Solidaridad El ‘ángel’ que vela por los ancianos solitarios Por Carolina García, reportera de El Pais Esta mujer lleva tres años socorriendo a los abuelos que son abandonados por sus familias en los hospitales de la ciudad. Recibe ayuda del Banco de Alimentos y de vecinos y amigos. “Dios me los puso en el camino y cómo los voy a dejar”, dice la samaritana. La tristeza de unos bellos ojos azules la guiaron hacia su vocación. Eran unos ojos esquivos que se escondían en medio de la miseria y el dolor. De la tragedia y el olvido. Eran de un anciano de piel muy blanca, Gildardo, que se desvanecía sobre una del Hospital San Juan de Dios. Doña Anabeiba también se solidarizó con un bebé que fue rechazado por su madre. adoptó y lo cuida junto a camilla Lo los 15 ancianos que viven en su casa. Ernesto Guzmán Jr I El Pais Pero el cielo no quiso llevárselo porque afuera había otros ojos que lo esperaban para enseñarle del amor, de la ilusión y querían envolverlo en risas, mimos y cariños. Deseaban atraparlo en la ternura de Anabeiba Lasso Fori, una mujer que por mera coincidencia se encontró con esa mirada lúgubre y solitaria en el centro hospitalario. “No pude dejarlo ahí tirado. La enfermera me preguntó que si quería llevármelo porque no tenía familiares y yo le respondí que sí”, cuenta la mujer. En su hogar le cuidó las heridas del alma y las del cuerpo y, además, le abrió un espacio en su cama para que intentara conciliar el sueño. Y ya cuando la mirada del anciano retomaba su brillo, llegaron otros ojos nostálgicos a la vida de doña Anabeiba. Esta vez eran los de un hombre que padecía de una hernia y fue internado en el Hospital Universitario del Valle. Cuando fue dado de alta nadie estuvo a su lado para pagar la cuenta. Sus hijos lo abandonaron. “Me dio pesar porque no tenía para dónde irse y también me lo traje”, cuenta Anabeiba. A los días recibió una llamada del hospital en la que una de las enfermeras le decía que había un anciano que provenía de Armenia y no tenía familia. “Salí corriendo para allá y lo recogí”. Entonces, vio su hogar con tres ‘hijos’ más. Cuenta la mujer que los acomodó en unos colchones con sábanas limpias y les preparó alimento. Y desde ese día, hace casi tres años, se dedicó a socorrer a los abuelos que quedan en la calle. Ahora alberga en su humilde vivienda, en el barrio Alfonso Bonilla Aragón, del Distrito de Aguablanca, a quince ancianos. A ellos los ha recogido en sus visitas diarias a las salas de urgencias del HUV, del Seguro Social o del San Juan de Dios. O en respuesta a las llamadas de las enfermeras, que la conocen porque en su años mozos se desempeñó en estas entidades haciendo oficios varios. Ha logrado tener a todos sus ‘niños’, como les dice, bien cuidados y alimentados, gracias a los aportes que le hace el Banco de Alimentos o de vecinos y amigos. “Un día un señor me regaló unas camas dobles y las mandé a partir para que me rindieran y ninguno durmiera mal”, dice. Le robó espacio a la sala de su casa y allí acomodó camas para los ancianos. En el lugar del comedor ubicó dos más y en su cuarto instaló tres. Ella decidió ‘trastearse’ a la habitación de su hija Francy y en ese pequeño lugar quedarse con otro de sus pequeños hijos. “Dios me los puso en el camino y cómo iba a dejarlos. Es una misión que voy a cumplir, hasta que el Señor me lo permita”. PARA RECORDAR Si desea ayudar a la señora Anabeiba Lazo puede comunicarse al teléfono 448 36 31 o dirigirse a la Calle 91A No 26P-47, barrio Alfonso Bonilla Aragón. Dura labor. Hay mañanas en las que la nevera amanece vacía y quedan pocas papas y cebollas en las canastas. Y tan solo migas de panela. “Esos días siento desfallecer. Me da mucho miedo de no tener qué darles de desayuno. Que de pronto alguno de mis ‘niños’ se me muera”. Entonces, empieza una seguidilla de oraciones. De bendiciones y ruegos. “Pero siempre aparece alguien que me regala plata o la vecina que me pregunta si quiero alguna remesita”. Para apaciguar la dura labor de lavar sábanas, ropa, limpiar y barrer, y además bañar a tres de los ancianos que no pueden hacerlo por sí mismos, sus tres hijos mayores la apoyan. Dos de ellos ayudan en la preparación de los alimentos y las necesidades de la casa. Su hijo mayor, quien es taxista, le da para al arriendo, la luz y el teléfono. “Al principio ellos me decían que estaba loca, pero poco a poco fueron entendiendo la situación. Que la vejez es dura, y más si se está solo”, dice. Su hija, Francy de 17 años, y su apoyo en esta labor, cuenta que al principio fue duro, pero con el tiempo sintió que esos ancianos de caras inocentes eran como sus hermanos. “Mi mamá me sorprendió con esta labor y yo decidí ayudarla. Incluso, mis amigas del colegio vienen a charlar con los ancianos para que se entretengan”. Doña Anabeiba tiene una colección de películas, “porque les encanta ver televisión, sobre todo fútbol. También hago jornadas de parqués y naipes. Y en la noche les leo la Biblia”. Madre adoptiva. Además de ser el ‘ángel’ de los ancianos solitarios, Doña Anabeiba no ha podido esquivar las miradas desesperanzadoras de dos jóvenes y un bebé que fueron abandonados por sus familias. Hace poco volvió a arrullar y a dar biberón. En sus visitas a los centros hospitalarios en busca de medicina y ayuda, se encontró con el drama de una adolescente que padece de esquizofrenia y no quiso recibir a su recién nacido. “Lo tiró al suelo como si fuera un muñeco”, relata. Entonces, ella lo adoptó. Se llama Cristian Adolfo y parece su hijo, porque cada vez que la ve, se le achinan los ojitos, como queriendo decirle que la ama. El bebé la busca y llora cuando la siente desaparecer. Dice que cuando la adolescente se recupere la recibirá en la casa y le enseñará a criar el niño. Otro joven que recibió en sus brazos proviene de Tuluá. Alexánder fue maltratado y rechazado por su familia. Por desgracia tuvo un fatal accidente y tiene varios clavos en su pierna que se fracturó. Al verlo en ese estado de desamparo, doña Anabeiba se ofreció para ayudarlo mientras le consigue un hogar para jóvenes. La última es Yenesia, quien padece de una parálisis infantil y aunque es un adulto aparenta ser una adolescente. Sin rodeos Yenesia dice que su familia la odia. “Estoy muy contenta aquí y doña Anabeiba ahora es mi mamá. Ella me da besos”. Los besos son la mejor receta de esta samaritana. Con esos chasquidos en las mejillas reconforta a estos ancianos de rostros ajados por el sufrimiento. Incluso, es su despedida cuando el cielo decide recogerlos. Con un temple admirable busca ayuda en la Arquidiócesis de Cali para que le colaboren con los actos fúnebres y luego los lleva al Cementerio de Siloé. En ese sitio, lanza su último beso y sale en busca de otros ojos tristes, como aquellos azules que la enamoraron de la labor social.