LA EVITACIÓN EXPERIENCIAL: UN CONCEPTO CONDUCTISTA

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LA EVITACIÓN EXPERIENCIAL: UN CONCEPTO CONDUCTISTA PARA
ABORDAR LA SUPERSTICIÓN.
José Manuel García-Montes; Rubén Fernández García; Israel Fornieles Ortiz; Marino Pérez
Álvarez.
RESUMEN:
La evitación experiencial ha sido definida como el fenómeno que ocurre cuando una persona no
quiere ponerse en contacto con ciertas experiencias privadas (sentimientos, deseos, recuerdos,
impulsos, etc.) y se trata deliberadamente de alterar la forma o la frecuencia de tales experiencias o
los contextos que los suelen ocasionar. En general, se entiende que la EA es una dimensión
funcional que sirve de base a numerosos problemas psicológicos: trastornos afectivos, de
ansiedad, de la alimentación, del control de impulsos, así como en los síntomas psicóticos, en el
afrontamiento de enfermedades y en los procesos de dolor. En todos estos problemas existiría un
factor común, una experiencia privada (pensamiento, sentimiento, recuerdo, etc.) que el paciente
pretende evitar como remedio a su malestar. Aunque los intentos de evitación fueran fructíferos a
corto plazo, a la larga se suele acabar produciendo un aumento de tales experiencias por mor del
bien conocido "efecto rebote". De acuerdo con el planteamiento que se ofrece en esta
comunicación un patrón rígido de EA vendría a revelar una forma de ser supersticioso que tiene el
paciente. Se argumenta que en nuestra sociedad la superstición ha pasado de estar basada en una
conducta públicamente observable (tocar madera, evitar una escalera, etc.) a fundamentarse sobre
comportamientos privados (evitar ciertos pensamientos, no tener "malas" emociones, etc.) Por
último se reivindica el papel de la superstición como concepto clave a la hora de entender los
desórdenes psicológicos.
El concepto de "Evitación experiencial" (EA, en adelante) forma parte de una teoría psicológica de
cuño conductista, post-skinneriana, que se halla sustentada en la investigación básica sobre
comportamiento verbal y marcos relacionales (Hayes, 1993; Hayes, Barnes-Holmes & Roche,
2001) y que cuenta con una terapia con un amplio respaldo empírico (Hayes, Luoma, Bond,
Masuda & Lillis, 2006) conocida como Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT, Hayes, Strosahl
& Wilson, 1999; Wilson & Luciano, 2002).
Centrándonos propiamente en el concepto de EA se podría decir, siguiendo lo establecido por
Hayes et al. (1996), que "experiential avoidance is the phenomenon that occurs when a person is
unwilling to remain in contact with particular private experiences and takes steps to alter the form or
frequency of these events and the contexts that occasion them" (Hayes et al., 1996, p. 1154).
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Con frecuencia este patrón de comportamiento es aparentemente efectivo a corto plazo, pero
también es fácil que se convierta en crónico, llegando incluso a producir a la larga una limitación de
la vida de la persona (Luciano & Hayes, 2001).
En general, se entiende que la EA es una dimensión funcional que sirve de base a numerosos
problemas psicológicos: trastornos afectivos, de ansiedad, de la alimentación, del control de
impulsos, así como en los síntomas psicóticos, en el afrontamiento de enfermedades y en los
procesos de dolor (Hayes, Madusa, Bisset, Luoma & Guerrero, 2004; Luciano y Valdivia, 2006). En
todos estos problemas existiría un factor común, una experiencia privada (pensamiento,
sentimiento, recuerdo, etc.) que el paciente pretende evitar como remedio a su malestar.
Aunque los intentos de evitación fueran fructíferos a corto plazo, a la larga se suele acabar
produciendo un aumento de tales experiencias por mor del bien conocido "efecto rebote" (Rassin,
Merckelbach & Muris, 2000; Wegner, 1989, 1994). Además, los intentos sistemáticos de evitación
podrían conllevar un "estrechamiento" de la vida del paciente.
De acuerdo con nuestro planteamiento, un patrón rígido de EA sería una conducta supersticiosa en
la medida en que la persona pretende controlar las experiencias privadas molestas con el fin de
dirigir de forma eficaz su vida y, sin embargo, lo único que obtiene son más experiencias del mismo
tipo y nueva necesidad de hacer lo mismo. Nos hallamos, pues, ante una diferencia sustancial
entre lo que se estima subjetivamente y lo que, de hecho, se obtiene objetivamente. Esta diferencia
es la clave del concepto de superstición que ofrence Schiebe & Harbin (1965) según el cual existe
supersitición siempre que una persona se comporta de forma reiterada como si la estimación
objetiva que él o ella hace de los resultados de sus acciones fueran significativamente diferentes de
una estimación objetiva de los resultados de dichas conductas. Podría objetarse que la persona
con un patrón de EA no cree que esté controlando sucesos externo, como en otras formas de
superstición más prototípicas (p.ej., beber agua de una fuente para contraer un matrimonio feliz),
sino simplemente su propia experiencia. A este respecto debería repararse en que la persona con
un patrón rígido de EA pretende, en última instancia, controlar lo que acontece en su vida
(relacionarse mejor con las personas, hablar con soltura ante un auditorio, etc). Por otro lado
también habría que tener en cuenta que las formas prototípicas de superstición suelen conllevar
algún cambio psicológico para quien las efectúa (alivio, tranquilidad, esperanza, entretenimiento,
etc.). A nuestro juicio, el mayor énfasis en el "mundo interior" que revela la EA podría ser explicado
como una consecuencia del "espíritu de los tiempos", dado que nuestra sociedad cada vez se halla
más psicologizada y concede una mayor importancia al mundo de la emoción y el pensamiento.
En cualquier caso, los autores de la EA han señalado abiertamente su carácter ilusorio, sin llegar a
decir "supersticioso". Así, desde su punto de vista, el supuesto de que las experiencias privadas
causen el comportamiento sería falso. Y ello por cuanto, siguiendo un criterio pragmático de verdad
(Hayes, 1993; Hayes et al., 2006), para habar de causalidad habría que referirse a aquello que es
posible manipular en un contexto dado. En consecuencia, aun cuando los pensamientos,
sentimientos, emociones, recuerdos y demás experiencias privadas están íntimamente
relacionadas con el comportamiento de la persona, no lo causan. Así, por ejemplo, en determinado
contexto una persona puede pensar que un compañero de trabajo que está mal sentado se va a
caer y que ello, según la ocasión, le lleve a actuar de una manera u otra: advirtiéndoselo, riéndose,
gastándole una broma, o, sencillamente, no haciendo nada al respecto. Sin embargo, en otra
situación esa misma persona puede pensar que se ha dejado el gas abierto y que ello le lleve de
manera inexorable a comprobar si el gas está o no abierto y terminar así con la duda. Desde un
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punto de vista pragmatista, la causa de la estrecha vinculación entre pensamiento y
comportamiento en este segundo caso habría que buscarla no en la aparición del pensamiento en
sí mismo, sino en los elementos del contexto que, a diferencia de la primera situación, promueven
una vinculación rígida entre pensar y actuar.
Pues bien, ¿a qué claves contextuales se está haciendo referencia? ¿Qué naturaleza tienen los
contextos responsables de la EA? Según los autores de referencia tales contextos tienen,
fundamentalmente, una naturaleza socio-verbal y, aunque podrían ser varios y están
interrelacionados entre sí, los más estudiados han sido el de literalidad, el de evaluación, el de dar
razones y el de control (Hayes et al., 1996; Luciano, Rodríguez & Gutiérrez, 2004; Pérez-Álvarez,
1996). El contexto de literalidad supone tratar las palabras (p.ej. los pensamientos que uno tiene)
como si se tratara de los sucesos u objetos a los que hacen referencia. Así, una persona podría
sentir el pensamiento de que alguien le va a agredir con tanta vehemencia como si, de hecho, fuera
a sufrir una agresión. Muy relacionado con el contexto de literalidad, se hallaría el contexto de
evaluación. En virtud de él la valoración que una persona hace de un determinado suceso acaba
entendiéndose como una propiedad de dicho suceso y no como una mera valoración. Dicho en
otros términos, el contexto de valoración puede llevar a perder de vista el hecho de que valorar un
suceso como bueno o malo, justo o injusto, etc. es algo que uno hace y no una propiedad que
resida de suyo en los hechos que se valoran. Por su parte, el contexto de dar razones hace
referencia a la explicación de las propias conductas en función de las causas que socialmente se
suponen válidas, especialmente aquéllas relativas a los pensamientos o sentimientos. El hecho de
que los sentimientos y los pensamientos en muchos casos precedan o acompañen a la conducta
pública puede llevar fácilmente a atribuirles un papel causal sobre ella del que, de facto, carecen.
Por último, el contexto de control llevaría a las personas a intentar cambiar sus experiencias
privadas con el fin de dirigir su comportamiento público. Sería éste el contexto clave para entender
la EA (Luciano & Valdivia, 2006). Por nuestra parte podríamos decir que el contexto de control
vendría a ser el contexto de la superstición, una superstición que en las sociedades occidentales se
muestra en la firme creencia de que los sentimientos y pensamientos son las causas de nuestros
problemas y, por tanto, hay que controlarlos. La EA vendría a mostrar cómo, de hecho, tales
conductas supersticiosas tienen consecuencias negativas sobre la capacidad del individuo de
gobernarse en la dirección deseada, lo que se vería reflejado en la cantidad de trastornos
psiquiátricos en que la EA parece estar implicada.
Sin embargo, a nuestro juicio, el concepto de EA no logra captar de forma nítida el fenómeno de la
superstición y su papel en la psicopatología. Así, nos encontramos con ciertas imprecisiones a la
hora de aclarar qué son exactamente los contextos socio-verbales que vienen a fomentar la EA.
Por un lado, se dice que tales contextos están largely sustained by the social/verbal comunity
(Hayes et al., 2005, Luciano, Rodríguez & Gutiérrez, 2004); por otro se señala que la EA está
basada en procesos psicológicos connaturales al uso del lenguaje por parte de los humanos
(Hayes et al, 2005; Luciano et al., 2004). ¿Cuál es la proporción de lo "cultural" y cuál la de lo
con-natural al lenguaje a la hora de explicar la EA? ¿Cuándo se habla de "social/verbal comunity"
se está haciendo referencia a características culturales concretas de ciertas sociedades históricas
o solamente al hecho de que los humanos adquieren el lenguaje en sociedad? En cualquier caso,
lo cierto es que los autores originales han investigado con mucho más detenimiento y desde una
perspectiva básica los procesos relacionales implicados en el lenguaje y la cognición humanos (vid.
p.ej., Hayes, Barnes-Holmes & Roche, 2001) que las prácticas culturales concretas que, por
ejemplo, en las sociedades occidentales, podrían llevar a fomentar la EA. Sobre este último punto
se llega mencionar tan sólo que la sociedad actual promueve el bienestar y el placer inmediato sin
que se asuma el dolor como algo connatural a la vida (Luciano et al., 2006). A este respecto no
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deja de ser paradójico que dichas teorías se autodenominen "contextuales" y, al mismo tiempo,
centren sus principales investigaciones en experimentos de laboratorio, al margen de los contextos
sociales en que el lenguaje de hecho se adquiere y ejercita, junto con otras prácticas a las que se
halla indisolublemente unido. En este sentido, el movimiento post-skinneriano ha llevado a menos
el análisis de las prácticas sociales que, con claridad, se puede percibir en la obra de Skinner a
propósito, p.ej, de la evolución cultural (Skinner, 1986a) o de la psicoterapia como agencia de
control social (Skinner, 1986b).
Para decirlo en otros términos, a nuestro juicio, el concepto de EA se vería enriquecido si su
investigación saliera del laboratorio para encontrarse con la vida tal cual se presenta a las
personas; esto es, adoptando una perspectiva fenomenológica-mundana. Y es que la EA, como
forma supersticiosa de sobreponerse a una determinada situación, se podría enriquecer del análisis
de las emociones como operaciones mágicas que Sartre (1971) hace y que se presenta en otra
conferencia en este mismo Congreso.
Referencias
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conductual orientado a los valores. Madrid: Pirámide.
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