Cuento Contigo – El hada en la caja

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El hada en la caja
El secreto de ser madre
Sección: Cuento contigo
Autor: Liana Castello
Cuando era pequeña, mi madre guardaba en su habitación una caja muy bella. Era
una caja pequeña, frágil, de un cristal tornasolado que no dejaba ver su interior.
“Dormía” en la biblioteca que mi madre tenía en su cuarto, en el estante más alto,
como para que nada la dañase, como para preservarse de cualquier mal.
Yo sentía fascinación por esa cajita que, en mi pensamiento infantil, contenía algo
mágico o misterioso. Siempre le pedía que me la prestase y le prometía que la
cuidaría mucho, pero mi madre jamás accedió.
Nunca entendí por qué cuidaba tanto esa cajita de cristal, hasta que un día creí
encontrar la pregunta cuya respuesta me haría comprender finalmente.
─¿Tienes un hadita en esa caja? ─le pregunté creyendo que esa era la única razón
lógica para tanto cuidado.
Me observó sorprendida un rato largo, sonrió y asintió con la cabeza. Yo lo creí; si
hay algo bello en la infancia es la inocencia con la que vivimos, y, desde ese lugar,
todo, hasta un hada en una caja, es posible.
Pasé años pensando en cómo viviría el hada en la cajita, cómo sería, qué aspecto
tendría. No le preguntaba a mi madre porque prefería imaginarla a mi modo.
Recuerdo que una mañana mi madre estaba muy triste o preocupada (en ese
momento, podía confundir ambos estados), y, por la tarde, la vi radiante, como si
algo le hubiese devuelto la alegría.
Entonces, volví a preguntar algo cuya respuesta me gustase escuchar.
─¿Te alegró el hada?
Me miró divertida y me contestó que sí, que esa hadita siempre le infundía fuerzas
para seguir adelante, para volver a empezar y para renovar sus ilusiones.
Y una vez más yo lo creí. Era tan fácil creerle a mi madre…
Esa ocurrencia infantil le fue muy útil a mi madre, y fueron muchos los años en los
que, cuando yo la veía mal, le pedía que hablase con su hada, y otros tantos en los
que me contaba que había mejorado gracias a ella. Me decía que el hada la
alentaba, le daba ganas de avanzar en la vida y la hacía sentir menos sola.
El tiempo pasó, y mi infancia también. La cajita seguía en su estante, siempre
reluciente. Naturalmente, yo ya no creía que en ella vivía un hada, y mi madre no
volvió a hablarme de ella. No obstante, la cajita seguía ejerciendo sobre mí una
atracción especial. ¿Qué guardaba mi madre allí? Para ella era algo especial
también, y ambas sabíamos que no era un hadita lo que hacía tan única esa caja.
Muchas veces, sentí la tentación de abrirla, pero nunca lo hice. El respeto por mi
madre siempre pudo más que mi curiosidad. Si algún día habría de enterarme del
mágico secreto de esa caja, debería ser porque ella me lo contase y no a
hurtadillas.
Aun cuando dejé de ser una niña, podía ver cómo mi madre siempre buscaba esa
cajita. En sus momentos más difíciles, recurría a ella con mayor frecuencia. Iba a
su cuarto, tomaba la pequeña caja, la abría y miraba su contenido. Yo me quedaba
mirándola, intentando descubrir ─ya de más grande─ qué había allí.
Después de muchos años, pude saber y ver ese secreto que había acompañado mi
infancia. El día que tuve mi primer hijo, mi madre vino a verme con su más bella
sonrisa y con la cajita en su cartera.
─Creo que es hora de que sepas de qué se trata. Sé que te ha intrigado siempre el
contenido de esta cajita.
No pude ni quise negarlo. La miraba ansiosa, mientras ella la abría con mucho
cuidado, como si fuese a romperse de solo tocarla.
No esperaba ya un hadita sin duda alguna, pero el contenido me sorprendió: era la
pulserita que le habían puesto en el sanatorio cuando yo nací y una pelusa algo
descolorida, que resultó ser ese primer cabello que me habían cortado a los dos
días de nacer.
─No entiendo ─dije.
─¿Qué es lo que no entiendes? Este es mi tesoro, tú eres mi tesoro, mis fuerzas,
mis ganas de seguir, mi aliento y mi compañía.
─¿Por qué acudías a esos recuerdos de recién nacida? Yo estaba ahí a tu lado,
siempre lo estuve.
─Es cierto, siempre has estado. Pero estos recuerdos son los más valiosos que
tengo, pues pertenecen al momento en que fui madre por primera vez y mi vida
cambió para siempre. Aunque te parezca tonto, cada vez que yo abría esa caja y
los miraba y tocaba, la misma fuerza que sentí en tu nacimiento volvía a mí. Ese
día supe que ya nada sería igual.
─ Pero… ─interrumpí. Ella continuó.
─Ese día que te vi por primera vez, pensé que todo sería posible, que nada me
detendría, que, si había sido capaz de darte vida, sería capaz de cualquier otra
cosa. Con el tiempo, me di cuenta de que no era así, que podemos dar vida una y
otra vez, podemos sentirnos inmensas, pero eso no hace que todo a nuestro
alrededor se vuelva más fácil. Por eso, cuando flaqueaba, me sentía cansada, triste
o decepcionada, recurría a esa cajita, y, al encontrarme con esos recuerdos, mis
fuerzas se renovaban.
¡Cómo no iba a entender si yo tenía a mi primer hijo en brazos y sentía lo mismo!
De todas maneras, no había estado muy equivocada durante mi infancia. Una
persona que renueva día a día sus sueños, sus fuerzas, que comienza una y otra
vez, a pesar de los reveses de la vida, algo de hada debe de tener en su corazón.
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