1 CRISTALES María Mercé Roca El laberinto, mucho antes de ser el

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ENCUENTROS EN VERINES 1994
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
CRISTALES
María Mercé Roca
El laberinto, mucho antes de ser el lugar del que Teseo pudo salir gracias al hilo
que Ariadna le tendió por amor, era para mí una de las atracciones que por Ferias había
en Girona. Una atracción menos espectacular, desde luego, que la nube o la noria, que
te hacían resolver las entrañas, pero mucho más sutil, casi perversa, porque sus pasillos
de cristal te aprisionaban suavemente y era difícil que saliera de allí si no había alguien
que se compadeciera de tu cara de susto, hiciera trampa y te indicara la salida. Pero eso
era un juego: salías y desde fuera te reías de los que aún estaban dentro palpando a
tientas las paredes de cristal.
Del laberinto de verdad, el que no es una atracción de feria, creo que no se sale
nunca, y que andamos, sus caminos, como si de un río se tratara, toda la vida: a veces
vamos lentos y en los meandros nos paramos a respirar e incluso llegamos a ser felices;
a veces avanzamos a toda velocidad por los rápidos y la corriente nos arrastra hacia no
sabemos dónde.
Perdida en mi laberinto personal, como creo que todos nos hemos hallado alguna
vez –un laberinto hecho de inseguridades y de cansancio, de obsesiones y derrotas, de
culpas, de miedos que no tienen nombre pero que tal vez sólo sean el miedo a dejar de
existir, de sueños, y sobre todo del deseo de hacer oír la voz, mi voz, por encima del
ruido del agua- perdida en este laberinto, digo, creí, hará casi diez años, que el hilo
podía estar hecho de palabras y de ideas, y que podía encontrar la salida –ni que sólo
fuera el camino para avanzar un poco-, tirando de él o subiéndome a los hombros de los
personajes de la historias que yo misma tejía y destejía, como Penélope, para que
hicieran de palanca y me permitieran atisbar por encima del muro y hacer otra vez un
poco de trampa para poder salir.
1
Para salir, nunca se sale. Al contrario: un libro engendrado es una incertidumbre
que duele y que siempre te acompaña porque siempre está empezando de nuevo –esta
incertidumbre debe ser la vida-, y la suma de tus libros, eso que llamas tu obra, es un ser
sin forma que va haciendo constantemente: nunca tiene bastante y nunca se le ve el
final. Salir, salir, digo, nunca se sale, y que quizás sea lo mejor; quién sabe si la salida
no será más que el final sin retorno.
A veces, sin embargo, uno cree que ha encontrado alguna puerta –un premio,
una novela que se vende bien, una crítica generosa, una buena oferta, una carta
agradecida de un lector-, pero no es verdad. Nadie –ni los libros, ni tus libros-, te llevan
de la mano guiándote el camino, y siempre se está solo. No es que se rompa el hilo, es
que es muy largo y no se le ve el principio. Y siempre la misma pregunta: ¿Y ahora, qué
más? ¿Eso es todo? ¿Eso es lo que quería?
Pero ya estás dentro y forzosamente tienes que seguir, e incluso sientes que
escribir te ayuda, y aseguras que un personaje tuyo ve el mundo de esta manera y pones
en su corazón y en su boca frases y latidos que de hecho son tuyos. Y pretendes hacerte
con ellos un poco inmortal y hasta es posible que alguien se te acerque por uno de los
pasillos transparentes y se interese por ti a través de tus libros. Pero eso no vale, el
laberinto continúa y sigues encerrado en él porque en el fondo te incomodan los que se
acercan a ti por tus obras: de verdad de verdad quieres ser tú mismo, desnudo de
personajes, más vulgar, más simple, sin esta pátina especial que llevan encima los
creadores: tienes siempre la duda de si el laberinto de los otros, de la gente que no lee,
que no escribe, no tiene las paredes mucho más anchas que las tuyas.
Y sigues dentro. Si gozas del favor del público – a veces uno ni se acuerda, del
público, tan lejos- y vendes libros y las historias que cuentas se convierten en éxitos y
consigues vivir de lo que escribes, que no es poco, suspiras por ser como el otro, el que
tiene las críticas más dulces, el que, desconocido en la calle, irá sin embargo derecho al
Olimpo de las letras. Y viceversa, claro, encerrado en la irrealidad de los libros,
queriendo a veces más a los personajes de papel que a los de carne, distraído por
encargos, halagos, conferencias, entrevistas, jurados, sigues en el laberinto, sigo en mi
laberinto y estoy allí con mis novelas hechas demasiado aprisa, los fracasos, los
personajes a los que no he conseguido arrancar un quejido que sonara a humano o un
par de frases que no sonaran a papel, braceando siempre por atrapar el tiempo que se
escapa.
2
Nunca salimos del laberinto, es cierto. Sin embargo, de vez en cuando, una
página escrita como el desgaire, una página que nunca vas a publicar y por la que no
van a pelearse ni tu editor ni tu agente, esa página que es como las que escribías antes
de convertirte en escritor, antes de saber tantos trucos del oficio, esa página es auténtica
como un beso en la boca; allí estás tú, eres tú: esa página te devuelve el sosiego y te da
alas y te sopla y te levanta por encima del muro, y por momento ya está fuera.
Pero insisto: siempre la soledad y esa punta de orgullo que no es más que una
soledad disfrazada. Vuelvo otra vez a la atracción aquélla de la feria, donde pagábamos
por perdernos y pasar un rato de angustia. Las paredes eran de cristal grueso, y a su
través podías ver a los otros que también deambulaban por los pasillos. El cristal era
viejo y de mala calidad, y a trozos distorsionaba y los veíamos un poco torcidos y
deformados, un poco raros, y aquella visión nos despertaba a una risa nerviosa. Al otro
lado del cristal el otro parecía muy lejos y muy distante, pero en realidad era como tú y
estaba muy cerca.
Me imagino ahora que, desparramados por los pasillos, separados unos y otros
por el cristal, andamos tranquilamente todos, poetas y narradores que escribimos en
gallego, asturiano, euskera, castellano y catalán. Y aún me pregunto: ¿los reconoceré?,
¿sabré quiénes son, qué poemas han escrito, qué piensan del mundo, qué ritmos
imprimen a sus prosas? Y al revés: ¿sabrán ellos qué soy? ¿me oirán, al otro lado del
cristal, tan legos y a la vez tan cerca? ¿Les reconocerá, detrás del cristal, tan distintos y
tan iguales? ¿Nos veremos, siquiera, intentando avanzar cada uno por su pasillo? ¿Nos
reconoceremos a la salida?
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