4 V I DA E L NORT E - Domingo 21 de Enero del 2007 PERFILES E HISTORIAS Editora: Rosa Linda González perfi[email protected] ¿Que mi hijo tiene qué…? padecía sida, otros lo trataron contra el cáncer, enfermedades virales y una posible anemia. “Me hicieron pedacitos el cuerpo con tantos análisis. Además, la angustia de no saber qué te pasa, que los médicos tampoco lo sepan y te atiendan de lo que piensan que puede ser, es horrible, pierdes las esperanzas, te entra una depresión tremenda, llega un momento en que dices: ya no aguanto, que sea lo que Dios quiera”. Luis es divorciado y el ancla que lo retuvo en la vida fue su hijo Luis Fernando, de siete años. “Ya estaba muy enfermo cuando me casé y después de tres años llegó el divorcio, pero no tuvo que ver con eso”, dice y da un sorbo a su té. Por fortuna, en el 2003 un gastroenterólogo acertó en el diagnóstico, y desde entonces Luis Fernando ha aprendido a llevar una vida muy disciplinada, hasta en las fiestas lleva sus alimentos y bebida, por lo que se ha ganado el mote de Pancho Tequila. “Es que no puedo tomar cerveza, ni whisky, por su contenido de gluten, nada más tequila, y en cuanto a las comidas, hay días que si te descuidas puedes perder hasta un kilo, y recuperarlo cuesta mucho”, expresa y los demás lo secundan con sus miradas o asintiendo con la cabeza. “Se necesita mucha comprensión de la familia y de quienes te rodean, por eso es importante convivir con personas que entienden lo que estás pasando, así entre todos nos damos tips y buscamos información por internet, ya que contrario a lo que ocurre en Europa, donde por ley los productos deben señalar si están libres de gluten, aquí son muy generales en las etiquetas”. La enfermedad celiaca es poco conocida en México, pese a que abundan quienes la padecen d Nora Elia Lara le da a su hijo Víctor Manuel galletas y pasteles de harina de arroz como postre, ya que no puede consumir la de trigo. Francisco Ordaz IV go muy fuerte, y en lo económico, afortunadamente contamos con seguro de gastos médicos, porque sólo una de las pruebas, de la que se mandaron muestras a California, costó 10 mil pesos”, suspira Nora y menea lentamente la cabeza. En dos meses, ya con el diagnóstico de enfermedad celiaca, la diarrea del niño terminó. Antes hubo que reportar mañana y noche a la especialista lo que comía, cómo evacuaba, si dormía bien o si estaba irritable. “Ahora estamos en el proceso de que su intestino se recupere, lo que puede ocurrir en mínimo 2 años”. María Luisa Medellín L a desesperación de Nora bordeaba sus límites. La vida del pequeño Víctor Manuel escapaba de sus manos sin que los médicos atinaran a descifrar por qué. Desde su nacimiento, el 19 de mayo de 2004, y durante cinco meses, padeció un severo reflujo: vomitaba toda la leche que ingería. En vano resultó el cambio de fórmulas, marcas y especialistas. Las crisis de llanto persistieron y al medio año de edad una diarrea crónica hizo presa de él: dejó de ganar peso y talla, tenía ralo el pelo y las ojeras pronunciadas por no dormir bien. Sin una prescripción certera, uno de los tantos doctores consultados definió su cuadro clínico con el absurdo término de “diarrea benigna de la infancia”, y con desdén aseguró que ya pasaría. Juntando las palmas de sus manos, Nora Elia Lara, mamá de Víctor Manuel, ríe ahora de buena gana, y sus pequeños ojos se entrecierran tras los estilizados lentes de pasta, a diferencia de aquel momento en que contuvo su enojo para no insultar al doctor. Se sentía desconcertada. Por una parte, los análisis de sangre del niño arrojaban resultados satisfactorios. No presentaba anemia ni parecía decaído, pero la merma en su salud era evidente para ella. “Casi tuve que convencer a mi esposo, que viajaba mucho por su trabajo, a mi familia y a los médicos, de que el niño estaba enfermo, porque me miraban como si la enferma fuera yo”, recuerda acomodando con los dedos su cabello corto, con luces. Víctor Manuel sólo aceptaba galletas Marías, leche y un poco de verdura, sin que la diarrea cediera, y de pronto lloraba hasta 45 minutos continuos a todo pulmón. “Una vez le dio una de esas crisis cuando yo iba manejando por Constitución. Llegué al consultorio a punto del colapso, y salí después de ooootra clase sobre cólicos, con mi niño más tranquilo, pero no aliviado”. Tendría 10 meses cuando el pediatra lo canalizó por segunda ocasión con un gastroenterólogo que confiado en sus cálculos más que en una indagación de su historial clínico, sugirió una dieta a base de pollo hervido sin sal y una leche equis, convencido de que se repondría en cuestión de días. “No se me olvida que hizo unas operaciones matemáticas: tantas onzas son igual a tantas kilocalorías, y es igual a tanto aumento de peso”, relata Nora, simulando escribir en el aire. “En el papel le salían las cosas, pero en la casa a mí no me salió nada, porque el niño no toleró ni la leche ni el pollo”. I Las semanas transcurrieron de nuevo en consultorios pediátricos. Al igual que antes, los exámenes no mostraban nada fuera de orden, y las únicas recomendaciones consistían en cambios de leche y dieta, hasta que la compañía de seguros autorizó la atención de un nuevo especialista, la gastroenteróloga Idalia Cura. Víctor Manuel tenía, entonces, un año cinco meses. “Ella fue nuestro ángel de la guarda”, dice Nora, enfatizando las palabras. “En cuanto le conté los síntomas dijo que buscaría la causa de la diarrea crónica, pero probablemente tenía enfermedad celiaca, y habría que practicarle exámenes para II d Luis Fernando Leal Ramírez ha aprendido a ser muy disciplinado en su dieta. confirmarlo. Yo no tenía idea de qué me hablaba. “Seguí en las mismas cuando me dijo que si salía positivo, Víctor no podría comer gluten de por vida; ¿qué es gluten?”, cuenta que preguntó extrañada. La gastroenteróloga detalla días después, como lo explicó entonces a Nora, que la enfermedad celiaca, sobre la que hay una ignorancia tremenda en México, es una intolerancia de por vida al gluten, una proteína que se encuentra en la semilla de cereales como el trigo, la cebada, el centeno y la avena, que además se usa en muchos otros alimentos para suavizarlos o espesarlos. Cuando el gluten llega al organismo de individuos predispuestos genéticamente, les inflama la mucosa del intestino delgado, impidiendo la absorción de los nutrientes “El padecimiento es una condición genética más común de lo que se piensa en nuestra población. Afecta a todos los grupos étnicos, aunque prevalece más en europeos y asiáticos o descendientes de éstos. Se estima que por cada caso diagnosticado, un centenar permanece sin diagnosticar”. El trastorno típico comienza en la niñez, con escaso incremento de peso, irritabilidad, evacuaciones voluminosas y grasosas, distensión abdominal y debilidad, aunque también se presenta en otras etapas. Algunos niños y adultos no muestran síntomas y manifiestan sentirse bien. Sin embargo, la enfermedad no diagnosticada y sin tratamiento puede provocar complicaciones como osteoporosis, anemia, abortos e incluso cáncer del intestino delgado. La intolerancia al gluten no es tan común como la intolerancia a la lactosa, que ocurre por infecciones que dañan la mucosa intestinal, la más frecuente y pasajera, o determinada genéticamente en niños o adultos que de pronto la presentan. Sin embargo, los cuidados en la primera deben ser exhaustivos y permanentes. Cuando Nora escuchó aquello tuvo sentimientos encontrados, le angustiaba y a la vez sentía alivio, por fin sabía contra qué luchar. Comprendió el porqué de la desnutrición y la diarrea crónica de su hijo, y que el intenso llanto era a causa del dolor por la inflamación intestinal. “La doctora solicitó exámenes de sangre, una biopsia de intestino, una serie gastroesofágica para ver el movimiento en el sistema digestivo y otros análisis especializados. “A mí me dolía que mi niño tan pequeño pasara por todo eso, fue al- La dieta de Víctor Manuel, de dos años ocho meses, se basa en carnes a la plancha, huevos, frutas, verduras y cereales sin gluten, como el arroz y el maíz, ya que combinarlos con otros alimentos se complica. “Muchos productos están adicionados con harina de trigo, lo que menos te imaginas: salsa catsup, mayonesa, mostaza, condimentos, embutidos, sazonadores, algunas tortillas de maíz para hacerlas más suaves y, bueno, el pan, las tortillas de harina, las pastas, los dulces, los chocolates y los pasteles. “Las vacaciones y la vida social se limitan mucho, casi no vamos a restaurantes porque de un menú completo son escasas o nulas las opciones para un celiaco. De hecho, a mi hijo le llevamos sus alimentos preparados en casa; no puedes bajar la guardia”. Nora se ha especializado en la lectura e interpretación de etiquetas en artículos o medicinas que compra en el supermercado o la farmacia, porque hay sustancias con otros nombres que contienen gluten. “El problema es cuando ni siquiera se indica, porque hasta algunos multivitamínicos incluyen harina de trigo entre sus ingredientes, y cuando compras algo nuevo nada más te persignas para no ir a dar al hospital”. Desde hace un año tres meses, cuando Víctor Manuel recibió el diagnóstico de enfermedad celiaca, ha sido internado en cuatro ocasio- nes a causa de diarrea, la última vez permaneció 12 días, luego de que una señora compartió con él uno de los nuggets de pollo de su hijo. “Con esta enfermedad hay que ser muy cuidadosos. Si el niño come una tortilla de maíz calentada en un comal donde antes calentaron una de harina, seguro le da diarrea. “Ahora que entró a la guardería hablé con las maestras porque tampoco puede manipular plastilina, ni resistol blanco, ni pastas que se usan para trabajos manuales, porque están hechos de harina de trigo, y si se lleva las manos a la boca después de usarlos, se enferma”. Las invitaciones a las piñatas son otro motivo de estrés para la familia porque el pastel, los dulces, los chili dog, las hamburguesas, las papitas y las pizzas, que por lo regular conforman el menú, están prohibidos para Víctor Manuel. “Yo le preparo palomitas, galletas o pastel hecho con harina de arroz (adicionada con goma de xantano para dar la textura y espesor de la harina de trigo), y eso es lo que come en la fiesta”. Pero los productos libres de gluten, que se expenden sólo en un par de negocios locales y en ciudades de Estados Unidos, tienen costos elevados. Una bolsa de pan para empanizar cuesta 60 pesos y una caja de harina para pastel 100. Nora y su familia vivieron una odisea previa al descubrimiento de la enfermedad celiaca en Víctor Manuel, y eso la impulsó a contactar a otras personas en sus condiciones a través de internet, con la idea de fundar la Asociación de Celiacos de Monterrey, A.C. “Estamos por hacer el trámite notarial del grupo, seremos 12 miembros, inicialmente. Queremos intercambiar experiencias y difundir información, no deseamos que a otras personas les pase lo que a nosotros, por desconocimiento. “Esperamos programar actividades y reunir fondos porque la atención y cuidados que se requieren por esta enfermedad son costosos, y hay pacientes que no cuentan con recursos suficientes ni seguro de gastos médicos”. III Una noche de la semana pasada, el grupo de celiacos se reunió en casa de Margarita Salinas, simpatizante de su labor, y entre galletas de harina de arroz y té, compartieron sus testimonios. Sentado en uno de los mullidos sofás color crema de la sala, Luis Fernando Leal Ramírez, de 37 años, moreno, delgado, de estatura baja y ojos color miel, contó que tuvieron que pasar siete años para que un gastroenterólogo lo alertara acerca de su mal. “Hace 10 años, tenía yo 27, empecé a bajar de peso sin que supiera por qué, de 64 kilos llegué a pesar 45. Me internaron mes y medio y estuve con alimentación parenteral para recuperar algunos kilos, ya había hablado con mis padres, les dije que estuvieran preparados y esperaran lo peor. “Realmente pensaba que iba a morir, pero fue el principio de un camino muy doloroso, de visitas a todo tipo de especialistas, de trastornos intestinales, diarreas crónicas, pérdida de peso, distensión abdominal y mucha sensibilidad en mi cuerpo”. Los médicos sospechaban que d Hace cuatro años, Jimena Cantú Beltrán, ahora de seis, fue diagnosticada con la enfermedad. A un lado de Luis está sentada Elvira Beltrán de Cantú, una madre delgada y joven, de cabello castaño, corto y sonrisa cálida. A unos pasos se encuentran sus hijas: Sofía, de 11 años, y Jimena, de seis, quien salta y juega divertida. Hace cuatro años, Jimena, de cabellos rubios y mirada tierna, perdió cuatro kilos de peso en un mes. “Salimos de vacaciones en agosto y empecé a notar que la niña tenía mucha diarrea, bajaba de peso y se le caía el cabello. Gracias a Dios su pediatra la diagnosticó pronto y nos recomendó un gastroenterólogo, lo difícil fue aceptar que la sometieran a exámenes tan invasivos para su edad. Mi esposo se derrumbó y a mí por el estrés me dio herpes”. La pequeña cursa tercer grado de preescolar, y aunque le es difícil comprender por qué no debe consumir una hamburguesa, un dulce, o que no debe tomar alimentos que le ofrezcan sus compañeros, está consciente de que puede enfermarse y no los come, es muy madura en ese sentido “Ahorita ya estoy más tranquila porque trato de ofrecerle un menú variado dentro de lo posible”, explica Elvira. “Si le mando pedir una pizza a su hermana, a ella le hago una tortilla de maíz grande con queso y cierta marca de jamón. “Pero me preocupa la escuela, las piñatas, las salidas escolares, y que algunos compañeritos piensan que es creída por no compartir lo que lleva con ellos, es que, por ejemplo, una niña metió una galleta en el yogurt de Jimena y lo tuvo que tirar porque varias veces ha ido a dar al hospital simplemente porque alguien que trae un lonche toca por accidente su comida”. Elvira cuenta que día a día su familia lucha con optimismo ante estas circunstancias. Sin embargo, no puede evitar la tristeza cuando Jimena pregunta con inocencia cuándo comerá lo que comen los demás, o por qué tuvo que enfermarse, mientras contempla en el álbum familiar la imagen en la que sopla para apagar la velita del pastel, en su primer cumpleaños. El grupo a su alrededor sabe de lo que habla, y se muestra ávido de compartir su nuevo estilo de vida para que otros en sus condiciones no pasen lo que ellos han tenido que pasar. Para comunicarse con quienes integrarán la Asociación de Celiacos de Monterrey, A.C., hay que marcar los teléfonos 044818-065-87-96 y 8115-95-51, o enviar un correo electrónico a: [email protected] d El grupo de celiacos se reúne para intercambiar información, experiencias y tips de alimentación que muy pronto puedan servir, también, a más personas en su condición.