lSAlAS 32 GAMBOA VII Entre los pasajeros pronto se establecen relaciónes. A bordo cesa hasta cierto punto la indiferencia que separa en el mundo a los extraños. Todos forman una misma familia bajo un techo común. Sus diferentes individuos se ven en el comedor y se reúnen de noche en el salón, donde cada cual se 'esfuerza por agradar a los demás. Llegan a formarse sólidas y duraderas amistades. Hay compaíieros de viaje que se quedan en el recuerdo y en el corazón, sin saberse por qué; y en las horas perdidas, suele uno preguntarse cuál habrá sido la suerte de aquel amigo ocasional, de aquella joven que alegró con su canto las noches a bordo, de aque·lla pareja que en su viaje de novios parecía feliz ... " ¿ Se -amarán todavía ('omo entonces ~" rl'odos siguen rumbo distinto en los caminos de la vida, todos obedecen a su destino, todos llevan en el corazón alguna historia, algún pesar, muy pocas alegrías. Hay vurajes, hay gentes que "alcanzan a interesarnos y que no volvemos a ver jamás; a diferencia de tántos sitios y gentes que dejan de interesarnos y de los cuales no podemos huír. En los puertos iban quedándose unos pasajeros y llegando otros. De los que se iban, muchos eran sentidos cordialmente; de los que llegaban, todos eran mirados con curiosidad y con cierto desagrado, porque reemplazaban a personas ya conocidas. En el Callao se quedó una familia, de la cual había llegado a ser muy interesante la preciosa Elena, niña 'de diez años: era sumamente linda, con sus cabellos rubios y ojos azules; era sumamente •••• LA TIERRA NATIVA 33 alegre e inquieta~como una mariposa; era mU)3 dulce y atractiva, de talmanéra que a bordo fue el encanto de todos. Tenía el prestigio de artehatar a Andrés sus tristezas contemplativas y hacerlo jugar y correr por el buque, tornándolo niño. Era una persona familiar, como una hermanita de los jóvenes, como una hija de los viejos. Cuando se fue, aquella ·divina criatura recogió toda su alegría y se la llevó porque era suya. Desde el bote en que se alejaba iba haciendo señas con el pañuelo a sus amigos que se quedaban abordo. Stlt faz de rosa a todos sonreía. Y todos retornaban sus adioses, hasta elyankee alto y serio que parecía incapaz de sentir. H~ aquí cómo una niña de diez años había encantado a tántos corazones. Simpatía.de las criaturas inteligentes, dulces y bellas. i Dichosos los hogares en que nacen! Después, muchas veces, en horas melancólicas, Andrés extrañaba los juegos infantiles de la pequeña Elena, y en las divagaciones del pensamiento, engolfábase, a propósito de ella, en los caprichos de la suerte: ¿ Quién irá a hacerla infeliz si no la comprendef ¿ Está destinada a ser la dicha o la desgracia de alguien? ¡" La tristeza de la vida le arrebatará su contento 1. .. Sombrío fatalista se preocupaba por el porvenir de esa niña inocente que había dejado de ser una extraña' para un poeta. Nuevos pasajeros recibió el vapor en el Callao . . A la mañana siguiente en que zarpó de este .puerto el Perú, Andrés, como siempre,hallábase. sobre cubierta recibiendo la brisa matinal. y contemplando enajenado la incansable grandeza del mar. 3 34 18AIA8 GAMBOA A pocos pasos de él, reclinada en la barandilla, con aire distraído o indiferente, vio a una joven alta, delgada, de vestido claro, ceñida el talle por un cinturón rojo. -Nueva pasajera, se dijo Andrés, con un pensamiento halagador. En ese momento los marineros pasaron por allí con las bombas, soltando gruesos chorros de agua, que todo lo inundaban. La desconocida se movió hacia la banda opuesta y Andrés hizo lo mismo. Miráronse al acaso, con aquella interrogación con que se observan recíprocamente los que van a estar en comunidad. Sonrió él satisfecho al examinar las correctas facciones de la joven, de tez sonrosada y ojos negros. El cabello estaba· recogido en un sencillísimo peinado. -j Señorita, señorita 1 le advirtió de pronto, viéndola descuidada: va a mojarse usted. En ese momento una ancha corriente del agua de las bombas rodaba hacia ella. La joven escapó, saltando hacia un sitio seco, y al hacerlo, recogida la falda, mostró los pies sumamente pequeños y calzados, que desaparecieron con ligereza entre las blondas. Una leve inclinación acompañada de amabilísima sonrisa pagó a Andrés su oportuna advertencia. La boca de la joven, al sonreír, mostró el blanco y rojo de la bandera del Perú. -Caballero, señorita, pasen ustedes a la otra banda, que ya no serán molestados, díjoles un marinero en tanto que desviaba la ducha cuya violencia producía secas detonaciones. LA TIERBA NATIVA Esta indicación juntó a la pareja, yendo hacia proa. -Me gusta mucho, dijo ella, una mañana con sol, en el mar. -Efectivamente, contestó Andrés, se siente úno lleno de alegría. y comunicándose sus impresiones con la cordialidad que pronto se establece entre los pasajeros, hablaron largo rato, como si no acabaran de conocerse. Díjole él su itinerario. Ella explicó que era de Lima. Iba para San Francisco con su hermana casada, su cuñado y un hermanito menor. -Son muy perezosos, no se levantan temprano. A ella le encantaba ese viaje largo, pues sólo conocía algunos puertos peruanos. j Qué delicia viajar! Se dijeron sus nombres. Ella se llamaba Ernestina. Entrando en más detalles, dijo: -Tengo otro hermano en San Francisco, socio de Pablo, nuestro cuñado. -y su cuñado, preguntó Andrés maliciosamente, ¿ no tiene algún otro herman<;>que también ingrese a la familia? -No, señor, dijo ella con viveza, ruborizándose. y como se sintiera inquieta por el giro inesperado de la conversación, miró a todos lados y agregó cualquier cosa: -Va a toda prisa el buque y se mueve mucho. -Generalmente a esta hora, señorita, está el mar agitado, pero muy hermoso. -Tiene un color gris. Parece que se le viera la sal, dijo ella cándidamente. ISAIAS 36 GA.MBOA Andrés sonrIO.. El sol resplandecía. Sobre el amplio oleaje pasaban remolinos cintas de espumas. El vapor a toda, máquina sonaba crepitando, encaramándose ~obre las altas olas, moviéndose mucho. La costa _estaba vela&a por una gasa azul. Observó Andrés que la bella Ernestilla se ponía palidísima y que su semblante tenía una expresión de angustia. -l, Se siente usted mal, señorita f -i Ay!, el mareo ... y sin permitr que Andrés la acompañara, se fue la pobre joven, tambaleándose, hacia su camarote. En los días siguientes apenas la vio. La horri'ble indisposición había destruído las g'ratas impresiones que su viaje pudo ofrecerla, y cuanto Andrés se prometió con la linda pasajera; fracasó también. . ~T