“... mientras Buenos Aires sea capital de la nación”. La residencia

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“... mientras Buenos Aires sea capital de la nación”. La residencia de
las autoridades y la “cuestión capital”. 1853-18891
Claudia Shmidt
(Universidad Torcuato Di Tella, Universidad de Buenos Aires)
“Las autoridades que ejercen el Gobierno federal residen en la ciudad que se declare Capital de
la República por una ley especial del Congreso, previa cesión hecha por una o más legislaturas
provinciales, del territorio que haya de federalizarse”.
Constitución de la Nación Argentina. Artículo 3º. 1853
“La ciudad de Buenos Aires tendrá un régimen de gobierno autónomo, con facultades propias
de legislación y jurisdicción y su jefe de gobierno será elegido directamente por el pueblo de
la ciudad. Una ley garantizará los intereses del Estado nacional, mientras la ciudad de Buenos
Aires sea Capital de la Nación”.
Constitución de la Nación Argentina. Artículo 129. 1994
La condición de indefinición, que implicaba resolver el mandato del artículo 3º de la Constitución de
1853, signó la historia argentina durante décadas: largos debates, violencias y luchas políticas tuvieron como centro la “cuestión capital”. Desde aquel impulso inicial desplegado durante la gestión de
Rivadavia, el debate y la puja política en torno a decidir dónde y en qué sitio residirán las autoridades
del gobierno marcará fuertemente las transformaciones urbanas, territoriales y materiales del país.
En el presente paper se propone exponer que, entre 1853 y 1889, la construcción de una representación de la idea de una “capital” constituyó una dificultad que desbordaba los planteos políticos, jurídicos o económicos evidenciando su parcialidad. Que se trató de un proceso en el que se fue tomando
conciencia, de manera dispar, de que se trataba de pensar un artefacto complejo, inédito que debía
atender aspectos concretos desde al punto de vista material, en paralelo con la pelea por la definición
del tipo de organización nacional.
El aparente “equívoco” que se le adjudicaba a la redacción del artículo 3º fue un estimulante disparador del problema. La “confusión” provenía de las diversas interpretaciones a que daban lugar las
palabras “ciudad” y “territorio”. “... ¿Qué es una ciudad? Dos mil o veinte mil habitantes?...”, era por
ejemplo una de las preguntas frecuentes. En tanto la idea de territorio, variaba desde la temida asociación con la idea de desierto, hasta la sensación más deshinibitoria basada en la condición de que la
falta de historia permitiría fundar un paraje idílico sobre una fuerte base simbólica.
Paralelamente al desarrollo del debate en el ámbito de las legislaturas, durante el período 1853-1880
la obra pública de orden nacional atendió la infraestructura básica referida a aspectos estructurales de
los procesos de modernización. En tanto, la “otra” obra pública, aquella que debía comunicar sentidos
ligados a las instituciones representativas, republicanas y nacionales estuvo virtualmente suspendida.
1
Sin una “capital permanente” no era posible concebirlas: en esas condiciones de provisoriedad, no
habría sedes imaginables para las “autoridades federales”.
Mientras tanto, sí fue posible adoptar y constituir “capitales provisorias” de hecho: Paraná, Buenos
Aires, Belgrano; sí fue posible funcionar en sitios “provisorios”: prácticamente la mayoría de las
instituciones públicas funcionó durante décadas en adaptaciones varias de edificios originalmente
destinados a usos diversos. Y también se planteó la posibilidad de constituir capitales móviles, es
decir una especie de variante de “no capital”, en la que las autoridades nacionales residan en sitios sin
jurisidicción propia.
Sin duda que la consagración de la ciudad de Buenos Aires en 1880 como capital de la República
Argentina significó para la historia de la propia ciudad –y también del país-, un cambio sustancial.
En estrecha relación con “el nuevo clima de ideas” y con la asunción de Julio A. Roca, la convicción
que la elite dirigente compartía respecto de la necesidad de acompañar el proceso de modernización
con la conformación de un mundo material que corporizara el proyecto del nuevo estado-nación,
pasó a una instancia inédita de realización. A partir de allí, la principal tensión estaría centrada en
la representación de la condición republicana como carácter particular de la “nueva” Buenos Aires.
Una Buenos Aires que dedicará todavía varios años más a delimitarse (hasta 1887), a autodefinirse
en función de su nuevo rol: ser la sede de las “autoridades que ejercen el Gobierno federal”, ser la
capital de la República.
La “cuestión capital”, constituyó también un polo de debate en torno al cual se intersectaron múltiples
cuestiones vinculadas a los procesos de modernización, de organización nacional y de conformación
material. Proyectos, ensayos y sueños se entremezclaron con los imperativos concretos que dictaban
las tomas de decisiones inmediatas y coyunturales.
Dentro de ese largo período –que cerraría en una primera etapa a fines de la década de 1880 con la
federalización de Buenos Aires- en el contexto de las capitales provisorias, tenían lugar los debates y
propuestas respecto de las características, ubicación y necesidad de una capital.2
Una periodización posible de la “cuestión capital” reconoce una primera etapa desde 1826 a 1850, ha
sido trabajada de manera novedosa desde la historia urbana, por Aliata (y sobre la cual me baso para
seguir desarrollando el tema). Aliata caracteriza este período por el cambio en la percepción general
de los procesos de urbanización: ya no puede hablarse de ciudades ligadas por rutas comerciales. La
elite posrevolucionaria considerará más bien un conjunto de “ciudades vinculadas por tensiones dinámicas”. En este sentido la capital es funcional en tanto “ciudad rectora”, no sólo por la residencia
de las autoridades sino por la necesaria influencia que debería ejercer. En ese modelo rector sería la
“ciudad regular” la que debe irradiar homogeneidad y orden hacia el resto del sistema de ciudades, tal
como lo demuestra Aliata en su tesis3.
Un particular momento de este proceso se produjo, a mediados del siglo XIX en el que se marcaría
un punto de inflexión en las consideraciones acerca del rol de la capital. Por una lado, una propuesta,
la de Sarmiento, basada en la articulación de una red fluvial de ciudades, organizadas por jerarquías
de estrategia geográfica en la que el carácter de la ciudad principal, Argirópolis4, se define por su
capacidad de controlar el ingreso de las rentas regionales y menos por ser la sede –simbólica- de las
autoridades republicanas. Por otra parte y luego de la Constitución de 1853, crece la convicción de
que la estructura que debería organizar las jerarquías debía basarse en el trazado estratégico del “camino de vapor”.
A los fines del presente paper interesa extraer de la “cuestión capital” el debate que se produce en
torno al sitio. La pregunta acerca de dónde debe estar ubicada la Capital de la República conlleva a
2
su vez la pregunta por el carácter, cómo debe ser y qué destino tendrá. Dentro de un primer período
que denominaremos de las capitales provisorias, que va de 1850 a 1880 pueden identificarse algunos
núcleos de atención.
Desde 1850 hasta 1862, el foco del debate estará en el cruce de ideas entre la Capital con mayúsculas
como sustantivo o la Ciudad capital como adjetivo; entre una capital provisoria o permanente; una
capital simbólica en el desierto o una capital ambulante por distintas ciudades del país que actúen de
anfitriones circunstanciales.
En 1850, la propuesta de Argirópolis incorpora una variable distinta en este sentido: la posibilidad de
pensar en el desplazamiento, en la coexistencia de una Buenos Aires rica que ejerza la “influencia”
sobre las otras ciudades (como lo hacía Nueva York según Sarmiento) y un sitio de distinto tipo para la residencia de autoridades, en el contexto de una organización regional: los Estados Unidos del Río de La Plata.
Con el trasfondo del llamado a la reunión de un congreso constituyente, Sarmiento parte de definir el
sitio en el que esa convención debe tener lugar. Desde el punto de vista político debe brindar “tales
garantías y resguardo que todas las opiniones se hallen en completa libertad”. Desde el punto de vista
material, es necesario “un terreno neutro ... si no existiera este lugar privilegiado en el Rio de la Plata,
debiera inventarse uno que estuviese al abrigo de toda conexión e influencia de los diversos estados ...
afortunadamente el local existe.... Hablamos de la isla Martín García, situada en la confluencia de los
grandes ríos y cuya posesión interesa igualmente a Buenos Aires, a Montevideo, al Paraguay, a Santa
Fe, Entre Ríos y Corrientes, cuyo comercio está subordinado al tránsito bajo las fortalezas de esta
isla. Ocupándola el congreso, la ocuparán al mismo tiempo todas las provincias, todas las ciudades
interesadas, todos los estados confederados.”5
Martín García no sólo no es Nueva York, según la analogía de Sarmiento (porque Nueva York es Buenos Aires) sino que aún será “mejor que Washington” por su condición insular. Amparándose en una
justificación en cierto modo determinista, señala que la dificultad más seria que en todos los países y
en todos los tiempos ha ofrecido la unión de diversos Estados o provincias en una federación, fue que
la ciudad capital deje a cada una de las partes contratantes en toda libetad, justificando así la forma de
isla como símbolo de la independencia.
Pero además de “inventar” un nuevo estado propone una capital de nuevo tipo: el rol de Argirópolis
es ser la “llave del comercio” del río Uruguay y del Paraná y por tanto, de los intereses de todas las
provincias enteras que estos ríos conectan. Evidentemente Martín García tiene sentido en otro contexto, el de
otro estado y no en continuidad con el proyecto de la “nación argentina”. Lo importante no es la residencia
de autoridades representativas de una nación sino el sitio que en su punto más alto albergue un Congreso que
defienda los intereses de los estados confederados. Lo importante de Argirópolis es constituirse en una pieza
de control fiscal, geográfico-militar y por sobre todo, comercial: no tiene previsto un poder ejecutivo.
Para esta nueva condición, se puede frabricar rápidamente una Argirópolis. Sarmiento llama la atención
sobre la extraordinaria cantidad de materiales de construcción remitida a California en los últimos dos
años: “pasan de cuatro millones los pies de madera, y más de un millón las ripias y ladrillos”. Y enumera: han llegado a San Francisco “seis hoteles, diez almacenes completos, nueve juegos de bolos, 372 casas de madera, 59 de hierro, 7 idem portátiles, 29 casas de hierro galvanizado, un gran almacén de hierro
galvanizado y un gran número increíble de departamentos de casas, tanto de madera como de hierro”.6
Su visualización moderna de la ciudad lo lleva a desplegar una composición con lo mejor de Génova
(“sus templos y edificios derramados sobre el declive rápido de una montaña, no habiendo en toda la
ciudad sino dos calles”), de Venecia (“fundada sobre estacas en el seno de las lagunas”), o de Londres
(“queréis puertos espaciosos, seguros, cómodos? Cread docks como los de Londres en el Támesis”.
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Y desde su visión romántica la describe así: “La calidad montañosa del terreno hace de esta circunstancia una ventaja. Los accidentes rompen la monotonía del paisaje. Los puntos elevados prestan su
apoyo a las fortificaciones, donde habrá de reunirse el congreso de la Unión. La piedra de las excavaciones de Martín García sirve de pavimento a las calles de Buenos Aires y no hay gloria sin granito
que la perpetúe. Argirópolis nacería rica de elementos de construcción duradera; los ríos, sus tributarios, le atraerán a sus puertos las maderas de toda la América Central”.7
Es importante destacar en primer lugar la concepción de la madera y el hierro como elementos de
construcción duradera y aceptados a la vez por su disponibilidad para el ágil montaje. (Si pensamos
que aún no se había realizado el Cristal Palace). En segundo lugar el granito, “la gloria”, es para Buenos Aires. Toda una provocación modernista: “los materiales duraderos” –la madera y el hierro- son
para la nueva capital. En cambio la piedra “que perpetúa la gloria” es para una Buenos Aires eterna.
Lo que incorpora entonces Argirópolis, en un contexto de inestabilidad pero con una nueva sensación
de futuro, es la diferenciación entre lo provisorio, lo posible y lo alternativo en el límite con lo efímero. La diferencia entre lo duradero (que tiene fin) y lo perpetuo.
En su plan, Argirópolis no es una capital convencional, es la aduana común de todos los pueblos
ribereños, es la “barrera insuperable” de una red de puertos y ciudades ubicadas en las costas de los
ríos a la que se deberá incorporar Córdoba a través de la canalización del Río Tercero. El agua, será
el soporte sólido de un sistema cuya estrategia es establecer una conexión fuerte con Europa y competitiva en relación a América.
La manera de ser concebida, por fuera del debate por la puja de un “modelo de nación” emparenta lo
duradero con lo permanente alejándolo de la perpetuidad. Vista así Argirópolis permite prefigurar “la
ciudad efímera” que descubrirá Liernur para la década de 1870.8
La Constitución de 1853 generará la explosión de un proceso de toma de conciencia del abanico de
alternativas. El artículo 3º instala una nueva instancia en el debate por la “cuestión capital”. Un artículo hecho en base a la presión ejercida sobre Buenos Aires para que se “integre” a un sistema federal,
resultando a los pocos meses una presión en contra que motivó una enmienda que duraría tres décadas
más en definirse. Lo importante de la enmienda es la instalación de lo provisorio como un valor.
Efectivamente, la designación de Paraná como “capital provisoria” implicará una modalidad de acción del gobierno en la diferenciación de las obras ligadas con los procesos de modernización. El
carácter provisorio libera a la obra pública de la responsabilidad de la representatividad del lenguaje o
en todo caso pone el acento en la condición necesariamente flexible de los emprendimientos. Se sabe
que lo que se produzca no será definitivo y ciertamente será transformable y adaptable a sucesivas
modificaciones.
Los esfuerzos de Urquiza en utilizar la coyuntura para apostar a una capital permanente enfrentan uno
de los dilemas de la “cuestión capital”: definir el programa. Deberá ser la residencia de las autoridades? deberá ejercer “influencia” sobre el resto? La federalización de todo el territorio de la provincia
de Entre Ríos presentó un problema de escala territorial difícil de abordar. La contratación de Martin
de Moussy para hacer un relevamiento exhaustivo y un estudio prospectivo de la potencialidad económica de la Confederación atiende también este aspecto de la cuestión. De hecho, gran parte del
estudio se concentró en las principales vías navegables.
Por otra parte, la construcción de algunos edificios públicos en la ciudad de Paraná no serán suficientes para agregar el plus, en algun punto inefable, de una “ciudad capital”.
4
Finalmente la mayor “barrera infranqueable” sería el río Paraná. La propuesta de designar a la ciudad de Paraná como capital permanente conectada con un “camino de vapor” con Córdoba elevada
al Congreso en 1858 será rechazada justamente por la dificultad técnica de cruzar el río. En los debates
parlamentarios quedó claro que ninguna ciudad que no estuviera en la margen derecha, en el “Paraná continental” podría tenerse en cuenta. Ni el agua ni el “camino de vapor” podrían sostener la propuesta.
En 1862 la Ley de Compromiso marca un punto de inflexión. La designación de Buenos Aires como
capital provisoria incorporará variables al debate. En primer lugar, este nuevo status confirma que se
pondrá en suspenso la construcción de los edificios para la “residencia de las autoridades”. La evidencia es la legislatura de Larguía unos años después: un edificio de hierro, que cumple con la “austeridad rivadaviana” integrándose a la fachada de la calle Victoria como un edificio más.
Buenos Aires pondrá su acento más bien en el rol de ciudad influyente. Pondrá su acento en “Nueva
York” –en los términos de Sarmiento-. Pero, por otra parte el desarrollo paulatino de las redes de
ferrocarriles, de los caminos de vapor incorporará otras alternativas a la “cuestión capital” que marcarán el debate entre 1862 y 1880.
En este punto se hace necesaria una acotación. Obviamente hasta fines del siglo XIX y bien entrado el
siglo XX vapor es sinónimo de buque. Lo nuevo con la inserción del ferrocarril es la diferencia entre
“chemin de fer” y “camino de vapor”. La potencia es la ventaja sobre esos caminos. La diferencia es
la velocidad. En esos términos la comparación con los canales se tornaría obsoleta.9
Si bien uno de los motivos centrales de la elección del sitio estaba directamente vinculada con el
conflicto por el control de la renta de los puertos básicamente fluviales ligados a Europa –es decir la
cuestión de la libre navegación de los ríos y la distribución de ingresos fiscales, etc.- a partir de 1862
se incorpora de manera creciente, la posibilidad que ofrece el ferrocarril y por lo tanto la disponibilidad del “territorio”.
De manera sintética podríamos enunciar las posturas dominantes del debate10 entre 1862 y 1880 en
aquellos aspectos que se concentran en definir las características y condiciones que debe reunir “la
residencia de las Autoridades Nacionales”, como condición para ser Capital:
- los que apoyaban la ubicación de la capital en Buenos Aires en función de aprovechar su estado
pujante, su condición de puerto real y el desarrollo moderno de su vida urbana en términos comerciales, de circulación, de civilización y población. Por ejemplo el Ministro de Instrucción Pública (José
Evaristo Uriburu) decía: “Poco importa que la ciudad donde residan las autoridades nacionales sea
grande o pequeña, siempre que las instituciones y la libertad sean una práctica. Ninguna ciudad es
más libre que la ciudad de Londres y sin embargo de ser la más grande del mundo”11.
- los que la rechazaban por ese mismo motivo, argumentando que sólo iba a contribuir a la reconcentración y consolidación de un centro en desmedro de las provincias generando un fuerte desequilibrio.
Un argumento a modo de ejemplo es el esgrimido por el Senador Bazán, por La Rioja: “(...) para mí (...)
las grandes ciudades, las ciudades populosas y ricas no son las más a propósito en el sistema del gobierno que nos rige, para la residencia permanente de las Autoridades Federales; no sólo porque la acción
de éstas no podría ejecutarse con la libertad y el desembarazo que son tan necesarios para consagrar su
atención a los intereses comunes sino también, porque las grandes Capitales encierran graves peligros
para las libertades públicas y para la misma libertad e independencia de las Autoridades Nacionales.”12
- los que sostenían que la capital debía situarse en un paraje sin historia, en un terreno a designar
donde solamente tengan sede las instituciones representativas del poder político al modo de Washington. Cabe aclarar que las interpretaciones acerca del proceso de decisión sobre la capital de Estados
5
Unidos son recurrentes, variadas y contradictorias entre sí. La apelación al caso Washington recorre
todo el debate por la cuestión capital y es utilizado tanto de manera positiva (es decir como un ejemplo a ser imitado) como deshechable.
- los que sostenían la creación de la capital en un pueblo incipiente, que contara con elementos básicos de desarrollo, y que estimule la independencia de la capital pero que también contribuya a un
desarrollo regional. Quizás el caso más paradigmático de esta postura es la posición de Juan Bautista
Alberdi en el artículo incluido en las Bases... titulado: “Todo Gobierno Nacional es imposible con la
capital en Buenos Aires.” Allí esgrime su cambio de parecer respecto a su postura en 1853 y postula
una ciudad nueva con población nueva, “fijándola en el Paraná, cuna de la libertad fluvial, en que
reposa solo el sistema del gobierno nacional argentino”.13 Los legisladores que seguían esta línea (por
ejemplo Delfin Gallo) insistían en que “la capital no puede salir del Paraná para estar en contacto con
todos los pueblos de la tierra. Llevarla al interior es alejarla de los grandes centros de civilización”.
- la posición opuesta indicaba que, entre el peligro de los indios y las montoneras y el de las escuadras, es más peligroso el de las invasiones imperialistas europeas. Por lo tanto sugerían una ciudad
en el interior del territorio o al menos lejos de las redes fluviales. El senador por Córdoba, Monseñor
Piñero decía: “No daría mi voto por un punto para capital de la república que estuviera situado en
puerto de mar. Los pueblos desde las edades primitivas hasta que han ascendido a la altura de la civilización parecen, en cuanto a la localización de su capital, haber querido imitar a los pájaros ocultando
sus nidos en lo más espeso de los bosques o en lo más elevado de los árboles. A execpción de tres o
cuatro naciones entre ellas Rio De Janeiro, Nápoles, San Petersburgo, etc. con las defensas naturales
que tienen han fundado sus capitales en el interior: porque sabían los peligros que amenazan a una
Capital en un puerto de mar.”14
- en esta dirección estaban los que la sugerían una ubicación geográficamente más equidistante respecto del territorio como las propuestas para su ubicación en Villa Fraile Muerto (cerca de Córdoba,
San Jerónimo)
- los que sugerían que se ubicara directamente ligada al desarrollo del Ferrocarril, en diferentes puntos a orillas del río Paraná entre Rosario y San Fernando.
- uno de los tópicos del debate más sostenido durante las tres décadas es en torno al significado de la
palabra ciudad y la palabra territorio. Ambas largamente elaboradas a partir de las múltiples interpretaciones que se intentó dar al artículo 3º de la Constitución reformada de 1853 en la que se señalaba
que “Las autoridades que ejercen el Gobierno federal residen en la ciudad que se declare Capital de
la República por una ley especial del Congreso, previa cesión hecha por una o más legislaturas provinciales, del territorio que haya de federalizarse”.
Por ejemplo Quintana (que proponía Rosario como capital) decía que “Un territorio, una aldea, un
desierto, no constituyen una ciudad y escogiéndolos el Congreso para asiento de las Autoridades
Nacionales habría olvidado el significado claro y preciso de la cláusula constitucional. En el ´53, al
haberse además designado Buenos Aires (aunque no lo haya aceptado) deja sentado que se trata de
una ciudad.”15
Piñero: “El argumento que debiera hacer el señor Senador (se refiere a Granel) cuando habla de la
Constitución es: ¿qué quiere decir ciudad? ¿Qué es ciudad señor? Ciudad es una palabra sin significado legal entre nosotros, ciudad es Londres y el Rosario también como lo es el Fraile Muerto. Un
decreto del Gobierno de Provincia es el agua bautismal que puede conferir ese nombre .. La palabra
ciudad no es una palabra evangélica y menos que todo eso no es una palabra legal ante el derecho
federal en que nada quiere decir ni ciudad ni territorio. Si hubieran dicho ´una ciudad con quince mil
6
habitantes´, si hubieran establecido esa condición, de quince mil habitantes que son signos representativos de la representación de un pueblo en el congreso nacional, entonces su pensamiento habría
sido que la Capital se estableciera en un centro de población pero dijeron únicamente ciudad y territorio que no quiere decir nada para el derecho federal.16
- En respuesta a estos juegos de interpretación Tejedor que era un defensor del desierto, decía: “... pero,
no pueden hacerse 500 casas, se nos dice en el desierto; pero .. no hay que hacerlas en el Rosario (si es
Rosario Capital)? ... No es desde las costas que puede gobernarse la República. En las costas falta la
calma, falta el tiempo necesario para dirigir los destinos de la República.... Hagamos la capital allí donde
los antecedentes federales, donde todos los principios nos aconsejan hacerlo es decir en el desierto.”17
- Piñero (pero muchos otros indicaban esto): “...los norteamericanos no han sido una nación asustadiza como nosotros, de la palabra desierto. Pero cuando se habla de un punto cualquiera sobre el
trayecto de un ferrocarril, decir que ese punto es desierto se dice, ... un absurdo; porque el desierto no
puede existir nunca sobre un ferrocarril. Los norteamericanos cuando quieren hacer desaparecer los
desiertos enderezan a ellos sus FFCC y antes de un año desaparecen. ... porque no existe el desierto
sobre el trayecto de un ferrocarril, puesto que el vapor y la electricidad tiene el poder de deshacer los
desiertos....”.18
- los problemas para definir la jurisdicción y la posibilidad de coexistencia de autoridades nacionales
con municipales y provinciales.
El interés de traer a la luz los argumentos en torno al debate por las características del sitio de la capital se evidencia fuertemente una vez cerrado el proceso y declarada Buenos Aires capital permanente.
A partir de allí se abre un debate sobre la concreción, la construcción efectiva de esa capital y, lejos
de dar por terminada una etapa, es notoria la continuidad de los argumentos en la nueva fase.
Muchos de los personajes que protagonizaron arduamente estos debates son los mismos que desde el
Congreso de la Nación decidirían la construcción, los sitios y características de los edificios para la
Capital. (Tristán Achaval Rodriguez, Onésimo Leguizamón... )
Es en este punto que consideramos que se produjo una continuidad de los tópicos centrales que movilizaron el debate por la “cuestión capital”. Los argumentos esgrimidos para proponer los distintos
sitios posibles se transformarán, una vez decidida la ubicación en Buenos Aires, en los ejes de discusión para la localización y concepción de la arquitectura pública.
Sin duda uno de los actores más decisivos fue Roca –cabe recordar que hasta último momento defendía
la capital en Rosario- aunque su investidura y su poder no siempre le permitieron llevar adelante sus propósitos. Como señalábamos más arriba, una vez declarada Buenos Aires capital, se sienten fuertes ecos
de las discusiones previas. A modo ilustrativo enunciaré algunos casos que expresan esta situación.
La decisión de declarar a Buenos Aires como capital abrió una nueva etapa en la historia de su conformación material. En este sentido, la principal tensión estaría centrada en la representación de la
condición republicana como carácter particular de la “nueva” Buenos Aires. Una Buenos Aires que
dedicará varios años a delimitarse, a autodefinirse en función de su nuevo rol: ser la sede de las “autoridades que ejercen el Gobierno federal”, ser la capital de la República. Una Buenos Aires que tiene
que establecerse como territorio, como ciudad, como capital. Se parte de señalar que decidir “Buenos
Aires capital”, implicó un punto de inflexión en el pasaje de lo “provisorio” a lo “permanente”; que
sería este valor de “permanencia” el que se impondría como condición de modernidad; que la figura simbólica y material en estas operaciones la concentró el “palacio” como portador por excelencia de la máxima expresión de las nuevas instituciones republicanas y de la afirmación del poder del estado federal.
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Decía Julio A. Roca, en su Primer discurso al Congreso Nacional en1881: “Designada esta ciudad
para capital permanente, tenemos que pensar en dotarla de todas aquellas mejoras indispensables para
el ornato, comodidad y salubridad de un gran pueblo. Hacen falta para el Honorable Congreso, el
Poder Ejecutivo y la Suprema Corte de Justicia, edificios dignos de la nación y de los representantes
de su soberanía y para casi todas las oficinas de la administración, residencias cómodas y aparentes
a las funciones que en ellas se desempeñan. Por el ministerio del ramo se os presentarán los planos y
presupuestos de una casa para el Congreso, de otra para el Poder Ejecutivo y de otros edificios de que
no se puede prescindir por más tiempo”.
A poco de asumir, Roca pondrá constante atención en la ejecución de la edilicia pública y su principal
preocupación será la construcción de las sedes para los tres poderes para lo cual contrató especialmente
al ingeniero italiano Francisco Tamburini. El proyecto que Roca intentó llevar adelante está impregnado
de las pautas programáticas que debería tener una capital, debatidas durante treinta años. Paralelamente,
todo lo que fue combatido durante ese mismo proceso –centralmente la idea de la inconveniencia de
hacer ciudades en el desierto- se transformará en virtud en la constitución de la ciudad de La Plata.
Pero la primera obra en la que se concentrará es la casa de gobierno que se encontraba en proceso de
refacción desde hacía varios años. En general se trató de reformas parciales, que implicaron anexar
edificios existentes, o unir partes nuevas con criterios pragmáticos aleatorios. Al momento de asunción, el plan de refacciones estaba a cargo del entonces Director del Departamento de Ingenieros,
Enrique Aberg. En una carta de presentación del proyecto al Congreso de la Nación, Roca sostenía la
prioridad y urgencia de llevar a cabo dichas obras -de las cuales parte se habían comenzado un par de
años antes- alegando la obsolescencia y mal estado de las instalaciones existentes. La propuesta por
él elevada, recordaba presentaciones anteriores en las que se reforzaba la necesidad de “pensar en la
construcción de diversos edificios públicos, entre ellos el de una casa de Gobierno que corresponda al
adelanto del país. (...) Según los planos levantados el edificio se compone de seis secciones que serán
construidas sucesivamente...”.19
La consideración de la carta de Roca, abrió la discusión en la Cámara de Diputados sobre el proyecto
presentado para la construcción de un “palacio de gobierno” -que en rigor consistía en la ampliación
de la casa existente unificándola con el edificio del correo- suscitando entre otros aspectos, un particular debate estético. Mientras los miembros de la Comisión de Obras Públicas exponían el plan
de tareas previsto en etapas, la principal crítica provino del diputado Onésimo Leguizamón quien
sostenía que “aparte de las conveniencias en que este edificio sea cual se requiere para el decoro de
la administración y del país mismo, observo que ... las secciones hechas no responden a un plan, no
hay una perspectiva, ni está en cierto modo consultadas las reglas de estética y la ornamentación de
un edificio público nacional. ... Veo un callejón irregular dejado en medio de los edificios (...) actuales
que dan su frente a la plaza [y que] no se parecen, el uno ha sido desligado completamente del otro; y
por consiguiente no me doy cuenta de que haya un plan completo para hacer un solo edificio...”
Ensayando una defensa el miembro de la comisión de obras públicas, Adolfo E. Dávila, sostenía que
el proyecto de Aberg respondía a un plan completo a realizarse demoliendo por etapas “todo lo que
es el edificio antiguo” para no interrumpir las actividades. Por otra parte, “la casa de correos forma
parte del palacio que se pretende construir... ligada con otra sección nueva que se construye frente a
la plaza 25 de Mayo, por medio de un arco donde estará el vestíbulo principal y la entrada al palacio”.
A ello, el diputado Leguizamón le respondió con una pregunta suspicaz: “¿Podría decirme el señor
diputado si el edificio que sirve actualmente a la casa de correos será armonizado con el de la casa
de gobierno?” Ante la respuesta dubitativa pero finalmente negativa de su interlocutor, Leguizamón
respondió irónicamente: “entonces resultará un edificio sin unidad arquitectónica. Las fechadas son
diversas. Por consiguiente aunque se le ponga un arco para unirle, siempre resultará diferencia en la
construcción ... siempre resultará un edificio provisorio”.
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A partir de allí Leguizamón abogó por la “unidad arquitectónica” como condición fundamental para
el destino del edificio en juego. Dejando entrever que tenía sus dudas respecto de la distribución interior, consideraba que al tratarse de un “edificio para objetos tan permanentes y sobre todo situado
nada menos que en nuestra histórica plaza de la Capital” era necesario plantear una solución integral.
Finalmente sugería que, ya que existían los fondos, se podría “autorizar al Poder Ejecutivo para disponer de una suma mayor y que en el interior buscase terreno donde hacer, una casa que respondiese
desde su plan, desde su origen a este objeto esclusivo, consultando todas las condiciones que debe
llenar la casa del Poder Ejecutivo como, cuando llegase la oportunidad [hacer lo mismo con], la casa
del Congreso y demás administraciones”.
Pero, más allá de la anécdota y aún de la verificación histórica del vaticinio del diputado y miembro
del Congreso Pedagógico, las citas ilustran un tono de debate que se mantendrá en tensión, en los
diversos ámbitos de decisión acerca de las obras públicas, excediendo el espectro particular de los
técnicos -ingenieros o arquitectos-. Un tono que asocia unidad arquitectónica con permanencia, refacción con provisoriedad, y que introduce la posibilidad de “lo nuevo” en algún terreno “sin historia”.
Mientras este debate tenía lugar, como señaláramos anteriormente, Roca estaba contratando al Ing.
italiano Francesco Tamburini, a quien además de nombralo Director del Departamento de obras públicas –situación que hará renunciar al criticado Aberg- encarga decididamente los proyectos para las
sedes de los otros dos poderes, logrando transformar según sus preceptivas la casa de gobierno para
la cual había sugerido la realización del “arco de triunfo” como acceso.
Paralelamente, Roca había previsto y comprado los terrenos para la sede del Congreso de la Nación,
los limitados por las actuales Charcas, Rodríguez Peña, Callao y Paraguay frente a los cuales Altgelt
proyectó la primer escuela-palacio, Petronila Rodríguez.
Durante estos primeros años de la década del ’80 Buenos Aires mantendría la ubicación de la casa
de gobierno en la Plaza de Mayo, el Congreso cercano a Callao y la sede para los Tribunales en los
anteriores terrenos pertenecientes al Parque de Artillería, frente a la estación ferroviaria del Parque.
Esta Plaza fue foco de una refuncionalización a partir de albergar los proyectos para el Museo de
Productos Argentinos y del futuro Teatro Colón. Este esquema “desviado” hacia el norte moderno y
nuevo de Callao, es el que está en estudio (aunque no integra el presente paper) en confrontación con
el posterior proyecto de la Av. de Mayo y las transformaciones de la Plaza a partir de la construcción
de la fachada de Tamburini. Y en todo caso su ulterior “corrección” al ubicar el Congreso como remate de la Av. de Mayo desarrollado por Torcuato de Alvear con Juan A. Buschiazzo como técnico.
Y aquí entra el mundo de las negociaciones en los términos particulares que este concepto toma en
el interior el PAN (Partido Autonomista Nacional), partido de gobierno durante más de una década.
Mundo de negociaciones que con mucha originalidad y minuciosidad describe en trabajos muy recientes Paula Alonso.20
En otro registro paralelo, las obras que se consideraron con prioridad urgente fueron sin duda las
escuelas. Con la sanción de la Ley 1420 de Educación laica, gratuita y obligatoria, en 1884 el estado
se hacía cargo de una cuestión estratégica del proyecto de modernización: la construcción de la identidad nacional.
En este sentido los edificios proyectados y construidos para escuelas primarias eludieron de manera
expresa el paso por el Congreso Nacional. Se creó el Consejo Nacional de Educación, un organismo
autónomo que tenía recursos financieros propios y tomaba las decisiones respecto de los sitios, terrenos, normativa y características arquitectónicas.
9
Los debates y decisiones tomadas en torno a los “edificios públicos para la capital permente” dejan
ver en el período 1880-1899 un lapso de acomodamientos, conflictos y tensiones en torno a las relaciones entre ciudad y capital, entre el municipio y el poder central que se hace evidente en este caso
entre la figura y los proyectos de Roca y de otros presidentes, las decisiones y proyectos sostenidos
por los representantes de las provincias en el ámbito del Congreso Nacional y las acciones e intereses
vinculados con el municipio y los sucesivos intendentes. Este último aspecto ha sido profundamente
estudiado por Adrián Gorelik en su tesis.21
Las compras de terrenos sucesivas cambiando los puntos de la ciudad para situar un mismo edificio,
como es el caso del Congreso de la Nación, la sede de la biblioteca nacional, el departamento de
policía, por ejemplo, señalan la disponibilidad y la indecisión a la vez acerca de la ubicación de los
focos cívicos en donde debían instalarse los edificios públicos. Señalan también a la edilicia pública
como portador máximo de la propaganda del estado, rol que podría pensarse cumplía en tiempos de
Rivadavia la arquitectura efímera –como lo demuestra la tesis en curso de Lía Munilla22- y que luego
será retomado por los monumentos hacia la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo de
1910. Mientras estos debates se sucedían, una poderosa máquina arquitectónica se ponía en marcha:
las escuelas-palacio irían a la avanzada del mensaje modernizador, con la creación de un aparato
burocrático inédito, sobre todo por su autonomía política y de recursos económicos, como lo fue el
Consejo Nacional de Educación. La figura del “palacio” concentrará en línea con el lenguaje internacional de los bâtiment civils, las principales operaciones de transformación urbana. Y será su crisis, su
ineficacia para transmitir los valores permanentes que ahora la “nación” debía transmitir, el momento
en que esta tensión se disuelva.23 Una de las últimas obras que muestran este quiebre es la construcción del Palacio de Aguas Corrientes para el cual el Estado intentaba mostrar todo el dinero invertido
en obras que al quedar enterradas no se podían ver. Pero ya no era una institución republicana la que
la arquitectura debía simbolizar: se trataba de los logros del progreso del estado-nación moderno. El
plan de escuelas de 1899, como “templos del saber” señala ya una inflexión en el debate simbólico.
La capital ya se había instalado, las principales sedes institucionales estaban resueltas, el debate se
orientará cada vez con más fuerza hacia la definición del estado-nación.
En 1889, con el territorio federal claramente establecido, la casa de gobierno reformada, la sede para
la justicia en construcción y redefinido el sitio para el Congreso de la Nación –además del fenomenal
aparato de escuelas distribuido por la ciudad, y el avanzado desarrollo de proyectos y obras para biblioteca, departamento de policía, teatros, etc.- la “capital” ya se había instalado, las principales sedes institucionales estaban resueltas. La “cuestión capital” entrará en un impasse: ya no sería más la institución
republicana la que debía simbolizarse sino los logros del progreso del estado-nación moderno.
Hacia el fin del siglo XIX, las miradas desde Buenos Aires hacia Washington o Paris no son diferentes
de la atención que Praga por ejemplo, sostenía con estos centros. El contexto del imperialismo y su relación con los estados-nación en vías de desarrollo indicaba una acento particular a las capitales, como
sedes de coincidencia del poder político y productivo. En esta dirección, la cuestión capital resurgirá en
diversos momentos del siglo XX –los que no serán parte del presente estudio-, pero entendemos que el
ciclo se cierra cuando Buenos Aires prescinde de su condición de “capital” para decidir sus destinos,
cuando “la ciudad de los negocios” conduzca las transformaciones urbanas en función de la ubicación
en el concierto global. Para ese momento, “... una ley garantizará los intereses del Estado nacional,
mientras (el subrayado es nuestro) la ciudad de Buenos Aires sea Capital de la Nación”.
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Notas
1
El presente paper es parte de una investigación mayor en el marco de una Tesis Doctoral: “Palacios sin reyes. Edilicia
pública para la capital permanente. Buenos Aires 1880-1889”. FFyL dirigida por Jorge Francisco Liernur.
2
Un avance ampliado de este período fue presentado en Claudia Shmidt “Entre el agua y el vapor. Argirópolis, Paraná,
Buenos Aires: las capitales provisorias” en Jornadas de Historia Argentina. De mayo a Pavón. Continuidades y rupturas
1810-1862, Universidad Torcuato Di Tella, Junio 2001.
3
Fernando Aliata. La ciudad Regular. Arquitectura, proyectos e instituciones en el Buenos Aires posrrevolucionario.
1821-1835. Tesis Doctoral. FFyL. UBA. 2000
4
Domingo F. Sarmiento. Argirópolis. Buenos Aires. Leviatán. 1997 (18501)
5
Argirópolis, op. cit. p. 55
6
Ibidem, p. 90
7
Ibidem, p. 87
8
Jorge Francisco Liernur, “La ciudad efímera” en Liernur, Silvestri, El umbral de la metrópolis, Buenos Aires,
Sudamericana, 1995
9
Renato Ortiz, Modernidad y espacio. Benjamin en Paris. Buenos Aires, Norma, 2000
10
El debate por la cuestioón capital ha sido tomado de Arturo B. Carranza, La Cuestión Capital de la República
Argentina. 1826 a 1887. (Antecedentes, Debates parlamentarios, Iniciativas, Proyectos y Leyes) Tomo III y IV Buenos
Aires, 1929
11
Carranza, La cuestión capital... op. cit. José Evaristo Uriburu p. 298
12
Carranza, La cuestión capital... op. cit. p. 211
13
Juan Bautista Alberdi, Bases, Ed. Plus Ultra Buenos Aires, 1998. p. 203
14
Carranza, La cuestión capital... op. cit. Monseñor Piñero senador por Córdoba p. 321
15
Carranza, La cuestión capital... op. cit. Quintana, p. 151
16
Carranza, La cuestión capital... op. cit. Piñero p. 215
17
Carranza, La cuestión capital... op. cit. p. 193
18
Carranza, La cuestión capital... op. cit. p. 221
19
Una versión ampliada de la actuación de Tamburini en relación con la primer presidencia de Roca, en Claudia Shmidt
“Presentar la nación. Obras y Proyectos de Francisco Tamburini en Argentina. 1883-1890” en Arestizábal, Irma; De
Gregorio, Roberto; Mozzoni, Loretta; Santini, Stefano, comp., La obra de Francesco Tamburini en Argentina. El
espacio del Poder I, Jesi (Italia), Museo de la Casa Rosada, Instituto Italiano di Cultura, Pinacoteca e Musei Civici Jesi,
Pinacoteca Civica Ascoli Piceno, 1997, p. 213-234 y en Claudia Shmidt, “Francisco Tamburini en Argentina. Edificios
públicos para una “capital permanente”. 1883-1890.” en: Cuadernos de Historia IAA, No 10, FADU-UBA, en prensa.
20
Especialmente su tesis doctoral recientemente publicada, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica
Radical y la política argentina en los años ’90, Sudamericana/San Andrés, 2000, un Working Paper referido a la historia del
PAN editado por la Universidad de San Andrés y el paper de las Jornadas de Historia Argentina del siglo XIX, 2001.
21
Adrián Gorelik, “La grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, Universidad
Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1998
22
Lía Munilla Lacasa, Celebrar y gobernar: un estudio de las fiestas cívicas y populares en Buenos Aires, 1810-1835,
FFyL UBA, en curso
23
Respecto del desarrollo del aparato escolar en el período ver Claudia Shmidt, “De la “escuela-palacio” al “templo del saber”.
Edificios para la educación moderna en Buenos Aires, 1884-1902”, en Entrepasados No 18/19 Diciembre 2000, p. 65-88.
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