".56 La incontrolable glasnost.Así, la perestroika autogeneró su propia dinámica, produciendo resultados muy lejanos a los previstos y deseados. "Es una exageración suponer que Gorbachev había perdido todo el control sobre los eventos, pero es igualmente exagerado sostener que el desarrollo de los acontecimientos en la URSS transcurrió conforme a los designios de Gorbachev. A fines de 1989 Gorbachev estaba todavía resistiendo el clamor para eliminar el rol gobernante que la Constitución soviética confería al Partido Comunista y para crear un sistema político multipartidista". "Sin duda Gorbachev desconocía lo que Tocqueville consideraba una de las reglas más invariables que ha regido la historia de las sociedades: las fuerzas de la democracia crecen tras cada nueva concesión y sus exigencias se incrementan con su nuevo poder". Por otra parte, "las revelaciones desatadas en el marco de la glasnost, en vez de elevar la moral pública, tendieron más bien a intensificar el escepticismo y los oscuros presagios de la población. Y con esta actitud se allanó el camino para el paso hacia otras etapas en el 55 H. Bogdan. Op. citada 56 R. Bova. Op. citada proceso de apertura: el cuestionamiento del sistema que había permitido y hecho posible los males denunciados". "La perestroika debía nutrirse de las revelaciones proporcionadas por la glasnost. Pero desde el momento en que esta excedió los límites prefijados, la perestroika comenzó a desdibujarse y sus proclamados objetivos se volvieron crecientemente difusos." De esta forma, "la libertad de expresión demostró su enorme poder al contribuir decisivamente a derrotar a una de las dictaduras más opresivas que registra la historia".57 Quizá el mayor error de Gorbachev estuvo en su intento de liberalizar un sistema totalitario sin pretender reemplazarlo. Por lo mismo, como dijo Jean Francois Revel, "fue iluso al querer democratizar la Unión Soviética impidiendo su división, por cuanto el ligamento que la mantenía unida era el comunismo".58 De cualquier manera, resulta destacable la incuestionable voluntad del presidente soviético de devolver su soberanía a los satélites. "Cualquiera que vaya a ser la valuación final sobre Mikail Gorbachev, ya sea que se le considere el Alejandro II de nuestros días -que empezó como reformador y terminó como conservador- o el Kemal Atatürk -que cambió por completo el rumbo de su país-, no parece haber mucha duda de que su decisión de dejar en libertad al este de Europa fue original, inesperada (tal vez incluso para él mismo) y difícil".59 57 C. Miranda. Op. citada 58 Citado por C. Miranda. Op. citada 59 G. Stokes. Op. citada CAPÍTULO XIV LA CAÍDA DEL IMPERIO Otro de los efectos no deseados de la Perestroika fue el despertar del nacionalismo en las naciones que conformaban la Unión Soviética, con todo el potencial destructivo que ha llevado a autores como John Lewis Gaddis a calificarlo como "la principal fuerza de fragmentación".60 Desde la milenaria unión con Ucrania hasta la espuria ocupación de los países bálticos, el imperio ruso-soviético se fue configurando en base a invasiones en que nada tuvo que ver la voluntad de los pueblos, los cuales conservaron sus costumbres, religión y formas de vida, reafirmando por otra parte su individualidad transmitiendo a través de las generaciones sus tradiciones históricas y culturales. Las forzadas y crueles emigraciones impuestas por Stalin para eliminar focos de resistencia al régimen y rusificar a las restantes naciones de la URSS, en el contexto de un proceso de "arquitectura social" de dimensiones que la humanidad desconocía hasta entonces (y que incluyó la eliminación de los kulaks), sólo produjo la paz propia del terror, que involucra las conductas pero no alcanza a los espíritus. Por el contrario, el agravio queda en la memoria histórica de los pueblos subyugados con una intensidad que transforma la reivindicación en un objetivo nacional irrenunciable. En diciembre de 1986 se produjeron en Kazajstan graves disturbios nacionalistas que se prolongaron por casi dos semanas antes de ser reprimidos. Las características del régimen soviético permitieron silenciar estos hechos hasta 1988, cuando las repúblicas bálticas ya proclamaban sus propósitos independentistas. Al año siguiente el mismo espíritu tomaría fuerza en Armenia, Georgia y en las poblaciones musulmanas de Tadjikistan y Azerbaijan. Este cuestionamiento en el propio territorio soviético, además relativamente tolerado, constituyó para los pueblos de Europa del este una clara señal de que su destino ahora estaba en sus manos, la que se vio reforzada por el poco glorioso retiro de Afganistán y por las elecciones rusas de 1989, de un grado de pluralismo que jamás se había permitido ninguna democracia popular. Al analizar los hechos ocurridos durante 1989, Gale Stokes afirma que "a principios de 1989 la mayoría de los especialistas reconocía los peligros políticos y económicos que encaraban los regímenes comunistas del este de Europa. La deuda externa, la pérdida de legitimidad, el debilitamiento del apoyo de la Unión Soviética y la patología de la 60 John Lewis Gaddis. Toward the Post Cold War World. Foreign Affairs. Vol. 70, N° 2. 1991 planificación central eran sólo las deficiencias más obvias y conocidas de la región. Sin embargo, esas debilidades no parecieron socavar de modo apreciable la capacidad de casi todos los gobiernos de Europa Oriental para mantener el control de sus sociedades. No obstante, al cabo de un año el este de Europa ya era imposible de reconocer".61 Polonia: la primera ficha del dominó.Como hemos visto, a fines de 1988 ocurrió un hecho sin precedentes en el bloque comunista: la intensificación de los movimientos huelguísticos en Polonia, en medio de una grave crisis económica, obligó al régimen a entablar negociaciones con Solidaridad bajo una amplia agenda que incluyó aspectos políticos estructurales, lo que a estas alturas ya no representaba un riesgo de invasión externa, dada la ampliación del margen de maniobra otorgada por Gorbachev. En abril de 1989, el régimen polaco accedió -sorprendiendo al mundo- a convocar a elecciones libres al cabo de los siguientes sesenta días. En los comicios celebrados en junio de 1989 -las primeras elecciones libres desde 1945- la oposición liderada por Solidaridad (actuando de hecho como partido) obtuvo un éxito rotundo, conquistando 99 de los 100 asientos del Senado (el restante era un candidato local independiente) y los 161 escaños en disputa de la Asamblea. "Sorprendidos por la magnitud de este éxito, los líderes de Solidaridad lamentaron que el electorado hubiese llegado tan lejos, por cuanto esa victoria obligaba a la organización a asumir actitudes políticas audaces para satisfacer las esperanzas emergentes, y temían que ello provocase la abrupta caída del régimen. El problema es que ni el gobierno ni Solidaridad estaban preparados para un resultado tan desproporcionado. El acuerdo de abril había tenido como objetivo dar a Solidaridad una voz en el Parlamento y no legitimar su pretensión de ser la voz del pueblo polaco".62 Por ello no sorprendió que, a instancias de Walesa, se posibilitara que Jaruzelski obtuviese un mandato presidencial al no presentarle contendor. El nuevo Parlamento eligió primer ministro al moderado asesor de Walesa, Tadeusz Mazowiecki, quien se transformó en el primer gobernante contemporáneo no comunista del este europeo, tras lo cual "sobrepasó los objetivos originales del movimiento para abocarse al pleno restablecimiento de la democracia parlamentaria. De esta manera, en Polonia se dio una relación única entre reconstitución de la sociedad civil y democratización".63 En diciembre una enmienda constitucional suprimió del nombre oficial los adjetivos "popular" y "socialista", con lo cual el país retomó su nombre de República de 61 G. Stokes. Op. citada 62 Timur Kuran. Now Out of Never. The Element of Surprise in the East European Revolution of 1989. World Politics. Vol. 44 N° 1. Published by The Johns Hopkins University Press. Baltimore, USA. 1991 63 M. Bernhard. Op. citada Polonia. En enero de 1990 los comunistas cambiaban la denominación de su partido por la de Partido Socialdemócrata. En tanto, el gobierno soviético, con un margen de acción cada vez más disminuido y sin un mensaje claro que transmitir, "había expresado -en febrero de 1989- su esperanza de que las reformas irreversibles que se veían venir en Polonia se pudiesen mantener dentro de las fronteras del sistema socialista". Teniendo en consideración la derrota del comunismo en las elecciones de junio, en agosto "Gorbachev aconsejó a Rakowski, jefe del Partido Comunista polaco, comprometerse constructivamente en un gobierno de coalición con la oposición burguesa. El jefe del KGB, Krjutschkow, confirmó que solidarizaba con el nuevo primer ministro Tadeus Mazoviecki".64 La fuerza de la disidencia.Bernhard afirma que la gran diferencia entre la evolución política de Polonia y Hungría durante la dominación comunista radica en que, mientras en la primera nació y se consolidó una oposición al margen de las estructuras partidistas, en Hungría la mayor presión para introducir cambios provino de miembros del partido único, los que conformaron una disidencia que, aunque cíclica, nunca desapareció por completo, y precisamente alcanzó su mayor preeminencia antes y durante la crisis políticas de 1956 y 1989. "Los comunistas polacos se vieron forzados a ceder ante las demandas de movimientos bien organizados en un espacio público ampliamente liberado, en tanto que los comunistas reformistas húngaros intervinieron para prevenir tal evolución.65 El propio Kadar había impulsado una reforma económica inédita en el mundo socialista, la que tuvo entre sus bases el desarrollo de un mercado medianamente libre. Pero hacia fines de los ochenta la crisis económica llevó a dirigentes como Imre Pozgay, Reszo Nyers y Miklos Nemeth a concluir que el estancamiento en que el país se encontraba no podría ser superado si la dominante ala conservadora continuaba imponiendo limitaciones al mercado y a las iniciativas individuales. Por ello "la reforma política emergió como un pre requisito para la solución de las dificultades económicas".66 La oposición antipartido sólo comenzó a gestarse a partir de 1986, mucho después que la polaca, con un menor desarrollo y circunscrita a la capital. Sin embargo, precedió a los movimientos opositores de los restantes países del este. Sus componentes más activos no fueron los trabajadores sino intelectuales de orientación liberal o social demócrata, 64 Rainer Gepperth. El Fracaso del Comunismo en Europa Oriental y en la Unión Soviética. Impacto Ideológico y vuelo político. Estudios Públicos N° 48. Centro de Estudios Públicos. Santiago, Chile. 1992 65 M. Bernhard. Op. citada 66 M. Bernhard. Op. citada los que obtuvieron éxito en el campo de las publicaciones clandestinas, tanto en la edición de libros como periódicos. En los años 70 habían surgido varias organizaciones independientes menores, con una composición marcadamente intelectual, las que mantuvieron vivas las inquietudes libertarias en un contexto más bien privado. La más importante de ellas fue Dialogas, la que adquirió cierta presencia mediante pequeños actos testimoniales y estableció relaciones con grupos pacifistas occidentales. Dialogus tuvo un rol protagónico en la organización de manifestaciones conmemorativas de los eventos históricos de 1848 y 1956. En septiembre de 1987 se fundó el Foro Democrático Húngaro, al que se sumaron otras organizaciones independientes, entre las cuales alcanzó importancia la Liga de Jóvenes Demócratas (FIDESZ). El Foro se constituyó rápidamente en una suerte de partido, aglutinando a diversos sectores sociales y las más variadas corrientes de pensamiento, extendiendo su influencia a las provincias. Sus principales objetivos políticos fueron un sistema multipartidista, una economía de mercado mixta, la autonomía de entidades comunitarias tales como cooperativas, granjas y sindicatos, y mayores atribuciones a los gobiernos provinciales. Esta incipiente oposición, lejos de unificar al partido comunista, estimuló a los disidentes a incrementar sus exigencias, amparados en la mayor tolerancia obtenida al debilitarse el control soviético. Así, la propuesta de establecer una democracia parlamentaria surgió del seno del propio partido. Los reformistas estructuraron una organización y una plataforma política independientes y alentaron abiertamente el desarrollo de una oposición extrapartidista, cuya existencia legitimaba y daba fuerza a sus propios planteamientos. Por ello, a juicio de Bernhard, "el partido actuó como catalizador en la reconstrucción de la sociedad civil". Los primeros contactos informales entre el régimen y las organizaciones opositoras no fueron traumáticos ni forzados, como fue el caso polaco. Algunos de ellos se produjeron a fines de 1987 e involucraron a grupos todavía poco articulados. Durante el año siguiente fueron reconstituidos los partidos históricos de los Pequeños Propietarios y Social Demócrata, en un nuevo contexto en el cual el partido comunista perdía gradual y ostensiblemente su rol controlador sin siquiera intentar obstruir el desarrollo de la oposición política. La reevaluación de la revolución de 1956 fue un factor clave, tanto para la lucha interna dentro del partido como para la movilización de la sociedad húngara. Imre Nagy, el líder ejecutado por orden del propio Kadar, fue exhumado y luego honrado con un imponente funeral en junio de 1989, lo que marcó la reivindicación del frustrado intento libertario, así como el repudio al dominio soviético y a las políticas represivas (por entonces casi desterradas) del presidente Kadar. No fue coincidencia que ese mismo mes culminaran las negociaciones con el acuerdo de efectuar elecciones libres en la primavera de 1990. Nemeth, el jefe del gobierno húngaro, optó desde el comienzo de su gestión por desentenderse de los equilibrios internos entre las corrientes de su partido. En una virtual sociedad con Imre Pozsgay, dirigió a grandes pasos la reestructuración institucional hacia la democracia. El Parlamento levantó, en enero de 1989, todos los obstáculos que trababan el ejercicio de la libertad de asociación, reunión y expresión. Rainer Gepperth asegura que "la revolución evolutiva en Hungría fue apoyada por Gorbachev al aprobar éste, de hecho, la introducción de un sistema pluripartidista en una reunión sostenida con el entonces ministro-presidente Nemeth el 3 de marzo de 1989".67 El 15 de marzo una gigantesca marcha conmemoró la revolución de 1848 (contra la corona austríaca, frustrada por la intervención rusa), aunque todos los manifestantes tenían clara conciencia de estar celebrando la recuperación de la democracia. En las elecciones distritales celebradas ese año los candidatos comunistas obtuvieron pobrísimos resultados, mientras el Foro Democrático alcanzaba porcentajes cercanos al 70% y en los sectores rurales resurgían los partidos históricos. La Alianza de Demócratas Libres ocupó un lejano segundo lugar. En octubre el Partido Socialista Obrero Húngaro (comunista) reemplazó su nombre por el de Partido Socialista Húngaro, el que fue abruptamente abandonado por quienes se aferraban a sus frustrados sueños. Ese mismo mes se modificó la Constitución, retirando el calificativo de "Popular" al nombre oficial, el que quedó como República de Hungría. El régimen institucional sería la democracia representativa basada en el multipartidismo. La rápida evolución húngara llamó la atención de los analistas. Así, Welsh destaca que "mientras en Polonia las fuerzas políticas acordaron una apertura gradual basada en el poder compartido, la oposición húngara optó por una inmediata transición a la democracia sin acuerdos formales para compartir el poder".68 A comienzos de 1990 comenzó el retiro de las tropas soviéticas acantonadas en suelo húngaro. En mayo se inició el desmantelamiento de la "cortina de hierro" que franqueaba la frontera con Austria, dando lugar a un masivo éxodo de alemanes orientales, los que, haciendo uso de su derecho a visitar Hungría, cruzaron la frontera austríaca o se asilaron en la embajada de la RFA en Budapest. Con esta medida Hungría contribuiría decisivamente a precipitar la caída del régimen de la llamada República Democrática Alemana. La revolución de terciopelo. - 67 R. Gepperth. Op. citada 68 Helga A. Welsh. Political Transition Processes in Central and Eastern Europe. Comparative Politics. Vol. 26, N° 4. Published by The City University of New York, USA. 1994 En Checoslovaquia los sectores opositores carecían de capacidad de movilización social y no estaban muy arraigados en la población, aún cuando contaban con su respeto y una silenciosa admiración. Después de las grandes manifestaciones de 1968 y su feroz aplastamiento, la sociedad checoslovaca pareció haber optado por la resignación y la desesperanza. La vida se volvió más gris que nunca antes en la post guerra. Sin embargo, fue precisamente la sistemática represión que ejerció el gobierno de Husak en los años posteriores a la invasión soviética la que impulsó a un grupo de intelectuales a suscribir la Carta 77. Esta se consolidó como un hito histórico y las actividades que desde entonces llevó a cabo el grupo que tomó su nombre se constituyeron en los primeros pasos hacia una abierta oposición, aunque inicialmente su énfasis radicó en la protección de los derechos humanos y en el respeto a los acuerdos de Helsinki, tema que les permitió trabar relaciones con diversas organizaciones occidentales y editar algunas publicaciones de circulación restringida. Aunque Carta 77 no aspiraba a transformarse en un movimiento de masas, sus firmantes fueron objeto de una fuerte represión, que reforzó el aislamiento del grupo y dejó al país a la zaga de sus vecinos de Europa Central en lo referente a reconstitución de la sociedad civil. Para proteger a los firmantes de la Carta surgió un nuevo movimiento, denominado "Comité para la Defensa de los Injustamente Perseguidos". El presidente checoslovaco Gustav Husak y el primer secretario Milos Jakes lograron, mediante el uso de la fuerza y del control de la prensa, que las sucesivas manifestaciones de intelectuales no se extendieran al resto de la población. Paradojalmente, el primero de los numerosos actos multitudinarios que seguirían contó con la anuencia del gobierno, siendo su motivo la conmemoración de los cincuenta años del asesinato de un dirigente estudiantil por los nazis. Pero en enero de 1989 una multitud de estudiantes -cuya generación no había tenido participación en la Primavera de Praga, ocurrida veinte años antes- protagonizó mitines que duraron cinco días, en homenaje al autoinmolado Jan Palach. Había comenzado "la revolución de terciopelo". En febrero se condenó a Vaclav Havel a purgar una pena de nueve meses de cárcel "por incitación a cometer actos ilegales", lo que provocó tal repulsa internacional que tres meses después el gobierno debió liberarlo. En junio el propio Havel, junto a 1.800 escritores, artistas y universitarios, reunidos en el naciente Foro Cívico, reivindicaba los planteamientos de la Carta 77, exigiendo la liberación de los presos políticos, el derecho de asociación, el fin de la represión, la autorización de movimientos cívicos y sindicatos independientes, libertad de expresión y de culto y término de la censura. El 4 de agosto el cardenal Tomasek pidió al gobierno que reconociera a la oposición y se ofreció como mediador, ante lo cual Husak respondió con más detenciones. En octubre Havel fue nuevamente detenido, pero esta vez hubo reacción popular: más de diez mil personas se instalaron en la Plaza San Wenceslao solicitando su liberación. Ante un régimen que consideraba la rigidez como expresión de su fuerza, el levantamiento de las restricciones para salir del país, decretado el 14 de noviembre, fue percibido como un signo de debilitamiento. En Praga y Bratislava la población salió espontáneamente a las calles a reclamar mayores libertades. La consiguiente represión policial exacerbó aún más los ánimos de un pueblo que contemplaba impotente cómo sus vecinos avanzaban con paso seguro hacia la democracia que a ellos se le negaba. El Foro Cívico instó al pueblo a efectuar manifestaciones cada tres días, en las cuales intervenían Havel, Dubcek y conocidos personajes de la cultura. En tanto, los opositores eslovacos formaron el movimiento "Público contra la Violencia". El 24 de noviembre dimitieron Milos Jakes y los integrantes del buró político del partido. Seguidamente el ministro Adamec ofreció al Foro Cívico algunas carteras en el gabinete. Pero ya era demasiado tarde para soluciones de compromiso. Las manifestaciones se hicieron permanentes y culminaron el día 27 con una huelga general de dos horas, acatada en todo el país, a la que siguió el reemplazo de Adamec por el reformista Wlarian Caifa. El 29 el Parlamento dictó una ley que suprimía el unipartidismo, mientras se cursaban nuevas invitaciones a personalidades opositoras para asumir ministerios, las que fueron nuevamente desechadas. Finalmente el Foro Cívico accedió, a condición de que se nombrara un gabinete de entendimiento nacional en que los comunistas fuesen minoría. Husak no tuvo más remedio que aceptar. En la mañana del 10 de diciembre tomó juramento al nuevo ministerio y esa misma tarde renunció a su cargo en medio de multitudinarias celebraciones, mientras el nuevo gobierno ordenaba el desmantelamiento de la "cortina de hierro" en la frontera austríaca y la disolución de la policía política. El 28 de diciembre un Parlamento intimidado y superado por los vertiginosos acontecimientos de ese mes, nombraba presidente de esa corporación a Alexander Dubcek. Al día siguiente, por unanimidad, elegía a Vaclav Havel presidente de la República. Por cierto el nuevo gobierno aportó lo suyo en la caída del dictador alemán Erich Honecker, al acoger y facilitar la huida de los germanos orientales a Alemania Federal. CAPÍTULO XV LOS FACTORES DE LA TRANSFORMACIÓN Una incómoda sorpresa.La caída de los socialismos reales puso en tela de juicio la capacidad de análisis y pronóstico de la investigación política, por cuanto hasta mediados de 1989 nada indicaba que la crisis que experimentaban los países este europeos era terminal. Ciertamente los controles se habían relajado en el antaño férreo bloque oriental, el margen de decisión se había ampliado notablemente para los gobiernos de la región, y en la mayoría de estas naciones se apreciaban crecientes grados de apertura política, pero el estrepitoso derrumbe del sistema se constituyó en el mayor factor de cuestionamiento que haya conocido la ciencia política. "La enseñanza final de 1989 consistió en recordarnos algo que en el plano intelectual ya sabíamos: que el futuro a corto plazo no se puede predecir. La sencilla moraleja es que no importa cuántos datos lleguemos a acumular sobre los sistemas complejos, siempre habrá factores de incertidumbre que alterarán de modo radical el resultado. El único augurio que podemos hacer con plena confianza es que la sorpresa nos espera".69 Pfaff acota que "se barrió con la arrogante convicción -producto de la ilustración- de que los asuntos humanos y las posibilidades humanas se pueden dominar mediante un análisis científico y someter totalmente al control racional.70 Por otra parte, el pronóstico político no puede asimilarse a la predicción, atendida la complejidad de los fenómenos sociales y la incidencia que pueden alcanzar medidas puntuales adoptadas por algún gobierno y que adquieran una incidencia insospechada, como sucedió con la apertura de fronteras dispuesta por Hungría. No obstante, parece válido concluir que en lo sucesivo los estudios estratégicos deberán conceder mayor importancia a los factores intangibles. En su ensayo "The Power of the Powerless", escrito en 1979, Vaclav Havel reconocía las dificultades para organizar una oposición con posibilidades de derribar a cualquiera de los regímenes del este de Europa. Sin embargo, no por ello los consideraba invencibles: "Ellos podrían ser derribados por un movimiento social, una explosión de descontento civil o un 69 G. Stokes. Op. citada 70 William Pfaff. Redefining World Power. Foreign Affairs. Vol 70, N° 1. 1991 conflicto desatado en el interior de las aparentemente monolíticas estructuras de poder".71 Pero ni entonces ni una década después los analistas políticos fueron capaces de prever la caída del comunismo. El propio Havel manifestaba su desconfianza hacia las políticas de Gorbachev y hacia las aparentes diferencias que éste tenía con Husak. Por su parte, en noviembre de 1989 el opositor checo Jan Urban calificaba la iniciativa de convocar a elecciones libres como "una propuesta utópica y sin esperanza". Al cabo de unos días todos celebraban el fin de la dictadura comunista (T. Kuran).72 La ciencia política ante el nuevo escenario.Stokes considera que "la enseñanza más importante de 1989 -por la cual ese año ya se puede añadir a la corta lista de fechas que los estudiantes deben aprender como los hitos de la era moderna (las otras son 1789, 1848 y 1945)- es que el segundo de los dos grandes experimentos del siglo XX fracasó". El mismo autor cita al reformador soviético Yuri Afanasyev: "Hemos hecho una aportación importante. Le hemos enseñado al mundo lo que no debe hacer".73 La debacle de los regímenes comunistas nos pone ahora ante otro desafío, como es el de adentrarnos en los elementos estructurales de la transformación, teniendo en consideración que ellos no sólo involucran la política interior de los estados. "No incluir en el análisis la nueva política exterior de los estados en transformación significaría desconocer que la reorientación internacional, la búsqueda de nuevos socios y aliados, cumplen una función trascendental en la política interior".74 Pero, a su vez, los elementos condicionantes de las políticas exteriores se encuentran estrechamente vinculados a la historia, circunstancias geográficas y, en gran medida, a la identidad que cada nación tiene o cree tener como factor inherente a su ser nacional. Desde esta última perspectiva, los países en estudio (junto a Croacia y Eslovenia) integran lo que en el idioma alemán se denomina la "Mittelosteuropa", o Europa centro-este. Su ubicación geográfica y sus raíces históricas los acercan casi naturalmente a sus vecinos occidentales, dado lo cual perciben como legítimas y lógicas sus aspiraciones de incorporarse a la Unión Europea o a la OTAN, entidades que, por su parte, se encuentran más proclives a un acercamiento hacia estos "hermanos temporalmente alejados" que con naciones que tradicionalmente privilegiaron sus raíces eslavas o que se mantuvieron, a lo largo de los siglos, dócilmente sometidas a los imperios ruso o turco. 71 Citado por T. Kuran. Op. citada 72 T. Kuran. Op. citada 73 G. Stokes. Op. citada 74 Dieter Bingen. Elementos Estructurales del Proceso de Transformación Política en los Estados de Europa Este-Centro y Europa Suroriental. Revista Contribuciones a Ciencias Sociales, julio-septiembre. Universidad de Málaga, España. 1994 Antes hicimos referencia a la llamada "revolución moral" desencadenada durante la década de los 80 por Solidaridad. Utilizando el mismo referente, Stokes acota que "la privación económica no fue lo que lanzó a la gente a las calles en el este de Europa en noviembre y diciembre de 1989. Las penurias económicas ya las habían padecido por largo tiempo y la situación no era tan grave en países como Checoslovaquia y Bulgaria. Los impulsó su humillación, su disgusto ante la falsedad de sus gobiernos, así como su deseo de libertad. Por esa razón, cuando se produjo la caída, asumieron el poder los partidarios más denodados de vivir de acuerdo con la verdad, es decir, los líderes de la cultura, entre los cuales había músicos, historiadores, filósofos, sociólogos y dramaturgos".75 Para André Gunder Frank "la demanda democrática fue de tan largo y profundo alcance como para expandir el significado de la democracia misma". La demanda y la participación democráticas terminaron por expandir los confines institucionales de la democracia político-parlamentaria y de la democracia económica, "por ejemplo, a través del rechazo a los privilegios y la corrupción de la nomenklatura".76 Dieter Bingen formula una interesante reflexión sobre las circunstancias de las actuales transformaciones, aunque su conclusión resulta más bien pesimista. Al respecto, afirma que "los ciudadanos de la Europa postcomunista son autores del cambio y sus víctimas al mismo tiempo. El precio social y psíquico moral, extraordinariamente elevado, que estas sociedades debieron pagar para recuperar la libertad y la democracia reconocen fundamentalmente las siguientes causas: -las sociedades están creando estructuras democráticas sobre las ruinas de un sistema agotado y no sobre la base de conquistas cívicas de generaciones anteriores, como ocurrió en la parte occidental del continente; -las sociedades se vieron obligadas a destruir el viejo orden, superar nuevos problemas, provocados por la "primavera popular" de Europa del este y, al mismo tiempo, construir un nuevo orden. Todos los órdenes de la vida política y social debieron rediseñarse en forma simultánea. Esto excluye a priori el cumplimiento de una condición fundamental para el éxito del cambio de sistemas, a saber, que la democracia gane en credibilidad con el surgimiento de una economía eficiente, un sistema jurídico sólido y una sociedad civil consciente de sus deberes. La democracia se está desarrollando en un vacío. Además, en esta parte de Europa, la democracia era hasta el momento una categoría meramente teórica, conocida sólo de los tratados académicos".77 El mismo autor agrega que "la fuerza que impulsó el cambio de sistema fue la idea transnacional de la libertad individual, de la vigencia de los derechos humanos y cívicos, del pluralismo político y de la economía de mercado". Nosotros añadiremos que el despliegue de esa fuerza fue posible sólo en tanto finalizó la incontrarrestable presión imperial soviética, ya que 75 G. Stokes. Op. citada 76 A. Gunder Frank. Op. citada 77 D. Bingen. Op. citada ninguna fuerza moral ni deseo de libertad o prosperidad habría podido imponerse en el seno de un sistema omnipotente, que durante décadas controló exitosamente cada aspecto de la vida política, social y económica de los pueblos. Sin embargo, la herencia postcomunista hace extraordinariamente difícil la instauración de la democracia: ninguna dictadura contemporánea fue tan devastadora con relación al organismo social, tanto por su larga duración, como por la implacable planificación política y económica que caracterizó a los regímenes estalinistas y postestalinistas. La virtual inexistencia de propiedad privada sobre bienes de capital y el resignado sometimiento a un Estado que, aunque relativizaba todos los derechos, al menos garantizaba un empleo, se constituyeron en importantes obstáculos para el proceso democratizador. Por lo mismo, como destaca Bingen, "luego de la lucha de clases de los comunistas, sólo existe una sociedad civil en estado embrionario, la que no está en condiciones de estabilizar en forma decisiva una nueva sociedad abierta". De la euforia al desafío de cambiar.Hungría, Polonia y Checoslovaquia se reencontraron jubilosamente con la democracia y con las políticas de mercado. Pero su funcionamiento fue más complejo de lo previsto: las nuevas instituciones no operaban con tanta fluidez como lo hacían en Occidente; las leyes del mercado afectaron seriamente los índices de empleo; la acelerada privatización condujo a desequilibrios que pueblos formados en el mito de la igualdad no podían menos que rechazar. Nada de esto ha hecho peligrar las conquistas democráticas, pero la nostalgia de la seguridad, sacrificada en aras de la libertad, ha impuesto un relativo freno a los ambiciosos programas de reformas. Los jóvenes partidos, impotentes para articular los intereses de sus representados y proyectar adecuadamente sus proyectos de sociedad, no han sido capaces de consolidar la arrolladora fuerza con que surgieron, cayendo en intrascendentes rencillas, en las que con frecuencia se han perdido de vista los grandes objetivos que un día movilizaron a las masas bajo sus banderas. "Los nuevos líderes políticos tienen poca experiencia administrativa, trabajan con parlamentos divididos y partidos sin programas definidos. Cada país tiene que encontrar su propia fórmula para iniciar los cambios institucionales, sin destruir lo positivo del pasado. No pueden eliminar los intereses y hábitos formados bajo medio siglo de control comunista".78 Frente a ellos se erigieron sorpresivamente como alternativa los sectores más reformistas de la vieja guardia comunista, quienes abjuraron del marxismo leninismo, pero conservaron su destreza política y capacidad de organización. Polonia, Hungría y Eslovaquia -al igual que Letonia y Lituania- eligieron libremente gobiernos mayoritariamente integrados por ex 78 Claudio Pomerlau. Los cambios en Europa del Este: el estado de las naciones. Revista de Ciencia Política, Universidad Católica de Chile. Vol XIII N° 1-2. Santiago 1991 comunistas, los que, no obstante su pasado, han probado la sinceridad de su conversión al no revertir las reformas, aunque disminuyendo su intensidad. En un comienzo, las nuevas opciones políticas se habían proyectado muy distanciadas del oprobioso sistema del cual acababan de liberarse, y enfatizando el sentimiento nacional como contraposición al vasallaje, lo que había dejado transitoriamente fuera del juego a los ex comunistas. Paradojalmente esta élite, sólidamente formada al amparo del poder -pero sin el estigma de haber llegado a ocupar altas posicionesvino a proporcionar el equilibrio que sociedades políticamente inmaduras necesitaban para perfeccionar sus nacientes instituciones. Sólo la República Checa, bajo el liderazgo del talentoso Vaclav Havel, ha podido enfrentar este difícil proceso sin confundirse, quizá porque se trata de un estadista que "convence y mueve a sus compatriotas más por sus ideas y valores que las acompañan que por su pasión".79 Por cierto ello no ha impedido la formación de un bloque de izquierda con preminencia comunista, que cuenta con 35 parlamentarios de un total de 200. La estructuración social legada por las democracias populares se caracteriza por una clase media poco hilvanada, compuesta fundamentalmente por ex burócratas y profesionales que tuvieron, en general, algún grado de vinculación con las fenecidas dictaduras, así como por un pequeño pero influyente segmento intelectual. Entre las naciones analizadas sólo Hungría cuenta con una clase media de relativa importancia, surgida de la actividad comercial impulsada por Kadar. En este cuadro social el rol protagónico en los procesos de transformación pertenece a los trabajadores. Pero, como afirma Bingen, los comunistas crearon una clase trabajadora al estilo del siglo XIX, "que encontró su lugar en gigantescos emporios combinados de siderurgia, minería y de la industria pesada". "Adaptar estos trabajadores, con su especial formación, su visión del mundo y su mentalidad, a las profundas transformaciones en el sistema económico es algo sumamente difícil. La clase obrera postcomunista parece, por lo tanto, particularmente propensa a manipulaciones demagógicas cuando ve amenazados su nivel de vida y sus puestos de trabajo".80 Ello explica, en parte, que los actuales dirigentes políticos exhiban un mensaje por momentos poco responsable, demagógico e incluso autodestructivo con respecto a las organizaciones que ellos mismos representan. La organización Solidaridad es probablemente la mejor demostración de este aserto: siendo la única e incuestionada fuerza política y social de Polonia, después de asumir el control del gobierno se formaron en su seno focos opositores y surgieron distintos proyectos y estrategias. Su líder Lech Walesa, en un intento por reafirmar su autoridad personal, provocó la caída de su hasta entonces camarada Tadeusz Mazowiecki. En medio de la fragmentación del otrora poderoso sindicato, Walesa logró imponer su candidatura presidencial, pero no pudo impedir que todas las facciones de 79 C. Pomerlau. Op. citada 80 D. Bingen. Op. citada Solidaridad fuesen estrepitosamente derrotadas por los flamantes socialistas democráticos, los únicos que pudieron mostrar alguna coherencia y disciplina ante un electorado hastiado de mezquinas e interminables reyertas. Nacionalismo: ¿factor de unidad o fragmentación? No caben dudas que el sentido nacional desempeñó un papel de importancia en la liberación de los países del este. No podía ser de otra manera en naciones con una historia milenaria plegada de orgullosas tradiciones, las que por varias décadas fueron aplacadas por un proyecto totalizador y foráneo. Ciertamente esta forma de nacionalismo vino a reforzar la identidad y las raíces de pueblos que gustosos hurgaron en su historia para reencontrar su ser nacional y reivindicar sus propios valores para transformarse de dóciles satélites en actores independientes de un mundo fuertemente interrelacionado, en el que los bloques de poder carecen de sentido. Pero esta búsqueda retrospectiva de la identidad perdida (o al menos diluida) no está exenta de peligros: bien lo saben los húngaros, cuyo país fue jibarizado en beneficio de sus vecinos bajo pretexto de amparar a las minorías étnicas. Los analistas coinciden en otorgar un papel al nacionalismo en la caída del comunismo. "El nacionalismo y la etnicidad fueron también factores en todos los movimientos sociales de la Europa del Este. El nacionalismo (aunque fuera sólo 'en contra de los rusos') y los problemas étnicos ayudaron a movilizar gente hacia y dentro de todos estos movimientos sociales y luego a definir algunas de sus demandas".81 Por lo demás, como asevera Istvan Deak, "en los últimos 150 años regímenes liberales, conservadores, democráticos, autoritarios, fascistas y bolcheviques han regido en Europa del este. Pero todos ellos, así como las ideologías que los sustentaban, han sido efímeros. Lo que sí ha sido permanente es el nacionalismo".82 Coincidimos con William Pfaff en su afirmación de que el nacionalismo es inherentemente absurdo. "¿Por qué el accidente -afortunado o infortunado- de haber nacido en Estados Unidos, Albania, Escocia o las islas Fiji debe imponer lealtades que rijan una vida individual y estructuren una sociedad al extremo de ponerla en conflicto formal con otras? Pero, para bien o para mal, ese orgullo nacional puede en ocasiones constituirse en la fuerza capaz de derribar a un tirano o restaurar la perdida liberta de un grupo humano. El mismo Pfaff recuerda que, durante sus 123 años de inexistencia territorial, "la nación polaca sobrevivió en la mente de los polacos que vivían en lo que había sido la Polonia histórica y en el exilio de París y otras partes. Cuando por segunda vez dejó de poseer una existencia nacional independiente, durante la Segunda Guerra Mundial, se crearon escuelas clandestinas, al igual que en los años de la Partición, así como universidades (llamadas 'universidades volantes' porque el ámbito 81 A. Gunder Frank. Op. citada 82 Istvan Deak. Nationalism in the Soviet Bloc. Uncovering Eastern Europe's Dark History. Orbis, a journal of World Affairs. Vol. 34, N° 1. Published by The Foreign Policy Research Institute. Philadelphia, USA. 1990 físico de las clases estaba sometido a cambios imprevistos) e incluso instituciones clandestinas de administración civil y de justicia, con el objeto de afirmar la existencia política de una nación polaca a pesar de su inexistencia formal". "Cuando Lech Walesa llegó a Presidente de la República Polaca no comunista en 1990, no recibió las investiduras de su cargo del general Jaruzelski, su predecesor como Presidente de la República Popular Polaca, sino del anciano jefe de estado del gobierno polaco en el exilio, que estaba instalado en París y se mudó a Londres en 1941".83 La Polonia postcomunista inicia su reinserción internacional ratificando la validez de los tratados frente a eventuales expectativas alemanas de recuperar los territorios perdidos, pero también debe desautorizar a los nostálgicos del paneslavismo, que fue la centenaria justificación de la dominación rusa. Estos se agrupan en la Confederación para una Polonia Independiente, fundada en 1979 por el periodista Leszek Moczulski y que constituye el más antiguo partido no comunista del país. Con una votación superior al siete por ciento, la Confederación muestra señales de antisemitismo y xenofobia, en tanto proclama su respaldo a grupos nacionalistas pro polacos de Ucrania, Bielorrusia y los estados bálticos. Para potenciarse ha pactado alianzas con el Partido de Acción Católica, otra importante agrupación de carácter casi integrista y que apela a los "valores nacionales polacos" y advierte contra el hegemonismo alemán. Y por cierto el relativo éxito de estos partidos ha llevado a varios de los restantes a tomar algunas de sus banderas y sumarse al populismo nacionalista.84 ¿Y Checoslovaquia? Aquí el recuerdo del pasado precomunista reactivó el recelo de los eslovacos frente al espíritu colonialista que evidenciaron los checos durante los veinticinco años de existencia de la Checoslovaquia independiente. Ni el mismo Alexander Dubceck, prematuramente desaparecido, pudo contrarrestar esta desconfianza, hábilmente explotada por el rudo populista Vladimir Meciar, quien logró imponer su peculiar personalidad ante su pueblo en una relación de amor-odio que ha sabido manejar con un permanente despliegue de retórica nacionalista. La aparentemente irreversible división de la joven nación dejó, por un lado, a una República Checa dirigida, como antaño, por un intelectual dotado de prestigio y credibilidad, con orden interno y un prudente programa de reformas económicas que la comienzan a situar, sin mayores dificultades, entre los países occidentales y respaldan la apreciación de su primer ministro, Vaclav Klaus, en cuanto a haber cruzado el Rubicón en el plano de la transformación económica. De otra parte, está la rústica Eslovaquia, económicamente más desmedrada y políticamente poco predecible, pero que probablemente se verá beneficiada ante cualquier paso hacia la integración con Occidente dado por sus vecinos checos. Hay otra minoría, claro, que ha sido y puede volver a ser fuente de problemas: los alemanes de los sudetes, región que fue virtualmente depurada de checos durante la Segunda Guerra, y cuyos habitantes han sufrido el 83 W. Pfaff. La Ira de las Naciones. Ibid. anterior 84 Stephen R. Bowers. Ethnic Politics in Eastern Europe. Conflict Studies N° 248. Published by the Research Institute for the Study of Conflict and Terrorism. London, UK. 1992 aislamiento y la desconfianza durante los últimos cincuenta años; pero el espíritu integracionista y la necesidad de mantener buenas relaciones con Alemania han convencido al gobierno de las bondades de mantener con las minorías un diálogo que permita mostrar hacia el exterior una consecuente integración interna. En todo caso, es indiscutible que la situación actual es la mejor de los últimos dos siglos. "Puede ser cruel, pero los cambios producidos en el siglo XX en el mosaico étnico de Europa Oriental podrían ser la clave para mejores relaciones entre los estados de la región. Aunque logrados al precio de increíble sufrimiento, estos cambios han disminuido drásticamente el número de minorías étnicas, y con ello el número de potenciales conflictos." Por otra parte, "los pueblos de Europa Oriental han probado reiteradamente que sus corazones y mentes están con Occidente y con el liberalismo occidental. Todos los reformadores del este europeo consideran a Europa Occidental y a los Estados Unidos como sus modelos políticos y económicos". Este común propósito pone en un segundo plano las rivalidades regionales y "crea las condiciones para que los pueblos de Europa del este puedan trascender sus patrones históricos y encontrar armonía entre ellos mismos".85 Las políticas seguidas por los nuevos gobiernos parece confirmar la efectividad de tales apreciaciones. Si bien los problemas que representan las minorías en las naciones del llamado este-centro del continente está lejos de ser conflictivo, la historia le ha impuesto a las mayorías, y consecuentemente a los gobiernos, conductas liberales y tolerantes. Al respecto son destacables las concesiones otorgadas por el gobierno eslovaco a su minoría húngara, a pesar de la reticencia mostrada luego de la declaración de independencia. Por otra parte, Polonia y Hungría son las repúblicas étnicamente más homogéneas de Europa Oriental, con un 95 y un 93 por ciento respectivamente de ciudadanos con sangre sin componente extranjero.86 En resumen, los países estudiados no presentan por ahora (ni en un futuro previsible) problemas de nacionalismos exacerbados, como tampoco de focos autodestructivos basados en minorías oprimidas o en intolerancia étnica o religiosa. Por tal motivo, en la disyuntiva entre patriotismo y nacionalismo planteada por Baradat, nos inclinamos a calificar a los pueblos de la "Mittelosteuropa" como altamente patriotas, pero escasamente nacionalistas, a diferencia de lo que sucede en Yugoslavia o, en menor medida, en Rumania, Bulgaria, los países bálticos y en cierto modo en Albania, en los cuales la fuerza de una identificación étnica se ha visto intensificada por la ausencia de otros factores de unidad.87 Precisamente esta circunstancia, situada en un contexto geográfico e histórico propicio, es la que debiera permitir que estas naciones hagan realidad la consigna de algunos de sus nuevos partidos en orden a "caminar hacia Europa", aún cuando puede que este camino pase por la integración económica antes que la militar, dando así la razón a Havel sobre las pretensiones de Walesa. 85 I. Deak. Op. citada 86 S. R. Bowers. Op. citada 87 Leon Baradat. Political Ideologies. Prentice-­‐Hall, Inc. New Jersey, USA. 1992 El trasfondo de 1989."El fracaso más determinante del socialismo real en Europa del este y la Unión Soviética fue el fallar en la competencia económica con Occidente. Las economías centralizadas habían alcanzado un éxito relativo a través de su crecimiento absoluto forzado. La industria pesada y, en algunos países, la agroindustria en gran escala florecieron. Se brindó y aseguró servicios sociales, pero no así servicios individuales. Del mismo modo se tornó evidente que estas rígidas economías no eran capaces de promover un crecimiento intensivo. Fue precisamente durante la reciente revolución tecnológica, particularmente la computarización en Occidente y en los países de reciente industrialización del este asiático que las economías centralizadas de la Unión Soviética y Europa del este no pudieron estar a la altura, perdiendo terreno en términos relativos y absolutos. Este fue el punto de partida más determinante para estos movimientos sociales y revoluciones". "El fracaso de la economía socialista, como el de muchas economías capitalistas y mixtas, está marcado sobre todo por su incapacidad para competir en el mercado internacional".88 Pero la competencia también se hizo insostenible en el piano de la tecnología bélica. A comienzos de los ochenta la iniciativa de defensa estratégica conocida como "Guerra de las Galaxias", impulsada por el presidente Reagan, obligó a Moscú a redoblar sus esfuerzos en un vano propósito de igualarse con Occidente, en especial con los Estados Unidos. Para ello naturalmente exigió a las naciones satélites que compartieran la pesada carga, lo que no hizo más que agravar la ya disminuida situación de los pueblos este europeos. Por cierto éstos anhelaban mayores espacios de libertad y sentían auténtica nostalgia por sus tradiciones perdidas y por un modo de vida que en su mayoría ni siquiera conocieron, pero que formaba parte de sus irrenunciables valores culturales; pero el factor que gatilló la agitación popular fue netamente económico, aún cuando es preciso reconocer que ella operó en un ambiente favorable ante el aflojamiento de la presión soviética registrado durante la última mitad de la década. Así, impulsadas por la crisis y la pérdida de confianza, "las revoluciones de 1989 se iniciaron pacíficamente como profundos y vastos movimientos sociales. Alcanzaron el éxito más rápidamente de lo que esperaban sus protagonistas al poner a funcionar una democracia civil en una sociedad civil para alcanzar la liberación. Finalmente la teoría del dominó, temida en otras ocasiones en que no operó, esta vez funcionó, aunque más bien de manera inesperada. En parte se debió a que los movimientos sociales no sufrieron represión armada desde el interior o el exterior, exceptuado el caso de Rumania". "Las revoluciones de 1989 en Europa del este fueron hechas por movimientos sociales pacíficos que perseguían y consiguieron la caída de gobiernos y del erosionado poder estatal, que la mayoría de ellos mismos no deseaba 88 A. Gunder Frank. Op. citada reemplazar. En presencia de un vacío de poder estatal, los movimientos sociales de Europa del este se vieron obligados a (re)organizarse para ejercer el poder del Estado. Lech Walesa declaró que el error más grande cometido por Solidaridad fue haber asumido el gobierno, pero no tuvo alternativa".89 Probablemente si las motivaciones populares se hubiesen circunscrito a aspiraciones económicas sus resultados no hubiesen pasado de rectificaciones o aún cambios de gobierno, pero sin la caída de los regímenes comunistas. Sin embargo, el subconsciente colectivo y la claridad conceptual de algunos de sus líderes, unidos a la inesperada pasividad encontrada en el adversario, transformaron al movimiento en revolución, cobrando insospechada importancia valores que por décadas habían sido supeditadas a las prioridades materiales hasta el punto de haberse convertido en virtuales abstracciones, tales como la libertad, la dignidad y la soberanía nacional. Sólo entonces los subyugados ciudadanos de Europa Oriental volvieron a exigir que se restaurase aquello que habían perdido, todo lo que alguna vez había formado parte de su ser nacional. "De hecho es una peculiaridad del comunismo, su único logro en la historia, haber destruido todo lo que funcionaba en las sociedades tradicionales -pre democráticas y pre industriales, o semi democráticas y semi industriales- y haber erradicado al mismo tiempo todo el potencial para el desarrollo moderno que esas sociedades hubiesen tenido si ellas no hubiesen sido esterilizadas por el comunismo".90 Aunque los principales disidentes llevaban un largo tiempo luchando por postulados que para la gran masa parecían demasiado lejanos, "la crisis del comunismo y la revitalización de la sociedad vindicaron a la disidencia y ampliaron su atractivo popular. Esta mantuvo viva su movilización intelectual eligiendo transparencia sobre conspiración, y definiendo como objetivo la recuperación de la verdad. Y como la recuperación de la verdad está inextricablemente relacionada con el resurgimiento de la esfera del debate público y con la transparencia del gobierno, las revoluciones este europeas pueden considerarse como revoluciones en su más puro significado de 'retorno': un esfuerzo de las sociedades este europeas para apropiarse y reapropiarse distintivamente de ideas y principios occidentales de los cuales habían sido privadas por el comunismo. También representaron la recuperación de las identidades nacionales negadas por el 'olvido generalizado' del comunismo".91 La perspectiva de la rebelión nacionalista es planteada por Pfaff: "Lo que sucedió en la Europa sovietizada consistió ante todo en una serie de levantamientos profundamente nacionalistas contra la opresión extranjera, realizados por pueblos que por cierto deseaban ser prósperos, democráticos, incluso capitalistas, y reencontrarse con una comunidad occidental cultural, además de política, de la cual los habían aislado, pero que principalmente deseaban desembarazarse de la ocupación soviética y sus agentes y liberarse para ser ellos mismos, lo cual 89 A. Gunder Frank. Op. citada 90 Jean-­‐Francois Revel. Resurrecting Democracy in Eastern Europe. Orbis, a journal of World Affairs. Vol. 35, N° 3. Published by The Foreign Policy Research Institute. Philadelphia, USA. 1993 91 G. di Palma. Op. citada implicaba, lógicamente, la posibilidad de que en muchos casos volvieran a un pasado de gobierno no democrático sino autoritario, intolerante ante las diferencias religiosas y étnicas, y agresivo hacia sus vecinos". El mismo autor destaca la incidencia de los valores éticos en los movimientos sociales de Europa del este: "Una faceta notable de la gran liberación de 1989 fue su aspecto de victoria moral: la energía moral había inspirado la forma de disidencia política y material y la resistencia que minó y al fin pulverizó la autoridad comunista. Esta fuerza moral constituía un elemento significativo en la legitimidad de los nuevos líderes que al principio afrontaban el legado de intolerancia y conflicto de la Europa balcánica y central, así como los estragos morales causados por cuarenta años de comunismo. Como lo expresó el presidente Vaclav Havel en su discurso del Año Nuevo de 1990, en lo que entonces aún era la República Checoslovaca, era una legado de 'enfermedad moral... de decir una cosa y pensar otra... una triste herencia que debemos aceptar como algo que nos hemos infligido a nosotros mismos".92 Jean Francois Revel compara la situación post comunismo de Europa Oriental con la transición española de 1976 a 1980: "Cuando Franco desapareció, lo único dictatorial que sobrevivía en la sociedad española era la organización cupular del Estado. La sociedad civil ya estaba democratizada; la clase media, industrializada y cosmopolita, había incorporado el know how europeo durante el extraordinario salto económico de los sesenta. La industria española había sido renovada y la cultura española estaba abierta a todo el mundo".93 Ciertamente ese no era el caso de los europeos del este, quienes a comienzos de 1990 recién comenzaban a atisbar un mundo al que se sentían ajenos, posicionados en una mentalidad anclada en los años cincuenta. Los pueblos de los países satélites ahora se comparaban con aquellos de las naciones occidentales, con cuyos niveles de vida no estaban tan diferenciados antes de la guerra, y se preguntaban cuál sería ahora su situación si se hubiesen mantenido vinculados a aquella parte del mundo de la cual siempre se sintieron parte integrante. No se trataba de idealizar el pasado ni de perder conciencia que, en general, en la década del 40 sus sociedades eran más bien tradicionales. Pero, como expresa Revel, "la sociedad tradicional está pobremente industrializada, pero tiene su agricultura (que aunque poco productiva tiene su coherencia y su know how) y una artesanía sofisticada y variada, capaz de elaborar objetos a menudo de gran calidad. La transición a la modernidad tiene lugar sobre bases fuertes. En el caso del comunismo, sin embargo, la milenaria base de know how ha sido destruida y el know how de granjas e industrias modernas no ha sido adquirido".94 En ese contexto, y asumiendo que se encontraban ya en medio de una revolución, naturalmente se buscó la opción liberal, en tanto se percibía como el sistema que había dado prosperidad a Europa Occidental. "Durante el invierno de 1989-1990 el punto de vista prevaleciente fue que el leninismo, junto con otros movimientos revolucionarios, se había agotado y que el futuro pertenecía a las élites liberales con proyectos racionales de economías de 92 W. Pfaff. La ira de las naciones. Ibid. anterior 93 J. F. Revel. Op. citada 94 J. F. Revel. Op. citada mercado y pluralismo político".95 Sin embargo, no era fácil encontrar un auténtico referente liberal en medios políticamente congelados por más de cuatro décadas, ya que "la imposibilidad de modernización política durante el régimen comunista rigidizó la mentalidad de las organizaciones oficiales, pero en especial impidió la normal evolución del pensamiento de derecha, el que surgió anquilosado y defendiendo intereses sociales y religiosos propios de la primera mitad del siglo. Sus postulados enfatizan valores tales como la nacionalidad, el honor y la moralidad, en términos más propios de sociedades homogéneas y poco diferenciadas, lo que no corresponde a la realidad de nuestros tiempos. El falso supuesto sobre las condiciones de la sociedad contemporánea quita validez como proyecto a las soluciones proclamadas por estos sectores". Así, al caer el comunismo, "las sociedades se encontraron sin un foco político con el cual se pudieran sentir cómodas. Los nuevos partidos eran construcciones cupulares de intelectuales. Casi hipnóticamente, la gente se volvió hacia las personalidades, virtualmente sin considerar sus programas políticos, invistiéndolas así de una suerte de supra estatus político".96 Vaclav Havel fue el mejor ejemplo de este aserto: se le reconocía una enorme autoridad moral, la que fue suficiente para llevarlo a la presidencia. Una vez en el cargo, respaldó sus iniciativas utilizando su carisma y sus habilidades como comunicador. En el otro extremo está el populista eslovaco Vladimir Meciar, quien exhibe un ambiguo discurso social-capitalista de fuerte connotación nacionalista, pero que está muy lejos de constituir un programa de gobierno. Como agrega Schöpflin, "la dificultad que ocasiona el investir a personas de demasiada autoridad es que se tiende a debilitar el efectivo funcionamiento de las instituciones, aunque pueden ser útiles como forma de canalizar frustraciones acumuladas e incertidumbres en las comunidades políticamente inmaduras". Los personalismos y la falta de consistencia ideológica de los partidos y grupos políticos surgidos con motivo de la revolución de 1989 han constituido una seria dificultad para elaborar programas coherentes y motivar al pueblo en pos de proyectos y objetivos realistas y creíbles. Ello no sorprende si se tiene en consideración que "la mayor parte de los movimientos sociales que asumieron roles protagónicos en los países del este de Europa son consciente y explícitamente antipartido", según observa Gunder Frank. Como ejemplo de ello cita el caso del Foro Cívico checo, el que "tiene una organización suelta, sin un programa central, sin reglamentos". El mismo autor cita a uno de los fundadores de una organización política húngara, quien define a su agrupación como "una tendencia teórica y no un partido. Por el contrario, se trata de una organización antipartido desde la base de la sociedad".97 95 A. C. Janos. Op. citada George Schöpflin. Post Communism: Constructing New Democracies in Central Europe. International Affairs. Vol. 67, N° 2. The Royal Institute of International Affairs. Cambridge University Press, UK. 1991 97 A. Gunder Frank. Op. citada 96 CAPÍTULO XVI EL INICIO DE UNA NUEVA TRANSICIÓN George Schöpflin señala que "el problema central del post comunismo es la brecha entre formas democráticas y sustancia real. La democracia supone un conjunto de valores para gobernantes y gobernados, que involucra autolimitación, compromiso y negociación, condiciones que los estados y sociedades post comunistas no pueden adquirir de la noche a la mañana, sino como resultado de varios años de práctica". Por otra parte, los problemas inherentes a la falta de un sistema establecido de partidos ha tenido su precio. La falta de tradición e identificación partidistas, de programas de partido y de una estructura institucionalizada han sido importantes obstáculos para un eficiente proceso de decisiones. "Estos problemas son particularmente significativos, por cuanto las estructuras de gobierno en Europa Oriental están basadas en el modelo de los sistemas parlamentarios de Europa Occidental, los que se apoyan fuertemente en la identificación con los partidos y en la disciplina partidista. Un efectivo proceso de toma de decisiones sólo es posible con el respaldo de una mayoría parlamentaria".98 En las naciones que han vivido bajo regímenes marxistas los conceptos de derecha e izquierda tienen connotaciones distintas a las que se les confiere en Occidente. La calidad de la política es diferente, como también lo son las respuestas populares a los desafíos políticos, las que suelen conceder similar importancia a los criterios de orden moral o nacional que a sus propios intereses económicos, que fueron homogeneizados y atomizados bajo el dictado comunista. "La esencia del problema es que la modernización de estas sociedades bajo el comunismo fue parcial y distorsionada, con las complejidades y características propias de sociedades occidentales bloqueadas por el poder comunista". Se destruyeron las instituciones y relaciones de solidaridad y lealtad que diferencian a una sociedad de un simple conjunto de individuos. El Estado llegó a ser algo remoto y abstracto. Y el término del sistema comunista no cambió esta percepción. "Sin embargo, a falta de otras organizaciones sociales, en los estados post comunistas se mantienen criterios estatistas, hasta el punto en que impera la idea que el estado puede construir una sociedad moderna, lo que reviste serios peligros. Después de todo ese fue el proyecto intentado en los siglos XIX y XX antes del comunismo".99 98 H. A. Welsh. Op. citada 99 G. Schöpflin. Op. citada Pero el poco tiempo transcurrido desde la recuperación de la democracia, junto al consiguiente proceso de decantación de los elementos críticos propios de una transición inesperada, ha permitido que los paradigmas históricos pierdan progresivamente la fuerza social que se les reconoció inicialmente para dar lugar a desordenados intentos grupales de posicionamiento, con su inevitable secuela de fragmentación política. Así, a partir de 1991, la transición entró en una nueva etapa en la mayoría de los países del este. "Los grupos y organizaciones políticas sintieron la presión para desarrollar sus propios perfiles políticos y sus propias estructuras partidistas. Los slogans debían ser reemplazados por programas políticos sustantivos y transformados en acciones. Los conflictos de intereses salieron a la superficie y surgió competencia orientada a la obtención de poder personal y de grupos. En estas circunstancias, proliferaron los partidos y se incrementó la competencia entre ellos, contribuyendo a prematuras elecciones en la mayoría de los casos. En el otoño de 1991 había en Polonia más de cien partidos políticos. El alto grado de fragmentación partidista ocasionó intransigencia y limitaciones, lo que a su vez minó el consenso de las élites, una variable clave en la consolidación democrática".100 Para Helga Welsh "la transición a la democracia es también una transición en los modos de resolución de conflictos. La primera etapa en la transición a la democracia está caracterizada por la evolución de formas de imposición a otras de intensa negociación y compromiso. Una vez que la transición entra en su etapa de consolidación, la negociación y el compromiso declinan en favor de modelos más competitivos de resolución de conflictos". La primavera económica de Praga.El gobierno checo se puede jactar de haber dado los pasos más difíciles en el proceso transformador, como son la liberación de precios y del comercio exterior, la privatización, las reformas tributaria y monetaria y la dictación de una ley de quiebras, entre otros. Para bien o para mal, se definió también su relación con Eslovaquia al consolidarse la separación de ambos estados. Sin traumas ni apresuramientos, pero sacando resuelto partido del consenso nacional en favor de los cambios, se han privatizado unas mil quinientas empresas estatales. Actualmente el sector privado aporta cerca del 90 por ciento del producto de la República Checa, su tasa de inflación es la más baja del mundo postcomunista, con una media mensual inferior al 1%, su situación fiscal es equilibrada, su moneda es estable, su tasa de desempleo -de 3,1%- es de las más bajas de Europa y mantiene un bajo endeudamiento externo.101 Por otra parte, resulta impresionante el grado de aceptación popular de las reformas, a pesar de las consecuencias sociales que inevitablemente han ocasionado. Ello deja en claro la 100 H. A. Welsh. Op. citada 101 Franz-Josef Reuter y Jan Senkyr. El Gobierno de Praga, pionero entre los países de Europa Central y Oriental. Revista Contribuciones a Ciencias Sociales, julio-septiembre. Universidad de Málaga, España. 1994 capacidad de persuasión de la dirigencia checa y la confianza que el pueblo ha depositado en ella, lo que a su vez contribuye a explicar el éxito obtenido. Para su canciller, Josef Zieleniec, la división de la federación checoslovaca, a comienzos de 1993, dio lugar a una nueva situación geopolítica, dentro de la cual la meta de participar en el proceso de integración europea se hace, para el Estado Checo, más importante y urgente. "En tal sentido habrá un cierto cambio en las prioridades políticas respecto del pasado con una orientación occidental claramente mayor". El objetivo declarado del gobierno es ingresar a la Comunidad Europea antes del año 2000. En cuanto a la OTAN, aún cuando Havel y Klaus han hecho saber su aspiración de integrarse a ella, esta no es más que una prioridad estratégica de largo plazo y se ha negado a unirse a Varsovia y Budapest en sus exigencias de garantías para el período de transición, conformándose con participar en el proyecto preparatorio conocido como Partnership for Peace. Estas y otras diferencias con sus vecinos condujeron al primer ministro checo a anunciar el término de la cooperación política con los integrantes del grupo de Visegrad (Eslovaquia, Hungría y Polonia), lo que apunta a acelerar su propio proceso de integración económica con Europa occidental. Por ahora, el gobierno está sustentado en una sólida mayoría de 105 sobre 200 bancas parlamentarias, integrada por cuatro partidos, a la que se agregan circunstancialmente miembros de grupos opositores que cubren una amplia gama de extremo a extremo. La única amenaza visible que enfrenta la coalición es la proveniente de KDU-CSL (Unión Cristiana y Democrática-Partido Popular), agrupación que exige la devolución de los bienes expropiados a la Iglesia Católica, a lo cual se opone el mayoritario Partido Democrático, integrante de la coalición oficialista. Sin embargo ha sido la propia Iglesia la que, preocupada por su deteriorada imagen, ha intentado poner fin a la disputa, afirmando no estar interesada en que se le restituyan todos los bienes. En todo caso, las encuestas revelan que más del 70 por ciento de la población se opone a tal devolución. El relativo éxito que la República Checa está obteniendo en su proceso de modernización no desmiente en forma alguna las aseveraciones de Schöpflin acerca de la falta de madurez política de las sociedades post comunistas. Más bien viene a confirmar otro de los asertos de dicho autor relativo al rol del liderazgo, cuya preponderancia es precisamente una característica de las sociedades con sistemas políticos precarios o en transición. De ahí el vaticinio de Shöpflin: "En los próximos años el liderazgo será un factor clave para determinar si los distintos países del este de Europa serán capaces de lograr una transición rápida". La adolescencia política de Polonia.Nunca Polonia conoció una verdadera democracia. Por eso, al reivindicar su pasado, puede alimentar su autoestima con gloriosas gestas o con acontecimientos que sirven como valiosos hitos y referentes de su legitimidad como nación y como factores de identidad, pero lo más cercano a la institucionalidad democrática se encuentra en el advenimiento del mariscal Josef Pilsudski, finalizada la Primera Guerra Mundial, el que fue seguido de una abierta dictadura, aún cuando ella fue respaldada por una mayoría ciudadana. Por ello no puede extrañar que el líder indiscutido de la primera fase postcomunista, Lech Walesa, emplee una retórica que, en opinión del propio Adam Michnik, uno de los fundadores de Solidaridad, se acerca más a la tradición autoritaria personalista de Pilsudski que a las formas democráticas que caracterizaron a este último movimiento. El camino para transformar el mercado se visualiza largo y difícil. Las cifras que sucesivamente han entregado los numerosos gobiernos a partir de 1990 son recibidas con desconfianza, ya que parecen influidas por los objetivos políticos del momento. "El sector privado sigue creciendo, aunque con poca coordinación y sin poder político. La clase obrera tiene mucho más poder y organización política".102 Ante los intentos de partidarios y adversarios por delimitar las atribuciones del presidente Walesa ante sus constantes pugnas con el gobierno socialista, éste parece preferir la indefinición, confiado en que a la larga prevalecerá su carisma y liderazgo: "No estoy en favor de tos conceptos clásicos presidenciales, ni el francés, ni el italiano, ni el americano. Lo haré a mi manera. Quiero sorprender a todo el mundo". La Iglesia Católica desempeñó, como hemos visto, un papel protagónico durante las últimas décadas de gobierno marxista; pero la democratización del país la obligó a redefinir su rol en la sociedad. Si hubiese pretendido mantener el poder político que adquirió durante los años ochenta, se hubiese arriesgado a inminentes divisiones en su seno, tanto más cuanto que la fragmentación de Solidaridad la habría obligado a definirse ante cada una de las escisiones que ese movimiento ha experimentado. Por otra parte, partidos y líderes políticos se relacionan con los sectores eclesiásticos de manera diferente a la utilizada en cualquier etapa anterior del presente siglo. La jerarquía ha debido extremar sus esfuerzos para evitar el efecto de la inercia en materia de intervención política, aún cuando esto le ha significado una evidente pérdida de presencia social; pero a ningún observador imparcial le pueden caber dudas que esta prescindencia será, en definitiva, la mejor garantía de su propia sobrevivencia. En cuanto a los peligros de un rebrote nacionalista, parece poco probable que los antes mencionados resquemores hacia Alemania cobren fuerza mientras ésta última esté regida democráticamente y priorice su complejo proceso de reunificación cultural, económica y social. Pero desde el Báltico surge un atractivo llamado para restaurar la Polonia de los Jagellon: en Lituania existe una activa minoría polaca, la que constituye un 7,7 por ciento de la población; sólo en Vilna habitan 160.000 miembros de esta importante comunidad, quienes han tenido conflictos con las autoridades ante la abolición de sus consejos étnicos locales y porque consideran que la ampliación del radio urbano de la capital está orientada a disminuir su influencia. Hasta ahora los gobiernos lituano y polaco han sabido desactivar las tensiones mediante 102 C. Pomerlau. Op. citada reuniones de sus ministros de Relaciones Exteriores, entre las cuales se destaca la de octubre de 1991, que culminó con una declaración conjunta que reconoce los derechos de las minorías a salvaguardar sus valores culturales y religiosos, así como a ser educadas en sus lenguajes de origen.103 La serenidad de una nación golpeada.Las últimas generaciones de húngaros se han formado en la adversidad. El fin de la Primera Guerra Mundial representó para ellos la amputación de la mayor parte de su territorio, convirtiéndose en uno de los países más pequeños del este europeo, con las únicas excepciones de Bulgaria y Albania. Los únicos centros urbanos que se le permitió conservar fueron Buda y Pest, que en su conjunto forman la ciudad capital. Su casi obligada alianza con la Alemania nazi, junto a su posición geográfica, la dejaron a merced del imperio soviético al finalizar la guerra. Sufrió estoicamente el estalinismo y la alienación de sus valores y tradiciones, incluyendo una sangrienta invasión ante su breve aproximación a la libertad. Pero paradojalmente, Janos Kadar, el restaurador del comunismo amenazado en 1956, se convirtió en un innovador respecto de las políticas económicas que la URSS había impuesto hasta entonces en las naciones del este, lo que permitió la creación de un incipiente mercado y, por sobre todo, de una clase media con mentalidad proclive al cambio y abierta a la iniciativa individual. Asimismo, dio lugar a una clase comunista más libertaria que las existentes en los restantes satélites, la que no sólo no tuvo inconvenientes en precipitar la caída de Kadar sino que -una parte significativa de ella- colaboró activamente desde la primera fase de la democratización. El régimen parlamentario establecido a partir de 1989 tuvo como eje al Foro Democrático, organización política formada apresuradamente durante el ocaso del régimen marxista por intelectuales y sectores medios sin un ideario definido. En las primeras elecciones los comunistas "duros" no obtuvieron representación, en tanto que el mayoritario sector disidente, agrupado en el nuevo Partido Socialista, sólo alcanzaba el 12 por ciento de los votos. Sin embargo, como fundadamente lo anticipara Pomerlau en 1991, los socialistas contaban con una notable trayectoria y con una conducta reciente que garantizaba la autenticidad de su conversión, por lo cual su peso político les otorgaba una proyección muy superior a ese 12 por ciento, lo que quedó demostrado en las elecciones siguientes.104 No obstante, en la Hungría de hoy no se cuestiona el régimen parlamentario, el que parece tan consolidado como el congreso unicameral. La Iglesia Católica está lejos de contar con el poder que ostentó durante el Imperio, en que estuvo invariablemente identificada con la aristocracia primero y con partidos reaccionarios y fascistas después. Por otra parte, "una vez superado el episodio del cardenal Minkszenty, la Iglesia apoyó el estado comunista, hasta en los conflictos con sectores católicos progresistas y pacifistas, como el 103 S. R. Bowers. Op. citada 104 C. Pomerlau. Op. citada grupo Bilanyista. A pesar de su extraordinaria libertad, la jerarquía húngara no se ha dirigido (como lo hacen los obispos y pastores de Polonia y Checoslovaquia) a los grandes problemas sociales y a su nuevo rol en la sociedad".105 En el disminuido territorio húngaro de nuestros tiempos no se vislumbran los conflictos nacionalistas de antaño, pero en Rumania, República Checa, Yugoslavia (particularmente en Serbia), Eslovaquia, e incluso en Ucrania, existen importantes minorías de cultura húngara que constituyen un recordatorio de la grandeza de comienzos de siglo y suman más de tres millones de personas que no han olvidado sus orígenes. En este sentido, los frecuentes conflictos entre el gobierno rumano y las comunidades húngaras de Transilvania, así como una extensión del actual conflicto yugoslavo, podrían incentivar la injerencia del gobierno de Budapest. De hecho, éste reiteradamente ha pedido a las Naciones Unidas investigar las violaciones a los derechos humanos por parte de autoridades rumanas, las que no pueden olvidar que el movimiento que derrocó a Ceaucescu fue iniciado por Laszlo Tokes, un pastor de la colectividad húngara en Transilvania. La Unión Democrática Húngara de Rumania celebró su primer congreso en abril de 1990, en la ciudad de Oradea (a 17 kilómetros de la frontera magyar), y desde entonces ha intentado dificultosamente mantener su presencia política evitando provocar el aislamiento de la comunidad que representa.106 Teniendo buen cuidado de no condicionar sus relaciones con otros estados al tratamiento de las minorías, el gobierno húngaro formó un Secretariado para Húngaros Expatriados, el que ha intentado promover la idea de "derechos colectivos" para sus connacionales más allá de sus fronteras a fin de prever eventuales conflictos, proposición que ha sido bien acogida por Rusia y Ucrania, pero tajantemente rechazada por Rumania y Eslovaquia, estados que no ocultan su temor ante eventuales reivindicaciones territoriales húngaras.107 105 C. Pomerlau. Op. citada 106 S. R. Bowers. Op. citada 107 J. B. Wright. Security and Co-operation in Europe. The view from the East. Conflict Studies N° 263. Published by the Research Institute for the Study of Conflict and Terrorism. London, UK. 1993 CAPÍTULO XVII LA COMPLEJA INSERCIÓN EN OCCIDENTE "Uno de los costos más altos del estalinismo en el este de Europa fue que, por su causa, esas poblaciones quedaron excluidas de la coyuntura que hizo posible encontrar nuevas soluciones en el oeste. En 1989 muchos europeos del este salieron de su época devastadora, de obsesiones grotescas, llenos de expectativas entusiastas y con un cúmulo de ideas del pasado que habían sido suprimidas por 40 años", afirma Stokes. Agrega, no obstante, que "esto no significa que les vaya a ser imposible crear estructuras para contener sus propias pasiones, pues -a diferencia de 1918- la existencia de la CE ejercerá una presión constante sobre ellos para que se apeguen a la democracia y el mercado".108 Las dificultades de la adaptación económica.Jean Francois Revel considera que la recomposición democrática es la clave para la recomposición económica. "El comunismo no era un sistema económico; era un sistema político que necesitó destruir la economía existente. Por tanto, la solución general está sobre cualquier otro aspecto de carácter político. Todo aquello que permanezca conectado a la organización comunista debe ser eliminado como un obstáculo absoluto para la reconstrucción económica". Habiendo así definido su prioridad conceptual, agrega: "El problema de construir una economía de mercado en una sociedad nacida del comunismo es un problema económico sin ninguna analogía en el pasado. Es único y debemos considerarlo como tal. Para los países que salieron del comunismo la cuestión es aprender de nuevo cómo usar la inversión y el crédito, más allá de la satisfacción de sus necesidades superficiales".109 Pero las complejidades llegan todavía más lejos. Los vaivenes electorales de los últimos dos años demuestran que existe un obvio riesgo político vinculado a las transformaciones económicas. La aplicación de una economía de mercado en sociedades habituadas a la protección y tutela del estado se confronta con la carencia de actores idóneos y con la falta de capitales nacionales, con lo que la economía corre el riesgo de extranjerizarse y desarrollarse inorgánicamente en un marco insuficientemente regulado, con pocos instrumentos legales de protección social y en un medio concientizado durante cuarenta 108 G. Stokes. Op. citada 109 J. F. Revel. Op. citada años en la desconfianza hacia el capitalismo. Por eso nos inclinamos a compartir las aprensiones de André Gunder Frank: "El alejamiento del socialismo de las economías de Europa Oriental, su creciente mercadorización y su mayor integración a la competencia del mercado mundial se produce a continuación de su reciente fracaso y en un momento en que se agrava su propia debilidad económica. Esto plantea grandes peligros económicos y políticos. La crisis se profundiza y la correspondiente mercadorización arrojará como resultado mayor escasez, más desempleo, inflación desatada y el descalabro del estado benefactor. La reestructuración significa una dislocación económica transitoria de diferentes grados y formas". Por otra parte, "la corrupción y los privilegios basados en el gobierno de los partidos comunistas pueden ser eliminados, pero la privatización y la mercadorización engendran otra polarización económica y social, la del ingreso y la condición entre las clases, grupos étnicos y regiones. De este modo, el sueño de unirse a Europa Occidental tal vez se haga realidad sólo para unos pocos".110 La seguridad y los foros regionales,Los países de Europa oriental no cuentan con experiencia que les ayude a esbozar sus propios acuerdos de seguridad, motivo por el cual, cuando dejó de existir el Pacto de Varsovia, en abril de 1991, aquellas entraron en una especie de limbo en materias de seguridad, desde el cual han tenido que emerger sin mayores garantías de parte de las potencias occidentales. Todo ello en momentos en que efectuaban importantes cortes a sus presupuestos militares conforme a lo estipulado en el Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa (CFE) y en que enfrentaban procesos de depuración en sus Fuerzas Armadas, cuya oficialidad era mayoritariamente de militancia comunista.111 Naturalmente la primera medida de seguridad que debieron adoptar tos respectivos gobiernos fue la de asumir un estricto control de sus instituciones armadas, acostumbradas a la incondicionalidad al antiguo régimen. Polonia optó por "civilizar" el Ministerio de Defensa, introduciendo además una drástica separación entre materias administrativas y militares, dejando estas últimas bajo dependencia directa o indirecta de las decisiones adoptadas en el área administrativa, en la cual quedaron los aspectos logísticos. Abolido el sistema de "comisarios", se privó al Ejército de toda injerencia en el resguardo de las fronteras, para lo cual se formó una nueva fuerza denominada Gendarmería Nacional. Un Departamento de Educación lleva a cabo la labor de contrarrestar la formación leninista de los cuerpos armados.112 Si bien varias de las medidas adoptadas por Polonia han sido en cierta forma aplicadas en otras naciones del este, cada una de ellas ha incorporado elementos propios de su realidad. Así, en Checoslovaquia la purga comenzó con una invitación a los militares más comprometidos a renunciar voluntariamente, anunciando que si entre quienes permanecieran en las 110 A. Gunder Frank. Op. citada 111 J. B. Wright. Op. citada 112 J. B. Wright. Op. citada filas se detectaban oficiales que hubiesen aprobado la invasión de 1968, ellos serían tratados como traidores.113 La recientemente segregada Eslovaquia enfrenta otro tipo de problemas. Su contingente fue considerado por el Pacto de Varsovia como "escalón de apoyo", su entrenamiento fue deficiente y su equipamiento e infraestructura insuficientes para un ejército nacional. Su oficialidad careció de preparación estratégica como para diseñar planes de defensa o de combate. Hungría comenzó a proclamar políticas de neutralidad desde 1988, como reacción a la incertidumbre que experimentaba el este europeo ante la ambigua política exterior de Gorbachev. Consecuente con su proposición de formar un corredor neutral desde los Balcanes hasta Europa central, desmilitarizó su frontera con Austria y anunció una política de "transparencia" en relación a sus movimientos de tropas. En Occidente voces tan autorizadas como Henry Kissinger respaldaron la idea de la neutralidad, involucrando en ella a Hungría, Polonia y Checoslovaquia. Pero desde todos los sectores políticos de estas últimas naciones surgió el rechazo: ellas no volverían a convertirse en la "zona amortiguador" de Europa. El camino más lógico para negociar su incorporación a la OTAN hubiese sido un entendimiento previo entre estos tres países, pero, si realmente se intentó seriamente, al parecer la tarea se desechó, sea por su complejidad o -lo que es más probable- por el interés de cada uno de ellos (particularmente Checoslovaquia y luego la República Checa) de diferenciarse de sus vecinos en sus contactos con Occidente. Sin embargo se produjeron entre ellos algunos acercamientos, en los que se priorizó la cooperación en aspectos regionales específicos, respaldada por acuerdos y declaraciones de buena vecindad. Gradualmente comenzaron a incorporar cuerpos legales utilizados por la Comunidad Europea e iniciaron una sostenida concientización interna acerca de las bondades del sistema político y de vida occidental, destacando sus ancestrales lazos con las naciones del oeste europeo. Por cierto nunca faltaron los escépticos que hacían notar lo improbable que sería su aceptación en la OTAN o en la CE, considerando que Occidente se resistiría a aislar a Rusia.114 Pronto ésta demostraría que tampoco se encontraba dispuesta a aceptarlo. Hubo asimismo otros motivos que constituían una traba para un acercamiento franco entre estos estados, y ellos provenían de resentimientos generados mientras formaban parte del Pacto de Varsovia. Recordemos que, en importante medida, el nivel de relaciones entre los satélites era el fijado por Moscú, lo que no sólo sucedía en el plano militar sino también en el seno del Consejo para Asistencia Económica Recíproca (COMECON), cuya autoridad estaba igualmente centralizada. Sin embargo, algunas de las decisiones de ambos organismos solían producir roces entre los gobiernos y, lo que es más importante, resentimientos duraderos entre los 113 J. B. Wright. Op. citada 114 J. B. Wright. Op. citada pueblos. Ese fue el caso de la ocupación por tropas polacas de la región norte de Bohemia luego de la invasión de 1968. Las diferencias sobre el tratamiento de las minorías húngaras en Eslovaquia fueron otro factor de conflicto, al que se añadieron las discrepancias acerca del financiamiento de una controvertida represa en el Danubio.115 No obstante, a partir de abril de 1990 las tres repúblicas comenzaron a reunirse con relativa regularidad, conformando lo que se ha denominado el Grupo (o el Triángulo) de Visgrad, que es actualmente la instancia multinacional más importante de Europa de este, aunque ha habido otros intentos, generalmente promovidos por gobiernos occidentales, como es la "Iniciativa Italiana", con Italia, Eslovenia, Hungría y Polonia; y los encuentros entre Austria, Hungría, Eslovenia, Croacia y Eslovaquia. También ha habido encuentros entre Eslovaquia, Rumania y Serbia, en los que probablemente el énfasis se pone en el tratamiento de las minorías húngaras que habitan esos tres países. Aunque Visgrad no está preferentemente orientado a cuestiones de seguridad, durante la crisis que se vivió en agosto de 1991 con el fallido golpe de Moscú sus miembros se reunieron de manera casi natural para formar un frente común ante una eventual amenaza o presión a alguno de ellos, como también para prever un éxodo masivo desde territorio soviético. Desde entonces el tema de la protección de sus fronteras ha estado presente en sus agendas. La permanencia del Grupo de Visgrad ha costado a sus integrantes no pocas críticas de sus vecinos, entre los cuales Rumania y Bulgaria se han mostrado más molestos, aduciendo que se trata de un intento de orientación conjunta hacia Occidente a costa de distanciarse de los países balcánicos, los que quedarían aislados frente a las alianzas estratégicas que en el futuro adquieran presencia en la región. En el plano militar tales temores parecen infundados, teniendo en consideración que la antes referida Asociación para la Paz, que se vislumbra como la antesala de la OTAN, ya ha acogido a todos los países este europeos; pero Visgrad ha dado a sus miembros alguna ventaja en sus relaciones con la Comunidad Europea desde que, en octubre de 1992, se iniciaron encuentros ministeriales regulares entre los países de la CE y de Visgrad, aunque hasta la fecha ellas no han conducido a ofertas formales de incorporación. En todo caso, su acuerdo para crear un área de libre comercio, suscrito en diciembre de 1992, fue calificado por la Comunidad como un valioso paso hacia el libre comercio pan-europeo.116 Sin embargo, Visgrad es reconocida más bien como una "iniciativa ad hoc" que una institución, por cuanto no posee sede, ni secretariado, ni bases de funcionamiento. Incluso sus integrantes generalmente parecen preferir los contactos bilaterales que los multilaterales. Lo que sí han dejado claro es que su pertenencia a este grupo involucra aspectos de identidad e intereses comunes. Eso lo pudo comprobar Ucrania, cuando a comienzos de 1992 le fue rechazada su solicitud de incorporación, por cuanto su proclamada neutralidad resultaba incompatible con la aspiración de los países miembros de ingresar a la CE y a la OTAN. 115 J. B. Wright. Op. citada 116 J. B. Wright. Op. citada Otra instancia de cooperación regional es la que ha reunido a Italia y Austria con Hungría, las repúblicas checa y eslovaca, y Polonia, a los que se unen como observadores Eslovenia y Croacia. Este grupo, relativamente informal, es conocido como Iniciativa Centro Europea. Considerado por algunos como un bloque que pretende contrarrestar la influencia alemana en la región, mantiene no menos de doce equipos de trabajo en sesión permanente, evaluando constantemente nuevas áreas de cooperación. Recientemente se ha incorporado Suecia como observador, en tanto que Rumania y Bulgaria están en vías de hacerlo. Por cierto estas instancias multinacionales no impiden que cada nación explote sus propias ventajas en otras latitudes, como lo hace Polonia con los estados bálticos en materias de comercio y medio ambiente, además de buscar la formalización de acuerdos bilaterales con Rusia y Alemania. Y no sólo Polonia ha estrechado sus relaciones con Alemania: la primera visita de Vaclav Havel como presidente fue precisamente a Bonn. En este sentido Hungría ha llegado más lejos al suscribir un acuerdo para consultas regulares sobre diversas materias, además de promover la creación de una "euro región" con los estados germanos de Bavaria y BadenWurttemberg, los que ya han abierto oficinas de información en Budapest. La comunidad alemana de Hungría, con más de 200.000 miembros, cuenta con un estatus especial de protección y un número de oficiales del Ejército húngaro reciben entrenamiento en Alemania (además de otros en el Reino Unido). Las inversiones alemanas en estos países van en constante aumento, por ahora con una clara preferencia por la República Checa, pero se considera que su campo de expansión es casi ilimitado.117 La difícil reinserción.Ferenc Gazdag, director del Instituto de Estudios Estratégicos y de Defensa de Budapest, afirmaba en un artículo publicado en diciembre de 1992 en la revista de la OTAN que los procesos de inserción muchas veces pasan por alto una dificultad que está presente en todos los países del este, como es la contradicción entre algunos de los planes esbozados y la sensibilidad de tos pueblos involucrados. En efecto, las dos principales precondiciones de la Comunidad Europea son la progresiva introducción de instituciones democráticas y la estabilidad. Sin embargo, en el este resulta evidente que precisamente la democratización ha erosionado la estabilidad de que disfrutaban cuando carecían de libertad, por lo que la democracia ya no aparece como la panacea que idealizaron por tanto tiempo. Por otra parte, aún no parece claro si la CE optará por la ampliación o la profundización. Para J. B. Wright la pregunta crucial es: ¿Tiene la Comunidad Europea la capacidad para absorber un número casi ilimitado de nuevos miembros? Si es así sus integrantes podrían alcanzar una cifra cercana a treinta. ¿En qué forma afectaría esta pluralidad al movimiento 117 J. B. Wright. Op. citada hacia la integración europea? Si se resuelve discriminar entre los diversos postulantes, ¿cómo se enfrentará el precio político y el impacto económico que representará el virtual aislamiento de los excluidos? Pero todavía hay más definiciones pendientes. ¿Podrá separarse la integración económica de la estratégica? El propio secretario general de la OTAN ha instado a "vigorosos esfuerzos para vincular la seguridad de Europa central y oriental a la de Europa occidental", pero, ante las aprensiones rusas, algunos cancilleres han pedido que por ahora se priorice la inserción económica. Sin embargo el primer ministro polaco plantea: "Una vez que ingresemos a le CE no es concebible que quedemos al margen de las estructuras de seguridad europeas". Los países del este enfrentan otra disyuntiva, no menos compleja. El analista Ralf Dahrendorf destaca que no existen teorías que permitan conducir, ni siquiera comprender, la transición desde el socialismo a la sociedad abierta. Los países en estudio han dado importantes pasos en el campo de la privatización (aún cuando Eslovaquia marcha muy atrás) pero, con motivo del cambio de sistema, en mayor o menor medida todos han debido enfrentar la profundización de la crisis económica que ya experimentaban. No es políticamente fácil exigir paciencia o capacidad de adaptación cuando se pierde la perspectiva de alcanzar objetivos económicos de corto plazo. Ello explica los vuelcos producidos en éstas y otras naciones de Europa Oriental. Pero, a su vez, estos cambios son señales dirigidas a los reformadores radicales y a los gobiernos de Occidente, en cuanto dejan establecido que la conservación de la democracia recuperada (o instaurada) pasa por resguardar los equilibrios sociales fundamentales. Puede que así la completa integración se haga más lenta, pero sin duda será más segura. Al menos ahora parece contarse con un buen modelo de progreso prudente con relativo control de los desajustes, como sucede en la República Checa. Es probable que la diferenciación que ésta ha logrado establecer obligue a la CE a efectuar discriminaciones objetivas basadas en el desempeño. A su vez, los logros de quienes lideren el proceso de integración se constituirán en los mejores estímulos para los que vayan a la zaga. CONCLUSIÓN La cultura griega y la institucionalidad romana son reconocidas como la base de lo que hoy se conoce como civilización occidental. Ambas fueron proyectadas a su esfera de influencia por la Roma de los césares primero y más tarde por Bizancio y, particularmente, por el Sacro Imperio Romano Germánico, sucesor del Imperio de Occidente. Como ya hemos dicho, la vocación de éste era la de extender sus valores, su religión y su forma de vida a los restantes pueblos, entendiendo que con ello daba cumplimiento a la voluntad de Dios y continuidad a la historia del hombre. Al conquistar los habitantes de Europa Central utilizando simultáneamente la cruz y la espada -en la visión de entonces y en la proyección del subconsciente colectivo de sus pueblos- se selló su pertenencia al Imperio y al cristianismo o, en otras palabras, a la civilización occidental, circunstancia que ningún acontecimiento posterior podría modificar de manera permanente, por cuanto sería desde entonces y para siempre un elemento de identidad (y más tarde del ser nacional) de esas comunidades. Se trastocarían sus fronteras, se les impondrían sistemas totalizantes, se supeditarían sus intereses nacionales a proyectos de dominación mundial, pero una y otra vez prevalecerían aquellos valores que invasores y dictadores parecen incapaces de reconocer. Las bases culturales en que las naciones se originan, se desarrollan y se consolidan son virtualmente indestructibles. Tarde o temprano los pueblos recuperan su memoria histórica, con lo positivo y lo negativo que ella involucra, para recuperar lo que reconoce como propio. Entonces, como soñaba Havel hace dos décadas, el organismo cobra conciencia de sí mismo, en tanto la chispa de conocimiento que se ha colado en aquél ilumina el camino para toda la sociedad. Sosteníamos en la Introducción que la actual transición tiene una relevancia y una trascendencia de que carecieron las anteriores, fundamentalmente por estar dirigida por gobiernos democráticos y soberanos, sin más parámetros que su propio interés nacional y la necesidad de posicionarse en un mundo profundamente interrelacionado, pero constituido por actores más independientes que los que conociera cualquier época anterior. A estas alturas pensamos que estos elementos resultan evidentes y no pareciera haber dos opiniones a su respecto. Pero también sosteníamos que las transformaciones en curso serán más determinantes para estas naciones que cualquier variable externa, por lo que -sin desconocer la importancia de factores exógenos- su futuro aparece más bien condicionado al éxito o fracaso de sus propios procesos institucionales y económicos en actual desarrollo. Y aquí nos exponemos a entrar en el delicado terreno de las predicciones. Pensamos que cuando un ensayista se involucra en un tema determinado gradualmente pierde en objetividad lo que gana en profundidad. Ciertamente tiene una opinión formada antes de abordarlo y ésta ubica de antemano su trabajo en una perspectiva, pero ella no afecta -o no debiera afectar- su capacidad para considerar y evaluar los hechos que dan forma al objeto de su análisis. No obstante, resulta más difícil mantener una académica objetividad cuando se llega al final de un trabajo efectuado en retrospectiva histórica y que comprende acontecimientos políticos en actual desarrollo, porque la investigación puede llevar a algún grado de identificación con el objeto de estudio, especialmente si este está conformado por pueblos duramente golpeados que se asoman a la esperanza. Por otra parte, resulta difícil concluir un trabajo de esta naturaleza sin un pronóstico, especialmente si sostenemos la tesis de que este proceso de transición es más profundo y está destinado a tener efectos más permanentes que los derivados de anteriores períodos coyunturales. Hecha esta salvedad, opto por el bando de los optimistas. Estoy convencido que los pueblos y los gobiernos de Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia no desean ni aceptarían una vuelta al pasado, lo que por lo demás ya no es viable; que valoran fuertemente su recuperada libertad; que se sienten parte integrante de la civilización occidental y se identifican con sus tradiciones culturales y, por sobre todo, que tienen una incuestionable voluntad política de consolidarse como actores independientes de un sistema mundial interactivo. A pesar de las vicisitudes que deberán experimentar, de la sensación de inestabilidad que genera la ausencia del estado protector y de la enorme responsabilidad que involucra la libertad, no tenemos dudas que perseverarán en el camino escogido. Por otra parte, observamos que los "fantasmas" de nuestros días no parecen afectar a estas naciones. El choque cultural descrito por Huntington está para ellos hoy más lejano que ayer, cuando sus valores estaban supeditados al dictado foráneo. Si tenemos en cuenta los factores con que John Lewis Gaddis diferencia a las fuerzas de integración y las de fragmentación en el sistema internacional contemporáneo, parece evidente que la generalidad de la clase política de los países estudiados se encuentra plenamente ubicada en el primer sector: se han establecido sólidos vínculos comunicacionales con el resto del continente; se mantienen activas negociaciones para ingresar a la Comunidad Europea en el más breve plazo, a lo cual ningún sector interno significativo se ha opuesto; todas las tendencias políticas representadas en los respectivos parlamentos coinciden en la conveniencia de sumarse a organizaciones internacionales de seguridad, como lo demuestra su incuestionada afiliación a la Asociación para la Paz; las cuatro naciones se muestran permeables a las ideas libertarias en términos que han transformado en pocos años el espíritu de sus pueblos; y por último, se trata de países pacíficos, que han asumido que sus pasadas pérdidas territoriales son irreversibles, por cuanto (a excepción de grupos nacionalistas focalizados) no desean arriesgarse a revivir las tragedias que abundantemente exhibe su historia. Ya no hay un enemigo que amenace su supervivencia ni un peligro que ponga en riesgo sus libertades o sus valores nacionales, sino por el contrario, una Europa igualmente pacífica y sin hegemonías en su seno se dispone a acogerlos en sus cuerpos multinacionales. Ya no existen las grandes causas que impulsaban a los países europeos a entregar la sangre de sus hijos para cambiar el statu-quo. Hoy sus gobiernos buscan la integración y la colaboración internacional como medios para dar felicidad a sus pueblos, y estos eligen y evalúan a sus líderes en directa relación a la eficacia demostrada en mejorar su calidad de vida. Este fin de siglo encuentra a estas milenarias naciones, en mayor medida que nunca antes, como dueñas de su propio destino, el que está ahora supeditado primordialmente a su propio esfuerzo. ==========