La Carrera hacia el éxito

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 LA CARRERA HACIA EL ÉXITO ANDY MICHIGAN La Carrera hacia el éxito “Porque tu vida cambia constantemente, por eso deberías buscar soluciones y creer en tus posibilidades”. Aquellas palabras que me había dicho mi madre, mostrando una preocupación excesiva, se repetían ahora en mi cabeza mientras intentaba concentrarme en no perder el paso y seguir corriendo. Debía llevar ya al menos una hora y media y empezaba a sentir los efectos del cansancio. Pero aún así, esas palabras rebotaban en mi cabeza una y otra vez. Me recordaba a mi mismo hacia apenas un año, desnortado, sin rumbo, perdido en la inmediatez del corto plazo sin saber hacia donde dirigir mi vida. La empresa en la que había trabajado en los últimos cinco años había quebrado, casi de repente, y aquello me había sumido en una profunda depresión, que en su momento pensé que acabaría con todas mis fuerzas. Y sin embargo, aquella conversación con mi madre había estimulado indirectamente en mí, una fuerza que desconocía. —Hijo, tienes que hacerme caso –me dijo—, lo que hoy es negro mañana será blanco, pero para eso necesitas ponerte en marcha. —Ya lo he intentado de todas las maneras –contesté—, pero no puedo, estoy bloqueado. Nada de lo que me digas me hará coger fuerzas. —Necesitas salir a la calle, respirar, andar –me dijo. —¿Y de qué me va a servir? –pregunté. —Es lo que necesitas, comprobar que el mundo sigue moviéndose, que todos los que están y estamos a tu alrededor seguimos luchando por tener una vida mejor –me dijo incluso emocionada—, y eso es justamente lo que tú tienes que hacer. Aquel breve diálogo no era nuevo, y de hecho, por aquel entonces ya estaba cansado de oírlo. No necesitaba ni consejos ni ayuda psicológica ni nada, solamente un trabajo. O eso pensaba yo. Pasaron varios meses, y lo que iba mal empeoro con la enfermedad de mi madre. Un cáncer bastante avanzado había convertido mi vida en algo más que una situación de inestabilidad laboral. De repente mis preocupaciones más básicas viraron por completo, y me centré en que mi madre estuviese apoyada en todo momento. Quizá por ironías del destino, la quiebra de mi empresa me serviría para estar a su lado, justo cuando más lo necesitaba. O quizá, pensaba yo 2 La Carrera hacia el éxito negativo y pesimista, mi trabajo y mi depresión le había provocado aquella enfermedad maldita. Fue en esos primeros meses en los que le prometí hacer todo lo posible para salir de mi situación. Saldría a la calle, tal y como me había pedido, y me movería como el resto del mundo, sin parar. Como en el cuento de Alicia en el País de las Maravillas: hay que moverse para que todo siga igual. En mi caso, tenía que moverme el doble de rápido para conseguir volver a mi estado anterior. Lo que no sabía es si con ese movimiento iba a conseguir que la enfermedad de mi madre se curase. Lo dudaba. Prácticamente de un día para otro me encontré corriendo. Las primeras veces lo hice por rabia, sin sentido. Corría hasta que mi cuerpo y mi mente me pedían que parase. No es que corriese mucho, pero lo hacía de una manera tan desordenada que mi cuerpo directamente era incapaz de saber a qué atenerse. Rápidamente adquirí una rutina que me permitía planificar mi intensa búsqueda de trabajo con mis sesiones de ejercicio. Entre medias me ocupaba de mi madre, y la acompañaba al desagradable trámite que suponía la quimioterapia. Era una solución extrema a la que los médicos no daban un porcentaje exacto de éxito. La indeterminación era sinónimo de malas noticias, pero aún así ella parecía no rendirse. Aplicaba a su vida lo mismo que aconsejaba: moverse sin parar, salir a la calle, andar y respirar. Esa era su receta mágica y la aplicaba hiciese frío, calor o lluvia. Incluso en sus peores días salía decidida, apoyada en mi brazo, a respirar el aire, que no era tan puro como deseaba, pero que aún así inundaba sus pulmones. Yo mientras seguía con mis rutinas diarias, incrementado cada vez más mis sesiones, casi a la par que las sesiones de mi madre. Lo hacía para olvidar mis penas pero también por necesidad. Mi cuerpo se había habituado a hacer deporte con regularidad y me demandaba hacerlo. Suponía yo que el proceso químico de generar endorfinas hacía efecto. De hecho, cada vez que volvía de correr mi estado de ánimo era optimista, como si todos mis problemas se desvaneciesen. Fue así como un día después de una agotadora sesión en el Retiro tuve una entrevista de trabajo. Apenas recordaba la parte final de mi diálogo con la entrevistadora: —¿Cree que está preparado para este puesto Señor Gimeno? —Sin duda alguna —contesté firme. 3 La Carrera hacia el éxito —Dígame, ¿qué le hace diferente del resto de candidatos? —Podría decirle que mi formación o mi experiencia, pero le seré sincero. Yo conozco el significado real de la palabra sufrimiento, y lo que es más importante, de la palabra superación. No sé si estaré tan cualificado como otros, pero estoy tan preparado o más para afrontar las situaciones difíciles que se plantean día a día; los problemas cotidianos pero también los problemas que afectan a la vida de las personas. He estado y estoy en una situación que me ha hecho ver la vida desde una óptica positiva, y me creo capaz de dar lo mejor de mí mismo en cualquier instante. Creo que esa es la diferencia. Aquel párrafo final venía a mi cabeza deslavazado. No sabía si había sido todo una fábula o si era real. Confundía los días y los meses, y el único nexo de unión eran mis sesiones diarias y mi madre. Ella era la persona que me hacía ser cada día más fuerte. Incluso en los últimos días en los que parecía cabizbaja. Entonces la cogía del brazo y la llevaba a pasear, aunque fuese por el pasillo de la casa. Me quedaba largas horas con ella, animándola e intentándole sacar una sonrisa que siempre me devolvía. Supe que estaba al final de mi particular infierno cuando me llamaron desde un número desconocido. En aquel momento, un instante antes de descolgar, tuve la certeza de que tendría un trabajo nuevo. Un nuevo y esperanzador horizonte se abría paso. Mi madre siempre me había dicho que debía mirar en búsqueda de nuevos horizontes. Esa había sido su actitud siempre, positiva y decidida, sin mirar atrás nada más que para valorar lo bueno del pasado. Sabía que esa actitud optimista y vital había calado en lo más profundo de mí. Ahora me sentía con más fuerza que nunca para afrontar nuevos retos, para superarme y para fortalecer mi cuerpo y mi mente. Por eso me había decidido a correr una maratón, para demostrar mi fuerza mental y como promesa a mi madre. Cumpliría mi promesa pasase lo que pasase, aún sabiendo que no cambiaría el curso de los acontecimientos. A pesar de mi vitalidad y de mi nuevo optimismo, todavía había factores que yo solo no podía cambiar. Pero aún así, sabía que mi empuje y mis ánimos influirían positivamente en mi madre. Después de todo lo que había hecho ella por mí, ahora me tocaba devolverle toda su fuerza e inspiración. Mientras pensaba en todo aquello notaba como las fuerzas empezaban a fallarme. Llevaba ya casi tres horas y media corriendo, y hacia ya muchos kilómetros que se me había nublado la vista. Cogí un bidón de agua y pude observar como mi vista empezaba a recuperarse. Vi 4 La Carrera hacia el éxito entonces una pancarta indicando que solamente faltaban dos kilómetros, pero instintivamente frené el paso. No podía más, estaba exhausto. Un acelerón final pensé, sin fuerzas para llevarlo a cabo, cuando de repente escuché una voz que con fuerza me gritaba. —¡Vamos tú puedes, vamos! –gritó mi madre con todas sus fuerzas. Aquel grito era lo más reconfortante del mundo. Aquel grito significaba que había superado una dura enfermedad. Era un grito de ánimo, de ilusión, de optimismo. En aquel momento me bastaba con aquello para seguir corriendo dos veces la distancia que ya había recorrido. Sentía las fuerzas renovadas, como si de pronto me hubiesen inyectado sangre fresca y oxigenada. En realidad me habían inyectado algo más importante: energía y sobre todo, optimismo. Un optimismo ilimitado, que me había permitido revertir una situación límite y convertirla en un duro recuerdo. Fue al cruzar la meta cuando me di cuenta de que era una persona distinta. No por tener un trabajo sino por ser capaz de superar las adversidades. Había conseguido canalizar mi frustración a través del deporte, y había conseguido cambiar radicalmente mi ánimo y mi suerte. Quizá no hubiese una relación directa entre mi suerte y mi afición por correr, pero lo que si había en todo caso era una relación indirecta entre mi optimismo y el deporte. Abracé a mi madre que llegó corriendo hacia mí, ayudándome a mantenerme en pie. Estaba agotado pero tuve fuerzas de sonreír. “Siempre hay fuerza para sonreír”, decía mi madre. 5 
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